Helenismo

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PINTURA.
Nada ha llegado hasta nosotros de la gran pintura griega. En la crónica inmensa de la historia del arte, hay un
gran vacío en este campo. Los escritores de la antigüedad hablaron de las pinturas de su época con tanto
entusiasmo, por lo menos, como cuando se refirieron a las esculturas de Policleto o a las de Fidias. Pero
nosotros solamente conocemos las escenas pintadas en los vasos áticos del siglo V a.C. y en los frescos de las
tumbas etruscas, pálidos reflejos de los cuadros que adornaban los templos atenienses o que se conservaban en
la pinacoteca del Partenón. Ahora bien, sabemos que este arte cuyo origen se pierde en la noche de los
tiempos, tuvo una enorme trascendencia, además de que filósofos como Platón y Aristóteles, fijaron sus
teorías en torno a la eterna comparación entre poesía y pintura.
La muerte de Alejandro Magno y el reparto de su vasto imperio parecen favorecer el nacimiento de diversas
expresiones artísticas que conservan, con todo, algunos rasgos comunes. Reaparece el fondo jónico, con su
afición a lo pintoresco y su amor a la naturaleza y a la vida.
Pero el ideal helenístico de esta época se resume sobre todo en la visión concreta de la realidad. EL triunfo del
verismo y del ilusionismo en el arte corresponde a las concepciones filosóficas de Aristóteles y a la noción
experimental y positivista de las matemáticas, la astronomía, la medicina y la historia. El artista escruta
atentamente el cuerpo humano, para describir con minuciosidad sus detalles anatómicos, y no vacila en
recalcar sus taras fisiológicas. Se exalta el sentido de lo patético: dolor físico que contorsiona los cuerpos,
sufrimientos morales que crispan los rostros y pasiones amorosas que enervan los sentidos. Se introduce un
cierto romanticismo que vela de tristeza y de melancolía las delicadas figuras femeninas. Es también la época
del retrato, el cual gana en precisión, no solo porque detalla los rasgos del rostro, sino también porque penetra
en la profundidad psicológica del personaje.
El sentimiento de la naturaleza, la belleza del paisaje y de la vida campestre, apartados desde hacía tiempo por
la exclusiva preocupación por el hombre, inspiran en lo sucesivo tanto a los pintores como a los escritores.
Esta multiplicación de los focos de interés y esta sed de originalidad van acompañadas de inevitables fallos: al
exagerarse lo pintoresco y la charlatanería descriptiva, se trivializan las composiciones; el movimiento llevado
a la exasperación, rompe el equilibrio y el ritmo; la declamatoria exageración de las actitudes y expresiones
conduce a una especie de amaneramiento. Por lo tanto, la época helenística se nos muestra como amalgama de
riquezas que, por su universalismo, sobrevivirán a través de Roma y Bizancio. Se ha afirmado que la época
helenística fue la fase más brillante de la gran pintura. Sin embargo, nuestros conocimientos de ella serían
muy incompletos a no ser por ciertos mosaicos y estelas funerarias que nos han revelado, en parte, los secretos
técnicos de la misma y su repertorio iconográfico. Importantes noticias nos brindan, sobre todo, los frescos
romanos, que, o son copias de originales griegos y helenísticos, o se inspiran a menudo en ellos.
El mosaico, arte conocido ya por los helenos, se expande prodigiosamente en el transcurso de los tres últimos
siglos del helenismo. En efecto, el mosaico se adaptaba, tanto como la pintura mural, a la decoración de
grandes conjuntos arquitectónicos, edificios públicos, mansiones señoriales y ricas villas. Unos de los más
célebres es el de La batalla de Alejandro, encontrado en Issos. Esta obra exalta la gloria del gran conquistador
y su victoria sobre los persas, tema que llegó a ser uno de los favoritos dentro de los del ciclo alejandrino. Los
antiguos lo atribuyeron a varios autores, Arístides de Tebas o Helena de Alejandría, pero parece lo más
verosímil que se deba a Filóxeno de Eretria, discípulo de Nicómaco.
Este trabajo parece ser copia fiel del original, a juzgar por el empleo de los cuatro colores que solía utilizar
siempre Polignoto y por lo muy logrado de la sensación espacial mediante el escalonamiento de las lanzas, la
colocación de los personajes en diferentes planos, los audaces escorzos y la gradual atenuación de los tonos.
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Esta visión del espacio constituye una verdadera innovación: es la transición entre la concepción decorativa
bidimensional y la apertura hacia el mundo de las tres dimensiones.
Los mosaicos de pequeñas piedrecillas encontrados en Pela nos proporcionan también precisos datos sobre los
procedimientos técnicos de este periodo. Son de los más representativos, y en ellos se hizo amplio uso de las
matizaciones y de las sombras, tratadas estas en azul como en nuestra pintura moderna. Los mosaicos de
Delos señalan una evolución importante: los guijarros fueron sustituidos por cubitos de piedra y se ampliaron
las posibilidades tonales.
Las fuentes literarias nos dan muy pocas noticias sobre la pintura mural, que, al parecer, quedó reservada
entonces a la decoración de las paredes de las mansiones de los reyes. Las únicas obras que han llegado hasta
nosotros son algunas pinturas funerarias sobre piedra caliza o mármol procedentes de distintos puntos como,
Alejandría, Chipre y sobre todo Pagasas, donde se ha encontrado un centenar de ellas.
Los progresos de la gran pintura hacen que resalte más el empobrecimiento de la cerámica. La tendencia a
imitar las vasijas metálicas se acentúa más cada vez, llegando a hacer perder a las alfarerías el interés por la
forma. Así y todo la decoración continúa la tradición pictórica. Los motivos ejecutados con pincel sobre fondo
blanco muestran cierto sentido de la naturaleza, tendencia que encontramos también en los vasos áticos. En
esta última etapa de la cerámica, los vasos con relieve y barniz negro ocupan un puesto a parte. La búsqueda
de lo novedoso hace que esta técnica evolucione: algunos vasos combinan el decorado de relieve polícromo,
reservado a las figuras principales, con el de las imágenes pintadas; en otros, toda la decoración está tratada
con relieve y realzada con dorados. Los motivos varían inspirándose en la epopeya troyana o en escenas del
teatro de Eurípides. Algunas tazas de vidriado mate son decoradas todavía a base de motivos vegetales y
geométricos. Los talleres de Delos figuran entre los principales productores de este tipo de recipientes,
fabricados con moldes y decorados con punzón. Otros centros de su producción se encuentran en Rusia,
Pérgamo, Atenas y Beocia.
Los vasos de relieve constituyen la última tentativa de renovación de la cerámica griega. Pero ya la Italia
meridional, enriquecida con las lecciones del hermano mayor, le va relevando.
NUMISMÁTICA.
En cierto modo las monedas acuñadas en Grecia son su producto más característico. La independencia y al
mismo tiempo la interdependencia de sus muchas ciudades−estado se reflejan tanto en la variedad de sus
diseños, como en la similitud de sus estilos sucesivos. Los griegos inventaron la acuñación de la moneda ya
que si bien es cierto que en Egipto y Mesopotamia se usaron barras o lingotes de metal para el intercambio, al
parecer las ciudades mercantiles de la Jonia fueron las primeras que estamparon un pedazo de metal con un
sello característico que garantizaba su pureza, su peso y su valor en el siglo VII a.C., probablemente después
del 650 a.C. Al principio bastaba para este propósito una simple señal, como por ejemplo un cuadrado. Sin
embargo, como era de esperar en Grecia, estos simples símbolos se convirtieron pronto en emblemas
artísticos. Cada ciudad escogió un diseño apropiado; al principio fue generalmente el símbolo de su deidad
local, un animal, una planta o un objeto y más tarde la cabeza o figura de dicha deidad, un héroe favorito o un
grupo mitológico.
En los primeros tiempos, el diseño figurativo aparecía solo en el anverso de la moneda, pero al poco tiempo
(alrededor del 500 a.C.) se decoraban con él ambas caras. La técnica de este proceso requería una habilidad
considerable. Primero se labraba un dibujo al intaglio en un grueso disco de metal, encajándolo en una
depresión hecha a su medida en el yunque encima del cuño. A continuación, se ajustaba un troquel con otro
dibujo al intaglio sobre el disco calentado y se procedía al martilleado, obteniendo así una moneda de dos
caras. A menudo, anverso y reverso no tienen la misma dirección y a veces cuando el troquel o el disco no se
ajustan correctamente solo aparece parte del dibujo. Puesto que esta técnica producía un desgaste
considerable, especialmente del troquel, había que reemplazar los cuños con mucha frecuencia. Este hecho
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nos es propicio, ya que daba lugar a constantes variaciones que reflejan el desarrollo del arte griego. Además
de los tipos o emblemas principales se usaban símbolos suplementarios, cada uno con un significado
específico. Algunos se referían a un personaje, en otras ocasiones cuando varias ciudades habían establecido
una alianza monetaria, adoptaban emblemas parecidos se usaba un símbolo característico de cada una como
señal para distinguirlas.
Los materiales más usados en la fabricación de monedas griegas eran: el electro (una aleación natural de oro y
plata), el oro, la plata o el bronce. Las monedas griegas son gruesas en comparación con las monedas
modernas, además de demasiado irregulares como para poder apilarlas. Las diversas ciudades usaban distintas
denominaciones. Así en Atenas la unidad de valor era el dracma, que se dividía en óbolos, mientras que en
Corinto y otras ciudades era la estátera, que se dividía en dracmas. Ciudades con estrechos lazos comerciales
utilizaban a menudo el mismo patrón. Los patrones principales para la acuñación en plata eran el Egineta y el
Eubeo; además de ellos había otros muchos de carácter local. A menudo las monedas pueden asignarse a
ciudades específicas por medio de sus inscripciones que generalmente son abreviadas. Estas inscripciones dan
el nombre del grupo que las emitía y a veces el del oficial responsable de la acuñación. Algunas monedas
pueden fecharse por hechos históricos, o a veces como en las gemas al artista añadía su firma completa o sus
iniciales, con las palabras hecho por o sin ellas. Cimón, Euaineto, Eumenes, Heráclidas, Euclides, Mirón,
Polícrates, Frigilo, Sosión y Teodoto son algunos de los artistas eminentes cuyos nombres se han conservado.
Han llegado hasta nuestros días miles de monedas griegas y es lógico preguntarse la razón de ello, ya que su
metal era precioso y prdría haber sido reutilizado. La respuesta es que los antiguos griegos al carecer de
cuentas bancarias acostumbraban a enterrar sus ahorros. Estos tesoros descubiertos en tiempos modernos, son
la mayoría de las monedas griegas que hoy conocemos, de las cuales conservamos diseños originales de,
prácticamente, todos los periodos. Algunos de estos diseños son de gran belleza, hábilmente adaptados a la
superficie circular. Por otra parte ofrecen una interesante enseñanza: aunque cada ciudad tenía su emblema
característico, sus diversas representaciones siguieron la evolución habitual desde el arcaísmo al naturalismo y
excepto por la división general entre Grecia oriental, continental y occidental que observa también en la
escultura en la mayoría de los casos su estilo es muy parecido.
A finales del siglo IV se abre un nuevo capítulo de la numismática griega. En oriente las conquistas de Filipo
y de Alejandro de Macedonia terminaron con la independencia de muchas de las ciudades−estado griegas.
Amplios territorios quedaron incorporados bajo el mando de un solo gobierno y aunque tras la muerte de
Alejandro el imperio creado por este se dividió en tres grande sectores, también estos estaban controlados por
casas reales: los Antigónidas en Macedonia, los Seléucidas en Siria y los Ptolomeos en Egipto. En muchos
caos los diversos estados continuaron usando sus tipos característicos en el reverso de sus monedas, pero a
menudo se trata de débiles reflejos de los de épocas anteriores. Sin embargo se produce, un hecho que da
especial interés a la acuñación helenística: empiezan a aparecer en sus anversos los retratos de los
gobernantes, primero el de Alejandro y luego el de sus sucesores. Es la primera vez que esto ocurre, excepto
por algunas cabezas de los sátrapas persas en acuñaciones hechas en Asia Menor hacia finales del siglo V
a.C. En esta época se convierten en una práctica habitual, especialmente en los reinos asiáticos. Las cabezas
labradas en estas monedas, ofrecen retratos originales griegos, que cubren un periodo de más de dos siglos.
Además, al poder fecharse frecuentemente con toda precisión, ilustran el desarrollo del retrato en Grecia. Las
cabezas de algunos de estos gobernantes, tales como las de Filetairo de Pérgamo, Antíoco I de Siria, Perseo de
Macedonia y especialmente las de Eutidemo y Antímaco de Bactriana y de Mitrádates III del Ponto
constituyen las mejores obras de los artistas griegos en el retrato realista.
En la Grecia propiamente dicha, no se usaban estas monedas reales puesto que en ella se mantenía una
independencia aparente. En el Peloponeso se da el interesante fenómeno de una moneda federal usada por
todos los miembros de la Liga Aquea, con la cabeza de Zeus en el anverso de monedas de plata y el
monograma aqueo en el reverso, así como el nombre, inicial o símbolo de la ciudad que acuñaba dicha
moneda.
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En Italia las sucesivas derrotas inflingidas por Roma a las ciudades griegas del sur, tuvieron el mismo efecto
que las conquistas mecedonias en la Grecia oriental. Roma absorbió a las ciudades independientes una a una y
la propia Grecia sufrió el mismo destino en el 146 a. C. Durante algún tiempo se permitió a Atenas y a
algunas otras ciudades que continuaran con sus acuñaciones. Sin embargo, con el establecimiento del imperio
romano en el 30 a.C. se puso fin a las emisiones griegas. No obstante, estas dejaron huella en sus sucesoras,
ya que no solo se conservó la costumbre de colocar la cabeza del gobernante en el anverso (lo cual dio origen
a una serie de excelentes retratos de emperadores romanos) sino que además, a menudo se colocaban
reproducciones de esculturas griegas en su reverso. Algunas de las más famosas estatuas griegas, tales como
el Zeus Olímpico de Fidias, se conocen tan sólo a través de las monedas y de los sellos romanos.
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El Helenismo.
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Historia del Arte Antiguo II.
INTRODUCCIÓN
La cultura helenística significó el último gran período de la cultura griega. Cronológicamente se sitúa entre la
muerte de Alejandro Magno (323 a.C.) y las sucesivas anexiones llevadas a cabo por el Imperio Romano, que
culminaron con la conquista de Egipto en el último tercio del siglo I a.C. Es, por tanto, un período de
disolución de la cultura griega, cuyas principales tipologías artísticas tendrían continuidad en el arte romano.
Durante el helenismo, surgieron nuevas metrópolis, como Pérgamo y Alejandría, que concentraron los
principales logros artísticos.
El término griego helenismo significa, en sentido estricto, forma griega pura y correcta. Esta periodización se
debe al gran historiador J. G. Droysen, que caracterizó esta época por la fusión de elementos griegos con
elementos orientales, debido a la expansión que experimentó el Imperio Macedónico con el reinado de
Alejandro Magno. La prematura desaparición de este, en el 323 a.C. propició la fragmentación del imperio,
que en el siglo III a.C. aparecía dividido en cuatro grandes estados: Egipto (y parte de Siria), en manos de la
dinastía de los Ptolomeos; el reino de Macedonia, en la Grecia continental, en la que permanecían
independientes Esparta y las ligas Aquea y Etolia; el reino de los Seléucida, en la zona asiática y
posteriormente, el reino de Pérgamo (Misia) de los Atálidas. Este fértil período asiático, especialmente en lo
que se refiere a la arquitectura y a la escultura, se disolvió bajo la pujanza del Imperio Romano, que a partir
del siglo II a.C. se convirtió en árbitro del mundo mediterráneo oriental.
El helenismo consumó el dominio que los artistas griegos habían desarrollado desde el período arcaico. En lo
referente al urbanismo, cabe citar la gran eclosión que alcanzaron las ciudades de Antioquía, Pérgamo y
Alejandría. En cuanto a los órdenes arquitectónicos, se impuso el sentido decorativo del orden corintio.
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Finalmente, durante el período helenístico, la escultura logró unas altísimas cotas de expresividad, sobre todo
en los retratos que tendrían una continuidad y notable desarrollo en la escultura romana.
En el campo cultural, se asiste durante este período a una gran y desordenada riqueza creativa en razón de la
inmensa diversidad geográfica de los territorios helenísticos. Con la ayuda de los soberanos se crearon
estructuras de saber colectivo, como la biblioteca y el museo; éste, que deriva literalmente del santuario de las
musas, era un centro académico en el que los estudiosos hallaban los instrumentos de trabajo necesarios, como
las colecciones o los jardines geológicos y botánicos. La literatura adquirió un gran dinamismo, sobre todo
con el renacimiento de la poesía lírica, la aparición de la filología y la expansión de la comedia y de la
historia.
La filosofía continuó siendo una de las ramas más vivas del pensamiento griego; la mayor parte de las
escuelas del siglo IV a.C. sobrevivieron, pero a su lado nacieron, a fines de siglo, dos doctrinas ligadas a la
moral: el epicureísmo o moral del placer, y el estoicismo o moral del esfuerzo. Las ciencias se separan a las
sazón de la filosofía, puesto que su desarrollo impide a los espíritus brillantes estudiar la totalidad del saber
humano como en tiempos de Aristóteles. Euclides y Arquímedes destacarán en el campo de las matemáticas,
por otro lado, donde más se desarrolló la medicina y la biología fue en Alejandría.
ARQUITECTURA
La arquitectura helenística continúa utilizando los tres órdenes tradicionales. El orden dórico se torna,
paulatinamente, más raro, alarga sus formas y adopta columnas más delgadas que suprimen la decoración
acanalada de su parte inferior. El orden jónico, en cambio, es aún objeto de probaturas como las de el
arquitecto Hermógenes, quien a finales del siglo III a.C. y principios del II a.C. plantea nuevas relaciones
entre los intercolumnios, con una separación de dos diámetros y medio. La arquitectura helenística prefiere,
sin embargo, las cualidades decorativas del orden corintio, que se generaliza a partir de la construcción del
templo dedicado, en Atenas, a Zeus Olímpico u Olympeion en el 174 a.C.
La búsqueda de nuevas formas por los arquitectos helenísticos se manifiesta, sobre todo, en el monumento a
las Nereidas, en Janto, sepulcro monumental y fastuoso, excavado y estudiado en las últimas décadas. Su
fechas de construcción, hacia el 430−420 a.C. hace de este edificio, situado sobre una base cuadrangular
−pero con una arquitectura a semejanza de un templo, donde las cámaras funerarias se encuentran en la cella−,
una de las primeras experiencias que muestran la utilización de elementos clásicos y áticos en un ámbito local.
Una de las diferencias más importantes entre la arquitectura clásica y la helenística radica, en primer lugar, en
la organización interna de los grupos de construcciones religiosas frente al desorden aparente de las épocas
arcaica y clásica. Este hecho, consecuencia de los encargos sistemáticos de las cortes reales, contrasta con las
iniciativas independientes que caracterizaban el desarrollo de las ciudades helenísticas. Prevalece, en la época
helenística, la planificación desde arriba, lo que realza el interés del conjunto en detrimento del detalle
monumento a monumento.
La arquitectura religiosa helenística se caracteriza por la construcción de los templos sobre una base bastante
elevada, la individualización de la fachada y el desarrollo del pronaos. El orden dórico se utiliza relativamente
poco para los templos, reservándose para los pórticos y las columnatas de las ciudades. El orden jónico,
enriquecido por el corintio, se tenía por superior. El templo de Apolo, en Didima, cerca de Mileto, construido
entre el 315 a.C. y el 300 a.C., muestra claramente las nuevas orientaciones. A partir de un proyecto de
Paionios de Éfeso y de Dafnis de Mileto, este templo sustituyó al anterior del siglo VI, destruido en el 494
a.C. por los persas. Con veintiuna columnas en los lados largos y diez en los cortos, presenta un podio con
siete escalones, mientras que el interior permanece parcialmente a cielo abierto, con una disposición de los
diferentes espacios muy majestuosa y elegante, debido a la multiplicación de las columnas.
Durante el siglo II la arquitectura religiosa repitió y difundió la teoría de Hermógenes, según demuestra la
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fachada del templo de Zeus Susipolis, con sus cuatro columnas jónicas, procedente del ágora de Magnesia del
Meandro, actualmente en el museo de Berlín.
En la segunda mitad del siglo II a.C., con el altar de Pérgamo y el altar de Magnesia, de propósitos algo más
modestos, se perfilan nuevas características de la arquitectura helenística. El estudio preciso del efecto óptico
general también se encuentra en los grandes conjuntos arquitectónicos que recuerdan las escenas de los
teatros, como la fachada de Propilón del Santuario de Atenea, en Pérgamo, de principios del siglo II, y la
puerta del ágora sur de Mileto, ambas también en Berlín. Esta predilección por los elementos espectaculares y
teatrales, cuyo sentido ornamental difumina el gusto por el detalle, es otra característica de la arquitectura
religiosa, en la cual se mezclan elementos de diferentes estilos. Las novedades de esta arquitectura se
encuentran en las bóvedas utilizadas para cubrir ciertos espacios, a pesar de la prudencia con que la
arquitectura helenística empezó a utilizar la arcada, a partir del siglo II a.C.
El ejemplo de Delos, que se utiliza ocasionalmente para dar una idea del urbanismo en la época helenística,
con sus barrios de casas muy desiguales, separadas entre sí por calles irregulares y estrechas, o de casas
amontonadas, con un único pozo común y un único desagüe, no es el más característico del período. En
general el urbanismo está planificado con anterioridad, y entre las muchas variantes se pueden distinguir dos
tipos principales. El primero, propio de Pérgamo, consiste en distribuir los diferentes edificios o sectores de la
ciudad, por razones topográficas, en grandes terrazas superpuestas. Otro ejemplo de esta disposición de
carácter geográfico lo encontramos, a escala de un santuario, en el complejo de la Isla de Cos dedicado a
Asclepio. El otro tipo general de arquitectura es característico de Mileto, y también de Alejandría, con una
disposición muy regular, en cuadrícula, y sin efectos escenográficos.
En la ciudad, los edificios destinados a la vida colectiva se multiplicaron considerablemente. Las salas de
reunión del consejo y la asamblea son una de las grandes creaciones de este periodo, representadas
respectivamente por el buleuterion de Mileto y el eclesiasterion de Priene, que son de 175−164 a.C. y de fines
del siglo III a principios del II a.C.
El buleuterion alcanzó un favor considerable en la época helenística. Se presenta como un espacio cerrado y
cubierto, cuyo primer problema de construcción es el equilibrio de la cubierta, resuelto generalmente con un
techo ligero de madera y cuatro columnas centrales; su capacidad interna es importante, y su unidad orgánica,
esencial. Como en el teatro, en el buleuterion los primeros asientos fueron de madera, y luego de piedra.
Fueron dispuestos inicialmente en graderías en ángulo recto, adoptándose más tarde la disposición
semicircular. Así como la arquitectura religiosa estaba concebida para ser contemplada desde el exterior, en el
buleuterion se privilegia el espacio interior, lo que lleva a desplazar la columnas centrales.
En general durante este periodo, se multiplicaron los edificios destinados al ocio colectivo. En este aspecto,
los teatros son un elemento indispensable para cada ciudad, y enriquecen la arquitectura escénica mediante
una estructura permanente: de ahora en adelante, los actores se encuentran directamente sobre el Proscenion
transformación que se observa hacia el 150 a.C. en el teatro de Priene. Gimnasios, palestras y estadios
adquieren mayor relieve en la vida urbana. Estos edificios, como el gimnasio, lugar de reunión de lo jóvenes,
funcionaban igualmente como centros universitarios, en los que se enseñaba filosofía, literatura, ciencias,
música, etc. La arquitectura del gimnasio, como puede comprobarse en Delfos, Olimpia, Delos y Pérgamo, se
desarrolló con gran aparato, enriqueciéndose con pórticos, exedras, salas cubiertas, patios y baños.
Las excavaciones de algunas ciudades helenísticas han ofrecido información sistemática sobre la vivienda y la
decoración del piso y los muros. Olinto, Delos y Pérgamo proporcionan ejemplos de esa arquitectura. Como
se ha referido anteriormente, la vida privada se estabiliza en la casa, lo que provoca en sus moradores una
necesidad de lujo y de comodidad. La casa se engrandece, como puede comprobarse en la casa de los
Delfines, en Delos.
ESCULTURA.
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La escultura helenística alcanzó un enorme desarrollo partiendo de las aportaciones del clasicismo griego, en
especial de los discípulos de Praxíteles, Escopas y Lisipo, caracterizándose por la expresividad, perfección
formal y estudio psicológico. En esta escultura, la quietud y serenidad de las figuras clásicas se convierten en
dinamismo y expresión de sentimientos, como ocurre, por ejemplo, con el célebre grupo escultórico
Laocoonte y sus hijos, que se ha convertido en símbolo de este fértil período de la escultura helenística.
La primera época del arte helenístico esta completamente dominada por las corrientes de Praxíteles y de
Escopas. En Atenas, como en otras ciudades, ejercen su influjo los maestros del siglo IV. Los hijos y los
alumnos de Praxíteles son muy activos; Kefidoto el Joven produce estatuas de divinidades en las que el
modelo desnudo praxiteliano está tratado con renovado virtuosismo.
A este mismo grupo pertenece la estatua de Demóstenes, instalada por los atenienses en el ágora hacia el 280
a.C., que las fuentes atribuyen a un escultor llamado Polieucto. Esta estatua, de rigurosa sencillez y vigoroso
naturalismo, recuerda a la de Sófocles que había sido ejecutada cincuenta años antes. La tradición de la
corriente postpraxiteliana, con caracteres de la escuela de Escopas, se encuentra igualmente en una de las
obras más famosas del período: la Afrodita o Venus de Milo conservada en el Louvre, que data de mediados
del siglo II a.C. el ritmo y los detalles recuerdan el canon de Praxíteles, y serán a menudo reproducidos en
diferentes estatuas púdicas de Afrodita, como las llamadas de Siracusa y Capitolina. La serie de afroditas
helenísticas es numerosa tanto en su fórmula de pie como en cuclillas. Este último modelo conocido por
copias romanas, se atribuye a un original en broce ejecutado por Doidalses de Bitinia para el rey Nicomedes
en la segunda mitad del siglo III a.C. Sus copias romanas Venus en cuclillas de Roma, Ostia y Louvre
gustaron tanto en el ambiente helenístico como en el romano.
Otra gran tendencia de la escultura helenística sigue los ideales artísticos de Lisipo de sus discípulos directos
como Eutíquides de Sición, cuya obra principal es la estatua en bronce de la Tykhê de Antioquía,
personificación de la ciudad conocida por algunas copias romanas (Museos Vaticanos), que está representada
sentada en una roca y envuelta en un amplio tejido que limita la composición. Su cabeza coronada de
murallas, se opone por su expresión a la del joven Orontes, personificación de río, que a su vez se encuentra
colocada a sus pies.
Un alumno de Eutíquides, Cántaro de Sición, ejecutó las estatuas de los atletas vencedores en Olimpia durante
el siglo III a.C. Otros escultores pueden ser asimilados a esta corriente, como el rodio Pitócrito, a quien
ocasionalmente se le ha atribuido la Victoria de Samotracia, ejecutada entre el 220 y el 190 a.C. y conservada
en el museo de Louvre. Esta nikê o mujer alada, símbolo de las victorias navales, se levantaba en el fondo de
un ninfeo, reflejándose en el agua del mismo. A través de los pliegues de sus vestidos, la obra plantea el
problema del gusto de algunos escultores de los siglos III y II a.C. en la representación del vestido femenino,
tema que aparece tanto en Pérgamo como en Mileto, Rodas, Delos y Alejandría. Tejidos pegados al cuerpo,
delicados y transparentes, que también aparecen en las copias de las musas del rodio Filisco, de las que ofrece
un reflejo la Polimnia del Museo Capitolino. Este gusto, tan delicado, aparece también en las pequeñas
estatuas de fabricación local de diferentes centros helenísticos, conocidas como tanagras por su principal
centro de producción, Tanagra, ciudad de Beocia. Por último, la figura de la sirena, considerada un demon de
la muerte, aparece en la escultura funeraria.
Como ya se ha mencionado, en la ciudad de Pérgamo se desarrollaron las corrientes barrocas que dieron lugar,
durante el período helenístico medio, a un estilo llamado rococó por su virtuosismo realista, anticipado por el
Laocoonte. Una de las obras más relevantes dentro de la actividad escultórica de Pérgamo, es el famoso altar.
El altar de Zeus y de Atenea, que se levantaba en la parte más alta de la ciudad de Pérgamo es, sin duda
alguna, la obra más genuina del mundo helenístico, y se conserva reconstruido en el Museo de Berlín. El altar
había sido mandado construir por Eumenes II en 180 a.C. para conmemorar las victorias de su padre, Atalo I.
Es probable que el altar no estuviese terminado hasta 159 a.C. bajo Atalo II.
El monumento tiene forma de una gran sala rectangular, rodeada de pórticos interiores y exteriores, con dos
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alas laterales que se adelantan para enmarcar la escalinata de acceso. Un gran friso de más de 120 metros de
longitud y 2,30 metros del altura, recorre el zócalo del pórtico exterior, formado por una columnata jónica.
Sus autores fueron numerosos, y conocemos algunos de sus nombres por sus talleres gracias a las firmas
conservadas. Un tema cósmico recorre todo el zócalo: la lucha de los dioses contra los gigantes. El estilo y el
movimiento de esta decoración son de una violencia inusitada, como para dar color y vida a las divinidades y
a los personajes en lucha. La utilización del trépano y la forma de tratar los pliegues de los ropajes producen
efectos de claroscuro completados por la fineza de ejecución de los detalles, que dan a esta obra su peculiar
carácter plástico, destinado a ser apreciado desde el exterior y que lo diferencia de las esculturas que guarda
en el interior.
Otro aspecto del arte helenístico se encuentra resumido en las esculturas internas que, como las exteriores,
ejercieron su influjo en el arte posterior. Mientras que en el exterior el fondo es neutro y los personajes se
destacan sobre una pared, en el interior el fondo representa un paisaje con rocas, árboles, animales y
arquitecturas. El sentido de las espacialidad y el ilusionismo compositivo muestran relaciones muy estrechas
con la pintura contemporánea, según demuestran copias posteriores, como el cuadro del Museo de Herculano
con Heracles y Télefo.
Pero al margen de esta gran obra escultórica, es en los grupos bucólicos, así como en los retratos de viejos y
de niños, donde aparece mejor ese estilo rococó del que hablamos al principio. Un admirable ejemplo es la
Vieja ebria, atribuida al escultor Mirón, activo a comienzos del siglo II a.C. Otro magnífico ejemplo es el
bronce Homero ciego, de técnica semejante a la del Laocoonte, y que caracteriza en grado suficiente a esta
tendencia, por lo menos a través de las réplicas romanas, como la de Nápoles.
Estas últimas obras permiten abordar la producción de retratos, uno de los temas esenciales del arte
helenístico. La tradición retratista en el mundo griego se remonta al siglo IV a.C. y se expresaba a través de un
tipo de retratos imaginarios, no por ello menos realistas. Progresivamente se afianzaron los retratos
fisionómicos e individualizados, aunque de manera excepcional al principio, y reservados a ciertos personajes
públicos.
En la época helenística, los artistas fueron incrementando su interés por la expresividad del retrato y la
posibilidad que éste ofrece para el estudio del carácter y de la psicología individuales. Las monedas y sus
representaciones de monarcas desempeñaron un extraordinario papel en la difusión iconográfica del retrato,
que, durante la última época helenística, asumió una forma oficial y así mismo una forma privada, ésta última
utilizada esencialmente por el artista como medio de expresión propia. Habrá que esperar, sin embargo, a la
época romana para que el retrato se generalice con la expresa voluntad de mantener el recuerdo de los vivos
tras su muerte.
Durante el último período de la época helenística, a partir de la segunda mitad del siglo II a.C., Atenas
encuentra de nuevo una expresión propia, con la voluntad nostálgica de hacer resurgir pasadas glorias. Para
ello, el arte ateniense volvió a utilizar los registros propios del siglo IV a.C., dentro del marco de una
producción llamada neoática, que perduró hasta la Roma de Augusto. Desde un punto de vista teórico y
estilístico, el neoaticismo emerge en el seno del arte helenístico en oposición a las escuelas de Pérgamo y
Alejandría. La búsqueda de modelos es testimonio de un gusto ecléctico caracterizado por una reelaboración
de las formas clásicas, de gran éxito en el mundo romano.
Entre los artistas neoáticos figura Damofonte de Mesenia, que restauró las placas de marfil de Zeus Olímpico
de Fidias, y que produjo estatuas y relieves con las principales divinidades del Olimpo. La tradición
pospraxiteliana se observa en algunas de sus esculturas, que aspiran a la grandiosidad clásica. Esta técnica de
repetición o de reproducción, que Plinio consideraba como la muerte del arte, tiene caracteres de un
renacimiento, tal vez un poco artificial en relación con la sociedad en que se producía. Algunas familias de
escultores se especializaron en ese planteamiento: Eubulides, Policles, Dionisios, Timocles y Timárquides.
Mientras que algunas producciones resultan frías, inmóviles y sin la fuerza que caracteriza a los modelos
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clásicos, otras reproducen un estilo naturalista y expresionista, propio de algunos retratos. Aveces la tradición
más pura aumenta con un colorismo nuevo, como el de Apolo de Timárquides, del siglo II a.C., conocido por
copias romanas como la de Cierne.
BIBLIOGRAFÍA.
• BIANCHI BANDINELLI, R. La cultura helenística. Las artes figurativas. Barcelona, 1984.
• CHARBONNEAUX, J; MARTIN, R; VILLARD, F. Grecia helenística. Madrid, 1971.
• ELVIRA, M.A. El arte griego III. Hª del arte de Historia 16. Madrid, 1990.
• POLLIT, J.J. El arte helenístico. Madrid, 1986.
• VV.AA. Hª del arte Espasa. En CD−ROM.
ÍNDICE.
• Introducción.
• Arquitectura.
• Escultura.
• Pintura.
• Numismática.
• Bibliografía.
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