OBSERVACIONES SOBRE EL CASO DE FERNANDO CARRERA Durante el desarrollo del Juicio Oral realizado entre los días 7 de mayo al 15 de junio del corriente año 2007 contra el imputado Fernando Ariel Carrera, caso conocido en los medios de comunicación como “la masacre de Pompeya” ocurrida el 25 de enero de 2005, esta Defensoría del Pueblo de la Ciudad en la persona de su titular Dra. Alicia Pierini y el Dr. Mario Ganora, Jefe de planta de la misma institución, asistieron en calidad de observadores a las audiencias públicas celebradas. LA MISIÓN DE LA DEFENSORIA DEL PUEBLO La Constitución de la Ciudad de Buenos Aires en su art. 137 y la ley n° 3, reglamentaria establecen el marco normativo para la Defensoría del Pueblo, y determinan su misión esencial de defender, promover y proteger los Derechos Humanos y demás derechos vigentes. El caso concreto que motiva este informe es la causa n° 2253 juzgada por el Tribunal Oral en lo Criminal n° 14 seguida contra Fernando Ariel Carrera por los delitos de robo con armas reiterado –dos hechos- (hechos 1 y 2); homicidio agravado por haber sido cometido para lograr su impunidad reiterado –tres hechos-; lesiones graves y leves agravadas por su comisión para lograr su impunidad y lesiones graves, leves y daño, también calificadas las dos primeras por las razones señaladas (hecho 3); abuso de armas (hecho 4) y encubrimiento agravado por su comisión con ánimo de lucro y portación de arma de guerra en concurso ideal entre sí (hecho 5); todos los cuales concurren materialmente, si bien ha recaído sentencia que condenó a 30 años de prisión, el proceso sigue su trámite en razón de los recursos articulados. No está en nuestra misión controlar al Poder Judicial cuando lleva adelante su función de resolver cuestiones que le son sometidas. Hay suficientes normas que establecen los mecanismos y los recursos de los que pueden valerse las partes para defender sus pretensiones frente a los abusos o errores en los que pudieran haber incurrido los magistrados. En consecuencia, esta Defensoría del Pueblo no se pronuncia sobre el fondo de las decisiones adoptadas, sino sobre la metodología previa a dichas decisiones y que seguramente fue condicionante para ellas, así como sobre el grado de vigencia de las garantías a los derechos humanos que el desarrollo de la causa puso de manifiesto. Ello porque es nuestra misión constitucional velar por la defensa y protección de los derechos y garantías de los habitantes frente a hechos, actos u omisiones de las fuerzas que ejercen funciones de policía de seguridad local (art. 137 CCABA) y por consiguiente 1 también observar como jugó el sistema de garantías penales y procesales en el caso, habida cuenta que recayó una condena de inusual gravedad sobre un imputado sin antecedentes penales que circulaba con sus documentos legales en regla tanto personales como los del vehículo que conducía. RAZONES POR LAS QUE SE OBSERVÓ EL JUICIO ORAL El tema de la seguridad en la vía pública es el principal problema y preocupación de nuestros ciudadanos. Las fuerzas de seguridad intervinientes así como la fiscalía territorial incumben a la protección y justicia de nuestros vecinos, más allá de las dependencias funcionales orgánicas. De la misma manera las competencias penales de la instrucción y la etapa oral aún perteneciendo al sistema nacional, producen sus resultados en nuestra ciudad. En el caso en análisis, el hecho principal ocurrió en territorio porteño y sus víctimas eran también vecinas de nuestra ciudad. Es por todo ello, que este organismo constitucional decidió hacerse presente durante el desarrollo de la etapa pública del proceso y de dicha observación presencial de las audiencias de debate realizadas han surgido cuestiones atinentes al accionar policial y a otras agencias estatales que no podemos dejar de mencionar especialmente, sin ánimo de inmiscuirnos en el proceso ni de inclinar la balanza de la justicia en un sentido o en otro, si bien no es posible eludir una opinión jurídica, deberá tomarse en cuenta que la misma no es vinculante ni produce consecuencias legales. ACERCA DE LA IMPARCIALIDAD DEL TRIBUNAL El principio de imparcialidad de los jueces al que alude el Pacto de San José de Costa Rica y todo el resto de la normativa garantizadora aparece –en el caso- como dubitable. En la sentencia que condena a Fernando A.Carrera hay una apreciación general sobre la Policía que es una definición política y no jurisdiccional y por tanto abierta también a que sobre ella podamos expresar nuestra propia opinión. En efecto, consta en el apartado VI del voto de la Dra. Rosa del Socorro Lescano al que adhieren los Dres. Hugo Norberto Cataldi y Beatriz Bistué de Soler, una cita del voto del Dr. José Massoni, formulado en la causa “Hafez, José L.” resuelta. el 24/5/88 por la Sala III de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional de la Capital, que expresa la opinión del Tribunal acerca de cómo hay que considerar en general la actuación de la Policía Federal. En la referida cita se dice “Es inadmisible que se opere con el prejuicio de que toda la actividad policial es mentirosa y dirigida a perjudicar al sospechoso. No se trata, naturalmente, de trasladarse al extremo opuesto y conferir completa credibilidad a los funcionarios, estimando que es una corporación de santos 2 cruzados contra la delincuencia. La cuestión es, no más ni menos, sostener la ponderada actitud y otorgarles categorías de normales ciudadanos que trabajan prestando servicios como policías, y abandonar la teoría de la conspiración permanente. Creo, honestamente, que como ahora se puede, se le están endilgando a la institución policial federal culpas pasadas. La que sufre las consecuencias es la realización plena del derecho a aplicar, cuando tanto se necesita la restauración de su vigencia, que no aparece retóricamente, sino caso a caso, concretamente en cada asunto. Las exigencias formales que se ponen hoy, prejuiciosas y anacrónicas por tardías, que aceptan la pretensión de purismos de realización práctica imposible, destruyen a su paso, la confiabilidad en las circunstancias de una detención, las actas de secuestro de efectos, la imparcialidad de una diligencia identificatoria, en fin, en toda la averiguación inicial”. Estas consideraciones políticas, invocan como fundamento una jurisprudencia de hace casi veinte años atrás, cuando recién emergíamos de la dictadura. Aún imaginando que fueran plausibles en tal momento dichas palabras, (haciendo caso omiso del secuestro Sivack la “banda de los comisarios” y otros hechos de esa época), levantarlas hoy es ignorar una larga serie de ilícitos policiales que jalonan los últimos veinte años, durante los cuales fueron cometidos hechos abusivos o criminales, corruptelas varias y surtidas violaciones al derecho en las que estuvieron –y aún están- involucradas diferentes jerarquías, incluyendo la investigación y comprobación de numerosas causas “armadas”, apremios y maltratos, que llevaron al Poder Ejecutivo Nacional, en todos los gobiernos habidos, a la necesidad de promover reformas legislativas y orgánicas para reformular las funciones policiales en lo que atañe a las facultades para detener en averiguación de antecedentes, para actuar en materia preventiva, para interrogar e incomunicar a los imputados, entre otras. No pueden olvidarse las investigaciones de la Procuración General de la Nación por el mentado “armado de causas”, las denuncias públicas de fiscales por la sospechada vinculación policial con delincuencia organizada, los hechos de violencia institucional sobre los que ha recibido numerosas denuncias esta Defensoría del Pueblo, las quejas y movilizaciones populares impulsadas por todo el arco político, sea por violación de derechos humanos, sea por la inseguridad, o por la ineficiencia en la custodia de bienes y personas. Toda esa sumatoria de hechos, no permite hablar seriamente de “prejuicios inadmisibles” sino de atenta prevención sobre el accionar de dicha fuerza sobre todo en relación al cuerpo de agentes no uniformados que operan temerariamente en vehículos sin identificación oficial. Este conocimiento de antecedentes institucionales no se disuelve con el voluntarismo de solicitar confianza ciega en la institución policial, considerando a sus integrantes, desde otro prejuicio, como normales ciudadanos que trabajan prestando honestos servicios. 3 Grave nos parece pedir que se depongan “las exigencias formales”, o “la pretensión de purismos de realización práctica imposible” bajo el argumento de que destruirían la confiabilidad de las actuaciones que ésta realiza. Son precisamente las fallas sistémicas de esta institución las que la ponen en riesgo de desconfiabilidad cada vez que se reiteran, comprometiendo también la confiabilidad en la administración de justicia cuando nada les reprocha, lo que contribuye a aumentar cada día más la sensación de inseguridad que hoy campea en la ciudad. Es obviamente correcto partir de la presunción de inocencia para el abordaje de cualquier hecho que la ley califique como delito, pero en el caso en análisis dicha presunción parece haber jugado sin imparcialidad, aplicada sólo a favor de los policías intervinientes para no investigar ninguna de sus conductas sobre las que emergieron dudas y sospechas, y no aplicada en cambio para evaluar la insuficiencia de prueba acusatoria contra el imputado, prueba, casi en su totalidad, aportada por los mismos de los que se ha sospechado mal proceder. Cabe señalar que la sanción del nuevo Código Procesal Penal, que abandonó el sistema de pruebas legales imperante en la antigua ley de rito, e introdujo el de la sana crítica para la valoración de la prueba, estuvo orientado a mejorar el funcionamiento de las garantías constitucionales y no para empeorarlo. LA FISCALIA DE POMPEYA Hay otras cuestiones institucionales preocupantes: entre ellas el desempeño simultáneo de las funciones de policía de seguridad y policía judicial de la Policía Federal Argentina, junto con la Fiscalía descentralizada, que opera habitualmente con determinadas comisarías. Esta mecánica de trabajo conjunta, con excesiva delegación de funciones por parte de la fiscalía hacia la seccional policial, dejando a ésta tomar todos los testimonios, por ejemplo, aparece como una restitución de facto de las facultades de interrogatorio y labrado de actas que luego valen como prueba. No se observó la función garantista que debió cumplir la fiscalía, en tanto no se evidenció que hubiera realizado el menor esfuerzo por garantizar la idoneidad y legalidad de la prueba que casi con exclusividad aportó la Policía. Quizás la cotidianidad de trabajo con las mismas comisarías en el territorio pareciera haber diluido la misión de garantías que corresponde al Ministerio Público y dado paso a una excesiva tolerancia . Esta cuestión estructural desborda los límites de los casos concretos que deben resolver los tribunales pero no pueden ser obviadas por nuestra institución, -la 4 Defensoría del Pueblo de la Ciudad-, que debe analizar las cuestiones sistémicas cuando percibe la debilidad de las garantías que se fueron logrando desde 1983 a la fecha. En relación con los hechos 1 y 2 de la acusación fiscal: Es incomprensible, por ejemplo, que haya sido elevado a juicio oral como semiplenamente probado el hecho delictivo perpetrado el 25-1-05 hora 12.45 en el interior del colectivo 32, interno 26 contra Grovert Cano Escobar, imputándole a Carrera el mismo, cuando se trataba de otro vehículo y no existía nexo alguno de vinculación causal entre el hecho y el imputado. Dicho absurdo motivó que el fiscal actuante ante el tribunal oral resolviera desistir de la acusación sobre el mismo. Sin embargo, tal inclusión absurda deja en evidencia las falencias profesionales previas, ya que -sin prueba alguna- endilgaron ilícitos a quien les pareció, sin ningún criterio de sana lógica. Algo similar ocurre en relación al hecho 2. Tampoco tomó en cuenta la fiscalía –para imputar por el hecho 2- las declaraciones de las víctimas del robo con armas del que resultó damnificado el Sr. Ignes. En efecto, la prueba con la que contó en la instrucción relativa a Ignes, al que retuvieron durante 15 horas en la comisaría, su sobrino y su esposa que presenciaron el hecho, fue la descripción como autor del hecho, con o sin gorra, de alguien que no se acerca siquiera mínimamente al físico de Carrera. Los tres fueron contestes en describir a un sujeto alto, canoso y a su cómplice como morocho de cabello largo con rulos y negaron reconocer en el imputado a la persona que los había asaltado. El Sr. Ignes, además militar en actividad, describió las armas utilizadas para asaltarlo como Browning ambas negras 9 mmm y negó que fuera el revólver Taurus plateado que según la policía fuera secuestrado en el lugar. De la misma manera ninguno de esos testigos, dos de los cuales inician la persecución del auto en el que huyeron los asaltantes, dijeron haber visto en la declaración de ese día, que del auto que perseguían hubiera huido alejándose alguna persona. Sobre el auto había coincidencia en marca, color y vidrios pero ninguno de los tres había visto el dominio, ni tampoco un engranaje particular en la patente.. Con esos datos, si hubieran partido de la presunción de inocencia respecto del imputado, en verdad la fiscalía no tenía elemento alguno de entidad suficiente que pudiera quebrar tal presunción en relación con los robos, quedando sólo el atropellamiento a las personas en la Av. Sáenz como materia de investigación en relación con Carrera. Es bueno a esta altura, recordar a Julio Maier (Der. Procesal Penal I, pag.495) cuando dice que “la falta de certeza representa la imposibilidad del Estado de destruir la situación de 5 inocencia construida por la ley, que ampara al imputado” y que “la duda o aún la probabilidad impiden la condena y desembocan en la absolución”. Este caso resulta preocupante precisamente porque se destruyó la presunción de inocencia de Carrera desde la instrucción misma, acusando como agravante de los homicidios y lesiones el de su comisión “para lograr impunidad”. Ha sido con pruebas insuficientes, por débiles o contradictorias, algunas muy dudosas como la aparición tardía de la constancia del engranaje en la patente, que se elevó a juicio oral, sin haber realizado siquiera una investigación preliminar en relación a las conductas policiales y luego de más de dos años de cometidos los hechos. El deber del Estado como garante del sistema jurídico y de seguridad no aparece como bien cumplido. Demás está decir que todo esto le hace mucho mal a la causa de los Derechos Humanos que nos motiva y que es un eje fundamental en nuestro Estado Democrático. LA PERSECUCIÓN PREVIA A LA MASACRE EN POMPEYA El seguimiento de las audiencias nos deja una amarga sensación de inseguridad, iniciada al evidenciarse la forma en que procedió la Policía Federal en el caso, y que se fue profundizando a medida en que se sucedieron las declaraciones. Cabe recordar que la detención de Fernando Ariel Carrera es la conclusión de un procedimiento policial iniciado a raíz de un hecho de robo con armas en perjuicio de Juan Alcides Ignes. Este procedimiento tenía como propósito la detención de los autores de ese hecho y la recuperación de lo robado. Según la víctima el dinero sustraído era de aproximadamente 750 pesos. El procedimiento se desarrolló de tal modo que, a consecuencia de éste fallecieron tres personas (Edith Elizabeth Custodio, Fernanda Gabriela Silva y Gastón Gabriel Di Lollo), dos sufrieron lesiones graves reiteradas (Verónica Rinaldo y Houyun He) y otras dos sufrieron lesiones leves reiteradas (Julieta Lucía Ficocelli y Min He). Surge también del relato de los hechos efectuado por los testigos presenciales que los policías hicieron fuego con armas de grueso calibre en horas del mediodía en plena Avenida Sáenz frente a la Iglesia de Pompeya, lugar sumamente concurrido. Durante ese procedimiento, los vecinos se vieron en la necesidad de buscar refugio por temor a resultar heridos. No había ocurrido el asalto a un Banco ni un secuestro de personas sino un robo de 750 pesos el que desencadenó un procedimiento a todas luces desproporcionado al ilícito que se pretendió combatir. 6 Uno de los testigos, sobrino del damnificado por el robo, el señor Héctor Osvaldo Vaira, al finalizar su declaración en la audiencia de debate manifestó que “la tragedia ocurrida lo hacía sentir algo culpable, porque si él no seguía a los ladrones no hubiera pasado lo que pasó; que lo robado a su tío se recupera, pero las vidas perdidas y los accidentados, no y ello tal vez no hubiera pasado si se hubieran escapado y listo”. Esta reflexión resulta muy profunda a pesar del lenguaje llano empleado, simplemente porque parte del sentido común. En la misma línea pero partiendo de cualquier doctrina criminológica, es obvio que el estado no debe causar daños a bienes jurídicos mayores que los que pretende proteger. En el caso, para proteger el bien jurídico de la propiedad se puso en peligro la vida y la integridad física de muchas personas a pleno mediodía en una populosa avenida. Aún suponiendo que los presuntos delincuentes fueran violentos y armados corresponde a la autoridad la adopción de precauciones, siguiendo las Directivas para los Funcionarios encargados de Hacer cumplir la ley que forma parte de la normativa policial. El proceder correcto hubiera debido tomar en cuenta estos principios, evitar poner en peligro a terceros y previo verificar si el conductor del vehículo era el mismo que venían persiguiendo tratar de reducirlo sin exponer al público a una balacera. El ejercicio de la fuerza, aunque se trate de la fuerza pública, siempre debe ser empleado como último recurso en forma moderada y limitado a lo estrictamente necesario (moderamen inculpatae tutelae), no sólo porque el exceso resulta contrario al orden jurídico (art. 35 C.P.) sino porque además contribuye a consolidar la tendencia a que nuestra sociedad sea cada vez más violenta. ADEMÁS DE DESPROPORCIONADO, EL PROCEDIMIENTO POLICIAL FUE TEMERARIO En este caso que analizamos, y restringiéndonos exclusivamente a la versión de los hechos formulada por la acusación, tenemos la convicción de que la dimensión trágica de lo ocurrido se debió a graves errores en la forma en la que se planteó y desarrolló el procedimiento tendiente a la detención del o los autores del robo, y la presunción de los perseguidores de que Carrera era uno de ellos sin más datos para fundar dicha presunción que en la similitud de vehículo por marca, color y vidrios. El procedimiento en cuestión se había iniciado por un llamado a la Policía desde el celular de un allegado al damnificado directo. Se desencadenó sin datos identificatorios del rodado más que la marca, el modelo y color del vehículo y de sus cristales, ignorándose el número de la chapa patente, rodado que, por otra parte había sido perdido de vista por los 7 damnificados directos varias cuadras antes del lugar donde estaba detenido Carrera frente a un semáforo con su vehículo legal de iguales características al buscado. Esta secuencia de escasa identificación del automóvil a perseguir, sin certeza de que fuera el de Carrera el mismo perdido de vista minutos antes, no sólo tornaba verosímil la hipótesis del error invocada por el imputado y su defensa, sino que también hubiera ameritado investigar la corrección del operativo de cerrojo ideado que desencadenó los luctuosos hechos posteriores. Son reveladores los testimonios de Héctor Alfredo Guevara, Pedro Daniel Penayo, Carlos Alberto Kwiatkowski y Miguel Arias a la época pertenecientes a la brigada de la Comisaría 36 y Leoncio Gastón Calaza, Jorge Daniel Chávez y Jorge Omar Roldan, entonces integrantes de la brigada de la Comisaría 34, los que ilustraron sobre las dificultades que tuvieron para no perder al vehículo que huía, reconociendo que finalmente lo perdieron. La persecución se inicia sin que se hubiera completado el operativo de cerrojo, vale decir que el único obstáculo real en la ruta de escape de esos delincuentes eran los peatones y los coches que se interponían a su paso. Iniciar una persecución en tal contexto entrañaba obviamente gravísimo riesgo, más aún si -siguiendo los argumentos de la acusación de tratarse de un sujeto peligroso y armado-, al producirse la intercepción en un lugar tan concurrido se produjera un enfrentamiento armado con riesgo para la vida y la integridad física del público. LOS VICIOS EN LA PRUEBA OBTENIDA En la causa en análisis fue posible advertir en las audiencias de debate numerosos vicios en el procedimiento policial posterior, tolerados buenamente por el Ministerio Público Fiscal, a saber: 1.- La recolección de testimonios: en la audiencia de debate se pudo advertir que los testigos Juan Alcides Ignes y Ramón María Martínez no habían leído las declaraciones prestadas en sede policial antes de firmarlas o aparecían afirmando cosas que no se mantuvieron ante el Tribunal. Similar situación se observó en los casos de los testigos Rubén Darío Villafañe, Gustavo Carlos Jarc, César Valdemoros, Rubén Maugeri y Eduardo Daniel Sosa. La mejor muestra de la deficiencia profesional la brinda el policía Juan Alfonso Leyes que declara como testigo en la audiencia del 16/05. Allí dice que lo mandaron a buscar testimonios el día siguiente del hecho, sin comunicarle cómo habían ocurrido los hechos ni los varios lugares donde correspondía recabar información. De los cientos de transeúntes en el momento de los hechos, ninguno había sido apalabrado como testigo no obstante la 8 cantidad de policías actuantes durante varias horas en el lugar, y recién 24 horas después envían a un agente que desconoce los hechos a dejar citaciones a los puesteros del lugar (florista, diariero, etc.) para que testimonien en la seccional, que es la misma que los “cuida” mientras están en su puesto. Del resto de las personas del lugar, según el agente Leyes ninguna sabía nada. Algunos testigos se manifestaron atemorizados, como el caso de Juan Alcides Ignes con relación a lo que pudiera pasarle a su esposa y evidentemente molesto con la policía, y Mirna Paradas Morales. Esta última relató el temor que existe respecto de hablar en contra de la policía a causa de que la mayoría de los casos de “gatillo fácil” ocurrieron en el Bajo Flores. Este estado de ánimo en ciertos núcleos de la población empece a la obtención de pruebas para el esclarecimiento de los casos, cuando la fuerza policial lleva adelante la investigación de hechos en los que podrían estar involucrados sus efectivos. 2.- Conservación de elementos: Tampoco fueron eficaces en lo que concierne a la conservación de elementos presuntamente secuestrados que constituían una importante prueba de cargo. El increíble suceso de las gorras desaparecidas o disueltas en no se sabe cuál inundación, sobre las que nunca hubo coincidencia entre las declaraciones testimoniales y las fotos, pone seriamente en duda ese detalle del procedimiento de “secuestro”. Ni hablar de las vainas servidas no recogidas, y del vehículo al que no se preservó para que las pericias fueran convincentes como surge de la declaración del Comandante de la Gendarmería Nacional Hugo Ariel Iseas, cuya declaración será especial objeto de análisis más adelante. 3.-Pericias y rastros: sorprendió que tampoco hayan sido convincentes las pericias realizadas por la división de Policía Científica de la Policía Federal . La mera comparación de su desempeño con el de los integrantes de la Gendarmería Nacional puso de relieve estas falencias. Así, si tomamos la declaración del Subinspector Sergio Enrique Gigena perito balístico de la PFA, en la audiencia de debate pudimos observar que no podía responder a las preguntas tendientes a determinar la posición de las personas que efectuaron los disparos teniendo en cuenta la trayectoria de los proyectiles que impactaron en el automóvil y el cuerpo de Carrera ya que para ello debía realizar una nueva experticia toda vez que efectuó su dictamen a partir de la inspección ocular del vehículo, armas y orificios encontrados. Tampoco pudo determinar con precisión si determinados disparos habían provenido o no del interior del rodado que conducía el acusado. Al ser interrogado sobre las diferencias que había entre la cantidad de los disparos que tenía el auto y las vainas servidas secuestradas, dijo que todo ello se evalúa en el lugar, que la escena del crimen era desprolija, ya que había combustible, restos de cuerpos humanos, espuma que arrojó el personal de la División Bomberos de la P.F.A., tránsito de otros vehículos hasta que se cortó la circulación y el ir y venir de los ocasionales transeúntes, todo lo cual hacía que se pudieran haber perdido las vainas faltantes. Sostuvo 9 que las escasas vainas que se secuestraron estaban sobre el asfalto al lado del Peugeot 205 blanco. Estas respuestas contrastaron con las que brindó el Comandante de la Gendarmería Nacional Hugo Ariel Iseas quien pudo determinar aunque fuera aproximadamente cuál había sido la posible ubicación de los tiradores y relató que no se pudieron aplicar las técnicas de deflagración de pólvora para determinar la distancia de los disparos en el interior del vehículo sobre el vehículo porque su participación en el peritaje tuvo lugar bastante tiempo después del accidente y el coche había estado bajo la lluvia. También señaló que se encontraron un par de vainas en el interior del rodado bajo el agua. El perito Juan Carlos Godoy, Ingeniero mecánico de la división Ingeniería Vial Forense de la P.F A., no pudo responder si el vehículo que conducía Carrera tenía dirección asistida al ser interrogado en la audiencia de debate. Esta cuestión fue luego aclarada por los dictámenes de los Alfereces de la División Accidentología de la Gendarmería Nacional Juan Antonio Acosta y Juan Carlos Carvajal. El cabo Hugo Fabián Arrieta de la División Laboratorio Químico de la P.F.A. , persona encargada del estudio denominado “Dermotest” que es un procedimiento para levantar o tomar restos de deflagración de pólvora, aclaró que este método es obsoleto, meramente orientativo no de certeza y que el resultado de las pericias no es concluyente ya que cuando el resultado es negativo no significa que la persona no haya disparado. Respondió explícitamente que en sus ocho años de ejercicio y práctica del “dermotest” siempre daba negativo, reconociendo que hay otros métodos pero la División no posee los equipos para realizarlos. Si un test da siempre igualmente negativo ¿para qué lo siguen empleando la PFA? Igualmente a Carrera tampoco le habían hecho siquiera este análisis. En cuanto comprobación de la existencia de la patente rebatible en el vehículo de Carrera se observó que el perito verificador Osvaldo Héctor Taccari –que inspeccionó en primer lugar el auto- declaró que él se limitó a verificar en la dependencia policial la numeración del motor y chasis del vehículo de Carrera aclarando que no tocó las patentes. Muchos días más tarde se realiza la inspección e informe técnico de Gregorio José Lanosa, quien no declaró en la audiencia de debate. En definitiva, hubo que recurrir a los peritos de la Gendarmería y al de parte para tratar de esclarecer algo de las circunstancias relativas al momento de su colocación, por lo que subsisten dudas al respecto. Cuando la labor realizada por la autoridad preventora es deficiente se plantea un dilema de muy difícil solución para los magistrados. Si optan por ser muy exigentes al momento de valorar la prueba producida por la policía descartando aquella que es defectuosa, se corre el riesgo de favorecer la impunidad. 10 En este caso habría que haber descartado tanta que así se entiende que la Dra. Lescano levantara en su voto a la doctrina Massoni in re “Hafez” como una suerte de “in dubio pro policia” para no actuar con prejuicios provenientes de otra época, según su opinión. Sin embargo, el camino de ser tan tolerantes con los errores y fallas de una defectuosa instrucción no es la solución. Primero, porque así no se perfeccionará nunca la institución policial y segundo, por cuanto trae aparejado el incremento de posibilidad de error judicial de condenar injustamente, que es mucho más grave que la impunidad de un culpable. . Reiteremos aquí, que la fiscalía y el Juzgado de instrucción debieron haber sido más rigurosos con la prueba a ofrecer, habida cuenta que, esta democracia ha optado por el sistema acusatorio –no el inquisitivo- y para acusar debe haber pruebas precisas y concordantes que echen por tierra la presunción de inocencia, madre de todas las garantías. LA INSEGURIDAD : Nuestra ciudadanía es temerosa de la delincuencia y dicho temor es justificado. Si el sistema judicial no le exige otro tipo de profesionalidad a la PFA en la prevención y represión del delito, sería razonable que luego no se culpe a la ciudadanía por la sensación de inseguridad. Este caso nos ha dejado como saldo la preocupación en relación con el sistema de garantías de los derechos humanos en sus aspectos de prevención, procedimiento y juzgamiento penal que ofrece déficits en cuanto a su plena vigencia. La Policía Federal Argentina, en esta Ciudad, en la cual ejerce competencias múltiples como policía de seguridad y judicial, inteligencia y prevención, sostiene un cuerpo de agentes en brigadas no uniformadas que operan con dudosa legalidad, particularmente en la zona sur de la ciudad, para lo cual disponen de autos no identificados y cuentan con la tolerancia de la fiscalía descentralizada zonal. Así, los principios garantizadores de los DDHH que sostiene nuestra doctrina y de los que se hacemos gala en los Congresos Internacionales se licúan a la hora de algunos enjuiciamientos, particularmente si se desnaturalizan la presunción de inocencia y el principio del in dubio pro reo, tal como pareció verse a lo largo del proceso seguido contra Fernando Carrera, proceso que concluyó con una condena inusual para uno y ninguna investigación abierta sobre la conducta policial denunciada. 11 Nuestra ciudadanía ha podido así observar en los últimos meses que a quienes cometieron homicidios por correr voluntariamente picadas, (casos Sebastián Cabello o Cristian Aldao) los jueces los condenaron a tres años en suspenso a uno y a cuatro años y medio al otro. O que la pena máxima para un criminal por delitos de lesa humanidad como Cristino Nicolaides no excede la de 25 años según petición fiscal. En cambio al joven Fernando Carrera le han adjudicado treinta años de prisión por homicidios cometidos en dudoso estado de conciencia y luego de un procedimiento policial mal planteado y judicial poco garantista, es decir, que quedó en peor situación que uno de los peores genocidas y muy lejos del reproche penal adjudicado a quienes salieron motu propio a poner en riesgo vidas ajenas haciendo picadas con su auto. Resulta imposible adivinar con qué vara se mide en el sistema penal. Ni bajo cuáles principios de política criminal actúan las brigadas de la zona sur de nuestra ciudad. Por ello no sorprende que en la encuesta de evaluación de policía y administración de justicia realizada por la Universidad de San Andrés, y Gobierno de la Ciudad, en relación con las comunas 4, 8 y 9, es decir, la franja sur urbana, las respuestas de la ciudadanía hayan sido altamente negativas para con ambos sistemas, y la cuestión de la inseguridad permanezca como la principal preocupación de los porteños. Cuando se observa alguna debilidad en la vigencia real de derechos y garantías no es bueno dejarla pasar. En consecuencia, remitiremos estas páginas para su consideración a los funcionarios pertinentes y a la opinión pública, al tiempo que nos manifestamos dispuestos a trabajar junto con otras instituciones en pos de fortalecer el sistema jurídico de derechos humanos en su aplicación real y actual. Buenos Aires, julio de 2007 12