observaciones sobre el caso de fernando carrera

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OBSERVACIONES SOBRE EL CASO DE FERNANDO CARRERA
Durante el desarrollo del Juicio Oral realizado entre los días 7 de mayo al 15 de junio del
corriente año 2007 contra el imputado Fernando Ariel Carrera, caso conocido en los medios
de comunicación como “la masacre de Pompeya” ocurrida el 25 de enero de 2005, esta
Defensoría del Pueblo de la Ciudad en la persona de su titular Dra. Alicia Pierini y el Dr.
Mario Ganora, Jefe de planta de la misma institución, asistieron en calidad de observadores
a las audiencias públicas celebradas.
LA MISIÓN DE LA DEFENSORIA DEL PUEBLO
La Constitución de la Ciudad de Buenos Aires en su art. 137 y la ley n° 3, reglamentaria
establecen el marco normativo para la Defensoría del Pueblo, y determinan su misión
esencial de defender, promover y proteger los Derechos Humanos y demás derechos
vigentes.
El caso concreto que motiva este informe es la causa n° 2253 juzgada por el Tribunal Oral
en lo Criminal n° 14 seguida contra Fernando Ariel Carrera por los delitos de robo con
armas reiterado –dos hechos- (hechos 1 y 2); homicidio agravado por haber sido cometido
para lograr su impunidad reiterado –tres hechos-; lesiones graves y leves agravadas por su
comisión para lograr su impunidad y lesiones graves, leves y daño, también calificadas las
dos primeras por las razones señaladas (hecho 3); abuso de armas (hecho 4) y
encubrimiento agravado por su comisión con ánimo de lucro y portación de arma de guerra
en concurso ideal entre sí (hecho 5); todos los cuales concurren materialmente, si bien ha
recaído sentencia que condenó a 30 años de prisión, el proceso sigue su trámite en razón de
los recursos articulados.
No está en nuestra misión controlar al Poder Judicial cuando lleva adelante su función de
resolver cuestiones que le son sometidas. Hay suficientes normas que establecen los
mecanismos y los recursos de los que pueden valerse las partes para defender sus
pretensiones frente a los abusos o errores en los que pudieran haber incurrido los
magistrados.
En consecuencia, esta Defensoría del Pueblo no se pronuncia sobre el fondo de las
decisiones adoptadas, sino sobre la metodología previa a dichas decisiones y que
seguramente fue condicionante para ellas, así como sobre el grado de vigencia de las
garantías a los derechos humanos que el desarrollo de la causa puso de manifiesto.
Ello porque es nuestra misión constitucional velar por la defensa y protección de los
derechos y garantías de los habitantes frente a hechos, actos u omisiones de las fuerzas que
ejercen funciones de policía de seguridad local (art. 137 CCABA) y por consiguiente
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también observar como jugó el sistema de garantías penales y procesales en el caso, habida
cuenta que recayó una condena de inusual gravedad sobre un imputado sin antecedentes
penales que circulaba con sus documentos legales en regla tanto personales como los del
vehículo que conducía.
RAZONES POR LAS QUE SE OBSERVÓ EL JUICIO ORAL
El tema de la seguridad en la vía pública es el principal problema y preocupación de
nuestros ciudadanos. Las fuerzas de seguridad intervinientes así como la fiscalía territorial
incumben a la protección y justicia de nuestros vecinos, más allá de las dependencias
funcionales orgánicas. De la misma manera las competencias penales de la instrucción y la
etapa oral aún perteneciendo al sistema nacional, producen sus resultados en nuestra
ciudad. En el caso en análisis, el hecho principal ocurrió en territorio porteño y sus víctimas
eran también vecinas de nuestra ciudad.
Es por todo ello, que este organismo constitucional decidió hacerse presente durante el
desarrollo de la etapa pública del proceso y de dicha observación presencial de las
audiencias de debate realizadas han surgido cuestiones atinentes al accionar policial y a
otras agencias estatales que no podemos dejar de mencionar especialmente, sin ánimo de
inmiscuirnos en el proceso ni de inclinar la balanza de la justicia en un sentido o en otro, si
bien no es posible eludir una opinión jurídica, deberá tomarse en cuenta que la misma no es
vinculante ni produce consecuencias legales.
ACERCA DE LA IMPARCIALIDAD DEL TRIBUNAL
El principio de imparcialidad de los jueces al que alude el Pacto de San José de Costa Rica
y todo el resto de la normativa garantizadora aparece –en el caso- como dubitable.
En la sentencia que condena a Fernando A.Carrera hay una apreciación general sobre la
Policía que es una definición política y no jurisdiccional y por tanto abierta también a que
sobre ella podamos expresar nuestra propia opinión.
En efecto, consta en el apartado VI del voto de la Dra. Rosa del Socorro Lescano al que
adhieren los Dres. Hugo Norberto Cataldi y Beatriz Bistué de Soler, una cita del voto del
Dr. José Massoni, formulado en la causa “Hafez, José L.” resuelta. el 24/5/88 por la Sala III
de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional de la Capital, que
expresa la opinión del Tribunal acerca de cómo hay que considerar en general la
actuación de la Policía Federal. En la referida cita se dice “Es inadmisible que se opere
con el prejuicio de que toda la actividad policial es mentirosa y dirigida a perjudicar al
sospechoso. No se trata, naturalmente, de trasladarse al extremo opuesto y conferir
completa credibilidad a los funcionarios, estimando que es una corporación de santos
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cruzados contra la delincuencia. La cuestión es, no más ni menos, sostener la ponderada
actitud y otorgarles categorías de normales ciudadanos que trabajan prestando servicios
como policías, y abandonar la teoría de la conspiración permanente. Creo, honestamente,
que como ahora se puede, se le están endilgando a la institución policial federal culpas
pasadas. La que sufre las consecuencias es la realización plena del derecho a aplicar,
cuando tanto se necesita la restauración de su vigencia, que no aparece retóricamente,
sino caso a caso, concretamente en cada asunto. Las exigencias formales que se ponen
hoy, prejuiciosas y anacrónicas por tardías, que aceptan la pretensión de purismos de
realización práctica imposible, destruyen a su paso, la confiabilidad en las circunstancias
de una detención, las actas de secuestro de efectos, la imparcialidad de una diligencia
identificatoria, en fin, en toda la averiguación inicial”.
Estas consideraciones políticas, invocan como fundamento una jurisprudencia de hace casi
veinte años atrás, cuando recién emergíamos de la dictadura. Aún imaginando que fueran
plausibles en tal momento dichas palabras, (haciendo caso omiso del secuestro Sivack la
“banda de los comisarios” y otros hechos de esa época), levantarlas hoy es ignorar una
larga serie de ilícitos policiales que jalonan los últimos veinte años, durante los cuales
fueron cometidos hechos abusivos o criminales, corruptelas varias y surtidas violaciones al
derecho en las que estuvieron –y aún están- involucradas diferentes jerarquías, incluyendo
la investigación y comprobación de numerosas causas “armadas”, apremios y maltratos,
que llevaron al Poder Ejecutivo Nacional, en todos los gobiernos habidos, a la necesidad de
promover reformas legislativas y orgánicas para reformular las funciones policiales en lo
que atañe a las facultades para detener en averiguación de antecedentes, para actuar en
materia preventiva, para interrogar e incomunicar a los imputados, entre otras.
No pueden olvidarse las investigaciones de la Procuración General de la Nación por el
mentado “armado de causas”, las denuncias públicas de fiscales por la sospechada
vinculación policial con delincuencia organizada, los hechos de violencia institucional
sobre los que ha recibido numerosas denuncias esta Defensoría del Pueblo, las quejas y
movilizaciones populares impulsadas por todo el arco político, sea por violación de
derechos humanos, sea por la inseguridad, o por la ineficiencia en la custodia de bienes y
personas. Toda esa sumatoria de hechos, no permite hablar seriamente de “prejuicios
inadmisibles” sino de atenta prevención sobre el accionar de dicha fuerza sobre todo
en relación al cuerpo de agentes no uniformados que operan temerariamente en vehículos
sin identificación oficial.
Este conocimiento de antecedentes institucionales no se disuelve con el voluntarismo de
solicitar confianza ciega en la institución policial, considerando a sus integrantes, desde
otro prejuicio, como normales ciudadanos que trabajan prestando honestos servicios.
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Grave nos parece pedir que se depongan “las exigencias formales”, o “la pretensión de
purismos de realización práctica imposible” bajo el argumento de que destruirían la
confiabilidad de las actuaciones que ésta realiza.
Son precisamente las fallas sistémicas de esta institución las que la ponen en riesgo de
desconfiabilidad cada vez que se reiteran, comprometiendo también la confiabilidad
en la administración de justicia cuando nada les reprocha, lo que contribuye a
aumentar cada día más la sensación de inseguridad que hoy campea en la ciudad.
Es obviamente correcto partir de la presunción de inocencia para el abordaje de cualquier
hecho que la ley califique como delito, pero en el caso en análisis dicha presunción parece
haber jugado sin imparcialidad, aplicada sólo a favor de los policías intervinientes para no
investigar ninguna de sus conductas sobre las que emergieron dudas y sospechas, y no
aplicada en cambio para evaluar la insuficiencia de prueba acusatoria contra el imputado,
prueba, casi en su totalidad, aportada por los mismos de los que se ha sospechado mal
proceder.
Cabe señalar que la sanción del nuevo Código Procesal Penal, que abandonó el sistema de
pruebas legales imperante en la antigua ley de rito, e introdujo el de la sana crítica para la
valoración de la prueba, estuvo orientado a mejorar el funcionamiento de las garantías
constitucionales y no para empeorarlo.
LA FISCALIA DE POMPEYA
Hay otras cuestiones institucionales preocupantes: entre ellas el desempeño simultáneo de
las funciones de policía de seguridad y policía judicial de la Policía Federal Argentina,
junto con la Fiscalía descentralizada, que opera habitualmente con determinadas
comisarías. Esta mecánica de trabajo conjunta, con excesiva delegación de funciones por
parte de la fiscalía hacia la seccional policial, dejando a ésta tomar todos los testimonios,
por ejemplo, aparece como una restitución de facto de las facultades de interrogatorio y
labrado de actas que luego valen como prueba. No se observó la función garantista que
debió cumplir la fiscalía, en tanto no se evidenció que hubiera realizado el menor
esfuerzo por garantizar la idoneidad y legalidad de la prueba que casi con
exclusividad aportó la Policía.
Quizás la cotidianidad de trabajo con las mismas comisarías en el territorio pareciera haber
diluido la misión de garantías que corresponde al Ministerio Público y dado paso a una
excesiva tolerancia . Esta cuestión estructural desborda los límites de los casos concretos
que deben resolver los tribunales pero no pueden ser obviadas por nuestra institución, -la
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Defensoría del Pueblo de la Ciudad-, que debe analizar las cuestiones sistémicas cuando
percibe la debilidad de las garantías que se fueron logrando desde 1983 a la fecha.
En relación con los hechos 1 y 2 de la acusación fiscal:
Es incomprensible, por ejemplo, que haya sido elevado a juicio oral como semiplenamente
probado el hecho delictivo perpetrado el 25-1-05 hora 12.45 en el interior del colectivo 32,
interno 26 contra Grovert Cano Escobar, imputándole a Carrera el mismo, cuando se
trataba de otro vehículo y no existía nexo alguno de vinculación causal entre el hecho y el
imputado. Dicho absurdo motivó que el fiscal actuante ante el tribunal oral resolviera
desistir de la acusación sobre el mismo.
Sin embargo, tal inclusión absurda deja en evidencia las falencias profesionales previas, ya
que -sin prueba alguna- endilgaron ilícitos a quien les pareció, sin ningún criterio de sana
lógica. Algo similar ocurre en relación al hecho 2.
Tampoco tomó en cuenta la fiscalía –para imputar por el hecho 2- las declaraciones de las
víctimas del robo con armas del que resultó damnificado el Sr. Ignes.
En efecto, la prueba con la que contó en la instrucción relativa a Ignes, al que retuvieron
durante 15 horas en la comisaría, su sobrino y su esposa que presenciaron el hecho, fue la
descripción como autor del hecho, con o sin gorra, de alguien que no se acerca siquiera
mínimamente al físico de Carrera. Los tres fueron contestes en describir a un sujeto alto,
canoso y a su cómplice como morocho de cabello largo con rulos y negaron reconocer en el
imputado a la persona que los había asaltado.
El Sr. Ignes, además militar en actividad, describió las armas utilizadas para asaltarlo como
Browning ambas negras 9 mmm y negó que fuera el revólver Taurus plateado que según la
policía fuera secuestrado en el lugar. De la misma manera ninguno de esos testigos, dos de
los cuales inician la persecución del auto en el que huyeron los asaltantes, dijeron haber
visto en la declaración de ese día, que del auto que perseguían hubiera huido alejándose
alguna persona. Sobre el auto había coincidencia en marca, color y vidrios pero ninguno de
los tres había visto el dominio, ni tampoco un engranaje particular en la patente..
Con esos datos, si hubieran partido de la presunción de inocencia respecto del imputado, en
verdad la fiscalía no tenía elemento alguno de entidad suficiente que pudiera quebrar tal
presunción en relación con los robos, quedando sólo el atropellamiento a las personas en la
Av. Sáenz como materia de investigación en relación con Carrera.
Es bueno a esta altura, recordar a Julio Maier (Der. Procesal Penal I, pag.495) cuando dice
que “la falta de certeza representa la imposibilidad del Estado de destruir la situación de
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inocencia construida por la ley, que ampara al imputado” y que “la duda o aún la
probabilidad impiden la condena y desembocan en la absolución”.
Este caso resulta preocupante precisamente porque se destruyó la presunción de inocencia
de Carrera desde la instrucción misma, acusando como agravante de los homicidios y
lesiones el de su comisión “para lograr impunidad”.
Ha sido con pruebas insuficientes, por débiles o contradictorias, algunas muy dudosas como
la aparición tardía de la constancia del engranaje en la patente, que se elevó a juicio oral,
sin haber realizado siquiera una investigación preliminar en relación a las conductas
policiales y luego de más de dos años de cometidos los hechos.
El deber del Estado como garante del sistema jurídico y de seguridad no aparece como bien
cumplido. Demás está decir que todo esto le hace mucho mal a la causa de los Derechos
Humanos que nos motiva y que es un eje fundamental en nuestro Estado Democrático.
LA PERSECUCIÓN PREVIA A LA MASACRE EN POMPEYA
El seguimiento de las audiencias nos deja una amarga sensación de inseguridad, iniciada al
evidenciarse la forma en que procedió la Policía Federal en el caso, y que se fue
profundizando a medida en que se sucedieron las declaraciones.
Cabe recordar que la detención de Fernando Ariel Carrera es la conclusión de un
procedimiento policial iniciado a raíz de un hecho de robo con armas en perjuicio de Juan
Alcides Ignes. Este procedimiento tenía como propósito la detención de los autores de ese
hecho y la recuperación de lo robado. Según la víctima el dinero sustraído era de
aproximadamente 750 pesos. El procedimiento se desarrolló de tal modo que, a
consecuencia de éste fallecieron tres personas (Edith Elizabeth Custodio, Fernanda
Gabriela Silva y Gastón Gabriel Di Lollo), dos sufrieron lesiones graves reiteradas
(Verónica Rinaldo y Houyun He) y otras dos sufrieron lesiones leves reiteradas (Julieta
Lucía Ficocelli y Min He).
Surge también del relato de los hechos efectuado por los testigos presenciales que los
policías hicieron fuego con armas de grueso calibre en horas del mediodía en plena
Avenida Sáenz frente a la Iglesia de Pompeya, lugar sumamente concurrido. Durante ese
procedimiento, los vecinos se vieron en la necesidad de buscar refugio por temor a resultar
heridos. No había ocurrido el asalto a un Banco ni un secuestro de personas sino un robo de
750 pesos el que desencadenó un procedimiento a todas luces desproporcionado al ilícito
que se pretendió combatir.
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Uno de los testigos, sobrino del damnificado por el robo, el señor Héctor Osvaldo Vaira, al
finalizar su declaración en la audiencia de debate manifestó que “la tragedia ocurrida lo
hacía sentir algo culpable, porque si él no seguía a los ladrones no hubiera pasado lo que
pasó; que lo robado a su tío se recupera, pero las vidas perdidas y los accidentados, no y
ello tal vez no hubiera pasado si se hubieran escapado y listo”. Esta reflexión resulta muy
profunda a pesar del lenguaje llano empleado, simplemente porque parte del sentido
común. En la misma línea pero partiendo de cualquier doctrina criminológica, es obvio que
el estado no debe causar daños a bienes jurídicos mayores que los que pretende proteger.
En el caso, para proteger el bien jurídico de la propiedad se puso en peligro la vida y la
integridad física de muchas personas a pleno mediodía en una populosa avenida.
Aún suponiendo que los presuntos delincuentes fueran violentos y armados corresponde a
la autoridad la adopción de precauciones, siguiendo las Directivas para los Funcionarios
encargados de Hacer cumplir la ley que forma parte de la normativa policial.
El proceder correcto hubiera debido tomar en cuenta estos principios, evitar poner en
peligro a terceros y previo verificar si el conductor del vehículo era el mismo que venían
persiguiendo tratar de reducirlo sin exponer al público a una balacera.
El ejercicio de la fuerza, aunque se trate de la fuerza pública, siempre debe ser empleado
como último recurso en forma moderada y limitado a lo estrictamente necesario
(moderamen inculpatae tutelae), no sólo porque el exceso resulta contrario al orden jurídico
(art. 35 C.P.) sino porque además contribuye a consolidar la tendencia a que nuestra
sociedad sea cada vez más violenta.
ADEMÁS DE DESPROPORCIONADO, EL PROCEDIMIENTO POLICIAL FUE
TEMERARIO
En este caso que analizamos, y restringiéndonos exclusivamente a la versión de los hechos
formulada por la acusación, tenemos la convicción de que la dimensión trágica de lo
ocurrido se debió a graves errores en la forma en la que se planteó y desarrolló el
procedimiento tendiente a la detención del o los autores del robo, y la presunción de los
perseguidores de que Carrera era uno de ellos sin más datos para fundar dicha presunción
que en la similitud de vehículo por marca, color y vidrios.
El procedimiento en cuestión se había iniciado por un llamado a la Policía desde el celular
de un allegado al damnificado directo. Se desencadenó sin datos identificatorios del rodado
más que la marca, el modelo y color del vehículo y de sus cristales, ignorándose el número
de la chapa patente, rodado que, por otra parte había sido perdido de vista por los
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damnificados directos varias cuadras antes del lugar donde estaba detenido Carrera frente a
un semáforo con su vehículo legal de iguales características al buscado.
Esta secuencia de escasa identificación del automóvil a perseguir, sin certeza de que fuera
el de Carrera el mismo perdido de vista minutos antes, no sólo tornaba verosímil la
hipótesis del error invocada por el imputado y su defensa, sino que también hubiera
ameritado investigar la corrección del operativo de cerrojo ideado que desencadenó los
luctuosos hechos posteriores.
Son reveladores los testimonios de Héctor Alfredo Guevara, Pedro Daniel Penayo, Carlos
Alberto Kwiatkowski y Miguel Arias a la época pertenecientes a la brigada de la Comisaría
36 y Leoncio Gastón Calaza, Jorge Daniel Chávez y Jorge Omar Roldan, entonces
integrantes de la brigada de la Comisaría 34, los que ilustraron sobre las dificultades que
tuvieron para no perder al vehículo que huía, reconociendo que finalmente lo perdieron.
La persecución se inicia sin que se hubiera completado el operativo de cerrojo, vale decir
que el único obstáculo real en la ruta de escape de esos delincuentes eran los peatones y los
coches que se interponían a su paso. Iniciar una persecución en tal contexto entrañaba
obviamente gravísimo riesgo, más aún si -siguiendo los argumentos de la acusación de
tratarse de un sujeto peligroso y armado-, al producirse la intercepción en un lugar tan
concurrido se produjera un enfrentamiento armado con riesgo para la vida y la integridad
física del público.
LOS VICIOS EN LA PRUEBA OBTENIDA
En la causa en análisis fue posible advertir en las audiencias de debate numerosos vicios en
el procedimiento policial posterior, tolerados buenamente por el Ministerio Público
Fiscal, a saber:
1.- La recolección de testimonios: en la audiencia de debate se pudo advertir que los
testigos Juan Alcides Ignes y Ramón María Martínez no habían leído las declaraciones
prestadas en sede policial antes de firmarlas o aparecían afirmando cosas que no se
mantuvieron ante el Tribunal. Similar situación se observó en los casos de los testigos
Rubén Darío Villafañe, Gustavo Carlos Jarc, César Valdemoros, Rubén Maugeri y Eduardo
Daniel Sosa.
La mejor muestra de la deficiencia profesional la brinda el policía Juan Alfonso Leyes que
declara como testigo en la audiencia del 16/05. Allí dice que lo mandaron a buscar
testimonios el día siguiente del hecho, sin comunicarle cómo habían ocurrido los hechos ni
los varios lugares donde correspondía recabar información. De los cientos de transeúntes en
el momento de los hechos, ninguno había sido apalabrado como testigo no obstante la
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cantidad de policías actuantes durante varias horas en el lugar, y recién 24 horas después
envían a un agente que desconoce los hechos a dejar citaciones a los puesteros del lugar
(florista, diariero, etc.) para que testimonien en la seccional, que es la misma que los
“cuida” mientras están en su puesto. Del resto de las personas del lugar, según el agente
Leyes ninguna sabía nada.
Algunos testigos se manifestaron atemorizados, como el caso de Juan Alcides Ignes con
relación a lo que pudiera pasarle a su esposa y evidentemente molesto con la policía, y
Mirna Paradas Morales. Esta última relató el temor que existe respecto de hablar en contra
de la policía a causa de que la mayoría de los casos de “gatillo fácil” ocurrieron en el Bajo
Flores. Este estado de ánimo en ciertos núcleos de la población empece a la obtención de
pruebas para el esclarecimiento de los casos, cuando la fuerza policial lleva adelante la
investigación de hechos en los que podrían estar involucrados sus efectivos.
2.- Conservación de elementos: Tampoco fueron eficaces en lo que concierne a la
conservación de elementos presuntamente secuestrados que constituían una importante
prueba de cargo. El increíble suceso de las gorras desaparecidas o disueltas en no se sabe
cuál inundación, sobre las que nunca hubo coincidencia entre las declaraciones
testimoniales y las fotos, pone seriamente en duda ese detalle del procedimiento de
“secuestro”. Ni hablar de las vainas servidas no recogidas, y del vehículo al que no se
preservó para que las pericias fueran convincentes como surge de la declaración del
Comandante de la Gendarmería Nacional Hugo Ariel Iseas, cuya declaración será especial
objeto de análisis más adelante.
3.-Pericias y rastros: sorprendió que tampoco hayan sido convincentes las pericias
realizadas por la división de Policía Científica de la Policía Federal .
La mera comparación de su desempeño con el de los integrantes de la Gendarmería
Nacional puso de relieve estas falencias. Así, si tomamos la declaración del Subinspector
Sergio Enrique Gigena perito balístico de la PFA, en la audiencia de debate pudimos
observar que no podía responder a las preguntas tendientes a determinar la posición de las
personas que efectuaron los disparos teniendo en cuenta la trayectoria de los proyectiles
que impactaron en el automóvil y el cuerpo de Carrera ya que para ello debía realizar una
nueva experticia toda vez que efectuó su dictamen a partir de la inspección ocular del
vehículo, armas y orificios encontrados. Tampoco pudo determinar con precisión si
determinados disparos habían provenido o no del interior del rodado que conducía el
acusado. Al ser interrogado sobre las diferencias que había entre la cantidad de los disparos
que tenía el auto y las vainas servidas secuestradas, dijo que todo ello se evalúa en el lugar,
que la escena del crimen era desprolija, ya que había combustible, restos de cuerpos
humanos, espuma que arrojó el personal de la División Bomberos de la P.F.A., tránsito de
otros vehículos hasta que se cortó la circulación y el ir y venir de los ocasionales
transeúntes, todo lo cual hacía que se pudieran haber perdido las vainas faltantes. Sostuvo
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que las escasas vainas que se secuestraron estaban sobre el asfalto al lado del Peugeot 205
blanco.
Estas respuestas contrastaron con las que brindó el Comandante de la Gendarmería
Nacional Hugo Ariel Iseas quien pudo determinar aunque fuera aproximadamente cuál
había sido la posible ubicación de los tiradores y relató que no se pudieron aplicar las
técnicas de deflagración de pólvora para determinar la distancia de los disparos en el
interior del vehículo sobre el vehículo porque su participación en el peritaje tuvo lugar
bastante tiempo después del accidente y el coche había estado bajo la lluvia.
También señaló que se encontraron un par de vainas en el interior del rodado bajo el agua.
El perito Juan Carlos Godoy, Ingeniero mecánico de la división Ingeniería Vial Forense de
la P.F A., no pudo responder si el vehículo que conducía Carrera tenía dirección asistida al
ser interrogado en la audiencia de debate. Esta cuestión fue luego aclarada por los
dictámenes de los Alfereces de la División Accidentología de la Gendarmería Nacional
Juan Antonio Acosta y Juan Carlos Carvajal.
El cabo Hugo Fabián Arrieta de la División Laboratorio Químico de la P.F.A. , persona
encargada del estudio denominado “Dermotest” que es un procedimiento para levantar o
tomar restos de deflagración de pólvora, aclaró que este método es obsoleto, meramente
orientativo no de certeza y que el resultado de las pericias no es concluyente ya que cuando
el resultado es negativo no significa que la persona no haya disparado. Respondió
explícitamente que en sus ocho años de ejercicio y práctica del “dermotest” siempre daba
negativo, reconociendo que hay otros métodos pero la División no posee los equipos para
realizarlos. Si un test da siempre igualmente negativo ¿para qué lo siguen empleando la
PFA? Igualmente a Carrera tampoco le habían hecho siquiera este análisis.
En cuanto comprobación de la existencia de la patente rebatible en el vehículo de Carrera
se observó que el perito verificador Osvaldo Héctor Taccari –que inspeccionó en primer
lugar el auto- declaró que él se limitó a verificar en la dependencia policial la numeración
del motor y chasis del vehículo de Carrera aclarando que no tocó las patentes.
Muchos días más tarde se realiza la inspección e informe técnico de Gregorio José Lanosa,
quien no declaró en la audiencia de debate. En definitiva, hubo que recurrir a los peritos de
la Gendarmería y al de parte para tratar de esclarecer algo de las circunstancias relativas al
momento de su colocación, por lo que subsisten dudas al respecto.
Cuando la labor realizada por la autoridad preventora es deficiente se plantea un dilema de
muy difícil solución para los magistrados. Si optan por ser muy exigentes al momento de
valorar la prueba producida por la policía descartando aquella que es defectuosa, se corre el
riesgo de favorecer la impunidad.
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En este caso habría que haber descartado tanta que así se entiende que la Dra. Lescano
levantara en su voto a la doctrina Massoni in re “Hafez” como una suerte de “in dubio pro
policia” para no actuar con prejuicios provenientes de otra época, según su opinión.
Sin embargo, el camino de ser tan tolerantes con los errores y fallas de una defectuosa
instrucción no es la solución. Primero, porque así no se perfeccionará nunca la institución
policial y segundo, por cuanto trae aparejado el incremento de posibilidad de error judicial
de condenar injustamente, que es mucho más grave que la impunidad de un culpable. .
Reiteremos aquí, que la fiscalía y el Juzgado de instrucción debieron haber sido más
rigurosos con la prueba a ofrecer, habida cuenta que, esta democracia ha optado por
el sistema acusatorio –no el inquisitivo- y para acusar debe haber pruebas precisas y
concordantes que echen por tierra la presunción de inocencia, madre de todas las
garantías.
LA INSEGURIDAD :
Nuestra ciudadanía es temerosa de la delincuencia y dicho temor es justificado. Si el
sistema judicial no le exige otro tipo de profesionalidad a la PFA en la prevención y
represión del delito, sería razonable que luego no se culpe a la ciudadanía por la sensación
de inseguridad.
Este caso nos ha dejado como saldo la preocupación en relación con el sistema de garantías
de los derechos humanos en sus aspectos de prevención, procedimiento y juzgamiento
penal que ofrece déficits en cuanto a su plena vigencia.
La Policía Federal Argentina, en esta Ciudad, en la cual ejerce competencias múltiples
como policía de seguridad y judicial, inteligencia y prevención, sostiene un cuerpo de
agentes en brigadas no uniformadas que operan con dudosa legalidad, particularmente en la
zona sur de la ciudad, para lo cual disponen de autos no identificados y cuentan con la
tolerancia de la fiscalía descentralizada zonal.
Así, los principios garantizadores de los DDHH que sostiene nuestra doctrina y de los que
se hacemos gala en los Congresos Internacionales se licúan a la hora de algunos
enjuiciamientos, particularmente si se desnaturalizan la presunción de inocencia y el
principio del in dubio pro reo, tal como pareció verse a lo largo del proceso seguido contra
Fernando Carrera, proceso que concluyó con una condena inusual para uno y ninguna
investigación abierta sobre la conducta policial denunciada.
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Nuestra ciudadanía ha podido así observar en los últimos meses que a quienes cometieron
homicidios por correr voluntariamente picadas, (casos Sebastián Cabello o Cristian Aldao)
los jueces los condenaron a tres años en suspenso a uno y a cuatro años y medio al otro. O
que la pena máxima para un criminal por delitos de lesa humanidad como Cristino
Nicolaides no excede la de 25 años según petición fiscal.
En cambio al joven Fernando Carrera le han adjudicado treinta años de prisión por
homicidios cometidos en dudoso estado de conciencia y luego de un procedimiento policial
mal planteado y judicial poco garantista, es decir, que quedó en peor situación que uno de
los peores genocidas y muy lejos del reproche penal adjudicado a quienes salieron motu
propio a poner en riesgo vidas ajenas haciendo picadas con su auto.
Resulta imposible adivinar con qué vara se mide en el sistema penal. Ni bajo cuáles
principios de política criminal actúan las brigadas de la zona sur de nuestra ciudad.
Por ello no sorprende que en la encuesta de evaluación de policía y administración de
justicia realizada por la Universidad de San Andrés, y Gobierno de la Ciudad, en relación
con las comunas 4, 8 y 9, es decir, la franja sur urbana, las respuestas de la ciudadanía
hayan sido altamente negativas para con ambos sistemas, y la cuestión de la inseguridad
permanezca como la principal preocupación de los porteños.
Cuando se observa alguna debilidad en la vigencia real de derechos y garantías no es bueno
dejarla pasar. En consecuencia, remitiremos estas páginas para su consideración a los
funcionarios pertinentes y a la opinión pública, al tiempo que nos manifestamos dispuestos
a trabajar junto con otras instituciones en pos de fortalecer el sistema jurídico de derechos
humanos en su aplicación real y actual.
Buenos Aires, julio de 2007
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