L’AUTORITAT I LA LLIBERTAT FEMENINA La libertad femenina fue descubierta a finales de los años sesenta del siglo XX por Lia Cigarini, una de las fundadoras de la Librería de mujeres de Milán. Fue un proceso de toma de conciencia que partía de les relaciones políticas con hombres y mujeres en las juventudes comunistas de Italia. Después de años de militancia quedó muda, sin palabras y conoció a otra mujer del movimiento feminista milanés que se encontraba en la misma situación. Ambas fundaron un movimiento de autoconciencia, un grupo sólo de mujeres, para halar de ellas y del mundo. Esta experiencia, las llevó a descubrir la existencia de la libertad femenina como una “experiencia distinta, no reducible, ni tampoco contraria, a la libertad masculina” o aparentemente neutra. Descubrir la libertad femenina consistió en la toma de conciencia de que la libertad humana es sexuada; es decir, no sirve igual para mujeres y para hombres ni da tampoco la misma felicidad. La libertad femenina es una sensación de libertad que nace del acoger el propio ser mujer, no de emanciparse de ello. Una descubre entonces que a una mujer la libertad le pertenece por su ser mujer, no a pesar de su sexo. […] Desde el Humanismo y el Renacimiento, la mayoría de los hombres han entendido la libertad “como un conjunto de derechos asignados a un individuo/a para que se defienda de la sociedad, para que pueda actuar”. Este modo de entender la libertad es propio del individualismo moderno. En cambio, la libertad femenina se afirma como “libertad relacional, no individualista”,, porque, históricamente, el modo más comúnmente femenino de entender la libertad ha sido y es, precisamente, en relación; o sea, con “vínculo, con intercambio y con medida”. En el movimiento político de las mujeres del último tercio del siglo XX, el descubrimiento de la libertad femenina vivida y entendida como libertad relacional llevó más tarde a otro gran descubrimiento: la autoridad femenina. La autoridad femenina nace de mi reconocer a otra como medida del mundo, como mediadora con lo real. Puesto así, parece fácil, pero ha sido una de las figuras para decir la diferencia de ser mujer que ha chocado con más hostilidad dentro y fuera del feminismo. […] Cuando en esos años, las feministas hablábamos de autoridad, decíamos que la autoridad era poder culturalmente reconocido y legitimado; y añadíamos que les estaba estrictamente reservada a los hombres. El poder, en cambio –decíamos entonces- lo adquirían principalmente los hombres, pero no nos era negado a las mujeres. […] Georges Duby pudo escribir varios años después (1988) en la Historia de las mujeres en Occidente, que las trovadoras no existieron, sino que fueron un invento de los trovadores. Lo dijo y no pasó nada hasta que Marirí Martinengo, en un libro muy bello sobre las trovadoras, afirmó que lo que había fallado era la falta de autoridad, el reconocimiento y la circulación de autoridad femenina en el mundo de hoy. ¿Qué es entonces la autoridad y en que se distingue del poder? Autoridad es una palabra que procede del latín augere, que quiere decir “crecer, acrecentar”. Lia Cigarini ha dicho de ella que es un más, que es una cualidad simbólica de las relaciones, y que “es una figura del intercambio; no se encarna, pues, en ninguna mujer, sino que existe en tanto que circula”. Es un más que crea, que genera, la relación por la relación, por estar sencillamente en relación; un más que está a disposición de quien lo reconozca y desee y logre acogerlo. Este más es una cualidad simbólica (simbólica, no metafórica, o sea, dice lo que es, no lo reemplaza); no es, por tanto, mensurable a peso o en cifras sino en términos de su capacidad para abrir espacios de realidad: es medible en términos de su capacidad de desplazar barreras de lo decible en un lugar y tiempo determinados. [..] La autoridad se distingue del poder en que la autoridad es de quien la reconoce, frente al poder, que es de quien lo ostenta y ejerce sobre otras u otros. […] La autoridad, por tanto, se reconoce y se deja de reconocer, es una relación que se enlaza y se desenlaza: está hecha para circular, no para establecerse. No funda, por tanto, ética. No se trata de sustituir una ética deficiente por otra mejor, una ética de cuya concepción hemos estado ausentes las mujeres por otra en la que estemos presentes. No, porque en estas sustituciones no hay revolución simbólica. Las filósofas de la comunidad Diótima de la Universidad de Verona, han escrito que la autoridad es de raíz femenina, porque, históricamente, se configuran en torno a ella los significados de las relaciones de disparidad –no de desigualdad- entre las criaturas humanas. Las mujeres tenemos, con mucha frecuencia, un saber especial de la relación de disparidad, de las relaciones sin poder, de la relación sin fin: de las relaciones que quedan fuera del campo semántico del poder. Este saber especial está vinculado con la capacidad de ser dos que es propia del cuerpo femenino. Aquest text, una mica resumit, pertany a l’obra de MARIA MILAGROS RIVERA GARRETAS, La diferencia sexual en la historia. (2005) Publicacions de la Universitat de València (pàgs. 41-49).