Autoridad y formas de ejercerla Estilos de autoridad: Autoritaria, permisiva, indecisa y dialogante. Es importante hacer notar que uno de los estilos es más típico que los otros dos; el estilo es normalmente un producto de la personalidad y de la experiencia. A. Estilo directivo y autoritario Uno de los problemas en la relación de autoridad es el autoritarismo, venga del superior o venga de los hermanos o hermanas. El autoritario, ama el poder por el poder, lo disputa, es incapaz de soportar la crítica, por eso desacredita una búsqueda novedosa, ignora un servicio valioso, hace comentarios de doble sentido, usa la ironía. La persona autoritaria acusa fácilmente a los otros, sobre todo si siente que es alguien que se constituye en amenaza para su poder. Le gusta que lo reconozcan como autoridad y hace que los demás le tengan cierto temor: muchas veces humilla, sanciona, amenaza, y no favorece las buenas relaciones entre las personas, porque en el fondo se siente inseguro y tiene baja estima de sí.. El autoritarismo, es una forma abusiva de ejercer la autoridad. El error del autoritarismo tiene serias consecuencias en las personas, porque al sentirse sometidas a una presión autoritaria van creando un bajo concepto de sí mismas, se vuelven pasivas, dependientes, conformistas, pero con un conformismo solapado, porque en el fondo se siente rebeldía. El autoritario se caracteriza por ser rígido, poco flexible, comprensivo, duda de la capacidad de los otros, y se hace incapaz de cambiar de opinión. Es intolerante, cree que lo sabe todo y le cuesta aceptar cualquier propuesta nueva, no admite que cuestionen lo suyo. Es incapaz de valorar a los otros, y siente cierta envidia de los que destacan, por eso no acepta cualquier equivocación o sugerencia de cambio. Se muestra dominante, a fin de conseguir lo que quiere, con eso lo que logra es que la gente se quede tranquila porque ya hay alguien que decide y así evita toda responsabilidad, pero como dije anteriormente, guardando interiormente rebeldía y a veces un poco de rencor. Esto crea una problemática que no ayuda al crecimiento de los miembros de la comunidad: Como la persona autoritaria se siente amenazada ante cualquier opinión en contra de sus pensamientos, decisiones, causa un régimen de sometimiento, de falta de libertad. La persona se siente anulada. El que tiene una personalidad autoritaria generalmente obedece ciegamente a la autoridad, se aferra a las normas, y quiere que quienes están bajo su autoridad le sean incondicionales. Este tipo de personalidades quizá en la niñez o han sido muy protegidos, o muy desatendidos y se han acostumbrado a salirse con la suya, se vuelven inflexibles, agresivos, porque no toleran que nadie les diga lo que tienen que hacer o recibir críticas por algo que han dicho o hecho, se creen dueños de la verdad, intolerantes, exigen obediencia ciega de quienes trabajan o viven con ellos. En el fondo son inseguros y tienen una autoestima muy baja. B. Permisiva, dejar hacer Una persona con el estilo permisivo, de ‘dejar hacer’, es alguien que no tiene control sobre las decisiones. Este tipo de Superior deja a los otros solucionar, a su estilo y normas, el desarrollo del trabajo, y se involucra muy poco en el proceso. El que ejerce la autoridad y simplemente “deja hacer”, corre el peligro de desconectarse de la situación y probablemente se lleve sorpresas enormes. En la actualidad se emplea mucho este estilo permisivo, quizá porque se busca la aceptación por parte de todos, y lo que puede crear caos en la comunidad, porque cada cual siente que puede hacer lo que quiere, generalmente se pierde el norte en la exigencia de vida comunitaria, porque hay "mucha libertad", Se cambian las reglas frecuentemente y se genera desorden porque no se sabe lo que hay que hacer. La autoridad olvida su rol de orientador, acompañante en el crecimiento vocacional y con frecuencia se excusa diciendo que hay mucho trabajo y como no saben dar un no en determinado momento, evitan el conflicto a toda costa, se muestran complacientes y por ese deseo de agradar a todos y en todo, dejan hacer. Es casi lo opuesto al autoritario. La comunidad se siente desorientada, se siente sola. La autoridad es un servicio y si es permisiva hace daño. Malo es el autoritarismo, pero también es dañino el permisivismo porque lleva al desorden, al descontento, a la poca exigencia. Yendo más al fondo, se encuentra también una personalidad insegura, con un profundo deseo de reconocimiento y aceptación de los demás que compensen su poca valoración de sí mismo. Estilo indeciso: En las personas indecisas cualquier decisión es un problema y la alargan hasta tal punto que les produce un mar de dudas, de confusión, el miedo a tomar una decisión equivocada hace que prorroguen su decisión o simplemente que no tomen ninguna, que en muchas ocasiones es lo peor. La característica que define a las personas indecisas es la inseguridad, esta inseguridad es un reflejo de la falta de confianza en sí mismos y de falta de autoestima. Estas personas no quieren decidir porque no se consideran capaces de hacerlo con acierto, por eso prefieren que sean otros quienes decidan por ellos. Tienen terror a equivocarse. Ante cualquier decisión los llena el miedo al fracaso. Ante cualquier problema que se les plantea, tienden a valorar más los inconvenientes que pueden derivarse de su decisión que las ventajas. En vez de hacer un análisis reflexivo sobre las ventajas e inconvenientes que plantea cualquier situación, lo que hacen es enfatizar los aspectos negativos y esto los lleva a agobiarse y a no querer decidir. Prefieren que las cosas se queden como están, ya que opinan que todo puede empeorar. A las personas indecisas no les gusta arriesgar y los agobia la responsabilidad, en muchas ocasiones prefieren tener a alguien cerca en el que se puedan apoyar, que les sirva de consejero y que cuando sea necesario decida por ellos y así no enfrentarse con el tener que decidir. Hay un tipo de personas indecisas a las que les cuesta enormemente elegir cualquier opción porque buscan la decisión perfecta, aquella que les dé una seguridad absoluta de éxito y rechazan cualquier opción porque siempre le ven algún defecto. Esta forma de ejercer la autoridad también es muy negativa para el desarrollo de cada uno de los miembros de la comunidad y para la comunidad como cuerpo, porque parece que se está siempre en terreno poco seguro, falta dirección y acompañamiento. Así, la comunidad no puede avanzar ni espiritual, ni apostólicamente, al contrario se crea descontento y falta de exigencia. Estilo Dialogante Una autoridad con un estilo dialogante toma las decisiones después de consultar ya sea a su Consejo o a la comunidad. Este estilo implica la participación de las personas. Sabe para dónde quiere ir, pero al mismo tiempo valora a cada uno de los de la comunidad, los conoce porque sabe acompañarlos y caminar con ellos. Tiene una autoridad que además de ser recibida, la ha ganado por su coherencia de vida, se esfuerza por vivir lo que quiere que la comunidad viva. Se conoce a sí mismo con sus debilidades y fortalezas, sabe aceptar errores y éxitos sin que eso, determine lo que es. Es estable, objetivo, claro y sincero por eso la comunidad acepta y acoge su liderazgo. Tiene una sana estima de sí misma, basada en el saberse y sentirse amada por Dios, criatura suya, Hija suya. El dialogante sabe animar a la participación del grupo y es inclusivo, valora los aportes que se le dan los otros hermanos, explica lo positivo y lo negativo de las decisiones que han de tomarse, es persona de discernimiento y estimula a todos para serlo. Es motivador y animador y ayuda al desarrollo y puesta en práctica de los talentos y dones recibidos. Tiene claro que la autoridad es un servicio para el crecimiento de cada persona y del Reino de Dios y sabe diferenciarla de lo que es el simple ejercicio del poder. Ayuda a cada uno a buscar el querer de Dios y crea un clima de sana libertad y deseo de ser mejores y vivir en profundidad su consagración. REFLEXIÓN SOBRE LA AUTORIDAD ¿Qué entendemos por autoridad? Algunos sostienen que la palabra autoridad viene del latín auctor, que significa autor, fuente. Otros, afirman que “la palabra autoridad viene del verbo latino augere, que significa literalmente aumentar, acrecentar, desarrollar, hacer crecer, dar vigor, robustecer, hacer prosperar, sostener, elevar facilitar, promocionar y dirigir a las personas hacia el cumplimiento de sus propios fines, según la recta razón y la justicia. El derecho romano distinguía entre dos conceptos relevantes y muy precisos: la “auctoritas” y la “potestas”, la autoridad y la fuerza. La auctoritas viene del verbo augere, y puede traducirse como la acción de sostener, elevar, facilitar. Por el contrario, la función de la potestas, del poder es la imposición a la fuerza cuando es injusto el comportamiento de las personas y la racionalidad de la justicia así lo exige. Conviene no confundir la autoridad con la fuerza, a pesar de que la una necesite de la otra. El poder jamás debe sustituir a la autoridad, porque toda sociedad requiere un orden, una dirección y organización. Se puede por tanto afirmar que toda autoridad, en cualquier campo, es la cualidad y la calidad, la fuerza y la virtud que sirven para hacer crecer a otra persona, llegando a convertirla en lo que tiene que ser. Jesús modelo de autoridad. En el tiempo de Jesús, tal como sucede ahora, tener un rol de autoridad religiosa o política, significaba prestigio, reconocimiento público, beneficios económicos, honor, etc. Por eso los escribas y fariseos eran respetados y apreciados en medio del pueblo, se les concedía los mejores lugares en las asambleas, en las sinagogas y banquetes. Jesús se manifiesta en desacuerdo con esta forma de ejercer la autoridad, por su hipocresía religiosa, sus riquezas y la búsqueda de honores en medio de la comunidad. Vestían con anchas filacterias y largas orlas en el manto, buscaban los primeros lugares en los banquetes y en las sinagogas (Mt 23, 5-6; Lc 11, 43; 20, 46; Mc 12, 38-39). Por esa razón pide a sus discípulos no caer en las mismas actitudes: “Cuídense de los escribas... de esos que se comen los capitales de las viudas con el pretexto de hacer largas oraciones” (Mc 12, 38). Y más todavía porque “amarran cargas muy pesadas e insoportables y las echan en las espaldas de los hombres; pero ellos ni con el dedo las quieren mover” (Mt 23, 4; Lc 11, 46). Pero sobre todo, y lo más grave, es que dejan a un lado la justicia y el amor de Dios (Lc 11, 42; Mt 23, 23). Jesús no tolera que los sacerdotes dejen que se cambie la razón de ser del templo (casa de oración) y expulsa a los vendedores y cambistas (Mc 11, 15-59).. “Han convertido el templo en una cueva de ladrones”, en guarida de la que salen constantemente malhechores para hacer sus fechorías. Jesús reprocha a los que detentan el poder político, el que “gobiernen como señores absolutos y opriman al pueblo con su poder” (Lc 22, 24-27), y no quiere que sus discípulos se comporten de esa manera. Jesús conocía la necesidad y la función de la autoridad legítima para el pueblo y aunque crítica a los escribas y fariseos, sabe reconocer la validez de sus enseñanzas, aunque no esté de acuerdo con su forma de actuar: “Hagan, pues, y observen todo lo que les digan; pero no imiten sus ejemplos, porque dicen y no hacen” (Mt 23, 3). Cuando cura a los leprosos, les manda a presentarse ante los sumos sacerdotes, para que vean su curación y sean ser readmitidos en la comunidad de acuerdo a la ley (Lc 17, 14). En el tiempo de Jesús la autoridad se recibía por derecho, por honor o por familia. De ahí que cuando Jesús empieza a enseñar, a curar o a hacer milagros, se cuestionaran por el origen de su autoridad. “¿Con qué derecho haces esas cosas? ¿Quién te ha dado la autoridad para que hagas esas cosas?” (Mc 11, 28). “¿Acaso de Nazaret puede salir algo bueno?” (Jn 1, 46) o la misma gente que, después de escucharle hablar, decía: “¿Acaso va a venir de Galilea el Cristo? ¿No dice la Escritura que el Cristo va a venir de la descendencia de David?” (Jn 7, 41-42). Y sus propios paisanos de Nazaret estaban sorprendidos: “¿Cómo adquirió éste semejantes cosas, qué sabiduría es esa que se le concedió a éste, qué son esos milagros tan gran- des hechos por sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón?” (Mc 6, 2-3). Por su genealogía Jesús es descendiente del rey David, pero nunca lo mencionó, sin embargo la gente reconocía que “enseñaba con autoridad y no como los escribas y fariseos”. Jesús es reconocido porque su criterio de vida fue el amor y desde allí, hablaba, enseñaba, sanaba. Ese criterio es el que quiere inculcar a los suyos. Actúa con humildad, sencillez, buscando siempre el bien del otro.“El hijo del hombre no ha venido a quitar vidas, sino a salvarlas” (Lc 9, 55). No le interesa el poder, por eso es capaz de vencer esa tentación que acosa al ser humano, y más si le ha dado algún tipo de autoridad. “No imiten la autoridad de los gobernantes de la tierra, el que quiera ser grande entre ustedes, que se haga el servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, se hará el servidor de ustedes, de la misma manera que el Hijo del hombre no vino a que le sirvieran sino a servir y a dar su vida en rescate de la multitud” (Mt 20, 26-28). Sus palabras, siempre están en coherencia con sus obras. Se acerca a los leprosos, ciegos, lisiados, paralíticos, sordos, mudos, a las viudas, a las madres. Cuando los discípulos discuten por el camino, cuál de ellos era el mayor” (Mc 9, 30-36); les enseña que deben hacerse los últimos y a servir a todos (cfr. Mc 9, 33-35), como Él que ha elegido para llevar a cumplimiento los planes de Dios a través del sufrimiento hasta ser condenado a muerte, por las autoridades de su tiempo. La autoridad en la comunidad. La forma de gobierno en la comunidad debe ser al estilo de Jesús. Y así como Él sólo quiso revelarnos el proyecto de amor del Padre, el Superior debe reflejar el proyecto y los valores evangélicos de la congregación, su carisma y ayudar a toda la comunidad a hacerlo. En la vida consagrada, cada uno debe buscar con sinceridad la voluntad del Padre, porque, de otra forma, no tendría sentido nuestra vida. Pero esta búsqueda requiere la unión de todos; esto es justamente lo que une y hace familia unida a Cristo. Ahí está el papel primordial de la autoridad, ponerse al servicio de esta búsqueda, para que se lleve a cabo en sinceridad y verdad. El verdadero programa de quien gobierna a una comunidad religiosa tendría que ser, por lo tanto, el de no hacer la propia voluntad y de no perseguir las propias ideas. La autoridad que acompaña a una comunidad debe ser firme y decidida, en la escucha de la palabra de Dios y la realización de su voluntad, así la comunidad progresará, avanzará, vivirá. Esto requiere una gran coherencia de parte de quien guía a las comunidades: "La persona llamada a ejercer la autoridad tiene que saber que podrá hacerlo, solo si ella la primera emprende aquella peregrinación que conduce a buscar, con intensidad y rectitud, la voluntad de Dios. Vale para ella el consejo que san Ignacio de Antioquía daba a su cofrade Obispo: 'Nada se haga sin tu consentimiento, pero tú no hagas nada sin el consentimiento de Dios'. La autoridad tiene que actuar de tal modo que todos en la comunidad puedan percibir que ella, cuando manda, lo hace únicamente para obedecer a Dios”. Esto exige que el superior busque ser un experto en humanidad, como dice el Papa Francisco. Estar en continuo contacto con las personas y con sus problemas, con sus deseos e ideales, con sus fortalezas y debilidades. Ser un verdadero compañero de camino. Así el Superior será un verdadero animador, dará “anima”, Espíritu, dinamismo, vida a los suyos. El Espíritu de un verdadero seguidor de Jesús. Esa es la tarea primera del animador. Animar para una vivencia intensa y profunda de la persona de Jesús y con su causa, su reino. Se anima para la espiritualidad por el contacto con la Palabra y el discernimiento y para la misión. Esto requiere que el superior sea el primero en su identificación con el espíritu y misión de la Congregación. Pero también animará el deseo de formarse y crecer en la propia vocación, esto requiere que dedique tiempo al acompañamiento, al diálogo en el que se pueda compartir los logros y debilidades y ver los caminos que puedan ayudar a avanzar y estar siempre en disposición de captar el querer de Dios a través de los acontecimientos y las personas para ir creciendo de forma permanente en la vida del Espíritu. Así puede ayudar a crecer a todos los que se le han encargado. Esto pide reconocer las capacidades de todos y cada uno en función del bien común y estimular su desarrollo por la formación continua, la actualización y el contacto y análisis de la realidad tanto mundial como local. De esta forma el verdadero ejercicio de la autoridad será al estilo de Jesús buscando la voluntad del Padre y no la nuestra. Será como Él, estar a disposición del Padre y de los hermanos haciendo lo que Él mismo nos dice: "El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir”.