RAFAEL ZALDIVAR Y LA REFORMA DE ESTADO SALVADOREÑA. Juana Nava Ortiz. Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Michoacana de San Nicolás Hidalgo. El café como eje económico. Aunque todo indica que desde la época colonial se inició el cultivo de café en Centroamérica, su siembra con fines comerciales fue a partir de 1803, con la exoneración del impuesto del diezmo y la alcabala por un periodo de diez años a toda persona que sembrara en el reino de Guatemala un nuevo plantío de café. Sin embargo en El Salvador no fue hasta 1840 cuando éste tuvo un mayor repunte, con la llegada del inmigrante brasileño Antonio Coelho, que con éxito estimuló la producción de café, en su hacienda “La Esperanza,” ubicada a las afueras de San Salvador. Hecho que llevó a las autoridades salvadoreñas en 1848 a estimular la producción de café con acuerdos proteccionistas que tuvieron como finalidad introducir al país un cultivo con posibilidades de exportación, que contrarrestará los efectos de la caída de las exportaciones del añil y el azúcar. Esta situación llevó a incentivar otras medidas en pro de la producción Otro ejemplo del apoyo hacia el café lo constituyó la condonación del pago de impuestos municipales por un periodo de diez años, a los productores que sembraran más de 1000 arbustos de café, así como la exoneración del servicio militar a los peones que trabajaran en las fincas cafetaleras. No obstante la disposición fue seguida con lentitud, debido al alto costo de la producción de café, que no era recuperable en corto tiempo, pues para obtener la primera cosecha tenían que transcurrir por lo menos cinco años. Lo que no frenó en jefes de Estado como Gerardo Barrios, el interés por seguir apoyando al café, por el contrario con el firme propósito de impulsar su potencial agrícola, Barrios destinó para su iembra los mejores terrenos ejidales. Con ese fin el mandatario dictaminó una serie de medidas, entre las que se destacaron el declarar como propiedad privada los terrenos baldíos que durante cinco años fueran cultivados de café, así como el devolver a los contribuyentes cincuenta centavos por quintal, de los derechos cobrados sobre las exportaciones de café y la exoneración de impuesto de los derechos aduanales de todo el producto de importación de hierro, que fuera utilizado para fabricación de carretas, al igual que devolver a los contribuyentes cincuenta centavos por quintal, de los derechos cobrados sobre las exportaciones de café. Estos incentivos en algunos casos fueron aprovechados para usurpar ierras comunales en 1864 y para atraer la avaricia de extranjeros, principalmente norteamericanos, que buscando oportunidades comerciales y tierra barata, llegaron al municipio de Zaragoza, al sur de San Salvador, donde se ofrecían sitios regalados a “todas aquellas personas honorables y trabajadoras” interesadas en cultivar azúcar o café. En la medida que la producción de café se fue multiplicando, surgió la necesidad de contar con mayor cantidad de terrenos con áreas climatológicas y geográficas de 750 y 1500 metros altura, así como suelos ácidos, delgados y húmedos, ubicados en las zonas norte, costera y la faja central principalmente. Sin embargo, como no era fácil disponer de este tipo de tierras que se encontraban en su mayoría en posesión de los ejidos, los productores de café iniciaron una campaña de desprestigio contra los habitantes de las comunidades, que todo parece indicar estuvo apoyada por algunas autoridades, como el alcalde de Nueva San Salvador que en un comunicado enviado al ministro de gobernación en 1867, expuso claramente su postura en torno a la propiedad y los usos de la tierra, así como los constantes problemas que tenía con los dueños de los predios ejidales, de los que expresó lo común que era que aprovecharan sólo una pequeña proporción de sus tierras, mientras que personas con deseos de trabajarlas los solicitaban y no lo conseguían, ya sea por que sus poseedores o se negaban a venderlas o pedían cantidades exagerada por su renta. Esta negativa de arrendar los suelos para el café a la larga fue contraproducente y aceleró más la idea en las autoridades de la reglamentación interna de sus usos, así lo estipulo el gobernador de Sonsonate que expresó: “Sería muy beneficioso reglamentar los comunes, obligándolos a tener un administrador, un tesorero, para el mejor manejo de sus intereses… así se harían más productibles las selvas vírgenes, abundantes en buenas maderas, vainilla, pita floja, jengibre, bálsamo.” Algunas de las inconformidades de los alcaldes hacia las comunidades, fue por el incumplimiento de los dueños de los ejidos con respecto a las cuotas que tenían que entregar al municipio, las cuales consistían en un impuesto o canon que debían pagar los arrendatarios o campesinos a la municipalidad por utilizar la tierra, que no siempre se cubría, pues en muchos lugares los habitantes consideraban la tierra como propia, lo que consecuentemente creaba malestar en las autoridades. Mayormente si tomamos en cuenta que las necesidades sobre la posesión de la tierra habían cambiado, y las formas de trabajar las tierras heredadas del periodo colonial ya no respondían a los intereses de los productores de café, eso sin menospreciar las confusiones con respecto a la distribución de los terrenos municipales, pues no se sabía con exactitud y precisión bajo que condiciones se tenía el derecho a cultivar la tierra y apropiarse de sus beneficios. Sin embargo, pese a ello el gobernador de Sonsonate no deseaba enfrentarse a las comunidades y se opuso rotundamente a una acción violenta en contra de ellas. No obstante, hasta 1870, fue cuando el Estado promovió una política económica de proyección cafetalera más definida, la cual consistió en la distribución de miles de árboles por parte del gobierno nacional, municipal y las juntas agrícolas, a los productores de café. Situación que dio como resultado un crecimiento gradual del cultivo y con ello la demanda de contar con mayores espacios de tierras, siendo ésta una de las justificaciones del presidente salvadoreño Rafael Zaldívar para privatizar las tierras ejidales, que se encontraban en manos de las comunidades indígenas. Con ese objetivo en 1879 realizó por parte de su administración una encuesta sobre el desarrollo de la agricultura, que arrojó como resultado, en opinión del gobierno, la necesidad de reformar lo que estimó “un sistema arcaico e ineficaz en el uso de la tierra,” que no permitía la evolución de grandes propiedades agrícolas, para salir del atraso económico en que se encontraba el país, pues los cultivos de subsistencia y autoconsumo no rendían los beneficios suficientes. Por ello se consideró indispensable se promovieran otras variedades de cultivo como el azúcar, cacao, tabaco y café, siendo éste último el más beneficiado, pues su impulso fue acompañado de una promoción más atractiva, que consistió en favorecer a toda persona que cultivara cierta extensión de café en tierras ejidales o comunales, recibir libre de costos, el título de propiedad individual. Las comunidades rurales hicieron grandes esfuerzos para cumplir los lineamientos de las nuevas condiciones que exigían la diversificación agrícola. Sin embargo, todas las municipalidades quedaron unilateralmente en desventaja, ya que no pudieron sembrar la planta por los altos costos de su producción. Al respecto David Browning, afirma que los indígenas no estuvieron interesados en el café debido a sus tradiciones culturales y su concepción de la relación hombre-tierra, donde ésta no podía ser considerada como propiedad de un sólo individuo. No obstante Aldo Larios refiere que el marco de extinción de ejidos necesito de la cooperación de individuos de grupos indígenas. Por ello De tal forma podemos concluir que el proyecto liberal del siglo XIX presentó coincidencias en la propuestas económicas como la reactivar la economía por medio del impulso al café. Mientras que en lo político, cuando menos en la primera mitad del siglo XIX hubo entre los mas destacados liberales un interés por lograr la unidad centroamericana, como la mejor opción regional para salir del atraso económico-social y para defenderse ante posibles agresiones externas. Sin embargo, de El Salvador de donde mucho se había impulsado dicho proyecto en 1885 salió una ofensiva en su contra por parte de presidente liberal Rafael Zaldívar, que fue respaldada por los países de Nicaragua y Costa Rica como parte de un hartazgo a las intervenciones desmedidas de los gobernantes salvadoreños. Los intelectuales de la época, jugaron un papel importante en el respaldo a la ansiada modernidad. Así lo expresaron Darío González, Jorge Larde, Santiago I Barberena, Alberto Sánchez, David J. Guzmán, Pedro Fonseca, Rafael Reyes, Antonio Cevallos, Vicente Acosta, Francisco Gavidia y algunos otros vinculados al quehacer literario y político, que en un marco de ambigüedades y contradicciones optaron en su mayoría por atacar al indígena, pues según ellos, los indios debían renunciar a su estado primitivo y de ignorancia para integrarse a la sociedad. Parte del discurso de los intelectuales de la época, se enfocó en crear una conciencia nacional, mediante la exaltación de los valores por un lado del indio prehispánico, y por el otro, el rechazo al viviente, a quien lo consideraron un obstáculo para el progreso. A tales pronunciamientos se sumaron otros de la misma índole y en pro de la modernidad. Un ejemplo fue Teodoro Moreno, que en 1882, hizo un llamado a promover el cambio en la estructura tradicional para sacar adelante al país en los siguientes términos: “Los ejidos, como sabéis, señores, fueron creados para proteger a los hijos de esta tierra virgen contra las pretensiones de los conquistadores. Hoy, señores, no hay conquistadores, no hay diferencias sociales ante la ley.” El entusiasmo que en la década de 1880 se apoderó de los eruditos salvadoreños reflejó el contexto que estaban viviendo. Por ejemplo Vicente Acosta, un poeta modernista, consideró que ya era tiempo de cerrar las puertas al atraso y abrir paso a la industria, el comercio y la agricultura.” David J. Guzmán, uno de los intelectuales más importantes de la época, en sus escritos al expresó una preocupación que desde perspectivas diferentes parece haber sido común entre sus contemporáneos, la “civilización” de los indios y su incorporación a la sociedad. Así lo estipuló en su libro Apuntamientos sobre la tipografía física de la república de El Salvador que puntualizó que era consciente de que las condiciones de vida de los indígenas, en comparación con los tiempos pasados habían desmejorado notablemente, circunstancias que los hacían poco productivos. El indio, recalcó Guzmán es “un ser pasivo en el estado civil y social, aunque tenaz en su empeño de no mezclarse con el elemento blanco, aun con el ladino,” quizás reconoció “todas las violencias y crueldades cometidas contra ellos han vuelto a esta raza desconfiada.” Por ello consideró necesario que el espíritu liberal y humanitario de las instituciones penetrara por todos lados, principalmente en el hogar del indígena, instruyéndolo y sacándolo de la apatía. A Guzmán no le interesó preguntarse cuáles eran los intereses de los indígenas, pues creía que al final estos serían los más beneficiados con su incorporación al gran movimiento civilizador del siglo, el cual se dio en torno a los valores cívicos y nacionales. Quienes más respondieron a este llamado fueron los grupos artesanos, aculturados en la versión positivista del librecambismo que asumieron como propio el mito del progreso, los ideales laicos republicanos y la creencia en la educación como medio de mejoramiento social e individual. Otro ejemplo fue el del gobernador de Santa Ana, que expresó “ La diversidad de idiomas separa a los pueblos mucho más que las distancias; por lo que sí se quiere civilizar esta sociedad hay que empezar por prohibir el uso de los idiomas nativos.Pero sin duda la principal labor de los intelectuales y políticos fue justificar al presidente salvadoreño Rafael Zaldívar en su propósito de extinguir los ejidos, así lo señaló la siguiente declaración: “Nuestros gobiernos penetrados de su compatibilidad con los nuevos principios políticos del país y con los adelantamientos de la civilización, emprendieron la muy laudable tarea de que El Salvador fuese regido por leyes propias y adecuadas á la nueva vida y nuevas necesidades de sus habitantes. En este punto creemos... que el gobierno presidido por el doctor Rafael Zaldívar, ha sido el que con más solicitud a procurado en todos los días de su existencia, El Salvador no permanezca estacionario... y a modificado las leyes existentes conforme a las enseñanzas de la experiencia, y a implementado con la debida sensatez aquellas disposiciones que en los países cultos han llevado al bienestar a toda comunidad...y a satisfacer las aspiraciones de esta sociedad que pide progreso a ese gobierno que tan hábilmente ha sabido brindarle paz por tantos años. Una de esas disposiciones ha sido la que extingue los ejidos en los pueblos, cuya existencia era, no sólo una contradicción flagrante con otras leyes que habían suprimido las odiosas vinculaciones, sino también con los principios más triviales de la economía política. Por ello De tal forma podemos concluir que el proyecto liberal del siglo XIX presentó coincidencias en la propuestas económicas como la reactivar la economía por medio del impulso al café. Mientras que en lo político, cuando menos en la primera mitad del siglo XIX hubo entre los mas destacados liberales un interés por lograr la unidad centroamericana, como la mejor opción regional para salir del atraso económico-social y para defenderse ante posibles agresiones externas. Sin embargo, de El Salvador de donde mucho se había impulsado dicho proyecto en 1885 salió una ofensiva en su contra por parte de presidente liberal Rafael Zaldívar, que fue respaldada por los países de Nicaragua y Costa Rica como parte de un hartazgo a las intervenciones desmedidas de los gobernantes salvadoreños. La reforma agraria. Rafael Zaldívar, convencido de que la “la existencia de tierras bajo la propiedad de las comunidades, impide el desarrollo agrícola, estorba la circulación de la riqueza y debilita los lazos familiares y la independencia del individuo,” inició una serie de reformas sobre los usos de la tierra, para convertirla de posesión comunal a propiedad privada, y así, transformar la república de “pueblos tristes y miserables, por centros vivos de trabajo, riqueza y comodidad.” Motivo por el que desde 1880 el gobierno con el apoyo de las esferas estatales puso en marcha un proyecto económico que respondió a las exigencias de los cafetaleros, con una ley que promovió la abolición de las tierras comunales el 26 de febrero de 1881, bajo las siguientes consideraciones: Sin embargo, no todos los gobernantes estuvieron de acuerdo con la abolición de los ejidos. Uno de ellos el de San Salvador que dictaminó que sólo Tonatepeque poseía tierras comunales y elaboró un documento para su distribución, permitiendo que todos los demás pueblos continuaran en posesión de sus propiedades. Caso similar fue el gobernador de Ahuachapán, que hizo caso omiso a la disposición, y siguió conservando y ampliando las tierras comunes, como si ignorara su abolición legal. Asimismo, emitió juicios sobre límites de las posesiones comunales que pertenecían a Jujutla, Guyamango y Ataco y prohibió la venta de cualquier terreno que pertenecía a Apaneca pese a la privatización de una de las zonas que debido a la extensión de las tierras comunales, fue de las más afectadas. Después de establecida la ley de extinción de ejidos, las comunidades indígenas hicieron lo posible para adecuarse a las nuevas normas, al grado de hacer colectas entre sus miembros, para pagar los gastos de medición y distribución de tierras. Sin embargo, pocos fueron los que pudieron cumplir con todos los requisitos para retener sus propiedades, debido principalmente a la falta de recursos económicos y a la serie de confusiones en que se vio inmersa la ley aplicada por el Estado, el principal intermediario y arbitro, que puso a las comunidades indígenas en desventaja con los compradores, que tuvieron por parte del gobierno de Zaldívar todo el respaldo para lograr jugosas concesiones de tierras aprovechando la ignorancia de los indígenas y el apoyo jurídico de un cuerpo de leyes complejas y mal ejecutadas, de desencadenaron problemas al tratar de aplicar la ley, pues mientras por un lado los pequeños propietarios se aferraron a sus derechos ancestrales de libre acceso a la tierra; por el otro, los terratenientes trataron de extender sus propiedades lo más posible aprovechando que cualquiera podía reclamar libremente la tierra común como propiedad, que pasó a ser legal con la creación del registro de propiedad raíz e hipotecas(1884), que tuvo como fin dar apoyo crediticio y asistencia técnica a la nueva estructura de tenencia de tierras, pues con ese registro el nuevo propietario aseguraba la posesión legal de los derechos sobre la tierra. Las comunidades indígenas que lucharon por sus ejidos, para no ser desposeídas, fueron obligadas a defenderse en los tribunales. Los litigios que surgieron y que resolvió arbitrar el gobierno fueron innumerables y costosos, obligando a muchos indígenas, pequeños propietarios y mestizos a vender su patrimonio a precios por debajo de su costo real. Esto fue aprovechado por grupos de la clase media nacional y dirigentes de empresas llegados del extranjero, que se integraron a la sociedad salvadoreña en la medida que se logró el fortalecimiento económico y la expansión de las propiedades cafetaleras. Económicas. En El Salvador, la elevada densidad demográfica y la expropiación masiva de las tierras generó un campesinado que se constituyó en oferta de mano de obra barata. Asimismo, el cambio en la tenencia de la tierra, y el aumento en la actividad económica generada por la producción de café contribuyó a la formación del sistema bancario, con títulos de propiedad claros, registrados oficialmente no quedaba duda de quien era propietario de la tierra, de forma que los prestamistas podían aceptar sin preocupación las propiedades rurales como garantía para préstamos hipotecarios. El siguiente paso consistió en pasar de prestamistas a instituciones de crédito más complejas como los bancos, que después de varios intentos fallidos, el primer banco que tuvo éxito en El Salvador, fue el Internacional fundado en 1880. La concentración inicial del café se dio alrededor de Santa Ana, Sonsonate, Ahuachapan y San Salvador. Posteriormente, se extendió hacia el Oeste de San Vicente y las laderas del complejo volcánico de San Miguel. Las características del cultivo determinaron que las primeras haciendas se ubicaran en las más zonas densamente pobladas del país, donde la estructura del pueblo tradicional se hallaba más desarrollada. Un ejemplo fue la finca del Español Belismelis en Santa Ana, que empleaba de ochenta a cien mujeres para recoger café. Los patrones de tenencia de la tierra se asemejaron a los modelos capitalistas-comerciales típicos de la economía de plantación de otras partes del mundo y las reformas liberales, que se llevaron a cabo por todo el Istmo centroamericano, facilitaron el desarrollo de la economía agroexportadora, modificando sustancialmente el viejo orden colonial y reafirmando la propiedad privada, que fortaleció al latifundio en detrimento de los pequeños agricultores y se modificaron desde el paisaje geográfico hasta las relaciones de poder. Sociales. Al perder sus tierras, la población indígena ubicada principalmente en los departamentos de la Paz, Sonsonate y Ahuachapán y una minoría de Cuscatlán, integrada por pipiles, toltecas y mayas, que hablaban náhuatl y español, lucharon por mantener los lazos con su comunidad de forma unida, con mecanismos de resistencia y colaboración que protestaron abiertamente contra los cambios operados. El historiador Santiago I. Barberena estimó que en su mayor parte estos indios, los pipiles mantuvieron su identidad primariamente en comunidades como Pachimalco, Izalco y Nahuizalco. Mientras que las comunidades indígenas que estaban conformadas por varios grupos étnicos que se diferenciaban en sus costumbres, en su concepto de comunidad y de la familia no pudieron evitar la desintegración de sus comunidades, que intrínsecamente perdieron gran parte su sentido de identidad, pues con la conversión de su patrimonio comunal a propiedad privada poco a poco se destruyó la cohesión familiar y la protección económica al dividirse las heredades familiares y las parcelas de uso común, muchos de sus miembros se dispersaron y tuvieron que ir a trabajar a las fincas cafetaleras como fuerza productiva requerida para el cultivo de café, o emigraron a las zonas urbanas o a los países vecinos del Istmo. Otros se integraron como arrendatarios en pequeñas parcelas marginales que en muchos casos ocuparon ilegalmente, en donde cultivaban granos alimenticios que apenas cubrieron las exigencias familiares, ya no digamos al mercado. Esto desencadenó que en el ámbito agropecuario se diera un mayor empobrecimiento del grueso de los salvadoreños. Así lo confirma en 1883 el cónsul de Estados Unidos en El Salvador, en una comunicación enviada a su gobierno en la que detallaba las condiciones de pobreza de los trabajadores que trabajaba en las haciendas cafetaleras salvadoreñas. El cónsul quien además era un importante finquero, señaló que la clase trabajadora estaba mayoritariamente compuesta por hombres y mujeres que laboraban por un reducido salario. Como repuesta de la medidas de extinción de ejidos, entre 1832 y 1883 se produjeron en El Salvador una serie de rebeliones indígenas motivadas por la reivindicación de sus tierras ejidales y comunales y contra el restablecimiento del tributo indígena abolido en 1881. Entre las que podemos destacar la de los indígenas de Nohuizalco en 1884 y que fue descrito por el gobierno de la siguiente manera: Más de doscientos hombres se lanzaron sobre las casas de algunas personas principales de la población, conteniendo en ellas todo el linaje de atentados y desafueros. El incendio y el asesinato coronaron la obra de los malhechores, impulsados por el espíritu de venganza en contra de las autoridades por cuestiones de las tierras. Inmediatamente que se supo en la capital del atentado salió el general Mora, con fuerzas competentes para restablecer el orden habiendo capturado a muchos de los actores de tan terrible crimen. Ante lo anteriormente expuesto podemos afirmar que la privatización de las tierras fue un proceso heterogéneo y dramático donde más caló la política liberal salvadoreña. Su aplicación fue compleja en comparación con los demás países del Istmo, en gran parte, por la misma ubicación de pequeñez del país. Lo que nos lleva a aseverar que el procedimiento de extinción de ejidos no fue justo ni bien administrado, pues la tierra pasó de manos de campesinos e indígenas a un reducido número de individuos y la división y nuevas colindancias ayudó a revivir viejos conflictos entre comunidades vecinas o entre municipios y ejidos vecinos. Consecuentemente el reparto de tierras generó una situación social explosiva que desembocó en levantamientos sociales de algunas poblaciones. Leyes para jornaleros. El incremento de las plantaciones y las minuciosas labores del café en su proceso de conservación, fertilización, secado, desyerbo, poda, procesado y recolección, hicieron indispensable contar con la suficiente fuerza laboral. Esta situación fue resuelta por el Estado a través de la ley para jornaleros, mediante la cual se solucionó la demanda de trabajadores en las haciendas. Para ello se creó una guardia civil y jueces agrícolas, como responsables de ejecutar la legislación laboral, que contenía las obligaciones laborales entre trabajador y patrón. Uno de los problemas que enfrentó la ley de jornaleros de 1882 fue el incumplimiento de los contratos de trabajo. Los inspectores, jueces rurales y los alcaldes eran los responsables de perseguir y castigar a los jornaleros que abandonaran la labor y no concurrieran en tiempo y forma, a satisfacer los adeudos que habían contraído con el patrón, con quince días de trabajos pesados en obras públicas la primera vez; con veinte por la segunda reincidencia y con treinta en las subsecuentes. Esta penalidad también fue aplicada para aquellos hombres que se encontraran sin oficio conocido o en la vagancia y que derivó en relaciones muy conflictivas entre trabajadores y patrón, por la constancia en que los peones se escapaban de la hacienda antes de saldar deudas o, simplemente, negarse a jornalear aún cuando no existiera la posibilidad de dedicarse a otras actividades, fueron típicas formas de resistencia laboral. En el aspecto de las jornadas laborales, la política a seguir por parte de las autoridades y los dueños de los cafetales fue de obligar a los jornaleros a rendir al máximo de sus posibilidades, a cambio de un pequeño pago, que con frecuencia era adelantado, por medio de vales canjeables exclusivamente en la tienda que tenía el dueño de la finca. Con respecto a otros beneficios a parte de l salario por su trabajo, los trabadores no recibieron apoyos por enfermedad o accidentes de trabajo. Asimismo se descartó que en dicha leyes de regulación hubiera iniciativas de los trabajadores en mejora de sus condiciones de vida y de trabajo. Esta situación también dio lugar a constantes fugas de los jornaleros, a tal grado que las autoridades encargadas de reinstalarlos en el lugar del trabajo no se eran suficientes para perseguir y castigar a todos los fugitivos. Con respecto al problema de las constantes fugas del lugar de trabajo, Darío Guzmán, se opuso al peonaje por deudas, pues aseguraba que los trabajadores una vez en posesión de los adelantos, abandonan el trabajo, se entregan a la embriaguez y emigraban a otros departamentos, por lo que era necesario abolir el sistema de pagos adelantados y compensar el jornal una vez concluida la tarea. La alta demanda de mano de obra, planteó también a su vez la necesidad de contar suficientes recursos económicos para el financiamiento del café, el cual estuvo ligado a la inversión extranjera europea. Al respecto el número de productores nacionales fue muy limitado, en gran parte por la serie de requisito para conseguir un préstamo, que en muchos de los casos para adquirirlo se tenía que recurrir a la hipoteca de propiedades rurales, como aval del solicitante. Así lo demuestran las hipotecas de varias tierras añileras de alrededor de veinte o treinta hectáreas, que permitieron comenzar la producción cafetalera. En lo que concerniente al pago, el pequeño o mediano productor fue obligado a comprometerse a entregar parte de su cosecha, es decir, en lugar de liquidar su deuda en dinero, lo hacía en especie, que en la mayoría de los casos era entregada al grupo financiero que controlaba los préstamos. Asimismo si por alguna razón el productor o terrateniente acumulaba Deudas que no podía pagar, el acreedor se posesionaba de sus tierras o las vendía para recuperar su inversión, de tal forma que la incapacidad de pago fue uno de los mecanismos que permitió a los prestamistas acumular grandes extensiones de tierras. Los productores más débiles económicamente eran los que con mayor frecuencia se vieron obligados a entregar sus tierras al financista o en su defecto venderlas para saldar su deuda. Precisamente fue el asunto del financiamiento, que propició que tanto los productores medios y pequeños, en un determinado momento se aliaran con el fin de contrarrestar la presión de los acreedores, que en muchos de los casos tomaron la hipoteca de las cosechas de café como un negocio que resultó redituable varios años. Asimismo, una vez que el cultivo de café alcanzó una producción a gran escala, exigió de nuevas obras de infraestructura, como la construcción de carreteras, bodegas, centros de comercialización, entre otras. Para ello el gobierno invitó a compañías extranjeras a que construyeran obras por cuenta propia, a cambio atractivas concesiones y todas las facilidades para poder importar la maquinaria necesaria sin pagar impuestos. Una de estas empresas fue la inglesa Raiwy company, que en 1882 construyó el ferrocarril de 12 millas de la Unión a San Salvador y las ciudades de Santa Ana, Sonsonate, Auachapán y Acajutla. Esta política favorable al libre acceso de los recursos productivos y a la libertad de las transacciones internacionales con llevó, a su vez, al inicio de la inversión extranjera y de las políticas nacionales de exoneración sobre el capital, las propiedades y las rentas, el surgimiento de la dependencia económica por medio de un control del capital externo en áreas estratégicas del sector de servicios públicos como: ferrocarril, puertos y energía eléctrica. En ese aspecto, los ferrocarriles centroamericanos del periodo tuvieron como finalidad la conexión ferroviaria de zonas de producción agroexportadora con los puertos del Pacífico y del Caribe. Aquí también jugaron un papel preponderante los inversionistas extranjeros que en la medida que la economía cafetalera se desarrolló fueron insertándose progresivamente a ésta, por su aporte financiero, requerido para cubrir las necesidades de los cafetales, de tal forma que los capitales externos se convirtieron en la base y sustentación interna de la economía del país, incluso controlaron casi todas las actividades importadoras y exportadoras. Como vemos, la inversión extranjera, fue un ente medular del desarrollo económico de Centroamérica, que se concretizó también en otras áreas como el comercio textil, con la llegada de inmigrantes, como los que viajaron con protección francesa, constituidos por grupos considerables de palestinos, libaneses y griegos, los cuales al no contar con suficiente capital al llegar al país se dedicaron al pequeño comercio, principalmente en las zonas urbanas. Comercialización. Una de las medidas que favoreció la comercialización del café salvadoreño, se relacionó con la buena aceptación de éste en el extranjero, en gran parte gracias a que a finales del siglo XIX fue uno de los productos de exportación de mayor calidad en el Istmo, por los abonos del suelo de las zonas volcánicas del país. Aspectos que fueron determinantes en el excelente café salvadoreño, por encima de países como Guatemala, Costa Rica, que si bien es cierto fueron los principales exportadores de café de Centroamérica, hubo variaciones en cuanto a producción, tecnificación, y exportación, por las mismas condiciones geográficas y climatológicas de cada lugar. La compra de maquinaria de fabricación inglesa y norteamericana, fue otro elemento que favoreció la producción de café y consecuentemente una mayor comercialización, que propició una mayor ganancia al comprar el grano de café sin procesar de muchos productores, ya fueran estos campesinos o agricultores mayores. Este crecimiento en las exportaciones cafetaleras, después de 1880 permitieron a El Salvador articularse de manera clara al mercado mundial y dentro de la división internacional del trabajo. La producción de café se comercializó a través de intermediarios nacionales y o extranjeros hacia países donde el café apareció desde sus inicios como un producto agrícola muy competitivo y de creciente demanda en el mercado mundial, como en Inglaterra, y otras potencias que dieron una sorda lucha por el predominio mercantil y entre las cuales se destacaron Estados Unidos, Francia y Alemania. Naciones que al fundirse con los intereses de la oligarquía cafetalera se convirtieron en germen del grupo hegemónico, que con el paso del tiempo definieron las medidas necesarias para controlar el poder del Estado para sus propios intereses. Para ello desenterró y fortaleció las viejas prácticas pre-capitalistas de trabajo. Además, aseguró su papel de intermediaria creando condiciones favorables al capital extranjero. Aunque dentro de las creciente demanda en el mercado mundial, las oscilaciones en el nivel de precios y la demanda exterior obedecieron casi siempre a los ciclos de auge que acompañaron a la economía capitalista inglesa y europea. Consideraciones finales. La penetración de nuevas actividades productivas en el agro centroamericano y la demanda de fuerza estimulada por la demanda exterior y facilitaron la modificación de una economía de subsistencia pero sin desintegrarla. El campesino se incorporó a la unidad productiva mercantil privada de medios de producción pero sólo parcialmente desempeñando funciones de asalariado. Asimismo al clasificar como retrogradas y antiprogresistas a las tierras comunales, así como de demorar e impedir la modernización. El Estado salvadoreño fue extendiendo su presencia lenta e irregularmente sobre el conjunto del territorio nacional, valiéndose de mecanismos de control donde por primera vez puso en marcha la legislación agraria, reguladora de las relaciones entre jornaleros y terratenientes, que le dieron al Estado salvadoreño aún más fortaleza y estabilidad a partir de 1880.