Los intermediarios financieros y su diversidad

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LOS INTERMEDIARIOS FINANCIEROS Y SU DIVERSIDAD NATURAL
2. LOS INTERMEDIARIOS FINANCIEROS Y SU
DIVERSIDAD NATURAL
José Pérez
No cabe duda de que la función primordial del sistema financiero es facilitar la ordenación en el tiempo de las decisiones de gasto y proporcionar, simultáneamente, la cobertura precisa frente a las contingencias diversas del ciclo vital. Para ello, el sistema provee el traspaso de recursos de los ahorradores excedentarios de fondos a aquellos otros
que necesitan financiación, al tiempo que suministra medios de pago y proporciona
otros servicios financieros y de gestión de riesgos.
La aplicación crediticia es ciertamente central a estas funciones, como lo es el sistema
de pagos asociado a ella. Pero también son cruciales otras tareas relativas a la gestión
de activos, la formación de mercados o a la mediación y el arbitraje, y lo son asimismo
las propias infraestructuras de información, calificación, análisis, contratación, liquidación y verificación que sirven a su ejercicio, sin que el componente crediticio o monetario sea en ellas determinante. La compleción del sistema financiero depende del desarrollo conjunto y equilibrado de esta variedad de tareas, que, al final, resultan más
complementarias que sustitutivas entre sí.
Conviene señalar que los intermediarios financieros son en sí mismos respuestas organizativas a imperfecciones de los mercados, y en cuanto que tales, tratan de contribuir
al mejor funcionamiento de la economía y al bienestar general.
En un mundo ideal a lo Arrow-Debreu, donde la información fuera perfecta y se distribuyera homogéneamente y sin costes, donde no existieran fricciones en la búsqueda o
ejecución de transacciones, donde no hubiera problemas de indivisibilidad de los valores y la escala fuera irrelevante, y donde, en fin, los mercados fueran completos y capaces de proveer contratos sobre cualquier contingencia futura, los prestamistas y presta-
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tarios, los ahorradores y los inversores, se relacionarían directamente y los intermediarios financieros carecerían de razón de ser.
El mundo real es muy distinto y está lleno de imperfecciones. La imprevisibilidad de lo
venidero, las asimetrías de información, el tiempo como factor escaso y la necesidad de
cubrirse frente a contingencias futuras, forman parte de él. Así, los costes de información y transacción, y los de cobertura y acción colectiva, otorgan, entre otros, valor a
las infraestructuras y a los intermediarios de los mercados financieros, en términos de
mejora del bienestar. Lo que hacen esencialmente, unos y otros, es procesar y distribuir
información para facilitar el encuentro último de prestamistas y prestatarios y gestionar
riesgos. Todo ello mediante la transformación adecuada de los atributos de los activos
en cartera –divisibilidad, duración, liquidez, solvencia del emisor, varianza de los precios, moneda de denominación y otros–. Con esto benefician a sus clientes, al funcionamiento conjunto de la economía y a su mejor crecimiento.
Esta transformación de atributos implica, no obstante, mutación de riesgos. Los riesgos
financieros que asumen los clientes de las empresas de servicios de valores y de los
intermediarios financieros habrán sido en buena medida domeñados y moderados por
una gestión activa y diversificada. Pero al lado de estos riesgos residuales de la gestión
surgen, para los clientes o partícipes, otros riesgos de agencia propios de toda relación
entre mandante y mandatado, cuando no lo son de solvencia de este último para atender sus responsabilidades y compromisos si estos se traducen en obligaciones a la par,
especialmente cuando estas son a la vista o a plazos muy cortos.
Así pues, la aportación neta del sistema financiero al bienestar general estará en la consideración agregada, por una parte, de los beneficios que, entre otros, proporcionan los
mercados y sus intermediarios en términos de reducción de costes, mejora de la seguridad, diversificación adecuada y mayor fluidez de la economía, y, por otra parte, dependerá de la materialización efectiva de los riesgos directos e indirectos derivados de su
propio funcionamiento y gestión, con los quebrantos consiguientes. Si supusiéramos
dados los primeros, sería la minimización de los segundos la que resultaría clave para
determinar dicha contribución.
La estimación sería sencilla, y el juego del mercado suficiente, si los riesgos sistémicos
y las externalidades que recaen en el conjunto de la economía fueran desdeñables. Sin
embargo, en la medida que la materialización de ambos adquiera una importancia significativa y creciente, su carga puede llegar a ensombrecer y cuestionar el correcto funcionamiento del sistema y su propia contribución al bienestar, haciendo precisa actuaciones correctoras.
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El papel de la regulación y supervisión de los intermediarios y mercados financieros
reside básicamente en la construcción de la confianza de los inversores y depositantes
y en la contención de los riesgos sistémicos, de modo que se minimicen los costes que
la mala conducta y las actuaciones imprudentes de los intermediarios puedan ocasionar
al conjunto del sistema y a los contribuyentes.
Con todo, en no pocas ocasiones pueden ser las propias intervenciones públicas –en
forma de intrusiones excesivas, actuaciones desenfocadas o subsidios implícitos a la
toma de riesgos– las que distorsionen el buen funcionamiento o alimenten los riesgos y
quebrantos del sistema.
Por ello, dichas regulaciones deben de ser sólidamente calibradas y proporcionadas a
los riesgos que tratan de prevenir y controlar.
La naturaleza de los servicios recibidos y de los riesgos asumidos por los clientes y partícipes son bien distintos en unos u otros casos de intermediación, y también lo son las
externalidades que se derivan para el conjunto del sistema y los contribuyentes. Así, la
composición del sistema financiero y el peso de las distintas clases de intermediarios y
negocios no dejan de ser relevantes para su aporte conjunto al bienestar general, si bien
lo son siempre condicionados a su propia eficiencia.
En este sentido, a modo de ilustración, se ponderan habitualmente los pesos relativos de
banca y mercados de valores como elementos de referencia diferenciadores de unos u
otros sistemas financieros. Late en esta apreciación la idea de que, cuanto mayor sea el
peso de los mercados de valores en la asignación de los fondos de ahorro, más dispersos y puntualmente asumidos estarán los riesgos y más eficiente será el funcionamiento del sistema.
Sin embargo, siguiendo con el ejemplo, ello no será necesariamente cierto en la medida que las bases de desarrollo de los mercados de valores y derivados sean débiles y,
por consiguiente, estos aparezcan de una manera forzada e incluso disfuncional. Esto
ocurrirá en particular, primero, cuando no se cumplan las condiciones de eficiencia
requeridas en cuanto a fiabilidad, transparencia y difusión accesible e inmediata a la
información de los emisores y contrapartes, y, segundo, cuando la liquidez de dichos
mercados y de sus intermediarios descanse finalmente sobre los balances de las entidades de crédito, sean estas bancos o no, con los riesgos sistémicos correspondientes a las
oleadas de pánico. Estos se acrecientan especialmente cuando surgen de valores o derivados con las debilidades apuntadas, en los que se oscurece su correcta valoración y se
concentran los riesgos sin la prudencia y vigilancia precisa.
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Este es un punto, en el que, como reiteraremos, las políticas públicas deben proceder
responsablemente evitando actuaciones superficiales o desenfoques en la regulación y
supervisión de los distintos intermediarios, que distorsionen el buen funcionamiento del
sistema. Entre estos casos de actuación desajustada están, tanto el consentimiento de
mercados de valores y derivados que no disponen de las bases sólidas requeridas para
su buen funcionamiento, como la laxitud de la regulación y supervisión prudencial de
las entidades de crédito no bancarias con el prurito de aumentar la concurrencia de estas
últimas en los mercados financieros.
La diversidad es pues importante y clave para el buen funcionamiento del sistema financiero, pero no lo es cuando está falseada o es fruto de la distorsión o el desacierto de la
regulación.
En definitiva, unas y otras instituciones financieras, sean entidades de crédito o empresas de servicios de inversión, sean bancos o no, tienen su razón de ser, con diferentes
beneficios y riesgos para la economía que es preciso atender cabalmente en su eventual
regulación.
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