Teología creíble para el siglo XXI.

Anuncio
TEOLOGÍA CREÍBLE PARA EL S. XXI
José Arregi
Ponencia en el XIX. FORO ERLIJIOSO HERRITARRA /
FORO RELIGIOSO POPULAR. (Vitoria-Gasteiz, 2011)
Desarrollar el tema enunciado exigiría hablar de toda la teología, y
seguro que no esperáis eso de mí. Yo tampoco me lo propongo.
Señalaré algunos de los rasgos que me parecen fundamentales para que la
teología sea creíble, razonable, pues solo de manera razonable se puede
creer, y aquel que afirma que se puede creer en contra de la razón, es que
eso le parece razonable.
Hace 40, 30, 20 años teníamos la impresión de que estaba surgiendo una
nueva teología. M. D. Chenu: "Me inclino a pensar que nuestros
resobrinos del siglo XXI reconocerán en nuestro tiempo un renacimiento
y una reforma más radicales que las del s. XVI o, si queréis, su desenlace"
(en Geffré, Un nouvel âge, p. 7, 1972). Y los que nos dedicábamos a esto,
teníamos el sentimiento siempre estimulante de que nos hallábamos en el
umbral de una nueva teología; lo cual no era tranquilizador, pero era
estimulante. Y estábamos también imbuidos del sentimiento, igualmente
estimulante, de que éramos operarios de una gran obra, como el cantero
que en notros tiempos dedicaba la vida a picar la piedra pero se sentía
orgulloso porque se sabía constructor de catedrales. Aunque fuera en un
aula con cuatro alumnos de un humilde centro de estudios teológicos,
teníamos la impresión de estar comprometidos en una tarea eclesial
decisiva y teníamos por delante un horizonte prometedor. Hoy en día
tengo la impresión de que aquel sueño, como tantos otros, han fracasado.
Los estudiantes de teología de hoy quieren la teología de ayer, y esos
estudiantes de hoy serán los profesores de mañana, de modo que la
teología que nos viene, como el clero que nos está llegando ya, es una
teología del pasado. La renovación de la teología ya pasó a la historia.
¿Será verdad que pasó a la historia? No me lo puedo creer. A pesar de que
la restauración se impone por todos los lados, la historia sigue, y pienso
que las épocas de retroceso no pueden ser más que provisionales. Espero
que esta época de restauración sea también pasajera, para que la historia
siga. De modo que sí, creo que merece la pena seguir contribuyendo a una
teología creíble para una fe creíble. Además, aunque fracasemos, merece
la pena.
Así pues, y a modo de preámbulo, me pregunto: ¿Merece la pena hoy
estudiar teología o hacer teología? Merece la pena estudiar o hacer una
teología que merezca la pena: la pena del increyente que interroga y
busca, del creyente que cree y duda, de la persona que sufre y espera.
Eso sí, una teología dispuesta a deconstruir cada vez y volver a construir
una morada mejor para la palabra y la carne. No sea que la teología acabe
siendo –como tantas veces acaba siendo– aquello que dijo alguien acerca
de la religión: “la teología sirve para resolver los problemas que sin la
teología no existirían”.
1. “Hablar de Dios” merece la pena
“Teología” significa hablar sobre Dios. ¿Tiene sentido “hablar de Dios” o
mirar la realidad desde una “fe en Dios”? Depende de cómo sea nuestro
discurso. Y depende de lo que queramos decir cuando decimos “Dios”.
Dios puede significar lo mejor de nuestra palabra: la Belleza y la Ternura
como Primera Realidad y último Misterio que nos funda, nos envuelve y
sostiene. Pero “Dios” puede significar también lo más siniestro. En el
nombre de Dios se han realizado las gestas más generosas y los crímenes
más horrendos. ¿Dios es solamente ese “factor” perverso y violento que
denunciaba Saramago y sigue denunciando Onfray? No, por supuesto.
Pero para eso es, precisamente, la teología. Para restaurar y depurar el
viejo, el venerable, el santo nombre de Dios y hacerle decir solamente –
cosa siempre imposible– el sagrado misterio de confianza e indemnidad al
que todas nuestras palabras remiten más allá de sí.
El objetivo de la teología no es propiamente “Dios”, sino la vida, nuestra
vida herida, la realidad amenazada. La teología no pretende tanto “hablar
sobre Dios”, sino más bien hacer hablar a Dios, hacer que aparezca como
luz y belleza de la realidad, como calor y ternura, como horizonte de
esperanza.
En realidad, no está en juego el honor de Dios –como si Dios fuera un
gran señor que está fuera y busca que le honremos–, sino la dignidad, el
valor, la calidad de nuestra vida, el gusto de vivir. El honor de Dios es que
vivamos, que seamos en plenitud. Entonces se manifiesta la gloria de Dios.
Por eso, la teología no ha de proponerse probar a Dios, sino hacer que
aparezca Dios en la palabra como aquel misterio íntimo y supremo que
nos salva. No se trata de “probar” a Dios en el sentido de demostrar su
existencia. En todo caso, se trata de “probar” a Dios en el sentido de dar a
gustar a Dios. No es Dios quien necesita ser probado, sino nosotros. Una
teología, pues, que dé a gustar a un Dios que nos “prueba”, gusta de
nuestro ser, y nos aprueba, reafirma, sostiene...
Al decir Dios, está en juego la vida. Y los creyentes pensamos que no
tenemos mejor modo de decir y cuidar la vida que decir bien “Dios”.
Merece la pena decir Dios, decirlo bien.
Una teología que hable de Dios tan gustosa y atractivamente, que haga
inútil la pregunta de “si Dios existe”. Cuando un cuentacuentos cuenta un
bello cuento y lo cuenta bien, nadie pregunta: “¿Pero eso es verdad?” ¿No
debería hacer algo de eso la teología cuando “cuenta” a Dios?
2. Comprender para creer, creer para comprender
Desde muy antiguo, la teología se ha entendido a sí misma como
“inteligencia de la fe”, la que fe que se entiende. Otros añaden con razón:
la teología es “inteligencia del amor” e “inteligencia de la esperanza”.
Somos seres de palabra. Necesitamos entendernos a nosotros mismos con
palabras, aunque nunca nos entendamos del todo. Necesitamos
comprender y decir lo que vivimos, para vivirlo más y mejor.
Si creemos, también necesitamos comprender nuestra fe (y el amor y la
esperanza). González Faus cuenta que, al comienzo del curso, decía a sus
alumnos: “Si no estudiáis, dentro de algunos años seréis de extrema
derecha o habréis perdido la fe”. Descuidar la credibilidad racional, la
razonabilidad, del lenguaje sobre Dios, más pronto que tarde, nos aboca a
la alternativa: o increyente o carca. En ningún caso testigo y profeta.
“Teología” es la radical necesidad que tiene la fe de ser crítica, de
desdecirse para poder decirse mejor. Si no somos críticos, fácilmente nos
vemos condenados a esta alternativa: o nos convertimos en
fundamentalistas o abandonamos la fe. Si no queremos ni una cosa ni otra,
necesitamos la teología.
En primer lugar, necesitamos comprender qué decimos cuando decimos
“creo”, en qué consiste creer, en qué consiste la fe. Pues bien, la fe no
consiste fundamentalmente en “creer que”. La fe no tiene que ver
fundamentalmente con creencias. La fe no es asentir a todos los dogmas
del Credo y de la tradición. La fe no es fundamentalmente cuestión de
creencias. No consiste fundamentalmente en asentir a dogmas. La teología
comprende la fe ante todo como ese acto originario de confianza
transformadora y liberadora en el Misterio originario de indemne
fiabilidad. Un acto de confianza que es un acto de amor y un acto de
esperanza.
En segundo lugar, también necesitamos creer para poder “comprender”, es
decir, para poder mirarnos a la luz, para poder mirar la vida, el mundo, la
realidad a la luz de un horizonte último de bondad y de ternura.
Necesitamos confiar para poder entender, para poder entendernos, para
poder hablar.
“Comprendo para creer. Creo para comprender”, dijeron San Agustín y
San Anselmo.
De modo que solo se puede creer de manera razonable (Schillebeeckx, Soy
un teólogo feliz). Si algo te parece contradecir la razón, deja de creerlo.
No tiene nada fundamental que ver con tu fe, sino con tu manera de
pensar la fe. También quien dice que la fe ha de sostener algunas
creencias aunque estén contra la razón, lo dice porque eso le parece
razonable, plausible. Si no le pareciera razonable y plausible “creer”
contra la razón, se sentiría desgarrado por dentro. No podemos menos de
pensar la fe de manera razonable. Por ello, debemos ser muy libres a la
hora de pensar lo que creemos.
3. Reinventar la palabra sin cesar
Vivimos en un mundo cambiante. El progreso acelerado de las ciencias y
de la técnica, la masa creciente de información, el aumento imparable de
nuevas posibilidades y de nuevas ame-nazas... Nos hallamos en un mundo
complejo. La complejidad es la nota característica del mundo actual. Y la
complejidad nos hace vulnerables.
La teología en este mundo complejo no es la misma, no puede ser la
misma que en aquel otro mundo, aún reciente, que se presentaba como un
sistema mucho más estable, único y seguro.
Cuando cambia el mundo, cambian nuestras palabras para decirlo.
Cuando cambia el mundo, cambian también las palabras con las que
entendemos la fe. Así lo hemos de asumir. No cambia la “fe”, como no
cambian “el amor” y “la esperanza”, pero cambian los “paradigmas de
comprensión”, los “marcos de credibilidad”, y esto nos obliga a reinventar
la teología, a reinventar imágenes, esquemas, palabras para decir el
misterio de Dios que envuelve y funda todos nuestros enigmas.
Decimos “Padre nuestro que estás en el cielo”, y volvemos a preguntarnos:
¿Qué significa “padre”, o “cielo”? ¿Podemos seguir imaginando a Dios
como “padre omnipotente”? ¿Podemos seguir hablando del pecado y del
perdón en clave de culpa y de absolución de culpa? ¿Y qué es eso del
“pecado original”? ¿Y la “resurrección”? Y así con todas las imágenes y
con todas las palabras. Sólo se puede creer de manera “razonable”. Es,
pues, necesario reinventar imágenes y palabras en nuevos paradigmas de
cosmovisión, antropología, sentido... Hay que “reinventar a Dios”.
Y para empezar, hay que superar la alternativa entre teísmo y ateísmo.
Teísmo es pensar en un Dios como un ente (el Super Ente, creador
exterior del mundo, causa del mundo, que explica lo que sucede en el
mundo…). Ateísmo es negar a un Dios Ente Supremo separado del
mundo. Teísmo y ateísmo son dos posturas contrarias de una misma lógica
que piensa a Dios como Ente Supremo. La teología occidental tradicional
se ha apoyado en una filosofía que pensaba a Dios como Ente Supremo,
fundamento y como causa primera (Dios super-ente necesario). Todo el
discurso actual sobre Dios, de manera especial en Europa, está marcado
por la crítica de Kant (crítica de las pruebas de Dios) y de Heidegger
(crítica de la filosofía olvidadiza del ser).
Dios está más allá de las pruebas y de su negación, más allá tanto del
teísmo como del ateísmo filosófico y racionalista. Dicho de manera más
sencilla: Dios no es un ente, no es alguien como nosotros. Está más allá de
las categorías personal-impersonal. Está más allá de la antítesis monismodualismo. Dios no es ni uno ni muchos. Dios no es contable.
Esa es la manera creíble de hablar sobre Dios. No significa que la teología
de hoy sea mejor que la de hace 100 ó 50 años. Significa, más bien, que
debemos seguir haciendo hoy lo que los “teólogos” de entonces hicieron
en su tiempo: reinventar la palabra para decir la fe y la vida hoy de una
manera coherente y plausible, para ser creyentes de una manera que hoy
resulte “razonable”.
Hay que reinventar la teología. Otra forma de decirlo: hay que pasar del
dogma a la hermenéutica. "De una teología como saber a una teología
como interpretación: éste podría ser el lema que, en último término,
explica la situación actual de la teología" (E. Vilanova, Para comprender la
teología, p. 89). ¿Qué significa esto? Que se ha tomado conciencia de que:
— los textos de la tradición cristiana (también la Escritura) se convierten
en textos que hay que interpretar, más bien que en textos que comunican
un saber objetivo sobre "Dios en sí";
— esos mismos textos son expresión de una experiencia interpretada;
— a su vez, la experiencia actual y la práctica están también implicadas en
la interpretación de los textos del pasado; el sujeto está siempre presente
en el objeto construído a través de la interpretación;
— por consiguiente, el "objeto en sí" (Dios...) escapa siempre al concepto
y al sistema teológico; hemos perdido la pretensión de objetividad.
La teología ha pasado de la dogmática a la hermenéutica. La palabra es
siempre interpretación. Todo lo que decimos es siempre una
interpretación. No se puede decir: “Esto es lo esencial del dogma y es
independiente de la interpretación, y eso es intocable. Lo demás se puede
discutir, pero la esencia del dogma es objeto de fe y no se puede discutir”.
No. Si lo dices, ya lo estás entendiendo de alguna forma, es interpretación.
La “esencia” del dogma es lo que las palabras del dogma quieren decir,
pero todo lo que dicen las palabras no es la esencia, sino lo esencial
interpretado. De modo que el proceso de interpretación no cesa nunca.
¿No hay nada objetivo? Por supuesto que la teología no se reduce a mera
afirmación sobre el hombre, ni a mera afirmación del hombre. Pero Dios
no se revela sino en una palabra de hombre y en una palabra enraizada en
la experiencia humana (incluso la Escritura). Esto nos invita a buscar en la
lectura del texto la huella de la experiencia y en la experiencia humana la
huella de Dios.
Y habrá que volver a aquello que los grandes teólogos y místicos siempre
supieron: Dios no puede ser encerrado en nuestras categorías. Si
comprendes, no es Dios. S. Justino, conocido como el primer intelectual
cristiano, escribió en la siglo II: "Nadie es capaz de poner nombre al Dios
inefable, y si alguien se atreve a decir que hay un nombre que expresa lo
que Dios es, está rematadamente loco" (Apología primera 61).
Y San Agustín también se pregunta en uno de sus sermones sobre la
Trinidad: "¿Qué podemos decir de Dios? Si lo que quieres decir lo has
comprendido, no es Dios" (Sermón 52,16). Y dice también: "hablamos de
El en la medida de nuestra capacidad; hablemos de El en la medida en que
se puede hablar de lo inefable" (Sermón 126,7).
Por eso, la duda, ese ejercicio fundamental del pensamiento, del saber, de
toda ciencia, es también elemento constitutivo de una teología creíble, al
igual que de una fe creíble. Tiene razón Unamuno: “Tanto los individuos
como los pueblos de espíritu perezoso propenden al dogmatismo… La
pereza espiritual huye de la posición crítica o escéptica… Mi religión es
luchar incan-sablemente con el misterio… Sólo espero de los que ignoran,
pero no se resignan a ignorar; de los que luchan sin descanso por la
verdad y ponen su vida en la lucha misma más que en la victoria… Mi
empeño ha sido, es y será que los que me lean piensen y mediten en las
cosas fundamentales, y no ha sido nunca darles pensamientos hechos Yo
he buscado siempre agitar, y a los sumo, sugerir más que instruir. Si yo
vendo pan no es pan, sino levadura o fermento” (Texto completo en
Obras, ed. Escelicar, III, 260-263).
Hay que perder miedo a la duda, porque pensar es dudar. Pensar la fe es
dudar. Rahner: “un creyente que llevaba elegantemente sus dudas de fe”.
Y también hay que perder miedo a la herejía. El mismo Rahner escribió
sobre esto cosas que los obispos y los seminaristas de hoy debieran
considerar atentamente: "Habría que tener hoy en cuenta pastoralmente
la imposibilidad de evitar por completo que muchos cristianos y católicos
que viven en su Iglesia y le dan importancia a ese hecho, debido al
pluralismo intelectual y al exceso de contenidos conscientes, tengan
opiniones que objetivamente son herejías" (Rahner, Cambio estructural de
la Iglesia, Cristiandad, Madrid 1974, 118). "El hombre medio de hoy, en la
situación intelectual en que ha de vivir, no logrará adquirir una
mentalidad objetivamente libre de herejía" (Rahner 1974, 118-119). "Es
imposible en la práctica reconciliar lógica y humanamente entre sí todos
los contenidos conscientes que se dan entre gente cultivada" (p. 119) en lo
que se refiere a las doctrinas y las creencias cristianas.
Los límites entre la ortodoxia y la heterodoxia se han vuelto irrelevantes,
aparte de imposibles de delimitar. Rahner insistió también en que los
límites entre los que están dentro y fuera de la Iglesia se han difuminado;
habla de "lo difícil que es precisar con exactitud dónde está el umbral de
la Iglesia en un sentido teológico y no sólo sociorreligioso, quién está
dentro y quién fuera" (121).
"En el futuro, la Iglesia nos hará a nosotros, los de siempre, una impresión
similar en el terreno de la empiría cristiana a la que nos producía antes en parte con razón, en parte algo exageradamente - la Iglesia evangélica,
en la cual -según esa impresión nuestra - uno podía decir y expresar
públicamente más o menos cuanto quería" (122). Se equivocó si se refería
a un futuro cercano.
"Toda nueva verdad nace como herejía, tanto más cuanto más nueva sea",
subrayó ayer Fraijó citando al jesuita Teilhard de Chardin, otro castigado
por la moderna inquisición.
3. Una teología no antropocéntrica
La agricultura trajo consigo el dominio y el predominio de la especie
humana sobre el resto de la naturaleza. El ser humano empezó a sentirse
especial y superior. Este fenómeno se ha desarrollado especialmente en
Occidente.
La Biblia es indudablemente antropocéntrica. También, por supuesto,
geocéntrica (la tierra en el centro del sistema solar). Y androcéntrica (el
varón es el arquetipo del ser humano, creado antes que la mujer y dotado
de autoridad sobre ella). El judaísmo y el cristianismo han sido religiones
antropocéntricas (y, por supuesto, geocéntricas y androcéntricas): Dios se
ocupa sobre todo de la Tierra y del ser humano; toda la creación ha tenido
lugar en función del ser humano y de la Tierra; Cristo es Dios hecho
hombre en este planeta; la escatología se concibe como inmortalidad del
alma o resurrección de los muertos; el pecado consiste en que la libertad
humana rompa con Dios y la salvación consiste en que Dios perdone al ser
humano.
Estamos habituados a una mirada muy estrecha. Estamos habituados a
unas medidas espacio-temporales muy reducidas. Ensanchemos la mirada:
hay miles de millones de galaxias con cientos de miles de millones de
estrellas, que tienen sus planetas. Y en todas partes en el universo se
constatan las mismas moléculas de hidrógeno, y la misma energía... Nada
excluye que haya vida, y vida por lo menos tan inteligente como la
humana (que no es mucho decir), en otros lugares del universo. ¿Qué
tenemos de especial? ¿Y cómo comprender entonces el misterio y el papel
salvífico de Jesús? ¿No será más coherente volver al esquema patrístico del
Logos spermatikos (semillas del Logos), del Espíritu universal...?
Y dentro de nuestro planeta Tierra, ¿qué tenemos de especial los seres
humanos respecto de los demás seres vivos y de las demás criaturas? No
tenemos por qué situarnos ni al margen ni por encima de nada de lo que
existe, sino junto con, en actitud de respeto, gratitud, veneración. No
como dominadores, sino como hermanos de todo ser. "El ser humano no
es la corona de la creación, ni tampoco ha sido creado todo por su causa.
Los seres humanos son criaturas en la gran comunidad de la creación,
creados para alabar a Dios como también lo fueron creados los cielos que
'cuentan la gloria de Dios'" (J. Moltmann). Los seres humanos somos
simplemente los seres que poseemos el mayor índice de encefalización
entre los seres animados de un planeta menor de una estrella mediana
entre entre miles de millones de estrellas de una galaxia mediana entre
miles de millones de galaxias.
O mirémonos a mayor distancia temporal: el Big Bang tuvo lugar hace
aproximadamente 15.000 millones de años, la Tierra hace 4.500 millones
de años. Si convertimos toda la edad de la Tierra en un día, la vida nació
hacia las cinco de la madrugada y se ha ido desarrollando a lo largo del
día; hacia las ocho de la noche han aparecido los dinosaurios, que
desaparecieron a las doce menos veinte, dejando el campo libre para la
rápida evolución de los mamíferos; nuestros antepasados sólo surgen en
los últimos cinco minutos antes de las doce de la noche y se les duplica el
cerebro en el último minuto del día, dando lugar a la especie humana; la
revolución industrial ha empezado hace una centésima de segundo... ¿Qué
será de la especie humana dentro de 10 millones de años? ¿Habrá especie
humana? Las grandes categorías religiosas todavía vigentes datan de hace
10.000 años: ¿qué nos permite pensar que esas categorías van a pervivir
dentro de unos miles de años nada más? Y si el cristianismo data de hace
2.000 años y ha conocido tantas transformaciones, ¿qué será dentro de
unos millones de años...? Ha habido otras especies humanas antes que el
homo sapiens, que data solamente de hace apenas 200.000 años. Lo lógico
es pensar que, dentro de unos millones de años existan seres con un
desarrollo cerebral mucho más grande que el nuestro, que piensan,
sienten y se relacionan de manera muy distinta de nosotros; lo lógico es
pensar que, entre esos seres y nosotros (homo sapiens) habrá mucha más
diferencia que la que hoy existe entre nosotros y los ratones…
Lo que está claro es que nuestra evolución biológica, espiritual y religiosa
no ha acabado. Que nuestras categorías teológicas son increíblemente
ingenuas. Que es ridículo absolutizarlas. Pensamos a Dios como si fuera
un homo sapiens como nosotros, sólo que más poderoso y, en el mejor de
los casos, con senti-mientos mejores (pero también con un poder de
castigo mucho más grande que el nuestro…). Si lo comprendes, no es
Dios. Dios no siente, piensa, habla como este pobre homo sapiens que
somos.
La cultura occidental, desde el Renacimiento, reposa sobre tres
postulados: "Convertirnos en dueños y señores de la naturaleza"
(Descartes), "El hombre es un lobo para el hombre" (Hobbes), "Hombre,
por tu poderoso cerebro te conviertes en Dios y en dueño y señor de todos
los elementos" (Marlowe).
Una cosmovisión muy distinta, apoyada en los resultados científicos, se
está extendiendo en nuestros días: una visión unitaria, "holística". "Al
pensar moderno occidental, cartesiano, analítico, mecánico y materialista
se opone una manera oriental, misteriosa, intuitiva, sintética y espiritual
de sentir" (J. B. Libanio, en Teología y nuevos paradigmas, p. 51). La
realidad mundana en todas sus esferas (intergaláctica, galáctica,
interestelar, planetaria...) y en todos sus niveles (energía, materia inerte,
vida protozoaria, vegetal, animal, humana...) es un entramado único. Toda
la realidad constatable en el cosmos, incluido el ser humano, está formada
por los mismos átomos que se liberaron en los primeros instantes del Big
Bang. Dios mismo no es Alguien separado del mundo, sino la misteriosa
fuente y raíz de cuanto es; todo es en Dios y Dios es en todo.
"Todo lo que existe coexiste. Todo lo que coexiste preexiste. Y todo lo que
coexiste y preexiste subsiste a través de un tejido inacabable de relaciones
omnicomprensivas. Nada existe fuera de la relación. Todo se relaciona con
todo en todos los puntos" (L. Boff, cit. Teología y nuevos paradigmas, 51).
Es preciso repensar todos los objetos de la teología desde este nuevo
paradigma holístico. Por ej.: Dios, cristología, antropología, escatología...
¿Quién puede pensar que, dentro de mil millones de años, los seres que
tengan el cerebro más desarrollado piensen a Dios con nuestras
categorías? ¿Quién puede pensar que entonces seguirán diciendo que Dios
se encarnó solo una vez, mil millones atrás, en una super-primitiva
especie animal llamada “homo sapiens”?
5. Una teología contextual
Hoy parece irreversible la conciencia de que el contexto histórico influye
decisivamente en la interpretación del cristianismo y de que, por
consiguiente, toda teología está ligada a un determinado contexto
histórico. Estamos pasando de una teología universal a una teología
"contextual", hecha desde el propio contexto. Ninguna teología es neutra,
imparcial, incontaminada. Toda teología es particular. No conoce a Dios
de la misma manera una mujer desde su experiencia de feminidad
sometida o un hombre desde su masculinidad dominante; o el Primer
Mundo desde su experiencia de abundancia amenazada y el Tercer
Mundo desde su experiencia de miseria en rebelión. No pueden entender
el pecado, la gracia y la esperanza de la misma manera el que está saciado
y el que muere de hambre, el que tiene futuro y el que desespera, el que
provoca la injusticia y el que la padece. Lo normal es que un tailandés, un
togolés y un escandinavo no celebren la eucaristía con los mismos ritos y
que no la entiendan con las mismas categorías teológicas. Y el mismo
principio habría que aplicar a tantas concreciones de la conducta moral en
todos los campos.
Y podremos entendernos justamente en la medida en que entendamos y
acojamos nuestras diferencias.
González Faus resume en tres los retos y las exigencias esenciales que se
presentan hoy a la teología: el "factor Europa" (desenmascarar la cultura
dominante del progreso y considerar el progreso desde la óptica del
pobre), el "factor América Latina" (bajar un peldaño en el nivel de
riqueza para compartir con los pobres), el "factor Oriente" (el diálogo
interreligioso desde la universalidad del pobre). En esa línea, señalaría
varios aspectos concretos en que la contextualidad ha ido transformando
la teología en las últimas décadas y lo seguirá haciendo a pesar de todas las
resistencias.
En primer lugar, hemos asistido al fin del eurocentrismo teológico y ese
proceso es imparable. La figura histórica del cristianismo es el resultado
de la traducción del Evangelio en la filosofía griega y en el derecho
romano-germánico. La teología cristiana, al igual que la liturgia, la moral
y el Derecho Canónico cristianos los han configurado casi exclusivamente
los europeos (el mundo anglosajón es una prolongación europea). La
evangelización de los pueblos ha ido a la par con su colonización cultural
y teológica.
Esto está cambiando radicalmente. Ahí están las teologías del Tercer
Mundo: las teologías de la liberación de América Latina, las teologías
negras de África ("Dios es negra"), las teologías pujantes de Asia...
Sin embargo, Europa tiene mucho que aportar (a menudo sucede también
que "los verdaderos eurocentristas son los otros"), supuesta, eso sí, la
conciencia de su propia particularidad. Por ejemplo: el conocimiento
crítico de la tradición, la crítica de la civilización moderna, la
confrontación y mediación de diversas teologías y, de manera muy
especial, la constante necesidad de la razón crítica y de la mediación de las
ciencias en teología, para no caer en fundamentalismos militantes y
estériles.
En segundo lugar, el diálogo con las religiones. El diálogo con las otras
religiones constituye, junto con la globalización de la injusticia, el mayor
para la teología el mayor. Es una verdadera urgencia cultural (un mundo
cada vez más interrelacionado), política (la paz mundial en juego) y
teológica (Dios único que es voluntad de revelación y de salvación
universal).
En tercer lugar, el desafío de la injusticia creciente. El rasgo principal de
nuestra situación histórica: el crecimiento de la injusticia, del "SGB"
(sufrimiento general bruto: González Faus) y la sensación de que la
justicia es imposible (la "ideología de la inevitabilidad": J. Vitoria, en De
cara al tercer milenio, p. 109).
"La 'actualidad' de la teología dependerá de 'hasta qué punto sea capaz de
descifrar el futuro del presente'" (J. Vitoria, en De cara al tercer milenio
82), en un momento en que la lucha por la justicia atraviesa horas bajas.
No se trata en primer lugar de una tarea hermenéutica, sino "terapéutica"
(ib.). La cuestión no es ante todo cómo interpretar los signos de los
tiempos, sino cómo ser signo de Dios, de la salvación; la cuestión no es
ante todo cómo hablar de la salvación, sino cómo hacerla visible,
presente, creíble. El gran desafío que se presenta a la Iglesia y a la teología
"no consiste en pensar y hablar correctamente sobre el Misterio de Dios.
Ni siquiera en hacerlo de la manera más adecuada a la mentalidad de los
hombres y las mujeres de este final de siglo. La prueba más crucial no la
encuentra en la articulación de un lenguaje sobre el Inefable, sino en el
seguimiento histórico del camino de Jesús crucificado" (J. Vitoria, ib. 111)
en el compromiso por los crucificados, los exilados, los excluidos, los
empobrecidos.
6. Nadie tiene la última palabra
¿Puede haber una última palabra en teología? ¿Puede alguien tener la
última palabra? Ninguna palabra humana es última, y nadie la detenta.
¿Será distinto en teología? Significaría que la teología se salta por encima
de la historicidad, la provisionalidad, la fragmentariedad de la palabra
humana. Ya no sería un buen hablar acerca de Dios. Si Dios nos habla a
través de la palabra humana histórica y fragmentaria, ¿cómo podemos
hablar bien de Dios si no respetamos el estatuto histórico y fragmentario
de toda palabra humana?
En teología, nadie tiene la última palabra. No por ello es un hablar
caótico, anárquico, arbitrario. Hay una “gramática” en teología, como lo
hay en una lengua. La “gramática” de la teología es, por ejemplo, la misma
Biblia, los dogmas, la gran tradición (lingüística) de la Iglesia...; pero la
Biblia, a su vez, necesita ser leída e interpretada cada vez, y sólo así se
convierte en palabra inspirada, revelada; y lo mismo sucede, y más aún,
con todos los dogmas, con toda la tradición.
La “gramática de la que se guía la teología es eclesial. Como el lenguaje en
general, el lenguaje teológico es un hecho comuni-tario. La teología es
una palabra que circula en la comunidad de creyentes. La comunidad
entera es el sujeto de la teología, y nadie dentro de ella posee el
monopolio de la palabra. El obispo o el papa pueden y deben ejercer, sí, el
servicio de discerni-miento, pero en cuanto miembros de la comunidad, a
su servicio y bajo la autoridad del Espíritu que habla a través de toda la
comunidad.
Nadie posee, pues, en exclusiva las llaves de la teología y nada está dicho
de una vez para siempre. La teología sigue siendo una palabra viva que
circula, un diálogo que se retoma una y otra vez.
Y un diálogo necesariamente, y cada vez más, interdisciplinar. J. A.
Marina escribió que le "encantaría fundar una empresa que unificara el
National Geographic, Walt Disney Production y Amnistía Internacional.
Todo a la vez: ciencia, imaginación, adecentamiento del mundo y
empresas rentables... Lo más adecuado es una especie de racionalismo
poético. Hay que ser poético para inventar y racional para justificar o
realizar lo inventado" (Memorias de un investigador privado). Cada
teólogo podría hacer suyas estas palabras.
La teología debería reinventarse cada vez como palabra poética desde
diferentes ópticas, prácticas, preguntas, intereses, situaciones, ciencias,
culturas... "Si no se ve todo no se ve nada", dice también J. A. Marina.
¿Quién lo ve todo? De ahí que tampoco quepa una teología única... Sería
como pretender que uno ya lo ve o ya lo sabe todo.
Somos buscadores de verdad, no sus dueños. Escribe San Agustín: "Que
ninguno de nosotros diga que ya ha encontrado la verdad; busquémosla
como si todos y cada uno la desconociéramos. En efecto, solamente podrá
ser buscada con diligencia y concordia, si nadie tiene la presunción
temeraria de haberla hallado y conocido".
Y H. de Lubac: "No hay peor blasfemia contra la verdad que profesar su
culto negándose a admitir que, una vez encontrada, haya que seguir aún
buscándola". "¡Dios nos guarde de confundir jamás el ronroneo de
nuestros hábitos mentales con su Verdad!". "Es bello buscar el reino de la
verdad. Es horrible proclamar que este reino ha llegado" (Paradojas y
nuevas paradojas).
A modo de conclusión, yo me quedaría con aquellas palabras de
ORÍGENES en el s. III: “Y ahora, en cuanto nos sea posible, comamos de
los panes o saquemos agua de los pozos. Intentemos hacer también lo que
recomienda la Sabiduría cuando dice: Bebe las aguas de tus fuentes y de
tus pozos, y que tu propia fuente sea para ti (Prov 5,15.17)
Procura, pues, también tú, que escuchas, tener tu propio pozo y tu propia
fuente, para que, cuando tomes el libro de las Escrituras entre las manos,
empieces a producir de tu propio pensamiento alguna interpretación, y,
conforme a lo que aprendiste en la Iglesia, intenta beber también tú de la
fuente de tu espíritu. El origen del agua viva está en tu interior; dentro de
ti hay venas perennes y corrientes colmadas de sentido racional, si no
están obstruidas por la tierra y los detritus. Haz lo necesario por excavar
tu tierra y purificarla de las inmundicias, es decir, por remover la desidia
de tu espíritu y sacudir la indolencia del corazón. Escucha, en efecto, lo
que dice la Escritura: Punza el ojo y saldrá una lágrima, punza el corazón
y saldrá un pensamiento (Si 22,19) [algunos traducen sentimiento].
Por tanto, purifica, también tú, el espíritu, para que algún día bebas de tus
fuentes y saques agua viva de tus pozos. Porque si has acogido en ti la
palabra de Dios, si has recibido de Jesús el agua viva y la has recibido con
fe, será dentro de ti una fuente que salta hasta la vida eterna en el mismo
Jesucristo, nuestro Señor, al cual es la gloria y el poder por los siglos de los
siglos. Amén” (Homilías sobre el Génesis XII).
A. Gesché, para mí uno de los teólogos más sensibles y lúcidos del s. XX,
aunque no escribió mucho y es muy desconocido, cita el mismo texto de
Proverbios que comentaba Orígenes, y afirma que le gustaba repetir a sus
alumnos: "No tengáis miedo de asomaros al brocal de vuestro propio pozo.
En vosotros hay, como en todo hombre y toda mujer, un manantial
especial, único y singular, que hace que cada uno de nosotros sea
indispensable. No tengáis miedo de vosotros mismos; no tengáis miedo de
lo que acuda a vuestro propio pensamiento... ¿Acaso no está escrito: "Bebe
agua de tu propia cisterna, los raudales que salen de tu pozo' (Prov 5,15)".
(Prefacio a I. Gebara, El rostro oculto del mal. Una teología desde la
experiencia de las mujeres).
El Espíritu habla en tu fuente interior de aguas vivas. Todo creyente que
se pone a decir su fe es teólogo, teóloga. También tú eres teólogo, teóloga.
Cree en el Espíritu que te inspira. Bebe agua de tu propio pozo.
Descargar