La Guerra Civil española 1936−1939

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La Guerra Civil española
1936−1939
Las tropas regulares pierden el valor cuando se encuentran ante peligros mayores que los que esperaban y
superadas por el número y las armas del enemigo. Son los primeros en volver la espada. En cambio, los
hombres de milicia mueren en su puesto.
Aristóteles (384−322 a.C.), filósofo griego
Tiene sin duda mucho mérito vencer en el campo de batalla; pero se necesita más sabiduría y más destreza
para hacer uso de la victoria.
Polibio (h. 210−h. 128 a.C.), historiador y político griego
Las leyes gurdan silencio cuando suenan las armas.
Marco Tulio Cicerón (106−43 a.C.), político, orador, filósofo y literato romano
Guerras, horrendas guerras.
Publio Virgilio Marón (70−19 a.C.), poeta latino
No hay nada peor que una guerra civil, pues los vencidos son destruidos por sus propios amigos.
Dionisio de Halicarnaso (h. 68−h. 8 a.C.), retórico e historiador griego
Las guerras son el espanto de las madres.
Horacio (65−8 a.C.), poeta latino
Haznos enemigos de todos los pueblos de la tierra, pero sálvanos de la guerra civil.
Marco Anneo Lucano (39−65), poeta épico latino
La guerra es la mayor plaga que puede afligir a la Humanidad. Destruye la religión, destruye los Estados,
destruye las familias. Cualquier calamidad es preferible a ésta.
Martin Lutero (1483−1540), teólogo alemán
La guerra es un acto de violencia cuyo objeto es obligar al enemigo a realizar nuestra voluntad.
Carl von Clausewitz (1780−1831), historiador, general y tratadista prusiano
Una guerra contra el extranjero es un arañazo en el brazo; una guerra civil en una úlcera que devora las
vísceras de una nación.
Víctor Hugo (1802−1885), escritor francés
Todo lo referente a una guerra es una bofetada al buen sentido.
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Hermann Melville (1819−1900), escritor inglés
Más vale morir de pie que vivir de rodillas.
Frase falsamente atribuida a Dolores Ibárruri, La Pasionaria (1895−1952), revolucionaria española; en
realidad es una frase de Emiliano Zapata (1879−1919), líder revolucionario y reformador agrarista mexicano
Índice
La Guerra Civil española
Índice 3
1. Cronología de la guerra 4
2. Conspiración para la insurrección 6
3. Desarrollo militar 8
3.1 La Batalla de Madrid 14
3.1.1 La Batalla de la carretera de La Coruña 18
3.1.2 La Batalla del Jarama 21
3.1.3 La Batalla de Guadalajara 23
3.2 La Batalla de Brunete 25
3.3 La Batalla de Belchite 26
3.4 La Batalla del Ebro 27
3.5 La campaña de Aragón 29
4. Desarrollo político 31
4.1 La República 31
4.2 Los sublevados 34
5. La Guerra Civil española: antesala de la 2ª Guerra Mundial 37
5.1 Las Brigadas Internacionales 38
5.2 Armas extranjeras en la Guerra Civil 42
6. Balance de la Guerra Civil 44
7. La propaganda en la Guerra Civil 45
Fuentes 47
2
1. Cronología de la guerra
FECHA
14 de Abril de
1931
1932
1935
Febrero de 1936
Mayo de 1936
17 de Julio de
1936
19 de Julio de
1936
20 de Julio
Julio de 1936
6 de Agosto de
1936
Agosto de 1936
Septiembre de
1936
ACONTECIMIENTO
Proclamación de la II República: Alfonso
XIII abandona España.
Cataluña obtiene su propio Estatuto de
Autonomía. La reforma agraria se
convierte en uno de los principales
objetivos del gobierno. Las conspiraciones
antirrepublicanas han dado comienzo.
Creación de la coalición de organizaciones
izquierdistas llamada Frente Popular.
Victoria electoral del Frente Popular. Las
conspiraciones antirrepublicanas se
incrementan.
Azaña se convierte en presidente de la
República.
Comienza la rebelión militar que da lugar a
la Guerra Civil. Los sublevados obtienen
un tercio del territorio español e
institucionalizan la represión contra
quienes se les resisten. Los defensores de la
legalidad republicana y los revolucionarios
inician la defensa del territorio no
sublevado.
Queda constituído el gobierno republicano
de José Giral
Muere Sanjurjo en accidente de aviación,
privando a la rebelión de su jefe conocido.
La revolución social se extiende por la
zona republicana. Al mismo tiempo
comienza la represión a cargo de grupos
descontrolados contra el clero y los
acusados de apoyar a los sublevados.
El Gorbierno de la República abandona
Madrid.
Brutal represión tras la conquista de
Badajoz por parte de los militares rebeldes.
27 países crean el llamado Comité de No
Intervención con el objeto de mantenerse al
margen del conflicto español.
El socialista Largo Caballero se
convierte en presidente del gobierno
republicano el día 4.
El general Francisco Franco decide
destinar una importante parte de sus
fuerzas para liberar a los rebeldes
asediados en el Alcázar de Toledo.
Franco es designado por los
3
sublevados Generalísimo y jefe del
gobierno el día 29.
1 de Octubre de
1936
Franco une a su jefatura política y militar la
jefatura del Estado, el día 1.
El dirigente alemán Adolf Hitler crea la
Legión Cóndor para ayudar a los
franquistas.
La Unión de Repúblicas Socialista
Soviéticas (URSS) envía sus primeros
equipos de ayuda a los republicanos.
Llegan asimismo los primeros
miembros de las Brigadas
Internacionales.
Octubre de 1936
Noviembre de
1936
Diciembre de
1936
3 de Febrero de
1937
Febrero de 1937
Marzo de 1937
19 de Abril de
1937
26 de Abril de
1937
Mayo de 1937
Junio de 1937
Julio de 1937
El gobierno de Largo Caballero se dirige a
Valencia ante el decidido ataque franquista
contra Madrid, repelido por la Junta de
Defensa encabezada por el general José
Miaja.
Los primeros soldados italianos, enviados
por Benito Mussolini, llegan a España para
ayudar a las fuerzas franquistas.
Málaga cae en poder de los franquistas,
auxiliados por tropas italianas, el día 3. La
inmediata represión se cobra miles de
muertos.
La batalla del Jarama finaliza con el
relativo fracaso de las tropas franquistas,
que no cubren sus objetivos.
Las fuerzas republicanas derrotan a las
tropas italianas en la batalla de
Guadalajara.
Franco promulga el llamado Decreto de
Unificación, por medio del cual crea una
única formación política legal bajo su
mando: FET y de las JONS.
La histórica ciudad vasca de Guernica sufre
un brutal bombardeo a cargo de la Legión
Cóndor.
Luchan entre sí en Barcelona distintas
fuerzas republicanas enfrentadas a causa de
la primacía de la revolución o la
organización militar. El socialista Juan
Negrín sustituye a Largo Caballero al
frente del gobierno republicano el día 17.
Los franquistas conquistan Bilbao y el
resto de los territorios vascos que no se
hallaban bajo su control.
Derrota republicana en la batalla de
Brunete.
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24 de Agosto de
1937
Agosto−Octubre
de 1937
Enero de 1938
Febrero−Abril
de 1938
25 de Julio de
1938
21 de Septiembre
de 1938
Noviembre de
1938
Diciembre de
1938
23 de Diciembre
de 1938
Enero de 1939
27 de Febrero de
1939
Febrero de 1939
Marzo de 1939
28 de Marzo de
1939
1 de Abril de
1939
1939−1975
Cae Santander y da comienzo la Batalla de
Belchite
Los rebeldes completan la conquista del
Norte de España
Conquista republicana de Teruel.
Los franquistas recuperan Teruel a finales
de febrero y continúan su avance hacia el
Mediterráneo a través del territorio
republicano, con lo que dividen éste en dos.
Comienza la batalla del Ebro con el avance
republicano.
Se van las Brigadas Internacionales
Decisiva derrota de las fuerzas
republicanas en la batalla del Ebro.
Las tropas franquistas lanzan una ofensiva
contra Cataluña.
Cae Barcelona
El gobierno de Negrín abandona Barcelona
y se dirige a Figueras (Girona) poco antes
de que la capital catalana cayera en manos
franquistas.
Francia e Inglaterra reconocen el Gobierno
de Franco como el de España. Azaña
renuncia a su cargo.
Miles de refugiados y el propio gobierno
republicano cruzan la frontera francesa; los
franquistas conquistan el resto de Cataluña.
El coronel Segismundo Casado encabeza el
organismo republicano que sustituye a
Negrín con un golpe de Estado ,con el
objeto de alcanzar una paz honrosa.
Entran las tropas franquistas en Madrid.
El general Franco hace público el último
parte bélico: la guerra ha terminado con la
victoria de quienes se habían sublevado
tres años antes.
El triunfo militar permite a Franco
gobernar España por medio de una
dictadura hasta su fallecimiento, el 20 de
noviembre de 1975.
2. Conspiración para la insurrección
La historia de las conspiraciones y proyectos insurreccionales contra el régimen republicano es en España tan
antigua como la de ese régimen mismo. Sin embargo, antes de la Guerra Civil el proceso democrático
republicano ya estaba herido de muerte mucho antes del asesinato de Calvo Sotelo. A la altura de julio de
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1936 e independientemente de la crispación creciente y la paulatina debilitación del gobierno, existían varios
grupos preparando un golpe de Estado que acabara con la legalidad constitucional. El más antiguo de ellos era
la trama cívico−militar de carácter monárquico que había protagonizado, en agosto de 1932, el fracasado
golpe de Sanjurjo y hasta 1936 persistió en su intento de retornar al régimen anterior por cualquier medio
posible. El segundo gran grupo de conspiradores pertenecían a la extrema derecha; Primo de Rivera pretendió
organizar un golpe de fuerza en el otoño de 1935, pero la indiferencia de los militares que fueron sondeados
paralizó la organización. El tercer grupo fue sin duda el más importante, pues en su mano estaban nada menos
que la mayor parte de las mejores unidades del Ejército regular; entre 1933 y 1935 la conspiración castrense
estuvo dirigida por la Unión Militar Española (UME), un colectivo secreto de jefes y oficiales que fue
ganando influencia en los cuarteles pero sin alcanzar a seducir al generalato. A partir de 1935 los altos
mandos entraron en contacto con la UME e iniciaron una segunda y rigurosa fase de la conspiración; ésta no
tenía un carácter ideológico tan marcado como las anteriores, y pretendía con su acción la restauración del
orden público y la reforma constitucional en aspectos sensibles a los conservadores.
Los resultados electorales con el triunfo del Frente Popular tuvieron un doble efecto en la trama conspirativa;
por una parte muchos militares indecisos con anterioridad se decidieron definitivamente a sumarse a la
conjura; por otra, los tres grupos anteriores acabaron uniendo sus iniciativas bajo dirección militar. A
propósito del triunfo izquierdista en las elecciones de febrero, Portela Valladares −el presidente del Gobierno−
recibió presiones −de Gil−Robles y Franco− para la declaración del estado de guerra y la suspensión de los
resultados electorales.
El 8 de marzo se celebró en Madrid una reunión de altos mandos que organizaron una Junta Militar secreta
para la organización y ejecución de un pronunciamiento que derribara al gobierno frentepopulista; esta Junta
Militar, que contaba con la infraestructura de la UME, estaba presidida desde el exilio en Portugal por
Sanjurjo y pertenecían a ella los generales Mola, Franco, Goded, Saliquet, Fanjul, Ponte, Orgaz y Varela.
Por medio de oficiales fieles a la República y de personalidades políticas tan dispares como Gil Robles e
Indalecio Prieto, el Gobierno tenía noticias de las actividades de la UME y el entramado de la Junta Militar. El
Gobierno reaccionó pronto ante las noticias de conspiración, pero su reacción fue tímida: detuvo a Orgaz y
Varela y destinó al resto de los principales conspiradores a plazas alejadas de Madrid (Mola a Pamplona,
Franco a Canarias, y Goded a Mallorca). Esto hizo que el Gobierno se sintiera seguro de controlar a los
mandos superiores del Ejército y nada se hizo para investigar y descomponer la trama.
Será en la última decena del mes de abril de 1936 cuando al frente de los trabajos conspirativos se coloque la
persona que los haría culminar: el general Emilio Mola, desde su puesto de gobernador militar de Pamplona.
Entre abril y julio de 1936, Mola monta un dispositivo militar de sublevación simultánea en todas aquellas
guarniciones donde se consiga la adhesión. La acción contaría con el apoyo civil y paramilitar que se pudiera
obtener. Hasta una fase avanzada de esta elaboración no se pensará en el Ejército de África como pieza clave.
Se contará con apoyos económicos de importancia por parte de monárquicos, hombres de negocios, como
Juan March y la Editorial Católica, a través de Gil−Robles, entre otros; había también contactos extranjeros
que no parecen, sin embargo, relevantes antes del hecho mismo del alzamiento. La sublevación se prepara en
la certeza de que su jefe natural será el general José Sanjurjo, exiliado a la sazón en Portugal. La dirección de
Mola, en todo caso no es admitida sin reticencias por otros generales y por círculos afectos a la UME. Sólo la
eficacia y claridad de sus planes y de su red de enlaces consigue su aceptación definitiva a fines de mayo.
Mientras, Franco, en Canarias, se mantiene informado, pero en actitud más pasiva.
Capítulo importante de todo el proceso es la conexión de Mola con el carlismo, del que se encuentra muy lejos
ideológicamente, pero desde cuyo centro de mayor arraigo, Navarra, actúa el conspirador. El contacto
Sanjurjo−Mola se materializa, precisamente, a través de la relación de ambos con los carlistas.
Éstos ya poseían a principios de 1936 un plan autónomo de sublevación que preveía también la jefatura de
Sanjurjo. Pero Mola necesitaba de los hombres que podía facilitarle el carlismo navarro para sus planes de
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marcha sobre Madrid. Las negociaciones de Mola y los carlistas son el capítulo más laborioso. En abril, Mola
difunde su primera Instrucción reservada a la que seguirán cuatro más y otros diversos documentos. Descarta
progresivamente un plan centrado en Madrid, donde duda del triunfo, y se decide por uno simultáneo en todas
las regiones con convergencia final sobre el centro. El 5 de junio, un documento de Mola expone sus ideas
sobre el establecimiento de un Directorio militar, y en ello se encuentra la clave de sus disidencias de última
hora con los carlistas.
A lo largo de junio, Mola completa la red de los conjurados, efectúa los más importantes contactos políticos,
determina los cuadros de mando de la sublevación y consigue la adhesión definitiva de Queipo de Llano y
Miguel Cabanellas, generales tenidos por republicanos. Concreta las actuaciones de la Marina y de las fuerzas
de África y discute ampliamente con los carlistas las condiciones políticas en que éstos se sumarían al
alzamiento. Se concreta también la adhesión de Falange Española.
Las primeras fechas barajadas para el alzamiento lo sitúan para la última decena de junio. Se efectúan
sucesivos aplazamientos. En cualquier caso, el último documento preparatorio de Mola lleva fecha del 1 de
julio. La desavenencia final de Mola y la alta autoridad carlista −Javier de Borbón, Fal Conde− hace, según ha
señalado una fuente importante, Antonio Lizarza, que se abandone el plan primitivo conjunto de la Comunión
y el Ejército, que era que Navarra se levantara el día 12 y África el 14. Aunque ni tal fecha ni la disposición
del plan son confirmadas por otras fuentes, el hecho es que el acuerdo se concluye el 14 de julio y la fecha
definitiva queda señalada para el 17 de julio en África y el 18 en la Península. Permanece oscura la influencia
directa del asesinato de Calvo Sotelo, que se conoce el 14, en la fijación de la fecha. De hecho, Franco tiene a
su disposición el avión que le trasladaría de Canarias a Marruecos desde el día 11.
En resumen, a comienzos de julio los preparativos estaban ultimados. Mola se había convertido en el principal
organizador del golpe, recibiendo una propicia acogida en Navarra, donde los carlistas pusieron a su
disposición todos los preparativos que ya habían adelantado. El Director, como era conocido entre los
conspiradores, pretendía que se realizara un golpe de Estado clásico: un rápido golpe de mano militar (con la
sublevación coordinada de todas las guarniciones militares) que provocaría una inmediata caída del Gobierno.
En caso de que esto no sucediera, la sublevación de las distintas regiones militares sería el preámbulo de la
declaración del estado de guerra: Mola, desde el norte, y Franco, con el ejército de África desde el sur,
convergerían sobre Madrid, donde Fanjul habría sublevado los cuarteles. Si el triunfo no era inmediato, los
enfrentamientos durarían unas semanas; dos o tres meses a lo sumo si sindicatos y partidos de izquierda se
hacían con armas y ofrecían resistencia. Después Sanjurjo desde Portugal, donde estaba exiliado, volaría a
Madrid para encabezar un directorio militar al estilo del instaurado por Miguel Primo de Rivera trece años
antes.
Todo estaba preparado. El doble crimen del teniente Castillo y Calvo Sotelo sirvió como justificación −pero
nunca como causa, de hecho los conspiradores ya lo tenían todo preparado− para encender la mecha de la
mayor tragedia en la España del siglo XX.
3. Desarrollo militar
Las guarniciones españolas del Protectorado de Marruecos ocuparon el día 17 de Julio de 1936 todos los
centros oficiales del gobierno y declararon el estado de guerra. Al día siguiente, el general Franco lanzaba
desde Canarias un mensaje radiofónico en el que explicaba las razones del levantamiento y, posteriormente
volaba en el avión británico Dragon Rapide hasta Tetuán para comandar la rebelión.
El 17 de julio de 1936 se iniciaba la sublevación militar en los territorios que formaban el Protectorado
Español en Marruecos. En días sucesivos, la rebelión se extendió a varias guarniciones instaladas en la
Península.
La fase de pronunciamientos se desarrolla entre los días 17 y 21 con una distribución final de territorios leales
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y rebeldes que, si bien presenta alguna sorpresa, responde en general a pautas analizables en función de
estructuras socioeconómicas y comportamientos, políticos previos, aparte los factores de eficacia técnica. El
triunfo o fracaso de los insurgentes en los diferentes lugares dependió del grado de preparación del golpe, del
ambiente político en la región y, en ocasiones, de la mera casualidad El Ejército sublevado controla sin
mayores dificultades el territorio marroquí; el triunfo es también fácil en toda la Castilla del Norte, rural y con
predominio de los pequeños propietarios. Igual sucede en una Galicia interior políticamente desmovilizada,
aunque con más dificultad en la Galicia marítima. Se añade a ello una buena parte de la Andalucía latifundista
con Cádiz, Córdoba y Granada capital. En Extremadura, Cáceres. En el Norte, Navarra y Alava y, en Aragón,
toda su parte oeste, incluyendo las tres capitales. A estos ámbitos se limita el triunfo sin lucha. Pero se
presentan puntos sorpresa donde el triunfo de la sublevación no obedecerá a peculiaridades de estructura, sino
a los comportamientos puntuales de una y otra postura. Así, Zaragoza, Sevilla capital (la delicada situación
del general Queipo de Llano en Sevilla −con sólo 4 oficiales, 100 soldados y 15 falangistas− logró salvarla
con un ejercicio insólito de imaginación, utilizando la presión psicológica sobre la población mediante
emisiones de radio y haciendo circular constantemente a las escasas unidades que disponía), Huelva y Oviedo,
son controlados por los sublevados. La insurrección se frustra igualmente, sin mayor opción, en la Castilla del
Sur, con la excepción, en principio, de Guadalajara y Albacete, pero extendiéndose el fracaso a Badajoz.
Fracasa en Levante y Murcia, en la Andalucía penibética, menos Granada, y en Cataluña. También aquí se da
alguna sorpresa: los sublevados contaban con Valencia y no desesperaban de Barcelona. Hubo lucha inicial,
de más o menos entidad, en Barcelona (la sublevación en Barcelona dependía de que se pusiera al frente de
ella el general Goded, que había levantado Mallorca, pero incluso antes de su llegada la situación había sido
controlada por las autoridades republicanas y de la Generalitat, pero sobre todo por la intervención de las
masas sindicales armadas, en especial de la CNT), Guadalajara, San Sebastián, Albacete. En Madrid (en la
capital los sublevados apenas pudieron hacerse con el aeródromo de Cuatro Vientos y con el Cuartel de la
Montaña; ambos centros fueron tomados, tras cortos pero sangrientos combates, por unidades fieles a la
República y por las primeras masas de obreros que fueron armadas por los sindicatos), Málaga o Valencia, se
asaltaron los cuarteles. En Zaragoza o Sevilla el fracaso de las fuerzas prorrepublicanas ante una sublevación
evidentemente débil inclina la situación en favor de los rebeldes. En Oviedo, Aranda engañará a los líderes
obreros. En Barcelona, por el contrario, la contundencia de la respuesta popular liquidará el problema. En
definitiva, permanece leal a la República la España industrializada el País Vasco, menos Alava; Cataluña,
Asturias, etcétera, donde mayor fuerza tenía el movimiento obrero, con más población urbana y formas
sociales más evolucionadas.
Así pues, España quedaba dividida en dos zonas: los rebeldes dominaban toda Galicia, León, Castilla la Vieja,
salvo Santander, la mayor parte de Aragón, las Islas Baleares, excepto Menorca, las Islas Canarias, Cádiz, el
Protectorado marroquí, Navarra, y algunos núcleos aislados en Oviedo, Sevilla, Granada y Córdoba. El
Gobierno controlaba el resto de España, con la problemática de que la franja costera al Mar Cantábrico
quedaba aislada del grupo central. En total, los militares gobernaban unos l75.000 kilómetros cuadrados,
Marruecos incluido, y la República unos 350.000 kilómetros cuadrados con el triple de población. Lo que
resultaba evidente era que el Pronunciamiento como tal había fracasado y degenerado en una Guerra Civil.
Esta división de España en dos bloques corresponde con la que el país ofrecía en las elecciones de febrero de
l936. Casi toda la España conservadora se alineó con el Alzamiento, mientras que las regiones con fuerte
censo proletario o de partidos del Frente Popular continuaron leales al gobierno republicano.
La repartición entre Gobierno y rebeldes de la fuerza militar preexistente −incluidos los institutos armados de
orden público− es uno de los contenciosos historiográficos más intrincados. Pero hoy está claro que el análisis
no puede hacerse con el mero indicador de las cifras sobre las que, por lo demás, no existe acuerdo.
Ateniéndonos a las cifras que nos parecen más fiables entre las manejadas, podría decirse que en la zona
gubernamental quedan unos efectivos militares cercanos a los 50.000 hombres y en la sublevada en torno a los
46.000. Ello en la Península, pero los rebeldes contarán además con los aproximadamente 47.000 hombres del
Ejército de África. Guardia Civil, Carabineros y Guardia de Asalto repartirán su conjunto casi a partes iguales
entre unos y otros: 33.500 con el Gobierno y 31.000 con los sublevados (son datos de M. Alpert). Asunto más
8
importante es aún el de los militares profesionales, que constituían, obviamente, la médula del Ejército. Está
claro que los generales sublevados fueron una minoría, lo que no quiere decir que la mayoría pudiera ser
empleada por la República. De los casi 16.000 oficiales que, en una u otra situación, existían antes de la
guerra, las cifras de los que colaboran con la República oscilan entre los 3.500 y los 2.000, según las fuentes.
Todo ello no son más que datos sobre el papel. Nunca se insistirá bastante en que ambos Ejércitos fueron, por
muchas razones imposibles de analizar aquí, absolutamente incomparables.
El fracaso de un pronunciamiento rápido y contundente dio paso al segundo plan de guerra: la tenaza sobre
Madrid del ejército del norte y el de África, al frente de los cuales se encontraban los generales Mola y
Franco. El hecho que hizo saltar las posibilidades de la República fue el traslado de las unidades del ejército
colonial en Marruecos a la Península; era el único cuerpo militar con real experiencia de combate y su
actuación fue decisiva. Pero incluso esta segunda fase resultó también fallida ante la resistencia de la capital;
este relativo fracaso del Alzamiento hizo que España quedara dividida en dos. Los nacionales habían previsto
que casi toda España se sublevara y luego, en el probable caso de no conseguir Madrid, lo conseguirían con
todo el Ejército. Pero no fue así y lo que se había preparado como una corta campaña degeneró en una cruenta
Guerra Civil que, contra todas las expectativas anteriores, duraría tres años.
La primera estapa de la guerra transcurre desde el inicio de las operaciones militares en campo abierto hasta
ocho meses después, marzo de 1937, final de la batalla de Guadalajara, último intento del Ejército sublevado
para controlar Madrid y decidir con ello la guerra. Podría hablarse de una fase de guerra de columnas −al
estilo colonial−, grupos de tropas formados con pequeñas unidades de diversas armas, de escaso volumen y
mucha movilidad. Esta es la base de la guerra hasta noviembre de 1936 al menos. El sistema de combate
empleado en la guerra civil fue muy arcaico, debido a que los militares españoles no habían tenido
oportunidad de renovar sus conocimientos de táctica con las innovaciones introducidas durante la I Guerra
Mundial. Los generales franquistas ordenaban el ataque utilizando la formación en columnas mixtas,
independientes entre sí pero a las órdenes de un mismo jefe. Era ésta una táctica que se había empleado con
éxito contra los rebeldes marroquíes y que resultaba eficaz en una guerra de guerrillas, pero arcaica en el
contexto de una contienda total. Las columnas mixtas atacaban por varios puntos distintos y, si el frente
formaba una sola línea, conseguían romperlo con facilidad. También los militares fieles a la República se
habían formado en la guerra colonial, por lo que tanto su ataque como su defensa se basaba en este esquema
elemental.
La República declara disuelto el Ejército y a primeros de agosto intenta crear otro sobre batallones de
voluntarios. Es la época de las milicias, reclutadas entre las organizaciones políticas y sindicales. Diversas
disposiciones, a fines de septiembre y octubre, acometen la militarización de estas milicias y se dan los
primeros pasos para la creación de un Ejército Popular Regular sobre la base de las Brigadas Mixtas. Entre los
sublevados, las milicias se militarizarán por decreto de 20 de diciembre de 1936. En los primeros meses, la
guerra es claramente desfavorable para la República. Navarra y Sevilla son los dos grandes centros difusores
de columnas rebeldes, centros que forman, respectivamente, el ámbito de mando de Mola y Franco.
Su objetivo esencial era Madrid, pero también se enviaron fuerzas contra objetivos complementarios.
Desde Pamplona, columnas compuestas de soldados, fuerzas de orden público, requetés y, menos, falangistas,
parten hacia Somosierra (García Escámez), Guipúzcoa (Beorlegui), Zaragoza (Utrilla). En Valladolid se
organiza la columna Serrador, a la que se suman efectivos navarros, que llegarán al Alto del León, en la sierra
de Guadarrama. Sin embargo, la expansión de Mola sobre Madrid queda detenida por las milicias
republicanas creadas en la capital −donde se integran también fuerzas regulares− en los pasos de la Sierra.
En la zona sur, el éxito de un ejército tan entrenado como el de África, con la Legión Extranjera y las
unidades de marroquíes, es mucho más fulminante y también aquí se contará con efectivos de milicias. Con
centro en Sevilla, los sublevados amplían y consolidan su dominio de la Andalucía del Guadalquivir y
establecen conexión con los sublevados de Granada. Pero lo absolutamente decisivo para la marcha de la
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guerra es el paso del Ejército de África a la Península por el estrecho de Gibraltar, gracias a la primera ayuda
exterior a uno de los combatientes, en este caso la de Alemania e Italia: en los primeros días de agosto, 14.000
hombres del ejército de África, bien pertrechados, cruzaban el estrecho de Gibraltar con la colaboración de la
aviación italiana y del acorazado alemán Deutschland; era el primer gran puente aéreo de la Historia. A partir
del 5 de agosto el transporte por mar de esas tropas se consolida. Rápidamente Franco contacta con Queipo de
Llano en Sevilla. Luego controló rápidamente Cádiz y en unión con Yagüe dominaron los núcleos antes
aislados de Córdoba, Málaga y Granada.
Desde Sevilla las tropas de África tenían que dirigirse a Madrid. Originalmente se pensó en avanzar por
Córdoba, Despeñaperros y Castilla la Mancha camino de Madrid. Sin embargo, la concentración de tropas
republicanas en la zona de Córdoba hizo que se decidieran avanzar paralelamente a la frontera portuguesa. El
día 2 de agosto se inició la marcha con las tropas disponibles hasta ese momento. Apenas encuentraron
oposición y el día 4 tomaron Monasterio y el 7 llegaron a Almendralejo y Zafra. En los primeros días habían
avanzado más de 120 kilómetros y el pánico cundió en Badajoz. Aquí la situación era muy confusa, y hasta el
mismo día 7 la situación no quedó resuelta en favor de los republicanos. El día 10 los legionarios llegaron
hasta las cercanías de Mérida. El día 11 atacaron con una maniobra envolvente que puso a las milicias en
retirada hacia Don Benito. Gracias a la toma de Mérida, el ejército de África contactó con las tropas de Mola
en Cáceres, que estaban tan necesitadas de material que el mismo Mola pensó en rendirse. El siguiente paso
fue asegurarse el flanco izquierdo en Badajoz, donde se encontraban unos 5.000 hombre armados, entre
guardias de Asalto, soldados y milicianos. El día 13 comenzaron los ataques en las afueras de Badajoz, y el
asalto a la ciudad empezó el día 14 a las 5:30. Los nacionales atacaron por las puertas del Pilar, de la Trinidad
y de los Carros. Hasta las 10 y media no pudieron poner un pie en Badajoz por la puerta del Pilar, aunque
después de tomar el cuartel de la bomba no aprovecharon la entrada. Los combates más violentos se
produjeron en la puerta de la Trinidad, donde no pudieron entrar hasta las tres de la tarde. El capitan
Pérez−Caballero, al mando de las tropas que consiguieron entrar mandó un escueto mensaje a Yagüe:
"Atravesé la brecha. Tengo catorce hombres. No necesito refuerzos". Los republicanos que pudieron,
escaparon hacia Portugal, pero los que quedaron atrapados siguieron luchando una batalla encarnizada hasta
entrada la noche que dejó las calles de Badajoz sembradas de cadáveres. El final de la primera batalla seria
que tuvieron las tropas nacionales fue culminado con una represión sangrienta durante algunas semanas, la
más cruel que se había dado hasta la fecha, y eso que ya se había ejecutado mucha gente por ambos bandos.
En la plaza de toros se ejecutaron entre 200 y 4.000 republicanos, según la fuente que se lea. El mismo día 14
hubo un ataque de las milicias republicanas sobre Mérida, que los nacionales tardaron todo el día en rechazar.
El 18 de agosto se reinició la marcha camino de Madrid. En la ruta se encuentra Guadalupe, donde una fuerza
de guardias civiles sublevados eran asediados por las tropas de la columna Uribarry. El 21 las tropas
nacionales llegaron y liberaron a los sitiados. En situación similar se encontraba Navalmoral de la Mata, que
fue asegurada por las tropas de Franco el día 22. El avance siguió imparable camino de Talavera de la Reina.
Sólo la aviación republicana presentó algún obstáculo, que obligaba a las columnas nacionales a avanzar
durante la noche y atacar las poblaciones durante el amanacer.
Columnas mandadas por Asensio y Castejón, a quienes se sumarán después Tella y Yagüe, avanzan hacia el
norte por Extremadura. El 11 de agosto ocupan Mérida; el 14, Badajoz, y penetran después en la provincia de
Toledo. El 3 de septiembre ocupan Talavera, nudo estratégico de gran valor, pero entonces Franco se inclina
por acudir en socorro de los sitiados en el Alcázar de Toledo, y el 30 de septiembre los nacionales tomaban
Toledo, donde los republicanos se habían hecho fuertes y resistían el cerco los cadetes y mandos de la
Academia de Infantería. Los nacionales resistieron un asedio de 70 días en el Alcázar. El famoso castillo
quedó muy dañado.
El 9 de septiembre se efectúa, a través de la sierra de Gredos, el enlace entre las fuerzas sublevadas del Norte
y del Sur; el territorio y el Ejército rebelde quedan unificados en un solo bloque.
Desde Navarra se efectúa el ataque a Guipúzcoa, donde cae Irún el 5 de septiembre y San Sebastián el 13,
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quedando el frente establecido ante Vizcaya, sobre el río Deva, en octubre. En Asturias, los republicanos no
pueden superar la resistencia de Aranda en Oviedo y la columna enviada en su socorro desde Galicia consigue
levantar el cerco.
A primeros de octubre, los combates alcanzan
la provincia de Madrid. El 21 ocupan los sublevados Navalcarnero y el 29 se produce el contraataque
republicano de Illescas, donde aparecen por vez primera armamento y asesores soviéticos. A la altura del 6 de
noviembre, las columnas reagrupadas y reorganizadas bajo el mando de Varela se encontraban en los
arrabales de Madrid. Mientras tanto, en los demás frentes, salvo el de Aragón, los progresos rebeldes eran
también incontestables.
De este modo finalizó la maniobra de pinza sobre Madrid desde el Norte y el Sur. La Batalla de Madrid consta
de varias fases:
1) Después de la conquista de Getafe el 5 de noviembre, llegaban los nacionales a los arrabales de Madrid. El
6 el gobierno republicano abandonaba Madrid con lo que prácticamente era declarada ciudad abierta. En su
lugar se instaló una Junta de Defensa presidida por el General Miaja. De todas formas, su papel hubiera sido
nulo sin la colaboración del pueblo madrileño, que a la consigna de No pasarán, se lanzó a la defensa de su
ciudad de una forma sorprendente. Pocos días después entraban en liza las primeras Brigadas Internacionales.
A principios de diciembre el ataque frontal a Madrid fracasaba.
2) A partir de este momento, se comprendió que la guerra iba a ser larga. El rápido avance del ejército
nacional se había visto facilitado por la inexperiencia de las animosas Milicias Republicanas, pero ya
empezaban a surgir los embriones del Ejército Popular y el enfrentamiento de dos ejércitos. La Batalla del
Jarama es el segundo intento de conquistar Madrid, que igualmente acabaría en fracaso para los nacionales, a
pesar de algunas ganancias territoriales, llevando las Brigadas Internacionales el mayor peso.
3) La Batalla de Guadalajara en marzo de 1937 fue el último intento importante de los nacionales para
conquistar Madrid. La batalla fue cuidadosamente preparada por el cuerpo de tropas voluntarias de Mussolini.
El 8 de marzo, 50.000 italianos rompían el frente republicano y avanzaron a lo largo de la carretera
Zaragoza−Madrid, mientras que el general Moscardó llegaba a Torija. La reacción republicana fue total.
Detuvo el ataque italiano y contraatacó recuperando casi todo el territorio perdido y recogiendo abundante
material que los italianos dejaron en su desbandada. El 21 quedaba nuevamente estabilizado el frente. Madrid
se había salvado de nuevo.
4) Entre el 6 y el 26 de julio de l937 se desarrolló la Batalla de Brunete. Fue la última de las grandes batallas
en torno a Madrid y fue de iniciativa republicana en el intento de cercar a las tropas nacionales en la Ciudad
Universitaria y en la Casa de Campo. A pesar de alguna ganancia territorial, los objetivos republicanos no
fueron cubiertos.
Los primeros ataques contra la zona republicana del Norte de España provinieron de Navarra, ya en los
comienzos de la guerra con el intento de aislar este territorio de la frontera francesa. Pero será después de la
Batalla de Guadalajara cuando los nacionales comiencen su verdadero ataque.
En torno a abril−mayo de 1937 comienza un segundo y largo ciclo central de la guerra, que culminará con el
final de la batalla del Ebro en una situación de práctica derrota de la República, en noviembre de 1938. En el
origen de este segundo momento hay importantes acontecimientos políticos, de organización militar y
diplomáticos, en ambos bandos. Se partía de un relativo equilibrio de fuerzas. Pero durante veinte meses de
guerra el equilibrio se fue deshaciendo progresivamente en favor de los insurgentes.
El primer gran revés republicano es la conquista por Franco de toda la cornisa cantábrica, Vizcaya, Santander
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y Asturias, lo que se consuma entre abril y octubre de 1937. Al final de marzo empieza el ataque a Vizcaya
con un ejército en el que juegan gran papel los requetés carlistas, artillería y aviación alemana e italiana,
tropas italianas, que acabarían cosechando una nueva derrota en Bermeo, y los magníficos fusiles alemanes
que tienen los requetés. El 26 de abril sucede el célebre hecho de la destrucción de Guernica por la aviación
rebelde. Ese día era el día del mercado semanal y los aviones de la Legión Cóndor se abatieron sobre la
ciudad y durante tres horas la bombardearon causando más de mil víctimas mortales. El 19 de junio es tomada
Bilbao. Después, los batallones nacionalistas vascos capitulan su rendición a los italianos en Santoña. El 28
del mismo mes de abril los nacionales entraban en Durango. El 14 de agosto comenzaba el ataque a
Santander, que fue tomado el 24 del mismo mes. El 1 de septiembre, comenzaba la conquista de Asturias. El
avance, en un principio, fue lento debido a la resistencia de los asturianos republicanos y a que los nacionales
tuvieron que destinar parte de dichas tropas y también aviación para contener la ofensiva republicana en
Belchite. A partir del 14 de octubre, con la ruptura del frente en Infiesto, el avance nacional se convirtió en un
paseo militar.
Para contribuir a la disminución de la presión rebelde en el Norte, la República emprende ofensivas en otros
frentes. Este sentido tiene la operación sobre Brunete, en julio de 1937, y en Aragón, en agosto. El frente
aragonés se había mantenido en una gran calma hasta la batalla de Belchite. Fueron las tropas republicanas las
que tomaron la iniciativa con el objetivo de tomar Zaragoza.
Perdido el Norte para la República, la guerra se reanuda en diciembre de 1937. Durante un año crucial, 1938,
uno y otro bando se esfuerzan en conseguir la iniciativa. El Estado Mayor del Ejército republicano tiene ahora
a su frente a un gran técnico, Vicente Rojo.
La nueva etapa comienza con la lucha en torno a Teruel, a iniciativa republicana, para impedir una nueva
operación sobre Guadalajara, vía a Madrid, proyectada por Franco. La batalla de Teruel comienza el 15 de
diciembre con iniciales éxitos republicanos, que expugnan la ciudad el 7 de enero de 1938. La guerra se va a
fijar entonces en el frente aragonés−levantino durante muchos meses, con operaciones secundarias sólo en
Extremadura. Franco planea y ejecuta una gran ofensiva en el bajo Aragón, que dará lugar primero a la
llamada batalla del Alfambra. El 22 de febrero de 1938 Franco reconquista Teruel. La Batalla de Teruel
supuso un gran desgaste para el ejército republicano.
En marzo, la lucha se traslada a la zona sur del Ebro y en una larga serie de operaciones el ejército de Franco
logra desbaratar completamente el frente de Aragón, ocupando la vertiente sur del Ebro, el Maestrazgo y
alcanzando el mar en Vinaroz, el 15 de abril. Al norte del Ebro es igualmente efectivo el avance hacia el Este,
que alcanza a Lérida que cayó el día 3 de abril, y días después caía Castellón. De este modo el frente quedó
establecido sobre la línea del Noguera−Segre. El territorio republicano quedaba de nuevo partido, dejando a
Cataluña aislada. Entonces, Franco orienta su ofensiva en la región levantina hacia el Sur, con la intención de
llegar hasta Valencia. En línea desde el Maestrazgo hasta la costa, avanza en dirección Norte−Sur. Los
combates, cada vez más duros, se suceden entre abril y julio de 1938.
El gran esfuerzo frontal del Ejército franquista se agota en las defensas de la sierra de Espadán, con un
tremendo desgaste de ambos bandos, antes de que la ofensiva desencadenada por el Ejército republicano en el
Ebro, el 25 de julio, cambie el escenario central de la guerra. La batalla del Ebro sería el último gran intento
de la República para poner en contacto ambas zonas leales.
En efecto, la última gran batalla de la guerra comienza en esa fecha con el paso del río, por sorpresa, por un
ejército bien preparado, en el gran recodo que el Ebro describe entre Mequinenza y Cherta. Lograron la
posesión de una bolsa de varias decenas de kilómetros de profundidad. El avance republicano tierra adentro en
la margen derecha del río sigue hasta el día 30, pero entonces se detiene con resultados mediocres. En
cualquier caso, la gravedad de la situación hace que Franco acumule refuerzos en la zona y se lance a la
contraofensiva desde el 10 de agosto. Los combates más duros se producen en septiembre y los franquistas
van reduciendo la bolsa sobre el río. La lenta recuperación de territorio continúa en octubre y la definitiva
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contraofensiva comienza el día 28, el mismo en que las Brigadas Internacionales se despedían de España en
Barcelona. El día 15 de noviembre, las últimas fuerzas republicanas repasan el Ebro. Esta batalla demostró
una vez más la disposición de la República de resistir hasta el fin. Pero los republicanos quedaron totalmente
agotados y sin posibilidad de renovar su material bélico debido al nuevo cierre de la frontera francesa. En
cambio los nacionales, gracias a los nuevos acuerdos mineros entre Salamanca y Berlín, recibieron nuevos
suministros.
Se entraba, pues, en el último ciclo de la guerra, breve y de escasa actividad bélica, que culminaría con la
descomposición política interna de la República, hasta concluir con el golpe de Estado del coronel Casado en
Madrid, a primeros de marzo, rebelándose contra el Gobierno Negrín.
El 23 de diciembre inició Franco su ofensiva final en Cataluña. Ocupadas Lérida y Tarragona, Barcelona fue
bombardeada −no por vez primera, desde luego−a mediados de enero, y el día 26 cayó sin lucha. Aunque aún
hubo algún combate más al norte, la única posibilidad de resistencia de la República se encontraba ahora en la
extensa zona Centro−Este−Sureste, que aún controlaba.
El 4 de febrero de 1939, los nacionales ocuparon Gerona; el día 6 los dirigentes de la República, Azaña,
Negrín, Companys, Aguirre y Martínez Barrio cruzaron la frontera.
El desenlace final de la Guerra Civil constituyó una trágica ironía: terminó como había empezado, con el
pronunciamiento de un militar. El coronel Casado, jefe del Ejército del Centro, el único todavía en pie de
guerra, implantó en Madrid un Comité de Defensa compuesto por grupos anticomunistas de los socialistas
reformistas de Besteiro y de la CNT. El Comité rechazó la autoridad de Negrín, y con ella su intención
declarada de resistir hasta el fin. Madrid quería la paz y sobre este sentir común se levantaba la popularidad de
Casado, que esperaba pactar él mismo con Franco y aparecer como el soldado de la paz, ambición que no se
cumplió, como ninguno de los intentos de una paz negociada, debido a la insistencia de Franco en una
rendición incondicional. El resultado de la rebelión fueron seis días de guerra civil en la capital republicana
entre los comunistas y las fuerzas leales al Comité de Defensa. Cuando finalizó esa lucha, había desaparecido
el último ejército republicano. La Guerra Civil había terminado.
El día 1 de abril de 1939 todas las emisoras de radio y todos los periódicos difundieron el último parte de
guerra: En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus
últimos objetivos militares. La guerra ha terminado.
3.1 La Batalla de Madrid
En Madrid, el general Fanjul debía atrincherarse hasta recibir refuerzos, los cuales vendrían de Andalucía,
Castilla y Zaragoza. Sin embargo no contaron con una rápida respuesta de la gente de Madrid y la resistencia
de Fanjul duró poco. Las tropas de Zaragoza pronto tuvieron bastantes preocupaciones con las milicias
catalanas y poco pudieron aportar. En el norte el general Mola envió una columna de 1.600 hombres al mando
del coronel García−Escamez hacia Madrid. Después de asegurar la sublevación en Logroño y Soria, avanzó
hacia Guadalajara. Sin embargo, antes de llegar se enteró de la perdida de esta ciudad y decidió atacar por el
puerto de Somosierra el 24 de julio. Aquí se produjo la primera batalla de la guerra, donde las tropas
nacionales tomaron el puerto pero fueron incapaces de avanzar más frente a las milicias venidas desde
Madrid. Con resultados similares se resolvieron los combates en Navacerrada y en el Alto de Leon. Para
agosto de 1936 la lucha en el Norte de Madrid se había apagado definitivamente y las líneas del frente ya no
se moverían durante el resto de la guerra. El siguiente intento de llegar a Madrid se produjo por el sector de
Guadalajara. Las tropas republicanas habían asegurado Guadalajara el 22 de julio y siguieron por Alcolea del
Pinar y Siguenza hasta Molina de Aragon. Las tropas nacionales se fueron reforzando y atacaron, tomando
Alcolea del Pinar y atacando Siguenza el 7 de agosto sin éxito. Esta derrota les obligó a parar el ataque y
esperar refuerzos. La lucha en el sector continuó sin resultados claros para ningun bando, hasta que el 26 de
agosto el teniente coronel Marzo tomó el mando nacional y comienzó un lento pero imparable avance hacia
Sigüenza gracias a los continuos refuerzos, que cayó en manos nacionales el 9 de octubre, cuando la
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importancia de ese frente habia decaído frente al avance del ejército de África por el sur.
A comienzos de noviembre de 1936 se hizo evidente que el alto mando republicano había fracasado en su
intento de contener el avance de las fuerzas rebeldes que avanzaban hacia Madrid desde Sevilla. Su estrategia
defensiva en puntos clave había resultado infructuosa al carecer el bando republicano de un verdadero
ejército. Los milicianos que formaban la mayor parte de las tropas republicanas eran incapaces de mantener el
orden de batalla en campo abierto. Sin embargo, tampoco en el bando franquista reinaba la eficacia. Las
columnas africanas tenían graves deficiencias, pero constituían un ejército encuadrado. Organizadas a la
manera de una antigua tropa colonial, tenían una gran movilidad táctica y guardaban el orden de combate
tanto en la ofensiva como en la defensiva. Disciplinados, resistentes y feroces, los legionarios y moros
cumplían las órdenes más despiadadas con una eficacia que les hacía muy superiores en el combate ofensivo a
las improvisadas fuerzas republicanas.
Madrid se había convertido en el objetivo ineludible del avance franquista hacia el norte. Los republicanos
habían conseguido apenas ralentizar el progreso de los rebeldes, pero no habían logrado vertebrar una línea de
defensa organizada. Los milicianos combatían con entusiasmo revolucionario, pero sin encuadramiento ni
disciplina, y los contraataques republicanos eran desastrosos. Ni Largo Caballero ni el presidente de la
República, Manuel Azaña, creían en la posibilidad de salvar Madrid por las armas. El gobierno consideró que
la capital no era fundamental desde el punto de vista estratégico y que su defensa agotaría buena parte de los
recursos republicanos. La voluntad del gobierno era continuar la lucha desde posiciones más ventajosas por lo
que se trasladó a Valencia. El 6 de noviembre Largo Caballero nombró al general Miaja máxima autoridad
militar y política de la defensa de la capital y el gabinete abandonó Madrid con destino a Valencia. El plan
previsto por Largo Caballero dejaba a Pozas como jefe del Ejército del Centro, con cuartel general en
Tarancón, a 80 kilómetros de Madrid y en la línea de comunicaciones con Valencia. Madrid quedaba como
una posición dependiente de este frente y se encomendaba su custodia al general Miaja, con órdenes de
organizar una Junta de Defensa para coordinar a las distintas instituciones leales de la capital. Con ello el
gobierno abandonaba Madrid a su propia suerte.
Se hicieron los preparativos para la defensa de la ciudad. Miaja instaló su puesto de mando en los sótanos del
Ministerio de Hacienda y nombró jefe del Estado Mayor al comandante Vicente Rojo, hombre sin apenas
experiencia bélica pero con amplios y modernos conocimientos teóricos.
Las tropas de defensa de la ciudad no podían ser más heterogéneas. Sólo la llegada de las primeras ayudas
militares soviéticas daba a la masa armada fiel a la República un cierto aire de ejército. Los franquistas
contaron con ayudas extranjeras mucho antes que los republicanos y ya en agosto del 36 llegaron los primeros
tanques italianos, que ahora se hallaban en el frente madrileño junto a los alemanes Krupp
Panzerkampfwagen. Los tanques soviéticos tenían mayor potencia de fuego y mayor resistencia, pero fueron
deficientemente utilizados por el mando republicano y tendrían poco peso en la decisión de los combates. En
el aire sí hubo cambios significativos. A principios de noviembre los cazas alemanes Heinkel 51 y los italianos
Fiat CR 32 se habían enseñoreado del cielo de la ciudad, mientras que los anticuados Nieuport 52
republicanos se batían en retirada. El día 3 llegaron los primeros Polikarpov 1−15 soviéticos, a los que se dio
popularmente el nombre de chatos. Así se inició una igualada batalla por el espacio aéreo sobre la capital.
Todavía el día 6 de noviembre Miaja desconocía el total de sus efectivos. Nadie sabía cuántos hombres y
mujeres armados participaban en la defensa de Madrid. La ciudad estaba llena de refugiados de otras
provincias, muchos de los cuales se unieron a las milicias. Quedaban en Madrid algunas tropas de unidades
regulares (Guardia de Asalto, Guardia Nacional Republicana y Carabineros) junto a los milicianos que
representaban el grueso de las tropas. El comandante Rojo calculó que en total dispondría de unos quince o
veinte mil hombres, la mayoría sin ningún entrenamiento militar. Tampoco se conocía con certeza dónde
operaban las distintas fuerzas republicanas. Las columnas, la artillería y los servicios estaban distribuidos por
la ciudad sin orden ni concierto. Se conocía de forma aproximada dónde estaban las columnas mandadas por
Escobar, Mena, Galán, Bueno y Líster, pero no había coordinación entre ellas ni tropas de reserva. Mientras
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tanto, en los suburbios millares de personas se afanaban en construir toscas e insuficientes fortificaciones.
El ejército franquista que avanzaba sobre Madrid no era muy numeroso: quizás unos quince mil hombres,
pero encuadrados y disciplinados. El núcleo esencial de las tropas lo constituían los legionarios y regulares
moros, las mejores tropas de choque del ejército español. Contaban con escasa artillería y de poco calibre.
El ataque sobre Madrid se planeó siguiendo directrices militares anticuadas. Para penetrar en el interior de la
ciudad los franquistas tendrían que salvar el foso del Manzanares que, aunque casi seco, militarmente era un
serio obstáculo por estar canalizado entre los puentes de la Princesa y de los Franceses. Como las tropas
marroquíes carecían de un servicio de pontoneros eficaz, se pensaba entrar en Madrid por las carreteras y
puentes ferroviarios, siguiendo la táctica de las columnas mixtas. El general José Varela mandaba las
columnas, que dispuso de forma que entraran en la ciudad por cada uno de sus puentes. Las fuerzas quedaron
así divididas para atacar de forma más o menos simultánea, cada columna empleando su propia artillería, y
con escasas reservas, por lo que el mando franquista no podía esperar que fructificase un ataque en
profundidad. Esta táctica ilustra con qué insensata audacia encaraba Franco la ofensiva sobre Madrid. Después
de los continuos reveses sufridos por el ejército republicano, el mando rebelde pensaba que Madrid caería con
facilidad. Franco permitió que cada jefe de columna penetrara en la ciudad casi por su propia cuenta,
siguiendo un plan establecido pero con posibilidades de coordinación muy limitadas y una artillería que se
reducía a nueve baterías de 105 y 115 mm. El juego de columnas no era efectivo en una ciudad de tan amplio
perímetro como Madrid.
En cambio, Rojo, debido quizás a la desconfianza en su propia experiencia, buscó soluciones de manual a la
desesperada defensa de Madrid. Intentó centralizar la dirección de las operaciones, mantener el control sobre
todas las unidades y el material para sacar el mayor provecho a sus pocos recursos. Le ayudó la imprudencia
de los franquistas: el 7 de noviembre un oficial de carros italiano moría en primera línea del frente, llevando
encima el plan de operaciones completo. Aunque no se especificaba la fecha, por las indicaciones se colegía
que se trataba del plan dispuesto para el día siguiente, de modo que Rojo contó con cierta ventaja.
La maniobra de Varela respondía a una idea muy estereotipada: el principal cuerpo de ataque entraría en
Madrid por la Casa de Campo y el Parque del Oeste, mientras otro secundario atacaría desde el sur en una
maniobra de diversión. La organización de las tropas respondía al tradicional esquema de las columnas
autónomas. Las situadas en el sur avanzarían sobre los puentes de Segovia, Toledo y la Princesa para distraer
a los republicanos, mientras que, por el frente oeste, la ofensiva principal penetraría por la carretera de La
Coruña y Ciudad Universitaria, el puente de los Franceses y el ferroviario. La acción principal era, pues,
frontal, siguiendo un esquema muy simple, apenas arropada por la artillería y careciendo de verdaderas
reservas en la retaguardia.
Rojo tomó medidas de urgencia para salvar la situación del día 8, conociendo ya los planes del enemigo.
Ordenó mantener una resistencia a ultranza en la Casa de Campo, mientras se atacaban los flancos de las
columnas franquistas, con particular violencia en la carretera de La Coruña, que era el punto más débil por ser
el más abierto. Rojo alineó reservas, aunque sin apenas armas, en las cercanías del puente de Toledo y en
Ciudad Universitaria, con el fin de enviar refuerzos allí donde el desarrollo del combate lo hiciera necesario
(contaba con que estos refuerzos sólo podrían armarse utilizando los fusiles de los muertos y heridos).
Faltaban mecanismos para organizar el reclutamiento forzoso, de modo que se realizó una movilización
espontánea, alentada por el entusiasmo de la lucha contra el fascismo y el fervor revolucionario de los
primeros días de la guerra. La propaganda de las fuerzas políticas y sindicales antifranquistas había sido muy
intensa. Desde el mes de octubre circulaban consignas como No pasarán o Hagamos de Madrid una fortaleza
inexpugnable y la respuesta de la población fue sin duda la clave de la resistencia de Madrid.
El día 7 llegaron a Madrid los primeros contingentes de las Brigadas Internacionales, cuya incorporación al
frente se había acelerado por la desesperada situación militar. Los tres primeros batallones de brigadistas se
agruparon en la 11ª Brigada, mandada por Lazar Stern, general Kleber, un antiguo capitán del ejército
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austrohúngaro y militante comunista. Rojo destinó a la 11ª Brigada a la defensa de la Casa de Campo, ya que
el ejército republicano carecía de otras fuerzas de choque.
Los franquistas iniciaron su ofensiva por los puentes de Toledo y Segovia, que fueron atacados por las
columnas mandadas por Barrón y Tella. El foso del Manzanares y la resistencia desesperada de los
combatientes republicanos impidió que los franquistas llegaran a la orilla opuesta. El ataque principal en la
Casa de Campo fue también neutralizado. Intervinieron en este frente tres columnas franquistas mandadas por
Asensio, Castejón y Delgado Serrano, a las que se opusieron otras tres columnas republicanas que
consiguieron mantener sus posiciones defensivas. El ataque, apoyado por una artillería muy escasa, resultó
una sangría inútil. El Estado Mayor franquista no había valorado los problemas que presentaría la conquista
de una ciudad tan extensa como Madrid. Los defensores se parapetaron en los edificios de los barrios
periféricos, desde los que dominaban las afueras. Por otra parte, la red de transporte urbano, que siguió
funcionando, permitía el traslado eficaz de un extremo a otro de la ciudad a las tropas de reserva republicanas
y una cierta coordinación de las operaciones.
La Junta de Defensa republicana coordinaba la retaguardia con eficacia. Por vez primera desde el inicio de la
guerra, se movilizaron todos los recursos republicanos. La 11ª Brigada Internacional, que apenas contaba con
dos mil hombres, era demasiado pequeña como para mantener el peso de la defensa, pero estaba bien
equipada, sabía mantener la disciplina y su presencia infundía ánimos a los milicianos españoles. Llegaron
otros refuerzos desde la sierra y se esperaba la llegada de apoyos desde Cataluña. Se coordinaron los
transportes, la sanidad, el municionamiento y la propaganda. Ello hizo posible la resistencia de Madrid.
Los primeros cinco días de la batalla fueron de combates encarnizados. Los asaltantes avanzaban con gran
lentitud. El día 13 tomaron el cerro de Garabitas, que fortificaron y utilizaron como observatorio y base de
artillería. Mientras tanto, en el aire se desarrollaba una batalla paralela igualmente dura. La llegada de los
aviones soviéticos había establecido el equilibrio en el aire y el día 11 la aviación republicana destruyó buena
parte de los aparatos alemanes que tenían su base en Ávila. Dos días después se inició la primera batalla aérea
sobre Madrid, en la que se enfrentaron los Fiat y Henkel franquistas con los 1−15 republicanos. Los combates
se prolongaron durante tres días y se saldaron con la victoria republicana gracias a la llegada de los
Polikarpov 1−16 soviéticos (llamados moscas por los republicanos y ratas por los franquistas). Pronto sin
embargo la Alemania nazi envió nuevos y potentes refuerzos a los franquistas: tropas, aviones y pertrechos
que serían la base de la Legión Cóndor.
El general Varela, jefe de las operaciones franquistas, mantuvo su plan de acción, a pesar de haber quedado
éste frustrado por la resistencia republicana. Mantuvo la ofensiva apoyándose en los bombardeos que vertían
fuego sobre Madrid. Por su parte, los republicanos trataban de resistir a la desesperada: el día 13 entró en
combate la 12ª Brigada Internacional, de forma tan improvisada que fracasó por completo. Escaseaban la
munición y las armas, los hospitales estaban desbordados y se empleaba toda clase de artilugios para sustituir
a la artillería.
E l alto mando republicano proyectaba que el Ejército del Centro mandado por Pozas realizara una gran
contraofensiva para romper la retaguardia franquista, con la intervención de varias unidades que se
encontraban en el fragor de la defensa de Madrid, a lo que se oponían decididamente Miaja y Rojo. Los
efectivos republicanos antifranquistas se habían reforzado con la llegada desde Cataluña de dos nuevas
columnas, una de ellas al mando del líder anarquista Buenaventura Durruti. La llegada de Durruti fue una
inyección de moral para los resistentes, debido al prestigio y carisma de este célebre anarcosindicalista. Sin
embargo, pronto comenzaron sus desavenencias con el mando republicano, que le instaba a entrar de
inmediato en combate, mientras Durruti esperaba poder reorganizar sus efectivos y evaluar la situación antes
de salir a la línea de fuego.
La Ciudad Universitaria fue escenario de sangrientos combates durante los días 15, 16 y 17 de noviembre. Un
contraataque planeado por Rojo para conquistar el cerro de Garabitas fracasó y la subsiguiente contraofensiva
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franquista consiguió cruzar el Manzanares y penetrar en la Ciudad Universitaria a través del sector que
controlaba Durruti, cuyas fuerzas se replegaron (este hecho ha sido a menudo utilizado con fines
propagandísticos para desprestigiar la memoria del líder anarcosindicalista y desvalorizar el papel de las
milicias anarquistas en la defensa de Madrid). El ataque franquista conquistó una estrecha franja de terreno
que en los días siguientes se intentó ampliar sin éxito, mientras sobre Madrid arreciaban las bombas de la
aviación italoalemana y la población civil se refugiaba masivamente en los túneles del Metro. En el Hospital
Clínico se combatió piso por piso y habitación por habitación. El día 19 regresó al frente Durruti, que había
sido apartado temporalmente por Miaja. El anarquista murió al día siguiente en extrañas circunstancias
mientras dirigía el ataque al Clínico.
El día 22 los republicanos consiguieron frenar un nuevo ataque franquista mandado por Barrón. La batalla
comenzaba a languidecer, irresoluta. Era evidente que el ataque frontal a Madrid planeado por Franco había
fracasado, y así lo reconoció el generalísimo cuando se reunió con los mandos superiores de su ejército el 23
de noviembre en la localidad madrileña de Leganés. Al día siguiente, los republicanos emprendieron un
contraataque en Pinto sin que los franquistas respondieran. La situación se había estancado en todos los
frentes. Madrid era asediada por el oeste y el sudoeste. Al noroeste los rebeldes habían penetrado en la Ciudad
Universitaria, pero estaban a punto de ser desalojados de sus posiciones, cortadas las comunicaciones con sus
bases. En las afueras los republicanos realizaban esforzadas tareas de fortificación, a pesar de la falta de
cemento. Los barrios periféricos, abandonados por sus habitantes, eran escenario de sangrientos combates
mientras en el centro los cafés y teatros estaban repletos de gente. Las autoridades madrileñas habían
conseguido mantener el orden público y la muy numerosa quinta columna había sido en gran medida
desbaratada por la Junta de Defensa.
Los bombardeos continuaban. Esta táctica de fuego masivo respondía al interés de los militares alemanes en
conocer su efectividad en el ataque a grandes urbes, con vistas a la contienda que se preparaba en Europa.
Madrid fue la primera ciudad de la historia bombardeada de forma sistemática y sostenida, aunque los medios
empleados eran escasos en comparación con la extensión de la urbe. El fuego alemán no disuadió a los
madrileños en su empeño de resistir y se trabajó incesantemente para la recuperación de materiales, transporte
y fabricación de armamento gracias a las fuerzas voluntarias de la llamada brigada stajanovista. La principal
carencia era de munición de fusil, por lo que se procuraba recoger todos los casquillos vacíos para volver a
cargarlos. Faltaba también la comida, ya que no era posible articular el abastecimiento de la ciudad y el
hambre se enseñoreaba del frente y de la población civil. Se avanzó también en la organización del recién
creado ejército republicano: se crearon cuatro batallones de infantería, con su propia artillería y servicios. Los
milicianos fueron poco a poco encuadrándose en la disciplina militar. Aplazada la revolución que había
enfervorizado a buena parte del pueblo español, se presentaba ahora la dura realidad de la pura supervivencia,
prioritaria a cualquier otro fin, al tiempo que se hacía evidente que la guerra sería larga.
La batalla de Madrid significó la internacionalización de la guerra civil española. El resto de frentes se nutría
de los recursos españoles, por lo que permanecía estancado, pero en el de Madrid se concentraron las ayudas
extranjeras. A comienzos de noviembre los alemanes comenzaron a organizar la Legión Cóndor, una unidad
muy tecnificada formada por aviación, artillería antiaérea y carros de combate y cuyo mando en el aire no
dependía de los generales españoles. Las tropas que la componían, más de 5.000 hombres, llegaban
encuadradas en unidades tácticas listas para entrar en combate. Fue ésta una ayuda esencial para el ejército
franquista, un elemento definitivo en aquel conflicto primitivo. Los alemanes enviaron también oficiales de
instrucción militar que convirtieran en oficiales a los soldados franquistas con estudios. En el aire las fuerzas
italoalemanas eran fundamentales y sus oficiales actuaban con independencia de los mandos españoles, pero
en tierra éstos no permitían injerencias de sus aliados y llevaban a la práctica una guerra anticuada y
conservadora, con procedimientos de combate toscos.
Ante el fracaso de la ofensiva frontal contra Madrid, Franco decidió cambiar de táctica. A fines de noviembre
el mando republicano se empeñaba en resistir a ultranza, en construir fortificaciones y en contraatacar cada
avance franquista. Los milicianos tejieron en la capital una red de reductos y trincheras que les permitía llevar
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a cabo una guerra de emboscadura efectiva para la defensa de la ciudad. Rojo intentaba además mantener un
cuerpo de reserva para intervenciones urgentes, una medida básica pero ceñida a los planteamientos modernos
de la guerra.
La lucha cesó durante tres semanas, después de que Franco diera orden de poner fin al asalto frontal. A fines
de noviembre, cuando se hizo evidente que Madrid había resistido, el gobierno de Largo Caballero quiso
recuperar su control sobre la capital, eliminando la autonomía del general Miaja y de la Junta de Defensa. El
día 30 la Junta fue disuelta y reorganizada con el nombre de Junta Delegada de Defensa de Madrid. Esta
nueva Junta continuó en líneas generales la actuación de la anterior y no tuvo un peso decisivo en las
operaciones militares.
Madrid seguía siendo el objetivo predilecto del general Franco, por lo que éste decidió emprender su asedio.
Ordenó crear una división con tropas traídas de zonas de conflicto más tranquilas y con las tropas africanas
que habían participado en los combates por Madrid. Franco quería cortar las comunicaciones vitales para la
ciudad. Entre Madrid y la sierra el principal camino era la carretera de La Coruña. Pero era la carretera de
Valencia el verdadero cordón umbilical de Madrid: por allí llegaban los suministros y se efectuaban las
evacuaciones. La maniobra más sencilla era el corte de la carretera de La Coruña y fue el plan elegido por
Franco, poco dado a florituras tácticas.
3.1.1 La batalla de la carretera de La Coruña
Madrid estaba rodeado por el norte, con las tropas franquistas del general Mola ocupando los puertos de la
sierra, aunque sin capacidad para avanzar. En el sudoeste las tropas africanas ocupaban la Casa de Campo.
Las columnas de Asensio, Barrón y Delgado Serrano resistían parapetadas en los edificios de la Ciudad
Universitaria. La decisión de atacar por la carretera de La Coruña no sólo respondía a la necesidad de cortar
las comunicaciones de la capital con la sierra, sino también a la urgencia de aliviar la situación de las tropas
africanas encerradas allí.
La batalla se inició al oeste de la Casa de Campo. A medio camino se encontraba Pozuelo, defendido por la 3ª
Brigada republicana de José María Galán, compuesta por tropas en período de entrenamiento y con un
armamento irrisorio. El general Varela, que tenía el mando sobre las tropas africanas, decidió hacerlas avanzar
hacia el norte para que llegaran a la altura del frente de la Casa de Campo, con el fin de proteger el flanco de
sus tropas instaladas allí. Una columna de infantería africana, mandada por Siro Alonso, con algunos carros y
cañones, atacaría Pozuelo y avanzaría después hacia el norte. Para arroparla, marcharía por su flanco
izquierdo una fuerza de caballería mandada por Gavilán y por el derecho iniciarían su ataque las tropas de la
Casa de Campo dirigidas por Bertomeu. Los atacantes no contarían con reservas ni fuego de artillería
importante.
El ataque se inició en la madrugada del día 29, inesperadamente. Los franquistas consiguieron desalojar de
algunos edificios a los republicanos. Éstos tenían orden de resistir y así lo hicieron, mientras llegaba la 11ª
Brigada Internacional con orden de contraatacar. La ofensiva de Varela fracasó en Pozuelo, porque el general
franquista había previsto que los milicianos se replegarían ante el avance de la caballería. No fue así: los
milicianos resistieron y la columna de caballería tuvo que detenerse. El ataque de los africanos también
fracasó, después de terribles combates cuerpo a cuerpo. Sin artillería de gran calibre y sin reservas, Varela no
pudo perseverar en el ataque cuando sus vanguardias quedaron paralizadas. Sólo pudo empeñarse en una
cruenta lucha que duró varios días y que no tuvo otro resultado que innumerables bajas en ambos bandos. Con
ello fracasaba el primer intento de arrollar a las fuerzas republicanas en campo abierto. Miaja y Rojo tomaron
medidas para reforzar el frente en la carretera de La Coruña, donde esperaban nuevos ataques.
Franco procedió entonces a reorganizar sus tropas en Madrid. La 7ª División mandada por el general Saliquet
se convirtió en el I Cuerpo de Ejército, cuya misión única sería mantener el asedio sobre Madrid. El Cuerpo
de Ejército contaba con tres divisiones: Soria, Ávila y Reforzada de Madrid. La ciudad estaba rodeada por el
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norte por las divisiones de Soria y Ávila, mientras la Reforzada llevaba a cabo el ataque a la carretera de La
Coruña. Miaja, a su vez, había distribuido el territorio de la capital en cuatro sectores mandados
respectivamente por Kleber, Álvarez Coque, Mena y Líster. Los internacionales y las brigadas mejor
organizadas formaban la reserva al mando del propio Miaja, al igual que la artillería.
Un nuevo ataque franquista se organizó en función de la rapidez de los movimientos de sus tropas, según el
concepto anticuado de la táctica de los generales rebeldes. De nuevo se atacó la carretera de La Coruña, en
una zona más alejada de la ciudad. Las tropas empleadas por Varela no pasaban de diez mil hombres con dos
compañías de carros alemanes, aunque el ritmo del ataque debía sostenerlo la caballería. Actuaron tres
columnas: una de Caballería (Monasterio) y dos de infantería (Sáenz de Buruaga y Barrón), sin reservas y con
escasa artillería. El campo republicano estaba defendido por un grupo de batallones poco organizados al
mando del comandante Barceló. La ofensiva franquista se dirigió esta vez hacia las localidades de Boadilla y
Villanueva de la Cañada. La columna de caballería mandada por Monasterio debía partir desde Brunete hacia
Villanueva, a unos cuatro kilómetros hacia el norte, mientras desde Villaviciosa de Odón la infantería atacaba
Boadilla, a una distancia similar. La columna Barrón trataría de rodear el pueblo por su flanco oeste y
simultáneamente Sáenz de Buruaga trataría de ocuparlo.
El 14 de diciembre las tropas de Varela atacaron con éxito y consiguieron llegar a las inmediaciones de
Boadilla. La espesa niebla impidió la continuación del ataque al día siguiente, coyuntura que los republicanos
aprovecharon para contraatacar. El día 16 amaneció despejado y se inició la ofensiva de los cañones, aviones
y tanques franquistas, que desmoralizó a los resistentes. La columna Sáenz de Buruaga entró en Boadilla,
abandonada por los milicianos. El general Miaja envió a sus mejores unidades como refuerzo. La 11ª Brigada
Internacional avanzó sobre Boadilla con un destacamento de tanques soviéticos; la 12ª se situó más atrás y a
su derecha se alineó un batallón de la brigada de El Campesino. Al mismo tiempo otras fuerzas republicanas
atacaban el sur de Madrid en una maniobra de diversión.
Monasterio debía atacar velozmente Villanueva de la Cañada con nueve escuadrones de caballería. En un
primer momento consiguió ocupar el pueblo, pero el mal tiempo obligó nuevamente a detener el ataque. Los
republicanos aprovecharon la pausa para reorganizarse. En todo el frente su resistencia obligó a los franquistas
a detenerse o a replegarse. Los escuadrones no pudieron pasar de Villanueva de la Cañada y parte de la
columna Barrón emprendió la retirada acosada por los internacionales y los carros rusos. Se combatió con
gran dureza hasta que los republicanos desalojaron a los franquistas de ambos pueblos. Nuevamente había
fracasado el ataque de los rebeldes.
Hasta el 3 de enero de 1937 no se reanudó la ofensiva franquista. Durante ese tiempo Franco había acumulado
nuevas fuerzas con intención de llegar, de una vez por todas, a la carretera de La Coruña. Fue la mayor masa
de tropas empleada en la batalla de Madrid: veinticuatro batallones, siete escuadrones de caballería,
veinticuatro baterías, tres unidades contracarro, casi un batallón de carros de combate y la aviación
italoalemana al completo. Ésta se había reforzado a mediados de noviembre con la llegada de las fuerzas de la
Luftwaffe, la aviación alemana, que sería el núcleo de la Legión Cóndor. Eran 4.500 hombres, 20 bombarderos
Junker 52, 14 cazas Heinkel.51, 6 Heinkel−45 de reconocimiento, algunos hidroaviones, un destacamento de
artillería antiaérea y dos compañías de carros. Este núcleo fue rápidamente ampliado hasta constituir una
magnífica unidad de combate moderna al mando del comandante general Sperrle y de un Estado Mayor que
gozaba de independencia operativa, aunque sus unidades de tierra quedaban bajo las órdenes de los mandos
españoles. También en diciembre se había reestructurado la aviación italiana, que pasó a llamarse Aviación
Legionaria.
La operación terrestre se organizó como las anteriores pero con mayor potencia. Las tropas se distribuyeron
en cuatro columnas paralelas, cada una con seis batallones de infantería, cuatro baterías y algunos carros o
escuadrones. En la retaguardia quedaba una reserva mínima de un batallón y ocho baterías. Los jefes
columnistas eran Sáenz de Buruaga, Asensio, Barrón e Iruretagoyena y el mando superior estaba en manos de
Orgaz, pues Varela había resultado herido.
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A su vez, el ejército republicano se había reorganizado en cinco divisiones. Dos de ellas eran mandadas por
comunistas: Modesto, un antiguo suboficial de la Legión, y Nino Nanetti, oficial de los internacionales. Las
otras tres divisiones estaban al mando de militares profesionales: Perea, Prada y José María Galán. Había, en
total, unos 40.000 hombres. Los franquistas contaban con unos 9.000 hombres al norte al mando de Moscardó
y unos 28.000 en la división de Saliquet, mientras Orgaz disponía de unos 25.000 para el ataque principal.
La maniobra ofensiva consistía en un primer avance paralelo hacia el norte, seguido de un viraje hacia el este
para avanzar luego sobre el perímetro de Madrid. Finalmente se cortaría la carretera y el ferrocarril de La
Coruña y se avanzaría directamente sobre la ciudad. La división de Modesto recibió la primera embestida. Los
republicanos consiguieron resistir durante los dos primeros días, aunque cediendo algunas posiciones. Las
brigadas de Cipriano Mera, El Campesino y la 11ª Internacional cerraron los huecos abiertos mientras la de
Durán se quedaba en retaguardia como reserva. A pesar del esfuerzo de resistencia las tropas franquistas
consiguieron avanzar con cierta facilidad hacia el norte.
Sin embargo, las dificultades se presentaron cuando las tropas franquistas tuvieron que girar en un ángulo de
noventa grados hacia la ciudad. Los milicianos se habían hecho fuerte en los hotelitos y colonias de las
afueras, con órdenes de resistir a toda costa. El ejército franquista era más potente pero avanzaba dejando
muchas bajas a sus espaldas. Los combates fueron muy duros y el día 6 de enero alcanzaron por fin los
franquistas la carretera de La Coruña por su kilómetro 13, y quedó cortada la vía. Al día siguiente la aviación
atacó las posiciones republicanas.
Pozuelo y Húmera cayeron en poder de los franquistas. Los internacionales y las mejores brigadas se situaron
en vanguardia de la resistencia y sufrieron numerosas bajas. La batalla fue un sanguinario choque frontal, sin
complicaciones tácticas. La mayor potencia de fuego de los franquistas causó muchas pérdidas en las filas
republicanas. El día 8 los franquistas tomaron Aravaca. La división Líster, que defendía la zona de Villaverde,
fue trasladada a la zona de combate como refuerzo.
La lucha era cuerpo a cuerpo. Los objetivos de la ofensiva eran la Cuesta de las Perdices y el cerro del
Aguilar, tomados por Asensio y Sáenz de Buruaga, el 9 de enero tras sangrientos combates. La mayor
amenaza para los republicanos consistía en que los franquistas tomaran el puente de San Fernando, que les
dejaría abierto el camino hacia Madrid. De forma incomprensible, el puente no fue volado y los rebeldes
consiguieron ocuparlo, aunque lo perdieron luego de una desesperada acción republicana.
La batalla desgastó mucho a ambos bandos. La 11ª Brigada Internacional había tenido que retirarse con
numerosas bajas, pero la sustituyó la 14ª Brigada llegada desde Córdoba. Toda la brigada Líster y otras de
varias divisiones se concentraron en el frente de la carretera de La Coruña. Rojo había colocado sabiamente la
línea de artillería y alineado reservas; los tanques soviéticos eran superiores a los alemanes por su mayor
potencia de fuego, pero la penuria de munición resultaba preocupante. En los días siguientes, la 12ª y 14ª
Brigadas Internacionales contraatacaron en Majadahonda y Las Rozas con los tanques soviéticos dirigidos por
el general Pavlov. El día 15 se desistió de esta ofensiva y se pasó a la consolidación de posiciones por parte de
ambos bandos.
La batalla se saldó con unos quince mil muertos. Los franquistas habían conseguido cortar la carretera, pero
no así las comunicaciones secundarias con la sierra, de modo que Madrid no quedó aislada por el noroeste.
Habían conseguido, en cambio, mejorar la situación de las tropas africanas fortificadas en la Ciudad
Universitaria. En este sector se estabilizaron los frentes, entre continuos combates callejeros y guerra de
minas. Pero la batalla de la carretera de La Coruña demostró la inoperancia de las tropas africanas en este tipo
de contienda y acabó con el imparable avance del ejército franquista en campo abierto.
A mediados de diciembre la moral del ejército republicano era buena. Madrid había conseguido resistir. Los
bombardeos no cesaban y el hambre atacaba a la población, pero se habían frenado los reiterados ataques
enemigos. La Junta de Defensa había conseguido vertebrar la retaguardia, lo que daba mayor estabilidad a la
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situación. En este clima de confianza se pensó en lanzar una ofensiva que desbaratara las posiciones
franquistas al oeste de la ciudad. Se trataba de atacar en el lado opuesto del frente, donde el general Pozas
haría entrar en combate a fuerzas que apenas habían visto el frente, lo que aliviaría la situación de los
defensores de Madrid.
Se preparó una operación contra el frente enemigo entre los pueblos de Almadrones y Navalpotro, cerca de
Sigüenza. El 1 de enero los republicanos arrollaron la línea enemiga y consiguieron tomar un par de pueblos.
Los republicanos mantuvieron su superioridad durante seis días, pero a partir de entonces un contraataque
franquista mandado por el teniente coronel Villalba igualó la situación, hasta que la 12ª Brigada Internacional,
principal fuerza del ataque republicano, fue trasladada al frente oeste de Madrid, donde la situación se
agravaba nuevamente. A partir del día 11 cesaron los combates en la línea de Sigüenza.
El Estado Mayor Central republicano, dirigido por el general Martínez Cabrera, decidió que el general Pozas
llevase a cabo un ataque en la zona del río Jarama. El objetivo de la ofensiva era descongestionar la presión
agobiante que Franco estaba imponiendo a la capital por tres lados a la vez: por el Norte, en la sierra de
Guadarrama; por el Sur, las tropas franquistas estaban detenidas al borde de la zona edificada; y por el Oeste,
se producían sangrientos enfrentamientos en la Casa de Campo y en la misma Ciudad Universitaria. Madrid
sólo tenía salida franca por el este, por lo tanto le era vital a la República mantener dicha vía libre de la
presión franquista y seguir manteniendo comunicación con Valencia, capital provisional del gobierno
legalmente constituido. A la vez que se mantenía la carretera nacional libre, otra intención republicana
consistía en cortar, a su vez, las comunicaciones que le llegaban a Franco por el Sur, estrangulándole sus vías
de aprovisionamiento. Para tan vasto objetivo Martínez Cabrera envió al frente a cuantos hombres y material
pudo reunir. Dicho ejército republicano fue confiado al general Pozas, respaldado, desde Madrid, por unos
ejércitos de reserva, mandados por los generales Miaja y Rojo.El Estado Mayor republicano envió desde
Valencia hombres y pertrechos, pero Miaja no estaba dispuesto a colaborar en esta ofensiva a costa de
desguarnecer la defensa de Madrid. La ofensiva se retrasó por la dificultad de encontrar tropas.
La ribera del Jarama era también un objetivo franquista. Al terminar la batalla en la carretera de La Coruña los
mandos rebeldes pensaron en iniciar una ofensiva contra la carretera Madrid−Valencia. Desde mediados de
enero se trasladaron tropas al sur de la capital con el fin de atravesar el Jarama y cortar la carretera. Las tropas
que participarían en la ofensiva del Jarama formaban cinco brigadas a las órdenes de Rada, Sáenz de Buruaga,
Barrón, Asensio y García Escámez. También se pudo contar con el apoyo de aviones recién salidos de las
fábricas y, sobre todo, con la aviación alemana. La Luftwafe estaba renovando parte de su flota aérea y
aprovechó la guerra española para probar sus nuevos prototipos. A finales de 1936, el ejército franquista
recibió los nuevos aviones alemanes Heinkel 112 A, los Messerschmitt, los BF 109 y los temibles Dornier 17
E. La Legión Cóndor alemana estaba preparada y lista para ser usada por Franco. También se recibió ayuda
italiana mandada por Mussolini, quien envió su Corpo di Truppe Voluntarie, además de los aviones
Meridionali. También llegó a la península, a luchar en el bando franquista, un ejército irlandés, al mando del
general O`Duffy, compuesto de seiscientos voluntarios ultracatólicos, que se hacían llamar "la Legión de San
Patricio".
Por su parte, la República también mejoró su aviación, gracias a los sesenta y dos cazas rusos I−16, llegados
entre los meses de diciembre y enero. Estos aparatos, a diferencia de los alemanes, sí fueron pilotados por
pilotos españoles entrenados a propósito para ello. Fue así como a fines de diciembre de 1936, la República
formó su primera escuadrilla aérea, al mando de Andrés García Lacalle. Esta escuadrilla estaba formada por
pilotos españoles, rusos y americanos. A finales del mes de enero, la República recibió otro gran número de
cazas I−15, lo cual posibilitó que la aviación republicana mantuviera el dominio de los cielos en la posterior
Batalla del Jarama.
En conclusión: cada bando preparaba, con sus mejores efectivos, una maniobra en las cercanías de Madrid con
idénticos objetivos, aislar al enemigo y destrozar, en la medida de lo posible, su logística. El cerco de Madrid
se había convertido en una batalla en la que el material y los refuerzos se consumían en ingentes cantidades,
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sangrando a uno y otro contendiente.
El día 24 la operación estaba a punto de ponerse en marcha cuando estalló un temporal. A principios de
febrero el tiempo mejoró y el día seis se iniciaron los combates. Los republicanos perdieron Ciempozuelos y
los franquistas ocupó el cerro y la meseta de La Marañosa con su fábrica de municiones. Al día siguiente
prosiguió el avance franquista, mientras parte de las tropas republicanas se retiraban en desorden.
3.1.2 La Batalla del Jarama
Las ofensivas militares estuvieron un tiempo pospuestas debido al mal tiempo y a la gran crecida del río
Jarama. Finalmente, el 6 de febrero, se inició la lucha, dando comienzo a la famosa Batalla del Jarama. Franco
envió cinco brigadas, en una línea de frente muy estrecha, para resaltar su potencial bélico. La del Norte, al
mando de Rada, debía llegar a la población de La Marañosa y Vaciamadrid, donde confluyen el Jarama y el
Manzanares. Otra fuerza, comandada por Sáenz de Buruaga, tenía como misión llegar al punto llamado
Pindoque y atravesar el Jarama, por el puente, reforzado a su vez por la caballería del general Cebollino. Dos
brigadas más fueron mandadas hacia San Martín de la Vega, con el general Asensio a su cargo. La última
brigada se envió en dirección a Ciempozuelos, con García Escámez al mando. La República respondió
inmediatamente con la formación de tres brigadas con poco apoyo logístico pero muy bien entrenadas y con
una gran experiencia en el combate adquirida durante los enfrentamientos de la Batalla de Madrid. De entre
estas milicias destacaron, por su decisivo papel en el frente, las recién formadas Brigadas Internacionales. Se
produjeron ataques entre ambas fuerzas a campo abierto, sin el apoyo de las casas y fortificaciones, como
ocurrió en Madrid. En la madrugada del día 11 de febrero, dos brigadas franquistas atravesaron, por sorpresa,
el puente de Pindoque, sobre el río Jarama, y más al sur, en San Martín de Valdeiglesias, pasaron otras
fuerzas. Gracias a ese empuje, los ejércitos franquistas lograron establecerse a veinticinco kilómetros de la
carretera Madrid−Valencia. Si las tropas franquistas conseguían hacerse con su control, la caída de Madrid
sería cuestión de días, al quedarse totalmente aislada del resto de la zona republicana.
La única solución que tenía la República para evitar tal catástrofe pasaba por buscar una posición defensiva
que pudiese bloquear el camino de los ejércitos franquistas y mantenerse allí a cualquier precio. Para ello,
Martínez Cabrera acometió un plan atrevido, consistente en hacerse con el control de la zona meridional del
río Jarama. Se logró conquistar toda una serie de lomas bajas desde donde se podía cortar el paso del ejército
sublevado. Estas posiciones estratégicas controladas por los republicanos fueron sistemáticamente
bombardeadas y ametralladas, mientras los cazas rusos y alemanes entablaron una feroz batalla por el control
del cielo. Sin duda alguna, la Batalla del Jarama fue testigo de un enorme gasto, a todos los niveles, por parte
de ambos ejércitos.
Detenido el avance franquista, los republicanos pasaron a la ofensiva. El día 14 del mismo mes,
contraatacaron varias veces, sin éxito aparente. La batalla de desgaste se instaló en el frente como única
estrategia posible. El día 15, el mando republicano incrementó su fuerza con el refuerzo de las tropas de los
generales Miaja y Rojo. La República siempre procuró no sacar sus fuerzas de reserva de Madrid, en
previsión de nuevos ataques. Pero, en vista del cariz que estaba tomando el frente del Jarama, no tuvo más
remedio que concentrar sus fuerzas en esa zona. Lo mismo le ocurrió a Franco. Para ambos mandos militares
estaba claro que el futuro de la capital se estaba debatiendo en dicho frente. Los generales Miaja y Rojo
nombraron a Burillo como el máximo responsable táctico de la ofensiva que éstos desplegaron entre los
núcleos de Vaciamadrid y Aranjuez. Burillo pudo contar con la excelente ayuda de la 11ª División de Líster,
la XV Brigada Internacional y los hombres de los milicianos Rubert y Güemes. En suma, la República
desplegó un total de 25.000 hombres. En esta operación se pudo contar con los tanques rusos −se logró una
verdadera cooperación táctica y logística entre éstos y las tropas−, además de con la vital ayuda de la aviación
rusa.
El punto clave de la batalla era el cerro del Pingarrón, que dominaba la única carretera de la zona, una vía que
unía San Martín de Valdeiglesias y Morata de Tajuña. Sólo por esta carretera podían llegar los suministros, las
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municiones, los refuerzos y las evacuaciones de los heridos del ejército que la dominase; en este caso para la
República. Los ejércitos franquistas, tras múltiples intentos, consiguieron hacerse con el cerro, pero, con
celeridad, intervino la 11ª División de Líster que volvió a recuperarlo, después de producirse un auténtico
baño de sangre. Dos días después, el 16 de febrero, lo retomó Franco con la ayuda de las tropas marroquíes de
regulares, las cuales fueron traídas al frente, desde la tranquila Andalucía, tan sólo para hacerse cargo de la
defensa del importantísimo cerro.
Desde el día 20, la artillería republicana empezó a bombardear intensamente, día y noche, el cerro. Por fin, el
día 23, por la mañana, las fuerzas republicanas decidieron un ataque por sorpresa para hacerse con el cerro.
Los oficiales franquistas murieron en el asalto, pero no así las fuerzas moras de regulares, que defendieron el
cerro hasta que llegó una columna de refuerzo con el consiguiente retroceso de los republicanos. Por la tarde,
los asaltantes volvieron a intentar conquistar el cerro, pero ya no contaban con las fuerzas ni con el ánimo
suficiente para semejante tarea. Por la noche, el ejército republicano dejó de insistir en un caro empeño que
tantas vidas le costó.
De este modo acabó, con el primer empate técnico de la Guerra Civil en un enfrentamiento en campo abierto,
una batalla frontal, que sólo trajo consigo un inútil gasto de material y un sinfín de bajas por ambos lados.
Todos salieron derrotados y vencedores. Los franquistas pudieron cruzar el río Jarama, pero no lograron llegar
a cortar la carretera que unía Madrid y Valencia. Los republicanos, por su parte, perdieron algún terreno, pero
lograron detener la ofensiva contra Madrid. Entre unos y otros, la confrontación sesgó la vida de 40.000
hombres.
Tras la batalla del Jarama, que había resultado infructuosa, Franco carecía de recursos para tomar Madrid, por
lo que, siguiendo las indicaciones de los italianos, dirigió sus esfuerzos hacia la ciudad de Guadalajara, que se
saldó con una victoria estratégica republicana.
3.1.3 La Batalla de Guadalajara
Tanto la batalla de Madrid como la del Jarama habían resultado un inútil esfuerzo de las tropas franquistas por
tomar la capital. Ni los ataques del general Mola, por el norte, ni los de Franco, por el oeste y sur, habían
logrado cortar las comunicaciones de Madrid con Valencia. No obstante, Franco aún conservaba una fuerza
moderna e intacta, dispuesta para entrar en batalla en cuanto lo decidiera, el Corpo di Truppe Voluntarie
(CTV) italiano, una gran unidad pensada para la guerra de movimientos. Tras su éxito en el tranquilo frente
andaluz, el mando italiano deseaba ver al CTV en una operación espectacular, que asentara definitivamente la
influencia de Mussolini en la política española. Para ello, nada mejor que actuar en la siguiente ofensiva
franquista, planeada en el norte de la provincia de Guadalajara, y cuyo objetivo seguía siendo hacerse con
Madrid. El CTV constaba de 40.000 hombres, todos a las órdenes del general Roatta. A su vez, el general
Moscardó, con su División de Soria, cubriría su flanco derecho.
La operación militar fue concebida en dos fases: en la primera se atacaría el frente para romperlo y,
seguidamente, lanzar las fuerzas motorizadas italianas hacia Guadalajara. Una vez conquistada la ciudad, las
tropas franquistas establecidas en el Jarama avanzarían hasta llegar a Alcalá de Henares, acorralando entre
medias a las tropas republicanas establecidas en la zona. La carretera de Madrid−Valencia se cortaría, dejando
a Madrid sola y a punto para ser invadida. Toda la operación transcurriría por tierras de la Alcarria, una
comarca llana y sin árboles, de páramos despejados por donde los blindados y automóviles italianos correrían
sin obstáculo alguno. El campo de batalla elegido era un perfecto escenario para un avance espectacular,
llevado a cabo por una fuerza poderosa y fresca como era el CTV italiano. El éxito del plan dependía de la
rapidez de su ejecución, a la manera de la guerra relámpago alemana.
Aunque los republicanos habían salido bastante quebrantados de la batalla del Jarama, su situación en la zona
era mejor que la franquista. Las fuerzas republicanas volvieron a ser reestructuradas. El nuevo Ejército del
Centro se puso al mando directo del general Miaja, con el general Rojo como jefe del Estado Mayor, con sede
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en Alcalá de Henares. El total de la fuerza republicana desplegada en el frente madrileño no ascendía a más de
10.000 hombres, y contaba con 15 cañones tan sólo. No obstante, las tropas franquistas del Jarama estaban
aún peor, por lo que Franco no pudo mover más que ocho batallones de apoyo para el CTV. Ambas tropas
estaban en igualdad de condiciones materiales, pero con un elemento importante a favor de los republicanos:
había formado su primer ejército de choque, con las tropas más veteranas, eficaces y fogueadas en las duras
batallas en las que participaron por la defensa de Madrid, y con una moral buena y bien dispuesta después de
lograr frenar los furibundos ataques de Franco contra Madrid.
El inicio de la ofensiva fue el día 8 de marzo. Pero las tropas italianas se enfrentaron con un gran
contratiempo. El tiempo, hasta entonces, había sido seco, pero la noche anterior llovió copiosamente. El
resultado fue que al amanecer los campos de la Alcarria eran auténticos barrizales, lo que dificultó
sobremanera el tránsito de los carros motorizados y el despegue de los aviones. La artillería, cuyos
observatorios estaban cegados, perdió de vista los objetivos enemigos. Las tropas italianas empezaron a
mostrarse desalentadas, y algunos oficiales españoles aconsejaron aplazar la ofensiva, pero el general italiano
Roatta hizo caso omiso, ordenando que diera comienzo la preparación de la artillería para entrar en combate.
Las vanguardias italianas atacaron la primera línea de los republicanos, consiguiendo sorprenderles y
hundiendo las posiciones republicanas. El mando republicano, inmerso en el caos, tardó bastante tiempo en
conocer cómo habían quedado sus fuerzas. A la vista del desastre, tanto Miaja como Rojo echaron mano de
todas las fuerzas disponibles a su alcance. La situación se hizo tan difícil que incluso las agotadas fuerzas del
frente del Jarama marcharon hacia el frente alcarreño. Hans, el jefe de la 11ª Brigada Internacional, se colocó
con una fuerza entre las poblaciones de Torija y Trijueque, para detener a los italianos. A Lucaks, otro
brigadista, se le ordenó defender el enclave de Brihuega. En la ciudad de Guadalajara se instaló el Campesino,
con tropas de reserva. Todas estas tropas debían taponar los avances italianos mientras, a sus espaldas, se
organizaba a toda prisa el IV Cuerpo del Ejército, con el general Jurado, la División Líster y la 12ª y 14ª
División.
El día 9 de marzo, el tiempo mejoró bastante, pero el mal entrenamiento de los camisas negras del CTV era
evidente. Este impresionante cuerpo apenas había intervenido en el frente, y ahora que se les necesitaba en
una operación de envergadura demostraron su falta de entrenamiento y coordinación. Como ejemplo, baste
decir que la magnífica flota de 2.000 camiones estaba distribuida en un corto espacio de terreno en las escasas
carreteras de la zona. Los continuos atascos provocaban que la marcha fuera lenta y caótica. A pesar de estos
contratiempos, los planes franquistas marchaban tal como se habían planeado, gracias al apoyo en retaguardia
de las tropas del general Moscardó.
El día 10, al amanecer, el V Grupo de Banderas del CTV tomó Brihuega por sorpresa. El tiempo volvió a
empeorar ese mismo día. El mando italiano rebosaba de optimismo porque no adivinaba males mayores. Su
situación era inestable, puesto que sólo ellos habían logrado avanzar. El pueblo de Brihuega estaba rodeado de
alturas y sometido a tiro por los cañones enemigos. Para complicar la posición de los italianos, la República
recibió la decisiva ayuda del batallón brigadista Garibaldi, perteneciente a la 12ª Brigada Internacional. Entre
la niebla, los italianos de la Garibaldi gritaban y conminaban por los altavoces a que se rindieran. Los italianos
de la CTV estaban solos, pues ni la artillería ni la aviación podían prestarles apoyo. En el mar de fango que
era el terreno, quien saliese al camino corría el peligro de quedar atrapado. Gracias a la labor de propaganda
de los brigadistas italianos, empezó a cundir el desánimo y el frío en los soldados de los CTV. Muchos
voluntarios sintieron la llamada caliente de su propia lengua desde las trincheras enemigas. En el cuerpo del
CTV empezaron a producirse importantes deserciones.
Mientras tanto, con los aviones italianos inservibles por el mal tiempo, los aviones republicanos volaban
porque sus bases estaban más cercanas a Madrid, con mejor tiempo y pistas de cemento. Los aviadores
republicanos acribillaron con metralla las caravanas de camiones atascadas en las pésimas carreteras del
campo de batalla. A su vez, la contraofensiva republicana fue apoyada, por tierra, por las Brigadas
Internacionales, quienes se hicieron con Trijueque. En seguida se les unió las tropas de reserva del Campesino
y los batallones brigadistas Garibaldi y André Marty. La desbandada italiana fue considerable. El día 12, los
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italianos perdieron definitivamente el control de los alrededores de Brihuega. Después del ocaso, el alto
mando italiano ordenó el relevo en las tropas del CTV. Roatta mandó que las unidades de vanguardia fueran
relevadas por las situadas más atrás, pero antes tenían que esperar la llegada de éstas para entregarles las
posiciones conquistadas y retirarse, sin que el enemigo lo advirtiera. El plan no salió bien. Sometida a la
presión de los republicanos, la tropa de vanguardia no fue capaz de esperar la llegada del relevo. Antes de que
llegara, los soldados se replegaron por su cuenta, abandonando el equipo en el suelo embarrado y asaltando
los camiones que iban a retaguardia. Ante semejante espectáculo, los ejércitos republicanos atacaron con
decisión y la desbandada italiana fue ya general. Roatta pidió a Franco que sus tropas fuesen relevadas por las
españolas, a lo que éste se negó con rotundidad, insistiendo en que el ataque lo debían realizar tropas italianas.
Las fuerzas italianas retrocedieron durante los días 15, 16 y 17. Al día siguiente, los republicanos atacaron
otra vez Brihuega, donde destacaron la División de Líster y los carros de combate rusos. Mientras los
voluntarios fascistas del CTV se entregaban o se retiraban, la División Littorio, formada por militares, resistió
hasta que su general, Bergonzoli, murió en el combate. El general Roatta, viendo ya la batalla perdida, ordenó
la retirada general del CTV, lo que salvó a la mayoría de sus hombres de una masacre total. Parte del
armamento y equipo cayó en manos republicanas. El general Moscardó no tuvo más remedio que replegar sus
tropas.
Los republicanos también estaban al borde de sus posibilidades. Entre los días 20 y 21 penetraron 15
kilómetros al norte, hasta el kilómetro 95 de la carretera de Aragón. El día 21 se fijó la nueva línea de frente
ante los pueblos de Hontanares y Cogollor. Sin otras reservas disponibles, el general Rojo no pudo explotar
más el éxito de la batalla. La batalla de Guadalajara se dio por concluida, y con ella los enfrentamientos por la
conquista de Madrid. Franco no tuvo más remedio, en vista de los pésimos resultados obtenidos, que
abandonar la presión sobre Madrid y dirigir sus fuerzas y su estrategia hacia la conquista del norte peninsular.
El enfrentamiento costó 2.000 muertos a la República y unos 4.000 heridos, frente a los 400 muertos, 1.800
heridos y 500 prisioneros contrarios. Cuantitativamente hablando, la República volvió a tener más bajas que el
enemigo, pero la batalla de la propaganda sí fue favorable a los intereses republicanos, esto inyectó a la tropa
una elevada moral y la conciencia de que los ejércitos franquistas podían ser derrotados. De todas formas, el
general Franco sí sacó algo positivo de esta derrota, y fue que desde ese momento ningún ejército extranjero
lucharía sin el consentimiento del mando español oportuno, además de frenar la prepotencia y ansias de
dirección de Mussolini en la política española.
Con la batalla de Guadalajara terminaba el ciclo de la batalla de Madrid. La ciudad había resistido de forma
heroica, a pesar de la desorganización de sus tropas. El general Franco se vio obligado a desistir de su intento
de tomar la capital del Estado y volvió sus miras hacia el Norte peninsular, donde su ejército hacía rápidos
progresos. El largo invierno madrileño de 1936 había servido para demostrar la existencia de un ejército
republicano y la voluntad de resistencia antifascista del pueblo de Madrid.
3.2 La Batalla de Brunete
A principios de julio de 1937, la situación del ejército republicano era muy comprometida. El Estado Mayor,
paralizado en parte por la dificultad de las comunicaciones, se había visto abocado a practicar la defensa
estratégica. La presión franquista sobre un Madrid que resistía era excesiva y el mando republicano intentó
aliviar la situación de la capital descongestionando sus alrededores desde el suroeste, al tiempo que se trataba
de evitar el avance imparable del ejército franquista hacia el norte.
El llamado plan Brunete, diseñado por Vicente Rojo cuando era jefe del Estado Mayor de la defensa de
Madrid, contaba con la ventaja de aprovechar un máximo de fuerzas sin desguarnecer la defensa de la ciudad.
Las fuerzas veteranas situadas en los alrededores de Madrid recibirían el refuerzo de las nuevas unidades de
maniobra, el V y XVIII Cuerpo de Ejército, mandados respectivamente por Modesto y Jurado. El mando
general de la operación estaría a cargo del general Miaja, con Rojo como jefe de Estado Mayor. Hidalgo de
Cisneros dirigiría la aviación y Hernández Sarabia la artillería. Entrarían en combate un total de unos 50.000
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hombres, con 150 tanques y 198 piezas de artillería.
La ofensiva republicana comenzó el 5 de julio con una maniobra de diversión en la Cuesta de la Reina, en
Aranjuez. Durante la madrugada del 5 al 6 de julio se dio la orden de iniciar el ataque masivo. La 11ª División
mandada por el comunista Líster rompió el frente por sorpresa y consiguió avanzar diez kilómetros. La
vanguardia que formaba la 100ª Brigada al mando de Luis Rivas ocupó la localidad de Brunete a las ocho de
la mañana. En cambio la 46ª División, que también había conseguido romper el frente, quedó detenida frente
al pueblo de Quijorna. A su izquierda el XVIII Cuerpo afrontaba la ardua resistencia de los falangistas que
defendían Villanueva de la Cañada.
En la noche del 7 al 8 consiguieron las tropas de la 34ª División de José María Galán ocupar Villanueva, al
tiempo que la División Líster avanzaba hasta Sevilla la Nueva. En esta zona las tropas republicanas hubieran
podido cortar fácilmente las comunicaciones franquistas entre Navalcarnero y Alcorcón. Sin embargo, el
mando republicano titubeó y se mantuvo apegado al plan inicial, lo que supuso un grave error táctico. Tras la
ocupación de Villanueva de la Cañada quedaba en uno de los flancos del frente el pueblo de Villanueva del
Pardillo, que no fue conquistado por los republicanos hasta el día 11 debido a la enconada resistencia de sus
autoridades. En el otro flanco del frente el día 9 entraron en Quijorna las tropas de la 46ª División y de la 11ª
Brigada Internacional, a las que habían abierto paso los tanques, en terribles combates bajo el ardiente verano
madrileño.
La penetración republicana, que había tenido éxito en los primeros días de la ofensiva, quedó refrenada por la
defensa de los franquistas, que habían movilizado a la 13ª División de Barrón y enviaban refuerzos por
carretera desde otros puntos del frente de Madrid. El general Varela, jefe del Estado Mayor franquista en
Madrid, movilizó importantes efectivos, que entraron en combate el día 8: 2 divisiones, la 4ª y 5ª brigadas
navarras, la 108 división de Galicia, y la Legión Cóndor al completo. La lucha era encarnizada y la aviación
de ambos bandos castigaba las líneas enemigas con una lluvia de fuego. Se había llegado a un momento de
equilibrio de fuerzas y, tras la disipación del factor sorpresa, sólo contaba la potencia de fuegos y
equipamientos. Los aviones republicanos dominaron la batalla aérea durante los tres primeros días, pero a
partir de entonces cedieron terreno ante la potente Legión Cóndor. La batalla se convirtió así en una lucha de
desgaste. Ante la paralización del avance, finalmente el 13 de julio el mando republicano dio orden de pasar a
la defensiva.
Cinco días después el general Varela lanzaba una contraofensiva con cerca de 50.000 hombres y más de dos
centenares de piezas de artillería. Durante dos días las tropas franquistas tuvieron cerrado el acceso a Brunete
y Villafranca del Castillo. El 23 de julio Varela inició un nuevo ataque que consiguió romper el frente en la
zona del río Guadarrama. Los tanques franquistas llegaron a los arrabales de Brunete y al día siguiente las
tropas rebeldes expulsaron del pueblo a los republicanos.
Éstos comenzaron a replegarse sin abandonar la lucha. La batalla se prolongó aún diez días, hasta el 28 de
julio, día en que Varela, cuyo propósito era continuar la ofensiva, recibió órdenes de Franco de abandonarla
para favorecer el avance del ejército rebelde en el norte peninsular. Las líneas quedaron estabilizadas y ambos
bandos se dedicaron a consolidar sus posiciones. Los republicanos conservaban la zona entre Villanueva de la
Cañada y Villanueva del Pardillo hasta las afueras de Quijorna. Hasta el final de la guerra estas líneas
permanecieron inmóviles. El peso de la guerra se trasladó al noroeste y Franco abandonó su acoso sobre
Madrid.
La batalla de Brunete, a pesar del fracaso de la ofensiva republicana, demostró la existencia de un ejército
republicano organizado al menos en su estructura esencial. En sus aspectos tácticos y estratégicos tuvo, sin
embargo, resultados muy deficientes para los republicanos. Éstos carecían de reservas militares encuadradas
para movilizar en los momentos críticos de la ofensiva. Sólo contaban con la baza del factor sorpresa. Una vez
disipado éste, únicamente la desesperada resistencia de sus milicianos conseguía paralizar las contraofensivas
franquistas.
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3.3 La Batalla de Belchite
La batalla de Belchite representa, en el contexto de la Guerra Civil española y junto a la batalla de Brunete
acaecida pocas semanas antes, el esfuerzo del ejército republicano por paralizar el imparable avance de las
tropas franquistas hacia el norte, una vez que la heroica defensa de Madrid frustró la toma de la capital por los
rebeldes.
En el verano de 1937 el general Rojo preparó una ofensiva en el frente nordeste, con un doble fin: táctico, de
amenazar a los franquistas en Zaragoza; estratégico, de aliviar la situación del ejército republicano en el norte
peninsular, muy comprometida tras la toma de Santander a fines de agosto.
Utilizando como brazo ejecutor a los comunistas de la División Líster, el Estado Mayor republicano procedió
a poner en marcha esta ofensiva. Para ello reunió seis divisiones, más otras dos que quedarían de reserva. En
total unos 80.000 hombres al mando del general Pozas y con el teniente coronel Cordón como jefe de Estado
Mayor. El plan era romper el frente aragonés por tres puntos y rodear Zaragoza, en caso de que no pudiera
ocuparse la ciudad. Se utilizarían mayores efectivos que en la reciente batalla de Brunete. El frente aragonés
estaba formado por unidades organizadas según una estructura netamente política y miliciana. La
organización del frente era arbitraria, aunque eficaz por la experiencia guerrillera de las milicias que lo
componían. No era tanto una línea de defensa organizada como una serie de jalones de resistencia y puntos de
observación.
La ofensiva comenzó el 24 de agosto, con numerosos contratiempos (fallo de la columna motorizada y
problemas de transporte y avituallamiento). A mediodía, la 27ª División, mandada por Trueba, rompió el
frente y llegó a la estación de Zuera. Hacia el sur, la 45ª División avanzó hasta Villanueva del Gállego, sin
llegar a ocuparla. En el sector meridional del Ebro se produjo la sorprendente toma del pueblo de Codo por el
V Cuerpo mandado por Modesto, que cortó las comunicaciones entre Quinto y Zaragoza. Hasta Fuentes del
Ebro penetró la V División de Líster. Sin embargo, la resistencia de los rebeldes en la línea Mediana−Fuentes
del Ebro inmovilizó a las tropas republicanas durante todo el día 25, al tiempo que Quinto y particularmente
Belchite, muy fortificados, resistían a pesar de haber quedado aislados.
Al cabo de dos días el alto mando del ejército rebelde movilizó sus refuerzos, después de que en el noroeste
cayera Santander. Pozas no consiguió más que los éxitos locales de conquistar Quinto y Belchite. Quinto cayó
tras varios días de lucha y los guardias civiles y requetés que lo habían defendido se refugiaron en Belchite. El
día 27, cuando por fin estuvieron disponibles las fuerzas motorizadas de los republicanos, era ya demasiado
tarde para avanzar sobre Zaragoza. La escasa experiencia que tenía el ejército republicano en la guerra de
movimiento −acostumbrado sólo a defenderse− y las dificultades de comunicación paralizaron la operación.
Ello, junto a la preocupación de su alto mando por proteger los flancos, hizo imposible la toma de Zaragoza.
Franco, que había salido hacia Zaragoza al tener noticias de la ofensiva republicana, no llegó a la ciudad,
viendo que aquella había fracasado.
Quinto cayó al tercer día de lucha, pero Belchite resistió hasta el 3 de septiembre. Sus defensores se batieron
encarnizadamente, a pesar de que carecían de agua y de luz. El alcalde murió en la lucha y su hija fue
apresada con el fusil en las manos. La 35ª División fue igualmente dura en el ataque, luchando casa por casa.
La División Barrón del ejército rebelde había fracasado en el intento de evitar la toma de Belchite. Sin
embargo, la operación general no consiguió sus objetivos. A pesar del gran esfuerzo de concentración de
tropas y aviación, se produjeron graves fallos en la organización y en el empleo de los recursos
armamentísticos por parte de los republicanos.
La ofensiva de Belchite no paralizó el avance franquista en el frente norte. El general franquista Dávila, tras
reorganizar sus fuerzas, emprendió de nuevo la ofensiva en la línea de San Vicente de la Barquera el 1 de
septiembre. La Asturias republicana caería pronto en manos de los franquistas, mientras en Cataluña y en el
frente aragonés la situación se hacía desesperada. Como en el caso de la batalla de Brunete, la ofensiva de
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Belchite sirvió para mostrar la capacidad de ataque y resistencia de un ejército republicano organizado en sus
estructuras fundamentales. Pero evidenció también la falta de coordinación técnica y la escasez de efectivos
de los republicanos, que sólo contaban con el factor sorpresa para infligir daños a los rebeldes. Una vez
disipada la sorpresa, la falta de tropas encuadradas en la reserva hacía imposible resistir la contraofensiva o
ensanchar la cuña abierta por la vanguardia republicana.
3.4 Batalla del Ebro
La batalla del Ebro fue, seguramente, el más duro enfrentamiento militar de toda la guerra, además de ser un
episodio militar muy discutido. Prácticamente fue un enfrentamiento de trincheras a la manera de los que se
produjeron en la Primera Guerra Mundial. La causa de tan sangriento episodio fue la ofensiva del ejército
republicano, cuyo objetivo era recuperar la zona perdida de Castellón, conquistada por el ejército franquista el
15 de abril del mismo año. La República pretendía con esta ofensiva envolvente volver a unir la aislada
Cataluña con el resto de la zona republicana.
Desde que el 22 de enero de 1938, el ejército franquista reconquistara la estratégica ciudad de Teruel y
lanzase una tremenda ofensiva hacia el este, la República intentó reorganizar a sus maltrechos contingentes,
con especial interés en Cataluña. Esta circunstancia fue posible gracias a dos elementos fundamentales: por un
lado, Francia permitió la entrada de armas para la República por sus fronteras orientales, lo cual posibilitó que
la escasa ayuda militar que venía recibiendo la República desde el exterior llegase sin problemas; y por otro
lado, gracias a la gran labor de los mandos militares republicanos, destacando Juan Modesto, Líster, Tagüeña
y Etelvino Vega, sumando a éstos un gran número de mandos militares procedentes, todos ellos, de las
milicias comunistas. Todos estos hombres pertenecían al, cada vez más, pujante Partido Comunista de España,
lo que hizo que no se produjeran disensiones internas en el mando (gran enfermedad republicana). A todo
esto, se le sumó una gran reorganización de los contingentes en Cataluña. Hubo una movilización masiva que
logró enrolar a unos 200.000 hombres. El ejército republicano contaba con material bélico soviético y
checoslovaco. Aunque el ejército republicano nunca había estado tan bien dotado como las tropas franquistas,
las desigualdades manifiestas que se dieron al comienzo de la guerra se redujeron considerablemente gracias a
la gran labor de los mandos republicanos. El total del ejército republicano contaba con veintisiete brigadas que
fueron intensamente instruidas durante los meses de junio y julio en diversas ciudades catalanas. Sin duda
alguna, esta fuerza de choque se convirtió en la elite del ejército republicano, por lo que se puso en estos
hombres la última esperanza para la República de poder variar la suerte adversa de la contienda. La República
necesitaba imperiosamente una victoria para asegurar las comunicaciones entre el eje
Barcelona−Valencia−Madrid y, sobre todo, para levantar la moral de los soldados.
El 25 de julio de 1938, se emprendió la batalla del Ebro, con una gran ofensiva del ejército republicano.
Durante toda la noche, el ejército cruzó el río Ebro en barcas, cerca de la localidad de Gandesa, sin apenas
resistencia, provocando la desbandada de la 50ª división franquista, comandada por el general Yagüe. En
apenas veinticuatro horas, el ejército de Modesto penetró 10 Kms dentro de las filas enemigas, con lo que
consiguió muchos prisioneros, pero sin lograr romper definitivamente el frente franquista, el cual se atrincheró
tenazmente una vez que pasaron los primeros momentos de confusión. El avance republicano se ralentizó ante
la imposibilidad de poder trasladar con rapidez, al otro lado del río, los materiales y hombres restantes, pese a
los puentes construidos por los ingenieros. El ejército franquista tuvo que hacer uso de la aviación y hacer
frente al aumento del caudal del río abriendo las compuertas para impedir que la totalidad del ejército
republicano pasase el río.
Franco, instalado en el Coll del Moro, junto a Gandesa, concentró a todas sus mejores fuerzas para
contrarrestar el avance del ejército republicano. Ambos ejércitos, ante la imposibilidad de avanzar, se
atrincheraron para defender sus respectivas posiciones. Franco, fiel a su concepción militar de una guerra de
desgaste, hizo uso de toda su capacidad de combate, sabiendo que a la larga ganaría. En la batalla del Ebro
lucharon la artillería italiana, la legión Cóndor, las fuerzas regulares moras de Yagüe y cualquier otro refuerzo
del que se pudiese disponer. El 7 de agosto, Franco y el ejército de Yagüe contraatacaron sobre la zona
28
comprendida entre las poblaciones de Fagón y Mequinenza, pero fue frenado por la reorganización de las
tropas de Modesto, quien ordenó resistir hasta el límite, con la amenaza de fusilar a los desertores. La batalla
se reanudó a principios del mes de septiembre con el apoyo total de toda la artillería franquista, la cual tuvo un
papel decisivo en el posterior desarrollo de la batalla. Hasta el 20 de septiembre, los avances y retrocesos en
ambos ejércitos eran continuos.
Franco empezó a preocuparse debido a los acontecimientos que se venían sucediendo en Europa y que
preludiaban el estallido de la Segunda Guerra Mundial. El gobierno republicano de Negrín aprovechó la
ocasión para retirar a las Brigadas Internacionales, el 21 de septiembre, demostrando así que la República
estaba dispuesta a cumplir con los pactos del Comité de No Intervención. Franco no tuvo más remedio que
prescindir también de algunas fuerzas italianas. La situación se tornó favorable para Franco con la firma de los
Pactos de Munich, el 30 de septiembre, por los cuales, tanto el gobierno de Inglaterra como el de Francia
aceptaban la adhesión de Hitler de los Sudetes checoslovacos e intentaban contentar al dictador alemán para
impedir la inevitable guerra mundial que se avecinaba. A su vez, tácitamente, ambos países reconocían a
Franco como el jefe del estado del pueblo español. Las esperanzas de Negrín de enlazar la guerra civil
española con la futura guerra europea fracasaron totalmente. Franco se encontró, de repente, con las manos
libres para volver a atacar las filas republicanas del frente de Aragón. La República fue abandonada por las
potencias europeas, y pasó a contar tan sólo con la ayuda esporádica y muy condicionada de la URSS de Josef
Stalin.
El 30 de octubre comenzó una nueva ofensiva franquista con el bombardeo continuo de la Sierra de Cavalls,
al este de Gandesa, y el posterior asalto de las tropas que lograron dominar, después de siete intentos, las
crestas de las montañas dominadas por los republicanos. Sin duda alguna, fue la acción más sangrienta de toda
la contienda. La aviación republicana sufrió importantes pérdidas en su enfrentamiento con los aparatos
italianos y alemanes. Entre los días 5 y 8 del mismo mes, las tropas franquistas habían reconquistado los
territorios ganados por la República. El general Modesto intentó reagrupar las fuerzas para seguir luchando,
pero pronto comprendió que sus tropas habían llegado al tope del esfuerzo humano. Por su parte, Tagüeña,
jefe del XV Cuerpo republicano, evacuó las tropas y la artillería que aún le quedaban a la otra orilla del río.
El día 15 de noviembre la batalla más dura de la Guerra Civil española había concluido, con más de 50.000
bajas por cada bando y cerca de 12.000 prisioneros republicanos. El ejército republicano quedó totalmente
desgastado, mientras que el ejército franquista se reforzó aún más, tanto en lo moral como en lo militar.
Barcelona volvió a quedar aislada como a principios de año, por lo que su posición vulnerable fue
aprovechada por el ejército franquista: el 23 de diciembre del mismo año caía la emblemática ciudad
republicana de Barcelona.
La derrota de la batalla del Ebro significó para la República la constatación de una realidad evidente y
palpable; la República estaba sola y condenada de muerte por las tropas franquistas. El río Ebro fue testigo
excepcional del último intento republicano por defender el gobierno legalmente constituido en el mes de
febrero de 1936. Significó el último canto del cisne del primer intento serio democrático que se realizó en
España en el presente siglo XX.
3.5 La campaña de Aragón
Zona de Barbastro y Huesca
El alzamiento tuvo éxito en Huesca y los republicanos tuvieron que refugiarse en los suburbios de la ciudad y
desde allí atacaron la ermita de Santa Lucía, donde fueron rechazados, así que procedieron a esperar refuerzos
de Barbastro. Mientras tanto las tropas de Huesca se reforzaron con efectivos de Jaca y dos compañías de
Falangistas formadas sobre el terreno. Por su parte, en Barbastro el coronel republicano Villalba contaba con
varios efectivos de tropas de montaña, así como con refuerzos llegados de Lleida el 25 de julio. Con estas
tropas procedió a atacar y conquistar Tardienta y en los dias siguientes limpió de resistencia nacional toda la
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zona entre Barbastro y Huesca. La posición de Tardienta se aprovechó para atacar Almudébar, en la carretera
de Huesca a Zaragoza. El ataque duró hasta el día 2 de agosto, cuando refuerzos nacionales venidos de Huesca
y Zaragoza aseguraron Almudébar para el bando nacional. Siguiendo el avance hacia Huesca, las tropas del
coronel Villalba llegaron a Siétamo el día 29 de julio, a unos 10 km de Huesca. El día 30 empezó con un
bombardeo del pueblo, seguido de un ataque de las tropas republicanas, acompañadas de camiones blindados.
La situación fue salvada por los nacionales gracias a una columna de refuerzo llegada de Zaragoza. Pero esta
columna se retiró al dia siguiente y no participó en el ataque del día 31, donde los republicanos si contaron
con refuerzos. Los defensores fueron expulsados de sus posiciones avanzadas y solo consiguieron resistir
dentro del pueblo, y acabaron atrincherados en la parroquia, hasta que finalmente escaparon por una ventana
trasera. Poco contentos con el resultado de la batalla de Siétamo, las tropas nacionales de Huesca organizaron
un ataque el 2 de agosto, y reocuparon el pueblo el día 3.
Fraga y Caspe
Una vez aplacado el alzamiento en Barcelona, las organizaciones sindicales organizaron varias columnas de
tropas republicanas. Así, el 24 de julio la columna Durruti salió con 3000 hombres y 3 baterías, llegando el 25
a Lleida. Algunas fuentes dicen que en la euforia de la partida, salieron sin los suministros y que tuvieron que
parar a esperarlos. Otras columnas formadas fueron la del PSUC/UGT, bajo el mando de José del Barrio, que
llegó hasta Sariñena y Leciñena. A su derecha actuó la columna del POUM, llegando hasta Ballester y
Monzón. La columna Peñalver se formó en Tarragona y avanzó sobre Gandesa y Alcañiz. Tras su llegada a
Lleida, Durruti salió hacia Fraga, que ocupó el día 25. La intención original era avanzar rápidamente hacia
Zaragoza, con una gran población anarquista, pero que había quedado en manos nacionales. Sin embargo
quedaba Caspe a la izquierda, bajo el control de la guardia civil afecta a los sublevados. Allí el capitán
Negrete había concentrado a la guardia civil de varias poblaciones, unos 140 hombres, más unos 200
voluntarios con armas de Zaragoza. Preocupados por esas tropas en su flanco izquierdo, las tropas de Durruti
se dirigieron a Caspe. Los primeros combates se produjeron en el cruce del Ebro, donde los guardias les
esperaban emboscados. En un segundo ataque tomaron el puente y en el combate casa por casa la mejor
pericia de los guardias les permitió salvar Caspe. Cuando el combate se reanudó el día siguiente, las tropas de
Durruti habían recibido refuerzos de la columna Rojo y Negro, 4 baterías de 75 mm y 200 regulares de Lleida.
Esta vez el ataque tuvo éxito y tomaron Caspe por la mañana. Los refuerzos nacionales de Zaragozan no
pudieron llegar a tiempo y se tuvieron que retirar a Escatrón.
Marcha sobre Zaragoza
Tras la toma de Caspe, Durruti montó su base de operaciones en Bujalaroz y desde allí procedió a avanzar
hacia Zaragoza. En el bando nacional el General Yuste reemplazó a Cabanellas el 28 de julio. A la vista de lo
limitado de sus fuerzas se decidió por organizar maniobras dilatorias. La columna Suerio partió de Zaragoza
el 28 de Julio hacia la línea Azaila e Hijar Albate, mientras que la caballería cubría Gela. El avance de la
columna Rojo y Negro chocó con estas tropas en Azaila y Sestago el 31 de julio. El 1 de agosto los nacionales
tomaron La Zaida. El avance republicano continuó y para el 5 de agosto el flanco derecho nacional había sido
desbordado y las tropas se retiraron a Belchite. Durruti, por su lado, avanzó por Pina de Ebro, Vilafranca de
Ebro hasta llegar a Osera de Ebro el 8 de agosto, a pocos kilométros de Zaragoza. Quizá si Durruti hubiese
atacado entonces hubiera tomado Zaragoza, pero la perspectiva de un combate que sin duda hubiese causado
muchas bajas a sus tropas le hizo detener el ataque. Las milicias republicanas se quedaron a las puertas de
Zaragoza durante casi dos años.
Prácticamente todo lo que hay escrito sobre las milicias republicanas del principio de la guerra las pone muy
mal, incompetentes, desorganizadas, desaprovechando el material y el armamento del que disponían, etc.
Como dijo Orwell, pocas batallas ganaron esas milicias, pero fueron ellas las que defendieron la República
durante los primeros meses. Sin ellas las tropas de Mola habrían cruzado el paso de Guadarrama y habrían
llegado a Madrid a primeros de Agosto. O sin la resistencia que opusieron al ejército de África en Mérida,
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Badajoz y Talavera de la Reina, Franco habría llegado a la capital en un abrir y cerrar de ojos. Y si ganaron
alguna batalla, claramente esta fue la campaña de Aragón, que aunque se quedo corta y nunca se llegó siquiera
a atacar Zaragoza, el objetivo principal, tambien es cierto que se tomó más de la mitad de Aragón en unas dos
semanas y el territorio conquistado fue de la máxima importancia para abastecer de alimentos la zona
republicana. 4. Desarrollo político
La Guerra Civil reclama prestar atención a los hechos de armas, pero necesariamente conviene asimismo
atender al entramado político que determinó las actuaciones de cada bando. Mucho más si, situados en el final
del conflicto, tenemos en cuenta la agonía de la experiencia republicana y el proceso que se inició de forma
inmediata tras el estallido de la guerra y que permitió la implantación de un nuevo Estado dirigido por el
general Franco.
4.1 La República
Ante la consumación del golpe de Estado el gobierno de la República responde con una moderación que en
parte buscaba cauces de diálogo con los insurgentes y en parte demostraba su escasa capacidad de reacción. El
mismo 18 de julio, Casares Quiroga dimitió e inmediatamente se formó un nuevo Gobierno presidido por
Martínez Barrio, que intentó entablar negociaciones con Mola y se opuso a entregar armas a los obreros, como
pretendían socialistas y anarquistas, ante el temor de que se produjera una revolución proletaria desde el
interior de la República. Cuando Mola rechazó la negociación, las presiones socialistas aumentaron y el
gobierno, que se había formado cuando se encendían los faroles de Madrid ese 18 de julio, dimitió antes de
que se apagaran a la mañana siguiente.
El nuevo Gobierno de la República lo presidió José Giral, que fue quien realmente tomó las primeras medidas
para transformar la labor ordinaria de gobierno y hacer frente a la guerra; las más importantes de estas
medidas fueron la transformación de la Guardia Civil en Guardia Nacional Republicana y la incautación de las
industrias y tierras abandonadas por sus dueños.
Aunque el pueblo empezara a ser armado, la política de Giral tendía a buscar unas pautas de normalización.
Giral decretó el 3 de Agosto la creación de batallones de voluntarios, y de nuevo legisló el 17 sobre la milicia
voluntaria. En todas las demás medidas está ese afán de frenar el proceso revolucionario.
En Cataluña, Valencia, Guipúzcoa, Asturias, etc..., en localidades de ámbito municipal, surgieron poderes
autónomos que se arrogaban plena capacidad política ante el silencio de Madrid. Los casos aducibles van
desde el ejemplo de Cataluña, donde la existencia de un previo gobierno autónomo dio a los sucesos un
carácter peculiar, hasta el de aquellos sitios donde el comité del Frente Popular se encargo del Gobierno,
pasando por la creación de comités, juntas y consejos. Los sucesos más resonantes son los de Barcelona donde
la lucha del 19 y 20 de julio acabó con la sublevación y de ahí surgió la supremacía de la CNT y la FAI. Se
creo el Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña.
Casos notorios fueron también los de Valencia y Málaga donde surgió la pugna entre la representación del
Gobierno Central y el surgido por la acción de las masas. En Valencia el 20 de Julio se crea el Comité
Ejecutivo Popular, producto del acuerdo entre el Frente Popular y la CNT. El comité tenía una difícil misión
que se complicó con la llegada de Diego Martínez Barrio y algunos colaboradores para crear una Junta
Delegada del Gobierno, que después de disolver el Comité no ejercerá poder alguno. En Málaga el
Ayuntamiento fue sustituido por una Comisión Ejecutiva.
Desde Guipúzcoa hasta Asturias surgen poderes autónomos de emergencia, en Vizcaya y Santander las cosas
son muy similares, la sublevación militar es débil, los gobernadores civiles retienen el poder político y son
apoyados por el Frente Popular. En Oviedo la colaboración entre el gobernador civil, Liarte Lausín, y los
sindicatos da lugar a un Comité Provincial, que no evitó que la sublevación obtuviera el poder con el General
Aranda al mando.
La revolución social en la Republica, como consecuencia del alzamiento fue un hecho. En el verano de 1936
hubo en España una revolución dentro de una guerra civil: se destruían iglesias, se expropiaba y colectivizaba,
31
en la industria aparecían los comités de fabrica, el poder del Estado se esfumaba.
El avance de las tropas nacionales sobre Madrid hizo que Giral renunciara a sus poderes en septiembre. Se
formó un nuevo gabinete de concentración con mayoría socialista, al frente del cual se situó el líder socialista
Largo Caballero, que ejercía su prestigio y autoridad sobre los obreros principalmente desde la dirección de la
Unión General de Trabajadores (UGT), el sindicato afín al PSOE. Largo Caballero hizo cuanto pudo por
controlar la situación revolucionaria y formó un gobierno de concentración con presencia de socialistas,
comunistas, una minoría de republicanos y nacionalistas vascos y catalanes. Dos meses después incorporó a
militantes de la central obrera anarcosindicalista Confederación Nacional del Trabajo (CNT), cuya fuerza era
destacada en Aragón, Cataluña y Valencia. Con todo, el enfrentamiento entre las dos tendencias (revolución o
guerra) −y ello pese a que durante el gobierno de Largo Caballero mejoró la coordinación en el Ejército
republicano− dio al traste con esta experiencia porque fue incapaz de hacer amainar las disputas entre las
principales corrientes políticas de la coalición gubernamental.
Sin un ejército regular de las dimensiones del de los sublevados que oponer a su avance y con buena parte de
los mandos que había permanecido fieles a la República bajo sospecha, Largo alimentó su fama de Lenin
español con la decisión de levantar en muy corto espacio de tiempo un ejército republicano al estilo del
Ejército Rojo, formado de la nada por los bolcheviques para defender la Revolución en la guerra civil contra
los Ejércitos Blancos. Para ello, Largo pretendía basar la fuerza del ejército republicano en la alianza de los
sindicatos UGT y CNT, como únicas fuerzas capaces de movilizar a las clases trabajadoras en favor de la
República. Frente a esta idea se encontraba buena parte del Partido Socialista y, sobre todo, el Partido
Comunista, fuerza minúscula al comienzo de la guerra pero con una gran capacidad de dirección en la guerra
y con la fuerza que le otorgaba ser el receptor directo de la ayuda en material militar que llegaba procedente
de la URSS. Ambas fuerzas pretendían concentrar todo el poder en el estado −y los partidos políticos que lo
sostenían−, arrebatando el control de la contienda a los sindicatos.
Ante el cerco del ejército nacionalista a Madrid, el gobierno de la República y las Cortes abandonaron la
capital y se instalaron en Valencia. Allí reunidas, las Cortes aprobaron el estatuto de autonomía vasco, que
apenas pudo tener aplicación ante la caída de su territorio bajo el control de los alzados. La importancia dada
por Largo Caballero a las centrales sindicales permitió que la CNT y la FAI llevaran a cabo una revolución
social paralela al desarrollo de la guerra. Esta revolución se materializó en la expropiación y colectivización
de industrias y tierras de cultivo, sin el consentimiento, pero también sin la oposición real del gobierno; las
zonas más afectadas por esta revolución social fueron Cataluña, donde la CNT llegó a controlar cerca del 70%
de las empresas, y la parte de Aragón aún en manos republicanas, donde se implantó una reforma agraria
colectivizadora.
Frente a la opción tomada por Largo Caballero, tanto el Partido Socialista como el Comunista entendieron que
la victoria en la contienda civil dependía de la capacidad de entendimiento entre ambas fuerzas políticas y la
participación de todos los defensores de la República. A este conjunto resultaban ajenos los anarquistas,
primero porque buena parte de ellos pretendían realizar −tal como estaban haciendo en Cataluña− una
verdadera revolución interior e implantar un comunismo libertario radicalmente opuesto a la legalidad
constitucional republicana; en segundo lugar porque su falta de disciplina y la negación de sus líderes de
militarizar sus tropas estaban evidenciando su ineficacia en los frentes. El acuerdo entre socialistas y
comunistas triunfó inicialmente en Cataluña con la creación del Partido Socialista Unificado de Cataluña
(PSUC), que pretendía eliminar a la CNT y el POUM, lo que produjo sangrientos enfrentamientos en las
calles de Barcelona en mayo de 1937. La negación de Largo Caballero de ilegalizar al POUM le enfrentó a los
dirigentes de su propio partido y al cada día más poderoso PCE, lo que le condujo a la dimisión. Largo
Caballero dimite el 15 de mayo de 1937.
No se sabe la razón por la que fue elegido para el nuevo Gobierno el socialista Juan Negrín López y no
Indalecio Prieto, que era el esperado por la opinión publica. El Gobierno de Negrín, del que no entran a
formar parte ni CNT ni la UGT, orientó su política hacia tres frentes: proseguir con el fortalecimiento del
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poder estatal, consumar la obra de constitución de un nuevo ejército, e insistir en el frente diplomático en
dirección a las potencias occidentales buscando apoyos. A estas labores contribuyó mucho Indalecio Prieto,
que tomó la cartera de Defensa, antes de que sus relaciones con Negrín empeoraran. Inmediatamente, no sólo
se ilegalizó el POUM, sino también se exigió a la CNT que integrara en la disciplina militar a sus tropas.
Con el Gobierno Negrín el PCE era el primer partido de la República. Se procedió a la marginación de las
disidencias. Las disidencias procedían del comunismo no estalinista, del anarcosindicalismo y del
Largocaballerismo. El primer jalón de esta política lo constituyeron las acciones emprendidas para eliminar
las disidencia comunista que significaba el POUM. No solo se detuvo, se secuestró y asesinó al secretario
general del partido, sino que la propia organización fue sometida a un proceso judicial. A Largo Caballero que
controlaba algunos medios de comunicación de Valencia, se le arrebató el control de los periódicos, se le
dificultó su labor publica, se le prohibieron mítines, y en definitiva, se le desalojó de la Secretaria General de
la UGT. La tercera gran marginación fue el anarcosindicalismo y era la más importante por la fuerza histórica
del movimiento. A comienzos del 37 ya algún observador detectó la decadencia del movimiento. En el verano
del 37 el movimiento se reconvierte profundamente, y pierde fuerza en el terreno sindical.
Negrín orientó su gestión hacia la victoria militar; la revolución debía esperar. El gobierno Negrín trató de
cambiar la dirección política y económica de la República beligerante, lo que se materializó en una
disminución del peso de los sindicatos y su práctica revolucionaria y un aumento de la presencia de los
partidos políticos, en especial del socialista, pero cada vez más del comunista. La influencia del Partido
Comunista creció tanto por ser el interlocutor directo de la Unión Soviética (de donde procedían las únicas
armas que recibía la República) como por su labor de control sobre los mandos militares y la policía. Al
mismo tiempo, el gobierno Negrín pretendió retomar el control de la economía, en especial para conseguir una
mayor producción de todos los órdenes que paliara la creciente carencia de víveres y pertrechos civiles y
militares. Fue esta carencia y los reveses continuos en la guerra lo que fue reduciendo la capacidad operativa
del Gobierno hasta el final de la guerra.
Pero antes, los avatares bélicos desencadenaron una nueva crisis gubernamental en abril de 1938. Desde
entonces, Negrín pasó a desempeñar también el cargo de ministro de la Defensa Nacional (anterior Ministerio
de la Guerra), que venía ejerciendo el socialista Indalecio Prieto. Los trece puntos de Negrín (nombre por el
cual fue conocido el acuerdo propuesto por el presidente del gobierno republicano a las fuerzas franquistas,
como base de una posible negociación), promulgados el 1 de mayo de ese año, en un afán por restablecer una
democracia consensuada sobre principios alejados del conflicto bélico, no consiguieron recomponer la unidad
del Ejército republicano ni sostener el escaso apoyo internacional, debilitado a medida que se retiraban los
voluntarios extranjeros que habían formado parte de las Brigadas Internacionales. El éxito definitivo de la
ofensiva franquista sobre Cataluña, a principios de febrero de 1939, impidió que dieran fruto las garantías que
el gobierno republicano pedía de cara a la paz: independencia de España y rechazo de cualquier injerencia
exterior, que el pueblo pudiera decidir libremente acerca del futuro del régimen, así como garantía de evitar
persecuciones y represalias después de la guerra. Estas condiciones propuestas por Negrín en las Cortes
reunidas el 1 de febrero de 1939 en Figueras (Girona) no fueron aceptadas por el gobierno de Burgos, que
presumía concluir la guerra en breves días. En efecto, la reunión de las Cortes republicanas en Figueras fue la
última que tuvo lugar en suelo español. Antes de esa fecha se celebraron reuniones de las Cortes en distintas
sedes, dependiendo de las propias circunstancias militares de la contienda. Las primeras tuvieron lugar en
Valencia (diciembre de 1936 y febrero y octubre de 1937), en tanto que las postreras se produjeron en
distintas zonas del territorio catalán, tales como Montserrat (febrero de 1938), San Cugat del Vallés
(septiembre de 1938) y Sabadell (octubre de 1938).
El fulminante éxito de las tropas nacionales en Cataluña, indica el grado de desmoralización de la defensa
republicana. El 23 de enero, Negrín tuvo que trasladar el gobierno de Barcelona a Figueras. El 4 de febrero
entra en Francia el Presidente de la Republica y el 27, cuando Franco había ocupado toda la zona nordeste de
la Republica y Francia e Inglaterra reconocían su Gobierno como el de España, Azaña renunciaba a su cargo.
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Negrín y el Partido Comunista sostuvieron su política de resistencia hasta el final. Negrín, después del
abandono de Cataluña a finales de enero, había regresado a España el 9 de febrero, acompañado de
importantes jefes comunistas. Estableció su sede en la posición Yuste, dispuesto a poner en practica su plan de
continuar la guerra. El 21 de febrero se entrevista en Madrid con el General casado, jefe del ejército del
centro. Cuando sabe la renuncia de Azaña, el presidente de las cortes, Martínez Barrio, comunica a Negrín
que estaría dispuesto a sustituirle si el jefe de Gobierno emprende una política encaminada hacia una paz
inmediata y honrosa. Pero no hubo contestación puesto que de inmediato surgieron los sucesos derivados de la
conspiración dirigida por Segismundo Casado. Casado define el Gobierno de Negrín como una dictadura... Al
servicio de una potencia extranjera. En la entrevista con Negrín en Madrid, Casado le dice que es imposible
seguir la guerra. Casado había suspendido en Madrid la publicación de Mundo Obrero por un ataque a Largo
Caballero. La guerra entre Casado y los comunistas estaba servida. Luego vino una reunión en el aeródromo
de los Llanos, en Albacete, entre Negrín y los principales jefes militares de la República. Según Casado todos
los jefes militares estaban de acuerdo en que la guerra no debía continuar.
En los tres primeros días de marzo la situación se complicó acusándose mutuamente de intentar un golpe de
estado. Casado lo decía así de los comunistas y viceversa. El día 2 Matallana y Casado se reúnen con Negrín
en Yuste y marchan luego a Valencia para conferenciar con otros jefes militares.
El día 5 Casado y sus tropas toman los principales edificios oficiales de Madrid y se constituye el Consejo
Nacional de Defensa. Besteiro, la más importante personalidad política sumada a la conjura, acusa a Negrín
de fanatismo y le pedía obediencia al Consejo. En los días siguientes se producen enfrentamientos en Madrid
entre unidades comunistas y las de Casado y el anarquista Cipriano Mera, que acabo con la derrota de los
comunistas tras 5 días de intensa guerra civil entre los madrileños. El Consejo quedó instalado y se disponía a
emprender negociaciones de paz con Franco. Casado había dado un golpe de Estado en toda regla porque él,
al igual que Franco quería "salvar a España del comunismo".
El plan de Casado se gestó en contacto con el Estado Mayor de Franco. Cuando Negrín que estaba en Elda, se
enteró de lo ocurrido en Madrid, destituyó a Casado e intentó que abandonase su acción. Como no lo
consiguió, Negrín, sus ministros y algún mando comunista abandonan el país en avión.
El 23 de marzo parten para Burgos los comisionados de Casado, para reunirse con Franco. En esta reunión se
discutirán las condiciones que Franco imponía y se acordó que era imposible cumplirlas. El día 25 se celebró
otra reunión. El día 26 Casado y sus colegas recibieron una comunicación de que Franco se disponía a realizar
un ataque y recomendaba recibirlo con la bandera blanca. Las negociaciones se habían roto. El 28 de marzo
las tropas de Franco entraron en Madrid, el 31 Alicante fue ocupado por la tropas de Franco y Mussolini y,
finalmente el 1 de abril la guerra terminó y la zona republicana dejó de existir. Acabó el primer intento serio
de democracia en España debido a la descomposición interna de la República a lo largo de la guerra, luchando
contra un enemigo unido. Y es que, ése fue el gran problema republicano, la falta de un mando unificado y la
unión de todas las facciones republicanas.
4.2 Los sublevados
La división de España en dos produjo también la existencia de hecho de dos Estados y dos gobiernos. Pero si
la dinámica del republicano fue la de enfrentamientos internos y la paulatina pérdida de territorio y
posibilidades de ganar la guerra, el bando nacional se caracterizó por la rápida organización de la dirección,
basada en la centralización y la militarización del mando. Pero, sobre todo, la conformación del nuevo Estado
estuvo basada en la creciente encarnación del poder en una única persona: Franco.
Ante el fracaso del pronunciamiento y la muerte en accidente de aviación de Sanjurjo, se constituyó en
Burgos una Junta de Defensa Nacional, el 24 de julio de 1936, que presidió el general Miguel Cabanellas por
ser el militar más antiguo e integraron en calidad de vocales los generales Emilio Mola, Fidel Dávila, Andrés
Saliquet, Miguel Ponte y los coroneles Fernando Moreno y Federico Montaner. Sin embargo, los militares
alzados, ya con participación de organizaciones políticas civiles en el frente y en la organización de la
retaguardia, no acababan de despejar las certidumbres sobre el régimen que se instauraría tras conseguir la
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victoria. Los carlistas, tan importantes en la zona norte como inexistentes en el resto, pretendían imponer su
secular solución; los alfonsinos preconizaban la restauración de la monarquía dinástica en la persona del
príncipe Juan de Borbón; los falangistas pretendían la creación de un Estado de corte fascista; y cedistas y
ultranacionalistas tenían en mente la continuidad de la República, pero radicalmente transformada en sentido
conservador y autoritario. La insurrección carecía, cuando se produjo, de un proyecto político para sustituir a
la República. Pero Mola, que era el que dirigía los hilos de la conspiración parecía tener ideas más someras; el
preveía la creación de un directorio, compuesto de un Presidente y cuatro vocales militares. La muerte de
Sanjurjo para los carlistas fue un gran revés. La contribución de la Falange a la insurrección era considerada a
nivel internacional como la dimensión política mas significativa, pero después del encarcelamiento de José
Antonio Primo de Rivera, permanecía acéfala. La Falange era el grupo político con mayor peso al comienzo
de la sublevación, pero fue marginado en el proceso que llevo a la unificación del mando militar y político. La
influencia de la CEDA era irrelevante.
Hasta ese momento, Franco era uno más de los generales que había conspirado y se había alzado en armas
contra la República, pero estaba al frente del ejército de África, la unidad más profesional y efectiva de la que
disponían, y además contaba con las simpatías personales de Hitler y Mussolini, con quien su consejero y
cuñado, Serrano Suñer, había entablado conversaciones directas en solicitud de ayuda material. Estas dos
razones hicieron que Franco pudiera reunir en su mano todo el poder militar y civil del nuevo Estado
embrionario: el 29 de septiembre fue designado Jefe del Gobierno y generalísimo de los Ejércitos, lo que
suponía crear definitivamente una duplicidad de instituciones con la del bando republicano. Este Estado
nacional fue reconocido al poco tiempo por Alemania, Italia, Portugal y el Vaticano, lo que le dio el aval
diplomático internacional que era ratificado en territorio español con su supremacía bélica. Franco supo
rentabilizar de forma extraordinaria y muy rápidamente estas circunstancias. Al tener de hecho toda la fuerza
del nuevo Estado, también quiso tenerla de derecho; para eso debía eliminar toda posible competencia de
liderazgo, dotar a su régimen de una base doctrinalmente definida y conseguir la victoria sobre la República.
La capitalidad del nuevo Estado estuvo dividida; en primer lugar en Salamanca se instaló un primer equipo
(bajo el nombre de Junta Técnica del Estado) que inició el desarrollo de la administración civil y legislativa
del nuevo Estado; a partir de febrero de 1938 la capitalidad se trasladó a Burgos, ya con un ejecutivo formal
reunido en Consejo de Ministros; este Consejo estaba presidido por el Jefe del Estado, cargo que Franco se
irrogó en sustitución del anterior, Jefe de Gobierno. Esto significaba la total legitimación de la jefatura
suprema alcanzada por Franco.
La base ideológica de la que se partía era un conjunto de ideas en el fondo poco armónicas, tomadas del
falangismo y el tradicionalismo con añadidos monárquicos y antiliberales. El entramado ideológico fue
utilizado como armazón legitimador para la detentación del poder; lo verdaderamente importante fue en
realidad la conquista del poder, al que se le trató de dar con posterioridad una carga ideológica de acuerdo al
respaldo recibido para la toma de ese poder. Para ello el gobierno de Franco debió crearse una base política
directa, un partido que respaldase su actuación y a la vez impidiera cualquier tipo de tensión con el resto de
los que participaban, de uno u otro modo, en el bando nacional. El sistema empleado fue doble: por un lado, la
eliminación incruenta de cualquier personalidad política que pudiera cuestionar el liderazgo de Franco (el
líder tradicionalista Fal Conde fue exiliado; se prohibió la incorporación a filas de Javier de Borbón−Parma,
pretendiente carlista, y de Juan de Borbón, hijo y heredero dinástico de Alfonso XIII; y la encarcelación de
Manuel Hedilla y la ejecución en prisión de José Antonio Primo de Rivera por las autoridades republicanas
dejó sin sus grandes líderes a los falangistas). El segundo paso fue decretar la unificación política de
monárquicos, cedistas, carlistas y falangistas; el resultado fue la creación de un partido único −el llamado
Decreto de Unificación (19 de abril de 1937)−, que tomó el nombre de Falange Española Tradicionalista y de
las Juntas de Ofensiva Nacional−Sindicalista (FET y de las JONS), cuyo Jefe Nacional no era otro que el
mismo Franco. Franco lo había consultado antes con Mola y Queipo de Llano, que dieron su consentimiento.
El 4 de agosto se promulgan los estatutos del nuevo partido. El régimen que se estaba gestando, el estado
totalitario y el partido único , no procedían de la toma de poder por un partido, sino la construcción del partido
desde el poder. La instauración de un "Régimen de mando único y de partido único", en palabras de Serrano
Suñer, significó la superación de la primitiva administración militar creada para llevar a cabo la sublevación y
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el derrocamiento republicano y su transformación en un Estado de corte autoritario ordenancista.
En enero de 1938 se formó el primer gobierno nacional presidido por Franco, tras la disolución de la Junta
Técnica de Estado, que había sido creada en octubre de 1936 inicialmente como una entidad de apoyo
gubernamental a la primigenia Junta de Defensa Nacional. El primer gobierno franquista estuvo compuesto
tanto por militares como por figuras civiles falangistas, tradicionalistas y monárquicas. Entre sus miembros
cabe destacar a los generales Francisco Gómez Jordana (vicepresidente del gobierno y ministro de Asuntos
Exteriores), Severiano Martínez Anido (responsable del Ministerio de Orden Público) y Fidel Dávila (ministro
de la Defensa Nacional), al ingeniero naval Juan Antonio Suances (encargado del Ministerio de Industria y
Comercio), así como al abogado y cuñado de Franco Ramón Serrano Súñer (ministro de Interior y secretario
del Consejo de Ministros), al notario y falangista Raimundo Fernández Cuesta (responsable del Ministerio de
Agricultura) y al escritor y político monárquico Pedro Sainz Rodríguez.
La ordenación político−administrativa del aparato del Estado se complementó con una considerable labor
legislativa. A partir de marzo de 1938 se decretaron una serie de leyes y se pusieron en marcha unos
programas que, conjuntamente, estaban encaminados a fundamentar jurídicamente el nuevo Estado y
establecer los cauces de control de los distintos sectores económicos, sociales y culturales. En el campo
laboral, sin duda, la ley más importante fue el Fuero del Trabajo, en el que protocolariamente se otorgaba el
derecho −y a la vez se exigía el deber− del trabajo a todos los españoles; aunque sin duda la parte más
trascendente de la ley era la eliminación de todo canal de representación sindical, así como el derecho de
huelga y asociación.
La Iglesia apoyó de forma prácticamente unánime al bando sublevado, incluso el cardenal primado Pla y
Deniel proclamó el 30 de septiembre de 1936 la "cruzada contra los hijos de Caín", legitimando el alzamiento
de la nación en armas; por todo ello la Iglesia desde el comienzo recibió importantes prerrogativas. En el
ámbito religioso la característica fue la anulación de toda la legislación que sobre este aspecto había
desarrollado la República; en este sentido se restauró con todos los honores a la expulsada Compañía de Jesús,
fueron suprimidos el matrimonio civil y el divorcio, los cementerios volvieron a la autoridad eclesiástica y al
sistema educativo reingresaron los centros de enseñanza religiosos. Con todo, lo más importante en este
aspecto fue la transformación del papel de la Iglesia, cuyos cometidos alcanzaron las bases de la política
social del nuevo Estado, interpretadas a la luz de la doctrina social de la Iglesia.
Dos de las leyes más significativas que tomó el Gobierno de Franco fueron las que atacaron directamente a
dos símbolos directos de lo que la República había pretendido ser: el campo y la prensa. La creación en abril
de 1938 del Servicio Nacional de Reforma Económica y Social de la Tierra sirvió exclusivamente para
ordenar la devolución de las tierras expropiadas y puestas en colectivización o repartidas entre el campesinado
durante la República. La segunda fue la Ley de Prensa, que no era otra cosa que una legislación de la censura
y la desaparición de toda libertad de expresión.
A la altura de mediados de 1938 el bando nacional, que se había alzado en contra del modelo de la República,
había conseguido articular un nuevo Estado. Pero nadie en el momento de la sublevación había preconizado lo
que dos años después parecía un modelo definitivo. Fueron las circunstancias de la guerra, la ambición
personal de unos dirigentes y, sobre todo, las posibilidades dadas a quienes tenían en su mano la dirección de
la contienda y el apoyo de potencias extranjeras, lo que hizo que este modelo acabara imponiéndose.
5. La Guerra Civil española: antesala de la 2ª G.M.
Aunque fueron causas eminentemente internas y fueron españoles los que dirigieron y padecieron las
consecuencias de la Guerra Civil, no es posible concebir ésta sin determinados factores operantes en el
contexto político internacional.
En primer lugar, la contienda se desarrolló en pleno crecimiento de los regímenes ordenancistas y en la
disputa paneuropea entre demoliberales y filofascistas. En ese sentido no fue extraño que desde el comienzo
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de la guerra amplios sectores populares y grupos antifascistas de toda Europa (en especial de Francia y Gran
Bretaña) y América (de Estados Unidos a México y Chile) se identificaran con la amenazada República
Española −las Brigadas Internacionales−. Por contra, numerosos miembros de los partidos únicos de los
regímenes autoritarios de Alemania, Italia y Portugal no tuvieron problemas en apadrinar el levantamiento y
ayudar material y humanamente a los sublevados, a los que les unían fuertes afinidades ideológicas.
Estas simpatías y afinidades se materializaron en una considerable participación directa en la guerra de
soldados extranjeros. Este segundo nivel supuso ya una clara internacionalización de la Guerra Civil, pues en
los frentes de Madrid, el País Vasco o Aragón combatieron soldados voluntarios de media Europa a un lado y
otro de las trincheras.
Pero la internacionalización definitiva del conflicto se realizó con la participación directa de varios Estados
europeos en la misma. Ante el estallido de la rebelión militar, el Gobierno frentepopulista realizó una petición
de pertrechos bélicos a León Blum, quien presidía el Gobierno francés tras haberse impuesto en las elecciones
de mayo encabezando la coalición del Frente Popular. Al principio de la contienda, Francia ayudó a la
República, auqnue después cambió de opinión. Al mismo tiempo, Franco solicitaba ayuda logística a Hitler
para transportar sus tropas en África hasta la Península; ayuda que le fue concedida en el plazo de horas,
inaugurando una línea de colaboración que no se rompería hasta los últimos compases de la segunda guerra
mundial. Casi de inmediato se reactivaron los contactos que los monárquicos mantenían con Mussolini desde
1932. Para ampliar definitivamente el círculo de participantes, tras algún tiempo de dudas, Stalin decidió
ayudar con pertrechos militares a la República, lo que tuvo una influencia directa en el balance de poder
político entre los partidos que la sostenían en beneficio del Partido Comunista.
Toda esta participación extranjera en la guerra se debe situar en un contexto político internacional con grandes
tensiones. La inestabilidad estaba ocasionada por el cuestionamiento de la Europa salida de la primera guerra
mundial, diseñada en los tratados de paz de París (especialmente el de Versalles, que atañía a Alemania) y
cuyo cumplimiento estaba teóricamente garantizado por la Sociedad de Naciones. La crisis económica
producida por el crack de 1929 había sembrado de tensiones sociales todos los países, pero fue en Francia y
Gran Bretaña, donde el temor al desbordamiento ideológico hacía más temerosos a sus gobernantes. Las
potencias democráticas apenas podían impedir la multiplicación de actuaciones que rompían el status quo, en
especial los intentos italianos de crear un imperio en África y las reclamaciones territoriales alemanes en
Centroeuropa. Ante el temor de un nuevo conflicto mundial Francia y Gran Bretaña estaban dispuestas a
transigir en cuestiones que en principio aparecían como secundarias. Aunque a la vista de lo sucedido
posteriormente parezca difícil de comprender, hacia 1936 las potencias democráticas creían poder suavizar el
régimen de Mussolini y refrenar el impulso expansivo hitleriano con la satisfacción de unas demandas
puntuales, que además creían en parte justificadas.
Aunque causó sorpresa la intervención al lado de los sublevados españoles de los regímenes nazi−fascistas de
Italia y Alemania, Londres y París no estaban dispuestos a correr el riesgo de multiplicar las tensiones ni
aceptar riesgos por defender a la República. De igual modo que tampoco lo estuvieron ante la remilitarización
de Renania unos meses antes, ni lo estarían con la anexión de Austria en 1938 o la desmembración de
Checoslovaquia en 1939. De esta actitud nació la idea de impedir una alineación de bloques por identificación
con los bandos contendientes en la guerra civil española. En agosto de 1936 se realizó una propuesta formal
franco−británica para promover la no−intervención internacional en la guerra, a la que se sumaron gran parte
de los Estados europeos, incluidos Italia, Alemania y la URSS.
Para garantizar esta neutralidad se creó el Comité de No−Intervención, que entró en funciones en septiembre.
El 9 de septiembre se reunía, por vez primera, en Londres el Comité de No−Intervención en la guerra
española, que presidía lord Plymouth. Naturalmente, aunque la República española aceptó el acuerdo a
condición de que se aplicara con equidad a ambos bandos, ninguna de las fuerzas del Frente Popular podía
admitir de buen grado una política que colocaba en el mismo plano jurídico internacional a un Gobierno
legítimo y a los que se le sublevaban.
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Pese al Comité de No−Intervención lo que no funcionó nunca fue la no−intervención, pues Alemania e Italia
continuaron enviando materiales y hombres en cantidades crecientes; los rebeldes recibieron aviones,
armamento y combatientes de Italia y Alemania (valga como ejemplo la Legión Cóndor), así como la ayuda
de los voluntarios portugueses, enviados por el gobierno encabezado por António de Oliveira Salazar, además
de otras colaboraciones. Por su parte la URSS, gobernada por Iósiv Stalin, tras comprobar la participación
activa y directa de italianos y alemanes, rechazó la política de no−intervención. Su apoyo resultó fundamental
en blindados, aviones y equipos de asesores militares. En cambio, Francia, acogida al pacto de
No−Intervención, cerró su frontera a la entrada de material bélico destinado a cualquiera de los contendientes,
con lo que en realidad perjudicó notablemente al gobierno republicano.
La inmediata evidencia de la ayuda fascista a los rebeldes fue repetidamente denunciada sin conseguir medida
alguna. Lord Plymouth no creyó ni en las pruebas aportadas tras Guadalajara. En fin, en función de tal
política, las ambigüedades francesas, condicionadas en gran manera también por su propia situación interna,
fueron fatales para la República.
El hecho de que desde el primer momento Hitler personificase su destinatario en Franco y sólo en Franco, al
igual que acabó haciéndolo Mussolini, tuvo unas repercusiones extraordinarias en el futuro del general y sobre
todo en el futuro Estado nacional. De igual modo, la URSS que argumentó la colaboración nazi−fascista para
justificar sus envíos en material y expertos militares; que éstos fueran destinados a ayudar a la República, pero
exclusivamente a través del Partido Comunista, también tuvo unas repercusiones trascendentales en la
evolución política del bando republicano.
Hay que aclarar en cierto modo que toda esta ayuda hubo que pagarla. Por lo que se refiere al apoyo soviético,
la financiación de los suministros bélicos entregados al gobierno republicano se relacionó con las reservas del
Banco de España. Dos terceras partes del oro guardado en el banco nacional salieron hacia Moscú, en
concepto de depósito primero, y como pago por aquellos suministros posteriormente. El famoso oro de Moscú
sería un asunto controvertido y utilizado como propaganda por el gobierno franquista. Mientras, éste recibió a
crédito suministros alemanes e italianos, que fueron abonados en parte después de finalizar la guerra. En
cambio, el gobierno republicano agotó sus reservas para pagar la ayuda soviética.
No hay duda de que la Guerra Civil española tuvo unos efectos muy importantes en la política internacional:
completó la división de Europa en dos bandos enfrentados; complementó, junto con otros acontecimientos
coetáneos, el derrumbe del orden internacional dictado desde Versalles; evidenció la ineficacia de la Sociedad
de Naciones; y sembró de anuncios el futuro choque entre las democracias liberales y el fascismo. Esta guerra
nunca fue exclusivamente una guerra civil. De hecho, puede considerarse como una primera fase de la
segunda guerra mundial.
5.1 Las Brigadas Internacionales
Las famosas Brigadas Internacionales eran un conjunto de unidades militares compuestas por voluntarios
extranjeros que durante la Guerra Civil española lucharon contra los rebeldes sublevados en julio de 1936 y en
defensa de la República.
El antecedente de dichas brigadas se puede buscar en el grupo de hombres, sobre todo alemanes, italianos y
belgas, afines al marxismo, que asistieron a la Olimpiada Popular celebrada en Barcelona. Al estallar la guerra
se sintieron moralmente obligados a ayudar a sus correligionarios españoles por lo que se agruparon en
columnas, centurias y batallones y se pusieron a las órdenes de algún líder político previamente erigido
capitán, comandante o general.
En septiembre de 1936 el Komintern propuso la necesidad de ayudar a la España antifascista. A tal efecto se
crearon unos contingentes de voluntarios no españoles, preferentemente comunistas, reclutados en diferentes
países europeos y americanos dispuestos a combatir al fascismo internacional. Una gran mayoría eran jóvenes
obreros comunistas, algunos en situación de desempleo; otros, militantes políticos refugiados de los regímenes
fascistas y veteranos de la Primera Guerra Mundial, de los cuales unos 600 se encontraban exiliados en la
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URSS y tenían la experiencia de haber participado en las Brigadas Internacionales del Ejército ruso durante la
conflagración mundial, en su mayor parte tenían ciudadanía soviética y se mantenían leales al país que les
había acogido.
Para llevar a cabo el alistamiento de todos los voluntarios se estableció una oficina en París donde los futuros
soldados firmaban un compromiso por tiempo indefinido. Después eran enviados a España, en barco o en tren,
y tras llegar a su destino se les trasladaba a Albacete, donde se instaló una base militar para la preparación e
instrucción de los nuevos reclutas, encuadrados, en un principio, por grupos lingüísticos para facilitar su
entendimiento. Al frente de la base de Albacete se encontraban André Marty, comandante en jefe; Luigi
Longo, inspector general; y Guiseppe di Vittorio, jefe de los comisarios políticos.
Los voluntarios que conformaron la primera remesa llegada a España eran franceses, aunque también había
algunos alemanes y polacos. De inmediato se unieron a ellos las columnas, centurias y batallones de
voluntarios constituídas en los primeros días de la guerra anteriormente mencionadas.
A principios de noviembre de 1936 la XI Brigada Internacional desfilaba por las calles de Madrid compuesta
por unos 3.000 hombres encuadrados en los batallones "Edgar André", en su mayoría alemanes y algunos
ingleses en su sección de ametralladoras; "Comuna de París", franceses y belgas; y "Dombrowsky", integrada
por polacos. Más tarde, llegó al frente de Madrid la XII Brigada Internacional, formada por los batallones
"Thaelmann", "André Marty" y "Garibaldi", de alemanes, franceses e italianos, respectivamente, al mando de
Mata Zalka, el general Lukacs.
En las primeras operaciones en las que combatieron sufrieron bajas considerables, se calcula que perdieron
cerca de la tercera parte de sus efectivos, ahora bien, a pesar de su rotundo fracaso inicial su intervención fue
decisiva en el frente de Madrid sobre todo por su influencia en la organización del Ejército Popular.
A finales de 1936 se crearon dos nuevas brigadas, la XIII Brigada Internacional, con voluntarios de la Europa
del Este, y la XV Brigada Internacional, de la que formaron parte los batallones americanos "Abraham
Lincoln" y "George Washington". En los últimos meses de 1937 el Comité de No Intervención prohibió los
alistamientos de extranjeros para la guerra de España.
El 15 de diciembre de 1938 las Brigadas Internacionales desfilaron por las calles de Barcelona y se
despidieron del pueblo español, haciendo así efectiva la propuesta de Negrín de retirar todos los combatientes
extranjeros de las filas del Ejército republicano, acción que no encontró respuesta en el bando nacional dado
que muchos alemanes e italianos permanecieron en España hasta después de terminar la contienda.
El número total de voluntarios brigadistas en España asciende a unos 40.000, aunque nunca combatieron
simultáneamente más de 18.000. De todos ellos, unos 10.000 eran franceses. 5.000 austriacos y alemanes,
4.000 polacos, 3.500 italianos, 2.800 norteamericanos, 2.000 ingleses, 1.200 yugoslavos, 1.000 canadienses,
1.000 húngaros, 1.000 escandinavos y 8.500 de otras nacionalidades incluida la URSS. Desde el primer
momento estuvieron presentes en los principales frentes de batalla: Madrid, Brunete, Teruel, Guadalajara,
Belchite, Ebro, etc., a menudo sufriendo numerosas pérdidas, se calcula que una tercera parte de los
combatiente murieron en acción de guerra.
Además de los brigadistas se hace necesario reflejar que también ayudaron a la causa republicana cerca de
otros 20.000 extranjeros más mediante actividades en servicios médicos y sanitarios y otras tareas auxiliares
de apoyo.
Cabe destacar que en enero de 1996 el Gobierno español concedió la nacionalidad española a todos los
miembros de las Brigadas Internacionales.
Composición de las Brigadas Internaconales
La numeración de las Brigadas obedece al hecho de que, en el momento de integrarse en el Ejército
Republicano, éste había constituido ya diez Brigadas Mixtas españolas.
XI BRIGADA
Formada en Octubre de 1936
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• 1er Batallón "Edgar André". Alemanes.
• 2º Batallón "Commune de Paris". Franco−Belgas. Trasladado posteriormente a la XIV.
• 3er Batallón "Dabrowski". Polacos, húngaros y yugoslavos. Trasladado posteriormente a la XII, XII y
150.
XII BRIGADA
Formada en Noviembre de 1936
• 1er Batallón "Thaelmann". Alemanes. Trasladado posteriormente a la XI.
• 2º Batallón "Garibaldi". Italianos.
• 3er Batallón "André Marty". Franco−Belgas. Trasladado posteriormente a la 150, XII y XIV.
XIII BRIGADA
Formada en Diciembre de 1936
• 1er Batallón "Louise Michel". Franco−Belgas. Trasladado posteriormente a la XIV.
• 2º Batallón "Chapiaev". Balcánicos. Trasladado posteriomente a la 129.
• 3er Batallón "Henri Vuillemin". Franceses. Trasladado posteriormente a la XIV.
• 4º Batallón "Miskiewicz Palafox". Polacos.
XIV BRIGADA
• 1er Batallón "Nuevas Naciones". Trasladado posteriormente al "Commune de Paris".
• 2º Batallón "Domingo Germinal". Españoles anarquistas.
• 3er Batallón "Henri Barbusse". Franceses.
• 4º Batallón "Pierre Brachet". Franceses.
XV BRIGADA
Formada en Febrero de 1937
• 1er Batallón "Dimitrov". Yugoslavos. Trasladado posteriormente a la 150 como 3er Batallón y
después a la XIII.
• 2º Batallón. Británicos.
• 3er Batallón. "Lincoln", "Washington", "Mackenzie−Papineau". Estadounidenses, Canadienses.
• 4º Batallón "6 de Febrero". Franceses. Trasladado posteriormente a la XIV.
150º BRIGADA
Formada en Junio−Julio de 1937
• 1er Batallón "Rakosi". Húngaros.
129º BRIGADA
• 1er Batallón. "Magaryk". Checoslovacos. Adscrito a la 45 División.
• 2º Batallón "Dayachovitch". Búlgaros.
• 3er Batallón "Dimitrov". Balcánicos.
Intervención de las Brigadas en la guerra
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Defensa de Madrid. Noviembre de 1936.
Los internacionales entran en combate el 8 de Noviembre. La XI y la XII Brigadas se baten en Vallecas y en
el Cerro de los Angeles respectivamente.
Carretera de la Coruña. Enero de 1937.
La XI Brigada se bate valerosamente en los combates de Boadilla, dirigidos por Hans Khale. Dos secciones
enteras sucumben hasta el último hombre para salvar del cerco a su unidad.
Batalla del Jarama. Febrero de 1937.
El Jarama fue una sangría para los norteamericanos del Batallón Lincoln. Lucharon con valor y desesperación.
Los internacionales dejaron allí más de 3.000 hombres.
Batalla de Guadalajara. Marzo de 1937.
Los internacionales actuaron con valor y éxito ante la fracasada ofensiva italiana. La XI Brigada lucha
encuadrada en la 11ª División de Lister mientras que la XII, al mando del general Lukacs lo hace en la 14ª
División de Cipriano Mera. En la XII destaca el Batallón italiano Garibaldi que hará frente a sus compatriotats
fascistas
Ataque a Segovia. Mayo de 1937.
La División Walter atacó el 30 de Mayo para tomar Segovia. Se llegó a un kilómetro de La Granja pero la
XIV Brigada no pudo conseguir su objetivo.
Batalla de Brunete. Julio de 1937.
En esta sangrienta batalla intervinieron todas las Brigadas Internacionales a excepción de la XIV. Las bajas
llegaron a ser del 50% de los combatientes.
Batalla de Belchite. Agosto de 1937.
En ella tomaron parte las Brigadas XI y XV. Belchite quedó reducido a escombros.
Ofensiva republicana en el Ebro. Octubre de 1937.
Los internacionales intervinieron en esta ofensiva fracasada destinada a aliviar la presión nacionalista sobre
Asturias.
Batalla de Teruel. Invierno de 1937−1938.
Las Brigadas intervienen con el Quinto Cuerpo del Ejército Republicano en la conquista de Teruel. Las
Brigadas XI y XV sufren grandes pérdidas.
Frente de Aragón. Marzo de 1938.
Ante la imparable ofensiva nacionalista intervienen todas las Brigadas Internacionales sufriendo un desgaste
prácticamente definitivo.
Batalla del Ebro. Julio de 1938.
41
En esta última y decisiva batalla los internacionales luchan nuevamente con gran valor. Participan todas las
Brigadas. La XII yi la XIV lo hacen encuadradas en la 45º División, mandada por Hans Khale, integrada en el
V Cuerpo de Líster. La XI, XIII y XV forman la 35º División, mandada por el mayor Pedro Mateo y que está
integrada en el XV Cuerpo de Tagüeña La batalla se pierde y el 23 de Agosto se ordena la repatriación.
5.2 Armas extranjeras en la Guerra Civil
Durante la Guerra Civil, España se convirtió en un excelente mercado consumidor de obsoletos depósitos de
armas y en el campo experimental para los nuevos ingenios que combatirán en la Segunda Guerra Mundial
−sobre todo Hitler tenía un auténtico campo de pruebas en España−. Por lógicas necesidades de espacio
reduciremos las referencias a las fuerzas blindadas y a las aéreas.
La guerra acorazada no tuvo aquí gran desarrollo. A lo largo de tres años y múltiples frentes apenas si
combatieron en España un millar de blindados, buena parte de los cuales apenas si pasaban de vehículos de
reconocimiento como los italianos C.V. 3/35 o el alemán Panzer I que fueron los integrantes de las fuerzas
acorazadas de Franco.
El Carro Veloce de tres toneladas modelo 1935 (C.V. 3/35) era un vehículo excelente para misiones de
reconocimiento por su velocidad y maniobrabilidad. Pero su pequeño blindaje de 13,5 milímetros y su
armamento −dos ametralladoras − le convertían en fácil presa para auténticos tanques. A España llegaron 157
vehículos de este tipo. El Panzer I, conocido aquí como Negrillo, pesaba cinco toneladas y su blindaje era
similar al italiano. Armado con dos ametralladoras resultaba más efectivo porque su torreta era giratoria
mientras que las armas del C.V. 3/35 sólo permitían un giro de 40°. Llegaron a España 170 unidades.
Los carros llegados de la URSS para la República fueron muy superiores. El T−26, el modelo más numeroso
con estimaciones que van de 362 a 900 vehículos, era un tanque de 10 toneladas con un blindaje de 15
milímetros y armamento consistente en un cañón de 45 milímetros y una o dos ametralladoras. Un modelo
superior a éste fue el BT−5 de unas 12 toneladas y similar armamento que el anterior, pero mucho más rápido.
Podía rodar sobre cadenas hasta a 45 kilómetros/hora, y sobre ruedas de goma, a 70 kilómetros/hora. Vinieron
a España unas 75 unidades.
Más interés por el número y la calidad de los aparatos tuvo el capitulo aéreo. En España combatieron unos
2000 aparatos, muchos de ellos obsoletos Pero otros constituían lo mejor del momento y algunos combatirían
aquí en plan experimental y luego se mantendrían como aparatos básicos durante la Segunda Guerra Mundial.
Avion soviético Polikarpov I−15, Chato
Polikarpov I−16 tipo 6, Rata
Los más numerosos fueron, sin duda, los Polikarpov I−15, suministrados por la URSS a la República y los
Fiat CR−32 enviados por Italia a los sublevados. Aunque las cifras varían mucho según autores puede cifrarse
en medio millar el número de I−15 y en 380 el de CR−32. Mucho más interesantes fueron los I−16
soviéticos, monoplanos que casi alcanzaban los 500 km/h y que iban armados con cuatro ametralladoras. A
España llegaron entre 300 y 500; la URSS fabricó más de 10.000 aparatos de este tipo que combatieron
durante toda la Segunda Guerra Mundial.
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Messerschmitt Bf−109
Pero fue la aviación de Franco la que contó con las dos grandes novedades aéreas. Aquí hizo su debut el
Messerschmitt Bf−109, monoplano que superaba los 520 km/h y que constituiría la columna vertebral de la
caza alemana durante la Segunda Guerra Mundial. Aqui sólo vinieron unos 90 aparatos, pero Alemania
fabricó más de 35.000. Otro aparato novedoso fue el JU−87, más conocido como Stuka, aparato para el
bombardeo en picado. Muy pocas unidades vinieron a España, pero aquí pudieron comprobarse las grandes
virtudes de este avión, que combatiría con Alemania durante toda la guerra con 5.700 unidades.
Otros modelos interesantes que aquí lucharon fueron los alemanes Dornier DO−17, Junker JU−86 −Hitler
dijo en el 42, que Franco debería ponerle un monumento a los Junkers alemanes−, Heinkel HE−111; los
italianos Fiat G−50, SM−79 y SM−81, y los soviéticos ANT−40 y TU−SB−2.
6. Balance de la Guerra Civil
La principal consecuencia bélica de la Guerra Civil española fue la gran cantidad de pérdidas humanas (más
de medio millón), no todas ellas atribuibles a las acciones propiamente bélicas y sí muchas de ellas
relacionadas con la violenta represión ejercida o consentida por ambos bandos, entre las que se pueden incluir
también las muertes producidas por los bombardeos sobre poblaciones civiles. Además de la gran represión
existente durante la guerra también al finalizar esta, el bando vencedor se cebó sobre los perdedores con una
durísima represión que explica la poca oposicioón con que se encontró el régimen franqista porterior.
En un nivel inmediatamente inferior se puede considerar como consecuencia destacada el elevado número de
exiliados producidos por el conflicto, algunas de cuyas principales figuras políticas constituyeron durante
muchos años el gobierno republicano en el exilio. Al exilio tuvieron que partir algunas de las personalidades
más destacadas de España. Personalidades como los escritores Antonio Machado, Rafael Alberti, Luis
Cernuda, Jorge Guillén, José Bergamín y Ramón Sender; los músicos Pau Casals y Cristóbal Halffter; el
pintor Joan Miró
En lo que respecta al aspecto económico, las consecuencias principales fueron la pérdida de reservas, la
disminución de la población activa, la destrucción de infraestructuras viarias y fabriles, así como de viviendas
−todo lo cual provocó una disminución de la producción−, y, en fin, el hundimiento parcial del nivel de renta.
La mayoría de la población española hubo de padecer durante la contienda y, tras terminar ésta, a lo largo de
las décadas de 1940 y 1950, los efectos del racionamiento y la privación de bienes de consumo.
La gran causa de la quiebra de la experiencia democrática republicana radicó en la negación de una buena
parte de la sociedad española; por intereses personales o corporativos, por temor a una revolución o a la
pérdida de una cierta identidad nacional, esa parte de la sociedad quiso, y consiguió, destruir la República. La
Guerra Civil no es otra cosa que el enfrentamiento entre aquellos que pensaban poner término a la República y
aquellos que lucharon por su persistencia. El resultado de ese enfrentamiento fueron tres años de muerte y
destrucción. Unos 600.000 españoles murieron por causas directamente achacables a la guerra; a su término
unos 270.000 estaban detenidos en campos de concentración y 300.000 partieron al exilio. Los daños
materiales han sido difícilmente cuantificables; baste decir, que los niveles de la economía española de antes
de la guerra no se recuperaron hasta veinte años después de su final. Pero tal vez lo más importante fue que el
resultado de la guerra hizo perpetuar la división de las dos Españas y el sometimiento de una de ellas a una
dictadura impuesta en nombre de la otra, pero de la que eran víctimas las dos. El último parte de la contienda
señalaba el 1 de abril de 1939 "la guerra ha terminado". Pero la paz aún tardaría en llegar.
43
7. La propaganda en la Guerra Civil
Durante la Guerra Civil la propaganda estuvo muy presente en la vida del pueblo. Por parte de los dos bandos
se exhibían carteles propagandísticos según la ideología propia de cada bando e incluso la prensa esta
dividida.
El periódico ABC, por ejemplo, tenía una edición en Sevilla y otra en Madrid. Evidentemente, la de Sevilla
era controlada por los sublevados mientras que la edición madrileña era fiel a la República. De este modo las
noticias publicadas en ambas ediciones eran bastante distintas. La edición de Sevilla reflejaba la política y la
ideología rebelde, y la edición de Madrid reflejaba la política y la ideología republicana.
La propaganda era tan importante hasta el punto de existir en la República un Ministeria de Propaganda y en
el bando sublevado una Oficina de Propaganda. Ambos organismos diseñaban principalmente carteles. En el
bando republicano, los carteles iban encaminados a pedir la unidad de la izquierda, a mantener la moral de las
milicias y a reclutar milicianos. En el bando rebelde los carteles invitaban a la lucha armada para salvar a
España del comunismo y a reforzar el patriotismo. Por supuesto también en ambos bandos muchos carteles
trataban de insultar al bando contrario.
En 1937 se creó en Salamanca Radio Nacional de España, como instrumento propagandístico del ejército
nacional. La emisora dependía de la dirección de propaganda, coordinada por Ernesto Giménez Caballero.
Como ejemplo de la diferente visión de las noticias que se tenía en cada bando, cabe destacar el bombardeo de
Guernica del 29 de Abril. He aquí un extracto del "Diario de Burgos" −periódico bajo la influencia directa del
gobierno franquista−:
"Guernica está destruida por el incendio y la gasolina. La han incendiado y la han convertido en ruinas las
hordas rojas al servicio criminal de Aguirre, presidente de la república de Euskadi. El incendio se produjo
ayer y Aguirre ha lanzado la infame mentira −porque es un delincuente común− de atribuir a la heroica y
noble aviación de nuestro Ejército Nacional ese crimen." No cabe duda de que es una visión bastante
"peculiar" de los hechos.
En la página siguiente se muestran algunos ejemplos de los carteles que se pudieron ver durante la guerra.
44
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47
Fuentes consultadas
© Microsoft Encarta 2000
© Historia de España. Tomo 3. El Siglo XX. Historia Contemporánea Española. Ediciones Nauta C., S. A.,
1999.
© Xeografía e Historia 4º. Editorial Santillana, S. A. 1995.
© Crónica de 2000 años. La Voz de Galicia. Salvat Editores S. A., 1999.
http://www.geocities.com/Pentagon/Bunker/9306/pagina2.html
http://www.enciclonet.com/
http://www.fut.es/~msanroma/GUERRACIVIL/guerracivil.html
http://burn.ucsd.edu/scwtable.htm
http://www1.gratisweb.com/gcivil/intro.htm
http://www.geocities.com/SoHo/Museum/1737/guerra.html
48
2
Avance del éjercito nacional desde Sevilla hasta Toledo. Las flechas azules muestran las líneas de avance,
mientras que las flechas moradas muestran los planes iniciales. Las fechas en rojo indican el día de la
ocupación de la localidad, mientras que las fechas naranjas indican la llegada del éjercito de Africa a
poblaciones cuyo control estaba muy disputado.
1. Batalla de Madrid
2,3. Batalla de la carretera de La Coruña
4. Batalla del Jarama
5. Batalla de Guadalajara
Tropas rebeldes
La sinrazón de la tragedia ocurrida en Guernica fue reflejada por Pablo Ruiz Picasso en Guernica,
actualmente expuesta en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (Madrid).
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Junkers alemanes de la Legión Cóndor sobre el territorio español
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Cartel francés de apoyo a la República
Cartel de los rebeldes que evidencia quien colaboraban con Franco
Voluntarios de las Brigadas
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Mujer camino del exilio
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