SOCIEDADES SECRETAS Y DEMOCRACIA Por A. Taro Arai Las sociedades secretas tienen una necesidad sociológica que las hace aparecer y renacer continuamente. Según los estudios de Maslow la necesidad de pertenencia es una de las necesidades del hombre como ser social; requiere al menos un cierto reconocimiento y lo encuentra al sentirse íntimamente parte de algo a lo que pocos pueden acceder, en un mundo tan populoso, comunicado y diverso sería frustrante vivir para sentirse reconocido. De ahí la aparición de sociedades cerradas que celosamente guardan “secretos” y ello hace “importantes” a cada uno de sus miembros. La imaginación popular le ha dado a las sociedades secretas diversas interpretaciones que van de lo romántico a lo satánico y que generalmente se asocian a periodos sociales de apertura ideológica, mentalidad abierta o ignorancia u oscurantismo en otro caso. Sin embargo no por ser de creencia popular se encuentran lejos de la verdad. De origen distinto a la creación de una sociedad secreta, son sus objetivos o metas. Cuando un grupo social siente superioridad sobre el resto, aprovecha esa oportunidad para beneficiarse lo más posible. Quizá no estemos hablando de ambición, avaricia o prepotencia; tal vez son las armas en la lucha por sobrevivir en un mundo sumamente competido y la soberbia que trae consigo sentirse centro del control y del pensamiento. Es aquí en donde una sociedad abierta, ve candorosamente a estas sociedades como el medio de desarrollo del pensamiento y las ideas de avanzada. Sin embargo una sociedad oscurantista verá siempre a un enemigo demoníaco, porque la ignorancia es el mejor caldo de cultivo del miedo. Y la ignorancia proviene precisamente porque son secretas y no abiertas, y muchos de sus ritos serán interpretados como satánicos a los ojos de quienes ignoran lo que en verdad sucede. También es un hecho que las sociedades secretas más renombradas encuentran como tema de discusión central la religión: ya sean los Rosacruces, los Legionarios de Cristo, los Masones, la cúpula del Opus Dei, la congregación Judía, los altos dignatarios Mormones, el Concilio Católico u otras infundadas como los Protocolos de Sión; todas contienen en su interior orientaciones religiosas, las cuales al desarrollarse en un ambiente religiosamente hostil, seguramente serán calificadas de subversivas, transgresoras o incluso controladoras. Pero detrás de las interpretaciones ingenuas o destructivas, se encuentran las verdaderas intenciones de dichos grupos. Es fácil advertir la frágil distancia entre lo puramente religioso y la injerencia social y política, no podemos negar las formas sutiles de intromisión de los grupos católicos en México que fueron descubiertos durante la persecución religiosa en los años treinta. Las modernas asociaciones nos dan una visión de lo que puede suceder dentro de las sociedades secretas. En la actualidad las sociedades ya no son secretas, pero sí reservadas a quienes detentan cierta influencia: por ejemplo la asociación de banqueros, la asociaciones de distribuidores de autos, las asociaciones de industriales, las asociaciones comerciales, las sociedades de clase como Club de Leones y Rotarios (que entre su labores están las de beneficencia) o de origen como libaneses, españoles, chinos, etc. De una u otra forma, estas sociedades mantienen una gran influencia en la política y por consecuencia en la sociedad. Es común verlos recibiendo a los candidatos políticos, hacer llegar oficios a las autoridades gubernamentales u opinar públicamente sobre temas de actualidad. Las agrupaciones sociales se han convertido en el medio de comunicación de los gobiernos con sus sociedades civiles. Esto las convierte en una nueva forma de poder, pues los gobernantes se acercan a estas, pensando que con ello obtendrán la aprobación ciudadana, pero lejos de recibir apoyo popular, se les recrimina porque precisamente se acercan a quienes menos interés tienen en el beneficio general y están pensando en sus beneficios particulares. Pensemos en problemas sociales comunes a cualquier estado moderno: los servicios sanitarios, de salud o de educación planteados a quienes se dedican a ganar de la especulación como los banqueros o los comerciantes, seguramente pensarán en cómo maximizar sus beneficios: apoyarán cualquier proyecto siempre que los consumidores se vean obligados a hacer pasar su dinero por sus empresas, que los impuestos les afecten a los ciudadanos pero no a ellos, que el gobierno invierta sin que les pida cooperación, etc. Si esto funciona de la misma manera en las sociedades secretas, como es previsible que ocurra, es muy sensato pensar en su influencia para decidir a los candidatos políticos, las políticas sociales y económicas a seguir, la protección a sus agremiados por encima de los intereses públicos, etc. Por ello no debe sorprendernos que tantos presidentes o ministros provengan de sus filas, pues es camino natural que ha seguido la democracia moderna. Lo que debe alentar al ciudadano común es que este poder tenga una fuerza proporcional, que nunca sea demasiado, ni mucho menos esté por encima del pueblo. Para ello debemos crea una fuerza democrática que ejerza contrapeso a los intereses mezquinamente personales. El futuro ya no está en el “derecho al voto”, las “votaciones libres y secretas” o la “no reelección” pues son temas que se han superado. Las manifestaciones violentas de los últimos años en varias partes del mundo, reflejan esta situación. Los ciudadanos ahora quieren tener participación en las decisiones de sus gobiernos, ya no solamente se conforman con elegir a sus representantes, que después nada hacen por su bienestar. Las organizaciones que constantemente agreden las reuniones internacionales de comercio, de economía y las cumbres políticas, piden se escuchadas, tener foros de discusión, que las reuniones no sean solamente para firmar convenios cupulares. Ahora que vivimos en la era de la comunicación, el ciudadano común espera tener suficiente voz para hacer oír lo que le aqueja y lo que necesita, los gobiernos se han anquilosado en las formas de comunicación con sus gobernados y se han visto rebasados por las expectativas que ofrece la tecnología. Una política renovada debe incluir a quienes poseen el pensamiento de avanzada y mantener comunicación (no confundir con información) con los estratos inferiores de la sociedad, quienes finalmente son los que emiten su voto o su abstención (el voto de indiferencia).