Contexto y dimensiones constitucionales de la Carta de los

Anuncio
“LOS DERECHOS FUNDAMENTALES EN LA UNIÓN EUROPEA”
(IV Jornadas Internacionales sobre Derechos Humanos y Libertades Fundamentales)
ZARAGOZA, 7 y 8 de Noviembre de 2002
“Contexto y dimensión constitucional de la Carta de Derechos
Fundamentales de la Unión Europea”
(Tercer Panel: “Constitución y Carta de los Derechos Fundamentales de la UE”)
por Miguel Ángel Alegre Martínez
Profesor Titular de Derecho Constitucional. Universidad de León
Campus de Vegazana. 24071-LEÓN. Tf.: 987 29 13 73. Fax: 987 29 13 74. [email protected]
INTRODUCCIÓN
1. LOS CIUDADANOS ANTE EL “PROCESO CONSTITUYENTE” ABIERTO EN
LA UNIÓN EUROPEA
2. ENTIDAD CONSTITUCIONAL DE LA CARTA
REFLEXIONES FINALES
INTRODUCCIÓN
Mucho se ha hablado y escrito sobre el papel protagonista que debería corresponder
a los ciudadanos en la construcción europea, en contraposición al que se les ha venido
reservando, como meros destinatarios de ese proyecto.
Se trata de una cuestión cuya importancia no puede ignorarse, puesto que nos sitúa en
la raíz misma de la compleja problemática que viene acompañando a ese proceso: el carácter
“político” o no de la Unión Europea, y el difícil encaje de ésta en las clásicas categorías
conceptuales. En un momento como el actual, en que se trabaja sobre la futura
“Constitución” de un hipotético “Estado federal” europeo, parece claro que el debate abierto
al respecto puede reconducirse sin dificultad a la pregunta sobre la entidad política de la
Unión: baste pensar que mal vamos a poder llegar a un “Estado federal”, si resulta dudoso
que podamos identificar a la Unión Europea siquiera con el primer término de este binomio
(el Estado como comunidad política).
En relación con ello, si queremos atenernos a los conceptos que tradicionalmente
hemos manejado, para hablar de Estado Federal habrá que hablar, al menos, de una
Constitución Federal que coexista con los Textos constitucionales de los Estados miembros.
1
Desde luego, existe general coincidencia en la dificultad de “etiquetar” a la Unión
Europea, encasillándola en alguno de los modelos “estatales” clásicos. Con base en el
argumento de que estamos ante una realidad nueva y peculiar, se prefiere hacer tabla rasa de
conceptos y esquemas preconcebidos.
Lo que ocurre es que esta actitud no está en absoluto exenta de riesgos. No sólo
porque suponga dar un salto en el vacío o entrar en una dinámica de “huida hacia adelante”,
al menos desde un punto de vista conceptual; sino además, y sobre todo, porque ese
abandono de los referentes tradicionales no hace sino debilitar la posición del ciudadano.
En efecto, el problema del “doble y contradictorio fenómeno del ensanchamiento de
los espacios económicos y sociales en los que hasta ahora los hombres desarrollaban su
existencia, al tiempo que se produce la más escandalosa reducción de sus ámbitos políticos”,
ha sido planteado con evidente acierto por el profesor Pedro DE VEGA (1998, 13), en el
contexto de la creciente globalización de la Economía. Por nuestra parte, creemos que el
razonamiento es trasladable a la Unión Europea, y resulta aplicable al problema que aquí
venimos apuntando; por cuanto que, como indica este autor (ibidem, 16 y 17) “nuestra
obligada conversión en ciudadanos del mundo [ciudadanos de la Unión Europea] a la que,
por necesidad, mandato y exigencia del mercado nos vemos sometidos, sólo puede
producirse a costa de la renuncia cada vez más pavorosa de nuestra condición de ciudadanos
en la órbita política del Estado, dentro de la cual el hombre es, ante todo, portador de unos
derechos (rights holder) que en todo momento puede hacer valer frente al poder. Difuminada
la ciudadanía en una organización planetaria [comunitaria], difícilmente podrá nadie alegar
derechos y esgrimir libertades (que es, a la postre, donde radica la esencia de la ciudadanía),
ante unos poderes que sigilosamente ocultan su presencia” [en el contexto de la Unión
Europea, diríamos que se trata de poderes más lejanos para el ciudadano que las
tradicionales órganos de poder estatal].
Por eso, y aun a riesgo de insistir en reflexiones sobre aspectos que pudieran
adjetivarse como “tópicos”, no estará de más seguir haciendo hincapié en la necesidad de
dotar de mayor peso específico a la ciudadanía europea, y fortalecer la posición del
ciudadano en el proceso de reformas actualmente en curso. Para ello, nos fijaremos en
primer lugar en el contexto “constituyente” en el que se inscribe la Carta de los Derechos
Fundamentales, para preguntarnos después por su entidad constitucional.
2
1. LOS CIUDADANOS ANTE EL “PROCESO CONSTITUYENTE” ABIERTO
EN LA UNIÓN EUROPEA.
Después de que la Cumbre de Niza de diciembre de 2000 se limitara a “proclamar” la
Carta de los Derechos Fundamentales, aplazando la cuestión de su plena eficacia jurídica; y
no habiéndose superado los obstáculos que han impedido la entrada en vigor del Tratado de
Niza (firmado el 26 de febrero de 2001), se ha puesto recientemente en escena una
Convención, apellidada “sobre el futuro de Europa”, que encuentra su antecedente
inmediato en la que se gestó en las reuniones del Consejo Europeo celebradas en Colonia y
Tampere (junio y octubre de 1999) para redactar la Carta de Derechos.
Cabe recordar al respecto que fue el propio Parlamento Europeo (en su Informe sobre
el Tratado de Niza y el futuro de la Unión Europea aprobado el 31 de mayo de 2001) el que
se mostró partidario, no tanto de que los Parlamentos nacionales continuaran adelante con la
ratificación del Tratado, como de abrir un “proceso constitucional” transparente y
participativo, canalizado a través de una Convención similar a la puesta en marcha en 1999.
Como es sabido, la nueva Convención (cuya estructura y líneas de trabajo fueron
establecidas en la Cumbre de Laeken de diciembre de 2001), inició sus trabajos en marzo de
2002 tras la solemne inauguración que tuvo lugar en Bruselas el 28 de febrero. Fue, por
tanto, en marzo de este año cuando comenzó a contar el plazo con el que este cónclave
europeo cuenta para entregar unas conclusiones que no tendrán carácter vinculante para la
Conferencia Intergubernamental de 2004, por más que no puedan ser obviadas.
Las tareas sobre las que la Convención está llamada a emitir sus propuestas, son bien
conocidas y vienen a coincidir con los grandes retos planteados en Niza y en Laeken como
cuestiones clave para el futuro de la Unión: delimitación del reparto de competencias entre
ésta y los Estados miembros, simplificación de los instrumentos normativos, mayor
transparencia, eficacia y democratización de las instituciones, y necesidad o conveniencia de
un texto constitucional; lo cual, a su vez, guarda relación con la necesidad de clarificar el
alcance jurídico de la Carta de los Derechos Fundamentales. No resulta difícil percibir que
todas esas tareas pendientes se encuentran de algún modo relacionadas, y llamadas a confluir
en la definición de la estructura política y territorial de la Unión Europea.
Aunque no puede ignorarse el loable esfuerzo de ambas Convenciones por fomentar
la participación ciudadana, incluyéndola en sus propios esquemas de trabajo, lo cierto es que,
por lo que se va conociendo hasta la fecha, los trabajos de la Convención caminan por
3
derroteros que ya son habituales: los mayores esfuerzos se dedican a intentar resolver la
compleja problemática relacionada con el reparto interno del poder entre los Estados y entre
las instituciones en una Unión ampliada; y ello resta protagonismo a otros objetivos que
pudieran resultar más cercanos e ilusionantes para los ciudadanos.
De la labor llevada a cabo hasta ahora por la Convención, ha dado cuenta su Presidente, Valery
GISCARD D’ESTAING, durante el Consejo Europeo celebrado en Sevilla los días 21 y 22 de junio de 2002,
que marcó el fin de la presidencia española, y también posteriormente a través de los medios de comunicación
(“Las últimas noticias sobre la Convención Europea”, El País, 22 de julio de 2002). Al parecer, su actividad ha
consistido básicamente en escuchar a la sociedad civil, para ir dando forma a un futuro “proyecto de Tratado
Constitucional”, con el que pretende culminar sus trabajos. Por lo demás, el Presidente Giscard avanzó algunas
propuestas orientadas a simplificar la terminología y el sistema normativo comunitarios. Sin embargo, aparte de
hacerse eco de esta necesidad tan obvia como unánimemente sentida, la Convención no ha podido aportar en
Sevilla propuestas concretas en materia de reforma institucional. Ello ha motivado que el Presidente de la
Comisión, Romano PRODI, haya puesto en evidencia esta falta de progresos tangibles, y manifestado que la
institución que encabeza se propone presentar sus propias ideas al respecto en los próximos meses. En todo
caso, está quedando patente la vigencia de la principal dificultad a la que hacía referencia el propio Giscard en
el acto inaugural de la Convención: la de “conjugar un fuerte sentimiento de pertenencia a la UE y el
mantenimiento de una identidad nacional”.
Por otra parte, no podemos olvidar que, incluso el más urgente de esos desafíos (que,
en cierto modo, sería el de dotar de mayor claridad al Ordenamiento comunitario), tendrá
que hacer frente a importantes dificultades desde el punto de vista de su viabilidad. En
efecto, el más elemental sentido común nos indica que difícilmente será posible hacer más
sencillos los instrumentos normativos cuando la realidad a la que van destinados es cada vez
más compleja, no sólo por la ampliación a un mayor número de Estados, sino también por el
propio crecimiento de la Unión como proyecto político y económico.
Cabe afirmar, por tanto, con la profesora FREIXES SANJUÁN (2002, 2), que “una
organización que presenta elementos tan complejos, necesita reflexionar acerca de cómo
organizar mejor su sistema normativo para adecuarlo a las actuales necesidades”. Está claro,
por tanto, que algo hay que hacer; si bien la realidad se presenta suficientemente complicada
como para que resulte fácil encontrar el modo de actuación más adecuado. Así, la autora
citada pone de manifiesto que no se sabe con certeza a dónde quieren llegar las instituciones
comunitarias con ese proceso de “constitucionalización” que se ha puesto en marcha: “por
una parte, se habla de Constitución; y por otra, de constitucionalización de los Tratados,
incluso de simplificación o reorganización de los Tratados”.
Puesto que la fórmula consistente en elaborar un texto constitucional es, al menos
sobre el papel, la que podría presentar un mayor atractivo, y la que parece contemplarse
como objetivo último, la doctrina se ha dedicado en los últimos tiempos a estudiar esa
posibilidad, y a poner de manifiesto los importantes problemas que la misma plantea.
4
Así, por citar sólo algunas aportaciones recientes, el profesor Martín ORTEGA
(2002, 1) se pregunta: “¿Es que acaso Europa puede ser ya considerada como una
comunidad política coherente, capaz de dar lugar a un pacto político global de la naturaleza
de una Constitución? ¿Cuál es la consecuencia para los Estados? ¿Y cuál es la relación entre
las constituciones existentes y la nueva Constitución europea?”
Por su parte, el profesor Luis ORTEGA (2002, 2-3) ve como principales obstáculos
“el conflicto cada vez más evidente entre el Consejo y la Comisión acerca de quién debe
tener la iniciativa política de los problemas comunitarios”, así como el hecho de que esa
constitucionalización haya de llevarse a cabo en el contexto de la ampliación, “con lo que
cobran mayor relevancia, la articulación de procesos de decisión que, al mismo tiempo, no
haga de meros acompañantes a los países pequeños, pero que no fomente las tácticas de
bloqueo de las decisiones adoptadas por la mayoría de los países”. No olvida este autor la
disyuntiva que plantea la institucionalización de la cooperación reforzada (que nos sitúa, por
un lado, ante “el peligro de una Europa a distintas velocidades que podría quebrar procesos
de integración” y, por otro, ante “la virtud que se derivaría de un efecto de impulso y
ejemplo de integraciones más profundas que son posibles de alcanzar”). Ni tampoco el salto
cuantitativo y cualitativo que la aprobación de un hipotético texto constitucional supondría
en cuanto a los poderes de control del Tribunal de Justicia. A esta última cuestión alude
también la profesora FREIXES (cit., 3) al indicar, como uno de los “criterios básicos de
legitimidad” de ese proceso constituyente, la necesidad de establecer “instrumentos de autogarantía, ya que las normas de valor constitucional han de tener una eficacia contrastada para
garantizar a su vez la cohesión y la coherencia del sistema jurídico”.
A algunas de estas cuestiones (no, desde luego, a las más problemáticas desde el
punto de vista de la clásica dogmática constitucional) intentó dar respuesta el Tratado de
Niza. No parece, sin embargo, que esa empresa se haya visto coronada por el éxito; pues, sin
haber entrado en vigor el Tratado, se han abierto ya nuevos cauces de reflexión, como ya
hemos visto. Si en los Estados miembros falta el consenso y voluntad política necesarios
para que el Tratado de Niza pueda alcanzar vigencia, ¿qué nos hace pensar que uno y otra
puedan existir a la hora de dar el visto bueno a reformas de calado político aún mayor?
Quizá por ello, son numerosos los autores que, con buen criterio, prefieren dejar a un
lado el altisonante objetivo de un texto constitucional propiamente dicho, y centrarse más
bien en determinar hasta qué punto el actual Ordenamiento comunitario puede identificarse
con (o evolucionar hacia) un Derecho constitucional común europeo, expresión que va
5
adquiriendo el sello de tradicional [cfr., entre otros, como aportaciones recientes al respecto,
GAMBINO (2001, 56-57), o LÓPEZ PINA y GUTIÉRREZ GUTIÉRREZ (2001, 75)].
Creemos que desde estos planteamientos puede encauzarse adecuadamente la
cuestión de la viabilidad o conveniencia de un texto constitucional. La pregunta ha sido
planteada en términos directos (“¿Está usted a favor de que la Unión Europea se dote de una
Constitución?”) dentro del cuestionario que ha servido como punto de partida al Debate
académico puesto en marcha por el Consejo para el Debate sobre el Futuro de la Unión
Europea. Limitándonos a mencionar algunas de las aportaciones, vemos cómo la profesora
BIGLINO CAMPOS apunta que “sería preciso aclarar qué se entiende por Constitución”;
pues “si por tal se comprende una norma dotada de fuerza superior y naturaleza rígida, la
Unión ya tiene constitución, porque los tratados presentan tales caracteres. Si, además, se
añaden requisitos materiales (como hacía el art. 16 de la Declaración de Derechos del
Hombre y del Ciudadano de 1789) sería preciso incorporar a la Unión la división clásica del
poder y los derechos fundamentales”. En opinión de esta autora, más que una Constitución
de esas características (que parece incompatible con la actual estructura de la Unión
Europea) sería oportuno “reorganizar y simplificar los Tratados, así como garantizar los
derechos de los ciudadanos frente a los crecientes poderes de la Unión”.
En suma, la doctrina es consciente de las incógnitas que plantea la aprobación de una
Constitución europea, y considera prioritario resolver problemas más urgentes, aunque no
menos complejos. Lo decía hace unos meses el profesor Álvaro RODRÍGUEZ BEREIJO,
presidente del Consejo para el Debate sobre el Futuro de la Unión Europea: “el problema no
es en estos momentos si la UE debe hacer ahora o no una Constitución. Lo importante en
este proceso de formación de una nueva Europa ampliada es que se lleven a cabo las
reformas de los Tratados, las reformas institucionales necesarias para hacer posible el
funcionamiento de una UE ampliada a 27 miembros, que se simplifiquen los Tratados, que
se integre en ellos la Carta de Derechos Fundamentales de la UE, que se articule la
participación de los Parlamentos nacionales en las tomas de decisión del Parlamento
Europeo. Si lo que ocurre es eso, al final, Europa tendrá materialmente una Constitución en
el pleno sentido de la palabra, aunque formalmente a eso no se le llame Constitución y se le
siga llamando Tratado de la UE” (ABC, 17/12/2001).
Precisamente esta última reflexión nos proporciona una de las claves para enfocar
correctamente el asunto que nos ocupa, y que también ha sido puesta de manifiesto por la
6
doctrina de modo reiterado: la conveniencia de no perderse en debates terminológicos que
sólo pueden servir para aumentar la confusión y conducir a oscuros callejones sin salida. Así
lo ha entendido, por ejemplo, el profesor RUBIO LLORENTE (2002, a), para quien el
“galimatías” generado en torno a la Constitución europea, reviste el doble y grave riesgo de
que esta discusión pueda “servir de pantalla para eludir la discusión de los problemas reales”
y, sobre todo, venga a ser un “síntoma de una peligrosa tendencia a buscar para éstos
soluciones meramente nominales, a caer en el fetichismo de las palabras”.
Ahora bien, como indicábamos al principio, independientemente del resultado final al
que se llegue en este proceso “constituyente”, todo lo anterior conduce inevitablemente a
preguntarse cuál es el papel que, en la misma, se ha reservado a los ciudadanos.
De este tema se ha ocupado con especial acierto el profesor JIMENA QUESADA,
que en uno de los trabajos citados (2002) pasa revista a cada uno de los tres elementos del
Estado tradicionalmente considerados (pueblo, territorio y poder, añadiendo la proyección o
integración internacional), relacionándolos entre sí, y situándolos en el contexto de la
realidad comunitaria, elaborando así un modelo de Teoría del Estado europeo. Sin tratar de
repetir la labor llevada a cabo por este autor, tomaremos como punto de apoyo sus
reflexiones a la hora de sustentar nuestro propio punto de vista en relación con el papel de
los ciudadanos en el diseño de la Unión Europea del futuro.
No es posible estudiar en este momento la compleja problemática institucional a la
que se enfrenta la construcción europea, y que tiene que ver con el elemento que,
acogiéndonos al esquema tradicional, podemos denominar poder o gobierno de la Unión.
Tampoco resulta difícil comprender que a buena parte de esos problemas no es ajeno el
propio elemento territorial (ampliación, construcción de la Europa de las Regiones...).
En todo caso, donde se acumulan los retos pendientes, no sólo de cara al futuro sino
también como urgentes desafíos para el presente, es en relación con el pueblo; esto es, con lo
que el profesor JIMENA denomina “la ciudadanía como elemento humano de la
construcción europea”. Dejando aparte los escasos progresos y avances que se han ido
registrando en el camino hacia una Unión de mayor calado político (destacadamente, los
derechos ligados a la “ciudadanía europea” recogidos en el Tratado de Maastricht), nos
proponemos ahora, simplemente, hacer referencia esquemática a los aspectos que, a nuestro
juicio, presentan implicaciones más conflictivas en la actualidad.
7
Desde este punto de vista, y en primer lugar, no podemos dejar de referirnos a lo que
el profesor JIMENA QUESADA (2001, 76) llama gráficamente el “enmarañado entramado
normativo” comunitario, que no ha hecho sino crecer desde los Tratados constitutivos hasta
la actualidad. Estamos ante un problema de extrema gravedad, puesto que el Ordenamiento
comunitario, en lugar de ser (como se espera de todo sistema jurídico) un instrumento al
servicio de sus destinatarios, se ha venido convirtiendo, como apunta este autor, no sólo en
un obstáculo para la seguridad jurídica, sino también para la formación y consolidación de
un deseable “sentimiento constitucional europeo”.
En segundo término, debemos insistir con el autor citado en que, en buena medida, el
papel destinado a los ciudadanos en el proceso de construcción europea, no ha sido el de
sujeto activo, sino que más bien ha tenido un carácter pasivo o de “mero objeto”. A pesar de
los numerosos fracasos (referendos con resultados sumamente ajustados, e incluso negativos,
datos de participación alarmantemente bajos en las elecciones al Parlamento Europeo, lento
pero constante avance, en diversos países europeos, de fuerzas políticas de extrema derecha
que utilizan, como una de sus principales bazas electorales, un mensaje abiertamente
antieuropeísta...), los máximos responsables de la construcción europea, vienen apostando,
en cada una de sus cumbres semestrales, por seguir adelante a toda costa (“Más Europa”),
tratando de hacer creer a la ciudadanía que las decisiones se toman por su bien; y en algunos
casos, como el español, sin darle siquiera la oportunidad de pronunciarse: todo para el
pueblo, pero sin el pueblo.
En tercer lugar, se plantea la concepción de la “Europa del ciudadano” como “Europa
de las personas” (JIMENA, 2001, 84-85), que nos lleva a aludir brevemente al fenómeno
inmigratorio que vive la Europa comunitaria. Esa fue una de las cuestiones que centró la
atención en el pasado Consejo Europeo de Sevilla. La puerta que ha quedado abierta a la
expulsión masiva de este tipo de inmigrantes a finales de este año, y la traducción que ello
puede tener en una próxima reforma de nuestra legislación de extranjería, ha hecho saltar la
alarma sobre lo que se ha dado en llamar la “Europa fortaleza”, a la que ya se venía
refiriendo desde hace tiempo la doctrina. Consideramos al respecto que la política de la
Unión Europea en esta materia debería venir orientada en una doble dirección, sobre la base
ineludible de la dignidad de la persona, y marcada por la búsqueda del (difícil) equilibrio
entre las medidas que eviten el denigrante tráfico de personas que suele ir unido a la
inmigración clandestina, y las dirigidas a fomentar la integración de los inmigrantes, en un
8
contexto intercultural. Resulta decisivo aquí el papel de la educación en torno a los pilares
básicos de la convivencia democrática, en los términos del artículo 27.2 de la Constitución.
En cuarto y último lugar, y en un plano más técnico pero no menos próximo a los
intereses del ciudadano, debemos hacer alguna referencia a la problemática planteada en
torno a las garantías de los derechos fundamentales en el ámbito comunitario, habida cuenta
de la falta de vinculatoriedad jurídica de la Carta de Niza (cfr. ALEGRE, 2002 a) y de la
tradicional negativa de la Unión a ratificar el Convenio Europeo para la Protección de los
Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales firmado en Roma el 4 de noviembre
de 1950 (JIMENA, 1997, 105, 324; ALEGRE, 2000 a, 116 ss.). A la opinión de este autor y
a la nuestra propia, favorables ambas a dicha ratificación, podemos añadir la del profesor
MATÍA PORTILLA, quien, en el foro académico abierto en nuestro país por el Consejo
para el Debate sobre el futuro de la Unión Europea, ha mantenido también la conveniencia
de que la Unión se adhiera al Convenio de Roma. Como acertadamente apunta este autor,
“con la garantía suministrada por el Tribunal de Estrasburgo lo que se aseguraría es un
control externo a la actuación de la Unión Europea”.
Como puede observarse, en la respuesta que se dé a estas cuestiones, se encuentra la
clave del futuro de la Unión entendida como espacio habitado por ciudadanos-personas. Ni
que decir tiene que no resultará fácil ni se vislumbra cercano el progreso en torno a los temas
planteados. Pero lo que sí parece claro, es que ese progreso debe resultar prioritario respecto
a temas comparativamente accesorios, como por ejemplo, los debates terminológicos en
torno al modelo territorial o a la forma en la que deba cristalizar el proceso de reformas
emprendido. En todo caso, este es el marco en el que se inscribe la Carta de los Derechos
Fundamentales, como pieza esencial de esta dinámica “constituyente”. La aproximación al
lugar que ocupa la Carta dentro de dicho proceso (o, dicho de otro modo, su dimensión
constitucional) resultará imprescindible para su correcto entendimiento y valoración.
2. ENTIDAD CONSTITUCIONAL DE LA CARTA
Como es sabido, la Carta de los Derechos Fundamentales fue solemnemente
proclamada en Niza, el 7 de diciembre de 2000, por el Parlamento Europeo, el Consejo y la
Comisión. El hecho de que no se haya optado por dotar a la Carta de plena vinculatoriedad
jurídica, es la causa de que la entidad constitucional de la misma venga condicionada en gran
medida (aunque no exclusivamente, como en seguida veremos) por su virtualidad y eficacia.
9
En este sentido, el estudio de las diversas cuestiones relacionadas con la eficacia jurídica de
la Carta de Niza debería abordarse, al menos, desde una doble perspectiva. Por una parte,
habrá que estar a las previsiones contenidas en la Carta sobre su propia eficacia. Por otra,
habría que tomar la Carta en su conjunto, situarla en el contexto comunitario, y examinar las
dificultades de su encaje normativo en los Tratados, así como las consecuencias que de tales
dificultades se derivan. Puesto que esta labor ya la hemos intentado en otro lugar (ALEGRE,
2002 a) nos limitaremos a resaltar aquí, con necesaria brevedad, alguno de los aspectos de
mayor relevancia desde la primera de las perspectivas mencionadas.
De todas formas, tampoco podemos olvidar que, como ha apuntado el profesor
JORGE DE ESTEBAN (2000), y también hemos tratado de desarrollar en el mismo trabajo
citado, no todos los aspectos de interés constitucional relacionados con la Carta de Niza se
centran en la mayor o menor probabilidad de que llegue a adquirir carácter vinculante. En
efecto, como indica este autor, en el supuesto de que esto sucediera, la problemática
generada por la Carta “no habrá hecho más que empezar”. Tampoco nos es posible aquí
detenernos a analizar dicha problemática, que el autor citado cifra en la necesidad de
adecuación de las Constituciones y legislaciones de los Estados miembros, la necesidad de
resolver de un modo preciso la cuestión del alcance de los derechos (es decir, en qué medida
son válidos únicamente para los nacionales de los Estados miembros, o por el contrario, los
inmigrantes podrán gozar de todos o de casi todos ellos; cuestión de gran importancia a la
vista de la dimensión que está adquiriendo el fenómeno de la inmigración), o los problemas
de articulación de jurisdicciones entre el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (que
aplica el Convenio Europeo de Roma de 1950, suscrito por los 15 Estados miembros de la
Unión) y el ya actualmente sobrecargado Tribunal comunitario de Luxemburgo.
Centrándonos, pues, en las previsiones contenidas en la Carta en torno a su propia
eficacia, se hace necesaria la referencia al Capítulo séptimo y último de la Carta, que, bajo la
rúbrica “Disposiciones generales” contiene diversas previsiones en torno a su “ámbito de
aplicación”, al “alcance de los derechos garantizados”, así como al “nivel de protección” y a
la “prohibición del abuso de derecho”.
Desde el punto de vista que aquí nos interesa, es sin duda el artículo 51 (Ámbito de
aplicación) el que nos ofrece más elementos ilustrativos:
“Las disposiciones de la presente Carta están dirigidas a las instituciones y órganos de la Unión”,
respetando el principio de subsidiariedad, así como a los Estados miembros únicamente cuando apliquen el
Derecho de la Unión. Por consiguiente, éstos respetarán los derechos, observarán los principios y promoverán
su aplicación, con arreglo a sus respectivas competencias.
La presente Carta no crea ninguna competencia ni ninguna misión nuevas para la Comunidad ni para
la Unión y no modifica las competencias y misiones definidas por los Tratados”.
10
Como puede verse, este precepto se ocupa del delicado asunto de los destinatarios de
la Carta, o sujetos obligados por la misma. Interesa aquí especialmente el segundo párrafo,
respecto del cual, el profesor DÍEZ-PICAZO (2001, 26) apunta que la afirmación de que la
Carta no altera el orden de competencias “no deja de ser equívoca, como quedó patente con
el dictamen de 28 de marzo de 1996 sobre la eventual adhesión de la Comunidad al
Convenio Europeo de Derechos Humanos. En aquella ocasión, el Tribunal de Justicia
afirmó, en sustancia, que hoy por hoy la Comunidad carece de competencia en materia de
derechos fundamentales. Esta afirmación es discutible, pues los derechos fundamentales,
más que una materia sobre la que se puede tener competencia, son un límite a la acción de
los poderes públicos”. En todo caso, “una cosa es clara: decir que la Carta no supone
ampliación de las competencias comunitarias sólo puede significar que la Comunidad no
puede adoptar iniciativas normativas tendentes a promocionar los derechos proclamados por
aquélla”; lo cual, por otra parte, “no puede significar que las instituciones comunitarias no
puedan tomar en consideración las exigencias dimanantes de tales derechos a la hora de
aprobar reglamentos o directivas sobre materias de competencia comunitaria; y, por esta vía
indirecta, hay sin duda márgenes para una política comunitaria de los derechos
fundamentales”.
Lo cierto es que este precepto permite descartar el peligro de que la actuación de la
Unión para tutelar los derechos pueda dar lugar a una importante extensión de sus
competencias. Al respecto, el profesor RUBIO LLORENTE (2002 c, 51) entiende que tales
riesgos, “aunque probables, no son ciertos y sobre todo sólo aparecen como peligros para
quienes en esos cambios ven un mal”.
Como deja apuntado este mismo autor, las previsiones del artículo 51 adquieren un
sentido más pleno a partir de su interpretación conjunta con el artículo 53, (“Nivel de
protección”), que caracteriza a la Carta como un Texto de mínimos en cuanto a la
interpretación de los derechos:
“Ninguna de las disposiciones de la presente Carta podrá interpretarse como limitativa o lesiva de los
derechos humanos y libertades fundamentales reconocidos, en su respectivo ámbito de aplicación, por el
Derecho de la Unión, el Derecho internacional y los convenios internacionales de los que son parte la Unión, la
Comunidad o los Estados miembros, y en particular el Convenio Europeo para la Protección de los Derechos
Humanos y de las Libertades Fundamentales, así como por las Constituciones de los Estados miembros”.
Esbozados así algunos de los aspectos problemáticos relacionados con una hipotética
vigencia de la Carta, pretendemos simplemente quedarnos con la idea de que, hecho de que
la Carta contenga previsiones relativas a su propia eficacia, significa que nace con vocación
11
de ser norma jurídicamente exigible. Así lo ha entendido, por ejemplo, el profesor
CARRILLO SALCEDO (2001, 14-15), al indicar que, “aunque en los meses anteriores a la
sesión de Niza ya existían fundados temores respecto de cuál sería finalmente la posición de
los Jefes de Estado y de Gobierno, la Convención, con el apoyo de la Comisión y por
impulso del Presidente Herzog, adoptó el proyecto como si hubiera de tener carácter
jurídico vinculante”. De esta actitud de la Convención, el profesor DÍEZ-PICAZO (2001,
22) deduce, por su parte, que el hecho de que la Carta no sea, al menos hoy por hoy,
obligatoria no significa que quepa atribuirle una naturaleza puramente ‘programática’”. La
propia redacción y el contenido de la Carta permiten afirmar, en efecto, que ésta “es un
documento que fija con precisión los criterios para valorar la legitimidad de la actuación de
todos los poderes públicos dentro del ámbito de la Unión Europea”.
Parece que tendremos que seguir a la espera si queremos saber qué sucede finalmente
con la Carta de Niza. Algo tendrá que decir al respecto la actual Convención sobre el futuro
de Europa, a quien corresponderá formular propuestas sobre si la Carta debe incorporarse a
los Tratados, o si ha de pasar a ser algo así como la parte dogmática de un hipotético Texto
constitucional; texto que, como indica Jorge DE ESTEBAN (2000) debería recoger, además,
“una distribución clara de las competencias entre la Unión y los Estados miembros y,
finalmente, una organización de las instituciones comunes que descanse tanto en su
ineludible legitimidad democrática como en su eficacia y operatividad políticas”.
En cuanto a la primera posibilidad, y como apunta el profesor DÍEZ-PICAZO (2001,
26) la eventual inclusión de la Carta en los Tratados le otorgaría la misma fuerza normativa
de éstos y, concretamente, “implicaría que la Carta operaría como criterio de validez tanto
del derecho comunitario derivado como, en virtud del principio de supremacía, del derecho
nacional”, comportando además “la introducción de una cierta dosis de justicia
constitucional difusa en todos los Estados miembros”.
Suceda lo que suceda, resulta innegable que, desde su proclamación, la Carta ha
tenido y tiene una relevancia jurídica, aunque sólo sea por su significado como salto
cualitativo en la óptica desde la que se contempla a la persona en el proceso de construcción
europea. En este sentido, el profesor CARRILLO SALCEDO (2001, 17 a 20, citando a su
vez al profesor ALONSO GARCÍA) afirma que la Carta “implica un avance en la
‘constitucionalización’ de la integración europea” y “supone también intensificar la
sensación de que esa organización de Estados sui generis que es la Unión Europea va más
allá de la inicial consideración de la persona como mero factor de producción, haciendo
12
realidad ‘la unión progresivamente más estrecha de los pueblos europeos’, que ya
vislumbraba en su preámbulo el Tratado CEE en 1957 y que impulsaron los Tratados de
Maastricht, de 1992, y Amsterdam, de 1997”. En resumen, el profesor CARRILLO
SALCEDO viene a concluir que “la ausencia de fuerza jurídica formalmente vinculante de la
Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea no implica, pues, ausencia de efectos
jurídicos”. Por lo pronto, y a la vista del contenido de la Carta, “su rigurosa formulación
jurídica y su valor simbólico, ésta “llegará a ser obligatoria a través de su interpretación
por el Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas en tanto que síntesis y expresión
de los principios generales del Derecho comunitario”. Y además, mientras la cuestión siga
abierta, “la Carta de Derechos Fundamentales va a ser tomada en consideración como fuente
de inspiración no sólo por el Consejo y la Comisión cuando actúen como legislador
comunitario, sino por el Tribunal de Justicia” en el ejercicio de su labor de precisar los
principios generales del Ordenamiento comunitario”.
REFLEXIONES FINALES
El “proceso constitucional” (utilizando las palabras del Informe del Parlamento
Europeo de 31 de mayo de 2001 anteriormente citado) que actualmente está abierto, y que
vino precedido por la elaboración de la Carta de Derechos Fundamentales, ha supuesto un
progreso respecto del concepto de “ciudadanía” que se desprendía del Tratado de Maastricht.
Sin embargo, hasta el momento, los avances logrados merced al contenido de la Carta y a la
potenciación de los mecanismos participativos en la Convención y en los demás foros
abiertos en torno al futuro de la Europa comunitaria (a los que aquí se ha ido haciendo
referencia), no resultan suficientes para poder afirmar la existencia de un status
constitucional del ciudadano, a falta de la plena eficacia jurídica de la Carta, y de una
verdadera concepción participativa de la ciudadanía, esencial para que la democracia en la
Unión vaya (por decirlo gráficamente) más allá que la participación periódica en las
elecciones al Parlamento Europeo.
Piénsese que, mientras no se otorgue a la Carta plena eficacia mediante su inclusión
en los Tratados, su mayor o menor grado de influencia en las disposiciones normativas y en
las actuaciones comunitarias y estatales, dependerá de la voluntad política de las autoridades
correspondientes. Mientras esa eficacia jurídica llega a producirse, habrá que considerar a la
Carta, en los términos ya indicados, como un importante logro, de gran valor programático y
13
simbólico, y como un punto de apoyo que oriente la actuación de los órganos estatales y de
las instituciones comunitarias.
Tampoco debemos olvidar, como cuestión conclusiva de fondo, que, aun en el caso
de que la Carta de Niza llegue a alcanzar vigencia jurídica, ello no significará
necesariamente, y en todo caso, la eficacia real de los derechos en ella recogidos; puesto que
esa vigencia real dista mucho de existir en el interior de los Estados miembros.
El ejemplo más claro de lo que pretendemos decir nos lo proporciona, sin ir más lejos, el derecho a la
vida, proclamado en el artículo 2 de la Carta. Pensemos en la falta de acuerdo que, por ejemplo en nuestro
propio país, existe en torno a la titularidad del más básico de los derechos, reconocido en el artículo 15 de la
Constitución. Desde luego, ni en España, ni en la Unión Europea en su conjunto, existe un consenso sobre el
alcance del derecho a la vida (y, concretamente, sobre la titularidad del mismo en relación con el comienzo de
la vida humana). Lo cual, como hemos mantenido en otro lugar, es especialmente grave en cuanto que su
desprotección supone tal quiebra en el consenso alcanzado en el respeto a los derechos fundamentales en
general, que lo hace tambalearse en su misma raíz (ALEGRE, 2000 b, 191).
Resulta lamentable, en este sentido, que el Parlamento Europeo, en su informe sobre “salud sexual y
reproductiva” de 3 de julio de 2002 (aprobado por 280 votos a favor, frente a 240 en contra y 28 abstenciones),
haya recomendado, entre otras cosas, que “para proteger la salud reproductiva y los derechos de las mujeres, se
legalice el aborto con objeto de hacerlo accesible a todos y eliminar así los riesgos de las prácticas ilegales”.
Esta recomendación (en la que se olvida que el derecho a la vida, por ser el más básico de todos, debe
prevalecer sobre cualquier otro en caso de conflicto), viene a oscurecer la labor llevada a cabo, especialmente
en los últimos años, por el Parlamento Europeo en materia de promoción de la cultura de los derechos
humanos. De hecho, la propia Asamblea parlamentaria había declarado en 1986, en un sentido mucho más
coherente con el respeto a los derechos, que “el ser humano comienza a partir del óvulo fecundado”.
Prueba elocuente y trágica de la aludida falta de consenso, serían los más de tres millones y medio de
interrupciones voluntarias de embarazo realizadas en Italia en los últimos veinte años, las más de cincuenta mil
que se practican cada año en España, o las trece millones en Europa.
Quienes mantenemos que el concebido y no nacido, es titular del derecho a la vida, no podemos
aceptar que traten de hacernos creer que en Europa o en España se respetan los derechos fundamentales,
cuando sabemos que se produce una quiebra tan grave y lacerante del más fundamental de los derechos. Pero,
desde luego, este sería otro debate, y en torno a estas cuestiones me he pronunciado con mayor extensión en
otros trabajos (así, recientemente, ALEGRE, 2002 c).
A falta de que se resuelvan todas estas cuestiones, y en ausencia también de
mecanismos participativos reales y efectivos, como podría ser la “consulta popular a escala
europea” que propone el profesor JIMENA (2001, 63) y apuntada también (“referéndum
europeo”) por la profesora FREIXES (2002, 3), que bien podría venir apoyado por otras
medidas, tales como el “procedimiento uniforme para la elección del Parlamento Europeo”
(JIMENA, 2001, 73), el ciudadano sigue sin poder participar en las grandes decisiones
“constitucionales” de la Unión.
Indudablemente, la sensación de lejanía que los ciudadanos sentimos respecto de la
Unión Europea, irá mitigándose poco a poco con la adopción por parte de las instituciones de
medidas con las que podamos identificarnos por encontrarlas próximas o beneficiosas.
A este respecto, y aparte de la adopción de determinados símbolos europeos (cfr. JIMENA, 2001, 68;
ALEGRE, 2000 a), pueden citarse sin ánimo de exhaustividad, como ejemplos recientes, la ratificación por la
Unión Europea del Protocolo de Kioto sobre emisión de gases de efecto invernadero (llevada a cabo ante la
14
ONU el pasado 31 de mayo); la definición comunitaria del “acoso sexual” (aprobada por el Parlamento
Europeo el 12 de junio y que se plasmará en una directiva sobre igualdad laboral entre hombres y mujeres); la
directiva sobre imposición del uso obligatorio del cinturón de seguridad para los niños (acordada por los
Ministros de Transportes el 18 de junio), la ratificación del Protocolo de Cartagena sobre bioseguridad
(decidida por el Consejo de Ministros de Medio Ambiente el 25 de junio), una actitud positiva en foros como la
Cumbre de la Tierra (agosto de 2002) o una postura valiente y decidida a favor de la eficacia del Tribunal Penal
Internacional.
Pero no es menos cierto que esa aproximación en puntos concretos no resultará
suficiente sin el fomento de una cultura democrática y participativa a nivel comunitario.
Ojalá los diversos foros actualmente abiertos a la participación ciudadana tengan el debido
eco en las instituciones.
Urge, en definitiva, atajar el déficit democrático. Y para eso, lo primero que hay que
hacer es redefinirlo, siendo conscientes de que se trata de algo mucho más grave que una
mera cuestión técnica de separación de poderes, puesto que afecta a la raíz misma del
proceso integrador europeo. Por eso conviene insistir en la necesidad (apuntada por algunos
autores antes citados) de dar a los ciudadanos ocasión de pronunciarse en referéndum
europeo (sin perjuicio de las consultas que se celebren en cada Estado miembro) para dar
mayor legitimidad y solidez a la construcción europea. Sólo así podría romperse el círculo
vicioso en que actualmente nos encontramos (como los ciudadanos no están interesados, no
hace falta referéndum, y ni siquiera sería fiable su resultado; como el referéndum no se
celebra, los ciudadanos pierden el interés).
Por último, no debemos olvidar que, como acertadamente apuntan los profesores
FREIXES y REMOTTI (2002, 97-98), “se llegue a redactar una Constitución, a reorganizar
los Tratados distinguiendo entre un Tratado constitucional y los otros Tratados comunitarios
o a simplificar los Tratados dotándolos de algunas regulaciones de valor constitucional,
resulta absolutamente necesario que el resultado de este proceso incorpore los derechos
fundamentales como elementos de legitimación del sistema”. En definitiva (concluimos con
los autores citados), “no se puede concebir una futura organización de la Unión Europea sin
que sus textos constitucionales reconozcan y garanticen con eficacia los derechos
fundamentales”.
------------------------------------------------------------
15
BIBLIOGRAFÍA
- ALEGRE MARTÍNEZ Miguel Ángel (2000 a), “El himno europeo: notas musicales en clave constitucional”, Cuadernos
Constitucionales de la Cátedra Fadrique Furió Ceriol, nº 32, págs. 107-123, Universidad de Valencia.
- (2000 b) “Derechos humanos y construcción europea (A propósito del libro de Luis Jimena Quesada La Europa
Social y Democrática de Derecho, Madrid, Dykinson, 1997)”, Revista de Estudios Políticos (Nueva Época), nº
107, págs. 179-196.
- (2002 a) “Los derechos sociales en la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea”, ponencia
presentada en el Congreso “Cuarenta años de democracia social en Europa: la Carta Social Europea de 1961 y su
proyección constitucional en España”, Valencia, 17, 18 y 19 de Octubre de 2001 (En prensa). Este trabajo sirve
de punto de partida para la presente Comunicación, que reproduce algunos de sus planteamientos.
- (2002 b) “La búsqueda de un modelo organizativo para la Unión Europea: el papel de los ciudadanos”, en Actas
del Congreso Internacional “El futuro de Europa a debate”, (Universidad de Valladolid, Instituto de Estudios
Europeos, Septiembre 2002). Próxima publicación. Este trabajo sirve de punto de partida para la presente
Comunicación, que reproduce algunos de sus planteamientos.
- (2002 c) “Apuntes sobre el derecho a la vida en España: Constitución, jurisprudencia y realidad”, Revista de
Derecho Político, nº 53, págs. 337-358.
- ALONSO GARCÍA Ricardo (2000), “La Carta de los derechos fundamentales de la Unión Europea”, Gaceta Jurídica de
la Unión Europea, nº 209.
- CARRILLO SALCEDO Juan Antonio (2001), “Notas sobre el significado político y jurídico de la Carta de Derechos
Fundamentales de la Unión Europea”, Revista de Derecho Comunitario Europeo, nº 9, págs. 7-26.
- CONSEJO PARA EL DEBATE SOBRE EL FUTURO DE LA UNIÓN EUROPEA (2002), creado por Real Decreto
779/2001 de 5 de julio: ha promovido y recogido foros de debate, aportaciones y diversa documentación,
disponible en http://www.futuroeuropa.es (Consulta: mayo 2002). Se citan aquí las contribuciones de los
profesores: Benito ALÁEZ CORRAL, Paloma BIGLINO CAMPOS, José Joaquín FERNÁNDEZ ALLES,
Francisco Javier MATÍA PORTILLA, Ignacio VILLAVERDE MENÉNDEZ, INSTITUTO DE ESTUDIOS
EUROPEOS de la Universidad de Valladolid.
- Cuadernos de Derecho Público, nº 13 (Monográfico: Constitución europea, constituciones internas e integración);
Ministerio de Administraciones Públicas – INAP, mayo-agosto 2001.
- DE ESTEBAN Jorge, “La Constitución irreformable”, El Mundo, 4 de marzo de 2002.
- DÍEZ-PICAZO Luis María (2001), “Glosas a la nueva Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea”,
Tribunales de Justicia, Revista Española de Derecho Procesal, nº 5, ed. La Ley, págs. 21-28.
- ESTEBAN Jorge de, “La Unión Europea ante la Carta de Derechos”, El Mundo, 14 de octubre de 2000.
- FREIXES SANJUÁN Teresa (2002), “El futuro de Europa y la Gobernanza europea”,
http://www.futuroeuropa.es/documentos/tfreixes000402.pdf, contribución al Debate abierto por el
CONSEJO...(http://www.futuroeuropa.es/declaracad.html). (consulta: mayo 2002).
- y REMOTTI CARBONELL José Carlos, El futuro de Europa. Constitución y Derechos fundamentales,
Valencia, 2002 (Colección “Ideas y políticas constitucionales”).
- GAMBINO Silvio (2001), “Hacia un Derecho constitucional europeo”, Civitas Europa, nº 7, págs. 41-69 (Traducción de
Alberto PÉREZ CALVO).
- GISCARD D’ESTAING Valery (2002), “Las últimas noticias sobre la Convención Europea”, El País, 22 de julio de
2002.
- JIMENA QUESADA Luis (1997) La Europa social y democrática de Derecho, Madrid, Dykinson.
- (2001) “Los ciudadanos como actores en el proceso de construcción europea. Hacia una Teoría del Estado
Europeo”, Cuadernos Europeos de Deusto, nº 24, págs. 59-88.
- LÓPEZ PINA Antonio y GUTIÉRREZ GUTIÉRREZ Ignacio (2001), “Preservación de la Constitución, reforma de los
Tratados”, Civitas Europa, nº 7, págs. 71-94.
- ORTEGA Luis (2002) “Inmediatas perspectivas del debate europeo: Dos procesos en paralelo: ampliación y
constitucionalización”, http://www.futuroeuropa.es/documentos/LuisOrtega_001.pdf, contribución al Debate
abierto por el CONSEJO...(http://www.futuroeuropa.es/declaracad.html). (consulta: mayo 2002).
- ORTEGA Martín (2002) “¡Viva la Constitución europea!”, http://www.futuroeuropa.es/documentos/Mortega_001.pdf,
contribución al Debate abierto por el CONSEJO...(http://www.futuroeuropa.es/declaracad.html). (consulta: mayo
2002).
- RUBIO LLORENTE Francisco (2002 a), “Un eurogalimatías europeo”, El País 2 de febrero de 2002.
(2002 b) “La cabeza bajo el ala”, El País, 2 de abril de 2002.
(2002 c), “Mostrar los derechos sin destruir la Unión”, Revista Española de Derecho Constitucional, nº 64,
págs. 13-52.
- SÁNCHEZ FERRIZ Remedio y JIMENA QUESADA Luis (1995), La enseñanza de los derechos humanos, Barcelona,
Ariel.
- Tribuna del Parlamento Europeo (Boletín Informativo del Parlamento Europeo), año XII, nº 5, mayo-junio 2000.
http://www.europarl.eu.int/press/form_spain.htm
- VEGA GARCÍA Pedro de (1998), “Mundialización y Derecho Constitucional: la crisis del principio democrático en el
constitucionalismo actual”, Revista de Estudios Políticos (Nueva época), nº 100, págs. 13 a 56.
16
BREVE ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA SOBRE LA CARTA DE LOS DERECHOS
FUNDAMENTALES DE LA UNIÓN EUROPEA
- ALEGRE MARTÍNEZ Miguel Ángel, “Los derechos sociales en la Carta de Derechos Fundamentales de la
Unión Europea”, ponencia presentada en el Congreso “Cuarenta años de democracia social en Europa:
la Carta Social Europea de 1961 y su proyección constitucional en España”, Valencia, 17, 18 y 19 de
Octubre de 2001 (En prensa).
- ALONSO GARCÍA Ricardo, “La Carta de los derechos fundamentales de la Unión Europea”, Gaceta
Jurídica de la Unión Europea, nº 209, septiembre-octubre 2000.
- “El triple marco de protección de los derechos fundamentales en la Unión Europea”, Cuadernos de
Derecho Público, nº 13, 2001 (Monográfico: Constitución Europea, Constituciones internas e
integración), págs. 13-43.
- CARRILLO SALCEDO Juan Antonio, “Notas sobre el significado político y jurídico de la Carta de Derechos
Fundamentales de la Unión Europea”, Revista de Derecho Comunitario Europeo, año 5, nº 9, enerojunio 2001, págs. 7-26.
- DÍEZ-PICAZO, “Glosas a la nueva Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea”, Tribunales de
Justicia, Revista Española de Derecho Procesal, nº 5, ed. La Ley, Mayo 2001, págs. 21-28.
- FREIXES SANJUÁN Teresa y REMOTTI CARBONELL José Carlos, El futuro de Europa. Constitución y
Derechos fundamentales, Valencia, 2002 (Colección “Ideas y políticas constitucionales”).
- LÓPEZ CASTILLO Antonio, “Algunas consideraciones sumarias en torno a la Carta de Derechos
Fundamentales de la Unión Europea”, Revista de Estudios Políticos (Nueva Época), nº 113, 2001,
págs. 43-73.
- OFICINA EN ESPAÑA DEL PARLAMENTO EUROPEO, http://www.europar.es http://europa.eu.int
- PACE Alessandro, “¿Para qué sirve la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea? Notas
preliminares”, Teoría y Realidad Constitucional, nº 7, 2001, págs. 173-186.
- RODRÍGUEZ DÍAZ Ángel, “Sobre la naturaleza jurídica de la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión
Europea”, Revista de Derecho Político, nº 51, 2001, págs. 37-56.
- RUBIO LLORENTE Francisco, “La Carta Europea de los Derechos”, Claves de Razón Práctica, nº 122,
mayo 2002.
- “Mostrar los derechos sin destruir la Unión (Consideraciones sobre la Carta de Derechos
Fundamentales de la Unión Europea)”, Revista Española de Derecho Constitucional, nº 64, 2002,
págs. 13-52.
- SÁIZ ARNÁIZ Alejandro, “La Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea y los
ordenamientos nacionales: ¿Qué hay de nuevo?”, Cuadernos de Derecho Público, nº 13, 2001
(Monográfico: Constitución Europea, Constituciones internas e integración), págs. 153-170.
- SANDE PÉREZ-BEDMAR María de, “Bibliografía sobre la Carta de los Derechos Fundamentales de la
Unión Europea”, Revista del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, nº 32, 2001, págs. 327-331.
- SOUTO PAZ José Antonio, “Comentario a la Carta de los derechos fundamentales de la Unión Europea”,
Poder Judicial, nº 61, 2001, págs. 63-85.
- VILLA GIL Luis Enrique de la, “La Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea”, Revista del
Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, nº 32, 2001, págs. 13-34.
- WEBER Albrecht, “La Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea”, Revista Española de
Derecho Constitucional, nº 64, 2002, págs. 79-97.
17
“LOS DERECHOS FUNDAMENTALES EN LA UNIÓN EUROPEA”
(IV Jornadas Internacionales sobre Derechos Humanos y Libertades Fundamentales)
ZARAGOZA, 7 y 8 de Noviembre de 2002
“Contexto y dimensión constitucional de la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea”
(Tercer Panel: “Constitución y Carta de los Derechos Fundamentales de la UE”)
por Miguel Ángel Alegre Martínez
Profesor Titular de Derecho Constitucional. Universidad de León
Campus de Vegazana. 24071-LEÓN. Tf.: 987 29 13 73. Fax: 987 29 13 74. [email protected]
RESUMEN
Mucho se ha hablado y escrito sobre el papel protagonista que debería corresponder
a los ciudadanos en la construcción europea, en contraposición al que se les ha venido
reservando, como meros destinatarios de ese proyecto. Sin embargo, y aun a riesgo de
insistir en reflexiones sobre aspectos que pudieran adjetivarse como “tópicos”, creemos que
no está de más seguir haciendo hincapié en la necesidad de dotar de mayor peso específico a
la ciudadanía europea, y fortalecer la posición del ciudadano con ocasión del proceso de
reformas actualmente emprendido en la Unión Europea.
Esa necesidad se comprende fácilmente si se tiene en cuenta la general coincidencia
en la dificultad de “etiquetar” a la Unión Europea, encasillándola en alguno de los modelos
“estatales” clásicos. Con base en el argumento de que estamos ante una realidad nueva y
peculiar, se prefiere hacer tabla rasa de conceptos y esquemas preconcebidos. Lo que ocurre
es que esta actitud no está en absoluto exenta de riesgos. No sólo porque suponga dar un
salto en el vacío o entrar en una dinámica de “huida hacia adelante”, al menos desde un
punto de vista conceptual; sino además, y sobre todo, porque ese abandono de los referentes
tradicionales no hace sino debilitar la posición del ciudadano.
Por ello, esta comunicación se fija, en primer lugar, en el contexto “constituyente” en
el que se inscribe la Carta de los Derechos Fundamentales, para preguntarnos después por su
entidad constitucional.
El estudio realizado nos lleva a concluir que, por más que el “proceso constitucional”
actualmente está abierto (y que vino precedido por la elaboración de la Carta), haya supuesto
un progreso respecto del concepto de “ciudadanía” que se desprendía del Tratado de
Maastricht, esos avances no resultan todavía suficientes para poder afirmar la existencia de
un status constitucional del ciudadano, a falta de la plena eficacia jurídica de la Carta, y de
una verdadera concepción participativa de la ciudadanía.
En espera de que eso suceda (lo cual es, al fin y al cabo, una cuestión de voluntad
política), habrá que considerar a la Carta como un importante logro, de gran valor
programático y simbólico, y como un punto de apoyo que oriente la actuación de los órganos
estatales y de las instituciones comunitarias. La Carta supone, en definitiva, un salto
cualitativo en la óptica desde la que se contempla a la persona en el proceso de construcción
europea.
18
Descargar