EL DESARROLLO DEL DERECHO PROCESAL CONSTITUCIONAL: LOGROS Y OBSTÁCULOS (*) Por Néstor Pedro Sagüés Sumario: 1. Introducción. 2. Razones de un éxito: a) la restauración de la democracia. b) el lanzamiento de Cortes y Salas constitucionales; c) la motorización de la constitución como norma jurídica; d) reducción de la superficie de las cuestiones políticas no justiciables; e) mayores exigencias sociales para reclamar a jueces y tribunales el cumplimiento de la Constitución. 3. Riesgos y pruebas. a) magistratura constitucional. b) procesos constitucionales. 4. Recapitulación. 1. Introducción. El despliegue alcanzado en las dos últimas décadas en Latinoamérica por el derecho procesal constitucional, disciplina que en su versión de mínima se ocupa de la magistratura y de los procesos constitucionales, vale decir, de la jurisdicción constitucional) es significativamente asombroso. En pocos años la materia ha logrado insertarse en las carreras de abogacía de numerosas facultades de derecho, sea como asignatura obligatoria o como opcional. Abundan los cursos y seminarios, en grado y posgrado, de la disciplina, e incluso en el doctorado en derecho. La cantidad de artículos y de libros especializados ha crecido geométricamente. Incluso cortes supremas (como por ejemplo la argentina, en “Strada”, aluden ya al “derecho procesal constitucional”(1). Simposios, congresos y reuniones, como las VII Jornadas Argentinas de Derecho Procesal Constitucional, y el Primer Encuentro Latinoamericano de Derecho Procesal Constitucional, (2) donde se recrea al Instituto Iberoamericano de Derecho Procesal Constitucional, evidencian un crecimiento inusual, cuantitativo y cualitativo, de esta materia, en todo el escenario iberoamericano. 2. Razones de un éxito. ¿A qué debe atribuirse esa eclosión del derecho procesal constitucional? Concurren en este punto varias razones, a saber: a) la restauración de la democracia. En los años ochenta, América Latina transforma muchos de sus regímenes de facto en gobiernos constitucionales y democráticos. Eso importa no solamente una transformación política, sino una recotización de los derechos personales y de las garantías constitucionales para protegerlos, entre las que figuran, desde luego que en primer término, los procesos constitucionales destinados a afianzar la supremacía de la Constitución (hábeas corpus, amparo, hábeas data, aciones declarativas de inconstitucionalidad, etc.). Si bien muchos de esos dispositivos procesales existían en los años previos, e incluso durante los gobiernos de facto, es evidente que la vuelta a la democracia importó una manera distinta, más intensa claro está, de respetar a aquellos derechos y a tornar más operativas las garantías procesales del caso. El paisaje autoritario, próximo en algunos países al terrorismo de Estado, no tenía por cierto el clima ideal para que allí floreciera el derecho procesal constitucional. Antes bien, es el Estado de derecho, democrático y constitucional, el habitat natural de esa rama del mundo jurídico. b) el lanzamiento de Cortes y Salas constitucionales. Sin perjuicio del serio antecedente inicial que significó el “Tribunal de Garantías Constitucionales y Sociales” de la Corte Suprema de Justicia, según la constitución de Cuba de 1940, lo cierto es que a partir de la constitución peruana de 1979 se afianza en el subcontinente latinoamericano el propósito de instituir Cortes, Tribunales o Salas constitucionales, de distinta factura, pero que a menudo concentran el control de constitucionalidad con mayor o menor fuerza centrípeta. Al comenzar el siglo XXI, compartiendo o no el control de constitucionalidad con los restantes tribunales típicamente judiciales, Costa Rica, Guatemala, El Salvador, Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Paraguay, Bolivia y Chile, junto con Nicaragua y poco después Honduras, aceptaban la idea de programar una judicatura especializada en lo constitucional, muchas veces con la facultad de abolir a la ley declarada inconstitucional. (3) Por supuesto, en estos casos resultó indiscutible la necesidad de diseñar procesos constitucionales específicos para litigar ante tales Salas o Cortes constitucionales, generándose de tal modo, de vez en cuando, verdaderos códigos de derecho procesal constitucional, aunque no siempre se los denominase así (Costa Rica, v. gr., llama a su ley 7135, de Jurisdicción constitucional). Esto importó avalar la autonomía legislativa del derecho procesal constitucional.(4) c) la motorización de la Constitución como norma jurídica. Otro fenómeno coadyuvante ha sido la potenciación jurídica de la Constitución, traducida por un lado, en la concepción de la Constitución como “norma jurídica”, esto es, como regla de derecho imperativa, directamente obligatoria para todos, en vez de la imagen decimonónica de la Constitución, imperante en algunas naciones, como simple poesía o discurso constitucional. Esto produce importantes mutaciones en torno a la validez del Preámbulo como norma en acción, y la reducción de la otrora amplia región de las “cláusulas programáticas”, cuya eficacia (doctrina clásica) quedaba sometida a la voluntad soberana del Congreso de dictar o no las leyes reglamentarias que efectivamente las pusiesen en funcionamiento. La nueva tendencia es, en lo posible, la de apurar la aplicación por los jueces de las cláusulas “programáticas” de la Constitución, aunque no haya todavía ley regulatoria o instrumentadora de ellas. (5) En el mismo orden de ideas, la doctrina de la “inconstitucionalidad por omisión” (que es muy rica, y en verdad todavía se está esbozando, aunque se haya desenvuelto con fuerza en varios Estados) obliga a los magistrados judiciales a actuar contra el ocio legislativo en sancionar las normas que deban poner en práctica a los enunciados constitucionales decididamente “programáticos”. (6) Todo ello ha provocado la necesidad de redimensionar a los mecanismos procesales destinados a cuestionar y resolver a tal inconstitucionalidad omisiva. d) reducción de la superficie de las cuestiones políticas no justiciables. (political questions). Estos asuntos, en verdad, resultan exentos del control jurisdiccional de constitucionalidad. Sin embargo, últimamente, varios de ellos (como la constitucionalidad de los arrestos dispuestos por el Poder Ejecutivo durante el estado de sitio, e incluso, en algunos casos, la adopción misma de éste; la revisión de las sentencias del Senado dictadas durante el juicio político, la expulsión de un legislador de su Cámara, o la negativa de ésta a incorporarlo, el juicio de razonabilidad de las sanciones disciplinarias administrativas, la constitucionalidad de amnistías e indultos, etc.), pasaron a ser “judicializados” a través del planteo de recursos y procesos constitucionales (amparo, recurso extraordinario federal, etc.), lo que ha implicado un crecimiento del derecho procesal constitucional para diligenciar útilmente toda esta temática.(7) e) mayores exigencias sociales para reclamar a jueces y tribunales el cumplimiento de la Constitución. A lo anterior se suma un proceso ya destacado en su oportunidad por Werner Goldschmidt: la aparición de una sociedad más exigente en materia de justicia, y correlativamente más intolerante de la injusticia, bien lejana de la concepción anterior de una comunidad resignada o fatalista. Estas nuevas y compelentes demandas comunitarias han empleado (y emplearán todavía más en el futuro) al derecho procesal constitucional como herramienta para requerir pronunciamientos jurisdiccionales concretos y puntuales que satisfagan sus reclamos. Importantes sectores de la sociedad, otrora pacientes y habituados a soportar políticas o decisiones del Congreso o del Poder Ejecutivo que se reputaban privativas de estos poderes, golpean hoy las puertas de los tribunales peticionando (cuando no exigiendo) a los jueces ordinarios y a los órganos de la jurisdicción constitucional que funcionen en ciertos momentos como poderes legislativo y ejecutivo suplentes. si tales poderes políticos no actuaron, o que trabajen como correctores y fiscalizadores de éstos, mediante el control de constitucionalidad, si es que decidieron algo. Los vehículos jurídicos de canalización de esas pretensiones son, casi siempre, los procesos constitucionales, reciclados y ampliados, utilizados extensiva y no restrictivamente, con metas y alcances algunas veces impensados por el constituyente histórico. La empresa demanda un crecimiento y elasticidades decididamente nuevos y audaces para un laborioso derecho procesal constitucional. Esa búsqueda de soluciones en el Poder Judicial corre pareja, en algunos lugares (el problema asume situaciones disímiles en diversos países), con una seria crisis de legitimidad política y de representatividad por parte del Parlamento y de la Jefatura de Estado. El conflicto (en potencia en determinadas naciones; en acto en otras) entre democracia y partitocracia agudiza el proceso que mencionamos. En términos muy generales, podría decirse que a mayor desprestigio de los poderes políticos “clásicos”, mayor presión a la judicatura constitucional para que ejerza su papel de poder control sobre aquéllos, e incluso, que ingrese en áreas que años atrás se entendían como exclusivas de los mismos. 3. Riesgos y pruebas. No todas son rosas en el jardín del derecho procesal constitucional. El incremento de la disciplina conlleva muchos problemas, algunos referidos a la magistratura constitucional, otros atinentes a los procesos constitucionales. Encaramos los que parecen más apremiantes. a) magistratura constitucional. Un derecho procesal constitucional más activo va a exigir jueces constitucionales también muy idóneos, o sea, muy entrenados en lo constitucional, muy responsables en cuanto el efecto de sus veredictos y muy independientes. Todo eso demanda un delicado equilibrio entre un desenvolvimiento dinámico y a la vez sensato de la Constitución, leal con el techo ideológico de la ley suprema. El juez de la constitución puede verse atraído a aplicar la constitución según su gusto o paladar, torciéndola de acuerdo con sus apetitos ideológicos y manipulándola pro domo sua, haciendo pasar, llegado el caso, gato por liebre constitucional. (8) Otra dimensión básica en el perfil del juez constitucional, y muy en particular de los jueces constitucionales supremos, es su condición para realizar interpretaciones previsoras de la Constitución, o sea, emitir sentencias que tengan muy en cuenta sus consecuencias tanto para el caso concreto como para la sociedad global en donde pueden proyectarse tales veredictos. Sabido es que las resoluciones de una Corte Constitucional o de quien haga sus veces, trascienden el expediente donde se formulan y ya sea por imperativo constitucional (cuando sus fallos tienen, por decisión de la Constitución, efectos erga omnes), o por elaboración jurisprudencial de la propia Corte o Tribunal deben ser seguidos por los tribunales inferiores, lo cierto es que tales sentencias tienden a formar con frecuencia reglas generales para la sociedad, y es obvio que, si tienen de algún modo tal carácter, quienes las emitan deben ejercer su ministerio jurisdiccional con una cautela tanto jurídica como política (entendida la palabra “política” en su mejor y noble sentido, y no en el de conducta partidista, por ejemplo).(9) No todos los vocales de un Tribunal o Corte constitucional tienen necesariamente tal perspectiva de su misión. No siempre se sabe distinguir entre un fallo de un tribunal superior y el de un tribunal constitucional supremo. A su turno, el problema de una judicatura constitucional genuinamente independiente es singularmente grave. Si la justicia constitucional no es independiente, no es justicia ni es constitucional. Y no basta para ser independiente que la constitución diga que el juez constitucional es o debe ser independiente. El régimen de nominación vigente en muchos países no parece, al respecto, el mejor. Desde un punto de vista teórico, si la clase política puede en un Estado designar a los jueces constitucionales, y también removerlos (vía juicio político o impeachment, por ejemplo), eso significa que el “órgano controlado” (léase Parlamento, Jefe de Estado), designa y además destituye al “órgano controlante”. Así vistas las cosas, las posibilidades de un control constitucional cierto e intenso por la magistratura constitucional no parecen, de lejos, las más promisorias. El panorama se ensombrece más si quienes integran el órgano controlado, al poder exonerar a los jueces del órgano controlante, afirman que están habilitados para hacerlo según pautas “políticas” de evaluación, vale decir, esencialmente discrecionales, según su íntima convicción, sin que rija el principio in dubio pro reo ni las reglas de la sana crítica en la meritación de las pruebas y sin la necesidad de acreditar plenamente los hechos inculpados. En tal sentido, cabe sin embargo recordar que el “juicio político” es, liminarmente, un “juicio”, en el que rigen las garantías del art. 8º del Pacto de San José de Costa Rica (art. 8º del Pacto; doctrina de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, en el caso “Tribunal Constitucional del Perú”), (10) en el que sus operadores no cuentan con un “cheque en blanco” que les permita actuar y decidir soberanamente. b) procesos constitucionales. Actualmente, los procesos constitucionales del derecho procesal constitucional tienden a ser sencillos, rápidos y efectivos, conforme las pautas que marca el art. 25 del Pacto de San José de Costa Rica. La nota de expeditividad está marcada, igualmente, por el art. 43 de la actual constitución argentina, por ejemplo, en cuanto el amparo. Eso empalma con la idea de “tutela judicial efectiva”, que perfecciona la noción clásica del debido proceso con, entre otros ingredientes, la nota de acceso real a la justicia. Esto justifica, paralelamente, un buen arsenal de medidas cautelares de producción segura, de no innovar e innovativas, incluyendo la tutela anticipada sobre el fondo del asunto. Todo ello está muy bien, y así debe ser. Pero cabe advertir respecto de ciertos desafíos que atraviesan hoy los procesos constitucionales. Uno es de tipo cuantitativo: una multiplicación (aun justificada) de procesos constitucionales puede hacer colapsar el sistema judicial de un país, si no se provee al mismo del número suficiente de sedes tribunalicias y de auxiliares. El reciente caso argentino, de más de doscientos o trescientos mil juicios de amparo, con motivo de las normas reguladoras (es un decir) de las restricciones bancarias en materia de disponibilidad de fondos, constituyó un hecho único en el mundo, que bloqueó a la judicatura federal durante varios meses, y motivó una gimnasia constitucional igualmente atípica: no estaba todavía seca la tinta de nuevas normas publicadas apresuradamente en el Boletín Oficial del Estado (leyes, decretos de necesidad y urgencia, decretos comunes), que la justicia constitucional, muchas veces in audita parte y en medidas cautelares, las declaraba inconstitucionales, y generalmente con buenos motivos. Concomitantemente, esa inimaginada cantidad de amparos provocó, en un país adherido al sistema norteamericano de control difuso o desconcentrado de constitucionalidad, pronunciamientos disímiles y hasta opuestos, cuya confrontación, en muchas materias, no ha sido resuelta todavía por la Corte suprema de Justicia de la Nación. Naturalmente, ello no coincide con los valores de igualdad y seguridad jurídicas, y hace meditar sobre la posible conveniencia de instrumentar algún tipo de control concentrado de constitucionalidad, con efectos erga omnes, ya en la Corte Suprema, (pero no consintiendo que ella carezca de plazos para resolver), ya en una Sala o Tribunal Constitucional especializado. De esto cabe concluir que no siempre la estructura tribunalicia está en condiciones de absorber y procesar todos las acciones constitucionales que los litigantes pueden presentarle a su decisión. Por otra parte, bien pueden presentarse situaciones de desnaturalización de procesos constitucionales. Una, harto frecuente, es cuando las partes presentan a los tribunales acciones de amparo para atender casos polémicos o discutibles, o notoriamente complejos, dignos de juicios ordinarios, contraviniendo reglas constitucionales que reservan dicho instituto para actos u omisiones viciados de “arbitrariedad o ilegalidad manifiesta” (art. 43, constitución nacional argentina). Otra, cuando gestionan ante la misma judicatura pretensiones harto opinables, cuando no desconcertantes, maquillándolas como exigencias de la Constitución; o si se imputa fácil y arbitrariamente la inconstitucionalidad de preceptos que implican una opción constitucional permitida para el legislador, o cuando se hurga en argumentaciones bizantinas para inventar, con ingenio y paciencia, inconstitucionalidades donde ellas no existen. Todo este follaje forense empantana y retrasa a la magistratura constitucional más de lo que se cree. Así, en materia de amparos colectivos, muchas veces se confunde una mera aspiración o “interés difuso” con un verdadero “derecho difuso” reclamable jurídicamente, o se disfraza como globalmente “difuso” a un interés francamente sectorial, contrapuesto al de otras pretensiones igualmente latentes en la comunidad sobre el mismo tema. 4. Recapitulación. El derecho procesal constitucional ha dado pasos muy significativos en los últimos lustros. Ello se explica en las modificaciones habidas en el escenario constitucional (retorno a la democracia, divulgación de las salas y cortes constitucionales), como en un cambio en la conciencia jurídica y social, más apremiante para la búsqueda de soluciones y más crítica respecto del comportamiento del Congreso y del Poder Ejecutivo, a la vez que requirente, a la magistratura constitucional, de respuestas que no encuentra en los otros órganos del Estado. El auge del derecho procesal constitucional tiene también sus retos, como son el planeamiento de una mejor magistratura constitucional (en particular, idónea en espíritu constitucional y en derecho constitucional, profundamente independiente y equilibrada en sus pronunciamientos, previendo las consecuencias de sus decisiones) y la articulación de procesos constitucionales realmente operativos, lo que significa proveer los medios del caso. También es necesario que la comunidad forense contribuya en esta empresa respetando el sentido y los marcos razonables de tales acciones y recursos. (notas) (*) El presente trabajo se inserta en el programa de investigaciones del Centro Interdisciplinario de Derecho Procesal Constitucional, de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales del Rosario, de la Pontificia Universidad Católica Argentina. (1) Corte Suprema de Justicia de la Nación, Fallos, 308:490, considerando sexto. (2) Las primeras jornadas argentinas de Derecho Procesal Constitucional se celebraron en Buenos Aires, en l987. Las VII Jornadas y el Primer Encuentro Latinoamericano tuvieron lugar en Rosario, en 2003, en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales del Rosario, de la Pontificia Universidad Católica Argentina. Sobre el desarrollo del derecho procesal constitucional argentina, cfr. Sagüés Néstor Pedro, Derecho Procesal Constitucional. Recurso Extraordinario, 4ª. ed. (Buenos Aires, 2002), ed. Astrea, t. 1 pág. 22 y sigts. En términos generales, cfr. García Belaunde Domingo, Derecho Procesal Constitucional (Lima, 1998), ed. Marsol, pág. 6 y sigts. (3) Ferrer Mac-Gregor Eduardo, Los tribunales constitucionales en Iberoamérica (Querétaro, 2002), ed. Fundap, pág. 65 y sigts. (4) Sagüés Néstor Pedro, La codificación en el derecho procesal constitucional, en Ferrer Mac-Gregor Eduardo (coordinador), Derecho Procesal Constitucional (México 2002), 3ª. ed. t. I pág. 289 y sigts. (5) Así lo dispone, enfáticamente, v. gr., la Constitución del Ecuador en su art. 18: “Los derechos y garantías determinados en esta Constitución y en los instrumentos internacionales vigentes, serán directa e inmediatamente aplicables por y ante cualquier juez, tribunal o autoridad... No podrá alegarse falta de ley para justificar la violación o desconocimiento de los derechos establecidos en esta constitución, para desechar la acción por esos hechos, o para negar el reconocimiento de tales derechos...” (6) V. sobre el tema Fernández Rodríguez José Julio, La inconstitucionalidad por omisión (Madrid, 1998), ed. Civitas, pág. 68 y sigts.; Bazán Víctor (coordinador), Inconstitucionalidad por omisión (Bogotá, 1997), ed. Temis, pág. 7 y sigts. (7) Ver al respecto la evolución jurisprudencial de la Corte Suprema de Justicia de la Nación argentina, en nuestro Derecho Procesal Constitucional. Recurso Extraordinario, ob. cit., t. 1 pág. 162 y sigts. (8) Naturalmente, la temática de la manipulación constitucional desborda el campo de las tentaciones de un juez constitucional, y es factible que se plantee en muchos ámbitos (Parlamento, Poder Ejecutivo, política partidista, docencia universitaria, ejercicio de la profesión de abogado, lobbies y grupos de presión, etc.). En la jurisdicción constitucional la tentación puede ser mayor porque las respuestas que allí se den, en muchos países, cuenta con efectos erga omnes y pueden operar como interpretaciones definitivas de la Constitución. (9) Sobre la “interpretación previsora”, nos remitimos a nuestro libro La interpretación judicial de la Constitución (Buenos Aires, 1998), ed. Depalma, pág.113 y sigts. (10) Cfr. Corte Interamericana de Derechos Humanos, caso “Tribunal Constitucional del Perú”, 24 de septiembre de 1999, en Sergio García Ramírez (coordinador), La jurisprudencia de la Corte Interamericana de derechos Humanos (México, 2001), UNAM, pág. 820 y sigts., especialmente 838.