TEMA 13 LAS FUENTES DEL DERECHO ADMINISTRATIVO (II): LA LEY: CONCEPTO Y CLASES. LAS DISPOSICIONES NORMATIVAS CON FUERZA DE LEY. EL REGLAMENTO: CONCEPTO Y CLASES. FUENTES INDIRECTAS DEL DERECHO ADMINISTRATIVO SUMARIO: I.- LA LEY: CONCEPTO Y CLASES I.1.- Concepto y naturaleza I.2.- Clases de leyes I.3.- Las leyes orgánicas I.4.- Relación de la ley orgánica con la ley ordinaria I.5.- Las leyes ordinarias II.- LAS DISPOSICIONES NORMATIVAS CON FUERZA DE LEY II.1.- Introducción II.2.- Los Decretos-leyes II.2.1.- Concepto y ámbito II.2.2.- La revisión parlamentaria del Decreto-ley II.3.- Los Decretos-Legislativos II.3.1.- El desarrollo de las Leyes de Bases II.3.2.- Los textos refundidos II.3.3.- El control de la delegación III.- EL REGLAMENTO III.1.- Concepto y fundamento III.2.- Clases de Reglamentos III.2.1.- Por el órgano del que emanan III.2.2.- Por sus efectos III.2.3.- Por su relación con la ley IV.- FUENTES INDIRECTAS DEL DERECHO ADMINISTRATIVO IV.1.- La costumbre IV.2.- Los principios generales del Derecho IV.3.- La jurisprudencia 197 I.- LA LEY: CONCEPTO Y CLASES. I.1.- Concepto y naturaleza. El término ley tiene vulgarmente una doble acepción: a veces se habla de ley (en minúscula) refiriéndose a cualquier norma jurídica y otras se emplea en sentido estricto (en mayúscula), refiriéndose a la norma que tiene tal carácter en el sistema jerárquico de fuentes, que es al que nos referimos ahora. En este sentido, la ley se puede definir como “la norma jurídica dictada por los órganos estatales a los que el ordenamiento jurídico atribuye el poder legislativo”. Y precisando aún más, García de Enterría y Fernández la definen como el acto publicado como tal Ley en el BOE, que expresa un mandato normativo de los órganos que tienen constitucionalmente atribuido el poder legislativo superior Las Leyes constituyen la fuente ordinaria suprema después de la Constitución pues no sólo regulan los aspectos más importantes de la acción administrativa, sino que también fijan el campo de acción en los que puede moverse la potestad reglamentaria del Gobierno. La importancia de la Ley como fuente del Derecho administrativo es superior en España que en otros países, como Francia, en los que existe una reserva reglamentaria. En España, al no existir esta reserva, el legislador puede abarcar todo el ámbito de actuación que estime más conveniente y en la forma que lo desee, ya que la única limitación la tiene por arriba, o sea, no efectuar remisiones reglamentarias sobre los aspectos fundamentales en materias sujetas a reserva de Ley. En el ordenamiento español pueden distinguirse tres manifestaciones diversas de la potestad legislativa. En primer lugar, una potestad legislativa que corresponde a las Cortes Generales. En segundo lugar, una potestad legislativa que corresponde a los Parlamentos de las Comunidades Autónomas. Y, en tercer lugar, una potestad legislativa excepcional, que corresponde al Gobierno, a través de las modalidades denominadas Decretos-Leyes y Decretos Legislativos; se trata en este caso de una potestad derivada y subordinada, no obstante dar lugar a la emanación de normas con rango de Ley, razón por la cual a estas normas no se las denomina leyes, sino disposiciones normativas con fuerza de Ley. I.2.- Clases de leyes. Las diferentes clases o tipos de leyes que se contemplan en la Constitución Española, se pueden dividir en dos grandes grupos: las leyes orgánicas y las leyes ordinarias. Ambos tipos de leyes difieren tanto por el contenido material como por el procedimiento de aprobación. Las leyes orgánicas tienen un contenido material limitado, puesto que únicamente pueden regular aquellas materias concretas en las que la Constitución exige este tipo de leyes, en cambio, las leyes ordinarias no tienen esta limitación material. En cuanto al procedimiento de aprobación, las leyes orgánicas precisan la mayoría absoluta del Congreso de los Diputados, cuando las leyes ordinarias sólo requieren la mayoría simple. Pero independientemente de la distinción entre leyes orgánicas y leyes ordinarias, a las que nos referiremos con más detenimiento, la Constitución se refiere a diversos 198 tipos de leyes que, bien en su elaboración o en su aplicación, presentan alguna especialidad. Entre las diferentes clases de leyes, pueden distinguirse las siguientes: a) Leyes de Bases, que constituyen una delegación legislativa que las Cortes hacen al Gobierno para la formación de textos articulados en las materias y con los requisitos expresamente fijados por la Constitución (art. 82). b) Leyes Marco, que son aquellas en que por atribución de las Cortes Generales, las Comunidades Autónomas reciben la facultad de dictar, en materias de competencia estatal y para sí mismas, normas legislativas en el “marco de los principios, bases y directrices que fije la ley (art. 150.1) c) Leyes de Transferencia, que son leyes orgánicas a través de las cuales el Estado transfiere a las Comunidades Autónomas facultades que corresponden a materias de las que es titular el Estado (art. 150.2). d) Leyes de Armonización, que están destinadas a establecer, por parte del Estado, los principios necesarios para armonizar las disposiciones normativas de las Comunidades Autónomas “cuando así lo exija el interés general” (art. 150.3). e) Legislación Básica, que son las leyes que contienen los principios y aspectos fundamentales de la regulación de una determinada materia sobre la que tienen competencia legislativa tanto el Estado como las Comunidades Autónomas. A diferencia de la las Leyes de Bases que no son directamente aplicables, la legislación básica se aplica directamente. La materia regulada por la legislación básica puede ser desarrollada por las Comunidades Autónomas, pero con respeto a lo establecido en aquella. f) Leyes de Presupuestos. La especialidad más característica de estas leyes es que su elaboración y, por consiguiente, la iniciativa, corresponde exclusivamente al gobierno. Además, tienen un desarrollo parlamentario singular, precisándose la conformidad del Gobierno para la tramitación de las enmiendas que supongan aumento de los créditos o disminución de los ingresos presupuestarios. Por otra parte, estas leyes tienen una serie de limitaciones y así no pueden crear tributos (art. 134.7), ni regular materias que no tengan una relación directa con los ingresos y gastos como ha declarado en Tribunal Constitucional. Las especialidades aquí reflejadas también le son de aplicación a las leyes de presupuestos de las Comunidades Autónomas, incluida la prohibición de regular materias ajenas, como también ha declarado el Tribunal Constitucional. I.3.- Las leyes orgánicas. La figura de las leyes orgánicas es una de las novedades más sobresalientes de la Constitución de 1978, y también una de las más complejas y discutibles. En una primera aproximación, pueden describirse como un tipo especial de leyes para cuya aprobación se requiere un quorum especialmente reforzado en el Congreso de los Diputados, por referirse a materias a las que la Constitución otorga una particular 199 relevancia. Son, pues, dos notas que la caracterizan: una nota material (el ámbito a que se refieren) y una nota formal (el procedimiento de elaboración). Desde el punto de vista material, las leyes orgánicas deben referirse necesariamente a las materias expresamente previstas en el artículo 81 de la Constitución, en el que se establece que “son leyes orgánicas las relativas al desarrollo de los derechos fundamentales y de las libertades públicas, las que aprueben los Estatutos de Autonomía y el régimen electoral general y las demás previstas en la Constitución”. Este precepto diseña lo que podríamos llamar el ámbito necesario de actuación de las leyes orgánicas: dichas Leyes han de regular necesariamente estas materias, de tal forma que su regulación no puede ser llevada a cabo mediante leyes ordinarias; pero, a la inversa, las leyes orgánicas, no pueden operar fuera de estas materias, siendo inválidas en la medida en que regulen cuestiones no comprendidas en la enumeración del articulo 81 o materias en las que otros preceptos de la Constitución las exigen, salvo que se trate de temas conexos con la regulación principal. Por otro lado, las leyes orgánicas se caracterizan por un dato formal, cual es el procedimiento exigido específicamente para su aprobación. De acuerdo con el apartado segundo del articulo 81de la Constitución, la aprobación, modificación o derogación de las leyes orgánicas exigirá mayoría absoluta del Congreso, en una votación final sobre el conjunto del proyecto”. Este es el único requisito que caracteriza a las leyes orgánicas: el texto de la misma deberá ser votado globalmente en el Congreso por la mayoría cualificada citada; la ley orgánica no precisa ser aprobada por mayoría especial alguna en el Senado, siguiendo en esta Cámara el procedimiento normal de elaboración de las Leyes. La figura de las leyes orgánicas fue tomada de la Constitución francesa de 1958. Las diferencias entre ambos ordenamientos en este punto son, sin embargo, notorias. En lo material, las leyes orgánicas del país vecino se refieren exclusivamente, de forma coherente con su nombre, a la organización de determinados poderes públicos (p. ej., Tribunal de Casación, Consejo Constitucional, Consejo Económico-Social), en tanto que, entre nosotros, se refieren también a materias no organizativas. En lo formal, su procedimiento de aprobación no difiere del de las leyes ordinarias, salvo que en caso de discrepancia entre la Asamblea Nacional y el Senado, ésta sólo puede resolverse por la primera mediante un quorum reforzado y, además, deben someterse necesariamente al dictamen del Consejo Constitucional antes de su aprobación. I.4.- Relación de la ley orgánica con la ley ordinaria. Uno de los problemas que ha planteado la naturaleza de las leyes orgánicas es la de determinar si las mismas tienen una jerarquía superior a las ordinarias o si, por el contrario, las relaciones entre ambos tipos de leyes se rigen por el principio de competencia. La doctrina actual se inclina por esta última posición apoyándose para ello en lo manifestado por el Tribunal Constitucional en su sentencia de 12 de febrero de 1981, en la que después de aceptar el principio de competencia diciendo que “por ello hay que afirmar que si es cierto que existen materias reservadas a leyes orgánicas (art. 81.1CE), también lo es que las leyes orgánicas están reservadas a tales materias y que por tanto sería disconforme con la Constitución la ley orgánica que invadiera materias reservadas a la ley ordinaria”, afirma, en relación 200 con la posibilidad de que en las leyes orgánicas se incluyan cuestiones no reservadas a las mismas lo siguiente: “la reserva de ley orgánica no puede interpretarse de forma tal que cualquier materia ajena a dicha reserva por el hecho de estar incluida en una ley orgánica haya de gozar definitivamente del efecto de congelación de rango y de la necesidad de una mayoría cualificada para su ulterior modificación (art. 81.2CE), pues tal efecto puede, y aún debe ser excluido por la misma ley orgánica o por sentencia del Tribunal Constitucional que declare cuáles de los preceptos de aquélla no participan de tal naturaleza...”. La inconstitucionalidad de la ley ordinaria o de una disposición con fuerza normativa de ley, que regule materias reservadas a ley orgánica, dice García de Enterría, no resulta, pues, de su presunta inferioridad de rango con respecto a la ley orgánica, es decir, de la infracción del principio de jerarquía normativa que establece el art. 9.3 de la Constitución, sino de la invasión de ámbitos competenciales reservados expresamente a la ley orgánica por el artículo 81. I.5.- Las leyes ordinarias. Las leyes ordinarias son el instrumento normal de realización de la función legislativa por parte de las Cortes. Pueden referirse a cualquier materia que no esté reservada por la Constitución a otro tipo de norma y constituyen la legislación habitual de las Cortes. Constitucionalmente cabe distinguir entre leyes de Pleno y leyes de Comisión. A estos efectos, el artículo 75.2 de la Constitución dice que “Las Cámaras podrán delegar en las Comisiones Legislativas Permanentes la aprobación de proyectos o proposiciones de Ley. El Pleno podrá, no obstante, recabar en cualquier momento el debate y votación de cualquier proyecto o proposición de ley que haya sido objeto de esta delegación”. Debe señalarse, no obstante, que la propia Constitución, en su artículo 75.3 exceptúa de esta posibilidad la reforma constitucional, las cuestiones internacionales, las Leyes orgánicas y de Bases y los Presupuestos Generales del Estado. II.- LAS DISPOSICIONES NORMATIVA CON FUERZA DE LEY. II.1.- Introducción. Existen dos categorías de disposiciones dictadas por el ejecutivo con fuerza de ley, que son las únicas posibles en nuestro país: las que el Gobierno dicta como consecuencia de una expresa delegación del poder legislativo y las dictadas por razones de extraordinaria y urgente necesidad, que reciben respectivamente el nombre de legislación delegada o Decretos-Legislativos y Decretos-leyes. Ambas categorías tienen dos notas en común: a) Se trata siempre de normas que, desde el punto de vista subjetivo, emanan del poder ejecutivo. 201 b) Desde el punto de vista formal, unas y otras tienen el mismo valor que las leyes dictadas por el poder legislativo ordinario. En cambio, se dan también otras notas que sirven para diferenciarlas: a) Mientras que en las leyes delegadas el poder legislativo interviene a priori, dictando precisamente el acto de delegación que legitima la actuación legislativa del ejecutivo, en cambio en los Decretos-leyes la intervención del poder legislativo se realiza a posteriori. b) El fundamento en uno y otra caso también es distinto: en el primero tiene un fundamento de tipo técnico, pues la delegación se realiza para que la Administración precise y desarrolle debidamente unas bases o principios generales sentados por el poder legislativo ordinario; en los Decretosleyes, en cambio, el fundamento es eminentemente político: la extraordinaria y urgente necesidad con que el problema se ha planteado que no permite esperar el tiempo que precisa la tramitación parlamentaria de una Ley. II.2.- Los Decretos-leyes. II.2.1.- Concepto y ámbito. Se entiende por Decreto-ley, dice García de Enterría, toda norma con rango de Ley que emana, por vía de excepción, de un órgano que no tiene el poder legislativo, concretamente del Gobierno o Consejo de Ministros. Los Decretos-leyes tienen una cierta tradición en el Derecho Constitucional europeo y las explicaciones o justificaciones que se han dado de ellos han sido muy diversas, desde la tesis del estado de necesidad a la tesis de la ratificación, según la cual la actividad del Gobierno sería, en principio ilícita, pero la posterior ratificación del Parlamento vendría a convalidarla. El texto fundamental en vigor, sobre la base negativa anterior, debido al abuso de este sistema, acepta el sistema excepcional de producción legislativa pero intenta extremar las cautelas frente al mismo utilizando como modelo el artículo 77 de la Constitución italiana. El art. 86 de la Constitución reconoce al Gobierno la facultad de dictar disposiciones legislativas bajo la forma de Decretos-leyes en casos de extraordinaria y urgentes necesidad, pero, al igual que su modelo, califica estas disposiciones de provisionales y las sujeta a un procedimiento de revisión parlamentaria, añadiendo a todo ello unas importantes limitaciones materiales. Como dijo el Tribunal Constitucional en su sentencia de 31 de mayo de 1982, “esta posibilidad se configura, no obstante, como una excepción al procedimiento ordinario de elaboración de las leyes y en consecuencia está sometida en cuanto a su ejercicio a la necesaria concurrencia de determinados requisitos que lo legitiman”. Estos requisitos, añade, “están recogidos en la Constitución configurando tres bloques definidos: 202 a) La exigencia de que el Decreto-ley se dicte exclusivamente para afrontar una situación de extraordinaria y urgente necesidad; b) La limitación en cuanto a la materia sobre la que puede incidir un Decretoley, lo que supone el que en ningún caso pueda afectar al ordenamiento de las instituciones básicas del Estado, a los derechos, deberes y libertades de los ciudadanos regulados en el Título I de la Constitución, al régimen de las Comunidades Autónomas ni el Derecho electoral general y c) La necesidad, por último, de que los Decretos-leyes sean sometidos inmediatamente al Congreso de los Diputados para su debate y votación de totalidad, en el plazo de los treinta días siguientes a su promulgación, con objeto de que se resuelva por el mismo en cuanto a su convalidación o derogación. El cumplimiento de estos requisitos podrá ser controlado por el Tribunal Constitucional, si se le somete el juicio de su constitucionalidad, siendo el primero de ellos el que ofrece unos perfiles más problemáticos, puesto que como admite este Alto Tribunal en la sentencia referida, “en principio y con el razonable margen de discrecionalidad, es competencia de los órganos políticos determinar cuándo la situación, por consideraciones extraordinaria y urgente necesidad, requiere el establecimiento de una norma por vía de Decreto-ley”, pero afirmando en la propia sentencia su competencia para “en supuestos de uso abusivo o arbitrario, rechazar la definición que los órganos políticos hagan de una situación determinada”. II.2.2.- La revisión parlamentaria del Decreto-ley. El art. 86 de la Constitución establece dos procedimientos diferentes de revisión parlamentaria: el debate y votación de totalidad mediante los cuales el Congreso –en Pleno o, en su caso, la Diputación Permanente- habrá de pronunciarse expresamente sobre su convalidación o derogación en bloque en el plazo de los treinta días siguientes a su promulgación, o bien la tramitación del mismo, durante dicho plazo, como proyecto de ley por el procedimiento de urgencia. La lectura del precepto constitucional, dice García de Enterría, permitía pensar que ambos procedimientos estaban configurados como alternativos y de utilización indistinta. La praxis parlamentaria impuso desde el primer momento, en cambio, la solución opuesta, de forma que la ratificación o derogación del Decreto-ley, previo debate y votación de totalidad en torno al mismo, se considera previa en todo caso y, por lo tanto, condicionante de la utilización del segundo procedimiento. Esta práctica, que el Tribunal Constitucional aceptó sin reparos en la sentencia citada, ha sido finalmente acogida por el vigente Reglamento del Congreso de los Diputados, de forma que es preceptivo el previo pronunciamiento sobre la totalidad del Decreto-ley, esto es, sobre su ratificación o derogación y, una vez producido éste, si es favorable, la Cámara podrá decidir, si algún Grupo parlamentario lo solicita, acerca de la tramitación del Decreto-ley, ya ratificado, como proyecto de ley por el procedimiento de urgencia, admitiéndose en tal caso la presentación de enmiendas al mismo, excepción hecha, de las de totalidad que impliquen su devolución. 203 La decisión favorable a la ratificación del Decreto-ley no convierte a éste en ningún caso en una verdadera ley, habiéndolo así declarado el Tribunal Constitucional, según el cual “no puede considerarse que el Decreto-ley se haya convertido en Ley formal del Parlamento, tras es acuerdo de convalidación”, siendo necesario para que esto suceda que posteriormente se tramite como proyecto de ley. Si el pronunciamiento de convalidación es negativo, el Decreto-ley queda derogado y si no se convalida durante el plazo de treinta días, el mismo perderá toda su eficacia. II.3.- Los Decretos-Legislativos. La legislación delegada encuentra su fundamento en la autorización que el poder legislativo concede al ejecutivo para regular una materia que debería ser objeto de ley formal, mediante Decreto, al cual se concede el valor y eficacia de ley formal. Sus manifestaciones son: el desarrollo de las Leyes de Bases y los textos refundidos. II.3.1. - El desarrollo de las Leyes de Bases. Las Leyes de Bases, previstas en el artículo 82 de la Constitución, son aquellas que fijan unos puntos programáticos, las directrices y orientaciones a que debe sujetarse el Gobierno para redactar el Texto articulado de desarrollo sobre una materia concreta. Las Leyes de Bases deben delimitar con precisión el objeto y alcance de la delegación legislativa y los principios y criterios que han de seguirse en su ejercicio y no podrán afectar a materias para las que se exija una Ley Orgánica. Consecuentemente, dichos principios y criterios son, al mismo tiempo, las directivas y los límites de la delegación confiada al Gobierno, no admitiéndose las delegaciones indeterminadas o en blanco como sucedía en la época preconstitucional. La delegación legislativa, dice el artículo 82.3 “habrá de otorgarse al Gobierno de forma expresa para materia concreta y con fijación del plazo para su ejercicio. La delegación se agota por el uso que de ella haga el Gobierno mediante la publicación de la norma correspondiente. No podrá entenderse concedida de modo implícito o por tiempo indeterminado. Tampoco podrá permitir la subdelegación a autoridades distintas del propio Gobierno”. Las Leyes de Bases tampoco podrán autorizar la modificación de la propia Ley de Bases ni facultar para dictar normas con carácter retroactivo. Las Leyes de Bases no son directamente aplicables y una vez aprobado el texto articulado agotan su función en servir de criterio de interpretación jurisprudencial del mismo. II.3.2. - Los textos refundidos. Otro tipo de Decretos-Legislativos son los que constituyen los textos refundido. A diferencia de los textos que desarrollan las Leyes de Bases, no innovan el ordenamiento, es decir, la labor que se confía al Gobierno es puramente técnica: 204 sistematizar y articular en un texto único una pluralidad de leyes que inciden sobre un mismo objeto, sin alterar la regulación material que de esa pluralidad de normas resulta. El párrafo 5 del artículo 82 impone al legislador determinar “el ámbito normativo a que se refiere el contenido de la delegación” y obliga a especificar si ésta “se circunscribe a la mera formulación de un texto único o si se incluye la de regularizar, aclarar y armonizar los textos legales que han de ser refundidos”. II.3.3.- El control de la delegación. El control del ejercicio de la legislación delegada lo tienen, en principio, los Tribunales ordinarios, como se dice en el artículo 82.6 de la Constitución y en el artículo 1.1 de la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa (en adelante LJCA), pero este control no es absoluto, sino que queda circunscrito al posible exceso de delegación, por lo tanto y como dijo el Tribunal Supremo en su ya lejana sentencia de 19 de enero de 1970 (en adelante STC), “no se fiscaliza la potestad legislativa, sino la actividad de la Administración”. Además de este control judicial, las leyes de delegación pueden establecer en cada caso fórmulas adicionales de control. III.- EL REGLAMENTO. III.1.- Concepto y fundamento. El Reglamento se configura como la fuente más característica del Derecho Administrativo, ya que es propia de esta rama del Derecho y, además, la más importante desde el punto de vista cuantitativo, aunque no desde el punto de vista cualificativo, dado que por aplicación del principio de jerarquía normativa, los reglamentos están sujetos a la Constitución y a las leyes. Por Reglamento se entiende la disposición normativa de carácter general y de rango inferior a la Ley emanada del poder ejecutivo en virtud de su potestad reglamentaria, o como dice García de Enterría de forma más sencilla “se llama Reglamento a toda norma escrita dictada por la Administración”. El fundamento material de esta potestad de la Administración se encuentra en que en una sociedad como la actual, cuyas interrelaciones son cada vez más complejas y sutiles, se requiere que la Administración goce de una facultad mediante la cual asegure el mantenimiento de unos supuestos básicos comunes. En definitiva, como dijo el Tribunal Supremo en su sentencia de 17 de febrero de 1998, “la justificación de la potestad reglamentaria es la siguiente: que la ley, por si misma, es insuficiente para regular la convivencia de la sociedad y la gestión de los intereses de la comunidad. Esta es la razón por la que la Ley llama al reglamento que una vez dictado conforme a Derecho pasa a formar parte del ordenamiento jurídico, complementando a la Ley”. El fundamento formal de la potestad reglamentaria se encuentra recogido en el art. 97 de la Constitución que atribuye al Gobierno el 205 ejercicio de "la potestad reglamentaria de acuerdo con la Constitución y las Leyes", o lo que es lo mismo, "con sometimiento pleno a la Ley y al Derecho"(Art. 103.1 CE). III.2.- Clases de Reglamentos. Según el punto de vista que en cada caso se utilice pueden distinguirse varios tipos o clases de reglamentos. Si se considera el dato de su procedencia, los reglamentos pueden ser estatales, autonómicos o locales, los cuales, a su vez, se subdividen en función del órgano del que procedan. Si se atiende a sus efectos, pueden distinguirse entre los reglamentos jurídicos y los reglamentos organizativos y finalmente, por su relación con la Ley, los reglamentos suelen dividirse en ejecutivos, independientes y de necesidad. III.2.1.- Por el órgano del que emanan. Dado el fenómeno de la proliferación de la potestad reglamentaria dentro de nuestro vigente ordenamiento constitucional, no es ocioso efectuar una clasificación de los reglamentos en función del órgano o ente del que cada uno de ellos emana. Así, cabría hablar de reglamentos de la Administración General del Estado, los cuales revisten la forma de Reales Decretos cuando proceden del Presidente del Gobierno o del Consejo de Ministros y Ordenes Ministeriales (art. 23 de la Ley 50/1997, de 27 de noviembre, del Gobierno); de las Comunidades Autónomas, que en el caso de Castilla-La Mancha se denominan Decretos cuando proceden del Presidente de la Junta de Comunidades o del Consejo de Gobierno y Ordenes las que proceden de alguna Comisión Delegada o de los Consejeros (art. 37 de la Ley 7/1997, de 5 de septiembre, del Gobierno y del Consejo Consultivo) y de los Municipios, que generalmente se denominan Ordenanzas cuando proceden del Pleno y Bandos cuando las dicta el Alcalde. A la vista de esta variedad de reglamentos, la cuestión fundamental es la de determinar cuál sea la relación de todos estos reglamentos que proceden de las diversas Administraciones, dado que dentro de cada una de ellas está claro que rige el principio de jerarquía. En principio, debe comenzarse negando la existencia de un principio o regla de jerarquía entre unos y otros reglamentos; los reglamentos estatales no son superiores jerárquicamente a los reglamentos de los restantes órganos y entidades, en la medida en que unos y otros actúan sobre campos competenciales completamente distintos. Es, pues, el principio de competencia y no el de jerarquía, el que explica la relación entre unos y otros reglamentos. A este respecto resulta clarificador la sentencia del Tribunal Constitucional de 21 de diciembre de 1989 que declaró inconstitucional el artículo 5 de la Ley de Bases del Régimen Local en la medida que establecía el sistema de fuentes aplicable a cada materia, puesto que dicha norma debía ser considerada como meramente interpretativa, añadiendo, en consecuencia, que el orden de prelación de fuentes será correcto “en la medida en que coincida con lo dispuesto en el bloque de la constitucionalidad, e incorrecto en cuanto se aparte de él”. III.2.2.- Por sus efectos. En función de los efectos que de los mismos se derivan, los reglamentos pueden denominarse jurídicos o propiamente normativos, que son los que regulan las 206 llamadas relaciones de supremacía general y organizativos o administrativos, que o bien son de carácter orgánico, o bien, si se refieren a los administrados, lo hacen en cuanto éstos están incursos en las llamadas relaciones de supremacía especial. Las relaciones de supremacía general son las que unen normalmente al Estado con cualquier ciudadano. Todo ciudadano está sujeto al poder de policía o al poder tributario, por ejemplo. En otros casos, sin embargo, la relación que une al administrado con la Administración es mucho más intensa y especializada. Hay en estos supuestos un plus de supremacía que nace de un título específico. Así, por ejemplo, nos encontramos con relaciones de supremacía especial en los supuestos de relaciones con sus funcionarios, internamiento en un hospital público, etc. En estos casos, el superior del funcionario, la dirección del hospital, cuentan con poderes adicionales y, a su vez, el funcionario, el enfermo hospitalizado, etc., tienen obligaciones especiales, dentro del ámbito concreto acotado por el título específico del que surgen estas relaciones especiales. La potestad de autodisposición que la Administración ejercita al operar sobre su propia organización se traduce en una libertad muy amplia en dicho ejercicio, aunque no exenta por ello de limitaciones. Por el contrario, al dictar un reglamento jurídico o normativo ad extra, la Administración no opera sobre su ámbito interno, sino sobre la libertad y derechos de los particulares, en base a la pura relación formal poder público-ciudadanos, sin otro título especial. La terminología utilizada para designar a unos y otros es, sin embargo, equívoca y no puede ser utilizada sin advertir que también los reglamentos organizativos son normas jurídicas. III.2.3.- Por su relación con la ley. A mediados del siglo XIX, el jurista alemán Lorenz Von Stein diseñó una clasificación de las normas reglamentarias basada en el mismo principio de clasificación que entonces se utilizaba para distinguir los diferentes tipos de la costumbre: así, procedió a diferenciar, también, los reglamentos ejecutivos o secundum legem, los reglamentos independientes o extra legem, y los reglamentos de necesidad o contra legem. a) Reglamentos ejecutivos. El concepto de reglamento ejecutivo es, hoy, ciertamente ambiguo. En principio, todo reglamento viene a ejecutar, directa o indirectamente, alguna Ley. Por ello, este concepto se ha venido restringiendo para designar aquellos reglamentos que, de forma directa, y sin pasos normativos intermedios desarrollen los preceptos de una Ley, ya sea este desarrollo total o parcial. Desde el punto de vista formal, el reglamento ejecutivo se diferencia de los restantes por la circunstancia de que su aprobación debe ir necesariamente precedida del dictamen del Consejo de Estado o del órgano consultivo de la Comunidad Autónoma, dictamen de considerable importancia en el plano jurídico, y cuya ausencia determina, según la jurisprudencia, su nulidad en los supuestos de impugnación directa. b) Reglamentos independientes. 207 Se trata de un concepto difícil, por cuanto alude a dos hechos diversos. En sentido estricto, se entiende por reglamento independiente aquel que no viene a desarrollar de ninguna forma los preceptos de una ley; es, por tanto, un reglamento dictado por la Administración en uso libérrimo de su potestad reglamentaria, y sin recibir para ello previa habilitación de ley formal alguna. Según García de Enterría, los reglamentos independientes de la ley únicamente caben en el ámbito de las materias organizativas, incluyendo como mucho en las mismas los supuestos de regulaciones de las relaciones de supremacía especial, y ello siempre que no afecte a los derechos básicos de los interesados. Esta distinción, dice, ha sido ya recibida por nuestra jurisprudencia constitucional y contencioso-administrativa. Ambas coinciden en afirmar “que la potestad reglamentaria de la Administración opera con mayor o menor autonomía según se ejerza ad intra, es decir, con fines puramente autoorganizativos o en el marco de las relaciones de sujeción especial, o ad extra, lo que sucede cuando regula abstractamente derecho y obligaciones de los ciudadanos en situación de sujeción general” (STS de 11-4-81) y que, por esas razones, la necesidad de una específica habilitación legal sólo puede postularse en el último de los supuestos enunciados. c) Reglamentos de necesidad. Este concepto responde a una teoría clásica, conocida con el nombre de teoría de las circunstancias excepcionales. De acuerdo con ella, cuando en la vida de una comunidad se producen estados de alteración o gravedad considerable, que ponen en cuestión el funcionamiento normal de las instituciones (así, por ejemplo, los supuestos de catástrofes o de situaciones revolucionarias), se entiende que dicha alteración produce un apoderamiento excepcional y especialmente enérgico en favor de las autoridades gubernativas para adoptar todo tipo de medidas, incluso normas, dirigidas a evitar la producción de mayores daños o a corregir los ya causados. Estas normas, dictadas por las autoridades gubernativas con motivo de la producción de estas circunstancias excepcionales, son las conocidas como reglamentos de necesidad. En el ordenamiento jurídico español anterior a la Constitución este tipo de reglamentos venían implícitamente admitidos por preceptos tales como el artículo 117 Ley de Régimen Local y el artículo 17 de la Ley de Orden Público, que atribuían, respectivamente, a los Alcaldes y a los Gobernadores civiles la potestad de adoptar cuantas medidas fueran necesarias para evitar o corregir los daños causados con motivo de catástrofes y acontecimientos similares. En la actualidad, hay que estar a lo establecido en los preceptos de la Ley Orgánica 4/1981, de 1 de junio, que regula los estados de alarma, excepción y sitio, los cuales prevén específicamente este tipo de normas, aunque sin indicar su efectividad ni su ámbito. Estos reglamentos tienen un carácter marcadamente excepcional, en la medida en que se sobreponen y, en cierta forma, suspenden la aplicación de las Leyes en el territorio al que afecte la situación de emergencia antes aludida; poseen por ello, también, un carácter temporal limitado a la duración de la situación anormal. 208 IV.- FUENTES INDIRECTAS DEL DERECHO ADMINISTRATIVO. Examinadas las diferentes fuentes directas, procederemos a estudiar las fuentes subsidiarias a las que se refiere el art. 1 del Código Civil, o sea, la costumbre, los principios generales del derecho y la jurisprudencia. IV.1.- La costumbre.. La costumbre puede definirse como la expresión del sentir popular expresado por la repetición de una serie de actos sobre un orden determinado de derecho. Se trata, por tanto, como observa De Castro, de una norma creada e impuesta por el uso social. La existencia de la costumbre como fuente del Derecho Administrativo, así como su jerarquización, a diferencia de lo que sucede con la costumbre como fuente del Derecho civil, ha sido discutida por la doctrina, si bien debe de afirmarse que aún por parte de quienes la consideran como fuente del mismo reconocen su escasa virtualidad. Dentro de la costumbre, podemos distinguir los siguientes supuestos: a) Costumbre a la que se remite la ley, como por ejemplo en materia de aprovechamientos de bienes comunales en cuyo caso si debe reconocérsela como fuente del Derecho administrativo. Esta remisión a la costumbre tiene, sin embargo, límites, ya que como advierte la Sentencia del Tribunal Constitucional de 27 de enero de 1994, la costumbre “no puede nunca integrar una norma sancionadora, pues el constituyente, al utilizar el término legislación vigente del artículo 25.1 y de acuerdo con la primigenia función política del principio de legalidad, tan sólo ha legitimado a los representantes del pueblo, esto es, a las Cortes Generales para determinar las conductas antijurídicas”. b) La costumbre como expresión de las prácticas administrativas. En este caso, la costumbre no se considera fuente del Derecho administrativo ya que la Administración no se encuentra vinculada por el precedente administrativo, debiendo únicamente motivar su actuación cuando se separe del criterio seguido anteriormente. IV.2.- Los principios generales del Derecho. Los principios generales del derecho, dice el artículo 1 del Código Civil (en adelante CC), "se aplicarán en defecto de ley o costumbre, sin perjuicio de su carácter informador del ordenamiento jurídico". En este sentido, el Tribunal Constitucional declaró en su sentencia de 2 de febrero de 1981 que “Los principios generales del Derecho incluidos en la Constitución tienen carácter informador de todo el ordenamiento jurídico -como afirma el artículo 1.4 del Título Preliminar CC-, que debe así ser interpretado de acuerdo con los mismos. Estos principios generales del derecho expresan, en el concepto de García de Enterría, "los valores materiales básicos de un ordenamiento jurídico, aquellos sobre los cuales se constituye como tal, las convicciones ético jurídicas fundamentales de una comunidad". En su opinión, no se trata simplemente de unas vagas ideas o 209 tendencias morales que puedan explicar el sentido de determinadas reglas, sino de principios del derecho, esto es, formulas técnicas del mundo jurídico, que por ser generales, transcienden de un precepto concreto y organizan y dan sentido a muchos. Este autor viene a destacar su funcionalidad como límite al ejercicio de la actividad discrecional de la Administración, al ser informadores de todo el ordenamiento jurídico. IV.3.- La jurisprudencia. En último lugar, debemos destacar por su enorme importancia, el cometido de la jurisprudencia, que complementará el ordenamiento jurídico con la doctrina que, de modo reiterado, establezca el Tribunal Supremo al interpretar y aplicar la ley, la costumbre y los principios generales del derecho (art. 1.6 del Código Civil). La jurisprudencia por sí solo no integra el ordenamiento jurídico, pero la doctrina del Tribunal Supremo al interpretar y aplicar dicho ordenamiento establece unas pautas que si no vinculan directamente al resto de los órganos judiciales, sí condiciona en gran manera su ejercicio por la auctoritas del órgano del que emana. Esta importancia es especialmente significativa respecto de las sentencias dictadas en recursos de casación en interés de Ley, tanto por el Tribunal Supremo, respecto de la normativa estatal, como por los Tribunales Superiores de Justicia respecto de la interpretación y aplicación de las normas emanadas de la Comunidad Autónoma respectiva, puesto que en las mismas, de ser estimatorias, se debe fijar la doctrina legal, la cual vinculará a todos los Jueces y Tribunales inferiores, si la sentencia procede del Tribunal Supremo y a los Jueces de lo Contencioso-Administrativo con sede en el territorio a que extiende su jurisdicción el Tribunal Superior de Justicia si la sentencia procede de estos Tribunales, para lo cual se dispone en los artículos 100.7 y 101.4 de la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa, que estas sentencias deben publicarse en el “Boletín Oficial del Estado” o en el Boletín Oficial de la Comunidad Autónoma, según la referida sentencia proceda, respectivamente, del Tribunal Supremo o de un Tribunal Superior de Justicia. 210