IX CONGRESO NACIONAL DE DERECHO CONSTITUCIONAL ESTATAL La función de los derechos fundamentales de las constituciones estatales. Sumario: 1. La función del amparo y del poder judicial federal en el sistema autoritario. Explicación formal y material de la deformación del federalismo judicial mexicano; 2. La función de los derechos fundamentales de las constituciones estatales en el marco de un auténtico federalismo; 2.1. La dogmática constitucional del autoritarismo; 2.2. Derecho comparado. La evolución de la protección política y jurisdiccional de los derechos de las constituciones estatales en el federalismo estadounidense; 2.3. Derechos fundamentales y “reserva de ley” en el Estado federal; 2.4. La función de los derechos fundamentales de las constituciones estatales ante el “poder plenario” de los estados; 2.5. Derechos fundamentales y soberanía de los estados; 2.6. Derechos fundamentales como normas con estructura de principios y el proceso político de los estados; 2.7. Teoría sobre el margen de apreciación de los jueces constitucionales locales frente al legislador local en la interpretación de los derechos estatales. Daniel A. Barceló Rojas 1. La función del amparo y del poder judicial federal en el sistema autoritario. Explicación formal y material de la deformación del federalismo judicial mexicano. Maestro en Política y Gobierno en América Latina por la Universidad de Essex (Inglaterra); Doctor en Derecho por la Universidad de Salamanca (España). Investigador del IIJUNAM. Agradezco a la Universidad de California (Berkeley) al CONACyT y al IIJUNAM, el apoyo que me brindaron como beneficiario de la beca UCMEXUS 2007 para estudiar el federalismo judicial estadounidense; y a mi tutor en Boalt Hall, Harry N. SCHEIBER, catedrático de derecho constitucional de dicha institución, por las horas dedicadas a mis inquietudes intelectuales sobre el federalismo de su país y la relación que éste propicia entre los catálogos de derechos de la Constitución federal estadounidense y la constitución estatal de California. Hago extensivo mi agradecimiento a mi distinguido colega Eduardo FERRER MACGREGOR, por autorizar el uso del material con el que participé en la obra que bajo su coordinación se publicará este año en homenaje al maestro, don Héctor FIX-ZAMUDIO. 1 A diferencia del totalitarismo que invade la vida pública y la privada de los gobernados y no reconoce derechos, un sistema político autoritario es aquel en el que existen derechos y libertades del gobernado, pero éstos se limitan en función de los intereses de la nomenclatura autoritaria. Bajo este tipo de sistema político los derechos y las libertades de los ciudadanos se encuentran escritos en textos constitucionales, en “constituciones nominales” según la concepción de Karl Loewenstein, quien califica así a los textos constitucionales apócrifos que son utilizados como mero disfraz legitimador del sistema político autoritario; los derechos reconocidos en dichos textos no desempeñan la función de auténticos dispositivos de control del poder político infranqueables para los poderes públicos. Los derechos de las “constituciones nominales” de los sistemas autoritarios son derechos tolerados en tanto no colisionen frontalmente con el interés político del grupo en el poder. Karl Loewenstein describe de la siguiente manera las autocracias como la mexicana del siglo XX: “El concepto autoritario caracteriza una organización política en la cual un único detentador del poder –una sola persona o <<dictador>>, una asamblea, un comité, una junta o un partido- monopoliza el poder político sin que les sea posible a los destinatarios del poder una participación real en la formación de la voluntad estatal. El único detentador del poder impone a la comunidad su decisión política fundamental, esto es, la <<dicta>> a los destinatarios del poder. El término <<autoritario>> se refiere más a la estructura gubernamental que al orden social. En general, el régimen autoritario se satisface con el control político del Estado sin pretender dominar la totalidad de la vida socioeconómica de la comunidad, o determinar su actitud espiritual de acuerdo con su propia imagen. La exclusión de los destinatarios del poder de la participación en el proceso político no es incompatible con la existencia de otros órganos estatales junto al supremo detentador del poder, especialmente de una asamblea o de tribunales. Pero es característico del régimen autoritario que estos órganos separados, o bien están sometidos al control total del único detentador del poder, o en caso de conflicto con éste están obligados a ceder. Este tipo de organización autoritaria, formaliza casi siempre su configuración del poder en una constitución escrita, cuyas normas, como se ajustan a la configuración de hecho del poder, son observadas realmente. Tampoco es incompatible este sistema político con el respeto a los principios del Estado de Derecho tal como están articulados en la constitución. Los derechos a la vida, libertad y propiedad de los destinatarios del poder están asegurados, mientras no entren en colisión con el objetivo y el ejercicio del poder político. El Estado <<normativo>> coexiste con el Estado de <<prerrogativa>>. El régimen autoritario posee siempre una ideología –ninguna sociedad estatal puede existir sin tal autojustificación moral o intelectual- aunque la mayor parte de 2 las veces ni estará consistentemente formulada, ni será ejecutada en todas sus consecuencias. La ideología estatal se limitará, en el mayor número de casos, a defender y justificar la configuración del poder existente como estructura determinada por la tradición, o como la más apropiada para el bien de la comunidad”1. En México como en cualquier otra parte del mundo, el sistema político autoritario precisa crear las instituciones jurisdiccionales y el orden jurídico a través del cual la nomenclatura autoritaria se reserva la capacidad para decidir discrecionalmente cuando sí y cuando no el gobernado goza de los derechos y las libertades en las “constituciones nominales”2. Es en este contexto de la lógica e ingeniería autoritaria que se inscriben algunos de los “diversos procesos que contiene el juicio de amparo”3, que sirvieron en el pasado como instrumentos procesales del autoritarismo mexicano según la sugerente observación de la profesora de la Universidad de Stanford, Beatríz Magaloni, instrumento procesal que, junto con otros instrumentos políticos constitucionales y metaconstitucionales, terminaron por postrar el federalismo mexicano. Pero interesa ir descubriendo a partir del siguiente párrafo cómo llegamos a tal configuración del amparo, cuyo propósito final fue centralizar en el presidente de la República, pero por la vía judicial, todos los actos de autoridad de los poderes públicos de los estados. Con esta fórmula jurídica en realidad se deformó el federalismo al tiempo que, de cara a la opinión pública, se promovía el entendimiento de que tal deformación era consecuente con el esquema de derechos y libertades del Estado constitucional de derecho establecido en la Ley Fundamental de 1917. Siguiendo el modelo federal estadounidense, en el sistema federal mexicano del siglo XIX adoptado en la Constitución de 1824 se entendía que los derechos de los gobernados se reconocían en las constituciones de los estados, y que eran éstos los primeros obligados para hacer respetar dichos derechos fundamentales a través de sus respectivos procesos (políticos y) judiciales. Es en este contexto de un auténtico federalismo que se entiende fácilmente la disposición contenida en la Constitución federal de 1824 y que textualmente señala lo siguiente: Art. 160. El poder judicial de cada Estado, se ejercerá por los tribunales que establezca ó designe la constitución (estatal); y todas las causas civiles ó criminales que pertenezcan al conocimiento de 1 Cfr. LOEWENSTEIN, Karl. Teoría de la Constitución (2ª. ed. en español; traducción a cargo de Alfredo Gallego Anabitarte). Barcelona, Ariel, 1970; p. 76. 2 Cfr. GINSBURG, Tom y MOUSTAFA, Tamir. “Introduction: The Function of Courts in Authoritarian Politics”; en la obra editada por los mismos autores, Rule by Law. The Politics of Courts in Authoritarian Regimes. Camdridge, Cambridge University Press, 2008; pp. 4-5. 3 Cfr. FIX-ZAMUDIO, Héctor y FERRER MACGREGOR, Eduardo. “El derecho de amparo en México”; en la obra coordinada por los mismos autores, El derecho de amparo en el mundo. México, Porrúa, 2006; p. 472. 3 estos tribunales, serán fenecidas en ellos hasta su última instancia y ejecución. Este artículo se suprimió en la Constitución de 1857 porque en ésta ya se había naturalizado el amparo federal contra sentencias de los tribunales estatales. La explicación de tal situación la brinda el maestro Héctor FixZamudio al retratar el trasfondo histórico en el que se va a habilitar a los jueces federales -con base en derechos reconocidos en la Constitución federal- para anular sentencias en materia penal reservada por la Constitución federal a los estados. Dicho arreglo competencial obedeció de una parte a la insuficiencia en los estados de individuos con conocimientos de Derecho –y además sin vinculación formal al clero- que pudiesen fungir como jueces estatales, y; de otra parte, por la falta de estabilidad política en el país. El federalismo como principio de organización política fue duramente combatido por los que proponían una organización centralizada. En el siglo XIX México intercaló formas constitucionales federales con formas constitucionales y legales centralizadas. Incluso en los periodos cuando se encontraba vigente una constitución de tipo federal, no era posible implantar dicho esquema en los estados por situaciones de hecho. La inestabilidad política tuvo un efecto importante en la configuración del federalismo judicial mexicano, y concretamente de la institución del amparo. En tanto que el siglo XIX fue en nuestro país un siglo de luchas intestinas y con potencias extranjeras, Héctor Fix Zamudio apunta que en este contexto, los gobernadores de los estados –jefes militares- mantenían sometidos a sus poderes judiciales, y los utilizaban para llevar a cabo juicios sumarios contra sus adversarios políticos. Para poner remedio a esta situación aparece el amparo federal como forma de hacer valer desde la ciudad de México las garantías en materia penal en todo el territorio nacional a través del poder judicial de la federación4. A principios del siglo siguiente, al ser presentado el proyecto de la Constitución de 1917, expresamente señala en éste Venustiano Carranza que el amparo federal contra sentencias de materias reservadas a los estados, a pesar de ser incongruente con el sistema federal establecido en la Constitución, se reconoce como medio de control de los juicios locales. La explicación formal contenida en dicho proyecto y pronunciada en boca de Carranza, es que el pueblo mexicano se había habituado a dicha institución de protección de derechos individuales, que permitía suplir la carencia de jueces estatales con suficiente preparación técnica jurídica encargados de administrar justicia en el ámbito estatal5. Esa es la explicación formal. Hasta el momento parece que no ha sido sugerido que Venustiano Carranza conscientemente pretendiera servirse del amparo para imponer disciplina a los gobernadores de los estados y los congresos y poderes judiciales políticamente subordinados a aquél -como 4 Cfr. FIX-ZAMUDIO, Héctor. Estudio de la defensa de la Constitución en el ordenamiento mexicano. México, Porrúa, 2005; p. 264. 5 Cfr. SERNA DE LA GARZA, José María. El sistema federal mexicano. Un análisis jurídico. México, IIJUNAM, 2008; pp. 281 y ss. 4 expresamente sugiere Beatríz Magaloni para épocas posteriores. Pero puede haber indicios de que tal motivo pudo haber existido en la concepción política del Primer Jefe para pacificar la República –a pesar de que formalmente su apoyo a la centralización judicial a través del amparo obedecía, según sus propias palabras, a las expectativas de justicia del pueblo. La hipótesis que planteo toma consistencia si se considera que la Constitución de 1917 que proyectó Carranza, con el deliberado propósito de someter a los grupos armados en diversos territorios del país, sí modificó la distribución horizontal y vertical del poder significativamente. Por lo que se refiere al plano horizontal, esto es, a la separación de poderes, la Constitución proyectada por Carranza configuró un poder ejecutivo más fuerte que el poder legislativo bajo el argumento de que ello daría la estabilidad política al país de la que había carecido por los excesos de dicho poder legislativo durante el siglo XIX6. Por otra parte en lo que se refiere a la distribución territorial del poder, la Constitución de 1917 se aleja del modelo establecido en la Constitución de 1857 y 1824 de elección presidencial por colegios electorales, que otorgaban enorme poder político a los gobernadores frente al poder del presidente –pues los gobernadores dominaban los colegios electorales a través de partidos políticos locales que les estaban subordinados. Una vez que la Constitución de 1917 modificara la forma de elegir al presidente para que éste fuese electo por mayoría del voto popular en una elección nacional, se sentaron las bases jurídicas para la erección de un partido político nacional cuya organización no pasaba ya necesariamente por los gobernadores de los estados. Además de ésta medida de ingeniería constitucional, con el transcurso del tiempo la construcción del sistema político autoritario iría introduciendo nuevos instrumentos o reconfigurando los ya existentes –como se explica más adelante- para centralizar aún más el poder y concentrarlo en el presidente de la República, de forma que el federalismo como control vertical del poder quedase anulado7. Para Arturo González Cosío una de las causas de la preponderancia política del jefe del ejecutivo federal era “el debilitamiento de los caciques locales y regionales” 8. Pero el sistema autoritario del siglo XX introduciría incentivos además del mero recurso a la fuerza militar, para que los caciques locales y regionales se plegaran a la voluntad del presidente; el sistema político mexicano actuaría privilegiadamente a través de la persuasión para que los gobernadores de los estados se avinieran a la política establecida por el presidente de la República. Todo actor político con ambición de poder llegaría a tomar conciencia que la disciplina al presidente y al partido oficial pagaba en el mediano y largo plazo a quienes la respetaban, pues casi nadie quedaba excluido de una vez y para siempre de acceder al poder a través del partido oficial. Éstas eran las “reglas no escritas” del sistema político (que todos respetaron mientras el PRI mantuvo la hegemonía en el acceso al poder) que se combinaban con las “reglas Cfr. VALADÉS, Diego. “La función constitucional del control político”; en Diego Valadés y Miguel Carbonell (coords.) El Estado constitucional contemporáneo. Culturas y sistemas jurídicos comparados (tomo II). México, IIJUNAM, 2006; p. 310. 7 Ídem, p. 324. 8 Cfr. GONZÁLEZ COSÍO, Arturo. Notas para un estudio del Estado mexicano: cuatro ensayos de sociología política. México, UNAM, 1972 ; p. 139. 6 5 escritas” de la Constitución federal. Sólo cuando la vía de la persuasión no resultaba ser suficiente para que un gobernador cumpliese la voluntad del presidente, se ponían en marcha desde la ciudad de México los instrumentos formalmente establecidos en la Constitución federal para domeñar a los gobernadores rebeldes y al congreso y poder judicial del estado bajo control del gobernador9. A partir del proyecto de Constitución de Venustiano Carranza, estos instrumentos formales se habían venido introduciendo progresivamente por iniciativa de los sucesivos presidentes de la República hasta llegar a situar al presidente en funciones en una posición de potencial amenaza política –e incluso militar- contra gobernadores rebeldes a las órdenes provenientes de la ciudad de México. Entre dichos instrumentos constitucionales y metaconstitucionales de persuasión y de coerción se cuentan los siguientes: 1) El mando indiscutido del ejército nacional en el Presidente de la República y la anulación de la potencia militar de los gobernadores. Las constituciones federales de 1824 y 1857 reconocen el derecho de los mexicanos a tener y portar armas de fuego y usarlas en defensa de la patria. Tal derecho individual permitía que en todo el país hubiese hombres armados. Pero la Constitución de 1917 y sus sucesivas reformas (art. 35 fracción IV CF) redujeron la posibilidad del levantamiento armado de ciudadanos en los estados bajo las órdenes de los gobernadores mediante la centralización del poder militar así como de la progresiva regulación constitucional y legal del derecho a tener y portar armas de fuego (art. 10 CF)10. 2) El presidente de la República como jefe nato del partido político hegemónico y el reconocimiento de tal potestad metaconstitucional por los aspirantes al cargo de gobernador del estado. La única forma para ser gobernador de un estado era mantener una relación política con el presidente, quien designaba la persona que sería candidato del partido oficial en las elecciones estatales, potestad que se llegó a conocer como el “dedazo”11. La lucha por acceder al poder se daba en esta etapa del proceso y ante el presidente de la República, pues las elecciones constitucionales eran un mero trámite, ya que quien era ungido por voluntad del presidente como candidato del partido oficial terminaba siendo invariablemente gobernador del estado. 3) La no reelección de los gobernadores y los incentivos que tal principio genera para proseguir la vida pública en el servicio federal. Una vez electo, y por gratitud, el gobernador del estado le debía fidelidad al presidente y jefe de su partido político que le aupó a tan privilegiado cargo; pero también operaba sobre ellos el resorte del miedo pues el presidente podía remover a un gobernador de su cargo (véase incisos 7 y 8). Pero el sistema no tenía que llegar a estos extremos sino en forma excepcional, ya que el principio 9 Cfr. CARPIZO, Jorge. El presidencialismo mexicano (décimo octava edición). México, Siglo XXI, 2004; p. 203. 10 Ídem, p. 126. 11 Ibidem, p. 197. 6 de no reelección de los gobernadores de los estados introdujo el incentivo en ellos de que, para proseguir su vida pública –al agotarse indefectiblemente la vida pública estatal por el mero transcurso del tiempo- debían mantener una buena relación con el presidente en turno pues éste podía integrarlos en el servicio público federal una vez concluido el encargo de gobernador del estado12. 4) La subordinación de los gobiernos de los estados a través del arreglo del “federalismo fiscal”. Los gobernadores, durante el ejercicio de su periodo constitucional, se subordinaban al presidente en turno para obtener recursos económicos para sus obras de gobierno. Ello en tanto que el gobierno federal concentraba las fuentes de ingreso fiscal de mayor rentabilidad del país, y las distribuía entre los estados en forma discrecional por voluntad del presidente13. 5) La facultad de investigación de la Suprema Corte de Justicia de la Nación sobre actos de los gobiernos de los estados. Si los instrumentos meramente persuasivos apuntados en los apartados anteriores no funcionaban, el presidente podía activar los instrumentos formales de coerción política sobre el gobernador de un estado. Éstos se distinguen por su intensidad creciente. Uno de tales instrumentos de coerción política era el que se desprendía de la potestad de investigación que la Constitución de 1917 delegara en la Suprema Corte de Justicia de la Nación con fundamento en su artículo 97. Este artículo establecía que, a petición formal del presidente, el máximo tribunal del país podía nombrar un juez federal “para que averigüe un hecho o hechos que constituyan una grave violación de una garantía individual”. Por supuesto este sistema formal de control se erigía bajo la premisa de la subordinación de la Suprema Corte de Justicia de la Nación a las órdenes del presidente de la República. Jorge Carpizo señala que la preponderancia del presidente estaba soportada por “la integración, en buena parte, de la suprema corte de justicia por elementos políticos que no se oponen a los asuntos en los cuales el presidente está interesado”14. 6) El amparo federal como medio para hacer prevalecer la voluntad del presidente sobre el derecho estatal de los gobernadores. El sistema presidencial nacional, consistente en el dominio de las cámaras y del poder judicial por el jefe del poder ejecutivo federal, se reproducía en los estados. Los gobernadores controlaban sus respectivos congresos y poderes judiciales15. Pero ello en el entendido de que las “reglas no escritas” del sistema ubicaban a los gobernadores como meros delegados Cfr. VALADÉS, “La función constitucional del control político”, op. cit., p. 324. Cfr. CARPIZO, El presidencialismo mexicano, op. cit., pp. 197-198. También José María SERNA DE LA GARZA, El sistema federal mexicano. Un análisis jurídico, op. cit., pp. 199 y ss. 14 Cfr. CARPIZO, El presidencialismo mexicano, op. cit., p. 25. 15 Cfr. VALADÉS, “La función constitucional del control político”, op. cit., p.p. 312-313. 12 13 7 territoriales del presidente. Sin embargo las “reglas escritas” de la Constitución federal establecían esferas separadas de poder político; y ello abría la puerta para que, formalmente, los gobernadores ejerciendo un liderazgo político autónomo pudiesen hacer uso de la “soberanía” de los estados y actuar sus competencias constitucionales –las “reglas escritas” de la Constitución federalen forma independiente de la política nacional trazada por el presidente de la República. Para evitar este extremo, el amparo del que sólo conocían los jueces federales –que eran funcionarios materialmente subordinados al presidente de la República- servía el propósito de ejercer el control constitucional de las leyes de los estados y de control de legalidad de las sentencias dictadas por los tribunales de los estados en asuntos que la Constitución federal reservaba a la competencia de éstos. 7) El juicio político contra los gobernadores de los estados. Un gobernador que incumpliera las órdenes del presidente, fuese por negligencia o por omisión deliberada, era removido de su cargo16. Formalmente la remoción del cargo tomaba forma con la “invitación” que el presidente hacía al gobernador del estado para integrarse al servicio público federal; una vez en conocimiento de su “aceptación”, el ritual exigía que el presidente expresara públicamente que tal o cual gobernador contaban con aptitudes excepcionales para el desempeño de un encargo de la República, que hacía necesario que éste prefiriese el servicio a la Nación al de la función pública estatal. Pero si el gobernador no cumplía voluntariamente con la “invitación”, el presidente podía activar el juicio político sobre el gobernador del estado a través de las cámaras del Congreso de la Unión, y eventualmente a través de la legislatura del estado –que, a pesar de ser parte de la nomenclatura autoritaria del gobernador, se plegaba a la voluntad presidencial pues de lo contrario corrían todos los miembros del congreso del estado el mismo destino político que le esperaba indefectiblemente al gobernador: el ostracismo y aún la cárcel. El fundamento constitucional para enderezar juicio político contra el gobernador de un estado era la violación a la Constitución y leyes federales, supuesto de hecho que incluía la rebeldía a obedecer una sentencia de amparo dictada por un juez federal, que, como hemos visto, servían al presidente a través de las sentencias de amparo para hacer cumplir la ley del presidente. 8) La desaparición de los poderes públicos estatales por el poder central. Si a pesar del juicio político, el gobernador de un estado y sus aliados locales en la legislatura (y el poder judicial) estatal no accedían a cumplir con la voluntad presidencial, esto es, si en el enfrentamiento entre el presidente y el gobernador se uniesen sin fisuras los poderes legislativo y judicial del estado para defender su “soberanía”, entonces el presidente podía activar la “desaparición de poderes” en el estado a través del Senado de la República, y 16 Cfr. RODRÍGUEZ, Victoria y; WARD, Peter. New Federalism and State Government in Mexico: Bringing the States Back In. Austin, Lyndon B. Johnson School of Public Affairs of the University of Texas, 1999; p. 65-66. 8 nombrar a un “gobernador provisional” con fundamento en el artículo 76 de la Constitución federal en su fracción V17. Concluido este excurso sobre las “reglas no escritas” y las “reglas escritas” del sistema político mexicano, volvamos únicamente al amparo como instrumento procesal al servicio del control del presidente sobre los gobernadores de los estados, que es el que en este trabajo más interesa destacar: Con el estudio sobre las causas de la invasión judicial federal sobre los estados resumido en forma muy apretada en páginas anteriores -estudio que el maestro Héctor Fix Zamudio amplió recientemente en una conferencia dictada en El Colegio Nacional-, en mi opinión Héctor Fix Zamudio ha propuesto la razón de la deformación formal del federalismo judicial mexicano a través del amparo18, mientras que Beatríz Magaloni ha sugerido las razones materiales que explican la deformación del federalismo judicial de nuestro país en el siglo XX. Considero que las posiciones de Héctor Fix-Zamudio y Beatríz Magaloni no son excluyentes sino complementarias. Beatríz Magaloni apunta: “En México el presidente como máximo líder del partido y como jefe del ejecutivo desempeñaba la función de director (del régimen autoritario), mientras que tanto los funcionarios públicos de menor jerarquía de la administración, así como los jueces, eran sus agentes; bajo este orden los tribunales federales sirvieron para monitorear y sancionar conductas, pero solamente si los ciudadanos impulsaban a los tribunales a actuar interponiendo un juicio de amparo. Varios controles institucionales fueron diseñados para asegurar que los tribunales actuaran como agentes del régimen y de su liderazgo central (…) El presidente disponía la integración de los miembros que componían la Suprema Corte de Justicia de la Nación designando a individuos que eran leales al régimen autoritario y que además tenían una predisposición ideológica afín a éste. El presidente también conservaba mecanismos informales muy fuertes para sancionar a los ministros que rehusaran interpretar las leyes de acuerdo a sus deseos, asegurándose con ello que la Suprema Corte cambiara su interpretación de la ley de acuerdo a la cambiante política pública de las sucesivas administraciones presidenciales. Estos controles garantizaban una Suprema Corte de Justicia extremadamente politizada y subordinada al presidente en lugar de un cuerpo aislado de la política. El régimen autoritario incluso delegaba a los ministros de la Suprema Corte la autoridad para disciplinar, promover y sancionar a los jueces de los tribunales federales de menor jerarquía. Esto significaba que los jueces federales que estuviesen interesados tanto 17 Cfr. Carpizo, El presidencialismo mexicano, op. cit. , p. 198. Cfr. DVD Mesa Redonda. El federalismo en México: problemas jurídicos y percepciones sociales; ciudad de México, El Colegio Nacional, 10 de junio de 2008. 18 9 en conservar sus trabajos como en ascender en la escalera jerárquica de la judicatura, estaban obligados a seguir rigurosamente la interpretación de las leyes emanada de la Corte –interpretación que era afín al liderazgo supremo del régimen autoritario. El sistema operaba de manera tal que imprimía en toda la judicatura federal un fuerte sesgo ideológico a favor del régimen. Finalmente, el juicio de amparo estaba diseñado para que el presidente y el liderazgo central del partido oficial pudiesen ejercer fuertes controles sobre los tribunales estatales. Los tribunales estatales se encontraban subordinados al gobernador, quien controlaba sus designaciones y sus ascensos. Sin embargo todas las resoluciones de todos los juicios del país –penales, civiles, mercantiles-, podían ser apelados en primer lugar ante los Tribunales Superiores de Justicia, en segundo lugar ante los tribunales federales y, finalmente, y como última instancia, ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Ello significaba que la Suprema Corte de Justicia de la Nación era el tribunal superior de apelación del país encargado de controlar y revisar la aplicación de las leyes de todos los jueces; y toda vez que la Corte era un agencia de la oficina del presidente, a través del proceso de apelación el presidente era capaz de establecer los criterios para la interpretación de las leyes en todo el país” 19. Como se puede observar de esta larga cita, Beatriz Magaloni sugiere que el amparo sucumbió a las necesidades del autoritarismo de la segunda mitad del siglo XX mexicano, pues deliberadamente este instrumento procesal se configuró para esta época tanto en la Constitución como en las leyes federales al modo de las necesidades del presidente y su nomenclatura autoritaria. Como hemos visto dicha autora sugiere que el amparo sirvió a los sucesivos presidentes para imponer su ley (a toda la sociedad y) sobre los gobernadores de los estados. En tanto que el presidente se encontraba en control tanto del poder constituyente permanente como del poder legislativo ordinario a través de un partido político hegemónico, el presidente estaba en posibilidad de reformar y adicionar la constitución y adecuar las leyes de amparo y orgánica del poder judicial de la federación a la conveniencia del sistema político autoritario; además podía imponer en el poder judicial de la federación a agentes de su confianza. Es así que se configuró un instrumento procesal que, interpretado por sus propios agentes, efectivamente le permitía a la nomenclatura autoritaria decidir, caso por caso, cuando se le otorgaba a un gobernado “la protección de la justicia federal” contra un acto de autoridad. Pero cabe señalar que el amparo se introdujo en la Constitución siendo congruente con la estructura federal del Estado mexicano; fue su interpretación legislativa a través de la ley de amparo y la judicial –según lo expuesto por el Cfr. MAGALONI, Beatríz. “Enforcing the Autocratic Political Order and the Role of the Courts: The Case of Mexico”; en Tom Ginsburg y Tamir Moustafa, Rule by Law. The Politics of Courts in Authoritarian Regimes, op. cit. ; p. 180 y ss. 19 10 maestro Héctor Fix Zamudio y, en mi opinión, también por la equivocada lectura del artículo 133 de la Constitución federal- lo que terminó por deformar dicha institución procesal con el propósito de centralizar todos los actos jurídicos de las autoridades de todo el país. Como es sabido el amparo en México procede contra actos de las autoridades legislativas, ejecutivas y judiciales de los estados. Al igual que lo que sucede en cualquier otro Estado federal -el norteamericano incluido- que necesariamente tiene que contar con un instrumento que haga prevalecer el derecho federal en caso de conflicto entre el derecho federal y el derecho de un estado, el amparo mexicano contra leyes empezó por ser un legítimo control de constitucionalidad sobre las leyes de los estados para garantizar la supremacía del derecho federal. Además, el amparo mexicano se le otorgó desde 1857 y hasta el día de hoy, la posibilidad de servir como instrumento para que un juez federal pudiese revisar actos de las autoridades legislativas, ejecutivas y judiciales de los estados al efecto de vigilar que éstas se ajustaran al elenco de derechos reconocidos en la Constitución federal de conformidad con lo que previene el artículo 1 de la Ley Fundamental de la nación. Todo lo dicho en el párrafo anterior no difiere mucho del federalismo norteamericano de nuestros días. Sin embargo hubo un giro en el federalismo mexicano que lo haría diferente al norteamericano -giro que lo deformaría para ajustarlo a las necesidades del sistema autoritario: en México los actos y resoluciones de las autoridades de los estados debían ajustarse a los derechos fundamentales reconocidos en la Constitución federal, siendo únicamente el juez federal el encargado de determinar cuando sí y cuando no las autoridades estatales cumplían con este mandamiento. Como candado de seguridad para hacer prevalecer los mandamientos del autoritarismo –que por definición es centralista- sobre los de la periferia, los jueces federales se otorgaron a sí mismos por interpretación del artículo 133 constitucional el monopolio del conocimiento de los casos que involucraran un derecho reconocido en la Constitución federal. Con ello el juez federal llegó a conocer de todos los actos de las autoridades de los estados sin necesidad de que el juez federal tuviese que ajustar su fallo al derecho estatal, es decir, la interpretación de los derechos de la Constitución federal habilitó a los jueces federales para sobreponerse al juicio de los legisladores y autoridades de los estados sobre el contenido mismo de los actos de autoridad, sobre la sustancia misma de la decisión política estatal. Los estados quedaron de esta manera reducidos a la impotencia puesto que los jueces federales podían (y pueden) conocer de asuntos reservados a los tres poderes de los estados, desde la autorización de una licencia de construcción hasta una licencia para expender bebidas alcohólicas, cuestiones claramente reservadas por la Constitución federal a los poderes de los estados. La simple operación jurídica descrita líneas arriba tuvo dos efectos: de una parte por esta vía todos los actos de autoridad de los estados se convirtieron en competencia del poder judicial federal pues prácticamente no existe acto de autoridad que no roce algún derecho consignado en la carta federal; de otra parte que el poder judicial federal se independizó del derecho estatal, es decir, que al ser competencia del juez federal la interpretación de un 11 derecho federal el juez federal ya no tuvo la obligación –como sí sucede en el federalismo norteamericano- de respetar el derecho estatal al emitir su fallo. Con ello se dejó de lado lo que la Constitución federal establece como inferencia necesaria en su artículo 124, de que las autoridades de los estados el juez estatal incluido- es la autoridad final de los asuntos de competencia estatal. Así pues la sugerencia de Magaloni de que el amparo sirvió a los sucesivos presidentes para imponer su ley (a toda la sociedad y) sobre los gobernadores de los estados, es consistente con la descripción presentada por Jorge Carpizo sobre la mezcla de instrumentos constitucionales y metaconstitucionales como nota característica del presidencialismo mexicano del siglo XX, que servían al propósito de centralizar las decisiones política del país en Palacio Nacional. El amparo sirvió a la lógica centralizadora del poder central eficazmente y aún con mayor facilidad, debido al giro que los jueces federales de nuestro país le otorgaron a la fórmula Otero –que pervive hasta nuestros días. Esta fórmula indica que las sentencias de amparo solo tienen efectos entre las partes, extremo del que no se distingue de lo que sucede en Norteamérica. Pero es que en México, a diferencia de los Estados Unidos20, los asuntos solo son conocidos por las partes en el juicio, es decir, la actividad jurisdiccional desplegada de principio a fin en todo tipo de procesos sólo son públicos para las partes que participan en el litigio constitucional pues se oculta a los demás miembros de la República el contenido de las sentencias y la argumentación jurídica que los jueces han elaborado para llegar a su resolución final. En este contexto se puede entender los efectos que la opacidad de las sentencias tuvo en el pasado (y sigue teniendo en el presente). El primer efecto es que la opacidad sirvió para que ningún ciudadano estuviese seguro de sus derechos constitucionales, pues la interpretación de la Constitución y de las leyes quedaba oculta en la fórmula Otero, de tal manera que la interpretación judicial solo la conocían quienes habían sido partes en un juicio. El segundo efecto es que bajo un velo de opacidad, los jueces federales podían elaborar precedentes según las necesidades de la nomenclatura autoritaria, incluso formar precedentes diferentes para aplicar en casos exactamente iguales. En tercer lugar la fórmula Otero permitía a los jueces federales violar sistemáticamente el derecho de igualdad ante la ley de los gobernados establecido como derecho constitucional pues podían aplicar un precedente u otro, o no invocar ninguno en apoyo de su sentencia. Por último los gobernados no tenían forma alguna de exigir responsabilidad política o jurídica a los jueces por el ejercicio arbitrario de la función jurisdiccional, pues la prueba potencial de ello –la motivación y fundamentación de la sentencia, y la argumentación jurídica de la misma- quedaba oculta a los ojos de los gobernados bajo la fórmula Otero. El jurista Leonel Castillo González, con amplia experiencia judicial, siendo presidente del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación advertía sobre la violación del derecho de igualdad ante la ley establecido en el Cfr. POPKIN, Margaret. “La difusión de las sentencias en Estados Unidos”; en José Antonio CABALLERO, Carlos GREGORIO, Margaret POMKIN, y Ernesto VILLANUEVA (coords.) El acceso a la información judicial en México. Una visión comparada. México, IIJUNAM, 2005; pp. 137 y ss. 20 12 artículo 1 de la Constitución, por la forma en que el amparo está concebido para generar efectos entre las partes –pero sin que éstos sean públicos, único medio posible para sentar precedentes directivos para el propio tribunal que emite sentencia así como para los de menor jerarquía. “En la práctica jurisdiccional se tiene la experiencia de algunos casos, en los cuales los promoventes piden a los tribunales, aunque con poca claridad y sin expresar razones, fundamentos o argumentos, que su conflicto sea decidido en iguales términos en los que se pronunció n otra resolución, pues, en su concepto, ante las mismas circunstancias, la justicia debe resolver de igual manera. Esos planteamientos se han desestimado de modo simple, acorde a su planteamiento; por ejemplo, en el amparo, al citarse el principio de relatividad de las sentencias, esto es, lo dispuesto o los efectos generados por una sentencia de amparo únicamente puede vincular a las partes, o al responderse que lo resuelto en otro asunto no le puede generar perjuicio al actor o inconforme, y que las cuestiones sobre las cuales puede pronunciarse el juzgador son aquellas que forman parte del litigio concreto, como pretensión o causa petendi, pues sólo éstas le pueden generar un perjuicio y no otras, pero sin entrar al análisis de la petición a través de la óptica del principio constitucional de igualdad. Esas respuestas, además de dejar cierta sospecha de iniquidad para el justiciable ante los ojos del pueblo en general, y por tanto, una sensación de injusticia, en un momento dado, podían calificarse jurídicamente como incorrectas, si se llega a leer en la Constitución una vertiente del principio de igualdad, con el peso suficiente para estimar el precedente dictado por un juez, como vinculante incluso en sus detalles de individualización, para resolver en forma similar los casos con elementos identificables, salvo cuando concurran razones fundadas para dejar de hacerlo” 21. La arbitrariedad e impunidad con la que se podían (y pueden) conducir los jueces federales permitía castigar a los enemigos del régimen, o premiar a quienes se plegaran a su lógica. La posibilidad de no tener que aplicar las leyes en forma igual a los ciudadanos permitía otorgar privilegios especiales discrecionalmente a las clientelas del régimen y del presidente en turno, especialmente en cuestiones fiscales (discrecionalidad que el presidente y su secretario de hacienda conservan hasta nuestros días), pues el presidente controlaba tanto al poder judicial federal como al ministerio público encargado del ejercicio de la acción penal. Ahora bien, el sistema político autoritario que hemos descrito en este apartado ha dejado de existir, pero su estructura constitucional y legal sigue Cfr. CASTILLO GONZÁLEZ, Leonel. “El principio de igualdad en la aplicación del derecho. Tema pendiente en la jurisdicción mexicana”; en Diego Valadés y Miguel Carbonell (coords.) El Estado constitucional contemporáneo. Culturas y sistemas jurídicos comparados (tomo II). México, IIJUNAM, 2006; p. 470. 21 13 vigente. Al respecto cabe decir que la fórmula de centralización judicial del autoritarismo a través del amparo para filtrar en la red autoritaria desde la ciudad de México prácticamente todos los asuntos de los estados, tuvo un efecto colateral no deseado por la ingeniería constitucional del autoritarismo: el colapso del poder judicial federal por la carga de trabajo tanto de los asuntos propios de su esfera de competencias22 como de aquellos que, en un auténtico federalismo, corresponden a los poderes judiciales de los estados. En parte por la invasión de competencias de los tribunales federales sobre los tribunales estatales (revisión de sentencias de los tribunales locales), por el control de los actos administrativos de los estados, así como de la invasión de competencias del poder judicial federal vis a vis los poderes legislativos de los estados (constitucionalidad de leyes locales) –que por añadidura no tienen efectos generales-, hemos llegado a la absurda situación de que los abogados al defender a sus clientes acuden a los tribunales estatales para cumplir con el requisito de agotar las instancias ordinarias para poder interponer el amparo ante un juez federal23. Los jueces estatales, conscientes de una parte de su irrelevancia en la resolución definitiva del caso y de la otra de que su resolución por arbitraria que sea no les depara ningún tipo de responsabilidad, emiten sus resoluciones sin el empeño debido a la función jurisdiccional que despliegan pues asumen que sus resoluciones serán 22 Ana Laura MAGALONI describe el efecto de la sobrecarga de trabajo de los jueces de distrito del poder judicial federal en los siguientes términos: “La carga de trabajo anual promedio por juez se ha comportado en la mayor parte del tiempo con una tendencia creciente. Desde los 40´s hasta los 60´s la carga de trabajo anual osciló en un rango de 500 a 1000 asuntos por año. De los 60´s a los 80´s el rango fue de entre 1000 y 1300. Sin embargo en la década de los 80´s la carga de trabajo empieza a aumentar en forma sistemática. Para 1989 un juez resolvía 30% más asuntos que aquellos que resolvía en 1980. Lo más interesante en términos generales es que la carga de trabajo anual se comporta con una tendencia inversa a la tasa de rezago. Uno esperaría que fuera lo contrario” –la autora explica tal comportamiento anormal líneas adelante indicando que ello se debe a que los jueces optaron por el rápido recurso de sobreseer los asuntos antes que por resolver sobre el fondo de los mismos-. “Las altas tasas de sobreseimiento, aunadas a los incentivos que se han generado al interior del Poder Judicial Federal para abatir el rezago debilitan la función pública que les toca desempeñar a los tribunales en el sistema de división de poderes. Mientras que la política de abatimiento de rezago judicial no se complemente con criterios de evaluación de jueces, enfocados a medir la calidad de la justicia y los efectos de las sentencias, el papel de los tribunales federales en la construcción de un Estado de derecho estará seriamente limitado. Bajo la premisa de que una sentencia de sobreseimiento simplemente no pacifica los conflictos entre los ciudadanos y sus autoridades, cabe concluir que, actualmente, en 2 de cada 3 demandas de amparo los jueces federales optan por decidir una controversia constitucional sin resolverla. Todo ello genera importantes costos sociales para el país (…) El alto porcentaje de juicios de amparo sobreseídos por los jueces de Distrito, indica que un número importante de conflictos entre los ciudadanos y sus autoridades permanece latente y sin solución. Una sentencia de sobreseimiento decide un caso pero no lo resuelve, ya que deja sin respuesta, tanto a las partes en conflicto como a los potenciales litigantes, la pregunta de fondo: ¿es o no constitucional el acto reclamado? Mientras no exista una respuesta a esta interrogante es muy probable que se sigan presentando, una y otra vez, conflictos similares a aquellos que plantean las demandas sobreseídas, ya que ni los ciudadanos ni las autoridades sabrán con certeza cuáles son los límites que la Constitución y las leyes establecen al ejercicio del poder”. Cfr. “Decidir sin resolver. Las políticas al interior del Poder Judicial Federal y sus efectos en la impartición de justicia”; en Cauces. Expresión de los estudiantes de la facultad de Derecho de la UNAM, año I, no. 3, 2002; pp. 13. 23 Cfr. CARMONA TINOCO, Jorge Ulises. Causas y consecuencias del centralismo judicial en México (tesina inédita). México, División de Estudios Posgrado de la UNAM, 1996; pp. 13 y ss. 14 “corregidas” por los jueces federales. A su vez, los jueces federales, que por ésta y otras vías año con año acumulan más y más trabajo pero que no obstante ello tienen que cubrir cuotas de desahogo de los juicios que ingresan –por exigencia del Consejo de la Judicatura del Poder Judicial de la Federación- acuden al expediente del sobreseimiento para cumplir con su cuota de expedientes resueltos24. El que se ha descrito es el amparo hecho a modo que conservamos vigente. La Suprema Corte de Justicia de la Nación tiene plena conciencia del problema que el centralismo judicial ha provocado, y por ello ha impulsado una serie de eventos académicos que deliberadamente han buscado concienciar de ello tanto al foro como a los decisores políticos. Entre los esfuerzos de la Corte en este sentido se puede citar el ejercicio intelectual que a partir del año 1999 se realizó para elaborar un proyecto de nueva ley de amparo25, que aún se encuentra en discusión en las cámaras del Congreso de la Unión; la Consulta Nacional para una Reforma Integral y Coherente sobre el Sistema de la Impartición de Justicia del Estado Mexicano impulsada en el año de 2003, y que tuvo como producto un Libro Blanco que sistematizó las propuestas vertidas26; y el Primer Seminario Internacional sobre Federalismo Judicial cuyo objeto fue el estudio en perspectiva comparada de la protección de los derechos fundamentales en Estados federales. Estos esfuerzos y otros más provocaron que el tema de la reforma judicial fuese incluido en la Ley para la Reforma del Estado aprobada por las cámaras del Congreso de la Unión y publicada en el Diario Oficial de la Federación el día 13 de abril de 2007. La academia disparó el aludido movimiento crítico y de propuestas sobre el amparo y la centralización judicial, destacándose los esfuerzos del IIJUNAM que se reflejaron en la obra Diagnóstico sobre la administración de justicia en las entidades federativas27 y Justicia constitucional en cuatro ordenamientos de México: Veracruz, Coahuila, Tlaxcala y Chiapas28, y en el impulso de la organización anual de Congreso Nacional de Derecho Constitucional Estatal, cuya novena edición celebramos en el Estado de México. Pero la tarea académica aún está lejos de concluir dada la fuerte inercia que persiste en la enseñanza acrítica del derecho de amparo. Salvo con puntuales excepciones29, se ha construido en derredor de éste una narrativa que vanagloria la institución del amparo mexicano de nuestros días como una institución ejemplar para Cfr. MAGALONI, Ana Laura. “Decidir sin resolver. Las políticas al interior del Poder Judicial Federal y sus efectos en la impartición de justicia”; en Cauces. Expresión de los estudiantes de la facultad de Derecho de la UNAM, año I, no. 3, 2002; pp. 13. 25 Cfr. ZALDÍVAR LELO DE LARREA, Arturo. Hacia una nueva ley de amparo. México, IIJUNAM, 2002. 26 Cfr. www.scjn.org.mx Libro Blanco sobre la reforma judicial. México, SCJN, 2007; Véase nota a pie de página no. 62 en este mismo trabajo. 27 Cfr. CABALLERO, José Antonio y CONCHA CANTÚ, Hugo. Diagnóstico sobre la administración de justicia en las entidades federativas ( 1ª. reimpr.) México, IIJUNAM, 2001. 28 Cfr. ASTUDILLO REYES, César. Justicia constitucional en cuatro ordenamientos de México: Veracruz, Coahuila, Tlaxcala y Chiapas. México, IIJUNAM, 2004. 29 Cfr. MARTÍNEZ BÁEZ, Antonio. “El indebido monopolio del Poder Judicial de la federación para conocer de la constitucional de las leyes”; en Revista de la Escuela Nacional de Jurisprudencia, tomo IV, no. 15, 1942; pp. 43 y ss. 24 15 América Latina y para el mundo30. Y es esta narrativa del amparo que aún se enseña en las aulas de las facultades de derecho del país –y que es parte de lo que Cossío Díaz oportunamente calificó como la “dogmática constitucional” del autoritarismo. Ésta tiene que ser sustituida como primer paso para poder transitar a un amparo que, auténticamente, proteja los derechos de los gobernados, pero sin menoscabo de la soberanía de los estados –tarea a la que se propone contribuir este IX Congreso Nacional de Derecho Constitucional Estatal. En este contexto, a la crítica de dicha narrativa dedicamos el siguiente apartado, proponiendo un modelo teórico para entender la función de los derechos fundamentales de las constituciones estatales, y reservando para el tercer apartado la forma en que deben interpretarse los derechos de las constituciones estatales por los jueces constitucionales de los estados. 2. La función de los constituciones estatales federalismo. derechos fundamentales de las en el marco de un auténtico 2.1. La dogmática constitucional del autoritarismo. En la opinión de muy autorizados constitucionalistas la doctrina mexicana sobre la Constitución como norma suprema requiere ser reelaborada, ya que buena parte de ella se había deformado durante el siglo XX para adaptarse al autoritarismo en que vivió la nación durante la mayor parte de dicho periodo31. En mi opinión uno de los reflejos de la aludida deformación doctrinal tiene que ver con la forma de entender el federalismo, y concretamente la consideración bastante extendida en México, coherente con el amparo como instrumento del autoritarismo, de que no es necesario que las constituciones estatales tengan un catálogo propio de derechos; que le bastan a los ciudadanos de los estados los derechos fundamentales de la Constitución federal y la protección que de dicho elenco de derechos hacen los jueces federales a través del juicio de amparo. Esta es la posición doctrinal dominante en México con la que difiero profundamente en este trabajo, señalando las razones de mi diferencia con la citada doctrina basados en la teoría política del federalismo que subyace e imprime sentido a la Constitución de 1917 y a las constituciones estatales mexicanas. Entre otros importantes aspectos tal corriente de pensamiento deja completamente de lado la importancia que tiene la intermediación del legislador estatal para regular los derechos fundamentales en el marco de una democracia constitucional; no se hace cargo del proceso político de los estados por medio del cual los derechos toman forma, y tampoco del proceso judicial que establece incluso una jerarquía entre los derechos fundamentales cuando éstos colisionan entre sí, o cuando deben ser 30 Cfr. BURGOA ORIHUELA, Ignacio. El juicio de amparo, capítulo segundo (42 ed.). México, Porrúa, 2008. 31 Entre otros puede consultarse a COSSÍO DÍAZ, José Ramón. Dogmática constitucional y régimen autoritario (2ª. Ed.). México, Fontamara, 2000; pp 31-52. También HERZOG MÁRQUEZ, Jesús. “El constitucionalismo oficial”; en Propuesta, no. 4, febrero de 1997; pp. 81 y ss.; MAGALONI, “Enforcing the Autocratic Political Order and the Role of Courts: The Case of Mexico”, op. cit., p. 190. 16 modulados en razón de que penetran conceptos jurídicos indeterminados reconocidos constitucionalmente, tales como la moral y el orden públicos. A dicho estado de cosas de la doctrina se suma la falta de voluntad política de los estados de asumir su soberanía a plenitud integrando su propio catálogo de derechos en sus constituciones, a pesar de que ello es además una obligación internacional derivada de la “cláusula federal” de la Convención Americana sobre Derechos Humanos. En el mejor de los casos –habiendo asumido inconscientemente la dogmática constitucional del autoritarismo- la omisión de un catálogo estatal de derechos fundamentales puede ser reflejo de la ignorancia de la teoría federal que subyace y da sentido a la Constitución de 1917 y a las constituciones estatales. Pero en el peor de los casos es una omisión deliberada de quienes gobiernan los estados que no quieren verse sujetos a controles exógenos al ejercer el poder político. Reconocer derechos fundamentales en una constitución estatal implica poner límites a las autoridades de los estados –y, con notables excepciones-, no parece haber disposición para ello por los grupos locales de poder32. La falta de reconocimiento de derechos en la constitución estatal así como de las formas de hacerlos valer por medio de procesos políticos y por procesos judiciales de ámbito local, no deja de tener importantes consecuencias prácticas. Autores muy solventes han señalado ya que mientras que en el plano federal la tendencia democratizadora prosigue –así sea a veces con dolorosa lentitud- en algunos estados el autoritarismo presidencialista sigue en pie y más aún, en ciertos estados se ha reforzado pues el gobernador ya no tiene ante sí el control externo que representaba en la segunda mitad del siglo XX el presidente de la República33. Este segundo apartado del trabajo que presento pretende señalar la inconsistencia de dicho entendimiento doctrinal y presentar a renglón seguido las razones por las cuales de acuerdo a la Constitución federal mexicana de 1917 y a la teoría del federalismo que le dota de sentido, las constituciones de los estados deben contener su propio catálogo de derechos. Para tal propósito en primer término hago un breve repaso del federalismo judicial estadounidense que en su formulación original sirvió de modelo al constituyente mexicano. Posteriormente me doy a la tarea de analizar la noción de los derechos fundamentales, y en este contexto presento una clasificación de los mismos que sirve para el desarrollo de la argumentación de los siguientes apartados. En tercer lugar analizo la institución de la “reserva de ley” o “autoridad formal de la ley” en el Estado federal, que determina que los derechos fundamentales pueden verse afectados por el 32 Jorge Ulises CARMONA TINOCO ha elaborado la primera relación de los derechos fundamentales contenidos en las constituciones estatales mexicanas de principios de siglo en su trabajo “La incorporación de los derechos en las constituciones locales mexicanas”; en Ricardo Méndez Silva (coord.) Memoria del Congreso Internacional de Culturas y Sistemas Jurídicos Comparados. México, IIJUNAM, 2004; pp. 357-361. 33 Cfr. VALADÉS, Diego. El control del poder (2ª. ed.). México, UNAM-Porrúa, 2000; pp. 414415. También, DRESSER, Denise. “México: del predominio del PRI a una democracia dividida”; en Jorge Domínguez y Michael Shifter (eds.) Construcción de gobernabilidad democrática en América Latina. Bogotá, FCE, 2005; pp. 372-380. 17 poder legislativo nacional o de los estados. El cuarto y último subapartado destaca la caracterización de los derechos fundamentales como normas de principios. A partir de esta observación se plantea la idoneidad del proceso político para moldear legislativamente los derechos fundamentales y, especialmente, el proceso político de los estados en el marco de la Constitución federal de México. 2.2. Derecho comparado. La evolución de la protección política y jurisdiccional de los derechos de las constituciones estatales en el federalismo estadounidense. En el siglo XVIII entre los años 1776 y 1787, al nacer en Norteamérica el concepto de derecho individual como concepto jurídico en las constituciones de los estados recién emancipados, se pensaba que el mayor peligro contra el ejercicio de dichos derechos provenía del poder público y especialmente del poder ejecutivo. Ello porque en la mente de los constituyentes los “gobernadores reales” enviados por la Corona inglesa a las colonias encarnaban la tiranía misma34. Por tal motivo en el diseño institucional de las primeras constituciones deliberadamente al ejecutivo se le configuró débil, dependiente incluso para su nombramiento y permanencia en el cargo a lo que dispusiera el legislativo. Por contraste estas primeras constituciones otorgaron un enorme poder al órgano legislativo entre cuyas potestades como ya se dijo se encontraba la de designar al gobernador pero también a los jueces del poder judicial. El diseño institucional reposaba en la creencia de que los representantes del pueblo serían menos propensos a abusar del poder. Pero su premisa sobre la consistencia republicana de los legisladores fue errónea, y muy pronto en el citado periodo histórico inicial del constitucionalismo se dejaron sentir violaciones flagrantes del poder legislativo sobre los derechos de los gobernados establecidos en las constituciones estatales. Cabe destacar que en los albores de la democracia constitucional todavía no se concebía la judicial review como protección jurisdiccional frente al poder legislativo. En esta etapa inicial del constitucionalismo moderno la protección de los derechos de las constituciones de los estados se confiaba a órgano y proceso político. Influidos por los arreglos democráticos de Grecia y Roma, los constituyentes norteamericanos concebían que la fidelidad de los legisladores a la constitución estatal se habría de garantizar a través de elecciones frecuentes. Es así que las constituciones estatales fijaban elecciones anuales para conformar el poder legislativo; bajo este esquema entendían que las autoridades para buscar su reelección serían leales a la constitución y a la voluntad de los gobernados, pues de lo contrario serían separados de sus cargos por el voto del pueblo35. 34 Cfr. TARR, Alan G. Understanding State Constitutions. Princeton, Princeton University Press, 1998; pp. 67-69. Hay traducción al español a cargo de Daniel A. Barceló Rojas, Entendiendo las constituciones estatales. México, IIJUNAM, 2008. 35 Ídem, pp. 71-73. 18 Pero como este control de constitucionalidad de las leyes por órgano y proceso político no fue suficiente para contener los abusos del poder legislativo se ideó uno más, que también se adaptó del pensamiento político de la Roma republicana: el veto36. Este consistía en que el gobernador se opondría a una ley votada por el congreso si consideraba que violaba la constitución. Lógicamente para que este nuevo instrumento de control funcionara fue absolutamente necesario atribuir mayor poder al ejecutivo del que tenía en las constituciones originales, y simultáneamente sustraer algunos poderes de la esfera de competencias del poder legislativo, especialmente los que le situaban en una posición preeminente sobre el poder ejecutivo como la potestad del congreso de nombrar al gobernador y destituirle cuando lo considerase oportuno. La constitución de Nueva York fue la primera en establecer la elección directa del gobernador por el pueblo y determinar que el gobernador no podía ser destituido por el congreso, salvo en casos de violación grave a la constitución. Por ello los constitucionalistas estadounidenses sostienen que es justamente esta necesidad de controlar al legislativo una de las razones más importantes que explican el origen del sistema presidencial37. Al veto como control constitucional sobre el legislativo se añadiría la decisión de dividir el poder legislativo en dos cámaras para que se controlasen mutuamente38. Pero poco a poco se empieza a formar en los estados la idea de que la protección de los derechos debía contar también con un instrumento de protección jurisdiccional, y es así como en forma intermitente y por interpretación judicial que en este periodo del que venimos hablando (17761787) va a ver la luz -antes de celebrarse la Convención de Filadelfia- la judicial review en diferentes estados39. Este medio de control jurisdiccional vendría a sumarse, no a sustituir, a los dos por proceso político, es decir, las elecciones y el veto continuarían operando igualmente como medios de control constitucional al mismo tiempo que la judicial review. Como bien apunta Edward Corwin el derecho constitucional haría enormes progresos en el periodo comprendido entre la promulgación de las primeras constituciones estatales y la Convención de Filadelfia40. De hecho los derechos de la constitución federal se van a tomar de una relación de los catálogos de derechos existentes en las constituciones de los estados que tuvo en sus manos James Madison41. Sin embargo en la convención de Filadelfia el asunto sobre la protección jurisdiccional de los derechos por el poder judicial 36 Cfr. FISHER, Louis. Constitutional Conflicts Between Congress and the President (4ª. Ed.) Lawrence, University Press of Kansas, 1997; p. 119-124. 37 Cr. THACH, Charles. The Creation of the Presidency 1775-1789: A Study in Constitutional History (reimpr. de la edición de 1922). Baltimore, John Hopkins University Press, 1964; pp. 28 y ss. 38 Cfr. TARR, Understanding State Constitutions, op. cit., pp. 82-86. 39 Cfr. SCOTT, Austin. “Holmes vs. Walton: The New Jersey Precedent: A Chapter in the History of Judicial Power and Unconstitutional Legislation”; en American Historical Review, vol. 4, no. 3, 1899. También, NELSON, William E. “The Eighteen Century Background of John Marshall´s Constitutional Jurisprudente”; en Michigan Law Review, vol., 76, 1978. 40 Cfr. CORWIN, Edward. “The Progress of Constitutional Theory Between the Declaration of Independence and the Meeting of the Philadelphia Convention”; en American Historical Review, vol. XXX, 1925; pp. 521 y ss. 41 Cfr. LUTZ, Donald. “The State Constitutional Pedigree of the U.S. Bill of Rights”; en Publius. The Journal of Federalism, vol. 22, no. 2, 1992; pp. 20 y ss. 19 federal no estaba del todo claro. Es más, ni siquiera estaba claro en la mente de los constituyentes la función que desempeñarían los derechos fundamentales de la constitución federal. Algunos consideraban que era innecesario establecer un catálogo federal de derechos pues entendían que los límites establecidos por los poderes enumerados al gobierno nacional serían suficientes, y fue así que los derechos individuales no se contemplaron en la Constitución aprobada en Filadelfia. Sin embargo para otro grupo de constituyentes (los antifederalistas), un catálogo de derechos en la constitución federal era necesario, y amenazaron con sabotear la ratificación popular de la Constitución federal si no se atendía su entendimiento sobre los derechos fundamentales. Por ello se convino por los dos bandos en que se encontraba dividido el constituyente de Filadelfia –los federalistas y los antifederalistas- que el catálogo de derechos de la carta federal sería integrado por el primer congreso ordinario, y es así que efectivamente hasta 1791 se establecería la declaración de derechos de la Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica42. Punto importante a destacar también es que como la judicial review empezaba su andadura en los estados, no se confiaba todavía en esta incipiente y revolucionaria institución a pesar de la persuasiva descripción que de ella hace Alexander Hamilton en el ensayo 78 de El federalista43. Por lo tanto no se dispuso en cláusula alguna de la constitución federal la potestad de los tribunales federales de anular leyes del congreso de la Unión por la violación de derechos de los gobernados o por fractura de principio de la división de poderes44. Es así que unánimemente los constitucionalistas estadounidenses señalan que el entendimiento original del federalismo de su país fue que el gobierno federal gozaría de ciertas competencias, enumeradas en una lista, y que el catálogo de derechos de la Constitución federal les protegería contra el abuso de tales potestades enumeradas. De otra parte los gobernados estarían protegidos contra los poderes del gobierno estatal por los derechos escritos en las constituciones estatales, no en la federal. Dicho en otras palabras, se concibió que los derechos de la Constitución federal protegerían a los gobernados por actos de las autoridades federales, mientras que los derechos de las constituciones estatales protegerían a los gobernados contra actos de las autoridades estatales. Es esta la época del llamado federalismo dual45. Bajo este esquema de protección jurisdiccional de los derechos, la violación de derechos entre particulares quedaba en la esfera de competencias reservadas de cada uno de los estados, salvo los casos establecidos en la 42 Cfr. STORING, Herbert J. What The Anti-Federalist Were For. The Political Thought of the Opponents of the Constitution (reimpr.). Chicago, Chicago University Press, 1992; pp. 64-70. 43 Cfr. HAMILTON, Alexander; JAY, John y; MADISON, James. El federalista (traducción de Gustavo R. Velasco; 5ª. Reimpr.). México, FCE, 1994; p. 330-336. 44 Cfr. THAYER, James Bradley. “The Origin and Scope of the American Doctrine of Constitutional Law”; en Harvard Law Review, vol. 7 1883; pp. 129-138. 45 Cfr. YARBROUGH, Jean. “Federalism and Rights in the American Founding”; en Ellis Katz y G. Allan Tarr (ed.) Federalism and Rights. Rowman & Littlefield Publishers, 1996; pp. 57-72. 20 propia Constitución federal concernientes a individuos de diferentes estados, entendimiento que continúa vigente hasta el día de hoy46. El entendimiento del federalismo judicial de la época de los Padres Fundadores habría de transformarse siete décadas después con motivo de la Guerra Civil. Al obtener la victoria el bando de la Unión, con el problema de la esclavitud en mente, introdujo tres enmiendas a la Constitución federal (13, 14 y 15) para que ciertos derechos en ella reconocidos, notablemente la libertad y la igualdad ante la ley, fuesen igualmente vinculantes para las autoridades de los estados. Pero apenas concluida la Guerra Civil, tras el asesinato del Presidente Abraham Lincoln, su sucesor en el cargo –con el acuerdo implícito del Congreso- decidió como medida para pacificar el país, no hacer valer dichas enmiendas constitucionales frente a los gobiernos del sur. De esta manera la gran transformación del federalismo judicial anunciada por las llamadas “enmiendas de la Guerra” permaneció latente por varias décadas más47. Fue durante la época del New Deal que la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos inició la tarea en el siglo XX de imponer a las autoridades de los estados los derechos establecidos en la Constitución de Filadelfia. Esta es lo que se puede tener como la segunda etapa histórica del federalismo judicial estadounidense. La enmienda que sirvió de fundamento a esta revolución judicial fue la enmienda decimocuarta. Sin embargo la decimocuarta enmienda no señalaba qué derechos de la constitución federal serían aplicables frente a las autoridades de los estados. Ello condujo a la elaboración por la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos de la incorporation doctrine, por medio de la cual la Corte selectivamente fue incorporando uno a uno los derechos de la carta federal como derechos oponibles frente a las autoridades de los estados y eventualmente en las relaciones entre particulares que era un ámbito eminentemente local48. La Corte Warren (1953-1969) como heredera directa del New Deal se caracterizó por estar compuesta por una mayoría progresista que amplió por interpretación judicial la protección de los derechos en los estados con fundamento en la Constitución federal. Tal activismo judicial de la Corte Warren trajo consigo el efecto inesperado de anular en los hechos –que no de derecholos derechos de las constituciones estatales. Ello porque los litigantes optaron por fundar sus demandas en la carta e interpretación federal de los derechos para apoyar sus pretensiones, pues en la época de la Corte Warren los derechos de la Constitución federal eran interpretados de forma más generosa en cuanto al margen de protección que los que proveían los poderes judiciales de los estados con fundamento en derechos homólogos reconocidos en las constituciones estatales49. 46 Cfr. TARR, Understanding State Constitutions, op. cit., pp. 11-13. Cfr. FONER, Eric. The Story of American Freedom. New York, W.W. Norton, 1999; pp. 95113. 48 Cfr. HENKIN, Louis; NEUMAN, Gerald L.; ORENTLICHTER, Diane F. y; LEEBRON, David W. Human Rights; New York, Foundation Press, 1999; pp. 120-250. 49 Cfr. HORWITZ, Morton J. The Warren Court and the Pursuit of Justice. New York, Hill & Wang, 1998; pp. 15-51. 47 21 Al tiempo la Corte Warren sería sucedida por la Corte Burger, que se habría de caracterizar por su carácter conservador. Éste se dejó sentir en la retracción del margen de protección de los derechos de la Constitución federal sobre las autoridades estatales, y también en las violaciones de derechos fundamentales en las relaciones entre particulares que había venido otorgando la Corte Warren. Ante esta nueva situación uno de los miembros progresistas que en la Corte Burger votaba con la minoría, William J. Brennan, se dio a la tarea de revivir el federalismo judicial y la protección de los derechos con fundamento en derecho estatal para superar la cota de protección que la Corte Burger otorgaba a los derechos de la Constitución federal. Fue con ocasión de un evento académico en la Universidad de Harvard que el Ministro en funciones William J. Brennan exhorta a los estudiantes, a los litigantes y a los jueces estatales a recurrir nuevamente a sus constituciones estatales para buscar mayor protección que la que proveía la Constitución federal y la protección que de ésta hacía la conservadora Corte Burger50 . El exhorto de William J. Brennan efectivamente disparó un movimiento en la dirección por él sugerida, y es así que en la década de los setentas se va a configurar en los Estados Unidos lo que se ha llamado el “nuevo federalismo judicial”, entendimiento que continúa hasta el día de hoy. Esta es la tercera etapa histórica del federalismo judicial estadounidense. Consiste en que la interpretación por los tribunales federales de los derechos de la Constitución federal establece un mínimo o piso para todo el país. Al conocer de casos concernientes a su jurisdicción de derecho civil o penal u otro de la competencia de los estados, los derechos homólogos de las constituciones estatales no pueden ser interpretados por los poderes judiciales de los estados por debajo del piso federal, pero sí en cambio están en posibilidad de conceder una protección más generosa. Por lo que respecta a derechos reconocidos en las constituciones estatales sin homólogo federal, los tribunales estatales están en plena libertad de interpretarlos sin interferencia de los tribunales federales51. Pero a este entendimiento no se ha llegado sin superar importantes dificultades prácticas y concretamente la que impone la interpretación de la decimocuarta enmienda de la Constitución de los Estados Unidos interpretada conjuntamente con la cláusula de supremacía, que a continuación explicamos. Una regla que ha permanecido constante en el federalismo judicial norteamericano en sus tres etapas históricas, ha sido la cláusula de supremacía contenida en el artículo VI de la Constitución de los Estados Unidos. Ella dispone: ”Esta Constitución, y las leyes de los Estados Unidos que se expidan con arreglo a ella, y todos los tratados celebrados o que se celebren bajo la autoridad de los Estados Unidos, serán la suprema ley del país y los jueces de cada Estado estarán obligados a observarlos, a pesar de cualquier Cfr. BRENNAN, William. J. “State Constitutions and the Protection of Individual Rights”; en Harvard Law Review, vol. 90, 1977; pp. del mismo autor “The Bill of Rights and the States: The Revival of State Constitutions as Guardians of Individual Rights”; en New York University Law Review, vol. 61, 1986. 51 Cfr. TARR, Understanding State Constitutions, op. cit., pp. 161-170. 50 22 cosa en contrario que se encuentre en la Constitución o las leyes de cualquier Estado”. El origen de la cláusula de supremacía en la Convención de Filadelfia fue asegurar que ningún juez estatal preferiría su respectivo derecho estatal al derecho federal, pues tal extremo inevitablemente llevaría a la irrelevancia del derecho federal y a la fractura de la unión federal52. Ahora bien, debe observarse que por efecto de la citada cláusula de supremacía del derecho federal, actualmente en el sistema judicial norteamericano todos los jueces del orden estatal colaboran en la aplicación del derecho federal, pero no en su interpretación –no al menos en forma definitiva53. Un juez estatal al aplicar derecho federal está obligado a aplicar el precedente que sobre dicho caso sea aplicable y haya sido elaborado con anterioridad por los tribunales federales y especialmente los de la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos; en los contados casos de que no exista precedente, el juez estatal hará la interpretación del derecho federal –se verá obligado a hacerlo- pero en el entendido que dicha interpretación puede ser impugnada por el individuo cuyo derecho ha sido afectado para que sea un tribunal federal el que interprete el derecho federal en forma definitiva. De esta manera un conflicto sobre un derecho de un ciudadano concreto puede ser (1) únicamente de derecho federal, del que conoce un juez federal; o (2) únicamente de derecho federal, pero ser conocido o por un tribunal federal o por un tribunal estatal a petición de la parte afectada (p.e. cuando se trata de ciudadanos de diferentes estados, pero que deciden recurrir ante un tribunal estatal porque la Constitución federal así lo permite); o (3) únicamente de derecho estatal, del que conoce un tribunal estatal; o (4) que implique una mezcla de derecho federal y de derecho estatal, del que pueden conocer sea un tribunal federal o un tribunal estatal, pero bajo ciertas reglas de competencia en la interpretación del derecho federal y del estado que básicamente consisten en lo siguiente: si el que conoce es un juez federal, debe respetar la interpretación del derecho estatal emanada del poder judicial del estado; si el que conoce es un juez estatal, está obligado a seguir el precedente federal 54. Esto es, el federalismo norteamericano implica colaboración en la aplicación del derecho federal, pero no en forma definitiva en su interpretación, ya que los tribunales federales tienen la última palabra al interpretar el derecho federal55. Esto es lo que fuera de los Estados Unidos se llama “control difuso de constitucionalidad”. Por su parte los jueces estatales tienen la última palabra al 52 Cfr. COX, Archibald. The Court and the Constitution. Boston, Houghton Mifflin Company, 1987; pp. 44-71. 53 Louis FISHER, indica que una de las vías para llegar hasta la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos y de que ésta conceda la gracia de conocer una petición de certiorari, es justamente cuando se cuestiona la interpretación que una corte estatal ha hecho del derecho federal. Cfr. American Constitutional Law. Separated Powers and Federalism (6ª. ed.; vol. 1). Durham, Carolina Academic Press, 2005; pp. 141-145. 54 Cfr. TARR, Alan G. y; PORTER, Mary Cornelia Aldis. State Supreme Courts in State and Nation. New Haven, Yale University Press, 1988; pp. 7-8. 55 Cfr. WILSON, Woodrow. El Gobierno Constitucional de los Estados Unidos (Traducción al español de Federico González Garza). México, Editorial Cultura 1922; pp. 148-149. También TARR, Alan G. “Federalismo y la protección de los derechos en los Estados Unidos”; en Derechos y libertades en los Estados compuestos. Barcelona, Atelier, 2005; pp. 52-61. 23 interpretar el derecho estatal, con la única condición de que no vulnere los mandamientos de la Constitución federal. Habiendo analizado el alcance de la cláusula de supremacía es posible identificar el punto de conflicto que plantea la decimocuarta enmienda en relación con la citada cláusula de supremacía para el “nuevo federalismo judicial” norteamericano: la interpretación de los derechos de la carta federal por los tribunales federales ¿en qué medida condiciona la interpretación de los derechos fundamentales de las constituciones estatales cuando únicamente está en entredicho una ley, reglamento o política pública estatal? Como hemos dicho en la etapa histórica del federalismo dual, la decimocuarta enmienda no existía y la cláusula de supremacía era irrelevante por lo que respecta a la interpretación de los derechos porque los derechos federales se aplicaban solo a las autoridades federales, donde los jueces estatales estaban en libertad de interpretar sus propios derechos de sus constituciones. En la segunda etapa histórica del federalismo judicial, el de la Corte Warren, la decimocuarta enmienda y la cláusula de supremacía sirvieron para imponer en los estados la interpretación de los derechos federales al máximo y se olvidaron por un par de décadas los derechos estatales. De ahí que en tiempos del nuevo federalismo judicial, el problema a resolver es mantener un mínimo de protección de derechos garantizado por la declaración de derechos de la Constitución federal y su interpretación por la Suprema Corte de Justicia vinculante para los poderes de los estados, pero al mismo tiempo dejar un margen de apreciación propio en cuanto a la interpretación de los derechos fundamentales de las constituciones estatales cuando lo que está en cuestión es un asunto de la competencia de los estados56. La definición de un margen estatal de apreciación en la que los tribunales federales no deben tener injerencia es una situación que afecta directamente la soberanía de los estados, por la siguiente consideración. De acuerdo a la reglas indicadas de que los precedentes federales son obligatorios para los jueces de los estados, y los derechos fundamentales son derechos federales, entonces se llegaría indefectiblemente a que los tribunales federales podrían revisar todos los actos jurisdiccionales de los estados, incluso los de derecho estatal. Los estados únicamente tendrían margen de interpretación judicial solo en los derechos estatales sin homólogo federal. Para evitar esta medida extrema que asfixiaría el federalismo, la doctrina jurisprudencial y académica ha planteado tres posibilidades: la interpretación estatal independiente, la interpretación intersticial, y la interpretación estatal bloqueada. Las tres tienen como común denominador la preocupación porque los poderes de los estados observen el mínimo de protección de derechos proveído por la carta federal y al mismo tiempo cuenten con un margen propio de apreciación en cuanto a los derechos de sus propias constituciones sin que contravenga la cota de protección federal57. Cfr. HEYMAN, Steven J. “The First Duty of Government: Protection, Liberty and the Fourteenth Amendment”; en Duke Law Journal, vol. 41, 1991; pp. 508 y ss. 57 Cfr. TARR, Understanding State Constitutions, op. cit., pp. 177-185. 56 24 Para mantener la vitalidad del federalismo la Corte ha ejercitado la autocontención. A la luz de una interpretación estructural de la Constitución de Filadelfia, la Corte estadounidense ha entendido que no se debe inmiscuir en los casos de derecho estatal que se someten a su consideración para definir los derechos fundamentales, porque de lo contrario el federalismo languidecería; por respeto al principio federal la Corte otorga deferencia al proceso político y jurisdiccional de los estados para interpretar sus derechos – salvo que frontalmente contravenga el derecho federal58. Pero como sugieren algunos autores, aún incluso por propia conveniencia la Suprema Corte debe otorgar preferencia al proceso de los estados para interpretar derechos hasta su conclusión. Ello porque en los casos límite la Corte deja que sean primero los tribunales de los estados los que vayan resolviendo e identificando las aristas de la interpretación de un derecho y, mediante esta estrategia y con el tiempo, se va sedimentando los consensos en los diferentes estados sobre un tema divisible. Una vez alcanzado el consenso nacional, la Corte interviene con menor riesgo de verse tan severamente cuestionada como por ejemplo en el caso del aborto Roe vs. Wade en el que sin fundamento escrito en la constitución infirió un derecho de reproducción de las mujeres que les otorgaba el derecho a interrumpir el embarazo59. Para garantizar un margen de apreciación a los estados en cuanto a la interpretación de los derechos fundamentales de sus cartas constituciones, la Corte ha recurrido a la doctrina del “adequate and independent state ground” (fundamento estatal adecuado e independiente). Esta doctrina le permite dejar a los estados un margen de apreciación al tiempo que la Corte conserva la potestad de intervenir cuando estime que no existe “adequate and independet state ground”. Las coordenadas del fundamento estatal adecuado e independiente por supuesto no son fijas, sino objeto de interpretación de la Corte. Solo así han logrado preservar el federalismo estadounidense, en el que “Una premisa fundamental de la relación entre los tribunales estatales y federales es que los tribunales en los dos sistemas judiciales comparten la responsabilidad de proteger los derechos constitucionales”60. Varios estados han respondido a este entendimiento del nuevo federalismo judicial estableciendo expresamente en sus constituciones una cláusula de interpretación estatal bloqueada. Otros más, sin establecer dichas cláusulas, simplemente siguen la jurisprudencia federal al interpretar derechos estatales. Tornemos ahora nuestra atención al federalismo mexicano bajo la premisa de que el derecho comparado sirve entre otros propósitos al de funcionar como espejo que resalta fortalezas y debilidades del derecho nacional. Con ello en mente podemos sugerir que por contraste al sistema 58 Cfr. GUNTHER, Gerald y; SULLIVAN, Kathleen M. Constitutional Law (14a. ed.). New York, Foundation Press, 2001; pp. 452-600. 59 Cfr. HOWARD, Dick A. E. Does Federalism Undermine Rights?; en Ellis Katz y G. Allan Tarr (ed.) Federalism and Rights. Lanham, Rowman & Littlefield Publishers, 1996; pp. 12-20. 60 Cfr. POLLOCK, Stewart G. “Adequate and Independent State Grounds as a Means of Balancing the Relationship Between State and federal Courts”; en Texas Law Review, vol. 63, nos. 6 y 7, 1985; p. 977. 25 norteamericano, en México no se permite a los jueces estatales en casos de derecho estatal ni la interpretación, pero, lo que es más grave, ni la aplicación del precedente elaborado por los tribunales federales en la interpretación de derechos de la Constitución federal. Esta situación simplemente conduce a una severa deformación del federalismo escrito en la Constitución de 1917, lo que además de (1) socavar la autonomía de los estados, (2) minar la operatividad del control vertical del poder como característica emblemática del federalismo, (3) hace que la protección de los derechos por el poder judicial federal sea simplemente inmanejable por los poco menos de novecientos jueces federales. Ello afecta al contribuyente mexicano que soporta la carga de un sistema judicial ineficiente, y también afecta severamente a quien es parte en un juicio de derecho estatal pues debe tener recursos suficientes para continuar un juicio estatal en el ámbito federal pues los juicios a menudo no concluyen, como debieran, en el foro estatal61. Sólo debido a la deformación de nuestro federalismo y del amparo como instrumento procesal del autoritarismo, Elisur Arteaga Nava puede acertadamente describir la distorsionada práctica del “federalismo judicial” mexicano, de la siguiente manera: “En un sistema político-constitucional como el mexicano, los estados no pueden pretender que los conflictos que surjan en su territorio, sobre todo los importantes y trascendentes, se resuelvan en forma definitiva dentro de él y por sus propias autoridades; aunque no se disponga nada al respecto, tanto por el sistema jurídico como por la realidad política, se da esta forma de intervención central en esos conflictos; las determinaciones locales están sujetas a la revisión de las autoridades federales. En materia jurisdiccional, la intervención en los tribunales federales en los estados está prevista por la Constitución y las leyes”62. Como prueba la aprobación de la Ley para la Reforma del Estado63, impulsada por el Senador de la República Manlio Fabio Beltrones Rivera (PRI), México se encuentra en una encrucijada sobre qué tipo de federalismo configurar. Si continuar con uno que no permite la colaboración de los jueces estatales en la protección de los derechos fundamentales, u otro donde los integre y despeje cómo habrá de colaborar los poderes judiciales federal y de los estados en la labor de protección de los derechos64. Si esta es la opción que se siga, la Suprema Corte de Justicia de la Nación mediante su política jurisprudencial deberá necesariamente establecer cuál es el margen de interpretación de los derechos fundamentales de las constituciones estatales – con homólogos federales- por los poderes de los estados. Cfr. VALLS HERNÁNDEZ, Sergio. “Nota estadística del problema de la impartición de justicia en México. Sobre la necesidad de la colaboración del Poder Judicial de la Federación y de los poderes judiciales de los estados para la protección de los derechos fundamentales”; véase DVD del Primer seminario internacional sobre federalismo judicial. La protección de los derechos fundamentales en Estados federales, México, Suprema Corte de Justicia de la Nación, febrero 2007. 62 Cfr. ARTEAGA NAVA, Elisur. Derecho Constitucional. México, Oxford University Press, 1999; p. 378. 63 Diario Oficial de la Federación del 13 de abril de 2007. 64 Cfr. CABALLERO, José Antonio; LÓPEZ-AYLLÓN, Sergio y; OÑATE LABORDE, Alfonso (coords.) Libro blanco de la reforma judicial. Una agenda para la justicia en México. México, SCJN, 2006. 61 26 Los puntos conflictivos de esta colaboración son: a) cómo asegurar que los jueces estatales sigan el precedente federal en los casos de derecho estatal que conozcan65, y; (2) Si en la de constitución federal de México todos los derechos que ésta reconoce son aplicables en los estados ¿cómo se establecen la división de poderes en la interpretación de los derechos homólogos? Estas son cuestiones que a la doctrina mexicana toca resolver. El Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Sergio A. Valls Hernández, ya presentó una sólida propuesta para resolver el primer punto de conflicto en el marco del Seminario internacional sobre federalismo judicial. La protección de los derechos en el Estado federal66. Por lo que respecta al segundo problema, esto es el margen de apreciación de los estados para la interpretación de sus derechos, que habrá de definirse por jurisprudencia de la Corte, resultará fundamental para esta tarea la organización del Tribunal Superior Colegiado de la Federación 67 y la conformación de la Suprema Corte de Justicia de la Nación con algún miembro de los tribunales superiores de justicia como propone Jorge Carpizo 68. Ello imprimiría mayor sensibilidad local a la jurisprudencia de la Corte asegurando la deferencia necesaria de un auténtico federalismo al proceso político y jurisdiccional de los estados, con la única condición que no contravenga la cota mínima de protección de los derechos de la carta federal. 2.3. Derechos fundamentales y “reserva de ley” en el Estado federal. La noción de derecho fundamental viene inextricablemente atada a la de dignidad del ser humano, tanto así que derecho fundamental puede ser considerado como sinónimo de dignidad del ser humano. Pero por necesidades prácticas hubo que transformar un concepto filosófico en un concepto jurídico que fuese vinculante para gobernantes y gobernados69. En este orden de ideas es posible sugerir que todo derecho fundamental reconocido en una constitución puede ser entendido como la técnica social a través de la cual toda 65 Cfr. TENA RAMÍREZ, Felipe. Derecho Constitucional Mexicano (21ª. ed.). México, Porrúa, 1985; pp. 543-558. 66 Cfr. VALLS HERNÁNDEZ, Sergio. “Nota estadística del problema de la impartición de justicia en México. La necesidad de la colaboración del Poder Judicial de la federación y de los poderes judiciales de los estados para la protección de los derechos fundamentales”; en Daniel A. Barceló Rojas, Jesús Molina y Carlos Muñoz Ángeles (coords.) Memoria del primer seminario internacional sobre federalismo judicial. La protección de los derechos fundamentales en el Estado federal. México, SCJN-IIJUNAM (en preparación dentro del programa editorial 2007). 67 Cfr. FIX-ZAMUDIO, Héctor. “Justicia constitucional y control de legalidad”; en Diego Valadés y Miguel Carbonell (coords.) El Estado Constitucional contemporáneo. Culturas y sistemas jurídicos comparados (tomo I). México, IIJUNAM, 2006; p. 256. 68 Cfr. CARPIZO, Jorge. “Propuestas de modificaciones constitucionales en el marco de la llamada reforma del Estado”; en Diego Valadés y Héctor Fix-Fierro (coords.) El proceso constituyente mexicano. A 150 años de la Constitución de 1857 y 90 de la Constitución de 1917. México, IIJUNAM, 2007; p.198. 69 Cfr. HESSE, Konrad. “Significado de los derechos fundamentales”; en Ernesto Benda et. al Manual de Derecho Constitucional (traducción de Antonio López Pina). Madrid, IVAP-Marcial Pons, 1996; pp. 83 y ss. 27 persona puede hacer valer un reflejo concreto de su dignidad (ej. vida, libertad, no discriminación, trato igual ante la ley, etc.) frente a los demás miembros de la sociedad política70, así como ante el poder público71. Los derechos fundamentales constituyen el fundamento del orden político y la paz sociales. Son el origen y el fin al que debe dirigir su acción el Estado. Pero esta noción sólo es predicable en el sistema político democrático, por ello Peter Häberle ha podido decir que “la democracia es la consecuencia organizativa de la dignidad humana”72. Existen diferentes clasificaciones académicas de los derechos fundamentales. Una de ellas los clasifica en tres grupos: derechos civiles, derechos políticos y derechos sociales. En apretada síntesis, los derechos civiles se refieren a las relaciones entre individuos en su carácter privado. Los derechos políticos se refieren a las relaciones de los individuos en su carácter político –como ciudadanos- con el poder público. Los derechos sociales se refieren a las relaciones de los miembros de la sociedad con el poder público para que éste les provea de un mínimo de satisfactores sociales sin los cuales la dignidad humana sería precaria o inexistente73. Pero esta clasificación es meramente convencional, académica, ya que en la realidad social de un Estado democrático y social de derecho, los derechos se encuentran inextricablemente unidos pues siempre un grupo de derechos es condición necesaria para el ejercicio eficaz de los demás grupos de derechos74. Por ejemplo, el derecho a la vida de un individuo (derecho civil) será respetado en la medida en que dicho individuo, actuando como ciudadano, pueda legislar directamente o a través de sus representantes en el congreso (derecho político) para que se prohíba el homicidio o; en la medida en que pueda acceder a un servicio médico proporcionado por su gobierno para curarse de una enfermedad que puede poner en peligro la vida, o para formarse políticamente en el sistema público de educación, de tal manera que pueda ejercer su responsabilidad democrática (derecho social). Por lo general el ejercicio de casi todos los derechos requiere de la intervención del legislador. Quizá con la sola excepción del derecho a la libertad de pensamiento, los tres grupos de derechos antes mencionados tienen como condición para su ejercicio su dependencia en un procedimiento y en una organización (poder público) que debe proveer el legislador ordinario 75. Todos los derechos fundamentales dependen por ello de que el pueblo provea los medios económicos a través de los impuestos para la organización pública Cfr. VALADÉS, Diego. “La protección de los derechos fundamentales frente a particulares”; en Nuria González Martin (coord.) Estudios jurídicos en homenaje a Marta Morineau (tomo II). México, IIJUNAM, 2006; pp. 590 y ss. 71 Cfr. POUND, Roscoe. Evolución de la libertad (traducción de Alfonso Castaños). México, Libreros Mexicanos Unidos, 1964; pp. 97-130. 72 Cfr. HABERLE, Peter. El Estado constitucional. México, IIJUNAM, 2001; p. 193 y ss. 73 Cfr. FIX-ZAMUDIO, Héctor y; VALENCIA CARMONA, Salvador. Derecho Constitucional Mexicano y Comparado (3ª. ed.). México, Porrúa, 2003; pp. 415-421. 74 Cfr. FIX-FIERRO, Héctor. Los derechos políticos de los mexicanos. México, IIJUNAM, 2006; pp. 26-29. 75 Cfr. HESSE, “Significado de los derechos fundamentales”, op. cit., pp. 101-104. 70 28 que tiene como fin procurar a los miembros de la sociedad civil individualmente considerados y en forma colectiva el ejercicio de sus derechos fundamentales76. Los derechos fundamentales son tan importantes en nuestros días que transformaron la idea de la democracia heredada de la Grecia clásica. Por contraste con aquella, la democracia constitucional no es sinónimo de gobierno de la mayoría, pues ni siquiera una mayoría del pueblo puede suprimir derechos inherentes a la persona reconocidos en la constitución, derechos preestatales indisponibles para los poderes públicos constituidos, incluido el poder legislativo77. Pero indisponibles no quiere decir que los derechos no puedan ser afectados en alguna forma por los poderes públicos. De hecho casi todos los derechos fundamentales, quizá con la salvedad del derecho a la libertad de pensamiento, requieren de la intermediación del legislador ordinario. Por ello toda democracia constitucional determina que los derechos fundamentales contenidos en la constitución sí pueden ser objeto de regulación, pero bajo dos condiciones acumulativas: (1) solo mediante ley votada por los representantes del pueblo puede el poder público tener injerencia en un derecho fundamental – técnica que en derecho se denomina “reserva de ley” o “autoridad formal de la ley”, y; (2) que la ley emanada del poder legislativo no afecte el “núcleo esencial” del derecho fundamental de tal manera que en los hechos lo suprima o lo desnaturalice78. Es a la luz de estas condiciones teóricas de todo Estado democrático de derecho que se debe leer el artículo 14 y el artículo 16 de la Constitución federal mexicana, que respectivamente señalan: “…Nadie podrá ser privado de la libertad o de sus propiedades, posesiones o derechos, sino mediante juicio seguido ante los tribunales previamente establecidos, en el que se cumplan las formalidades esenciales del procedimiento y conforme a las leyes expedidas con anterioridad al hecho”; y “Nadie puede ser molestado en su persona, familia, domicilio, papeles o posesiones, sino en virtud de mandamiento escrito de la autoridad competente, que funde y motive la causa legal del procedimiento”. Ahora bien, en una constitución federal como la mexicana que establece en su artículo 1 que “en los Estados Unidos Mexicanos todo individuo gozará de las garantías que otorga esta Constitución, las cuales no podrán restringirse ni suspenderse , sino en los casos y con las condiciones que ella misma establece”, la técnica de protección de los derechos fundamentales de la “reserva de la ley” significa que hay dos poderes legislativos que están autorizados por la Constitución federal para regular los derechos: el poder legislativo nacional y el poder legislativo de cada uno de los estados, de 76 Cfr. HOLMES, Stephen y; SUNSTEIN, Cass. The Cost of Rights: Why Liberty Depends on Taxes. New York, W. W. Norton Co., 1999; pp. 24 y ss. 77 Cfr. WILSON, Woodrow. El gobierno constitucional en los Estados Unidos (traducción de Federico González de la Garza). México, Editorial Cultura, 1922; p. 7-28. 78 Cfr. DIEZ-PICAZO, Luís María. Sistema de derechos fundamentales. Madrid, CivitasThompson, 2003; pp. 70-75. 29 conformidad con la distribución de competencias legislativas por materia que contenga la constitución federal79. A partir de la legislación emanada del poder legislativo nacional o del poder legislativo estatal según sea la materia objeto de tratamiento normativo – y respetando escrupulosamente los mandamientos de la ley, sea federal o local (principio de legalidad)- pueden los poderes ejecutivos y judiciales de los gobiernos de la Nación y de los estados incidir en los derechos fundamentales. Al analizar la institución de la reserva de ley en el Estado federal no debe pasarse por alto que el federalismo nace a partir de la idea de que es la forma política más democrática en tanto que permite que las decisiones públicas que se transforman en leyes sean lo más cercanas posibles a los gobernados80. La distribución de competencias legislativas de los Estados federales responde a este entendimiento. Los asuntos de interés particular que más interesan a los gobernados que tienen que ver con su vida diaria descansa en el poder público estatal, y los asuntos que por su naturaleza no pueden ser atendidos en este ámbito como la defensa nacional, las relaciones internacionales o la integración y mantenimiento de una mercado único nacional, por efecto del principio de subsidiariedad que anima a todo Estado federal, se traslada al ámbito de competencias legislativas del gobierno nacional de la República81. En el caso de México así como en el de cualquier otro Estado nacional organizado bajo el principio federal, la institución de la “reserva de ley” tiene por tanto que ser estrechamente analizada a la luz de la cláusula específica de distribución de competencias entre gobierno nacional y gobierno de los estados, cuestión que se aborda en el siguiente subapartado. 2.4. La función de los derechos fundamentales de las constituciones estatales ante el “poder plenario” de los estados. Una constitución, cualquier constitución, no es un conjunto de artículos que estén ordenados de cualquier manera. Precisamente la función de la teoría de la constitución, como bien apunta Luís López Guerra, es la que nos ayuda a entender o dotar de sentido a cada uno de los artículos de una constitución y a la constitución en su conjunto como un sistema coherente de valores y principios, instituciones y normas, que sitúa la dignidad del ser humano en el Cfr. CARROZA, Paolo. “Central Law and Peripheral Law”; en Mauro Cappelletti, Monica Secombe y Joseph Weiler (ed.) Integration Through Law. Europe and the American Federal Experience. Berlín, Walter de Gruyter, 1985; pp. 240 y ss. 80 En torno a la idea de la cercanía democrática de la legislación de los estados en el marco del Estado federal, que más recientemente se debe a Montesquieu y su teoría de las pequeñas repúblicas democráticas, véase mi trabajo. “La teoría política de la República federal de James Madison. De los clásicos de la Antigüedad a la Ilustración norteamericana”; en Nuria González Martin (coord.). Estudios jurídicos en homenaje A Marta Morineau (vol. II). México, IIJUNAM, 2006. 81 Cfr. BRYCE, James. The American Commonwealth (vol. I). New York, MacMillan, 1888; pp. 464-465. 79 30 centro del orden político y organiza bajo este entendimiento a los poderes públicos de una forma determinada. No es casualidad por tanto que los derechos fundamentales estén situados en la primera parte de una constitución, la parte dogmática, y que luego se suscriba la parte orgánica – pues la segunda se debe enteramente a la primera. Tampoco es casualidad que el poder legislativo sea el primero de los tres poderes clásicos en ser regulado pues tal orden institucional deriva de la función que despliega la reserva de ley en el Estado democrático de derecho. Hay entonces una teoría de la constitución que subyace a toda constitución vigente, y si la constitución es una constitución federal, como la mexicana, entonces subyace a ella una teoría de la constitución federal que se debe conocer para hacer sentido de ella y para operarla correctamente. En este mismo orden de ideas se entiende que también es necesario conocer la teoría federal para hacer sentido de las constituciones estatales y de sus catálogos de derechos82. Por ello el conocimiento de la teoría federal permite cuestionar la corriente de pensamiento que en México sostiene que no es necesario que las constituciones estatales tengan su catálogo de derechos. Para sustentar tal crítica debemos empezar por recordar en qué consiste el sistema de distribución de competencias establecido en la Constitución federal mexicana, y derivar las consecuencias de ello para el derecho constitucional estatal. Dice el artículo 124 de la Constitución federal: Las facultades que no están expresamente concedidas por esta Constitución a los funcionarios federales, se entienden reservadas a los Estados. Como se puede observar de lo que textualmente dice el artículo 124, los poderes federales tienen atribuido un catálogo predeterminado de competencias. Dichas competencias predeterminadas de los órganos o poderes federales –legislativo, ejecutivo, judicial y de los órganos constitucionales autónomos- se derivan de las competencias establecidas por la Constitución al poder legislativo por efecto de la reserva de ley como medida básica de protección de los derechos fundamentales. A éste la Ley Fundamental le señala en diversos artículos las materias sobre las que puede legislar. Por extensión, por efecto de la “reserva de ley”, las competencias del poder ejecutivo y del poder judicial así como de los órganos constitucionales autónomos se encuentran predeterminadas por las competencias concretas para legislar sobre determinadas materias atribuidas al Congreso de la Unión, es decir, el poder ejecutivo ejecuta las leyes emanadas del Congreso sobre determinadas materias proveyendo a su exacta observancia en la esfera administrativa; el poder judicial aplica las leyes sustantivas y adjetivas emanadas del Congreso sobre las materias de la competencia de éste poder; los órganos constitucionales autónomos tienen atribuida su competencia a partir de las leyes expedidas por el Congreso sobre materias predeterminadas por la Constitución83. 82 Cfr. LÓPEZ GUERRA, Luís. Introducción al derecho constitucional. Valencia, Tirant lo Blanch, 1994; pp. 24-25. 83 Cfr. KELSEN, Hans. Teoría General del Derecho y del Estado. México, UNAM, 1995 (5ª. reimpr.); p. 146-192. 31 Aun cuando por las constantes reformas y adiciones a la Constitución federal el catálogo de poderes del Congreso de la Unión ya no se encuentra únicamente en el artículo 7384, es posible sin embargo saber exactamente qué poderes se encuentran atribuidos al poder legislativo federal; es posible hacer una lista de poderes; es posible enumerar los poderes85. A estos poderes atribuidos al legislativo federal se le llama en la teoría federal “poderes enumerados”, y sirven como límite al ejercicio del poder de las autoridades federales. El Congreso de la Unión solo puede legislar sobre los “poderes enumerados”. Ello significa que el poder legislativo nacional solo puede afectar derechos fundamentales en tanto que tenga un poder enumerado sobre una materia concreta. En este caso la reserva de ley se entiende dirigida al poder legislativo nacional, no a los estatales. Éstos últimos no pueden legislar sobre dichas materias porque –como dice Walter F. Dodd- hay una limitación implícita sobre ellos86. El complemento a los poderes enumerados en la teoría federal viene dado por la llamada “cláusula residual” contenida en el citado artículo 124 de la Constitución. El gobierno federal puede actuar sobre sus poderes enumerados y los estados sobre todos los demás. Esto es, la cláusula residual no determina qué competencias tienen los estados; determinar qué competencias tiene el gobierno estatal es un asunto de la competencia de los estados, de la constitución estatal87. Tena Ramírez señala además que las autoridades estatales quedan apoderadas de los poderes no atribuidos a las autoridades federales o cuyo ejercicio no les esté prohibido en forma absoluta o condicionada por la propia Constitución. Tal es el caso de los artículos 117 y 118. De ello resulta que los poderes reservados de los estados son los que no se encuentran atribuidos por la Constitución al gobierno federal o que no se encuentran prohibidos por la Constitución a los estados88. De esta suerte en un Estado federal es perfectamente normal que un mismo derecho reconocido tanto en la Constitución federal como en la constitución estatal pueda ser regulado por dos poderes legislativos. La cuestión problemática que entonces se presenta es qué margen de apreciación tiene uno u otro poder legislativo al regular un derecho o una materia con incidencia en un derecho concreto, por ejemplo la planeación urbana que necesariamente afecta el derecho de propiedad privada pues condiciona el uso de los bienes inmuebles. Pero antes de despejar esta última incógnita, es necesario explicar previamente el segundo límite establecido en la Constitución federal sobre los Cfr. GONZÁLEZ OROPEZA, Manuel. “La necesidad de un nuevo diseño constitucional de competencias gubernamentales”; en Diego valadés y Miguel Carbonell (coords.) El Estado constitucional contemporáneo. Culturas y sistemas jurídicos comparados (tomo I). México, IIJUNAM, 2006; pp. 381-386. 85 Cfr. CARPIZO, Jorge. “El sistema federal mexicano”; en Los sistemas federales del continente americano. México, IIJUNAM, 1972; p. 480. 86 Cfr. DODD, Walter F. “Implied Powers and Implied Limitation”; en Yale Law Journal, vol. XXIX, 1919; pp. 49 y ss. 87 Cfr. CARPIZO, “El sistema federal mexicano”, op. cit., p. 485. 88 Cfr. TENA RAMÍREZ, Felipe. Derecho Constitucional Mexicano, op. cit.,; pp. 165-184. 84 32 poderes federales: el constituido por el catálogo de los derechos fundamentales. Como ya señalamos antes la primera función que despliegan los derechos fundamentales es la de servir de límite, salvaguarda o defensa del gobernado frente a los poderes públicos. Esta función se despliega a través de la institución de la “autoridad formal de la ley” o de “reserva de ley” que obliga a que toda afectación de los derechos fundamentales se haga primariamente por una ley emanada de la voluntad libre de los representantes del pueblo. Toda injerencia sobre los derechos fundamentales establecidos en la Constitución federal queda “reservada” únicamente a un acto formalmente legislativo, esto es, a una ley, con la condición de que ésta no invada el núcleo esencial del derecho. En efecto la teoría del federalismo subyacente a la Constitución de 1917 nos indica que las autoridades federales, concretamente el Congreso, tienen dos límites para legislar: (1) el catálogo limitado o finito de materias sobre las que tiene atribuida competencia legislativa o poderes enumerados, lo que significa que existe reserva de ley del congreso nacional sobre estas materias y; (2) el catálogo de derechos fundamentales protegido por la “reserva de ley”. Siguiendo el orden lógico de esta exposición la siguiente pregunta que se debe plantear es ¿cuáles son los límites sobre los poderes públicos de los estados? Y he aquí donde toma cuerpo la gran diferencia entre los límites a las autoridades federales y los límites de los gobiernos de los estados. En agudo contraste a los límites por la enumeración o lista finita de poderes sobre ciertas materias a las autoridades federales -la “reserva de ley” sobre los poderes enumerados-, los poderes de los estados son poderes no enumerados como los federales, los poderes reservados de los estados son los que no se encuentran atribuidos por la Constitución al gobierno federal o que no se encuentran prohibidos por la Constitución a los estados. No existe pues una lista de competencias en la Constitución federal o en la constitución de los estados sobre determinadas materias que se constituya como un límite para la actividad del poder legislativo estatal. En este sentido podemos hablar de que a diferencia del gobierno federal los gobiernos de los estados –concretamente a través del poder legislativo- gozan de un “poder plenario”. Por su objeto los “poderes plenarios” de los estados no están necesariamente limitados por una lista expresa de competencias sobre ciertas materias –función que ya hace la cláusula residual de la Constitución federal. La limitante sobre los poderes plenarios viene dada por el catálogo de derechos reconocido en la constitución estatal y por la institución de la “reserva de ley” que les protege y que establece la constitución estatal89. 89 Basado en la teoría política del federalismo moderno elaborada por los constituyentes de Filadelfia para dar sentido a la Constitución de Filadelfia –teoría que subyace también a la Constitución mexicana de 1917- en este punto sigo la doctrina del derecho constitucional estatal estadounidense elaborada a partir de dicha teoría, que, a diferencia de la doctrina mexicana, ha tenido un gran desarrollo. Expresamente incorporo del derecho constitucional estatal estadounidense al mexicano el concepto de “poder plenario” de los estados. Para tal efecto entre otros trabajos me he apoyado en los siguientes: COUNTRYMAN, Vern. “Why a State Bill of Rights”; en Washington Law Review, vol. 45, 1970. GARDNER, James. Interpreting State Constitutions. Chicago, Chicago University Pres, 2005. GRAD, Frank. “State Constitutions: Its Function and Form for Our Time”; en Virginia Law Review, vol. 54, 1968. 33 Cabe aquí hacer una aclaración sobre nuestro lenguaje constitucional y de teoría de la constitución estatal. En el Derecho Constitucional federal mexicano los “poderes enumerados” y los “poderes reservados” se refieren a la distribución vertical o territorial de competencias, es decir a la distribución de competencias entre el gobierno nacional y los gobiernos de los estados. De otra parte el “poder plenario” es un concepto del Derecho Constitucional estatal que se refiere a la distribución horizontal o funcional de competencias, pero al interior de cada estado de la República federal. En otras palabras, este último concepto concierne a la distribución de competencias por funciones entre los tres poderes estatales (y los órganos constitucionales autónomos). Siguiendo al Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia, “plenario” significa: “lleno, entero, cumplido, que no le falta nada” 90, lo que trasladado a nuestro campo de estudio significa que el estado puede determinar las materias que deben tener tratamiento público para la mayor felicidad de los gobernados o bien común. “Poder plenario” de las legislaturas estatales no significa poder ilimitado puesto que sobre él se extiende, limitándolo, la “reserva de ley” de la constitución estatal. En el marco de un Estado Social y Democrático de Derecho como el que establece la Constitución de 191791, el catálogo de derechos de las constituciones estatales también limita de otra forma el “poder plenario” de los estados: limita el rango de posibilidades que debe perseguir todo programa GRAVES, Brookes W. American State Government (4a. ed.). Boston, D.C. Company, 1953. HAMILTON, Alexander; JAY, John y; MADISON, James. El federalista (5a. reimpr. en español). México, FCE, 1994. LUTZ, Donald. “The Purposes of American State Constitutions”; en Publius. The Journal of Federalism, vol. 12, 1982. RODRÍGUEZ, Daniel B. “State Constitutional Theory and Its Prospects; en New Mexico Law Review, vol. 28, 1998. SCHEIBER, Harry. “State Police Power”; en Encyclopedia of the American Constitution. New York, MacMillan Publishing Co., 1986. TARR, Alan G. Understanding State Constitutions. Princeton, Princeton University Press, 1998. WILLIAMS, Robert F. State Constitutional Law. Cases and Materials (3a. ed.). Charlotesville, Lexis Law Publishing, 1999. 90 Cfr. REAL ACADEMIA ESPAÑOLA. Diccionario de la Lengua Española (22ª. ed.) Madrid, Espasa Calpe, 2001. 91 El federalismo mexicano se separa en el tema de los derechos sociales de la concepción norteamericana y se acerca más al del federalismo alemán. En el caso de México, por disposición de la Constitución federal, los derechos sociales son garantizados en su piso mínimo por los poderes federales en todo el territorio nacional; los estados pueden mejorar la procura de dichos derechos sociales con sus propios presupuestos y reconocer otros más. Por su parte la Constitución de Filadelfia de 1787, no contiene derechos sociales. Éstos entraron al orden jurídico estadounidense por la vía legislativa bajo el decidido impulso de Franklin Delano Roosevelt. Durante el New Deal Roosevelt pretendió introducirlos a la Constitución federal de Norteamérica como una “segunda declaración de derechos”, pero fracasó. Los derechos sociales sin embargo son reconocidos por las constituciones estatales, pero al no ser garantizados por los poderes federales generan un efecto perverso conocido en la doctrina estadounidense como “race to the bottom”. Tal efecto consiste en que los estados compiten por atraer inversión directa en sus territorios, y para ello reducen los costos de los derechos sociales de las constituciones estatales . Cfr. SCHRAM, Sanford F. “Welfare Reform: A Race to the Bottom”; en Publius. The Journal of Federalism. Vol 28, no. 3, 1998; pp. 1-7. También, HERSHHOFF, Helen. “Positive Rights and State Constitutions: The Limits of Federal Rationality Review”; en Harvard Law Review, vol. 112, no. 6, 1999. 34 legislativo y presupuestal aprobado por el poder legislativo 92. El gasto público no puede fijarse en forma arbitraria, pues el dinero de los contribuyentes debe servir para proveer las condiciones de ejercicio de todos los derechos, incluidos los sociales. Ello implica que existe una obligación positiva sobre el legislador y el ejecutivo para desarrollar políticas públicas para la atención de los derechos sociales, para lo que la doctrina alemana y española llama la “procura existencial”. El disfrute de los derechos fundamentales por todos los miembros de la sociedad política –la tangibilidad de la justicia para todos los grupos sociales y particularmente para los más humildes- tiene un efecto de integración o cohesión social que es condición necesaria para el mantenimiento y la reproducción de la democracia constitucional93, y para desarrollar un “sentimiento constitucional” entre los ciudadanos -que es el sentimiento de identidad de los ciudadanos con su constitución, incentivo insustituible para cuidar y proteger la constitución estatal94. Ahora bien, de una interpretación estructural de la Constitución federal se infiere que la reserva de ley de los poderes legislativos de los estados está vinculada a los catálogos de derechos de las constituciones de cada estado en forma coeficiente con el catálogo de derechos de la Constitución federal. El catálogo de derechos fundamentales de la Constitución federal sólo establece un elenco mínimo que puede ser superado por las constituciones de los estados; la misma regla se aplica para la interpretación jurisdiccional de derechos de la carta federal pues los derechos homólogos de las constituciones estatales pueden ser interpretados en forma más generosa por los poderes judiciales de los estados. Ello es así porque el federalismo asume que cada estado imprime su propio código moral al reconocer e interpretar por proceso político y por proceso judicial los derechos contenidos en su respectiva constitución estatal95. Por ello la Constitución mexicana establece el principio de territorialidad en el artículo 121 como principio de resolución horizontal de conflicto de leyes entre estados, disposición que no tendría sentido alguno si hubiese una interpretación uniforme de los derechos por los jueces federales. Por lo que respecta a la posible diferencia vertical (federal de una parte y de los estados de la otra) en la interpretación de los derechos, se establece el artículo 133 que Sobre las obligaciones que los “consensos esenciales” y los “consensos operacionales” de la Constitución federal impone a los estados, véase mi trabajo, “Principios de la organización política de los estados en la Constitución federal de 1917”; en Diego Valadés y Miguel Carbonell (coord.) El proceso constituyente mexicano. A 150 años de la Constitución de 1857 y 90 de la Constitución de 1917. México, IIJUNAM, 2007. 93 Cfr. BENDA, Ernesto. “El Estado Social de Derecho”; en Ernesto Benda et. al Manual de Derecho Constitucional (traducción al español de Antonio López Pina). Marcial Pons-IVAP, 1996; pp. 521-534. También CASCAJO CASTRO, José Luis. La tutela constitucional de los derechos sociales. Colección Cuadernos y debates. Madrid, centro de Estudios Constitucionales, 1988; pp. 32 y ss. 94 Cfr. VALADÉS, Diego. “Consideraciones preliminares”; en CONCHA CANTÚ, Hugo; FIXFIERRO, Héctor; FLORES, Julia y; VALADÉS, Diego. Cultura de la Constitución en México. Una encuesta nacional de actitudes, percepciones y valores. México, IIJUNAM-COFEMERTribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, 2004; p. XIII. 95 Cfr. KREIMER, Seth. “The Law of Choice and the Choice of Law: Abortion, the Right to Travel and the Extraterritorial Regulation in American Federalism”; en New York University Law Review, vol. 67, 1992; pp. 464-487. 92 35 indica como regla vertical de conflicto la prevalencia de la interpretación jurisdiccional del derecho federal sobre el estatal; sólo cuando haya colisión queda desplazada la interpretación estatal por la interpretación federal96, pero si no existe coalición estamos ante el margen de apreciación propio de los estados. Así lo entendió de la Suprema Corte de Justicia de la Nación en la acción de inconstitucionalidad que validó la constitucionalidad de la ley del estado de Yucatán que, a diferencia de la legislación e interpretación jurisdiccional federal, no autoriza la figura de las candidaturas independientes97. En este orden de ideas la tesis que sustento en este trabajo es que si el estado solo reposa en la protección de los derechos fundamentales de la Constitución federal como límites a sus potestades plenarias, y los únicos funcionarios competentes para interpretarlos son los jueces federales, entonces el estado estará haciendo una cesión silenciosa de su soberanía estatal pues se margina a sí mismo de interpretar por proceso político estatal y por proceso judicial estatal su catálogo de derechos. A profundizar la tesis que sustentamos dedicamos el siguiente apartado. 2. 5. Derechos fundamentales y soberanía de los estados. Basados en el estudio del Derecho Comparado así como en la fuerte oposición que en su día presentaran algunos destacados constituyentes de 1917 contra la centralización judicial98, y en la interpretación de nuestra carta federal elaborada por muy destacados académicos mexicanos de los siglos XIX y XX99, la tesis que sustento en este IX Congreso Nacional de Derecho Constitucional Estatal es que los estados deben de establecer en sus constituciones sus propios catálogos de derechos e interpretarlos política y jurisdiccionalmente por sus propias autoridades y ciudadanos, pues de lo contrario estarían cediendo parte de la soberanía estatal. Omitir un catálogo propio de derechos en un estado implica renunciar a que sea su proceso político y su proceso judicial los que –salvando el mínimo federal- establezcan la interpretación del derecho en el estado cuando se trate de cuestiones enteramente de derecho estatal. Por consiguiente mi tesis va en dirección opuesta a aquella corriente de pensamiento que asume que la inexistencia de derechos estatales es irrelevante porque los jueces federales pueden proteger a los gobernados, línea interpretativa a la que se adhiere, entre otros, el constituyente de Chiapas al establecer en el artículo 4 de su constitución una cláusula de remisión a la Constitución federal en materia de derechos fundamentales. Señala ésta: “Toda persona gozará de las garantías individuales y sociales que otorga la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y que la presente 96 Cfr. TENA RAMÍREZ, Derecho Constitucional Mexicano, op. cit.., pp. 543-549. SCJN Acción de inconstitucionalidad 28/2006 y acumuladas 29/2006 y 30/2006. 98 Ignacio Marván Laborde (ed.) Nueva Edición del Diario de Debates del Congreso Constituyente de 1916-1917 (tomo II). México, SCJN, 2007; pp. 2107 y ss. 99 Cfr. RABASA, Emilio O. El artículo 14 y el juicio constitucional (Prólogo de F. Jorge Gaxiola; 5ª. ed.). México, Porrúa, 1984; pp. 75-94. MARTÍNEZ BÁEZ, Antonio. “El indebido monopolio del Poder Judicial de la federación para conocer de la constitucional de las leyes”; en Revista de la Escuela Nacional de Jurisprudencia, tomo IV, no. 15, 1942; pp. 43 y ss. 97 36 constitución reitera; garantías que no podrán restringirse ni suspenderse sino en los casos y condiciones que la primera de dichas constituciones establece”. En mi opinión la posición doctrinal que sigue el constituyente chiapaneco, es equivocada entre otras razones porque hace al menos dos asunciones incorrectas. En primer lugar asume que la lista de derechos fundamentales de la Constitución federal es exhaustiva, esto es, que contiene todos los derechos. Pero esta asunción es incorrecta. Un ejemplo basta para sustentar mi crítica. La Constitución federal no reconoce el derecho de acceso a la función pública, que podría ser reconocido por cualquier constitución estatal con gran beneficio para la garantía del principio de igualdad ante la ley de los gobernados que pretenden servir como funcionarios públicos de sus respectivos estados y municipios, así como para beneficio de la profesionalización del cuerpo de funcionarios públicos del estado y de sus municipios. El legislador estatal se vería obligado a legislar una ley del servicio civil de carrera en lugar de dejar que continúe siendo el clientelismo de los partidos políticos el que defina buena parte de la planta burocrática en los estados y municipios. La segunda asunción incorrecta que tal corriente de pensamiento toma es la de que todos los derechos establecen protecciones o defensas del gobernado frente al poder público, susceptibles de ser reivindicadas a través de un proceso judicial. Pero esto es incorrecto porque no todos los derechos son derechos de defensa y porque desestima la función del proceso político en la interpretación primaria de los derechos en el marco de una democracia constitucional. Al respecto cabe apuntar como ya se dijo que no todos los derechos fundamentales son derechos que se caracterizan por consistir en defensas procesales de los gobernados frente al poder público, pues al lado de los derechos de defensa existen también derechos de participación y derechos de prestación. Recordemos que los derechos de defensa facultan a su titular a exigir por medio de proceso judicial la no interferencia de los poderes públicos en los derechos del gobernado, como la libertad personal. Los derechos de participación otorgan a su titular la facultad de participar en asuntos de relevancia pública, como la elección de sus representantes populares o la aprobación de una adición constitucional por referéndum. Los derechos de prestación otorgan una potestad al gobernado para reclamar ante la autoridad administrativa un derecho social proveído a través de un servicio público determinado, por ejemplo el servicio público de salud100. Con esta clasificación de los derechos en mente puedo sustentar mejor mi crítica: Por cuanto a los derechos de participación de los estados, si uno asume la corriente de pensamiento hegemónica sobre derechos fundamentales que venimos criticando, ello implica que los estados pierden la oportunidad de establecer más derechos de participación o de interpretarlos en forma más generosa para los gobernados que lo que es posible con el catálogo de derechos de la Constitución federal. Evidencia de mi afirmación puede ser 100 Cfr. DIEZ PICAZO, El sistema de derechos fundamentales, op. cit., pp. 36-39. 37 observada, por ejemplo, en el ya mencionado derecho de acceso a la función pública que es un derecho de participación no reconocido en la Constitución federal, pero que puede (debe101) ser recogido por cualquier constitución estatal. Otro derecho de participación en los asuntos públicos no reconocido en la carta federal es el derecho que otorga a los ciudadanos la figura del referéndum constitucional, que en cambio es reconocido en varias constituciones estatales. Por cuanto a la posibilidad de hacer una interpretación estatal más generosa por proceso político y por proceso judicial de un derecho estatal de participación con homólogo federal, el mejor ejemplo se encuentra en el tema de las candidaturas independientes del derecho electoral. Algunos estados entre los que se encuentran Sonora y Yucatán, mediante sus respectivos procesos políticos, han optado en sus leyes electorales por otorgar deferencia a los ciudadanos para registrase como candidatos antes que mantener el monopolio que ostentan en el ámbito federal las dirigencias partidistas. La Corte ya confirmó la constitucionalidad de dicha interpretación del derecho a ser votado de los estados, que es diferente a la que hace para el ámbito federal el Congreso de la Unión a través del Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales. Por cuanto a los derechos de prestación, es claro que no todos están reconocidos en la Constitución federal, como por ejemplo el derecho de las personas de la tercera edad. Cuando este derecho es reconocido a nivel constitucional tiene el efecto práctico de obligar a los poderes legislativo y ejecutivo a desdoblarlo en políticas públicas de protección a los adultos mayores. En nuestro país la asunción de este derecho con rango de ley derivó en un programa de gobierno del Distrito Federal impulsado por el Jefe de Gobierno Andrés Manuel López Obrador (PRD, 2000-2006), programa que fue severamente cuestionado por el Presidente Vicente Fox (PAN, 2000-2006). Tiempo después el Presidente Felipe Calderón Hinojosa (PAN, 2006-2012), con el concurso del Congreso de la Unión, tomaría la interpretación del derecho de las personas de la tercera edad impulsado por Andrés Manuel López Obrador para implantarlo en todo el país pero igualmente con rango de ley. Un primer punto a observar de este hecho es que fue el proceso político de una entidad federativa, el que generó un derecho únicamente para una entidad federativa, que luego vino a enriquecer el catálogo de derechos reconocido en el ámbito federal. Ello no hubiera sido posible si uno se adhiere a la posición doctrinal dominante sobre la irrelevancia de los derechos fundamentales de las constituciones estatales. El siguiente punto a destacar para soportar nuestro argumento sobre la relevancia de los derechos de las constituciones estatales, es que este derecho de los adultos de la tercera edad no deja de ser un derecho precario por ser un derecho reconocido únicamente con rango de ley tanto en el D.F. como en el ámbito federal, y por tanto susceptible de ser abrogado por una mayoría congresual en el respectivo orden de gobierno. La inclusión de tal derecho en una constitución estatal lo haría en cambio de observancia obligatoria para los poderes del estado. El poder legislativo y el poder ejecutivo se verían obligados Cfr. Convención Americana sobre Derechos Humanos, “Cláusula federal”, artículo 28 en relación con el 2 y el 23. 101 38 a proveer en el presupuesto y en los programas de gobierno un mínimo de servicios para la vida digna de este vulnerable segmento de la población. A su vez el poder judicial estatal tendría que asumir la protección por proceso judicial de tal derecho fundamental estatal en caso de su desconocimiento por el poder legislativo y ejecutivo. Por ello correctamente la constitución de Colima experimentó una adición a su artículo I, fracción V, para establecer que “Los pensionados y jubilados, así como los adultos mayores de 65 años, tendrán derecho a condiciones preferentes en el pago de los derechos estatales y municipales, en la forma y términos que determinen las leyes respectivas” 102. Ahora bien, es importante subrayar que la posición doctrinal que vengo criticando que sostiene que los derechos de las constituciones estatales son irrelevantes por haber un catálogo federal de derechos, es incorrecta incluso si solo consideramos los derechos fundamentales como derechos de defensa, premisa desde la que implícitamente parte tal doctrina. Por la vía del amparo del que son competentes para conocer los jueces federales, los estados vienen haciendo una cesión silenciosa de la soberanía estatal pues la sentencia de un amparo federal no solo protege un derecho fundamental del gobernado, también lo interpreta al determinar el contenido esencial de un derecho concreto y por tanto puede resultar en una injerencia indebida en el ámbito de responsabilidad del legislador estatal atribuido por el artículo 124 de la Constitución y de lo que antes hemos apuntado de la reserva de ley en el Estado federal. Esta afirmación resulta más clara si hacemos un breve repaso de la doctrina más solvente sobre la naturaleza de los derechos fundamentales como normas con estructura de principios, de la que se desprende que el proceso político de una democracia representativa tiene una enorme capacidad para sopesar los intereses en conflicto de una sociedad política concreta. 2. 6. Derechos fundamentales como normas con estructura de principios y el proceso político de los estados. La teoría de los derechos fundamentales nos dice que un derecho solo puede ser afectado por una ley emanada del congreso que respete el “contenido esencial del derecho”, institución que como hemos visto se conoce en el contexto del Estado democrático de derecho como “reserva de ley”. Pero el problema que confronta todo Estado democrático de derecho es que no se sabe con certeza cuál es el contenido esencial de un derecho como reducto indisponible para el legislador103. Ello se confirma empíricamente de forma muy simple al observar el hecho de que un mismo derecho fundamental puede ser interpretado en forma diferente en diferentes sociedades políticas de Occidente, a pesar de que éstas provengan de la misma herencia política104. Así por ejemplo, España protege en su constitución el derecho a la vida, e interpreta legislativamente en su ley penal y de salud que ello no permite la interrupción del embarazo salvo en supuestos de peligro de la vida de la 102 Cfr. Periódico oficial del estado de Colima de fecha 6 de mayo de 2000. Cfr. OLLERO, Andrés. Derechos humanos. Entre la moral y el derecho. México, IIJUNAM, 2007; pp. 239-252. 104 Cfr. VALADÉS, Diego. “Debate sobre la vida”; en Enrique Díaz-Aranda et. al. Eutanasia. México, IIJUNAM, 2001; pp. XI-XIV. 103 39 madre, o que el embarazo sea producto de una violación, o por graves deformaciones del feto. Sin embargo en Holanda, país como aquel integrante de la Unión Europea que también reconoce en su constitución el derecho a la vida, su parlamento sí permite el aborto en un número mayor de supuestos jurídicos que en el caso de España y que le otorgan a las mujeres holandesas un margen más amplio de libertad para decidir si interrumpen o no su embarazo. La misma posibilidad de interpretación legislativa diferente de un mismo derecho fundamental es habitual en los Estados federales. Por ejemplo las constituciones estatales de Illinois y de Texas reconocen ambas el derecho a la vida. Sin embargo en Illinois está prohibida la pena de muerte, pero no así en Texas. Otro ejemplo lo provee el Estado federal mexicano. La constitución vigente del estado de Chihuahua reconoce en su artículo 5 que “todo ser humano tiene derecho a la protección jurídica de su vida, desde el momento mismo de la concepción”. Por contraste, en el Distrito Federal fue impulsada en la Asamblea Legislativa por una mayoría absoluta del partido político de izquierda (PRD) y contra la frontal oposición de la primera minoría del partido de la derecha (PAN), la ampliación de los supuestos para la interrupción del embarazo en la legislación penal y de la ley de salud local en el periodo de las primeras doce semanas de gestación. Las diferencias sobre la interpretación del alcance del derecho a la vida en el Distrito Federal con respecto a Chihuahua también se dan entre actores institucionales del propio Distrito Federal o con incidencia en este orden de gobierno. El Comisionado Nacional de los Derechos Humanos, José Luís Soberanes, interpuso acción de inconstitucional ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación por la citada ley sobre el aborto105. Pero su posición a este respecto no es compartida por el Comisionado de los Derechos Humanos del Distrito Federal, Emilio Álvarez Icaza. ¿Cuál es el origen de estas diferencias tan agudas sobre la interpretación de un mismo derecho fundamental? La respuesta se encuentra en el hecho de que los derechos fundamentales son en la mayoría de los casos normas con estructura de principios y no de reglas como han sugerido respectivamente en sus elaboraciones doctrinales Ronald Dworkin en Norteamérica y Robert Alexy106 en Europa. Esta cualidad abre la posibilidad de que un derecho fundamental entre en tensión con otro derecho fundamental –p. ej., vida vs. salud- o con conceptos jurídicos indeterminados como la moral y el orden públicos, de una sociedad política. Según ambos autores en el derecho existen normas con estructura de reglas y normas con estructura de principios. Ambas tienen en común que se dirigen a indicar qué obligación jurídica corresponde a una cuestión concreta al aplicar el derecho a un caso particular, pero difieren en la forma en que orientan al operador jurídico en cómo deben hacer esta operación 107. Las 105 SCJN Acción de Inconstitucionalidad 146/2007 y su acumulada 147/2007. Cfr. ALEXY, Robert. Teoría de los derechos fundamentales (traducción de Ernesto Garzón Santibáñez). Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1993. 107Cfr. DWORKIN, Ronald. Los derechos en serio (traducción de Marta Gustavino; 5ª. reimpr.). Barcelona, Ariel, 1977. 106 40 normas con estructura de reglas se distinguen porque presentan una “disyuntiva” al operador jurídico, es decir ofrecen una alternativa entre dos cosas por una de las cuales hay que decidir o, en palabras de Diez-Picazo, las reglas responden a la estructura dual tradicional de las normas jurídicas, constituidas por un supuesto de hecho y una consecuencia jurídica. Éstas se aplican en términos de sí o no, ya que si se produce un hecho en la realidad que encaje en el supuesto de hecho de la norma jurídica, se le debe aplicar la consecuencia jurídica prevista108. Las normas con estructura de reglas suponen en principio menores problemas de aplicación normativa. Para la aplicación de reglas, hay que acudir a la técnica de la subsunción que, como antes indicamos, consiste en aplicar la consecuencia jurídica cuando se ha producido el supuesto de hecho previsto en la norma tal y como lo planteara Han Kelsen: si A es B debe ser. Ahora bien, es habitual que los derechos fundamentales no suelan estar formulados como reglas sino como principios. Sobre la cualidad distintiva de los principios, Robert Alexy aclara: “El punto decisivo para la distinción entre reglas y principios es que los principios son normas que ordenan que algo sea realizado en la mayor medida posible, dentro de las posibilidades jurídicas y reales existentes. Por lo tanto, los principios son mandatos de optimización, que están caracterizados por el hecho de que pueden ser cumplidos en diferente grado y que la medida debida de su cumplimiento no sólo depende de las posibilidades reales sino también de las jurídicas. El ámbito de las posibilidades jurídicas es determinado por los principios y reglas opuestos. En cambio, las reglas son normas que sólo pueden ser cumplidas o no. Si una regla es válida, entonces debe hacerse exactamente lo que ella exige, ni más ni menos. Por lo tanto, las reglas contienen determinaciones en el ámbito de lo fáctica y jurídicamente posible. Esto significa que la diferencia entre regla y principios es cualitativa y no de grado. Toda norma es o bien una regla o un principio”109. La exposición de Robert Alexy es clara. Un principio constituye un mandato de optimización de un determinado bien jurídico, es decir, persigue que el valor por él tutelado sea realizado en la mayor medida posible, que sea maximizado, convirtiéndose en un objetivo a perseguir por los poderes públicos al que habría que dotar del mayor grado posible de efectividad. Pero conocer el grado concreto de maximización del bien jurídico protegido por el principio depende de múltiples circunstancias concurrentes que varían en el tiempo y en el espacio: condicionantes económicas, sociales, culturales, etcétera. Un 108 109 Cfr. DIEZ PICAZO, El sistema de derechos fundamentales, op. cit., pp. 46-49. Cfr. ALEXY, Teoría de los derechos fundamentales, op. cit.,. 86-87. 41 principio no se aplica recurriendo a la técnica de la subsunción, sino de la ponderación. La ponderación exige sopesar los intereses concurrentes, lo que acaba exigiendo de los operadores jurídicos una tarea de difíciles equilibrios donde la solución no es clara. No se trata ya de la aplicación de una consecuencia jurídica en términos de sí o no, sino de equilibrar los intereses para protegerlos más o menos en función de su respectiva capacidad de resistencia, es decir, priorizar un interés sobre el otro u otros en función de las circunstancias concretas del caso. Por ello, Ronald Dworkin afirma que “los principios tienen una dimensión que falta en las reglas jurídicas: la dimensión del peso o importancia. Cuando los principios se interfieren, quien debe resolver el conflicto tiene que tener en cuenta el peso relativo de cada uno. En esto no puede haber, por cierto, una medición exacta, y el juicio respecto de si un principio o directriz particular es más importante que otro será con frecuencia motivo de controversia. Sin embargo, es parte esencial del concepto de principio el que tenga esta dimensión, que tenga sentido preguntar qué importancia o qué peso tiene110”. Justamente por la estructura de principios que caracteriza los derechos fundamentales, y que inevitablemente abre su consideración al debate moral, autores muy solventes sostienen que es más apropiada la ponderación de intereses mediante el proceso político antes que por proceso judicial111, sobre todo en casos límite como el aborto, la eutanasia activa, la unión civil de personas del mismo sexo, etc. En el proceso político participan el legislativo y el ejecutivo, y sobre ambos el cuerpo electoral -que con su voto por identidades de partido político determina qué ideología, si de derecha o izquierda, habrá de interpretar legislativamente un derecho, por ejemplo, a la vida. Este es el llamado carácter abierto que tienen las constituciones y los derechos en ellas reconocidos, que pueden tener diferentes interpretaciones bien sea de izquierda, de derecha, o de centro112. No debe pasarse por alto –como lo hace la doctrina que vengo criticando- que en una democracia constitucional los derechos fundamentales se interpretan por diversos actores institucionales siendo los jueces solo uno de ellos113. Según lo dicho por Ronald Dworkin y Robert Alexy sabemos que no existe un compás y una regla con el que el juez pueda marcar con precisión el contenido esencial, de, por ejemplo, el derecho a la vida. Si esto es así y su posición institucional goza de una legitimidad democrática menor que la del poder legislativo y la del poder ejecutivo, entonces ello obliga a los jueces constitucionales a considerar por regla general otorgar deferencia al proceso 110 Cfr. DWORKIN, Los derechos en serio, op. cit., pp. 77-78. Cfr. VEGA, Pedro de. “El tránsito del positivismo jurídico al positivismo jurisprudencial en la doctrina constitucional”; en Teoría y realidad constitucional, no. 1, 1998; pp. 65 y ss. 112 Cfr. ZAGREBELSKY, Gustavo. El derecho dúctil (7ª.). Madrid, Trotta, 2007; pp. 109 y ss. 113 Cfr. FIX-ZAMUDIO, Héctor. “Lineamientos esenciales de la interpretación constitucional”; en Eduardo Ferrer MacGregor (coord.) Derecho Procesal Constitucional (4a. ed.; tomo IV). México, Porrúa-Colegio de Secretarios de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, 2003, pp. 3381 y ss. Véase también en el tomo I de la misma obra colectiva, FERRER-MACGREGOR, Eduardo. “El acceso a la justicia de los intereses de grupo (hacia un juicio de amparo colectivo en México);” pp. 723 y ss. 111 42 político para la configuración de los derechos –cuestión que abordo en el último subapartado. En el caso particular de México hay otra serie de preguntas que el abuso del amparo obliga plantear ¿debe en una democracia constitucional organizada bajo el principio federal ser el juez federal ordinario el que de cualquier manera determine cuál es el ámbito protegido del derecho y desplazar el otro interés tutelado, por ejemplo entre el derecho a la vida y el derecho a la salud? ¿cuál es la base de legitimidad del juez federal ordinario para anular una ley estatal votada por los representantes populares de un estado? ¿tiene el juez federal ordinario mejores elementos de juicio para conocer la realidad social que el legislador de un estado? Para contestar esta serie de preguntas se debe considerar que bajo la legislación vigente en México el juez federal ordinario, contrario a los representantes populares estatales, no goza de legitimidad democrática, su ingreso al poder judicial federal se debe a un examen de méritos técnico jurídicos114. La falta de legitimidad democrática del juez federal se ve reforzada en la medida en que en caso de que su interpretación sea contraria a la del pueblo del estado expresada en su propia constitución, no es posible que el cuerpo electoral le exija responsabilidad política por ello. Ello supone como consecuencia necesaria que mediante el juicio de amparo un juez federal puede inscribir sus propias concepciones morales haciendo de lado las de la mayoría del pueblo de un estado, lo que viola la esencia del federalismo y del principio de territorialidad de las leyes del artículo 121 de la Constitución federal. Si los jueces federales invaden por la vía de la interpretación y protección de los derechos de la carta federal las competencias legislativas de los estados, vacían de contenido el principio federal y consecuentemente la idea de que es más democrática la ley que más se acerca al gobernado. Simple y llanamente si no se deja un margen de interpretación a los estados sobre las competencias reservadas a éstos por la Constitución federal contra el marco de sus propios catálogos de derechos, se borra el federalismo judicial y con ello la esencia misma del federalismo que implica procesos políticos en cada uno de los estados para determinar las políticas públicas más inteligentes y oportunas que inciden sobre los derechos fundamentales. Debe recordarse que desde su propio origen, el federalismo es considerado como un sistema profundamente democrático porque acerca geográficamente las decisiones que se convierten en leyes a los gobernados115. Incluso el gran jurista Hans Kelsen que no abogaba por la interpretación constitucional de los valores, concede al federalismo la siguiente Constitución federal, Art. 97: “Los Magistrados de Circuito y los Jueces de Distrito serán nombrados y adscritos por el Consejo de la Judicatura con base a criterios objetivos y de acuerdo a los requisitos y procedimientos que establezca la ley. Durarán seis años en el ejercicio de su encargo, al término de los cuales, si fueran ratificados o promovidos a cargos superiores, solo podrán ser privados de sus puestos en los casos y conforme a los procedimientos que establezca la ley (…)”. 115 Cfr. BRYCE, The American Commonwealth, op. cit., p. 466. 114 43 virtud democrática: “La descentralización permite una aproximación mayor a la idea de la democracia que la centralización. Esta idea es el principio de autodeterminación. La democracia exige la máxima conformidad entre la voluntad general expresada en el orden jurídico y la de los individuos sujetos a este orden; de aquí que el orden jurídico sea creado, de acuerdo con el principio mayoritario, por los mismos individuos sometidos a dicho orden. La coincidencia del orden con la voluntad de la mayoría es la meta de la organización democrática. Pero las normas centrales del orden, válidas para la totalidad del territorio, pueden fácilmente entrar en contradicción con la voluntad mayoritaria de un grupo residente en un territorio parcial (…). La mayoría de toda la nación puede ser socialista o católica, y la de una o más provincias liberal o protestante. A fin de atenuar la posible contradicción entre el contenido del orden jurídico y la voluntad de los individuos sujetos a éste, y de acercarse en la mayor medida posible a la idea de la democracia, puede ser necesario, en ciertas circunstancias, que determinadas normas del orden jurídico sólo sean válidas para ciertos territorios parciales, y que tales normas solo sean creadas por el voto mayoritario de los individuos que viven en esos territorios”116. Bajo este entendimiento ¿debe el poder judicial de la federación sofocar esta virtud democrática del federalismo? Cabe además insistir en la pregunta si la valoración de qué es un derecho fundamental debe hacerse mediante el proceso judicial o si acaso es mejor el proceso político117 –y, específicamente, el proceso político estatal. Sobre esta luz se debe analizar la ley de amparo vigente. Es verdad que el juicio de amparo del que conocen solo los jueces federales sirve para proteger los derechos, esta es su primera virtualidad, pero al hacer dicho ejercicio jurisdiccional también se interpreta el derecho concreto118 y tal interpretación debe tener un límite si se quiere conservar y nutrir el federalismo. La posición que yo defiendo es que en un auténtico Estado federal la interpretación del derecho fundamental corresponde, por disposición de la Constitución federal, a los estados cuando conciernen a materias reservadas a éstos. Ésta es precisamente la razón de ser del artículo 121 de la Constitución federal mexicana, artículo que, en congruencia con el principio federal, asume la “soberanía moral” de los estados al interpretar sus derechos como sugiere el profesor Seth Kreimer. Por tanto sostengo que la cláusula de supremacía establecida en el artículo 133 de la Constitución de Querétaro debe interpretarse coherentemente con el artículo 121. La cláusula de supremacía impone uniformidad en lo referente al derecho federal, pero no en derecho estatal. La cláusula de supremacía se introdujo en los sistemas federales para evitar el desconocimiento del derecho federal por los jueces estatales, en oportuna 116 Cfr. KELSEN, Teoría General del Derecho y del Estado, op. cit.; p. 371. Cfr. CANOSA USERA, Raúl. “Interpretación constitucional y voluntad democrática”; en Eduardo Ferrer MacGregor (coord.) Derecho Procesal Constitucional (4ª. Ed.; tomo IV). México, Porrúa-Colegio de Secretarios de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, 2003. 118 Cfr. PÉREZ-TREMPS, Pablo. El recurso de amparo. Valencia, Tirant lo Blanch, 2004; pp. 25 y ss. 117 44 previsión de los casos en que éstos entraran en conflicto de intereses, toda vez que deben fidelidad a sus respectivos estados puesto que la permanencia en el cargo de los jueces estatales depende de los estados y también sus salarios. Por ello los jueces estatales vienen obligados por la cláusula de supremacía de la Constitución federal a no sostener la constitucionalidad de ningún acto normativo del estado que contravenga la Constitución, leyes, reglamentos o actos ejecutivos federales. Pero como dije la uniformidad se requiere solo para el derecho federal, no para el derecho de los estados. El federalismo implica pluralismo, posibilita que una mayoría congresual en un estado pueda hacer interpretaciones de izquierda, y que en otro estado otra mayoría congresual de signo diferente y aún opuesto pueda hacer interpretaciones ideológicamente de derecha 119. Esto es lo normal en un Estado federal aun cuando la implantación de partidos políticos nacionales tiende a suprimir dichas expresiones del pluralismo democrático. En todo caso el federalismo exige que los jueces federales ordinarios respeten el derecho interno de cada uno de los estados. Éstos no tienen legitimidad democrática para forjar el derecho objetivo de un estado. El problema de intromisión en asuntos estatales se suscita si a través de la interpretación de derechos federales se extiende artificialmente la competencia de los jueces federales ordinarios a la valoración de todos los actos jurídicos del estado. Esta intromisión se hace posible cuando solo existe un catálogo de derechos, el federal, y el estado renuncia a reconocer su propio catálogo. Esta omisión constitucional facilita el traslado casi en automático de cualquier controversia sobre derechos fundamentales al ámbito federal, aunque sea asunto estrictamente de la competencia local. Debe por tanto entenderse que la competencia judicial en un Estado federal no viene atada a la defensa de los derechos fundamentales porque todas las leyes –federales y estatales- afectan en mayor o menor medida algún derecho fundamental, de tal manera que si solo existe un solo catálogo de derechos con un cuerpo de juzgadores competente para conocer de derechos fundamentales –el federal-, entonces todos los casos terminan siendo federales. La competencia viene dada por la legislación impugnada, y la legislación impugnada viene dada por la distribución sobre la competencia para legislar que hace la Constitución en el artículo 124. Salvando la cota mínima de protección federal establecida por la Suprema Corte, el asunto de interpretación de derechos fundamentales será federal si la ley es federal y será de la competencia de los estados, si la ley impugnada es estatal120. Por su posición como tribunal constitucional y su deber de imponer la observancia del principio federal, la Corte debe ser la encargada de inducir una nueva aproximación de los jueces federales ordinarios a los derechos de las constituciones de los estados. Al interpretar derechos la Corte debe necesariamente dejar ella misma y obligar a los jueces federales ordinarios a dejar un espacio amplio a los estados para interpretar los suyos cuando estos rozan cuestiones eminentemente estatales. No hay forma de delimitar con 119 Cfr. GARDNER, James. Interpreting State Constitutions. Chicago, The University of Chicago Press, 2005; pp. 80-120. 120 Ïdem, pp. 228-272. 45 exactitud dicha división vertical de la función jurisdiccional. Pero debe existir mayor margen de interpretación de los derechos para los estados cuando estén implicadas las materias reservadas para los estados. Por ejemplo, la objeción de conciencia en asuntos del ejército, es un tema exclusivo de los tribunales federales. Pero la objeción de conciencia referida a un tema de salud de la competencia de los estados, por ejemplo, practicar la interrupción de un embarazo por un médico del servicio estatal de salud, debe mantenerse en la esfera de competencia estatal. Los derechos de objeción de conciencia y a la vida pueden estar reconocidos tanto en la Constitución federal como en la del estado, pero es la reserva de ley al poder legislativo nacional o al poder legislativo estatal del artículo 124 la que define en primer termino quién interpreta el derecho jurisprudencialmente. El marco de distribución de competencias legislativas entre el Congreso y las legislaturas de los estados debe ser el primer criterio a considerar en la interpretación de los derechos de las constituciones estatales. De esta manera, los derechos fundamentales que se vean afectados por el derecho de familia, el derecho urbanístico, el derecho que regula las aguas internas de los estados, la responsabilidad patrimonial del Estado, etcétera, deben, por política judicial, ser dejados a la interpretación de los estados. En este contexto la violación de derechos entre particulares vendría a ser uno de las principales responsabilidades de interpretación de derechos de los estados. Aun cuando a primera vista se podría pensar que ello nos podría conducir a una torre de babel, en realidad esto no tendría por qué ocurrir necesariamente. Ello en tanto que existe un entendimiento común de valores e instituciones en todo el país, que el precedente vertical y horizontal (y supranacional de la CADH) se encarga de hacer más uniforme. El Ministro de la Suprema Corte de Justicia Sergio A. Valls Hernández propone además como una garantía de uniformidad mínima federal en cuanto a interpretación de derechos, la siguiente: “el nuevo federalismo judicial mexicano que propongo consistiría, en pocas palabras, en que los estados adopten en sus constituciones un catálogo de derechos fundamentales y un juicio local de amparo (además del resto de instrumentos de control constitucional local) del que conocerían los tribunales superiores de justicia. En los juicios locales de amparo, éstos estarían obligados a interpretar los derechos fundamentales de las constituciones estatales EXACTAMENTE IGUAL, a como lo hace la Suprema Corte de Justicia de la Nación con los derechos homólogos de la carta constitucional federal121”. La propuesta del Ministro Sergio A. Valls Hernández distingue entre “interpretación” y “aplicación” de los derechos de la Constitución federal en el marco de lo que la doctrina llama “control difuso de constitucionalidad”; solo la interpretación de los derechos de la Constitución federal debe ser –como hasta el día de hoy- monopolio del Poder Judicial de la Federación, pero no su aplicación. Una vez que el Poder Judicial de la Federación ha generado un precedente directivo que interpreta un derecho de la Constitución federal, los Cfr. VALLS HERNÁNDEZ, “Notas estadísticas sobre el problema de la impartición de justicia en México”, en Seminario Internacional sobre federalismo judicial. La protección de los derechos fundamentales. op. cit. 121 46 jueces estatales pueden aplicar rigurosamente dicha interpretación a los asuntos de su competencia basados en el derecho homólogo de su constitución estatal. La interpretación difusa fue la preocupación que manifestó la Suprema Corte de Justicia de la Nación para adoptar una interpretación del artículo 133 de la Constitución –que se mantiene hasta el día de hoy- que es inconsecuente con la estructura federal de la República mexicana. Lo que se sugiere al implantar el “análisis estatal bloqueado” es la aplicación difusa de la Constitución federal por vía indirecta, esto es, aplicar derecho constitucional estatal por los tribunales estatales pero atados a la interpretación de derechos homólogos de la Ley Fundamental según la interpretación que de éstos hacen los tribunales federales y particularmente la Suprema Corte de Justicia de la Nación122. Mediante esta fórmula al proteger derechos estatales en juicios estatales se estaría al mismo tiempo protegiendo los derechos de la Constitución federal. Bajo este esquema de interpretación estatal bloqueada propuesto por Valls, las diferencias en la interpretación de los derechos solo se expresan en los casos límite en un periodo histórico determinado, como la eutanasia activa y pasiva, el aborto, unión civil entre personas del mismo sexo. Pero en los casos límite –según la explicación que yo propongo en el último subapartado- entra la consideración de la teoría democrática sobre la cercanía del legislador en las decisiones de los gobernados que afectara. La potestad del control de constitucional no debe verse en forma aislada en una democracia constitucional organizada bajo el principio federal. La Corte no es el único intérprete de la Constitución y por tanto la Corte debe ejercitar la autocontención en forma horizontal y en forma vertical. Esto es, la autocontención horizontal implica que la Corte debe permitir un margen para que el congreso federal y el presidente hagan la interpretación de la Constitución a través de las leyes; la autocontención vertical tiene que ver con el margen de apreciación que necesariamente la Corte le debe dejar a los estados para que el concepto de “soberanía de los estados” que la Constitución reconoce, tenga un significado real. 2.7. Teoría sobre el margen de apreciación de los jueces constitucionales locales frente al legislador local en la interpretación de los derechos estatales. En los subapartados anteriores he dicho que los jueces federales, en un federalismo auténtico como el que queremos construir en México de conformidad con la letra y espíritu de la Constitución de 1917, no son competentes para conocer conflictos judiciales que surjan sobre materias que la Constitución federal reserva a los estados en su artículo 124. Que bajo un esquema de auténtico federalismo los jueces estatales deben respetar y hacer respetar, en los casos de derecho estatal, la protección que brindan los derechos de la Constitución federal -según ésta dispone en su primer artículo-, 122 Véase DVD Primer Seminario Internacional de Federalismo Judicial. México, SCJN, 2007 47 mediante la “interpretación estatal bloqueada” (o clonación) de derechos homólogos al catálogo de derechos de la constitución estatal. Pero ello plantea la cuestión de cómo deben los poderes de los estados interpretar los derechos de las constituciones estatales una vez que ha sido respetado el mínimo establecido por los derechos federales -o núcleo esencial de los derechos-, según la interpretación que de éstos hace en última instancia la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Pretendo contribuir a resolver esta cuestión en este último apartado. Basado en la obra del profesor estadounidense John Hart Ely y en su teoría sobre el control de constitucionalidad123, presento una propuesta teórica de interpretación de los derechos por los poderes públicos de los estados. Como complemento necesario de la “interpretación estatal bloqueada”, concretamente sugiero cuándo debe el juez estatal otorgar preferencia a las interpretaciones de los derechos que a través de las leyes hace el poder legislativo del estado. Empecemos por señalar que los derechos fundamentales reflejan un modo de vida civil y político. Nuestro modo de vida civil básicamente configura las relaciones entre particulares, en cuyas relaciones deberán respetarse entre ellos los derechos fundamentales. Nuestro modo de vida político se expresa en las relaciones del individuo con los titulares del poder público basado en el consentimiento de los gobernados. En una sociedad democrática de individuos iguales y libres el gobernante solo puede imponer normas consentidas por los gobernados124. La democracia tiene un conjunto de normas que regulan el proceso político a través del cual los ciudadanos participamos en la formación de nuestras leyes. La cuestión central es garantizar la participación del pueblo y el diálogo abierto y libre de los ciudadanos entre sí y de éstos con el poder público. Pero el problema de una democracia constitucional es que al definir la participación del pueblo en una ley, los políticos quieren establecer ventajas para mantenerse en el poder incluso cuando no reflejan el sentir del pueblo o de plano cuando éste los detesta, por ejemplo siendo deliberadamente omisos en la redacción del código penal en el título dedicado a los delitos electorales. Cuando una ley afecte el proceso político reduciendo la participación del pueblo, los jueces deben intervenir. El punto central de mi tesis es que los jueces en una democracia representativa solo deben interpretar los derechos y contravenir la interpretación del legislador plasmada en las leyes, únicamente cuando afectan el proceso político; en la democracia representativa la 123 Cfr. ELY, John Hart. Democracy and Distrust. A Theory of Judicial Review. Cambridge, Harvard University Press, 1980. 124 Cfr. FIX-ZAMUDIO, Héctor. “Lineamientos esenciales de la interpretación constitucional”; en Eduardo Ferrer MacGregor (coord.) Derecho Procesal Constitucional (4a. ed.; tomo IV). México, Porrúa-Colegio de Secretarios de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, 2003, pp. 3381 y ss. Véase también en el tomo I de la misma obra colectiva, FERRER-MACGREGOR, Eduardo. “El acceso a la justicia de los intereses de grupo (hacia un juicio de amparo colectivo en México);” pp. 723 y ss. 48 interpretación de nuestro modo de vida civil corresponde a los legisladores y en última instancia al pueblo que con su voto pone y quita legisladores125. Pongo un ejemplo. La reforma a la ley de salud del DF y de su código penal que permite nuevo supuestos para la interrupción del embarazo que impulsó una mayoría de legisladores del PRD de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal con el apoyo del Jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard Casaubón, es, en mi opinión, constitucional. La Suprema Corte de Justicia de la Nación debería hacer un ejercicio de autocontención judicial y dejar que la interpretación del derecho a la vida y su ponderación con el derecho a la salud la haga el proceso político. Ello implica que, si el cuerpo electoral del Distrito Federal considera que los legisladores del PRD han interpretado y ponderado erróneamente los citados derechos, que los electores opten con su voto en la siguiente elección por una mayoría en la Asamblea de un partido político que esté –como el PAN- en contra de permitir nuevos supuestos de despenalización del aborto y que se comprometa en su plataforma electoral a abrogar los artículos de los códigos penal y de salud locales que le repugnan al cuerpo electoral del Distrito Federal. La claridad del ejemplo propuesto me permite presentar mi propuesta central sobre el margen de apreciación de los jueces en el marco de una democracia representativa, a lo que llamo, inspirado en John Hart Ely, el “grado de intensidad del escrutinio judicial”: El escrutinio judicial debe ser (1) bajo, (2) medio e (3) intenso, según la incidencia que la norma impugnada ante el juez constitucional estatal tenga sobre el proceso político. Las interpretaciones que el legislador hace sobre las normas que configuran nuestra vida civil gozan del mayor grado de presunción de constitucionalidad, pues los legisladores las han hecho porque han transformado el mandato del pueblo en normas. Estos asuntos pertenecen al proceso político y por tanto el escrutinio judicial en este tipo de leyes debe ser bajo, por ejemplo en el tema de la interrupción del embarazo o de la eutanasia activa o pasiva. En el proceso político participan el legislativo y el ejecutivo –este último a través de la iniciativa y del veto-, y sobre ambos actores públicos el cuerpo electoral que con su voto por identidades de partido político determina qué ideología, si de derecha o izquierda, habrá de interpretar legislativamente un derecho, por ejemplo, a la vida y su ponderación con el derecho a la salud. Este es el llamado carácter abierto que tienen las constituciones y los derechos en ellas reconocidos, que pueden tener diferentes interpretaciones bien sea de izquierda, de derecha, o de centro126. No debe pasarse por alto que en una democracia constitucional los derechos fundamentales se interpretan por diversos actores institucionales siendo los jueces solo uno de ellos. Ahora bien, hay normas que no configuran propiamente derechos políticos, pero que inciden indirectamente en el proceso político y por ello Cfr. VEGA, Pedro de. “El tránsito del positivismo jurídico al positivismo jurisprudencial en la doctrina constitucional”; en Teoría y realidad constitucional, no. 1, 1998; pp. 65 y ss. 126 Cfr. ZAGREBELSKY, Op. Cit., El derecho dúctil; pp. 109 y ss. 125 49 merecen un escrutinio judicial medio; su presunción de constitucionalidad es media. Por ejemplo la ley de presupuestos del estado no se dirige a regular un derecho político y por tanto, en principio, no debería afectar el proceso político. Pero puede suceder que sí lo afecte. Si por ejemplo ésta ley establece una clasificación para otorgar beneficios a un determinado grupo de personas o a un área geográfica determinada, puede ser que esté orientada a favorecer a las clientelas políticas del partido en el poder. O por ejemplo, si la ley de presupuestos establece calendarios de gastos no uniformes durante todo el año sino que, sospechosamente, en un trimestre –que coincide con las elecciones estatales- fija una cantidad mucho mayor que en los otros tres trimestres del año, merece que la ley de presupuestos deba ser revisada judicialmente para despejar dudas sobre la posible contaminación del proceso político. El mismo comentario cabe por lo que se refiere a la ley de publicidad institucional de los estados que deben fijar criterios objetivos para la asignación del presupuesto del estado en gastos de comunicación social para evitar inequidad en la competencia electoral. Por último, las normas que regulan aspectos concernientes a los derechos políticos de los gobernados no gozan del mismo nivel de presunción de constitucionalidad que las dos anteriores: su presunción de constitucionalidad debe ser el más bajo posible. La razón es que este tipo de leyes regulan la distribución del poder político entre los poderes públicos y los gobernados o entre los poderes públicos entre sí, y por tanto suelen venir contaminadas por los intereses de los partidos políticos que al legislar se convierten en juez y parte. Ello implica que éstas normas deben ser objeto de un escrutinio judicial muy intenso, el más intenso posible, pues sólo así se puede garantizar la apertura del proceso político. Un ejemplo es la ley de partidos políticos. Típicamente estas entidades de interés público pretenden aislarse del control del pueblo. Pretenden que no les sean aplicables normas de derecho público a pesar de que son entes que, con dinero público, gastan en propaganda –pintura, pasacalles, etc.- sin tener que sujetarse a la ley de adquisiciones obras y servicios públicos. Pero es que además pretenden que los ciudadanos no tengan acceso a la información sobre la gestión de sus recursos no obstante que manejan cuantiosas cantidades de dinero público; los partidos políticos ni siquiera están dispuestos a admitir sin cortapisas el acceso a la información de la gestión de sus finanzas a los propios militantes de los partidos políticos, puesto que ello implica un control entre quienes dirigen el partido en un periodo estatutario determinado y sus adversarios dentro del mismo partido, que les quieren sustituir como dirigentes. Todo ello por supuesto subvierte el proceso político interno e interpartidista de los partidos políticos, pues entre otras cosas propicia la entrada a la arena política de dinero negro del crimen organizado –razón de origen del financiamiento público de los partidos políticos en México- así como de los poderes fácticos, que pretenden imponer como política pública sus propios intereses. Los criterios anteriormente expuestos sobre la intensidad del escrutinio judicial sobre las leyes emanadas de los congresos de los estados se funda en la idea de que el electorado influye en forma determinante a través de su voto en la interpretación de los derechos de la constitución estatal, que hacen los legisladores locales, mediante las leyes que confeccionan y aprueban. Si por 50 ejemplo la mayoría del cuerpo electoral no comparte la interpretación que los legisladores locales del partido “X” hicieron sobre el derecho a la vida al despenalizar ciertos supuestos del aborto en el código penal estatal, entonces puede votar en la siguiente elección para que llegue una mayoría congresual del partido “Y” que revierta lo dispuesto en materia de aborto. Esta es la lógica del proceso político democrático con regla de mayoría para decidir. Sin embargo en una democracia representativa la regla de la mayoría no siempre opera con la misma coherencia, pues como sugiere John Hart Ely, existen en las sociedades políticas “minorías insulares” que por algún obstáculo insalvable no son capaces de influir en forma determinante en el proceso político, y por tanto dicho proceso no es incapaz de proteger sus derechos. Un ejemplo de las “minorías insulares” son los pueblos indígenas que habitan en los diferentes estados de nuestro país; los pueblos indígenas son minorías prefiguradas que por su número no puede influir determinantemente para interpretar sus derechos a través de las leyes de los estados. Los pueblos indios monolingües que solo hablan su propio dialecto, no pueden influir en el proceso político estatal -que se produce en idioma español- para configurar, por ejemplo, un derecho de familia acorde con sus costumbres; o para influir para que en las leyes estatales la edad de matrimonio no sea hasta los dieciocho años; o que la ley laboral permita el trabajo de los niños -costumbre arraigada a través de la cual los infantes aprenden el trabajo de sus padres. Por ello estas “minorías insulares” deben ser protegidas por el proceso judicial estatal con un escrutinio intenso. He expuesto una propuesta para construir un nuevo federalismo judicial y una aproximación a la interpretación de los derechos de las constituciones estatales que parten de una premisa básica: el precedente sentado por la Suprema Corte y por la Corte Interamericana sobre Derechos Humanos que los jueces de los estados deben de respetar y hacer respetar al interpretar su catálogo de derechos en los casos judiciales reservados a los estados. Todo ello considerando la publicidad de todas las sentencias de los jueces constitucionales y ordinarios de los estados –salvando por supuesto, y cuando sea necesario, el derecho al honor y a la intimidad de las personas. Las sentencias de todos los jueces estatales deben ser públicas. Como sucede en las democracias consolidadas del mundo, la publicidad de las sentencias es la forma de rendición de cuentas de los jueces constitucionales y ordinarios y el instrumento necesario para que el gobernado pueda exigir de los jueces estatales responsabilidad política por los actos jurisdiccionales a través de los cuales interpretan derechos al aplicar la ley a un caso concreto127, o alternativamente para que los ciudadanos –una vez en conocimiento de la interpretación judicial de un derecho- puedan enmendar la plana a los jueces constitucionales estatales mediante una reforma a la constitución estatal. Además, en tanto que la jurisprudencia es pública y las sentencias que pronuncian los jueces en seguimiento de aquella también debe serlo, se impide que los jueces locales puedan seguir instrucciones de los gobernadores o de poderes fácticos locales, pues todos los jueces están atados por los precedentes. De ahí la insistencia de que necesariamente la jurisprudencia 127 Cfr. GARCÍA DE ENTERRÍA, Eduardo. La lengua de los derechos. La formación del derecho público europeo tras la Revolución Francesa. Madrid, Alianza, 1999; pp. 97-145. 51 debe ser pública y que por ley del congreso del estado se debe garantizar la publicidad de las sentencias en todos los estados, cuestión que actualmente no es así en la mayoría de los estados128. La publicidad de la jurisprudencia de los jueces constitucionales y las sentencias de los jueces ordinarios es absolutamente necesaria para que el gobernado y el gobernante sepan y puedan ajustar sus conductas a la constitución estatal y a las leyes emitidas por el congreso estatal. Sin embargo, en los estados se ha llegado al absurdo de mantener en secreto las sentencias. De esta manera tenemos que existe un periódico oficial por el cual los gobernados y los gobernantes conocen la constitución estatal y las leyes que han sido aprobadas por los representantes populares, pero no tienen acceso a la interpretación de esas mismas leyes que los jueces interpretan y aplican en nombre del pueblo. La opacidad permite que un juez pueda no seguir los precedentes establecidos por los tribunales de alzada, e incluso que pueda sin ninguna consecuencia violar de manera consuetudinaria el autoprecedente, esto es, su propio criterio judicial, lo que puede ser considerado como un indicador de corrupción puesto que un juez podría sin ninguna consecuencia variar su criterio para decidir dos casos exactamente iguales129. Por ello abogo en este IX Congreso Nacional de Derecho Constitucional Estatal por un nuevo federalismo judicial. De lograrse la implantación de un nuevo federalismo judicial los tribunales estatales mexicanos podrían actuar como efectivos instrumentos para la consolidación de la democracia en México. Siguiendo precedentes de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, así como Cfr. CABALLERO, José Antonio. “La regulación sobre el acceso a la información judicial en México. Algunos comentarios sobre el estado de la cuestión”; en El acceso a la información judicial en México: una visión comparada, op. cit..; pp. 195 y ss. 129 La opacidad en la administración de justicia y la ausencia de la obligación legal de publicar las sentencias definitivamente genera corrupción. El proceso penal en las democracias consolidadas permite el secreto de sumario en determinados casos que el juez debe decretar, acto del que también es responsable y en el que debe seguir las directrices establecidas en precedentes judiciales; desde luego al concluir el proceso la sentencia se publica, si bien cuidando que los nombres de las víctimas no aparezcan publicados en aras de proteger el derecho de éstas a la intimidad y al honor. En los estados mexicanos no existe obligación de los jueces de publicar las leyes. Luego entonces no puede sorprender la rampante corrupción en los sistemas judiciales estatales en la aplicación de las leyes penales. En las conclusiones de un estudio de campo elaborado por el CIDE se señaló que el sistema de seguridad pública y justicia penal es arbitrario, por lo que se sugiere en dicho estudio que “la eliminación de los abusos por parte de policías, ministerios públicos, jueces y autoridades carcelarias es tan importante como el combate a la delincuencia. No se garantiza la seguridad de los ciudadanos si, por ejemplo, quien es víctima de un delito teme por su seguridad cuando pide auxilio o presenta una denuncia bajo sospecha de que el delincuente puede sobornar a la autoridad y perjudicarle aún más. En este sentido, un segundo componente para evaluar el desempeño institucional es el apego y respeto de las propias instituciones a las reglas que deben regir su actuación. El desempeño institucional en este ámbito también es muy bajo: todas las autoridades que forman parte del sistema penal violan sistemáticamente las reglas básicas que deben regir su actuación. La persona sentenciada padece, a lo largo del proceso, un sistema arbitrario y poco transparente (…). En los juzgados prevalece la falta de información y garantía de los derechos constitucionales del individuo sujeto a proceso. Por ejemplo, al 66% de los internos no se les informó de su derecho a no declarar ante el juez y en el 80% de los casos el interno no habló nunca con el juez”. Véase Marcelo Bergman (coord..) Delincuencia, marginalidad y desempeño institucional. Principales resultados de la encuesta a población en reclusión en tres entidades de la República Mexicana: Distrito Federal, Morelos y Estado de México. México, CIDE, 2004; p. 2. 128 52 de la Corte Interamericana sobre Derechos Humanos se podría también reducir en el mediano plazo la influencia de los gobernadores en las sentencias que emiten los poderes judiciales de los estados. La experiencia de la República federal argentina debe servir a los movimientos democráticos de los estados mexicanos que buscan caminos para transitar de la fase del respeto al derecho de poder votar libremente y de ser votado –que hemos logrado con cierto éxitohasta garantizar todos los demás derechos con la misma eficacia. Como señala Víctor Abramovich para Argentina, la aplicación del derecho internacional de los derechos humanos fue un instrumento importante para su democratización al nivel de las provincias argentinas130. Por contraste, para los estados mexicanos sigue siendo una asignatura pendiente la transposición de los derechos de la Convención Americana sobre Derechos Humanos por parte del poder constituyente de cada estado y de sus respectivos poderes legislativos según dispone esta misma convención en la llamada “cláusula federal” contenida en su artículo 128- y también la transposición de la jurisprudencia del citado derecho internacional de los derechos humanos en los casos de los que conocen los jueces de los estados. Cfr. “Una nueva institucionalidad pública. Los tratados de derechos humanos en el orden constitucional argentino”; en ABRAMOVICH, Víctor; BOVINO, Alberto y; Christian Courtis. La aplicación de los tratados sobre derechos humanos en el ámbito local. La experiencia de una década. Buenos Aires, CELS-Canadian International Development Agency, 2007; pp. VIII y ss. 130 53