Prólogo a "Hugo Chávez y la revolución bolivariana. Ensayos"

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Prólogo a "Hugo Chávez y la revolución bolivariana.
Ensayos"
Renán Vega Cantor :: 04/03/2014
El libro cuenta con artículos de James Petras,
István Mészáros, Luis Britto García, Renán Vega
Cantor, Olmedo Beluche, Claudio Katz y Eduardo
Lucita
Mario Hernández (Compilador) El 5 de marzo, homenajeando el primer aniversario del fallecimiento
de Hugo Chávez y en el marco de un nuevo intento de golpe contra la Venezuela bolivariana, se
presenta en el Bauen Hotel [recuperado por los trabajadores], Callao 360, el libro “Hugo Chávez y la
revolución bolivariana” con la participación de Hugo Calello, Modesto Emilio Guerrero, Mario
Hernandez, G. Almeyra y Ricardo Napurí. En el Salón Conciliar 2 de 19:00 a 22:00
PROLOGO Renán Vega Cantor La muerte de Hugo Chávez Frías constituye una tragedia para el
pueblo venezolano y latinoamericano y para el movimiento revolucionario mundial. Esta pérdida
irreparable se asemeja, guardando desde luego las diferencias históricas, a las de Emiliano Zapata,
César Augusto Sandino, Ernesto el Che Guevara o Salvador Allende, tanto porque todos estos
revolucionarios de nuestro continente murieron cuando conducían importantes procesos de
movilización y transformación social, como porque su obra quedó a mitad de camino. 1 Justamente,
varios autores de reconocida trayectoria intelectual y comprometidos con las luchas sociales y
populares de nuestro continente analizan desde diversos ángulos analíticos el significado histórico y
político del revolucionario venezolano para el movimiento antiimperialista y anticapitalista de
nuestro tiempo. Los autores de este libro destacan un sinnúmero de aspectos del legado de Hugo
Chávez, algunos de los cuales mencionamos en forma general. Entre sus logros más significativos se
encuentra el haber movilizado a los sectores plebeyos y empobrecidos de su país, concediéndoles el
carácter de seres humanos, como nunca antes había sucedido en ese país. Esta movilización exaltó
el carácter de las mayorías pobres, excluidas por cuestiones de clase y de “raza” -los habitantes de
los suburbios de Caracas son una clara expresión de ello-, quienes por primera vez sintieron que uno
de los suyos estaba en la presidencia de la República y que sus programas gubernamentales los
beneficiaban en forma directo, porque reconocía sus problemas y se identificaba con ellos. Esos
sectores populares han constituido la savia del chavismo, son quienes apoyaron masivamente en
todas las elecciones en que triunfó su candidato y quienes impidieron que se consumara el golpe de
derecha en abril de 2002 y son los mismos que hoy siguen llorando con dolor y amargura la pérdida
de su carismático líder. Estas clases subalternas son las que han recibido por primera vez salud,
educación, cultura y deporte del Estado, como parte del proyecto de dignificarlos y solucionar sus
principales problemas. Un segundo logro de Chávez consistió en haberse apartado del
neoliberalismo y de la globalización imperialista desde cuando ganó la elección de 1998, en que
planteó el manejo soberano del recurso petrolero y un distanciamiento del Consenso de Washington,
con lo que se cuestionó la hegemonía de los Estados Unidos y se puso en evidencia que era posible
recuperar autonomía política en el manejo de los recursos naturales, a partir de una renovada idea
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de soberanía nacional y energética, un hecho que le dio nueva vida a la Organización de Países
Exportadores de Petróleo (OPEP). Esta política antiimperialista adquiere más relieve, si se recuerda
que hace 15 años, y ahora mismo, la mayor parte de los políticos de Latinoamérica han sido y son
marionetas neoliberales que sirven, a bajo precio, los designios del imperialismo, tanto
estadounidense como europeo. Un tercer logro de Chávez radicó en revivir en la práctica la idea de
una integración continental que rompiera con la tutela de los Estados Unidos, lo cual destruyó el
proyecto imperialista del ALCA, que nadie cuestionaba en 1998 y que pretendía integrar una zona de
libre comercio, manejada por Estados Unidos y sus multinacionales, desde Alaska hasta Tierra del
Fuego. El proyecto integracionista impulsado por el líder venezolano revivió el ideario bolivariano y
le llevó a impulsar el ALBA, a fortalecer a Mercosur, a influir en la creación de Unasur y la Celac, y a
desarrollar una política solidaria, basada en el intercambio de petróleo a bajo precio, con servicios y
productos procedentes de Cuba, Nicaragua y otros países del Caribe. De esta forma, hizo realidad
otra tipo de relación comercial y propugnó por una integración de los pueblos, a partir de sus
necesidades y utilizando sus propias fuerzas. Un cuarto logró de Chávez se materializó en que
reivindicó la idea de construir una sociedad diferente al capitalismo, al plantear la construcción de
un “socialismo del siglo XXI”. Aunque ese proyecto no fuera del todo claro y no se haya hecho
realidad en ningún lugar, ni siquiera en Venezuela, el solo hecho de ponerlo en la mesa de la
discusión ayudó a recuperar en el horizonte teórico y político una idea que había sido enterrada para
siempre -según el capitalismo y sus voceros-, tras la desaparición de la URSS en 1991. Esto ha
revitalizado la reflexión sobre el anticapitalismo y ha implicado que una parte de la izquierda no
sienta pena ni bochorno al hablar del socialismo, como antes de Chávez sucedía en forma casi
unánime. Un quinto logró de Chávez se ha expresado en su carácter de educador y de pedagogo
popular y práctico, como lo evidenciaba en todos sus consejos comunales y charlas en la televisión.
Con estos medios no sólo se comunicaba con sus seguidores, sino que el líder venezolano instruía,
transmitía ideas, invitaba a reflexionar, recomendaba libros y autores, algo que ningún presidente
del mundo hace en la actualidad, por la sencilla razón que ahora los políticos no leen. En este
sentido, debe destacarse la reivindicación de la palabra viva como medio de comunicación con los
sectores pobres de Venezuela y de otros lugares del mundo donde tuvo la ocasión de hablar el
presidente bolivariano, pero también como instrumento de formación política al llevar un mensaje
directo de transformación social y apuntar a la superación del orden capitalista. Por todas estas
razones, Chávez fue odiado, y lo sigue siendo después de muerto, porque sencillamente movilizó al
pueblo llano, compuesto por hombres y mujeres humildes, pobres, de colores diversos -muchos
zambos como el propio presidente- y alimentó esa movilización con el sueño y la esperanza de
construir otro tipo de sociedad. Por esto lo odian tanto los capitalistas e imperialistas del mundo, así
como las oligarquías de los países latinoamericanos y buena parte de sus llamadas “clases medias”,
las que no pueden concebir la existencia de los pobres como un sujeto social autónomo y
deliberante, porque ven peligrar su forma de vida, sustentada en el arribismo y el consumo a vasta
escala. 2 Como parte del legado dejado por Hugo Chávez resulta indispensable recordar lo que éste
no alcanzó a realizar, así como los errores de su liderazgo, no sólo porque esto forma parte de la
historia, sino porque su estudio debería servir para aprender de esos errores e intentar
enmendarlos, tanto en Venezuela como en todos los lugares donde se adelantan procesos que
intenten superar el capitalismo. Los autores de este libro que tienen una visión crítica revolucionaria
sobre la obra, vida y legado de Hugo Chávez también señalan algunas de sus limitaciones. Pero
antes de mencionarlas, habría que diferenciar tres tipos de críticas, para evitar malentendidos. En
primer lugar, las de la derecha y sus aliados cuya finalidad consiste en mantener las diferencias de
clase, el racismo y la dominación imperialista, y por eso todos esos sectores, que se expresan en la
“gran prensa”, no han ocultado su felicidad por la muerte de su peligroso enemigo. En segundo
lugar, las de ciertos grupos minoritarios y sectarios de la izquierda que se consideran como
iluminados y se niegan a participar en forma directa de los procesos y, en algunos casos, resultan
convertidos en la práctica -aunque no lo hayan querido ser en forma voluntaria- en aliados de la
derecha, como sucedió a fines del 2012 con ciertos candidatos presidenciales que se mantuvieron
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hasta el final a nombre de una supuesta alternativa de izquierda y obtuvieron escasos votos. Y en
tercer lugar, están las críticas genuinamente revolucionarias que se hacen para superar errores,
para alertar sobre los giros indeseables que en determinados momentos y circunstancias adopta el
proceso, críticas justas que son hechas por compañeros de ruta, cuyo objetivo es mostrar los
problemas y dificultades, siempre en la perspectiva de obtener mejores resultados. Situados en esta
última perspectiva, y luego de reconocer los grandes e imperecederos aportes del comandante Hugo
Chávez como revolucionario, los autores de esta obra mencionan algunas de sus equivocaciones.
Entre estas tal vez la principal radicó en la entrega al terrorismo de Estado colombiano de varios
miembros de la insurgencia y del periodista Joaquín Pérez Becerra, quien hoy se encuentra recluido
en una tenebrosa prisión de Bogotá. Este ha sido un error no sólo porque se han desconocido
derechos, entre ellos el de asilo, sino porque un gobierno revolucionario no puede sacrificar a otros
revolucionarios a nombre de las razones de Estado en sus relaciones con un régimen criminal, como
el que predomina en Colombia. En el mismo sentido, referido a las razones de Estado, se encuentra
la política ambigua con respecto a la primavera árabe, en la que se han apoyado a regímenes poco
democráticos y no se ha diferenciado entre los intereses imperialistas, aliados con sectores
reaccionarios, y los genuinos deseos de importantes sectores de la población de conseguir
conquistas democráticas, para lo cual enfrentan a gobiernos tiránicos. De igual manera, la
conducción personalista fue evidente durante gran parte del proceso, aunque eso no habría que
atribuírselo a una mala voluntad de Chávez, sino al peso de razones objetivas, porque en Venezuela
no existían organizaciones políticas y sociales fuertes, cuando en 1998 se produce su primer triunfo
electoral. Por estas circunstancias, a él le toca apersonarse como conductor principal, sin que
emergiera durante su vida un proyecto de dirección colectiva que asegure la continuidad del
proceso, algo que está por dilucidarse en estos días en la difícil coyuntura postchavista. Otra
limitación del proceso bolivariano está relacionada con el hecho de no haber podido sentar las bases
de un modelo económico alternativo al extractivismo, algo que tampoco es una cuestión de pura
voluntad, sino que tiene que ver con un modelo que ha acompañado la historia venezolana desde las
primeras décadas del siglo XX. Desde luego, la diferencia de Chávez con todos sus antecesores ha
radicado en que éste ha redistribuido socialmente los frutos de la renta petrolera, creando escuelas,
hospitales, bibliotecas, universidades, mientras que antes esas rentas iban de manera exclusiva a las
arcas de las clases dominantes y a unos sectores minoritarios de las clases medias. Con todo y ese
importante logro redistributivo no se han dado pasos importantes hacia otro modelo de economía
postextractivista, con lo cual también se ha fortalecido la boliburguesía, formada por la burocracia
parasitaria, y por los conversos del régimen puntofijista que se transformaron en chavistas de
ocasión, y no de convicción, cuando se cayó el poder bipartidista de los adecos y los copeyanos a
finales de la década de 1990. Esto, además, ha propiciado la corrupción de sectores ligados al
aparato de Estado, los cuales se han convertido en una fuerza de contención de medidas
anticapitalistas que toquen los intereses de las clases dominantes no sólo en el terreno político, sino
sobre todo en el económico, en el ámbito de las grandes empresas y los medios de comunicación,
donde se mantiene la indiscutible hegemonía capitalista. Sin embargo, al hacer un balance sobre los
logros y limitaciones de Hugo Chávez, la conclusión principal que puede extraerse es que fue un
revolucionario integral, cuya figura dinamizó la política en nuestra América y les dio voz a los pobres
de su país y del continente, en la medida en que propuso una lucha frontal contra la dominación
imperialista. Por esa razón de clase y de “raza”, los poderes hegemónicos de América y del mundo lo
combatieron durante los quince años en que fue presidente legítimo y han inventado las más burdas
calumnias contra él y su pueblo, como lo siguen haciendo en estos momentos para mancillar su
memoria. Nada de esto, por supuesto, va a impedir que Hugo Chávez, como se demuestra con las
muestras de dolor de millones de venezolanos y latinoamericanos, pobres, humildes y conscientes,
ya forme parte de la tradición revolucionaria de nuestro continente. 3 Este libro se abre con el
artículo de Itsván Mészáros sobre una nueva internacional. Aunque, a primera vista, el asunto no
estaría relacionado con el tema central de este libro -el papel histórico y la obra de Hugo Chávez-, se
encuentran algunos nexos, si recordamos que el antiimperialismo formó parte del ideario de lucha
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del líder venezolano y que, además, en alguna ocasión éste anunció la imperiosa necesidad de
construir una nueva internacional (La Quinta), como forma de enfrentar la mundialización del
capital. Precisamente, Mészáros reflexiona con detalle sobre el carácter criminal del “nuevo
imperialismo”, cuya careta humanitaria no logra esconder sus verdaderos objetivos de expoliación y
dominación. El pensador húngaro analiza los procesos históricos que explican diversas experiencias
y derrotas del movimiento obrero, para concluir con el llamado a organizar en forma urgente la
lucha internacional de los trabajadores para enfrentar los nuevos desafíos impuestos por el capital,
entre éstos la destrucción ambiental. Cinco son las contribuciones analíticas sobre la vida,
trayectoria y legado de Hugo Chávez que componen este libro. En primer lugar, se encuentra el
ensayo del autor venezolano/argentino Modesto Emilio Guerrero, titulado “Hugo Chávez: del
nacionalismo militar al socialismo del siglo XXI”. En este escrito se muestran las diversas fuentes
ideológicas, políticas y culturales, en el largo, mediano y corto plazo, en los que bebió, con
creatividad y distancia crítica, el conductor venezolano. Entre dichas fuentes se encuentran las “tres
raíces”, conformadas por Simón Bolívar, Simón Rodríguez y Ezequiel Zamora, se incluyen a
pensadores latinoamericanos como José Carlos Mariátegui, Ludovico Silva, Paulo Freire, Domingo
Alberto Rangel y a revolucionarios europeos y de todos los tiempos, como Antonio Gramsci, Carlos
Marx, Itsván Mészáros y David Harvey, entre muchos. Como los revolucionarios de verdad, Hugo
Chávez se nutrió del pensamiento nacional-popular de su propio país y a partir de allí asimiló las
notables enseñanzas del pensamiento de nuestro continente y del pensamiento revolucionario
clásico. A partir de esa diversidad de ideas, fue estructurando las propias, que se alimentaban de la
lucha práctica, que le permitió aprender, corregir, reformular e incluso abandonar influencias que
antes consideraba importantes, como las de los teóricos de la “Tercera Vía”. Modesto Guerrero traza
un cuidadoso y detallado panorama de las múltiples, complejas y variadas influencias ideológicas,
políticas y culturales a lo largo de la vida de Chávez, para indicar los pasos que lo llevaron a
transitar por el nacionalismo popular hasta desembocar en el socialismo del siglo XXI. Que el
presidente venezolano hubiera usado este término con plena convicción, después del 2005, es un
notable aporte político e ideológico, que abrió las puertas al renacimiento de un debate que había
abandonado la izquierda mundial. Chávez se acercó al socialismo a partir de su convencimiento que
el capitalismo es una tragedia para la vida, la humanidad y la naturaleza que pone en cuestión la
misma existencia de nuestra especie. Con ello, revivió el espectro que yacía oculto y archivado en los
escombros del Muro de Berlín y de la extinta URSS y lo puso a andar nuevamente, renovado con
nuevos bríos y energías, que se alimentan de la confianza en las clases subalternas, en los pobres, a
los que pensó en términos de comunidades explotadas. De ahí que se enarbolaran las banderas de
un socialismo con rostro comunitario, y que éste fuera uno de sus últimos combates, hasta un poco
antes de su lamentable muerte. Y aquí aplicó en la realidad la máxima de Simón Rodríguez, “o
inventamos o erramos”, y la de Mariátegui, que “el socialismo no puede ser ni calco ni copia”. En
segundo lugar, James Petras en su ensayo “El presidente Chávez: un renacentista del siglo XXI” se
encarga de analizar sus contribuciones en diversos terrenos, entre los que sobresalen la ética y la
cultura cívica, las relaciones internacionales, el impulso a reformar un estado rentista, el
antiimperialismo y el proyecto de ir más allá del neoliberalismo. El sociólogo estadounidense
examina cada uno de estos tópicos, y resalta que Chávez encaró una extraordinaria transformación
de las concepciones y prácticas de las izquierdas históricas, al asumir una pedagogía cívica, con la
cual comunicó a los ciudadanos populares las propuestas encaminadas a mejorar su modo de vida.
Lo significativo radica en que eso no fue una retórica insustancial o demagógica sino un discurso
movilizador que llegó a las fibras más sensibles de los venezolanos pobres, siempre discriminados,
que se sintieron representados en los palabras de su presidente y por eso lo salieron a apoyar
durante el breve golpe de Estado de 2012. Otro elemento importante que recalca James Petras se
refiere al vuelco que generó la política internacional adoptada por el gobierno venezolano tras el
triunfo de Chávez en 1998, cuando, yendo contra la corriente dominante, adoptó posturas que
cuestionaban el Consenso de Washington, el carácter pretendidamente irreversible de la
globalización y la lucha contra el terrorismo por parte de los Estados Unidos. En todos estos planos,
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Chávez rompió con la idea que el Estado nacional era inútil y debía subordinarse al orden globalimperialista y someterse a las multinacionales, al reivindicar un papel activo del Estado en términos
de defensa de la soberanía nacional, de oposición a la cruzada estadounidense contra el terrorismo a la que calificó con toda razón como una práctica propia del terrorismo de Estado- y en priorizar las
relaciones Sur-Sur como alternativa al orden dominante. Como ningún otro gobernante en el mundo,
Chávez denunció los crímenes del imperialismo y de sus socios sionistas y en las distintas instancias
en que intervino, como en las Conferencias de la ONU, se atrevió a nombrar sin eufemismos a los
criminales de Estados Unidos y se solidarizó con los pueblos bombardeados y sometidos, como los
iraquíes y los palestinos. Con esto se opuso a las guerras imperialistas y reivindicó el derecho a la
autodeterminación por parte de las naciones oprimidas. En la práctica, el proyecto bolivariano ha
impulsado reformas que en medio del triunfalismo neoliberal y capitalista predominante en la
década de 1990 se consideraban imposibles, tales como direccionar la renta petrolera hacia la
inversión social, impulsar la educación, la salud, la recreación y la cultura, mantener los niveles de
empleo y negarse a aplicar los consabidos planes de ajuste que en todo el mundo, y en la misma
Venezuela puntofijista, aumentaron la miseria y la desigualdad. Esto en gran medida explica la
lealtad de la población y que Chávez no hubiera terminado como Salvador Allende. En tercer lugar,
en el ensayo de G. Almeyra “Chávez el irrepetible” se rastrean las semejanzas y diferencias entre el
líder venezolano y otros experimentos políticos de la región latinoamericana durante el siglo XX. Se
encuentra un recorrido a lo largo y ancho del continente en pos de rescatar la importancia del
nacionalismo revolucionario, que hunde sus raíces, como lo resalta con lujo de detalles este autor, en
las luchas populares y de clase que caracterizan la historia de cada país de la región. Se trata de
relacionar a los líderes populares con los movimientos sociales y de determinar sus vínculos y nexos,
como expresión de fuerzas que bullen a través de las luchas de los pueblos. Estas luchas modifican a
los dirigentes que al tener contacto con la realidad social aprenden y trastocan sus concepciones
originales, como le sucedió a Hugo Chávez, que fue avanzando desde el nacionalismo al socialismo,
algo digno de destacar si se tiene en cuenta que era un militar. A partir de estas premisas, Almeyra
analiza las cualidades y límites de Chávez, cuyas características lo ubicaban como un hombre del
pueblo, sencillo, sincero y honesto, todo lo cual lo diferencia, para señalar un caso emblemático, de
Juan Domingo Perón, que fue admirador del fascismo y en los momentos álgidos se hizo a un lado
con cobardía, en lugar de pelear con decisión. Estas cualidades personales se fueron perfilando con
las lecturas que desde joven realizó Chávez, y con sus conversaciones con un viejo militante
comunista. Su formación teórica y política se fue ampliando después, con la particularidad que
asumió el socialismo como proyecto en la medida en que chocaba con el imperialismo y necesitaba
responder a las exigencias del momento histórico. En la práctica, nos dice G. Almeyra, Chávez fue un
revolucionario estadista, es decir, que pensaba en que la revolución debía servir para reorganizar el
Estado. En este plano está su grandeza pero también se muestran sus limitaciones, porque al mismo
tiempo que intenta traspasar el poder de la burocracia y crear contra-poder popular, su política es
paternalista, algo que se explica en gran medida por “la desorganización e inmadurez relativa de los
oprimidos”. En el mismo sentido, al querer institucionalizar la revolución se creó el PSUV, que no es
tanto un partido sino un instrumento electoral. Chávez fue un partidario del nacionalismo como
soporte de la integración latinoamericana, la que impulso como ningún otro político latinoamericano
de los tiempos recientes. De ahí su ayuda a Cuba, ser el gestor del ALBA y de la transformación de
Mercosur. Sin embargo, su internacionalismo quedó prisionero de las relaciones entre Estados y por
esa razón, por ejemplo, para mejorar sus relaciones con el régimen de Colombia, entregó a un
militante que yace en las cárceles de este país. El economista Claudio Katz ha escrito el artículo
“¿Brotará socialismo del chavismo?”, en donde se analiza lo que sucedió en la política venezolana
después de la trágica muerte de Chávez, en especial la coyuntura electoral en la que resultó elegido
Nicolás Maduro. Estudia con detalle las diversas tácticas de saboteo que emplea la derecha, algo
que adquiere relieve por la ajustada victoria del oficialismo en 2013. En medio de un panorama
complejo, en el que se sienten los efectos de la corrupción, de la carestía y la inseguridad, los
continuadores del proyecto bolivariano pueden y necesitan retomar una vía hacia la izquierda, en la
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cual se combinan las acciones electorales con la construcción de un poder popular. El triunfo de
Maduro significa que la acción destituyente de la derecha adquiera más fuerza y apoyo imperialista,
como se vislumbró desde el momento en que se desconocieron los resultados electores por parte del
candidato de la derecha y del gobierno de los Estados Unidos. En estas condiciones, la única
posibilidad de que Venezuela siga siendo un referente de la lucha antineoliberal y antiimperialista
para el resto del continente estriba en que se radicalice el proceso en lugar de impulsar una política
de acuerdo con la derecha. Esta posibilidad no es irreal, puesto que en Venezuela, a diferencia del
resto del continente, no predomina la apatía política, lo cual en sí mismo es una herencia de la
gestión de Hugo Chávez. Si se aprovecha ese tejido social de índole popular favorable a unas
transformaciones revolucionarias, es viable que se puede evitar que en Venezuela se repita el
proceso que condujo a la derrota del sandinismo en 1990. En fin, en todos los ensayos que componen
esta obra se podrá encontrar una perspectiva rigurosa sobre el legado de Hugo Chávez, en la que,
con claridad, se interpreta el invaluable aporte del revolucionario venezolano a la lucha de los
pueblos de nuestra América en la búsqueda por construir una sociedad que vaya más allá del
capitalismo. Bogotá, enero 18 de 2013 La Haine
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