52 años de lucha por la paz en Colombia

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52 años de lucha por la paz en Colombia
Secretariado del Estado Mayor Central de las FARC-EP :: 27/05/2016
Consideramos de interés público esta declaración, ya que revela elementos sustanciales de lo
que vendrá para Colombia a partir de la firma del acuerdo con el Gobierno.
Las FARC-EP cumplimos este 27 de mayo el 52 aniversario de existencia como fuerza político militar
revolucionaria. Y lo hacemos en un momento trascendental para la vida de nuestra nación, cuando
nos hallamos a las puertas de alcanzar un acuerdo definitivo de paz con el gobierno nacional. Al
cumplirse cinco décadas y un par de años de iniciada la guerra, la cordura parece por fin imponerse
sobre los belicosos ánimos que desencadenaron la tragedia.
Los colonos que integraban el movimiento agrario de Marquetalia, al sur del departamento del
Tolima, enterados de antemano de la gigantesca operación militar que se avecinaba contra ellos,
escribieron decenas de cartas al Congreso de la República, las Iglesias, los partidos políticos, los
gremios, personalidades nacionales y extranjeras, clamando porque se detuviera la decisión que los
condenaría a la pérdida de su tranquilidad, sus familias, sus bienes, sus trabajos y sus vidas.
Pedían que en vez de balas y bombas, en lugar de tropas y aviones, el gobierno de Colombia les
suministrara apoyo, carreteras, créditos, escuelas, puestos de salud, garantías para hacer política.
No se trataba de sumas escandalosas de dinero, ni de derechos que no estuvieran reconocidos en la
Constitución y las leyes. Pero primó la voz de quienes los llamaban bandidos y exigían su exterminio,
acusándolos de haber construido una República Independiente.
Tras la asamblea general de la comunidad en la que se definió que las familias asentadas en la
región la abandonarían con lo poco que pudieran llevarse, en un éxodo doloroso que volvía a
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repetirse tras largos años de violencia, cuarenta y ocho colonos, hombres y mujeres, decidieron
permanecer allí, mal armados y solos contra el mundo, para esperar a los agresores y enfrentarlos
en una desigual resistencia que juraron terminaría por cambiar el rostro de Colombia.
El Ejército Nacional ocupó e izó la bandera en el lugar donde existió, antes de ser destruido por las
bombas, el pequeño caserío de Marquetalia. Pero aquel puñado de hombres y mujeres sobrevivió y
se transformó en una guerrilla invencible que fue extendiendo su influencia por toda la geografía de
Colombia. La justicia de la causa que representaban sus armas halló eco en miles y miles de
colombianos que día tras día fueron sumándose en su apoyo y a sus filas.
Las fuerzas armadas colombianas, asesoradas permanentemente por el Pentágono, habrían de poner
en práctica todas las tácticas de guerra en un desesperado esfuerzo por aniquilar la lucha creciente.
Animadas por la doctrina de seguridad nacional que inspiraba su accionar, y aleccionadas por
Escuela de las Américas, optaron por considerar enemigos internos a todos los inconformes que
reclamaban sus derechos en los escenarios de la lucha política y social.
El conflicto se convirtió en el mejor pretexto del régimen para la persecución contra los movimientos
sindical, agrario, indígena, de negritudes, obrero, popular, social, democrático y de oposición,
hundiendo al país en una guerra sucia masiva, que comprendió el crimen selectivo y la masacre, las
desapariciones, las torturas, los desplazamientos forzados, el paramilitarismo, el destierro, las
amenazas, los montajes judiciales, la cárcel y el terror.
La muerte, el dolor, el llanto y el miedo se apoderaron del país durante décadas, contrariando el
clamor guerrillero por una salida política que pusiera fin a la confrontación por vías civilizadas.
Miles de hijos de la patria y el pueblo vieron truncadas sus vidas o cercenados sus miembros, fueron
devorados por la enfermedad o el hambre en las selvas, o perecieron a manos de agentes oficiales o
grupos paramilitares en una tragedia incesante.
Millonarias recompensas se ofrecieron por las cabezas de los jefes rebeldes y se mató a muchos de
ellos de modo salvaje, siempre con el aplauso de los grandes medios y las voces que invocaban el
terror como única salida. Pese a ello cada día jóvenes de ambos sexos, sonrientes y dispuestos,
llegaban a las filas guerrilleras en reemplazo de los caídos, a templar sus espíritus al calor de la
lucha. Se agigantó inútilmente al Ejército, la Policía y sus presupuestos en una loca carrera.
Hubiera sido más humano y barato conversar para poner fin al doloroso drama de la nación. Pero
siempre se atravesaron intereses y ánimos para impedirlo o sabotearlo. Pese a que tras medio siglo
de horrores, el Estado colombiano y las FARC-EP porfían en La Habana por una Acuerdo Final de
Paz, aún persisten en el país liderazgos y prosélitos que apuestan a la muerte, que llaman a los
bombardeos e incitan a la población a persistir en una guerra sin futuro.
Las FARC-EP, con la autoridad que deriva de nuestra larga resistencia y del hecho de sobrevivir
para defender nuestras verdades, creemos firmemente que a estas alturas Colombia entera debe
sumarse al hermoso sueño de la paz y la reconciliación. Nunca antes hemos estado gobierno y
guerrilla tan cerca de firmar un cese al fuego y de hostilidades bilateral y definitivo como ahora. Eso
significa que la sonrisa feliz de las próximas generaciones se halla en nuestras manos.
Tenemos el reto y el compromiso de construir entre todos un país distinto, en el que el bienestar de
los seres humanos se halle por encima del afán de lucro, en el que la naturaleza y los recursos
comunes sean puestos al servicio del desarrollo general, cuidando de no hacerle daño a la vida. En el
que las oportunidades para los más desfavorecidos sean ciertas. En el que la gente vuelva a morirse
por obra de la vejez y no de la violencia. En el que imperen la ley y la justicia.
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Los acuerdos alcanzados hasta hoy en la Mesa de Conversaciones son las llaves de un porvenir
mejor para Colombia. El campo debe ser transformado en motor económico importante que asegure
soberanamente la alimentación de la nación. Los cultivos de uso ilícito y la necesidad de acudir a
ellos deben pasar a la historia. Las víctimas tendrán satisfacción y habrá verdad y justicia tras la
oscura noche de la guerra. La democracia plena debe ser un hecho en el suelo patrio.
Con esos propósitos hemos discutido durante cinco años de diálogos y están listas las fórmulas para
asegurarlos. Es cierto que restan algunos aspectos importantes por pactar, pero soñamos optimistas
en que con cada día más compatriotas sumados al esfuerzo por la paz, ambas partes terminaremos
prontamente por conciliar posiciones. La definición final se halla en el cercano horizonte de unas
cuantas semanas o meses. Ningún poder humano puede impedirlo.
Tras cincuenta y dos años de confrontación, las FARC pasaremos a convertirnos en un movimiento
político legal y desarmado, en un país en el que la tolerancia y las garantías para el adversario
político deben ser plenas. La siniestra figura de la discriminación política será cuestión del pasado.
Uniremos nuestras voces y esfuerzos a todos los que sueñan con una patria justa y soberana, a fin de
conformar el torrente imparable que haga de Colombia un ejemplo para América y el mundo.
¡Hemos jurado vencer… Y venceremos!
Secretariado del Estado Mayor Central de las FARC-EP
27 de mayo de 2016.
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