Globalización económica mundial

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LA GLOBALIZACIÓN
A partir de 1989 se producen transformaciones en la parte del mundo que correspondía a lo que se ha
denominado socialismo real. Se derrumbó el paradigma del comunismo existente, caracterizado por una
teórica propiedad pública de los medios de producción, y es sustituido por un nuevo modelo: el del fin de la
historia. Según éste, Occidente ha ganado la guerra ideológica y el liberalismo campeará para siempre.
El mejor símbolo de este proceso será la caída del muro de Berlín. En los países del antiguo telón de acero se
inicia una rápida transición hacia la economía de mercado. Al mismo tiempo aparecen una serie de cambios
en las estructuras sociológicas de muchas sociedades: los bloques nacionales que se confrontaron en las
últimas décadas, se diluyen; ya no hay un bloque obrero compacto; tampoco la clase burguesa se corresponde
con los clichés tradicionales. Avanza una clase versátil, con otros intereses económicos y cuya ideología es
más contradictoria. Hay un giro social.
La desaparición de la mayor parte de los países socialistas, el despegue de muchos países emergentes, la
volatilidad de las fronteras económicas multiplican los mercados. A principios de los 80, sólo la mitad de la
población mundial participaba en el comercio internacional; en la actualidad, el 90% de los pueblos forman
parte de él. Ha nacido la globalización.
TRAS EL MURO.
Como resultado de la caída del muro de Berlín, la economía sobre todo, pero también la cultura y la política
tendieron a hacerse mundiales. En la historia más cercana hay tres movimientos de apertura económica. En los
años 60, hay una internacionalización de los intercambios organizada en el seno de los países más ricos. A
principios de los 80 se da un nuevo impulso para la desaparición de las fronteras económicas, en el que las
monedas nacionales van perdiendo su estatus. Una década más tarde se acelera la unificación del espacio
económico mundial, basándose en la volatilidad de los movimientos de capitales y en la revolución
informática.
Tras Europa central y oriental entran en esta onda globalizadora, las naciones de la extinta Unión Soviética,
los países emergentes del Sudeste asiático o América Latina, India y China. Siguen excluidas las pequeñas
zonas que aún practican el socialismo real (Cuba, Corea del Norte, Vietnam) y, casi todo el continente
africano.
Hay tres causas para la globalización: 1) la aceleración de la apertura económica y de los intercambios de
mercancías y servicios; 2) la liberalización de los mercados de capitales; y 3) la revolución de las
comunicaciones y de la informática.
La globalización económica es aquel proceso por el cual las economías nacionales se integran en el
marco de la economía internacional, de modo que su evolución dependerá cada vez más de los
mercados internacionales y menos de las políticas económicas gubernamentales.
La globalización ha aprovechado el desarrollo explosivo de dos sectores: los mercados financieros y los
medios de comunicación.
LOS MERCADOS FINANCIEROS.
El mundo de las finanzas reúne las cuatro cualidades que han de él un modelo perfectamente adaptado
al nuevo orden tecnológico: es inmaterial, inmediato, permanente y planetario.
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Las economías nacionales se sienten impotentes ante los movimientos de una masa gigantesca de
capitales virtuales, capaces de desplazarse instantáneamente y hacer caer las monedas más sólidas; la
economía financiera se ha liberado de cualquier control social o político.
Pero la globalización financiera no significa la desaparición de las tensiones económicas por el dominio
del mundo y su reparto en zonas de influencia. Estados Unidos, Europa y Japón continúan enfrentando
sus modelos de capitalismo e intentando atraer nuevos mercados (América Latina).
En este sentido cobra interés el camino recorrido por la Unión Europea para convertirse en una unidad
con moneda única. El Tratado de la Unión Europea es la última etapa de un proceso de integración que
se inicia con el Tratado de la CECA, al que siguieron los Tratados de la CEE y EURATOM, firmados
por Italia, Francia, Alemania y Benelux.
La naturaleza de la Unión Europea pasa por la unión económica y la monetaria. El aspecto político no
figura en la primera línea del debate. En las reuniones del Consejo de Europa no se habla de la
formación de un Estado federal, sino de la organización de un polo económico capaz de competir con
Estados Unidos y Japón.
En este mercado financiero global, los principales países captadores y destinatarios de fondos son los
países ricos (los que forman la OCDE). A la cabeza está Estados Unidos seguido de Alemania y Japón, y
por el Reino Unido, Francia, Italia, Canadá y Australia.
LA SOCIEDAD DE LA INFORMACIÓN.
El segundo eje que ha influido en la globalización, es el de los medios de comunicación. La industria de
la comunicación está determinada por la fusión tecnológica de los medios, de las telecomunicaciones y
del tratamiento electrónico de datos. En este sector, el mercado ha dejado de ser nacional y es, como
poco mundial y en la mayor parte de los casos, mundial.
Esto significa, la retirada de los Estados nacionales de la política de los medios y una tendencia a la
desregulación, privatización y concentración.
La revolución mediática influye en las formas de gobernar en los Estados−nación. Como ejemplo real,
mostramos uno vinculado con Internet. Tras la difusión del libro El gran secreto, del médico de
Mitterrand, que fue retirado de las librerías, al no respetar el secreto médico y atentar contra el
derecho a la intimidad. Su difusión por la red informática puso en evidencia un vacío jurídico nuevo.
Desde entonces se han alzado voces que han reclamado la existencia de una policía del ciberespacio.
Apenas existe jurisprudencia acerca de Internet; además, dado el carácter mundial de la misma, nada
impide a los infractores de la red instalarse en un país que no haya firmado los acuerdos
internacionales sobre propiedad intelectual.
Se han formado enormes mega fusiones entre los gigantes del cable, el satélite, la información, el video,
los medios de comunicación y el cine. Este es el mundo de los multimedia que comporta fusiones y
adquisiciones que movilizan decenas de millares de millones de dólares. La nueva utopía es la de un
mercado de la información y las comunicaciones totalmente integrado, gracias a las redes electrónicas y
de satélites, funcionando en tiempo real y permanentemente.
EFECTOS CONTRADICTORIOS.
La globalización de los mercados ha tenido efectos positivos para amplias zonas del planeta; el consumo
ha llegado a sitios donde jamás lo hubiera hecho. Sin esa internacionalización de la economía no
habrían fluido capitales hacia algunos países emergentes, lo que ha facilitado el crecimiento de sus
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economías.
Aunque la globalización no existe en sentido estricto; no hay una mundialización absoluta de los
intercambios y de los flujos financieros: existen zonas del planeta en las que los grandes inversores no
están interesados. El paradigma de las mismas es África; ausente de los intereses económicos
mundiales, sólo reaparece cuando estalla el conflicto de sus guerras civiles o las hambrunas.
El peligro del continente africano es la destrucción o el caos generalizado. Se ha sugerido la necesidad
de redibujar las fronteras trazadas por las potencias que se repartieron el continente después de
descubrirlo. A África no llega la parte proporcional de los dólares que le correspondería por territorio
o por población; cuando en las cumbres del G−7 o de cualquier organismo internacional se estudian los
préstamos pendientes (deuda externa), todos dan por supuesto que nunca serán pagados.
En 1996, la ONU anunció un plan para sacar a los africanos de la pobreza en los próximos 10 años;
bajo la dirección del Banco Mundial, este plan tenía como prioridades la salud, la administración
pública, la seguridad alimentaria, el agua y el saneamiento, la paz y la informática. Esta ayuda no
provenía de la iniciativa privada, sino de una especie de negocio de caridad en la modalidad de
cooperación internacional.
La globalización económica redistribuye fondos en unos casos que, en otra situación, no circularían más
que en el centro del sistema y nunca en la periferia; pero en otros, los concentra y discrimina a amplias
regiones del mundo.
Además, a su alrededor se han multiplicado los efectos desestructuradores, en forma de nuevas
desigualdades, aumentos del paro, crisis del valor−trabajo y disminución de la cohesión social.
El mercado global va suplantando en algunas esferas al poder tradicional de los Estados, y lo que fue
publicitado como sinónimo de progreso lo empieza a ser de temor, inseguridad, peligro para el
ciudadano o desigualdad. Es cierto que en los últimos años la democracia se ha extendido en el mundo,
pero también han aumentado el paro, la desigualdad y la pobreza. En las últimas décadas han crecido
las diferencias entre los países más ricos y más pobres; los países de la OCDE, Asia y parte de América
Latina viven hoy mejor que nunca, pero en un centenar de estados han sufrido la experiencia inversa:
han experimentado una reducción de sus ingresos y viven peor que hace 15 años.
Estos datos suelen ser relacionados entre sí, como material de interpretación sociológica más que como
realidades económicas. Sin embargo, no hay nada tan económico como la distribución de la renta y de
la riqueza en el mundo, y su avance o retroceso. Se ha producido una concentración de la extrema
pobreza y de la extrema riqueza. Además, hay aumentos de las desigualdades en el interior de las
naciones y ha emergido el concepto de trabajador pobre, aquellos cuyos salarios no les permiten salir de
los umbrales de la pobreza.
Como consecuencia de todo ello, se ha multiplicado los movimientos migratorios. Estas corrientes
migratorias se ven acrecentadas por el factor demográfico; la natalidad crece más cuanto menos
desarrollado es el país que se analiza. Por ejemplo, en el área deprimida del norte de África, la
población se doblará en apenas 20 años y su salida natural será Europa. Los emigrantes huyen del
hambre y la penuria, aunque fuera de su país no se llega a producir la integración.
La globalización ha creado otras reglas del juego. Estamos asistiendo al desmantelamiento del Estado
del bienestar, con la excusa de su imposible financiación. Pero este desmantelamiento junto a las otras
secuelas negativas de la globalización, está aumentando el número de descontentos.
Como consecuencia, aumenta la distancia entre lo que dicen las elites y lo que piensa la gente de la calle,
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que desconecta de la esfera pública y se aísla en su vida privada.
Los excesos de la globalización preocupan entre los mismos que se encargan de acelerarla. Varios de
ellos han sido muy críticos con los efectos indeseados del mercado global:
• Hay que crear confianza entre los asalariados y organizar la cooperación entre las empresas a fin
de que las colectividades se beneficien de la mundialización. Si no, asistiremos al resurgimiento de
los movimientos sociales como los que nunca hemos visto desde la Segunda Guerra Mundial.
• Si las empresas no responden a los desafíos de la pobreza y el paro, las tensiones van a
acrecentarse entre los poseedores y los desposeídos y habrá un aumento de la violencia.
Pese a estas quejas, la realidad es que en todos los países se adoptan similares normas de gestión. Hay
una consciente pérdida de autonomía de las autoridades nacionales a la hora de decidir las políticas
económicas. Esto se hace más evidente en la Unión Europea, en la que los criterios de convergencia
asumidos como camino para la moneda única eliminan la política económica y fiscal de los estados
miembros; la política monetaria ya no es competencia nacional sino del Banco Central Europeo.
La mundialización de los intercambios de bienes y servicios es buena para la humanidad porque ha
ampliado la llegada de flujos de riqueza a lugares donde jamás hubieran arribado, pero la idea de que
los que se quedasen al margen de la misma serían protegidos por los beneficiarios, no se ha cumplido.
Ello se puede demostrar en cualquiera de los dos aspectos más aparatosos de la globalización: la
desigualdad o la crisis de desempleo. Así, ésta última se desarrolla ya con total normalidad, a la vista de
todos, pese a que no existe desequilibrio más grande que el paro en masa. El desempleo es ahora más
grave que en la crisis de los años 30.
• La crisis dura desde hace más de 15 años, mientras que la de los 30 no se extendió más de 4 o 5
años.
• Nos hemos acostumbrado a la idea de que no se puede encontrar remedio. Por el contrario, en
los años 30, numerosos economistas estaban convencidos de que se podía y se debía actuar. En
la actualidad, el talante dominante es de fatalismo.
• El trabajo que hay es precario.
• El paro es de larga duración.
• La crisis ha aparecido en un contexto de prosperidad que no es el de los años 30, mientras que
los sistemas sociales podían haber hecho menos doloroso el paro, los sistemas de protección
hacen agua por todas partes, dado que su financiación es muy costosa.
En resumen, y esta es una característica fundamental de la globalización, por primera vez en la historia
el capitalismo no puede mostrar más que una legitimidad restringida; no todo el mundo se aprovecha
de la misma; su eficacia es limitada. Por su propia naturaleza el capitalismo siempre fue así, pero ese
hecho no ha sido nunca aceptado por los defensores del sistema; jamás tuvo tanta fuerza el hecho de la
realidad de la exclusión: el pleno empleo y la igualdad, están muy lejos del alcance del funcionamiento
del capitalismo y muy lejos de las intenciones del mismo.
EL PENSAMIENTO ÚNICO.
La base teórica de la globalización arranca de la revolución conservadora que tuvo lugar en los años 80,
y cuyo epicentro fueron los Estados Unidos de Reagan y el Reino Unido de Thatcher.
Casi dos décadas después, aquella revolución conservadora aterriza de nuevo amparada en el concepto
clásico del mercado, la lucha contra el Estado y el regreso de la sociedad civil. Y como entonces, no hay
distinción entre conservadores y liberales. En esta mezcla, el universo liberal y el nuevo
conservadurismo defienden:
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• Mermar las competencias del Estado es agrandar la civilización.
• Se acabó la historia; la sociedad será siempre capitalista y liberal.
• El liberalismo lleva a la democracia.
• Hay que adoptar el modelo neoliberal, que es el que se impone en todo el mundo.
• El mercado lo resuelve todo del mejor modo posible.
• Siempre habrá desigualdades.
• Primero hay que agrandar la tarta y luego repartirla.
• Globalización: el nacionalismo económico es una expresión retrógrada.
• La soberanía nacional es una supervivencia del pasado.
• El capital extranjero es la solución; hay que desregular del todo el sistema financiero.
En los años que siguieron a la II Guerra Mundial, las ideas neoconservadoras−neoliberales eran
residuales. Pero algunas décadas después, gracias a la inteligencia de sus promotores y a los cientos de
millones de dólares de financiación, se ha convertido en el pensamiento único.
El término pensamiento único ha tenido una afortunada difusión, sobre todo en las sociedades del sur
de Europa: Francia, Italia y España. Sus principales núcleos temáticos son la modernización,
competitividad, Estado mínimo, primacía monetaria, desregulación, desarrollo tecnológico., y su
correlato político lo expresan términos como equidad, sociedad civil, gobernabilidad o eficacia.
Se trata de la construcción de una ideología, no afecta sólo al pensamiento económico, sino a la
representación total de una realidad que afirma que el mercado es el que gobierna y el Estado, quien
gestiona. Quien viole esta norma será castigado: a los gobiernos que no sigan estas consignas, los
mercados les sancionan, puesto que los políticos estarán bajo el control de los mercados financieros, la
fuente de autoridad más importante.
LA ECONOMÍA DE LA OFERTA.
En el pensamiento único no hay nada o muy poco de nuevo. Con más de una década de retraso se
presenta en nuestro continente una mezcla de aquellas ideas que desarrollaron Thatcher y Reagan. Y lo
hacen cuando ya parecían haber pasado de moda, instalándose sin definirse como un cuerpo compacto,
que se denominó economía de la oferta.
Uno de los padres ideológicos de la economía de la oferta, Jack Kemp, la definía como una síntesis de
moneda fuerte, reducción de impuestos y desmontaje de la maquina pública.
• La economía de la oferta no implicaba sólo una reducción de impuestos sino todo un catálogo de
cambios de política, desde la desregulación del gas natural hasta la abolición del salario mínimo.
Incluso pretendía la reforma del Banco Mundial.
• La capacidad natural de la economía capitalista para desarrollarse y crear nueva riqueza y
equidad social estaba siendo paralizada por la prevalencia de las políticas del Estado,
generalmente antioferta: el mercado esta corrompido por el despilfarro en forma de subsidios y
de proteccionismo. La economía de la oferta exigía el desmantelamiento de los impedimentos
erigidos por el Estado.
• La economía de la oferta tenía solución para todo, desde la reglamentación de las sustancias
tóxicas hasta qué hacer con los granjeros.
Las comparaciones entre la economía de la oferta y el pensamiento único son evidentes. La fórmula
norteamericana nació para luchar contra la inflación y el estancamiento económico; ahora, la situación
económica es diferente: la inflación se ha reducido, existen unas modestas tasas de crecimiento y los
desequilibrios fundamentales son el déficit público, el paro estructural y la precarización de los puestos
de trabajo.
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Hay una diferencia notable; cuando aparece la economía de la oferta, la compran los republicanos
como base de su programa económico. El pensamiento único, por el contrario, se ha instalado en el
centro de la vida económica y política y lo aplican tanto los gobiernos conservadores como los
progresistas.
Cuando se le pregunta si en cualquier gobierno el Ministro de Economía es el valedor del pensamiento
único y está fuera del control político, el consejero del Banco de España, Julio Segura responde: Es
falso que sólo haya una política económica posible. Es cierto que en la Unión Europea las políticas
económicas deben estar coordinadas, pero no todos los países hacen lo mismo con las pensiones o la
sanidad. En las democracias, la política está por encima de la economía. Para distinguir la política de
izquierdas y una conservadora habla de una diferencia crucial en los programas de protección social y en
la intensidad de la redistribución de la renta.
Hay que tener en cuenta que el resultado de la aplicación de la economía de la oferta en la primera
etapa de Reagan, supuso un déficit apabullante cuyas consecuencias se siguen pagando.
ECONÓMICAMENTE CORRECTO.
Existe una tendencia cada vez más amplia de la economía a colonizar el mundo de la política. Lo que
entendemos por económicamente correcto debe ser revisado a la luz de la experiencia. El fracaso del
capitalismo en el reparto de la riqueza plantea un problema no sólo a los políticos, sino también a la
ciencia económica. Durante generaciones se ha enseñado a los estudiantes que el crecimiento del
comercio y de la inversión, unido al cambio tecnológico, impulsarían la productividad nacional y
crearían riqueza. Pero, a pesar que ha continuado el auge del comercio y las finanzas internacionales, la
productividad se ha reducido y han empeorado la desigualdad en Estados Unidos y el desempleo en
Europa.
El cambio económico nos ha traído nuevos problemas; mientras en unos lugares avanza la desigualdad,
en otros se incrementa el paro. Ello no es incompatible con que, al mismo tiempo, siga creándose
riqueza en el ámbito global; aumentan los fundamentalismos religiosos y nacionalistas, se instala la
xenofobia ante los homólogos que compiten con nosotros por los mismos puestos de trabajo y estalla
una profunda desconfianza entre elites y ciudadanos. Las opiniones públicas europeas se manifiestan
más renuentes al proceso de unidad europea: ¿cómo explicarles que todos estos sacrificios son
coyunturales pero que con la llegada de la moneda única y la formación de un bloque capacitado para
competir con los americanos y japoneses, habrá un nuevo salto adelante en las condiciones de vida de
los pueblos?.
Indiferentes a estas cuestiones, que unos llaman sociales pero que son políticas, los nuevos poderes (los
mercados) elaboran sus propias leyes, mueven sus sedes de producción, desplazan sus capitales; no
conocen fronteras, ni Estados; se burlan de las soberanías nacionales, especulan contra las monedas,
provocan recesiones y adoctrinan a los gobernantes.
Un mercado sin reglas es un mercado negro en el que los nuevos sujetos de poder son, muchas veces, las
mafias. La forma de organización política casi unánimemente aceptada es la democracia, y ésta sólo
funciona en el seno del Estado−nación, mientras que la otra forma de legitimación, el mercado, tiene
dimensión mundial. La manera de asumir esta contradicción es el gran interrogante de la globalización.
CAPITULACIÓN INTELECTUAL.
Los acontecimientos son tan recientes y tan rápidos que todavía no ha habido reacción organizada. Por
ello fue tan importante el movimiento social producido en Francia en 1995: hubo reacción, con muchas
debilidades, pero resistencia al fin.
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No se debe dar por supuesto que los ciudadanos no saben lo que quieren y es preciso actuar por ellos.
Es urgente compatibilizar las exigencias impuestas por la internacionalización de la economía con la
difusión de los intereses sociales.
Hasta ahora no ha habido rebeldía, quizá porque nos han vendido que no hay nada que se pueda hacer.
Los intelectuales también deberán recuperar su puesto en el debate y acabar con su silencio.
No puede darse una abdicación de la responsabilidad ni una claudicación ante el miedo al futuro. Las
utopías han desaparecido: todos nos mostramos partidarios de una sociedad razonable y no de la
sociedad ideal.
El elemento central de la resistencia es el mantenimiento del Estado de bienestar: la modernización de
la sociedad más una sólida protección social. Hay que conseguir la protección social del ser humano,
habite donde habite, desde que nace hasta que muere. En eso consistió aquel socialismo factible que
empezó a construirse en Europa en el consenso posterior a la Segunda Guerra Mundial. Educación,
sanidad, el sustento para sobrevivir en el caso de que no se encontrase trabajo y el dinero y las
condiciones necesarias para continuar en la tercera edad, eso ha sido el bienestar.
El funcionamiento equilibrado del Estado de bienestar ha sido el cenit del desarrollo de la sociedad,
hasta la década de los 80, en la que la revolución conservadora y la crisis fiscal del Estado lo ponen en
cuestión. El Estado de bienestar tenía como objeto proteger a los perdedores de la evolución económica.
Desde hace algún tiempo las cosas no son así. La globalización económica ha creado otras reglas del
juego y asistimos a intentos de desmantelar ese bienestar, en vez de extenderlo, con el pretexto de su
imposible financiación. Resistir esta tendencia, no acompañar a la destrucción de las formas de control
social de la economía, he aquí la alternativa. El argumento a favor del mercado global es que, en
principio, las ganancias superan a las pérdidas, pero de este modo los ganadores compensan a los
perdedores. Si se rompe el contrato social de la posguerra, el apoyo político a la economía global puede
esfumarse.
Existe el peligro de que la creciente desigualdad, el paro masivo, la inseguridad en el trabajo y las
secuelas de la exclusión, lleven a una especie de contra ideología del pensamiento único: contra la
mundialización, la autarquía; contra el librecambismo, los aranceles; contra lo privado, lo público;
contra la sociedad, el Estado; contra la equidad, la igualdad.
La pareja democracia−capitalismo debe ser indisociable. Ahora, más que nunca, debe dejar de ocurrir
que el mercado sea tanto más libre cuanto los ciudadanos lo son menos.
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