Jesús de Nazaret, un libro que es más de lo que parece Pedro Beteta Teólogo y escritor No hace mucho en un rotativo madrileño un conocido columnista publicaba un magnífico artículo acerca del libro Jesús de Nazaret. Exponía con razones de peso el por qué era el mayor evento ocurrido en lo que va de año. Como primera aproximación traigo este breve comentario antes de entrar en el cometido de estas líneas. Jesús de Nazaret es un libro que es más de lo que parece como lo demuestran las reacciones que ha tenido en ciertos sectores de la Teología. El silenciar el libro ha sido una de ellas. Es posible que algún lector que compró el libro por su afecto al Santo Padre o por curiosidad haya dejado su lectura, se haya rendido, y acabe regalándolo al verse superado. El Jesús de Benedicto XVI es el Jesús verdadero, aquél que Pedro reconoció tras aquella encuesta sociológica familiar del Señor: “¿Quién dice la gente que soy Yo?” Los Apóstoles respondieron con sencillez lo que oían en el marco cultural, social, político, etc., de su época. También ahora, Pedro, en Benedicto XVI, responde a esa pregunta pero en el contexto teológico, espiritual, científico, etc., del hombre de hoy. Y lo hace con este libro. En aquella ocasión el Señor dijo que no lo dijeran a nadie; parece como si quisiera que la gente le descubriera a través de sus obras y de sus palabras. Cuando los judíos principales de Jerusalén fueron captando quien era ante la realidad de su vida, la respuesta no se hizo esperar: acabar con Él. Esa reacción sigue siendo actual. Antes de nada, sobre el libro, hay que subrayar que como tal el enfoque es sencillo; comentar escenas del Evangelio tal y como han sido recibidas de la Iglesia; desde el Bautismo de Jesús, hasta la Transfiguración. Se anuncia una segunda parte con el desenlace de la vida del Señor y su infancia que complete el ciclo vital terreno de Cristo. Es importante destacar –y más en un teólogo alemán– que no tenga notas a pie de página; a lo más citas entre paréntesis, fácilmente localizables, de autores y sus obras. Y al final, una escueta aunque selecta bibliografía. Son pequeños detalles que no son tan pequeños a la hora de ver donde se sujetarán ciertas críticas. No intenta abarcar todo sobre Jesús ya que se limita al comentario de pasajes muy concretos y meditados. Son como las pinceladas magistrales de un impresionista cuyo cuadro exige ser visto desde lejos, con perspectiva. El libro del Papa es algo muy serio aunque pueda no parecerlo tanto. Hay que alejarse un poco para ver todo lo que quiere mostrar este teólogo. Ya es un hecho rompedor la sencillez de la portada, que firme como autor Joseph Ratzinger y debajo en letra más grande Benedicto XVI. Nunca un libro fue escrito por un teólogo que en el trascurso de su publicación hubiera sido elegido Papa. ¿Quién lo escribe? ¿Un teólogo o un Papa? ¿Es un acto magisterial o se puede disentir de él? Benedicto XVI mismo es quien se adelanta y dice en el Prólogo que no es un acto magisterial, pero a la vez suplica: “Pido sólo a los lectores y lectoras esa benevolencia inicial, sin la cual no hay comprensión posible”. Es un libro molesto. Molesto para el investigador que tiene unos moldes intelectuales preconcebidos. Esos se preguntan: ¿hasta qué punto puede un Papa escribir un libro de teológía sin que sea un acto magisterial? ¿No coartará la libertad del investigador en esas materias? Seamos un poco audaces: ¿no será acaso justamente eso lo que pretende Benedicto XVI: invitar a los teólogos a que se hagan un replanteamiento serio de quien es Jesús? Si esa es la intención, y así lo ven algunos, entonces la respuesta está en su libro. Y quien lo hace es el sucesor de Pedro, el Vicario de Cristo, que dijo: “tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Sigamos mirando el libro. ¿Cuál es su mayor singularidad? La metodología que emplea. Benedicto XVI se sitúa en la encrucijada de la Cristología y la Exégesis bíblica para hacer una síntesis impactante de su modo de ver la conexión entre ambas. En los siglos XIX y XX la teológía protestante ha reconstruido vidas de Jesús despojándolas de todo lo sobrenatural de manera que han perdido su valor. Cada teólogo exponía “su Jesús” a la medida de sus ideas particulares y esos Cristos “virtuales” al no ser ni Dios ni Hombre no podían haber redimido nada ni a nadie. “Sólo puede ser redimido lo que ha sido asumido”, dice Santo Tomás de Aquino. Si Dios no se ha hecho Hombre verdadero seguimos sin redimir. Hemos sido redimidos por Cristo y a ese Dios que es Hombre verdadero tenemos acceso indudable, auténtico. La teología protestante al mirar los Evangelios como retales muy breves en lo histórico porque ven la mayoría como un invento, se han cerrado ellos mismos la llave de oxígeno y el resultado es una asfixiante caricatura de Jesús. Dirán que en un ambiente helénico los primeros cristianos para captar adeptos se inventaron la vocación. Eso de que hombres hechos y derechos, ante Cristo que pasa y les mira y les llama para al instante dejarlo todo: redes, negocios, familia, etc., es un “invento”. Descuartizan la Teología de la vocación y lo que se ponga por delante. Es evidente que un esquema así, irreal, de los Evangelios no nos trasmita ninguna información del Señor. Con ese enfoque no tiene ningún sentido buscar al “Jesús de la historia” y sí al Cristo “de la fe”. Ya ese distingo encierra en sí una desconfianza hacia el testimonio apostólico contenido en los Evangelios. Con la expresión el “Cristo de la fe” se viene a decir que de Jesús no sabemos nada ni tampoco eso importa demasiado ya que lo que interesa es la fe en el Cristo que proclamaron los primeros cristianos y después ellos nos han transmitido. Hablarán, escribirán, se convencerán de que Cristo es una experiencia postpascual, un invento de los cristianos de la primera hora, etc. Esta línea seguida por Bultman no convencerá ni a sus propios discípulos que son conscientes de que por ese camino ni sabían nada de Jesús y, lo que es peor, nunca accederán a Él. Despojar, por ejemplo, a un galileo de las específicas connotaciones helénicas y rabínicas que tenía Galilea entonces es quedarse sin nada. Afortunadamente, las investigaciones arqueológicas y filológicas modernas han permitido conocer bastante bien las costumbres y modos de vida de las gentes del siglo I y contrastarlas con los datos evangélicos. Con este acercamiento histórico crítico a la figura de Cristo se abre un panorama que podía ser nuevo muy positivo, pero ¿qué sucede? Ocurre que los arquetipos intelectuales no varían. Es como pretender calzar un zapato del 40 cuando se necesita uno del 43; que no cabe más que distorsionando dolorosamente el miembro. Se pretende conocer a Cristo presciendiendo de la fe sobrenatural, como si ésta fuera un estorbo, para sólo tomar por fiables los datos contrastados por las aportaciones de las ciencias y en las que haya consenso total. Se fabrica un Cristo con el que todos estén de acuerdo. En consecuencia, ¿qué sale? Un Cristo que no es ni Dios ni Hombre; es decir, una caricatura de Jesús. Esta triste realidad pesa mucho en el libro de Benedicto XVI y es abordada con audacia intelectual llena de rigor. El Papa es consciente de que lo que han conseguido con esto es alejar a Jesús del hombre en lugar de acercarlo como parecían desear. Desde que Reimarus inició la distinción entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe esta cuestión arriba esbozada dio lugar, en cierto sentido, a otra cuestión metodológica: cristología desde abajo o ascendente y cristología desde arriba o descendente. Se trata de dos modos de elaborar la cristología. Tiene lugar este movimiento a mediados del siglo XX. Para unos la cristología desde arriba subrayaría los derechos “de la divinidad de Cristo” mientras que la cristología desde abajo acentuaría “los de la humanidad”. Ambos métodos entrañan una profunda carga teológica. Uno de los autores más destacados de este planteamiento, Bultmann, dirá que el acceso al Jesús de la historia es imposible e innecesario. Es imposible, porque no tenemos otras fuentes fuera de los Evangelios para acercarnos a Jesús y estos le parecen insuficientes; de otra parte, le parece innecesario porque de Jesús sólo interesa lo que es Jesús-para-mí, y no lo que Jesús es en sí mismo. En realidad, según Bultmann, los evangelios no nos querrían decir nada sobre Jesús, sino que se ordenarían a una mayor comprensión del hombre. Para Küng, uno de los actuales seguidores de este método la pregunta se podría formular así: “¿Acaso no se ajustaría más a los testimonios neotestamentarios y al pensamiento marcadamente histórico del hombre contemporáneo partir, como los primeros discípulos, del verdadero hombre Jesús, de su mensaje y de su aparición histórica, de su vida y de su destino, de su realidad temporal y de su incidencia en la historia para preguntar por la relación de este Jesús-hombre con Dios, por su unidad con el Padre? En una palabra; menos cristología especulativa o dogmática desde arriba a la manera clásica, y más cristología desde abajo, es decir, desde el Jesús histórico concreto” (H. Küng, Ser cristiano, Madrid 1977, 163). El asombroso despliegue mediático –como no podía ser de otra manera– ante un libro de este calado, ha hecho si no perder el equilibrio a bastantes teólogos sí al menos dejarles bastante descolocados. Seguiremos en el próximo y último artículo, con la aportación rompedora de este libro que se adentra en la encrucijada más debatida de la Cristología y la Exégesis, así como las reacciones de diversos sectores teológicos ante él. Como habíamos comentado en el anterior artículo acerca del libro del Papa, Jesús de Nazaret, la gente sencilla camina por diversos senderos: unos lo leen y lo releen para quedarse buenamente con lo que puedan, otros habrá que lo dejen por árido y también quienes lo leerán para no quedarse fuera ante un best-seller. Afortunadamente, muchos sacarán sugerencias para profundizar en el Evangelio o para su oración, etc. Pero, ¡ójalá sirviera para que todos nos replanteáramos con hondura Quién es la realidad de Jesús! El hecho es que se hace particularmente difícil acceder a la verdad sobre Cristo quien busque inspirarse en las posiciones que ofrecen las distintas escuelas modernas, y que insisten en una filosofía del lenguaje y en una hermenéutica dependiente de los presupuestos del relativismo, subjetivismo, existencialismo, estructuralismo, etc., porque minusvalorarán o incluso rechazarán los antiguos conceptos y términos por considerarlos imbuidos de escolasticismo, formalismo, estaticismo, ahistoricidad, etc., y, por consiguiente, inadecuados para expresar y comunicar hoy el misterio de Cristo1. Küng, parte, como ya se dijo en el artículo anterior de una cristología “desde abajo”, arranca de un Cristo histórico para acceder metodológicamente al Señor. El planteamiento de Küng es atractivo, pero los métodos empleados encierran una trampa envenenada ya que: ¿con qué método histórico bíblico se va a ascender desde ese Cristo histórico del que habla Küng al Señor? ¿Desde los vistos en el artículo anterior? ¿Desde aquellos que despojan de todo lo sobrenatural a Jesús? Ahí está la cuestión. Y sigue estando el meollo de la Cristología en su entronque con la Exégesis. Esta cuestión todavía no resuelta es la que Ratzinger había estudiado y meditado antes de ser elegido Papa, cosa que por otra parte nunca imaginó ni deseó. Recuerdo que me contó el portavoz de Juan Pablo II que cuando falleció éste preguntó a Ratzinger, como Decano del Colegio Cardenalicio, por tanto hacía cabeza en la Iglesia en esos días acerca de qué debía decir a los medios de comunicación ante ese clamor “¡Santo súbito!” que se estaba escuchando en la Plaza de San Pedro; y éste le contestó: “eso le compete al Papa que le suceda”. Su deseo era, claramente, retirarse a Baviera a seguir investigando y concluir este tema ya incoado porque estaba en la primera línea de sus indagaciones. Al ser elegido Papa, dada la importancia, ha sabido sacar tiempo para hacernos esta primera entrega. De hecho, pues, Ratzinger quería escribir un libro como teólogo y ahora lo hace. Así de sencilla es la explicación de la portada del libro. Su aportación es enorme porque hace una maniobra intelectual grandiosa para acceder a la realidad de Cristo. Toma todo lo que de bueno aporta el método histórico bíblico y junto con el atractivo de una cristología que mira al Cristo de los Evangelios, con su historia ya bien contrastada, se eleva hasta Cristo, Hijo de Dios, con la luz de la fe que nos revela el Padre. “Nadie conoce al Hijo sino el Padre y aquél a quien el Padre se lo quiera revelar” toma aquí una forma teológica formidable. Cuando relata el Papa en su libro la segunda tentación parece dar la clave de su libro: una apología cristológica sin precedentes llamada a disipar en el futuro ¡ya de una vez por todas! los errores cristológicos de la postmodernidad. Veamos este texto de gran interés. Recordemos el contexto: el diablo esgrime un texto de la Sagrada Escritura y en un lugar tan santo para un judío como lo era el Templo. Le pide que demuestre ser el Hijo de Dios arrojándose del pináculo del Templo y, citando con perfección las Escrituras, le recuerda que en ellas se dice que no permitirá su Padre que sufra daño alguno pues sus ángeles correrán en su auxilio. Dice así el texto del Papa: “El diablo muestra ser un gran conocedor de las Escrituras, sabe citar el Salmo con exactitud; todo el diálogo de la segunda tentación aparece formalmente como un debate entre dos expertos de las Escrituras: el diablo se presenta como teólogo, añade Joachim Gnilka. Vladimir Soloviev toma este motivo en su Breve relato del Anticristo: el Anticristo recibe el doctorado honoris causa en Teología por la Universidad de Tubinga; es un gran experto en la Biblia. Soloviev expresa drásticamente con este relato su escepticismo frente a cierto tipo de erudición exegética de su época. No se trata de un no a la interpretación científica como tal, sino de una advertencia sumamente útil y necesaria ante sus posibles extravíos. La interpretación de la Biblia puede convertirse, de hecho, en un instrumento del Anticristo. No lo dice solamente Soloviev, es lo que afirma implícitamente el relato mismo de la tentación. A partir de resultados aparentes de la exégesis científica se han escrito los peores y más destructivos libros de la figura de Jesús, que desmantelan la fe” (pág. 60). Benedicto XVI es claro y rotundo. Bien sabe él que no se trata de echar fuera los métodos de investigación histórico críticos, por la sencilla razón –entre otras cosas– de que Jesús es un ser histórico, pero lo que hace el Papa es no dejarse atrapar por el prejuicio de evitar la fe para conocer a Jesús. Verdaderamente Benedicto XVI intenta y consigue acercarnos al Jesús real desde un método novedoso, audaz y libre apariencias pegajosas. El fruto es que consigue acercarnos a Jesús con autoridad de Papa y saber de teólogo y señalando a Jesús dice: “tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Con la novedad de su método sobran las cristologías desde arriba o desde abajo. Las reacciones ante este libro han sido sutiles hasta ahora. A muchos este libro les ha hecho perder pie en sus investigaciones porque no se puede obviar a este gran teólogo que admite y hasta quiere la confrontación en tema tan importante y encima es Papa. Cuando las reacciones vienen de ámbitos católicos éstas han tomado formas diversas. Unos teólogos dirán que se ve que sabe pero que “no es un profesional” de la Exégesis bíblica. Otros, han intentado quitar valor teológico al libro –que además no tiene pies de página– para decir que es una preciosa meditación personal de su búsqueda del rostro de Jesús, pero el que muestra es siempre el mismo: Jesús de la fe. La verdad de todo es que ha resultado un libro incómodo, muy incómodo. La suavidad de las formas junto a la contundencia teológica que esgrime dejando la puerta abierta a la disensión es insoportable para ellos. ¿Qué hacer ante este libro, se preguntan? A falta de recursos argumentales la respuesta es clara: silenciarlo. Dar tiempo al tiempo hasta que no se hable de él. Todos los best-seller dejan de serlo. Benedicto XVI no deja nada sin atar, va al meollo de la cuestión teológica con idea de producir una reacción drástica, un revulsivo ante métodos fosilizados incapaces de acoger la realidad divinohumana de Cristo. Está muy pensado lo de no poner citas a pie de página y que sirva sólo al erudito para bucear en sus palabras; todos, laicos o no, deben ser conscientes de lo que está en juego y que desde hace décadas por esa “fe de carbonero” como se decía, habían alejado al cristiano de la figura auténtica de Cristo. ¿Dónde, por tanto, hemos de colocar este libro perenne desde su nacimiento? Hacemos nuestro el comentario de Bruno Forte que viene a decir: “es un intento riguroso, aparente y deliberadamente lleno de inocencia narrativa, que encierra una dura post-crítica sobre Jesús con afán de iluminar la realidad de su figura”. Pedro Beteta Teólogo y escritor Nota al pie: 1. Cfr. Juan Pablo II, Audiencia general, 13-IV-1988