Pakistán: La catástrofe amenazadora y cómo combatirla

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Pakistán: La catástrofe amenazadora y cómo combatirla
Alan Woods :: 30/09/2010
Pakistán está atravesando la crisis más grave desde la Partición en 1947. Los representantes
del Capital están observando la situación con creciente alarma
Estamos viviendo en la primera década del siglo 21, en un periodo en que la marcha de la tecnología
y la ciencia han conseguido milagros. Podemos poner un hombre en la Luna y enviar satélites para
explorar los confines del sistema solar y más allá. Y, sin embargo en el año 2010, millones de
hombres y mujeres se ven reducidos al nivel más primitivo, cercano a la barbarie. Ese era el caso en
Pakistán, incluso antes de las inundaciones. Ahora, millones de personas pobres se aferran a la vida,
y su alcance se debilita por momentos. Mientras escribo estas líneas, aproximadamente 21 millones
de personas se enfrentan a una muerte lenta por inanición. Los campos de arroz han sido destruidos.
No hay comida. Zonas enteras están devastadas. Las aldeas están en ruinas. Al menos dos millones
de casas han sido destruidas. Diez millones de personas dependen de ayuda para la supervivencia.
Los pobres venden sus pocas y miserables posesiones para comprar alimentos a precios inflados, y
cuando no les queda nada, se mueren de hambre. A madres que llevan niños esqueléticos se les
niegan la entrada a los campos de refugiados. No tienen leche en su pecho para alimentar a sus
bebés, muchos de ellos están enfermos de paludismo, diarrea y otras enfermedades potencialmente
mortales. Los supervivientes se hacinan en campamentos improvisados, muchos de los cuales no
tienen alimentos ni tiendas de campaña para ofrecer a la gente desesperada que ha caminado largas
distancias en busca de alimento y refugio. Se calcula que al menos 100.000 niños morirán en los
próximos seis meses. Como si esto fuera poco, la amenaza de una epidemia de cólera se cierne como
una nube pesada sobre las cabezas de esta gente cuyos sufrimientos ya son inaguantables. Pakistán
no está en condiciones de soportar una epidemia. Muchos hospitales y clínicas han sido destruidos
por las inundaciones. En tales circunstancias, es una práctica habitual referirse a "desastres
naturales" o, incluso, a "actos de Dios" (esta última categoría existe legalmente y se encuentra en la
letra pequeña de las pólizas de seguros). Sin embargo, mientras que los desastres pueden ser
causados por fenómenos naturales, también ponen a prueba a los gobiernos, programas y políticas,
dejando al descubierto todas las debilidades internas y la podredumbre del orden social existente. La
llegada de las inundaciones puede ser atribuida a la naturaleza, al calentamiento global, a la Ira de
Dios, y a todo lo que se quiera. No obstante, ahora que las aguas han arrastrado los últimos restos
patéticos de una existencia humana que poseían las masas, no se puede mirar a la naturaleza, a Dios
o al clima, para arreglar las cosas. La solución no depende de la naturaleza, ni del Todopoderoso, ni
incluso de los planes maravillosos para combatir el cambio climático en el futuro. Las necesidades
de la gente no están en las nubes o en el futuro. Están aquí y ahora. ¿Qué pide la gente? Sólo piden
el derecho más básico: el derecho a vivir. ¿Qué necesitan? Sólo las necesidades más básicas de la
vida. Pero incluso antes de las inundaciones, la gran mayoría carecía de estas cosas. Su problema no
lo ha causado las inundaciones, sino una sociedad injusta que no es capaz de proporcionarles las
necesidades más básicas. Y un sistema social que es incapaz de satisfacer las necesidades básicas de
la existencia del pueblo está condenado ante la historia. La burguesía alarmada Pakistán está
atravesando la crisis más grave desde la Partición en 1947. Los representantes serios del Capital
están observando la situación con creciente alarma. Para ellos, Pakistán no es un país cualquiera.
Tiene una importancia incalculable desde el punto de vista de las estrategias globales y los intereses
del imperialismo. País limitrofe con la India, Irán, Afganistán y China, su asistencia en el “pequeño”
asunto de la guerra de Afganistán es de fundamental importancia para Washington. El actual
gobierno de Zardari no puede ser cien por cien de su gusto, pero es acatador y obediente y esto es lo
principal. Por lo tanto, al menos por el momento, el imperialismo norteamericano intentará
apuntalar el débil e impopular gobierno de Zardari, basándose en el viejo y sabio dicho: mejor el mal
conocido que el bueno por conocer. Sin embargo, una cosa es estudiar la situación desde una
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cómoda oficina con aire acondicionado en Washington o Islamabad, y otra cosa muy distinta es verla
desde las ruinas destruidas de una cabaña o en un campamento para personas desplazadas. "La vida
en un campamento es como volver a la época medieval", dice Saeed Khan, un agricultor de 40 años
de edad que ha quedado sin hogar por las inundaciones y ahora se encuentra en las afueras de la
ciudad norteña de Peshawar. "Aquí no hay vida". El Financial Times (FT) del 1 de septiembre publicó
un artículo de una página entera tratando de las inundaciones en Pakistán y sus efectos sobre el
futuro de dicho país. El artículo, firmado por James Lamont y Farhan Bokhari, titulado Pakistán: Una
precaria situación, contiene una descripción muy precisa de la situación, y comienza así: "Bajo un
árbol de mango en medio de campos inundados, no lejos de la ciudad paquistaní de Muzaffargarh,
Haji Nek Sain está contando sus pérdidas. Hace poco más de un mes, era un agricultor con una
plantación de algodón de siete hectáreas, una vida decente y grandes planes para las bodas de sus
hijas después de la cosecha. "Yo creía realmente que íbamos a tener una cosecha abundante. Ya me
veía comprando algunas joyas [para mis hijas]", reflexiona. "Y a continuación vinieron las
inundaciones". Sigue el artículo: "Al igual que las legiones de campesinos y tenderos harapientos a
lo largo y ancho de Pakistán, el Sr. Sain ha visto su vida y su hogar arrastrados por las peores
inundaciones en la región desde finales de la década de 1920, veinte años antes de que su país
existiera. Una quinta parte de Pakistán está sumergida". Según los últimos informes, las aguas
comienzan a retroceder. Pero esto no significa que la pesadilla haya terminado. Para los millones de
indigentes y gente que padece hambre esto sólo es el comienzo. Los donantes internacionales hasta
ahora han respondido con promesas de ayuda de 800 millones de dólares. Pero según los cálculos de
las agencias de ayuda, el coste potencial de la crisis será contado, no en millones, sino en miles de
millones, de dólares. No son sólo las aguas las que están retrocediendo, sino también las
expectativas de los Estados Unidos en cuanto a lo que puede lograr de Pakistán como aliado en el
sur de Asia. Washington esperaba usarlo como una base ideal para combatir el "terrorismo"
–especialmente cuando los estadounidenses y sus aliados de la OTAN comiencen a retirarse de
Afganistán, como tendrán que hacer más pronto o más tarde–. Ahora esas esperanzas se ven
empañadas por las dudas y el pesimismo sobre Pakistán. El FT escribe: "El peor de los casos –una
implosión de Pakistán– es extremadamente peligroso”, dice un diplomático occidental con sede en
Washington. "Usted podría ver los efectos indirectos en zonas aledañas a Pakistán, particularmente
en Afganistán. Sin estabilidad en Pakistán, la estabilidad en la región circundante se pone en tela de
juicio". Ocurre con frecuencia que los estrategas serios del Capital llegan a las mismas conclusiones
que los marxistas, aunque desde un punto de vista de clase opuesto. Las esperanzas de una mejora
en los resultados económicos se han disipado. Una cadena de crisis naturales, políticas y económicas
en los últimos cinco años ha dejado al descubierto debilidades fatales en la economía, la sociedad, la
vida política y el Estado de Pakistán, colocando un gran interrogante sobre su futuro –y sobre su
utilidad para los Estados Unidos–. El artículo del FT sigue: "Las inundaciones han afectado a más de
17 millones de personas –matando a más de 1.600–, además de causar graves daños al sector
agrícola, tan fundamental para la economía del país, y a la infraestructura, que ya de por sí era muy
débil. También han retrasado meses, incluso años, los planes del gobierno para llevar la prosperidad
y la paz a este país con armas nucleares. "Pero, sobre todo, han alterado un equilibrio
tremendemente delicado. Durante los últimos tres años, los líderes del gobierno civil y del poderoso
ejército han luchado para mantener el equilibrio de una combinación de exigencias –cada una de por
sí considerable– hechas por el propio pueblo y por el mundo exterior". Así, lejos de una influencia
estabilizadora, Pakistán corre el riesgo de caer en una desestabilización social tan grande y
trastornos sociales tan tremendos que la revolución social podría estar en el orden del día. "De
acuerdo con Aninda Mitra, vicepresidente de la agencia de calificación crediticia Moody's, las
inundaciones han causado una ‘gran perturbación de la oferta’ que ha retrasado gravemente la
capacidad de Pakistán para alcanzar un crecimiento sostenible fuerte. Los desplazamientos y los
daños al sector agrícola han puesto en peligro la recuperación económica. Se pronostican tensiones
en el sistema bancario y entre las empresas más importantes del país para los próximos meses".
"Peor aún, el número de personas que viven por debajo del umbral de pobreza ha aumentado del 33
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por ciento de la población con anterioridad a las inundaciones al 40 por ciento ahora, dice". "‘El
peligro es que si a esta gente no se le re-asienta rápidamente, su presencia a largo plazo en las
ciudades provocará una gran tensión", dice Islamuddin Shaikh, un senador del gobernante Partido
del Pueblo Pakistaní (PPP) y ex alcalde de Sukkur. La población de la sureña ciudad ha crecido en un
tercio a más de 800.000 en las últimas tres semanas. ‘Esta situación no será fácil de resolver’, dice".
"Hafiz Pasha es un ex ministro de Comercio y jefe del Instituto de Política Pública basado en Lahore:
Al igual que otros economistas, predice que los indicadores económicos sufrirán un ‘deterioro
significativo’ en los próximos meses, que será una pesadilla para Pakistán". Citando al Sr. Hafiz
Pasha, el Financial Times describe un cuadro muy grave de colapso económico: "El crecimiento
podría hundirse desde alrededor del 4 por ciento este año a cero o poco más el año que viene. La
inflación, estimulada por la escasez de alimentos, podría dispararse por encima del objetivo del
gobierno de 9,5 por ciento al 18-20 por ciento. El déficit fiscal podría llegar a casi el doble del
objetivo del 4 por ciento del PIB a medida que aumenta el gasto público. "La economía, básicamente
agrícola y textil, se ha deteriorado considerablemente en los últimos dos decenios. A pesar de la
liberalización que le ayudó a superar a su vecino sureño de la India, con tasas de crecimiento
promedio de 5,5 por ciento entre 1947 y 1990, el Pakistán de hoy se arrastra muy por detrás". Pero
no basta con elaborar listas de estadísticas y hacer proyecciones económicas. Cuando vamos al
médico con un problema, no estamos satisfechos si el médico sólo nos lee una lista de los síntomas y
nos informa de que estamos enfermos. Lo que esperamos es una receta que cure la enfermedad. La
pregunta es: ¿cuáles son las perspectivas más probables que se desprenden de este análisis
económico sombrío? ¿Y que hay que hacer al respecto? Crisis del régimen Al igual que las guerras y
los terremotos, las inundaciones y las hambrunas ponen a prueba la sociedad y el Estado existentes.
En última instancia, la viabilidad de cualquier sociedad debe juzgarse por su capacidad de proveer a
la gente con las condiciones más elementales de la existencia humana. Este hecho está muy bien
expresado en el viejo lema de los trabajadores y campesinos de Pakistán: ¡Roti, Kapra aur Makan!
(¡pan, ropa y cobijo!). Durante la terrible hambruna que se extendió por Rusia en 1891-92, el
marxista Plejánov escribió un artículo con el título Rusia arruinada, que era una acusación ardiente
de la autocracia zarista que había demostrado ser totalmente incapaz de hacer frente a la difícil
situación de millones de personas muriendo de hambre. Esta crisis tuvo un efecto profundo en todas
las clases. Radicalizó a toda una generación de jóvenes revolucionarios y preparó el camino para la
primera revolución rusa de 1905-06. La actual crisis en Pakistán también tendrá consecuencias
similares. Hasta la fecha, más de un mes después de las inundaciones, hay una superabundancia de
palabrería, pero no hay ni comida, ni ropa, ni refugio para los millones de hambrientos. En cambio,
tenemos otra inundación: un torrente de lágrimas de cocodrilo de políticos y organizaciones no
gubernamentales (ONGs). ¡Hay! Si la simpatía pudiese llenar estómagos vacíos, ¡nadie pasaría
hambre en Pakistán ni en cualquier otro lugar! Lo que tenemos en Pakistán no es solamente una
crisis económica o una crisis de gobierno. Se trata de una profunda crisis del régimen mismo. El
sentimiento generalizado de ira y repugnancia encuentra su expresión en todos los niveles,
incluyendo los niveles más altos del gobierno y el Estado. Las revoluciones siempre empiezan por
arriba, con crisis y divisiones en la clase dominante. Los líderes sienten temblar la tierra debajo de
sus pies y son presa del pavor. Con una franqueza sorprendente, el artículo del FT describe el miedo
que se apodera de los círculos dirigentes en Pakistán: "Algunos ven un país que ya se enfrenta a
enormes desafíos acercándose a lo apocalíptico, sobre todo desde el punto de vista de las clases
medias urbanas cada vez más asustadas. Un diplomático occidental con base en Islamabad advierte
que el liderazgo tiene un miedo atroz de las consecuencias políticas de este desastre natural. ‘Nunca
antes la élite de Pakistán ha estado tan angustiada’, dice". La degeneración imperante que existe en
todos los niveles de la sociedad se refleja incluso en el deporte nacional que es seguido con fanática
dedicación por muchos paquistaníes: el críquet. Los éxitos del equipo nacional durante su gira de
Inglaterra podrían haber proveído de algún elemento de consuelo a un pueblo traumatizado. Pero
incluso esta pequeña migaja de consuelo les fue arrebatada cuando estalló un escándalo por
corrupción. En un país tan acostumbrado a la manipulación sistemática de las elecciones y a la
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compra y venta descarada de cargos públicos, el fraude en un partido de cricket vinculado a
apuestas por valor de varios millones de libras puede parecer un asunto de muy poca importancia.
Pero en el contexto de todos los demás desastres, esto sacudió la moral de la nación, incluida la
clase dominante: "Su moral, ya baja, se ha visto minada más todavía por las denuncias de corrupción
por parte de algunos miembros del equipo nacional de críquet en gira por el Reino Unido. Esto fue
una vergüenza nacional vista como un reflejo de la erosión de los valores del país y su reputación
internacional". Cuando una nación entera se hunde en un abismo de desesperación, incluso la última
pizca de orgullo nacional les ha sido arrebatada. La gente se ve obligada a aceptar que aquí todo
está a la venta: los especuladores que roban el pan de la boca de los niños muertos de hambre; los
deportistas que venden sus competencias profesionales al mejor postor y luego estúpidamente se
jactan de ello a periodistas mercenarios; los políticos que venden toda la nación a precios de
ganga… ¿No hay fin a la corrupción que ha penetrado todos los poros de la sociedad y ha podrido su
alma? Hace falta un cambio fundamental Enfermedades drásticas requieren cirugía drástica. Pero
las autoridades están paralizadas e impotentes. Todos los intentos de imponer estabilidad y
disciplina se están desvaneciendo. El economista burgués Hafiz Pasha emite una severa advertencia:
"Pakistán está al borde del colapso económico. A menos que haya medidas radicales para hacer
frente a la situación [actual], habrá 20 millones de personas atacando a las ciudades cuando
empiecen [a desesperarse]. Lo que se requiere es una reestructuración fundamental de la forma en
que se gestiona Pakistán". (El subrayado es nuestro.) Esta es una reivindicación con la que estamos
completamente de acuerdo. La gravedad de la crisis es tal que nada menos que una reestructuración
fundamental será suficiente. La pregunta, sin embargo, es: ¿cuáles son las fuerzas en Pakistán que
pueden lograr un cambio tan fundamental? ¿Puede alguien en su sano juicio imaginarse que
cualquiera de los partidos políticos o líderes están remotamente interesados en un cambio
fundamental? La pregunta se contesta sola. Ninguno de los líderes actuales tiene ningún interés en
ningún cambio de ninguna tipo. El único "cambio" que les interesa es un cambio de ministerio, es
decir, no cambiar en absoluto. Su punto de vista político no va más allá de la perspectiva de
favorecer su propia carrera. Sus principios políticos se reducen a empujar a sus rivales a un lado
para que puedan disfrutar de lo que se conoce como "los frutos del poder". Las inundaciones han
provocado rumores de que el gobierno del PPP está a punto de caer. Asif Ali Zardari, el presidente,
despertó fuertes críticas cuando se embarcó en una gira internacional en el momento en que se
abrieron los cielos. Su viaje para visitar a los líderes de Londres y París, que también incluyó una
visita a un chateau francés con sus hijos, fue un insulto a los millones de personas que están
luchando por encontrar un pedazo de tierra seca y algunos granos de arroz para alimentar a sus
familias. Los líderes del PPP son indescriptiblemente malos. Pero no puede sostenerse que los
líderes de la Liga Musulmana sean mejores. Los trabajadores y campesinos de Pakistán comparan
sus sufrimientos y dificultades al extravagante estilo de vida de la élite y vuelven la espalda con
repugnancia. Miran a toda la clase política con una sensación de asco justificado. ¿Qué otras fuerzas
pueden dar lugar a un cambio fundamental en Pakistán? ¿Qué pasa si el ejército entra en acción?
¿Acaso las cosas podrían estar mejor si los políticos civiles corruptos fueran sustituidos por
generales corruptos? Altaf Hussain, líder del Movimiento semi-fascista Muttahida Qaumi (MQM),
está haciendo un llamado a "los generales patriotas" para que tomen medidas contra los "políticos
corruptos" –lo que equivale a una llamada apenas velada para un golpe militar–. Otro líder del MQM
apeló a Ashfaq Kayani, jefe del ejército, a asumir el papel "de un De Gaulle del siglo XXI, para que
supervise la nueva unidad de Pakistán y mantenga unido al país para superar el peor período de
inestabilidad desde 1947". Estos políticos reaccionarios están golpeando el tambor de una dictadura
militar, que esperan que sirvan a sus fines siniestros. Por desgracia para el MQM, el ejército
paquistaní no está en muy buena forma para tomar las riendas del poder en sus manos en este
momento. El ejército está dividido y en un estado de desorden, con diferentes camarillas tirando en
distintas direcciones. Un ala está dispuesta a subordinarse al imperialismo estadounidense, mientras
que otra está apoyando activamente a los talibanes en Afganistán. Todos son corruptos y ninguno
tiene la menor idea de cómo hacer frente a una crisis económica que está poniéndose rápidamente
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fuera de control. De repente, la perspectiva de la toma del poder no parece tan atrayente como en el
pasado. Toda la historia de Pakistán desde su creación como Estado ha consistido en un juego
monótono en el que el poder ha pasado a intervalos regulares de los civiles a los militares y
viceversa. Y al final, las masas nunca estaban mejor que antes. En realidad, a pesar de todos estos
aparentes cambios de régimen, la vida para la gran mayoría seguía siendo igual de dura, brutal y
corta como siempre. Nada fundamental ha cambiado nunca para las masas. El fantasma de 1968 Los
días del actual gobierno están claramente contados. Pero ¿qué lo va a sustituir? Incluso si los
militares fueran a tomar el poder (que es una posibilidad), ¿qué podrían hacer? Rápidamente
quedarían desenmascarados y se les verían tan impotentes, ineptos y corruptos como el actual
gobierno. Y en condiciones de extrema volatilidad social, un régimen militar no podría controlar la
situación por mucho tiempo. Un régimen militar en esas condiciones exacerbaría todas las tensiones
en la sociedad sin resolver ninguno de los temas fundamentales. No se puede fusilar a la inflación ni
arrestar al desempleo. Napoleón dijo una vez: usted puede hacer muchas cosas con bayonetas, pero
no puede sentarse sobre ellas. Al carecer de una base social seria, un régimen militar no sería de
larga duración. Al igual que la dictadura de Ayub Khan en 1968, prepararía el terreno para una
explosión social. Durante décadas, cualquiera que fuese el gobierno instalado en Islamabad, el poder
real permaneció siempre en manos de un puñado de familias ricas: terratenientes feudales,
banqueros y capitalistas que constituyen un sólido bloque que se oponen al cambio y al progreso. A
menos que y hasta que el poder de esta oligarquía reaccionaria sea roto, nada puede cambiar
realmente en Pakistán. Sólo una vez en el curso de su historia de 63 años hubo una posibilidad real
de cambio en Pakistán. Eso fue en 1968-69, cuando los obreros y campesinos de Pakistán tomaron el
camino de la revolución. En ese momento, el poder estaba en manos de la clase obrera. Lo único que
impidió la victoria de la revolución fue la ausencia de un partido revolucionario y una dirección
revolucionaria como el Partido Bolchevique de Lenin y Trotsky en Rusia en 1917. Ahora tenemos
comentaristas burgueses advirtiendo de la necesidad de una reestructuración fundamental.
Traducido al español llano, "reestructuración fundamental" significa revolución. Y la única clase que
es capaz de llevar a cabo esta revolución son los obreros y campesinos. Ellos son la única fuerza
revolucionaria en Pakistán. Además, constituyen la inmensa mayoría de una población de 180
millones de habitantes. Una vez que esta inmensa fuerza esté organizada, unida y movilizada para
cambiar la sociedad, ningún Estado o ejército puede detenerla. Esa es precisamente la lección de
1968-69. La clase dominante y los imperialistas están obsesionados por el fantasma de 1968. Sus
temores se hacen eco, una vez más, en el Financial Times: "Siempre un barómetro de la condición
política febril de Pakistán, las especulaciones acerca de un inminente golpe militar, una revolución
sangrienta y la posibilidad de que regiones enteras del país se vuelvan incontrolables se han
intensificado". "Por su parte, los diplomáticos occidentales temen que el desastre podría encender el
descontento popular y el extremismo militante. Temen que el trauma prolongado en el campo y la
emigración masiva a las ciudades podría socavar el gobierno civil en Islamabad". Estas líneas
transmiten el verdadero estado de ánimo de la burguesía en Pakistán e internacionalmente. Sienten
que la situación en Pakistán ya se encuentra "en una espiral descendente incontrolable". Ven que el
gobierno es impotente para resolver los problemas acuciantes de las masas. Temen que el actual
ambiente de desesperación se convierta en una furia de descontento que barrerá todo a su paso, al
igual que hicieron las aguas. Y temen que esto vaya a socavar al gobierno civil en Islamabad. Lo que
la clase dominante teme realmente es la revolución. Recordemos las palabras de Hafiz Pasha: "A
menos que haya medidas radicales para hacer frente a la situación [actual], [Pakistán] tendrá 20
millones de personas atacando a las ciudades cuando empiecen a desesperarse". Estas palabras
transmiten precisamente los temores de los terratenientes y capitalistas de Pakistán, que, cuarenta
años después, siguen sintiéndose perseguidos por el fantasma de 1968. ¿Qué se requiere? El
magnífico movimiento revolucionario de 1968-69 podía haber llevado a la toma del poder por los
obreros y campesinos. Sólo fracasó debido a la falta de una dirección revolucionaria auténtica. Los
obreros y campesinos hicieron todo lo posible para derrocar el capitalismo, pero carecían de un
programa y una estrategia coherentes. Para que la historia no se repita, es necesario elaborar un
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programa y una política que corresponda a la tarea en cuestión. ¿Qué se requiere? La condición
previa para una solución a los problemas de Pakistán es la expropiación de los terratenientes y
capitalistas. El primer paso debe ser la nacionalización de la tierra y la confiscación de todos los
grandes latifundios de los terratenientes, junto con la nacionalización de los bancos y compañías de
seguros y toda la industria a gran escala bajo el control democrático de los trabajadores. Este
programa sólo puede ser llevado a cabo por un gobierno de obreros y campesinos. Mientras
luchamos por semejante gobierno, es necesario establecer una serie de reivindicaciones
transicionales que, partiendo de las necesidades más apremiantes de la población, señalen el camino
hacia la conquista del poder. El Estado actual ha demostrado ser completamente incapaz de hacer
frente a los problemas del pueblo. La burocracia estatal es tan corrupta, tan podrida e incompetente
que la poca ayuda que existe raras veces llega a la gente más necesitada. Grandes cantidades de
dinero donadas a la gente sin hogar y hambrientos ha ido a parar a las cuentas bancarias privadas
de funcionarios y políticos corruptos. No se puede dar ninguna confianza en absoluto al aparato
estatal actual. Los obreros y campesinos deben desarrollar sus propias organizaciones
democráticamente elegidas para tomar la administración de la sociedad en sus manos. Para luchar
contra la catástrofe, en lugar de los métodos burocrático-reaccionarios, que se limitan a pequeñas
reformas, debemos plantear métodos revolucionario-democráticos, que correspondan a las
necesidades de la gente. Lo que necesitamos son comités de acción en cada fábrica y pueblo, en
cada calle, en todos los niveles de la sociedad. Estos comités populares deben expulsar sin piedad a
los burócratas, ladrones y especuladores y asumir el control de la situación. Deben tomarse medidas
inmediatas para alimentar al pueblo y castigar a los especuladores que se están enriqueciendo a
cuenta de la miseria de los pobres. Debe haber un congelamiento inmediato de los precios de los
alimentos, ropa y todas las necesidades básicas de la vida. Deben formarse tribunales populares
para detener, juzgar y castigar a los funcionarios corruptos, los especuladores y los acaparadores.
¡Que sientan la ira del pueblo al que han engañado y robado! En nombre de la apertura democrática,
exigimos la abolición completa de los secretos comerciales. Todas las grandes empresas y bancos
deben ser obligados a publicar los detalles de sus beneficios. Que el pueblo vea cómo los ricos están
extrayendo la savia de Pakistán y beneficiándose de la superexplotación de los trabajadores. Que
vean la magnitud de las fortunas de los ricos y la corrupción de los políticos que derraman lágrimas
de cocodrilo por el sufrimiento de las masas, mientras llenan sus bolsillos con el dinero robado de
las finanzas públicas. La protección del secreto comercial significa en la práctica la protección de los
privilegios y beneficios de, literalmente, un puñado de personas en contra del interés de todo el
pueblo. Abramos los ojos del pueblo para que se le permita conocer toda la verdad sobre la
especulación y operaciones turbias de la minoría rica que dirige el país. La prensa habla de escasez
y hambre en Pakistán, pero todo el mundo sabe que mientras millones pasan hambre, otros viven
una vida de lujo. En medio de la hambruna, los restaurantes elegantes de Islamabad, Karachi y
Lahore están llenos de clientes ricos que no tienen preocupaciones en servirse a sí mismos todo tipo
de delicias imaginables. El mismo Estado que llama al sacrificio en el "interés nacional" no levanta
un dedo para controlar el lujo escandaloso y el estilo de vida extravagante y derrochador de los
ricos. Como siempre, todo el peso de la crisis se coloca sobre los hombros de los pobres que son
menos capaces de soportarlo. En tiempo de guerra es normal introducir el racionamiento. Pero la
actual emergencia es tan grave como cualquier guerra. Un estricto sistema de racionamiento debe
ser introducido de inmediato para controlar la distribución de alimentos y todas las otras
necesidades de la vida. El acceso a estos productos indispensables debe ser sobre la base de
necesidad comprobada. Los ricos no deben tener un acceso privilegiado al arroz, harina y otros
artículos. Junto con los sindicatos y otras organizaciones populares, los comités de acción deben
controlar las tarjetas de racionamiento y asegurarse de que nadie disfruta de un exceso de comida
mientras que otros pasan hambre. En vez de promesas vacías y discursos hipócritas sobre
"sacrificios por el bien del pueblo" y sobre "hacer todo lo posible", el pueblo debe exigir acción para
resolver sus problemas más urgentes. Con el fin de controlar la especulación, los comités de acción
deben controlar los precios de forma estricta. Con el fin de resolver el problema de la falta de
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vivienda, los comités deberán elaborar una lista de todas las viviendas vacías y sub-ocupadas,
incluidas las grandes casas y palacios de los ricos, que deben ser requisados y utilizados para
vivienda para los que no tienen cobijo. "¡Pero estas medidas son demasiado drásticas! ¡Esto es
extremismo, comunismo!" Sí, podemos imaginar la indignación de los ricos y sus amigos en la
Asamblea Nacional. A tales argumentos respondemos con las palabras del socialista español Largo
Caballero: "No se puede curar el cáncer con una aspirina". Sin semejantes medidas revolucionarias,
no se avanzará, el caos se extenderá irremediablemente, y se preparará una catástrofe a escala
inimaginable. El PPP se creó para defender los intereses de los trabajadores y campesinos. Pero
Zardari y compañía son sólo una pantalla para la defensa de los intereses de los terratenientes y
capitalistas. El pueblo votó por el PPP, a fin de que hubiera un gobierno que actuase a favor de sus
intereses. Pero el actual gobierno es controlado por la camarilla de extrema derecha de Zardari, que
es uno de los hombres más ricos de Pakistán. La camarilla de Zardari está alejada del pueblo en
cuyo nombre habla. En su afán de complacer a los capitalistas, el ala de derechas del PPP ha dejado
intacto el poder y los privilegios de los ricos. La derecha del PPP no puede tomar ninguna acción
contra los terratenientes y capitalistas, ya que está completamente dependiente de la burguesía, con
la cual está en coalición, y teme perder sus privilegios reales. Ha renunciado completamente al
programa socialista sobre el que el PPP fue fundado. No quiere tomar ninguna medida realmente
seria en una dirección revolucionaria-democrática, y mucho menos en dirección del socialismo. Las
medidas para combatir la catástrofe y el hambre dependen exclusivamente de los esfuerzos de la
gran mayoría de la población, de las clases oprimidas, de los trabajadores y campesinos, en especial
los campesinos pobres. Y este es el único camino que ofrece la salvación y una manera de evitar la
catástrofe amenazadora. Londres, 22 de septiembre 2010 In Defence of Marxism
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