el cuento que nunca nadie escribió

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Seudónimo: “J. Dupuy”
EL CUENTO QUE NUNCA NADIE ESCRIBIÓ
Nació un martes 13, a la hora del crepúsculo. Lo engendraron una vaga idea y un propósito
confuso. Lo abandonaron, creció en soledad, sin ningún guía certero.
Melancólico, caminaba por las calles como un espectro de sí mismo. Su imagen brumosa
se deslizaba sin destino por la vida. Buscaba un autor que lo escribiera. Pero a ninguno le atraía
un cuento dudoso. Ni el tema, ni un frágil argumento, ni el final con un tibio desenlace. Era solo
un mero intento, un bosquejo, menos que un relato. Era un huérfano que no había terminado
totalmente de nacer…, era un “subcuento”, solo eso.
Me dio pena al divisarlo, le tuve compasión, decidí ayudarlo. Lo llamé, se sorprendió.
Reticente, acudió, se ubicó a mi lado. Le propuse concebir su historia entre ambos. No me creyó.
¡Había tenido ya tantas decepciones en su vida solitaria...! Pero poco a poco fue aceptando. Me
miró con un dejo de esperanza.
—¿Te escribimos?—pregunté. Asintió con la mirada. Sonrió…
—Busquemos un título, es importante…, el título primero —propuso.
—Le pondremos…, le pondremos... —insinué, pero no pude definir alguno. Lo dejamos
sin resolver. Decidimos empezar.
“Nació un martes 13, a la hora del crepúsculo. Lo engendraron una vaga idea y un
propósito confuso. Lo abandonaron, creció en soledad, sin ningún guía certero.
Melancólico caminaba por las calles, como un espectro de sí mismo. Su imagen brumosa
se deslizaba sin destino por la vida.
Buscaba un autor que lo escribiera. Pero a ninguno le atraía un cuento dudoso. Ni el
tema, ni un frágil argumento, ni el final con un tibio desenlace. Era solo un mero intento, un
bosquejo, menos que un relato. Era un huérfano que no había terminado totalmente de nacer…,
era un “subcuento”, solo eso.”
—¿Seguimos con el desarrollo de la trama…? —pregunté al terminar. Asintió con la
cabeza.
Esbozamos un argumento aún sin personajes. Escribíamos y escribíamos. Borrábamos y
borrábamos. Volvíamos atrás. Retomábamos el hilo otra vez.
Empezamos a disentir. Yo prefería un tema de ficción, él, una intriga policial. Mi prosa
pretendía ser ágil con frases breves. Él, no: gustaba de oraciones largas y ampulosas, con muchas
descripciones. Yo aspiraba una historia en tiempos actuales. Él, en cambio, en épocas barrocas o
futuras. Yo deseaba escribir en tercera persona. Él, en primera. Mi estilo tenía algo de humor, el
suyo, puro dramatismo.
No lográbamos ponernos de acuerdo, discutíamos, no congeniábamos. Se originó una crisis
de mutua incomprensión.
Comenzó con veleidades, se tornó ambicioso. Pretendía que el personaje fuera el héroe de
una guerra, un líder político, un conquistador de galaxias, el viril amante en un harén, una
estrella deportiva..., todo eso y mucho más. Su vanidad creciente agotó mi paciencia. Se volvió
insolente, belicoso. Resolví dejarlo, por ingrato. Renuncié a escribirlo. Lo abandoné a su suerte,
se alejó de mi lado.
Pasó algún tiempo. Lo descubrí el último domingo ambulando por las calles. Me oculté en
un café, no quería que me viera. Parecía una sombra, un lánguido fantasma. Era un esbozo de
cuento que nunca nadie escribió, un cuento que no pudo lograr un clímax verdadero, tampoco un
piadoso desenlace.
Comenzó pronto su agonía. Murió a la madrugada sepultado en un canasto, hecho un bollo
de papel.
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