Es bien sabido que una, aunque no la única, causa de las

Anuncio
LA PARROQUIA Y LA ESCASEZ DE SACERDOTES
por
Mons. Francisco Pérez González
Arzobispo de Pamplona-Tudela
y Director de Obras Misionales Pontificias en España
Simposio de Formación para los Obispos Ordenados en el último año
ROMA
19 de Septiembre 2008
Sumario
I.
Dos puntos de partida
1. La parroquia es indispensable
2. El sacerdocio ministerial es insustituible
II.
La renovación de la parroquia
1. Un nuevo modelo
2. El principio comunional
3. Una práctica correcta de la corresponsabilidad
entre párroco y fieles
III.
Respuesta pastoral
sacerdotes
al
problema
de
la
escasez
de
1. La colaboración de laicos en el ministerio
pastoral del párroco
2. Las “unidades pastorales”
3. La colaboración entre los párrocos
4. La pastoral vocacional en la parroquia.
2
Introducción
Quisiera reflexionar con vosotros sobre algunos criterios que
hemos de tener presentes para afrontar el tema de la atención a las
parroquias ante la escasez de sacerdotes. Es una situación frecuente
y en diversos lugares, aunque por diversos motivos.
En algunos lugares, la población cristiana crece, sin que crezca
en la misma medida el número de sacerdotes o de parroquias. Así
sucede en muchas Iglesias de América latina o de África. Hay muchos
cristianos y mucha práctica religiosa, pero no crece en la misma
medida el número de sacerdotes o el número de parroquias. En otros
lugares, en cambio, hay muchas parroquias, pero ha disminuido la
práctica cristiana y también las vocaciones sacerdotales. En Europa
es bastante frecuente encontrar zonas en las que hay muchas
poblaciones pequeñas, cada una con su parroquia, cada vez más
deshabitadas, y a las que el sacerdote debe acudir por lo menos para
la Misa dominical. Y ya no hay suficientes sacerdotes para garantizar
ni siquiera este servicio. El problema requiere una reflexión teológica
previa para obtener convicciones y criterios que nos ayuden a
encontrar soluciones.
En primer lugar presentaré dos puntos de partida que me
parecen fundamentales: la indispensabilidad de la parroquia, y del
ministerio ordenado. A continuación, en la segunda parte, me referiré
a los criterios teológicos que hay que tener en cuenta para la
renovación de la parroquia, especialmente: la comunión (entre fieles
y ministerio ordenado, y entre los ministros sagrados), y la misión en
el territorio. Y en la tercera parte analizaré algunas propuestas
pastorales con las que solucionar, en la medida de lo posible, el
problema de la escasez de sacerdotes.
I. DOS PUNTOS DE PARTIDA
1. La parroquia es indispensable
Primera convicción: la parroquia es indispensable. Por sus
características específicas, difícilmente se podrá prescindir de ella en
la pastoral diocesana, trasfiriendo su específica misión a otras formas
de organización pastoral. Además, muchas realidades eclesiales
nuevas y tradicionales se apoyan en ella.
Se ha hablado mucho de crisis de la parroquia. Pero de hecho
tal crisis no ha causado su desaparición como algunos presagiaban,
sino que, más bien, ha fortalecido su identidad y provocado un
proceso de adaptación a las nuevas circunstancias.
2
3
La naturaleza de la parroquia se basa principalmente en la
relación existente entre la “vida cristiana” y “territorio”. La parroquia
es la estructura pastoral que hace visible la Iglesia en un determinado
lugar; por eso es la más cercana a la gente. Y tiene una gran
capacidad de incidir en las relaciones sociales que estructuran un
determinado territorio para construir “in situ” la identidad cristiana de
las personas.
De aquí nacían precisamente algunas dudas sobre su futuro,
debido al escaso relieve que parece tener el territorio en la sociedad
actual, caracterizada por la movilidad. Pero no es difícil constatar
hasta qué punto el territorio sigue influyendo en la vida real de la
mayoría de las personas, aunque no conserve la importancia que tuvo
antaño. El territorio sigue funcionando en muchas regiones como uno
de los principales ámbitos de socialización. Todo tipo de personas se
relacionan en el lugar en que habitan (basta pensar, por ejemplo, en
las fiestas patronales o en las fiestas de barrios de las grandes
ciudades). Eso les proporciona unos lazos comunes y la fe cristiana
los refuerza.
Ante quienes pensaban en la desaparición de la parroquia tal
como la conocemos, el papa Juan Pablo II quiso reafirmar en
repetidas ocasiones su indispensable función en la diócesis. En la
Exhortación Apostólica Christifideles Laici, tomando unas palabras de
su predecesor Pablo VI, decía lo siguiente: «Creemos simplemente
que la antigua y venerada estructura de la Parroquia tiene una misión
indispensable y de gran actualidad; a ella corresponde crear la
primera comunidad del pueblo cristiano; iniciar y congregar al pueblo
en la normal expresión de la vida litúrgica; conservar y reavivar la fe
en la gente de hoy; suministrarle la doctrina salvadora de Cristo;
practicar en el sentimiento y en las obras la caridad sencilla de las
obras buenas y fraternas»1. Y en la Exhortación Apostólica Pastores
Gregis recordaba a los obispos que: «la parroquia sigue siendo el
núcleo fundamental en la vida cotidiana de la diócesis»2.
Evidentemente, cabe una adaptación de la parroquia a las
necesidades de los tiempos y, por eso, necesita una profunda
renovación. Pero de esto nos ocuparemos más adelante. Vayamos
ahora a la segunda convicción fundamental.
2. El sacerdocio ministerial es insustituible.
En la Exhortación Apostólica Chistifideles Laici se dice que: «La
parroquia está fundada sobre una realidad teológica, porque ella es
una comunidad eucarística. Esto significa que es una comunidad
1
Ex. Ap. Christifideles Laici (30-12-1988), 26 ; Pablo VI, Discurso al clero romano (24-6-63): AAS
55 (1963), 674.
2
Ex. Ap. Pastores Gregis (16-10-2003), 51.
3
4
idónea para celebrar la Eucaristía, en la que se encuentran la raíz
viva de su edificación y el vínculo sacramental de su existir en plena
comunión con toda la Iglesia. Tal idoneidad radica en el hecho de ser
la parroquia una comunidad de fe y una comunidad orgánica, es
decir, constituida por los ministros ordenados y por los demás
cristianos, en la que el párroco —que representa al Obispo
diocesano— es el vínculo jerárquico con toda la Iglesia particular»3.
O sea que el principio fundamental que está en la base de su
funcionamiento y de su actividad, de su mismo ser, lo constituye el
hecho de ser - como lo es la Iglesia - una comunidad orgánica o
estructurada.
¿Qué significa aquí comunidad orgánica? Significa que se trata
de una comunidad de fieles dentro de la cual uno de ellos (o varios)
son ministros ordenados: el párroco y los vicarios, el equipo de
sacerdotes de la unidad pastoral, etc. Ellos pertenecen a la
comunidad de fieles, pero al mismo tiempo se distinguen de ella en
cuanto ministros a los que se les ha confiado, por el sacramento del
orden y la missio canonica, un peculiar servicio en favor de la misma
comunidad. Este servicio establece una específica relación entre los
fieles y los ministros que es también parte de la estructura orgánica
de la parroquia4. Todo esto es lo que hace que una parroquia sea
idónea, en cuanto estructura pastoral de la Iglesia, para celebrar la
Eucaristía y construir una comunidad cristiana.
Es decir, la identidad teológica de la parroquia está
profundamente relacionada con el servicio del ministro ordenado; es
decir, del párroco. La parroquia no es simplemente una
circunscripción de una Diócesis, es sobre todo una comunidad de
fieles en la que el párroco ejerce su peculiar ministerio estructurando
y constituyendo como comunidad de fieles a las personas que forman
parte de ella. Se comprende entonces que, teológicamente hablando,
la falta del ministro ordenado y de su específica función dentro de la
comunidad de fieles haga que una parroquia no lo sea en realidad o
al menos no funcione como tal.
Sería engañoso pensar que se pueden mantener comunidades
parroquiales en las que el ministro ordenado ha sido sustituido en la
práctica por otros fieles que carecen del sacramento del orden. No se
trata solo de lo que el sacerdote puede hacer o hasta dónde puede
delegar en otras personas, sino de la presencia y función
configuradora en la comunidad parroquial, del ministro ordenado en
3
Christifideles Laici, 26.
“Toda la vida de la parroquia, así como el significado de sus tareas apostólicas ante la sociedad,
deben ser entendidos y vividos con un sentido de comunión orgánica entre el sacerdocio común y el
sacerdocio ministerial, y por tanto, de colaboración fraterna y dinámica entre pastores y fieles en el más
absoluto respeto de los derechos, deberes y funciones ajenos, donde cada uno tiene sus propias
competencias y su propia responsabilidad”: Congregación para el Clero, El Presbítero, Pastor y Guía de
la Comunidad Parroquial, Roma 2002, n. 18.
4
4
5
cuanto tal5. Si no hay sacerdote, no hay comunidad de fe
orgánicamente estructurada, no hay Eucaristía, y en última instancia
no hay parroquia6.
En un encuentro con sacerdotes de la Diócesis de Aosta, en
julio del 2005, preguntaron a Benedicto XVI sobre la situación de
algunos sacerdotes que tienen que atender un gran número de
parroquias. La respuesta improvisada es muy interesante. Es un poco
larga pero vale la pena citarla por entero:
«Cuando era arzobispo de Munich crearon este modelo de
liturgias de la Palabra sin sacerdote para, por decirlo así, tener
a la comunidad presente en la propia iglesia. Y dijeron: cada
comunidad permanece y donde no hay sacerdote celebramos
esta Liturgia de la Palabra.
Los franceses han encontrado la palabra apta para estas
asambleas dominicales «en absence du prêtre», y después de
cierto tiempo han entendido que también puede salir mal,
porque se pierde el sentido del sacramento, se da una
«protestantización» y, al final, si no hay más que la Palabra,
entonces yo también puedo celebrarla en mi casa (…).
Los franceses han transformado esta fórmula «Assemblée
dominicale en absence du prêtre» por la fórmula «Assemblée
dominicale en attente du prêtre». Es decir, tiene que ser en la
espera del sacerdote. Yo diría que la Liturgia de la Palabra debe
ser una excepción en un domingo, porque el Señor quiere venir
corporalmente. Ésta, por tanto, no tiene que ser la solución.
Se instituyó el domingo porque el Señor ha resucitado y
ha entrado en la comunidad de los apóstoles para estar con
ellos. De este modo entendieron que el día litúrgico ya no es el
sábado sino el domingo, en el que el Señor quiere estar
corporalmente con nosotros siempre de nuevo y alimentarnos
con su cuerpo, para que nos convirtamos nosotros mismos en
su cuerpo en el mundo.
No me atrevo a dar recetas ahora sobre la manera en que
se puede ofrecer a muchas personas de buena voluntad esta
posibilidad. En Munich siempre dije, pero no sé cual es aquí la
situación (ciertamente es un poco distinta) que nuestra
población es increíblemente móvil, flexible. Los jóvenes hacen
cincuenta kilómetros o más para ir a una discoteca, ¿por qué no
pueden hacer también cinco kilómetros para ir a una iglesia?
Pero esto es algo muy concreto, práctico, y no me atrevo a dar
“La presencia del ministro ordenado es condición esencial de la vida de la Iglesia, y no sólo de su
buena organización”: Congregación para el Clero, El Presbítero, Pastor y Guía de la Comunidad
Parroquial, Roma 2002, n.2.
6
Cfr. Juan Pablo II, Alocución a los participantes en la Plenaria de la Congregación para el Clero
(23 de noviembre 2001): AAS 94 (2002), 215.
5
5
6
recetas. Pero se tiene que transmitir al pueblo un sentimiento:
¡necesito estar junto a la Iglesia, estar con la Iglesia viva y con
el Señor! Hay que dar la impresión de que esto es importante y
si yo lo considero importante, esto crea las premisas para una
solución».
Esta consideración teológica sobre la comunidad de fe
orgánicamente estructurada es también la base del planteamiento
que encontramos en la Instrucción sobre algunas cuestiones acerca
de la colaboración de los fieles laicos en el sagrado ministerio de los
sacerdotes que hace más de diez años promulgaba la Curia Romana.
Allí leemos: «Una comunidad de fieles, para ser llamada Iglesia y
para serlo verdaderamente, no puede derivar su guía de criterios
organizativos de naturaleza asociativa o política. Cada Iglesia
particular debe a Cristo su guía, porque es Él fundamentalmente
quien ha concedido a la misma Iglesia el ministerio apostólico, por lo
que ninguna comunidad tiene el poder de darlo a sí misma, o de
establecerlo por medio de una delegación. El ejercicio del munus de
magisterio y de gobierno, exige, en efecto, la canónica o jurídica
determinación de parte de la autoridad jerárquica. El sacerdocio
ministerial, por tanto, es necesario a la existencia misma de la
comunidad como Iglesia: “no se debe pensar en el sacerdocio
ordenado (...) como si fuera posterior a la comunidad eclesial, como
si ésta pudiera concebirse como constituida ya sin este sacerdocio”
(Ex. Ap. Pastores dabo vobis, n.16). En efecto, si en la comunidad
llega a faltar el sacerdote, ella se encuentra privada de la presencia y
de la función sacramental de Cristo Cabeza y Pastor, esencial para la
vida misma de la comunidad eclesial. El sacerdocio ministerial es por
tanto absolutamente insustituible».7
Se comprende bien que la Instrucción concluya que cualquier
otra solución para afrontar los problemas que se derivan de la
carencia de sagrados ministros resultaría precaria.8
La indispensabilidad de la parroquia nos ha conducido a tratar
de la indispensabilidad de los ministros ordenados, que es la segunda
convicción. No hay parroquia sin párroco, sin un ministro ordenado
con cura de almas. Con claridad lo afirmaba Juan Pablo II en la
Exhortación Apostólica Ecclesia in America: «Además, este tipo de
parroquia renovada supone la figura de un pastor que, en primer
lugar, tenga una profunda experiencia de Cristo vivo, espíritu
misional, corazón paterno, que sea animador de la vida espiritual y
evangelizador capaz de promover la participación».9 Ahora nos
7
Instrucción sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de los fieles laicos en el sagrado
ministerio de los sacerdotes, 3.
8
Cfr. ibid.
9
Exhortación Apostólica Ecclesia in America (22-1-1999), 41
6
7
interesa hablar de esta "parroquia renovada", porque nos dará más
luz sobre la relación entre pastores y pueblo y nos ayudará a enfocar
las soluciones.
II. LA RENOVACIÓN DE LA PARROQUIA
1. Un nuevo modelo
La historia de la parroquia, comenzando desde su origen en el
siglo IV, muestra que ella ha sabido adaptarse a los cambios sociales
e históricos por los que ha ido pasando a través del tiempo,
manteniendo siempre viva su misión esencial de comunicar la fe y
celebrar los sacramentos para todos los fieles que vivían en un mismo
territorio. Hoy nos encontramos con ese reto. No todas las formas
heredadas de funcionamiento son útiles. Hay que pensar en una
renovación. Y ésta debería comenzar por un cambio de mentalidad en
la comprensión que tenemos de la parroquia.
Volviendo a la Exhortación Christifideles Laici quisiera fijarme
en un interesante texto en el que encontramos las claves
fundamentales para esa renovación. En efecto, ante una visión de la
parroquia pensada como una estructura para dispensar a los fieles
diversos servicios religiosos, el papa Juan Pablo II propone una
parroquia cuyos elementos sustanciales son dos: la comunión de fe y
la misión.
El texto dice así: «Es necesario que todos volvamos a descubrir,
por la fe, el verdadero rostro de la parroquia; o sea, el «misterio»
mismo de la Iglesia presente y operante en ella. Aunque a veces le
falten las personas y los medios necesarios, aunque otras veces se
encuentre desperdigada en dilatados territorios o casi perdida en
medio de populosos y caóticos barrios modernos, la parroquia no es
principalmente una estructura, un territorio, un edificio; ella es “la
familia de Dios, como una fraternidad animada por el Espíritu de
unidad”, es “una casa de familia, fraterna y acogedora”, es la
“comunidad de los fieles”».10
La parroquia no es principalmente una estructura, un territorio,
un edificio; ella es “la familia de Dios”. También el Catecismo de la
Iglesia Católica enseña, citando el Código de Derecho Canónico (can.
515, 1), que «la parroquia es una determinada comunidad de fieles
constituida de modo estable en la Iglesia particular, cuya cura
pastoral, bajo la autoridad del obispo diocesano, se encomienda a un
párroco, como su pastor propio».11
Tanto en las palabras de Juan Pablo II como en esta definición
salta a la vista la ausencia del principio territorial. De aquí deriva una
10
11
Christifideles Laici, 26.
Catecismo, 2179.
7
8
consecuencia importante, y es que el territorio no se considera un
elemento esencial de la parroquia, sino más bien un criterio de
individuación de cada concreta comunidad de fieles. El territorio
asume entonces un significado teológico en relación con la comunidad
de fieles y también con su misión. No sólo señala un criterio de
pertenencia, sino que también el territorio es el ámbito concreto en el
que la parroquia despliega su propia misión.
De tal modo la parroquia no está dirigida sólo a garantizar en
un determinado ámbito territorial una serie de servicios religiosos,
sino que tiene la tarea de asegurar la presencia en dicho territorio de
una comunidad cristiana constituida de tal modo que pueda llevar a
cabo su propia misión evangelizadora. Está claro que esta
consideración ofrece también un criterio para definir las dimensiones
óptimas de una parroquia. No conviene constituir un grupo de fieles
en parroquia, si no tiene capacidad para garantizar la comunión de la
caridad entre los fieles y el anuncio del evangelio con un genuino
arraigo de la Iglesia en aquel territorio.
Ahora vamos a fijarnos en estas dos dimensiones: la comunión
en la caridad que forma la comunidad cristiana de la parroquia y la
misión evangelizadora en un territorio.
2. El principio comunional
Al comienzo de este nuevo milenio el Papa Juan Pablo II
proponía el tema de la comunión como una de las principales tareas
para la Iglesia en todos los niveles. Ya el Sínodo Extraordinario de
1985 había puesto de relieve cómo en la eclesiología de comunión se
encuentra el núcleo mismo de las enseñanzas del Concilio Vaticano II.
Desde entonces este tema ha cobrado cada vez mayor importancia
en la teología y en la vida de la Iglesia. Juan Pablo II señalaba que la
tarea de la Iglesia, el gran desafío para el nuevo milenio consistía en
«hacer de la Iglesia casa y escuela de la comunión», promoviendo
una espiritualidad de la comunión12 y valorando y desarrollando
aquellos ámbitos e instrumentos que sirven para asegurar y
garantizar dicha comunión13. Ahora bien, ¿cómo se está traduciendo
esto concretamente en las parroquias?
La parroquia participa en el modo que le es propio del carácter
comunional de la Iglesia. En la raíz misma de la parroquia, se
encuentra el hecho de que es una entidad relacional; es una
comunión de fieles14. En ella se da toda una trama de relaciones que
se establecen sobre el fundamento de la fe cristiana y sobre la base
de vivir en un mismo lugar. La parroquia se configura en el punto de
12
Cfr. Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte, 42-43.
Ibid., 44-45.
14
G. Routhier, Le défi de la communion. Une relecture de Vatican II. Mediaspul, Montreal 1994.
13
8
9
encuentro de estos elementos: unas relaciones, una fe y un territorio.
Las modificaciones de cualquiera de estos tres aspectos afectan a lo
que es la parroquia. En realidad cada forma histórica que ha asumido
la parroquia en el pasado responde a un modo de entender esas
relaciones, esa fe compartida y el significado de vivir en un mismo
lugar15.
La eclesiología de comunión, al promover la corresponsabilidad
bautismal de todos los fieles y, en consecuencia, una redistribución
de las tareas al servicio de la misión, ha generado un cambio en las
relaciones entre los diversos sujetos que actúan en la parroquia:
entre el sacerdote párroco y los demás fieles. Asimismo, al cambiar
profundamente la fisonomía de la misión de la parroquia, que ya no
puede limitarse a un pequeño núcleo de creyentes practicantes, sino
que encuentra complejos desafíos que superan las posibilidades de
una sola parroquia, la eclesiología de comunión ha favorecido las
bases teológicas y pastorales para reconfigurar la acción de la
parroquia buscando la unión de varias parroquias de un mismo
territorio para realizar una acción pastoral conjunta. Pero vamos por
partes.
3. Una práctica correcta
párroco y fieles
de la corresponsabilidad
entre
En primer lugar, la eclesiología de comunión ha replanteado la
relación entre los fieles y los ministros, cuestión que tiene unas
profundas implicaciones en la parroquia. El modo de plantear y de
entender esta relación de comunión entre el párroco y los fieles es
esencial. Y no siempre se plantea bien. Por esto, es importante
reflexionar ahora sobre esta cuestión fundamental.
Como decíamos antes, la parroquia como comunidad de fieles
que es, supone no sólo la presencia estructurante de los ministros
ordenados, del párroco en última instancia, sino además, de una
relación, también estructural, entre el ministro ordenado y el
conjunto de los fieles. En virtud de esta mutua relación, el sacerdocio
común de los fieles y el sacerdocio ministerial de los ministros
sagrados se ordenan el uno al otro16, de modo que, por una parte, el
sacerdocio común necesita del ministerial para que Cristo, cabeza y
pastor, esté presente en la comunidad eclesial17 y para que los fieles
sean conscientes de su sacerdocio común y lo actualicen18.
Cfr. B. Seveso, La parrocchia di questi tempi, en “Teologia” (2003) 407.
Cfr. Lumen Gentium, 10.
17
Cfr. Juan Pablo II, Alocución a los participantes en la Plenaria de la Congregación para el Clero
(23 de noviembre 2001): AAS 94 (2002), 214-215.
18
Cfr. Congregación para el Clero, El presbítero, Pastor y Guía de la Comunidad Parroquial, Roma
2002, n. 6.
15
16
9
10
Por otra parte, el sacerdocio ministerial necesita del sacerdocio
común de los fieles para llevar a cabo la misión propia de la Iglesia en
un determinado territorio. En efecto, «dentro de las comunidades de
la Iglesia —leemos en el Decreto sobre el Apostolado de los Laicos19—
su acción es tan necesaria, que sin ella, el mismo apostolado de los
Pastores no podría alcanzar, la mayor parte de las veces, su plena
eficacia».
Por tanto, los fieles laicos no son simples receptores de la
acción de los ministros sagrados, sino que ellos, formando parte de
cada comunidad parroquial, participan por derecho propio en la vida
de la Iglesia, y en virtud de su sacerdocio común llevan a cabo, en la
parte que les corresponde, la misión evangelizadora de toda la
Iglesia.
Por tanto, el párroco no está llamado a asumir él solo la
totalidad de las tareas que se han de llevar a cabo en una parroquia.
Existe un ámbito de corresponsabilidad en el que hay que trabajar. La
Instrucción de la Congregación para el Clero El presbítero, Pastor y
Guía de la Comunidad Parroquial, afirma: «El sacerdote está al
servicio de la comunidad, pero a su vez se encuentra sostenido por la
comunidad. Éste tiene necesidad de la aportación del laicado, no sólo
para la organización y la administración de su comunidad, sino
también para la fe y la caridad; existe una especie de ósmosis entre
la fe del presbítero y la fe de los otros fieles»20.
Con ocasión de un encuentro con los sacerdotes de la Diócesis
de Belluno, el Santo Padre Benedicto XVI, respondiendo a una
pregunta sobre la acumulación de tareas que los sacerdotes deben
asumir hoy día, dijo entre otras cosas lo siguiente: «Creo que uno de
los frutos importantes y positivos del Concilio ha sido la
corresponsabilidad de toda la parroquia. Ya no es sólo el párroco
quien debe vivificar todo, sino que, dado que todos formamos la
parroquia, todos debemos colaborar y ayudar, a fin de que el párroco
no quede aislado arriba como coordinador. Debe ser realmente un
pastor, con la ayuda de colaboradores en los trabajos comunes que
se realizan en la vida de la parroquia»21.
Ahora bien, en relación con las tareas que los laicos asumen en
las parroquias es de vital importancia distinguir bien entre lo que es
una cooperación orgánica con los oficios, ministerios y funciones que
les son propios y que tienen su fundamento sacramental en el
Bautismo, en la Confirmación, o en el matrimonio 22, y una
19
Apostolicam Actuositatem, 10.
Congregación para el Clero, El presbítero, Pastor y Guía de la Comunidad Parroquial, Roma
2002, n. 16.
21
Benedicto XVI, Encuentro con sacerdotes de las diócesis italianas de Belluno-Feltre y Treviso en
la Iglesia santa Justina mártir de Auronzo di Cadore, 24 de julio del 2007.
22
Cfr. Christifideles Laici, 23
20
10
11
colaboración específica en el ejercicio de la cura pastoral propia del
párroco.
En primer lugar, hay que recordar la índole secular de la
vocación y misión de los fieles laicos, llamados a santificarse y a
santificar el mundo. Esto configura esencialmente los modos que les
son propios de participación en la vida y en la misión de la
parroquia23. Con palabras de Juan Pablo II, en la parroquia, «con la
participación viva de los fieles laicos, permanece fiel a su originaria
vocación y misión: ser en el mundo el «lugar» de la comunión de los
creyentes y, a la vez, «signo e instrumento» de la común vocación a
la comunión; en una palabra ser la casa abierta a todos y al servicio
de todos, o, como prefería llamarla el Papa Juan XXIII, ser la fuente
de la aldea, a la que todos acuden para calmar su sed».24
Sin duda, los fieles laicos bien formados en sus
responsabilidades como bautizados son una ayuda inestimable para
todo párroco, «quien procurará siempre promover de todas las
formas posibles la asunción por parte de cada uno de su propia
responsabilidad»25.
III. RESPUESTA PASTORAL AL PROBLEMA DE LA ESCASEZ DE
SACERDOTES
1. La colaboración de laicos en el ministerio pastoral del
párroco
En algunos casos, debido a la penuria de sacerdotes, se
encarga a algunos laicos y también a los miembros no ordenados de
los Institutos de Vida Consagrada y de las Sociedades de Vida
Apostólica, determinados oficios eclesiásticos. En algunos casos
existe un “equipo pastoral” constituido por un grupo de laicos,
religiosas y religiosos no ordenados que colaboran con el párroco en
la dirección de una parroquia o de un grupo de parroquias, como
sugiere el Derecho (cfr. 519)26.
Es importante hacer notar que aquí estamos en un plano de
colaboración propiamente ministerial y no en el plano de la
corresponsabilidad apostólica de todos los bautizados del que hemos
hablado precedentemente. La Instrucción sobre algunas cuestiones
acerca de la colaboración de los fieles laicos en el sagrado ministerio
23
Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los Presbíteros, Roma 1994,
n. 30; Cfr. Christifideles Laici, 27-29; Ibid, 15.
24
Cristifideles Laici, 27.
25
Congregación para el Clero, El presbítero, Pastor y Guía de la Comunidad Parroquial, Roma
2002, n. 16.
26
A. Borras, Les communautés paroissiales, Paris, Du Cerf 1996, pp. 193-199. Cfr. B. Sesboüe,
N’ayez pas peur ! Regards sur l’Eglise et les ministères ajourd’hui, Paris, Desclée 1996.
11
12
de los sacerdotes dice: «Dentro de esta vasta área de concorde
trabajo, sea específicamente espiritual o religiosa, sea en la
consecratio mundi, existe un campo más especial, aquel que se
relaciona con el sagrado ministerio de los clérigos, en el ejercicio del
cual pueden ser llamados a colaborar los fieles laicos, hombres y
mujeres, y, naturalmente, también los miembros no ordenados de los
Institutos de Vida Consagrada y de las Sociedades de Vida Apostólica.
A tal ámbito particular se refiere el Concilio Ecuménico Vaticano II,
allí donde enseña: ‘La jerarquía encomienda a los seglares ciertas
funciones que están más estrechamente unidas a los deberes de los
pastores, como, por ejemplo, en la exposición de la doctrina cristiana,
en determinados actos litúrgicos y en la cura de almas’». Y más
adelante, tras recordar que las diversas funciones del ministerio
ordenado forman una unidad indivisible de tal modo que no pueden
ser entendidas las unas sin las otras, se afirma que «sólo en algunas
de esas, y en cierta medida, pueden colaborar con los pastores otros
fieles no ordenados, si son llamados a dicha colaboración por la
legítima Autoridad y en los debidos modos»27.
Es importante tener en cuenta que estos casos son algo
particular o excepcional, y no se debe pensar que estas tareas
expresen una mayor participación o promoción del laico, en cuanto
tal, en la vida de la Iglesia. De hecho no deben ser promovidas más
que en la medida en que sean verdaderamente necesarias.
Pensar, como en algunas ocasiones se ha hecho, que la
promoción del laicado consiste en asumir, en alguna medida, las
tareas propias del pastor, sería desvirtuar la relación entre sacerdocio
común y ministerial, con graves consecuencias para la vida y misión
evangelizadora de las parroquias. El riesgo más evidente es el de la
“clericalización” de los laicos. En la práctica, el laico termina por
abandonar su tarea propia de ser testigo del evangelio en la vida
secular, para ocuparse principalmente de las tareas propias del clero.
Y a su vez este cambio en la concepción de la misión de los laicos en
la parroquia también influye en la concepción del mismo clero que
fácilmente se desplaza hacia formas más seculares en el ejercicio de
su ministerio. Así lo expresaba el Santo Padre Benedicto XVI en uno
de sus encuentros con el clero: «El párroco, a pesar de las nuevas
situaciones y las nuevas formas de responsabilidad, no debe perder la
cercanía con la gente; debe ser realmente el pastor de esa grey que
le ha encomendado el Señor (…). El párroco no se debe limitar a ser
el coordinador de organismos»28
27
Instrucción sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de los fieles laícos en el sagrado
ministerio de los presbíteros, 2.
28
Encuentro con sacerdotes de las Diócesis de Belluno-Feltre y Treviso, Iglesia de Santa Justina
mártir de Auronzo di Cadore, 24-7-07.
12
13
También la Congregación del Clero en uno de sus recientes
Instrucciones advertía: «el generoso empeño de los laicos en los
ámbitos del culto, de la transmisión de la fe y de la pastoral, en un
momento además de escasez de presbíteros, ha inducido en
ocasiones a algunos ministros sagrados y a algunos laicos a ir más
allá de lo que consiente la Iglesia, e incluso de lo que supera su
ontológica capacidad sacramental. De aquí se deriva también una
minusvaloración teórica y práctica de la específica misión laical, que
consiste en santificar desde dentro las estructuras de la sociedad. De
otra parte, en esta crisis de identidad, se produce también la
«secularización»
de
algunos
ministros
sagrados,
por
un
oscurecimiento de su específico papel, absolutamente insustituible,
en la comunión eclesial»29.
Y aquí tenemos planteada otra de las convicciones
fundamentales que podríamos formular diciendo que se ha de
fomentar una práctica correcta de la corresponsabilidad a través de la
participación de los fieles laicos en la vida y misión de la parroquia,
pero siempre respetando sus características propias y no forzando
mas que en la medida en que sea verdaderamente necesario y con
carácter de excepcionalidad, la asunción de determinadas tareas de
suplencia. Porque estas tareas no son las más propias de los laicos.30
Una de las tareas fundamentales de la parroquia es la de construir y
formar los mismos fundamentos de la identidad cristiana de los fieles,
y sería difícil realizarlo si no existieran en ella modelos nítidos y claros
de tal identidad31.
Para orientarnos en este tema, tenemos la Instrucción sobre
algunas cuestiones acerca de la colaboración de los fieles laicos en el
sagrado ministerio de los sacerdotes, y de la Instrucción de la
Congregación para el Clero El presbítero, Pastor y Guía de la
Comunidad Parroquial.
Los criterios esenciales que se recogen en ambas Instrucciones
se podrían resumir así:
- una clara distinción, como acabamos de recordar, entre las
tareas que son propias del sacerdocio ministerial y las del sacerdocio
común. No se trata de funciones intercambiables pues tienen un
29
Cfr. Congregación para el Clero, El presbítero, Pastor y Guía de la Comunidad Parroquial, Roma
2002, n. 7.
30
Cfr. Ibid, 4; Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los Presbíteros,
Roma 1994, n. 18.
31
De todas maneras, ya se ve que no va por aquí la solución del problema, aunque algunos la
presenten como una prenda y garantía de la puesta en marcha de una eclesiología de comunión, que
supera la cuestión puntual de la escasez de clero y se abre a un nuevo modo de organización pastoral de la
Iglesia en el contesto actual. ¿Acaso podemos plantear una pastoral seria y coherente sobre la base de
generalizar lo que en realidad es un caso de excepción? Cfr. A. Borras, Le remodelage paroissial: un
impératif canonique et une nécessité pastorale, in G. Routhier – A. Borras (dir), Paroisses et ministère.
Métamorphoses du paysage paroissial et avenir de la mission, Ed. Médiaspaul, Montreal-Paris 2001, pp.
43-95. En este estudio se puede también ver la abundante bibliografía en relación con esta cuestión.
13
14
fundamento sacramental. Hay por tanto tareas en las que no solo es
posible sino necesaria la colaboración de los laicos, y otras tareas
exclusivas del sacerdote. Además, la colaboración en el ministerio
pastoral, al no ser lo propio de los fieles laicos, no es un derecho, y
requiere para su ejercicio una específica llamada por parte de los
legítimos pastores y se ejerce siempre en dependencia de éstos.
- la colaboración de los laicos en el ejercicio de la cura pastoral
se justifica sólo en el caso de situaciones objetivamente
extraordinarias de escasez de sacerdotes y “ad tempus”; es decir,
mientras perdure tal situación. Por tanto, se trata de una solución
"provisional" o de emergencia, al problema de la escasez de
sacerdotes. Y no debe considerarse como la meta o un estado
satisfactorio.
- se debe poner especial diligencia para proteger las
propiedades originarias de diversidad y complementariedad entre los
dones y las funciones de los ministros ordenados y de los fieles laicos,
que son propias de la estructura orgánica de la Iglesia. Por tanto se
ha de vigilar para que no se superen los límites de la especificidad
ministerial y laical. Por este motivo los fieles laicos sólo pueden tener
una participación subsidiaria en el oficio de las funciones ministeriales
no vinculadas al sacramento del Orden. Nunca pueden sustituir o
suplir la ausencia del párroco en el ejercicio pleno de la cura de
almas.
- hay que cuidar atentamente la terminología que se usa para
evitar confusiones. Esto se refiere al uso por parte de los fieles laicos
de denominaciones como «ministro», «pastor», «capellán»,
«moderador» o equivalentes. No es lícito que los fieles laicos asuman
estos títulos que son exclusivos de los sacerdotes. Los laicos pueden
asumir la denominación general de «ministro extraordinario», sólo
cuando es llamado por la Autoridad competente a cumplir,
únicamente en función de suplencia, las funciones previstas por el
Derecho.32
- en los casos en que se confíen a los fieles laicos tareas
ministeriales se debe nombrar siempre un sacerdote moderador, con
la potestad y los deberes propios del párroco.
- las tareas que los fieles no ordenados pueden desempeñar en
la parroquia son tareas de tipo administrativo, de formación y
animación espiritual, y algunas acciones litúrgicas previstas por el
Derecho33. Los criterios que orientan todas estas posibles formas de
colaboración están en la Instrucción sobre algunas cuestiones acerca
32
Cfr. CIC can. 230, § 3, además de los cann. 943 y 1112.
Cfr. Jean-Pierre Schouppe, Animateurs pastoraux et laïcs engagés. Leurs droits et devoirs
respectifs, en A. Borras (dir), Des laïcs en responsabilité pastorale? : accueillir de nouveaux ministéres,
Paris, Cerf 1998, pp. 121-146.
33
14
15
de la colaboración de los fieles laicos en el sagrado ministerio de los
sacerdotes34
- a la hora de asumir estas funciones los diáconos permanentes
tienen siempre la precedencia sobre los fieles no ordenados.
- es conveniente que el Obispo diocesano verifique, con
prudencia, la existencia de una verdadera necesidad y, en
consecuencia, establezca las condiciones de idoneidad de las
personas llamadas a esta colaboración, definiendo sus funciones.
- la excepcionalidad de esta fórmula exige que en aquellas
comunidades parroquiales en las que se aplica, se promueva la
conciencia de la necesidad de vocaciones sacerdotales, que se
cultiven con esmero los gérmenes de estas vocaciones y que se
promueva la oración, comunitaria y personal, por los sacerdotes.
Como leíamos antes en la respuesta de Benedicto XVI no son
comunidades cristianas "en ausencia" de sacerdote, sino "esperando"
y deseando tener un sacerdote para constituirse como comunidades
cristianas y parroquias en plenitud.
Como conclusión se ofrece el siguiente criterio pastoral:
«algunas prácticas tendientes a suplir a las carencias numéricas de
ministros ordenados en el seno de la comunidad, en algunos casos,
han podido influir sobre una idea de sacerdocio común de los fieles
que tergiversa la índole y el significado específico, favoreciendo, entre
otras cosas, la disminución de los candidatos al sacerdocio y
oscureciendo la especificidad del seminario como lugar típico para la
formación del ministro ordenado. Se trata de fenómenos íntimamente
relacionados, sobre cuya interdependencia se deberá oportunamente
reflexionar para llegar a sabias conclusiones operativas»35.
2. Las “unidades pastorales”
El gobierno pastoral de una comunidad parroquial se
encomienda normalmente a un párroco (CIC, c. 515, 1). Igualmente
un sacerdote debería tener el gobierno pastoral de una sola parroquia
(CIC, c. 526, 1). Es el principio de unicidad “una parroquia, un
párroco”. En el caso de la parroquia, este principio está
teológicamente asentado en la relación esencial entre los fieles y el
ministerio a la que nos hemos referido.
Sin embargo, el Derecho ha previsto algunas excepciones a
este principio, cuando haya escasez de sacerdotes, o determinadas
circunstancias lo exijan (cfr. c 517 y c. 526). Conviene notar que se
34
Cfr. Artículos 2 a 13.
Instrucción sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de los fieles laicos en el sagrado
ministerio de los sacerdotes, 2.
35
15
16
trata de excepciones y no de alternativas al principio de unicidad 36,
aunque en no pocos lugares se dan prácticas pastorales que van más
en la línea de hacer de estas excepciones un principio general de
funcionamiento.
La primera excepción al principio es el caso de un sacerdote
que es párroco de varias parroquias (c. 526, 1). Se trata por lo
general de muchas pequeñas parroquias en zonas rurales que han
quedado despobladas y en las que no se puede o no se ve
conveniente poner un párroco al frente de cada una. Desde el punto
de vista de la parroquia, esta situación podría dar lugar, sobre todo si
es de carácter estable y con servicios comunes, a un agrupamiento
de estas parroquias constituyendo un tipo de “unidad pastoral”.
La segunda excepción, es que varios sacerdotes reciban
solidariamente el gobierno pastoral de una o más parroquias (c.
517,1). Esto necesita algún matiz. La responsabilidad solidaria
implica la responsabilidad de cada uno por el todo (no la de todos por
el todo), y por tanto cada uno es el pastor propio de toda la
comunidad. La carga pastoral no la recibe un grupo de sacerdotes
colectivamente sino cada uno de ellos, solidariamente con los demás.
La acción conjunta de los sacerdotes es dirigida por un “moderador”.
También en este caso, cuando se trata de más de una parroquia,
tenemos un nuevo tipo de “unidad pastoral”. En muchos casos se
tiende, sobre la base de redefinir la relación parroquia-territorio, a
constituir una nueva parroquia que resulte de la fusión de las
parroquias preexistentes. Sin embargo esto no siempre implica que
se fusionen también las diferentes comunidades que pueden subsistir,
aunque no como parroquia, en el seno de la nueva parroquia “unidad
pastoral”. Es decir, toda parroquia es una comunidad de fieles, pero
no toda comunidad de fieles tiene que ser una parroquia.
La tercera excepción prevé que se pueda conferir a una o a
varias personas no ordenadas una participación en el ejercicio del
gobierno pastoral de una o varias parroquias. En este caso, la
responsabilidad pastoral de la parroquia que en principio debería
asumirla un párroco la asume un sacerdote (moderador) con el que
colaboran algunos laicos o religiosos. El sacerdote asume la
responsabilidad con la participación de otros fieles que reciben para
esto un nombramiento del obispo. Estos laicos suelen recibir el
nombre de asistentes parroquiales, animadores, colaboradores, etc. Y
el conjunto constituido por el sacerdote y estos laicos se suele llamar
equipo pastoral. Aquí también podríamos tener otro modelo de
“unidad pastoral”.
La tipología de las “unidades pastorales” no se agota con los
casos enunciados hasta aquí. Existen otras posibilidades como el
36
A. Borras, Les communautés paroissiales. Droit canonique et perspectivas pastorales, Paris, Du
Cerf 1996, p. 164.
16
17
agrupamiento de varias parroquias, teniendo cada una de ellas su
propio párroco, para desarrollar conjuntamente algunas o todas las
actividades pastorales propias de la parroquia, para mejor responder,
con un plan pastoral conjunto, a las necesidades de un territorio
homogéneo. Como todavía nos encontramos en fase de
experimentación, no sabemos cuál puede ser el futuro de todas estas
nuevas fórmulas.
Se insiste mucho en que todas estas posibilidades de gobierno
pastoral de las parroquias no han de ser vistas sólo como una salida
al problema de la escasez de sacerdotes, sino sobre todo como una
ocasión para renovar la pastoral y en especial la parroquia. Por esto
suelen presentarse como parte de un proceso en evolución que busca
un nuevo tipo de parroquia, un nuevo modo de concebir la pastoral
parroquial, una nueva forma de presencia de la Iglesia en un
determinado territorio. En efecto en su origen no sólo está el hecho
de dar una respuesta al problema del clero sino también a otras
causas como la necesidad de lograr una mayor elasticidad en la
pastoral, pero sin perder el vínculo con el territorio que es uno de los
valores esenciales del anuncio del Evangelio; el creciente desarrollo
de actividades pastorales que implican a varias parroquias; la
presencia de nuevas formas de ministerialidad (ministerios laicales,
diaconado permanente); la relación de las parroquias con otras
formas
de
agregación
eclesial
(movimientos,
asociaciones,
voluntariado); la necesidad de dar una respuesta conjunta a
problemas que exceden las posibilidades de una sola parroquia; la
necesidad de trabajar en equipo, conjuntamente, para proponer un
anuncio del Evangelio que penetre con eficacia en la vida de las
personas.
Pros y contras de las unidades pastorales
La experiencia de las “unidades pastorales” ha surgido, en
muchos casos, como una intervención de urgencia, generalmente,
por la escasez de clero. Por eso mismo, ha faltado un claro modo de
proceder, unos criterios básicos y una claridad de metas a las que
llegar. El salto de calidad ha venido cuando la cuestión de las
“unidades pastorales” se ha colocado en el contexto más amplio de la
pastoral de conjunto. Cuando no se trata ya de una solución puntual
de emergencia, cuando se ha estudiado bien la cuestión y se han
puesto unos objetivos concretos y unos modos de actuación bien
pensados. Además las unidades pastorales se fundamentan en la
colaboración y es preciso formar a todos, fieles y pastores. Y esto no
se puede improvisar.
No podemos infravalorar los riesgos de estas fórmulas. Aparte
del desequilibrio que puede introducirse en la relación estructural
entre los fieles y el ministerio, está el problema de la posible ruptura
17
18
de la unidad orgánica de las funciones ministeriales del párroco. En
efecto, se puede dar con facilidad el caso de que los laicos que
colaboran con el párroco en el gobierno pastoral sean en la práctica el
sujeto de las funciones de anuncio y de la guía pastoral, mientras que
el párroco sea el sujeto itinerante de las funciones de culto y
santificación. Además no hay que infravalorar el riesgo de la
burocratización de las tareas, tanto por parte del párroco como por
parte de los agentes de pastoral37. Al respecto, ya advertía la
Instrucción de la Congregación para el Clero: «Si, por tanto, el
ejercicio de parte del ministro ordenado del munus docendi,
sanctificandi et regendi constituye la sustancia del ministerio pastoral,
las diferentes funciones de los sagrados ministros, formando una
indivisible unidad, no se pueden entender separadamente las unas de
las otras, al contrario, se deben considerar en su mutua
correspondencia y complementariedad. Sólo en algunas de esas, y en
cierta medida, pueden colaborar con los pastores otros fieles no
ordenados, si son llamados a dicha colaboración por la legítima
Autoridad y en los debidos modos»38.
Por último hay que señalar también el peligro de que la
adopción indiscriminada de formas de ministerio laical en las
parroquias junto con la búsqueda y preparación de los laicos que las
puedan asumir pueda repercutir en un descuido y debilitamiento de la
pastoral vocacional para suscitar vocaciones al sacerdocio.
En resumen, esta breve presentación de las Unidades
Pastorales nos permite observar que es una cuestión abierta. Nos
encontramos ante un problema que no es colateral sino central que
hace referencia a la forma práctica que en el futuro asumirá el
cristianismo en sus determinaciones eclesiales concretas. Ciertas
decisiones pastorales han sido decisivas para el futuro de la Iglesia.
Elegir o no en una determinada dirección puede poner en juego la
figura histórica de la Iglesia. Y este es el desafío que tenemos
delante.
3. La colaboración entre los párrocos
37
Ya lo advertía Benedicto XVI respondiendo a un sacerdote en un encuentro: “El párroco no se
debe limitar a ser el coordinador de organismos. Más bien, debe delegar de diferentes maneras.
Ciertamente, en los Sínodos —y aquí, en vuestra diócesis, habéis tenido un Sínodo— se encuentra el
modo de librar suficientemente al párroco para que, por una parte, conserve la responsabilidad de toda la
unidad pastoral que se le ha encomendado, pero, por otra, no se reduzca sustancialmente y sobre todo a
ser un burócrata que coordina. Debe tener en su mano los hilos esenciales, contando luego con
colaboradores”. (Benedicto XVI, Encuentro con los sacerdotes de las diócesis de Belluno-Feltre y
Treviso, Iglesia santa Justina mártir de Auronzo de Cadore 24 de julio 2007)
38
Instrucción sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de los fieles laicos en el sagrado
ministerio de los sacerdotes, 2.
18
19
A todo lo dicho anteriormente habría que añadir la siguiente
consideración. El sacerdocio, al tener su origen y su configuración
última en Cristo, está en relación con su Cuerpo que es
inseparablemente Cuerpo Eucarístico y Cuerpo Eclesial. Por esto el
sentido de pertenencia a Cristo y a la comunidad cristiana está
inscrito en nuestro mismo ser de sacerdotes, así como aquella forma
comunitaria por la que el ministerio ordenado, abarcando
completamente el ser de la persona puede y debe ser ejercitado sólo
como obra colectiva.39 En efecto se es sacerdote en el presbiterio de
un obispo. Por eso un sacerdote que recibe una misión canónica en
una parroquia (o en cualquier otra institución eclesial), no puede
aislarse, ni perder la visión de conjunto de toda la Diócesis, e incluso
de toda la Iglesia. Este formar parte en torno al obispo de un único
presbiterio es el principio teológico de la fraternidad sacerdotal, la
cual se traduce en una mutua colaboración y ayuda, también en el
ámbito pastoral, sin que sea siempre necesaria una fórmula canónica
que establezca la modalidad de tal colaboración.
En la Instrucción El presbítero, maestro de la palabra, ministro
de los sacramentos y guía de la comunidad, leemos: «La exigencia de
una nueva evangelización hace apremiante la necesidad de encontrar
un modo de ejercitar el ministerio sacerdotal que esté realmente en
consonancia con la situación actual, que lo impregne de incisividad y
lo haga apto para responder adecuadamente a las circunstancias en
las que debe desarrollarse. Todo esto, sin embargo, debe ser
realizado dirigiéndose siempre a Cristo, nuestro único modelo, sin
que las circunstancias del tiempo presente aparten nuestra mirada de
la meta final. No son únicamente, en efecto, las circunstancias socioculturales las que nos deben empujar a una renovación espiritual
válida sino, sobre todo, el amor a Cristo y a su Iglesia»40.
Así los párrocos que trabajan en una misma zona podrían
desarrollar las iniciativas conjuntas que vean más convenientes en
favor de la pastoral diocesana (vocacional, mariana, misionera,
familiar, juvenil, de enfermos…). Una sola parroquia no puede
pretender dar respuesta a todos los desafíos que se le plantean hoy
día41. Cada vez resulta más urgente y necesario entrelazar de alguna
manera, como en red, las diversas parroquias existentes en un
39
Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los Presbíteros, Roma 1994,
nn. 25 y 26. Cfr. Pastores dabo vobis, 17.
40
Congregación para el clero, El presbítero, maestro de la palabra, ministro de los sacramentos y
guía de la comunidad, Roma 1999, I.2.
41
“Por otra parte, el párroco debe colaborar con el Obispo y con los otros presbíteros de la diócesis
para que los fieles, participando en la comunidad parroquial, se sientan también miembros de la diócesis y
de la Iglesia universal. La creciente movilidad de la sociedad actual hace necesario que la parroquia no se
cierre en sí misma y sepa acoger a los fieles de otras parroquias que la frecuentan, y también evite mirar
con desconfianza que algunos parroquianos participen en la vida de otras parroquias, iglesias rectorales, o
capellanías”: Congregación para el Clero, El presbítero, Pastor y Guía de la Comunidad Parroquial,
Roma 2002, n. 22.
19
20
mismo territorio42. Es importante, sin embargo que cada parroquia
conserve su propia identidad y personalidad y que las estructuras
pastorales supraparroquiales que puedan crearse
aunque no
siempre será necesario y a veces ni siquiera conveniente
no
ahoguen el funcionamiento y la libertad propias de cada parroquia, ni
reduzcan la disponibilidad de tiempo de los párrocos para la
dedicación a sus propias tareas.
Este modo de funcionar puede en muchos casos aligerar la
carga de los párrocos, y es un modo concreto de vivir y experimentar
la fraternidad sacerdotal: Ayudaos unos a otros a llevar las cargas, y
así cumpliréis la ley de Cristo (Gal 6,2).
4. La pastoral vocacional en la parroquia
En realidad la verdadera solución a la escasez de clero está en
promover una decida pastoral vocacional que tenga precisamente en
las parroquias de la diócesis, o al menos en algunas, uno de sus
principales centros propulsores43. Esto tampoco es una solución de
emergencia, sino una de las orientaciones connaturales de toda
comunidad cristiana.
Es importante evitar que las urgencias del momento presente
nos impidan ver el futuro y prepararlo con decisión. Quizá nos resulte
difícil ahora ver en el horizonte un futuro claro. Pero hemos de tener
la firme convicción de que este futuro existe, aunque en estos
momentos quizá no seamos capaces de verlo con nitidez. Hacia este
futuro nos conduce poco a poco el Espíritu Santo que jamás deja de
asistir y guiar a su Iglesia. Se trata entonces de invertir ahora con
esperanza y con esfuerzo de cara a ese futuro, sin dejarnos arrastrar
por las urgencias de este momento concreto que ahora atravesamos.
Esta visión de futuro es optimista y nos lleva a prepararlo ya desde
ahora, aunque sin convertirnos en unos soñadores que no tienen los
pies en la tierra y viven ausentes de la realidad concreta del
momento presente. En resumen, que las urgencias del ahora no nos
impidan trabajar para el mañana.
La inversión más necesaria es sin duda promover una pastoral
vocacional que lleve a suscitar muchas vocaciones. En esta pastoral
tienen que asumir una mayor responsabilidad los párrocos quienes a
su vez han de saber animar a todos los demás fieles a promover y
sostener las iniciativas que sean necesarias para propiciar las
vocaciones; comenzando por aquella que siguiendo la amonestación
42
Benedicto XVI en un encuentro con los sacerdotes de la Diócesis de Albano el 21 de septiembre
del 2006 se refirió a la autotrascendencia de la parroquia, en el sentido de que las parroquias colaboran
en la diócesis, porque el obispo es su pastor común y ayuda a coordinar también sus compromisos.
43
«La pastoral vocacional tiene como sujeto activo, como protagonista, a la comunidad eclesial como
tal, en sus diversas expresiones: desde la Iglesia universal a la Iglesia particular y, análogamente, desde
ésta a la parroquia y a todos los estamentos del Pueblo de Dios» (Pastores dabo vobis, 41)
20
21
del Señor nos lleva a rogar el Señor de la mies que envíe obreros a
su mies44. «Los diversos integrantes y miembros de la Iglesia
comprometidos en la pastoral vocacional harán tanto más eficaz su
trabajo, cuanto más estimulen a la comunidad eclesial como tal —
empezando por la parroquia— para que sientan que el problema de
las vocaciones sacerdotales no puede ser encomendado en exclusiva
a unos “encargados”».45
Las iniciativas concretas pueden ser muy variadas, pero, en el
marco de la parroquia, hay dos que merecen un esfuerzo especial:
fortalecer la dimensión vocacional de toda la acción pastoral46, y
fomentar la existencia y actividades con grupos de monaguillos. No
hemos de aparcar a los nuevos carismas que han surgido en la
Iglesia. De esta forma decía el Papa Benedicto XVI a un grupo de
Obispos: “A nosotros, los pastores, se nos pide acompañar de cerca
con solicitud paterna, de modo cordial y sabio, a los movimientos y
las nuevas comunidades, para que puedan poner generosamente al
servicio de la utilidad común, de manera ordenada y fecunda, los
numerosos dones de que son portadores y que hemos aprendido e
conocer y apreciar: el impulso misionero, los itinerarios eficaces de
formación cristiana, el testimonio de fidelidad y obediencia a la
Iglesia, la sensibilidad ante las necesidades de los pobres y la riqueza
de vocaciones” ( “Seminario de estudio para Obispos sobre la solicitud
pastoral respecto de los nuevos movimientos eclesiales y las nuevas
comunidades”, 17 de mayo 2008).
La formación de los candidatos al sacerdocio y de los mismos
sacerdotes entra también dentro de esta inversión de cara al futuro.
No pensemos solo en el número de sacerdotes y de vocaciones
sacerdotales que necesitamos. Porque no solo es una cuestión de
número sino también de calidad. No deberíamos ahorrar ningún
esfuerzo cuando se trate de la formación de las vocaciones
sacerdotales: la mayor calidad posible. Unos sacerdotes bien
formados desde el punto de vista humano, comunitario, teológico,
espiritual y pastoral es la mejor apuesta para el futuro de nuestras
parroquias.
En efecto, solo a través de una reforma en el modo de ejercicio
del ministerio ordenado, cuyas bases han sido ya puestas en
Presbyterorum Ordinis, y posteriormente desarrolladas tanto en
Pastores dabo vobis, como en el Directorio para el ministerio y la vida
de los Presbíteros, podemos esperar una transformación de la
parroquia. Pero estas reformas y transformaciones no se
fundamentan primariamente en los cambios sociales y culturales que
actualmente están transformando nuestra sociedad, sino en la
44
Cfr. Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los Presbíteros, Roma
1994, n. 32.
45
Pastores dabo vobis, 41
46
Pastores Gregis, 54.
21
22
esencia misma de la Iglesia que es misterio de comunión. La pastoral
hace una lectura de los signos de los tiempos y de las circunstancias
concretas en las que la Iglesia desarrolla su misión. Pero las
reformas, grandes o pequeñas, se hacen siempre por motivos
teológicos y de acuerdo con criterios teológicos, de fe, y no
simplemente por conveniencia o eficiencia. Y estos criterios teológicos
fundamentales para renovar la parroquia son dos, como ya hemos
visto: comunión y misión. Lo recordaba Juan Pablo II al trazar las
directrices para el camino de la Iglesia en el tercer milenio: «Hacer de
la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío
que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos
ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas
esperanzas del mundo»47.
Al pedir insistentemente al Señor para que envíe más obreros a
su mies, reafirmamos nuestra convicción firme de que el sacerdocio
es siempre un don que el mismo Señor hace a su Iglesia. Porque es
un don, lo hemos de pedir. Pero también porque es un don que
nosotros mismos hemos recibido requiere ser vivido por nosotros los
sacerdotes en el contexto de una total donación al Señor y a nuestros
hermanos, lo que requiere, por nuestra parte una fuerte exigencia en
el camino de la santidad. Podríamos decir que si queremos ser más,
debemos ser nosotros mejores.
47
Novo Millennio Ineunte, 43.
22
Descargar