LA PARROQUIA Y LA ESCASEZ DE SACERDOTES por Mons. Francisco Pérez González Arzobispo de Pamplona-Tudela y Director de Obras Misionales Pontificias en España Simposio de Formación para los Obispos Ordenados en el último año ROMA 19 de Septiembre 2008 Sumario I. Dos puntos de partida 1. La parroquia es indispensable 2. El sacerdocio ministerial es insustituible II. La renovación de la parroquia 1. Un nuevo modelo 2. El principio comunional 3. Una práctica correcta de la corresponsabilidad entre párroco y fieles III. Respuesta pastoral sacerdotes al problema de la escasez de 1. La colaboración de laicos en el ministerio pastoral del párroco 2. Las “unidades pastorales” 3. La colaboración entre los párrocos 4. La pastoral vocacional en la parroquia. 2 Introducción Quisiera reflexionar con vosotros sobre algunos criterios que hemos de tener presentes para afrontar el tema de la atención a las parroquias ante la escasez de sacerdotes. Es una situación frecuente y en diversos lugares, aunque por diversos motivos. En algunos lugares, la población cristiana crece, sin que crezca en la misma medida el número de sacerdotes o de parroquias. Así sucede en muchas Iglesias de América latina o de África. Hay muchos cristianos y mucha práctica religiosa, pero no crece en la misma medida el número de sacerdotes o el número de parroquias. En otros lugares, en cambio, hay muchas parroquias, pero ha disminuido la práctica cristiana y también las vocaciones sacerdotales. En Europa es bastante frecuente encontrar zonas en las que hay muchas poblaciones pequeñas, cada una con su parroquia, cada vez más deshabitadas, y a las que el sacerdote debe acudir por lo menos para la Misa dominical. Y ya no hay suficientes sacerdotes para garantizar ni siquiera este servicio. El problema requiere una reflexión teológica previa para obtener convicciones y criterios que nos ayuden a encontrar soluciones. En primer lugar presentaré dos puntos de partida que me parecen fundamentales: la indispensabilidad de la parroquia, y del ministerio ordenado. A continuación, en la segunda parte, me referiré a los criterios teológicos que hay que tener en cuenta para la renovación de la parroquia, especialmente: la comunión (entre fieles y ministerio ordenado, y entre los ministros sagrados), y la misión en el territorio. Y en la tercera parte analizaré algunas propuestas pastorales con las que solucionar, en la medida de lo posible, el problema de la escasez de sacerdotes. I. DOS PUNTOS DE PARTIDA 1. La parroquia es indispensable Primera convicción: la parroquia es indispensable. Por sus características específicas, difícilmente se podrá prescindir de ella en la pastoral diocesana, trasfiriendo su específica misión a otras formas de organización pastoral. Además, muchas realidades eclesiales nuevas y tradicionales se apoyan en ella. Se ha hablado mucho de crisis de la parroquia. Pero de hecho tal crisis no ha causado su desaparición como algunos presagiaban, sino que, más bien, ha fortalecido su identidad y provocado un proceso de adaptación a las nuevas circunstancias. 2 3 La naturaleza de la parroquia se basa principalmente en la relación existente entre la “vida cristiana” y “territorio”. La parroquia es la estructura pastoral que hace visible la Iglesia en un determinado lugar; por eso es la más cercana a la gente. Y tiene una gran capacidad de incidir en las relaciones sociales que estructuran un determinado territorio para construir “in situ” la identidad cristiana de las personas. De aquí nacían precisamente algunas dudas sobre su futuro, debido al escaso relieve que parece tener el territorio en la sociedad actual, caracterizada por la movilidad. Pero no es difícil constatar hasta qué punto el territorio sigue influyendo en la vida real de la mayoría de las personas, aunque no conserve la importancia que tuvo antaño. El territorio sigue funcionando en muchas regiones como uno de los principales ámbitos de socialización. Todo tipo de personas se relacionan en el lugar en que habitan (basta pensar, por ejemplo, en las fiestas patronales o en las fiestas de barrios de las grandes ciudades). Eso les proporciona unos lazos comunes y la fe cristiana los refuerza. Ante quienes pensaban en la desaparición de la parroquia tal como la conocemos, el papa Juan Pablo II quiso reafirmar en repetidas ocasiones su indispensable función en la diócesis. En la Exhortación Apostólica Christifideles Laici, tomando unas palabras de su predecesor Pablo VI, decía lo siguiente: «Creemos simplemente que la antigua y venerada estructura de la Parroquia tiene una misión indispensable y de gran actualidad; a ella corresponde crear la primera comunidad del pueblo cristiano; iniciar y congregar al pueblo en la normal expresión de la vida litúrgica; conservar y reavivar la fe en la gente de hoy; suministrarle la doctrina salvadora de Cristo; practicar en el sentimiento y en las obras la caridad sencilla de las obras buenas y fraternas»1. Y en la Exhortación Apostólica Pastores Gregis recordaba a los obispos que: «la parroquia sigue siendo el núcleo fundamental en la vida cotidiana de la diócesis»2. Evidentemente, cabe una adaptación de la parroquia a las necesidades de los tiempos y, por eso, necesita una profunda renovación. Pero de esto nos ocuparemos más adelante. Vayamos ahora a la segunda convicción fundamental. 2. El sacerdocio ministerial es insustituible. En la Exhortación Apostólica Chistifideles Laici se dice que: «La parroquia está fundada sobre una realidad teológica, porque ella es una comunidad eucarística. Esto significa que es una comunidad 1 Ex. Ap. Christifideles Laici (30-12-1988), 26 ; Pablo VI, Discurso al clero romano (24-6-63): AAS 55 (1963), 674. 2 Ex. Ap. Pastores Gregis (16-10-2003), 51. 3 4 idónea para celebrar la Eucaristía, en la que se encuentran la raíz viva de su edificación y el vínculo sacramental de su existir en plena comunión con toda la Iglesia. Tal idoneidad radica en el hecho de ser la parroquia una comunidad de fe y una comunidad orgánica, es decir, constituida por los ministros ordenados y por los demás cristianos, en la que el párroco —que representa al Obispo diocesano— es el vínculo jerárquico con toda la Iglesia particular»3. O sea que el principio fundamental que está en la base de su funcionamiento y de su actividad, de su mismo ser, lo constituye el hecho de ser - como lo es la Iglesia - una comunidad orgánica o estructurada. ¿Qué significa aquí comunidad orgánica? Significa que se trata de una comunidad de fieles dentro de la cual uno de ellos (o varios) son ministros ordenados: el párroco y los vicarios, el equipo de sacerdotes de la unidad pastoral, etc. Ellos pertenecen a la comunidad de fieles, pero al mismo tiempo se distinguen de ella en cuanto ministros a los que se les ha confiado, por el sacramento del orden y la missio canonica, un peculiar servicio en favor de la misma comunidad. Este servicio establece una específica relación entre los fieles y los ministros que es también parte de la estructura orgánica de la parroquia4. Todo esto es lo que hace que una parroquia sea idónea, en cuanto estructura pastoral de la Iglesia, para celebrar la Eucaristía y construir una comunidad cristiana. Es decir, la identidad teológica de la parroquia está profundamente relacionada con el servicio del ministro ordenado; es decir, del párroco. La parroquia no es simplemente una circunscripción de una Diócesis, es sobre todo una comunidad de fieles en la que el párroco ejerce su peculiar ministerio estructurando y constituyendo como comunidad de fieles a las personas que forman parte de ella. Se comprende entonces que, teológicamente hablando, la falta del ministro ordenado y de su específica función dentro de la comunidad de fieles haga que una parroquia no lo sea en realidad o al menos no funcione como tal. Sería engañoso pensar que se pueden mantener comunidades parroquiales en las que el ministro ordenado ha sido sustituido en la práctica por otros fieles que carecen del sacramento del orden. No se trata solo de lo que el sacerdote puede hacer o hasta dónde puede delegar en otras personas, sino de la presencia y función configuradora en la comunidad parroquial, del ministro ordenado en 3 Christifideles Laici, 26. “Toda la vida de la parroquia, así como el significado de sus tareas apostólicas ante la sociedad, deben ser entendidos y vividos con un sentido de comunión orgánica entre el sacerdocio común y el sacerdocio ministerial, y por tanto, de colaboración fraterna y dinámica entre pastores y fieles en el más absoluto respeto de los derechos, deberes y funciones ajenos, donde cada uno tiene sus propias competencias y su propia responsabilidad”: Congregación para el Clero, El Presbítero, Pastor y Guía de la Comunidad Parroquial, Roma 2002, n. 18. 4 4 5 cuanto tal5. Si no hay sacerdote, no hay comunidad de fe orgánicamente estructurada, no hay Eucaristía, y en última instancia no hay parroquia6. En un encuentro con sacerdotes de la Diócesis de Aosta, en julio del 2005, preguntaron a Benedicto XVI sobre la situación de algunos sacerdotes que tienen que atender un gran número de parroquias. La respuesta improvisada es muy interesante. Es un poco larga pero vale la pena citarla por entero: «Cuando era arzobispo de Munich crearon este modelo de liturgias de la Palabra sin sacerdote para, por decirlo así, tener a la comunidad presente en la propia iglesia. Y dijeron: cada comunidad permanece y donde no hay sacerdote celebramos esta Liturgia de la Palabra. Los franceses han encontrado la palabra apta para estas asambleas dominicales «en absence du prêtre», y después de cierto tiempo han entendido que también puede salir mal, porque se pierde el sentido del sacramento, se da una «protestantización» y, al final, si no hay más que la Palabra, entonces yo también puedo celebrarla en mi casa (…). Los franceses han transformado esta fórmula «Assemblée dominicale en absence du prêtre» por la fórmula «Assemblée dominicale en attente du prêtre». Es decir, tiene que ser en la espera del sacerdote. Yo diría que la Liturgia de la Palabra debe ser una excepción en un domingo, porque el Señor quiere venir corporalmente. Ésta, por tanto, no tiene que ser la solución. Se instituyó el domingo porque el Señor ha resucitado y ha entrado en la comunidad de los apóstoles para estar con ellos. De este modo entendieron que el día litúrgico ya no es el sábado sino el domingo, en el que el Señor quiere estar corporalmente con nosotros siempre de nuevo y alimentarnos con su cuerpo, para que nos convirtamos nosotros mismos en su cuerpo en el mundo. No me atrevo a dar recetas ahora sobre la manera en que se puede ofrecer a muchas personas de buena voluntad esta posibilidad. En Munich siempre dije, pero no sé cual es aquí la situación (ciertamente es un poco distinta) que nuestra población es increíblemente móvil, flexible. Los jóvenes hacen cincuenta kilómetros o más para ir a una discoteca, ¿por qué no pueden hacer también cinco kilómetros para ir a una iglesia? Pero esto es algo muy concreto, práctico, y no me atrevo a dar “La presencia del ministro ordenado es condición esencial de la vida de la Iglesia, y no sólo de su buena organización”: Congregación para el Clero, El Presbítero, Pastor y Guía de la Comunidad Parroquial, Roma 2002, n.2. 6 Cfr. Juan Pablo II, Alocución a los participantes en la Plenaria de la Congregación para el Clero (23 de noviembre 2001): AAS 94 (2002), 215. 5 5 6 recetas. Pero se tiene que transmitir al pueblo un sentimiento: ¡necesito estar junto a la Iglesia, estar con la Iglesia viva y con el Señor! Hay que dar la impresión de que esto es importante y si yo lo considero importante, esto crea las premisas para una solución». Esta consideración teológica sobre la comunidad de fe orgánicamente estructurada es también la base del planteamiento que encontramos en la Instrucción sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de los fieles laicos en el sagrado ministerio de los sacerdotes que hace más de diez años promulgaba la Curia Romana. Allí leemos: «Una comunidad de fieles, para ser llamada Iglesia y para serlo verdaderamente, no puede derivar su guía de criterios organizativos de naturaleza asociativa o política. Cada Iglesia particular debe a Cristo su guía, porque es Él fundamentalmente quien ha concedido a la misma Iglesia el ministerio apostólico, por lo que ninguna comunidad tiene el poder de darlo a sí misma, o de establecerlo por medio de una delegación. El ejercicio del munus de magisterio y de gobierno, exige, en efecto, la canónica o jurídica determinación de parte de la autoridad jerárquica. El sacerdocio ministerial, por tanto, es necesario a la existencia misma de la comunidad como Iglesia: “no se debe pensar en el sacerdocio ordenado (...) como si fuera posterior a la comunidad eclesial, como si ésta pudiera concebirse como constituida ya sin este sacerdocio” (Ex. Ap. Pastores dabo vobis, n.16). En efecto, si en la comunidad llega a faltar el sacerdote, ella se encuentra privada de la presencia y de la función sacramental de Cristo Cabeza y Pastor, esencial para la vida misma de la comunidad eclesial. El sacerdocio ministerial es por tanto absolutamente insustituible».7 Se comprende bien que la Instrucción concluya que cualquier otra solución para afrontar los problemas que se derivan de la carencia de sagrados ministros resultaría precaria.8 La indispensabilidad de la parroquia nos ha conducido a tratar de la indispensabilidad de los ministros ordenados, que es la segunda convicción. No hay parroquia sin párroco, sin un ministro ordenado con cura de almas. Con claridad lo afirmaba Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica Ecclesia in America: «Además, este tipo de parroquia renovada supone la figura de un pastor que, en primer lugar, tenga una profunda experiencia de Cristo vivo, espíritu misional, corazón paterno, que sea animador de la vida espiritual y evangelizador capaz de promover la participación».9 Ahora nos 7 Instrucción sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de los fieles laicos en el sagrado ministerio de los sacerdotes, 3. 8 Cfr. ibid. 9 Exhortación Apostólica Ecclesia in America (22-1-1999), 41 6 7 interesa hablar de esta "parroquia renovada", porque nos dará más luz sobre la relación entre pastores y pueblo y nos ayudará a enfocar las soluciones. II. LA RENOVACIÓN DE LA PARROQUIA 1. Un nuevo modelo La historia de la parroquia, comenzando desde su origen en el siglo IV, muestra que ella ha sabido adaptarse a los cambios sociales e históricos por los que ha ido pasando a través del tiempo, manteniendo siempre viva su misión esencial de comunicar la fe y celebrar los sacramentos para todos los fieles que vivían en un mismo territorio. Hoy nos encontramos con ese reto. No todas las formas heredadas de funcionamiento son útiles. Hay que pensar en una renovación. Y ésta debería comenzar por un cambio de mentalidad en la comprensión que tenemos de la parroquia. Volviendo a la Exhortación Christifideles Laici quisiera fijarme en un interesante texto en el que encontramos las claves fundamentales para esa renovación. En efecto, ante una visión de la parroquia pensada como una estructura para dispensar a los fieles diversos servicios religiosos, el papa Juan Pablo II propone una parroquia cuyos elementos sustanciales son dos: la comunión de fe y la misión. El texto dice así: «Es necesario que todos volvamos a descubrir, por la fe, el verdadero rostro de la parroquia; o sea, el «misterio» mismo de la Iglesia presente y operante en ella. Aunque a veces le falten las personas y los medios necesarios, aunque otras veces se encuentre desperdigada en dilatados territorios o casi perdida en medio de populosos y caóticos barrios modernos, la parroquia no es principalmente una estructura, un territorio, un edificio; ella es “la familia de Dios, como una fraternidad animada por el Espíritu de unidad”, es “una casa de familia, fraterna y acogedora”, es la “comunidad de los fieles”».10 La parroquia no es principalmente una estructura, un territorio, un edificio; ella es “la familia de Dios”. También el Catecismo de la Iglesia Católica enseña, citando el Código de Derecho Canónico (can. 515, 1), que «la parroquia es una determinada comunidad de fieles constituida de modo estable en la Iglesia particular, cuya cura pastoral, bajo la autoridad del obispo diocesano, se encomienda a un párroco, como su pastor propio».11 Tanto en las palabras de Juan Pablo II como en esta definición salta a la vista la ausencia del principio territorial. De aquí deriva una 10 11 Christifideles Laici, 26. Catecismo, 2179. 7 8 consecuencia importante, y es que el territorio no se considera un elemento esencial de la parroquia, sino más bien un criterio de individuación de cada concreta comunidad de fieles. El territorio asume entonces un significado teológico en relación con la comunidad de fieles y también con su misión. No sólo señala un criterio de pertenencia, sino que también el territorio es el ámbito concreto en el que la parroquia despliega su propia misión. De tal modo la parroquia no está dirigida sólo a garantizar en un determinado ámbito territorial una serie de servicios religiosos, sino que tiene la tarea de asegurar la presencia en dicho territorio de una comunidad cristiana constituida de tal modo que pueda llevar a cabo su propia misión evangelizadora. Está claro que esta consideración ofrece también un criterio para definir las dimensiones óptimas de una parroquia. No conviene constituir un grupo de fieles en parroquia, si no tiene capacidad para garantizar la comunión de la caridad entre los fieles y el anuncio del evangelio con un genuino arraigo de la Iglesia en aquel territorio. Ahora vamos a fijarnos en estas dos dimensiones: la comunión en la caridad que forma la comunidad cristiana de la parroquia y la misión evangelizadora en un territorio. 2. El principio comunional Al comienzo de este nuevo milenio el Papa Juan Pablo II proponía el tema de la comunión como una de las principales tareas para la Iglesia en todos los niveles. Ya el Sínodo Extraordinario de 1985 había puesto de relieve cómo en la eclesiología de comunión se encuentra el núcleo mismo de las enseñanzas del Concilio Vaticano II. Desde entonces este tema ha cobrado cada vez mayor importancia en la teología y en la vida de la Iglesia. Juan Pablo II señalaba que la tarea de la Iglesia, el gran desafío para el nuevo milenio consistía en «hacer de la Iglesia casa y escuela de la comunión», promoviendo una espiritualidad de la comunión12 y valorando y desarrollando aquellos ámbitos e instrumentos que sirven para asegurar y garantizar dicha comunión13. Ahora bien, ¿cómo se está traduciendo esto concretamente en las parroquias? La parroquia participa en el modo que le es propio del carácter comunional de la Iglesia. En la raíz misma de la parroquia, se encuentra el hecho de que es una entidad relacional; es una comunión de fieles14. En ella se da toda una trama de relaciones que se establecen sobre el fundamento de la fe cristiana y sobre la base de vivir en un mismo lugar. La parroquia se configura en el punto de 12 Cfr. Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte, 42-43. Ibid., 44-45. 14 G. Routhier, Le défi de la communion. Une relecture de Vatican II. Mediaspul, Montreal 1994. 13 8 9 encuentro de estos elementos: unas relaciones, una fe y un territorio. Las modificaciones de cualquiera de estos tres aspectos afectan a lo que es la parroquia. En realidad cada forma histórica que ha asumido la parroquia en el pasado responde a un modo de entender esas relaciones, esa fe compartida y el significado de vivir en un mismo lugar15. La eclesiología de comunión, al promover la corresponsabilidad bautismal de todos los fieles y, en consecuencia, una redistribución de las tareas al servicio de la misión, ha generado un cambio en las relaciones entre los diversos sujetos que actúan en la parroquia: entre el sacerdote párroco y los demás fieles. Asimismo, al cambiar profundamente la fisonomía de la misión de la parroquia, que ya no puede limitarse a un pequeño núcleo de creyentes practicantes, sino que encuentra complejos desafíos que superan las posibilidades de una sola parroquia, la eclesiología de comunión ha favorecido las bases teológicas y pastorales para reconfigurar la acción de la parroquia buscando la unión de varias parroquias de un mismo territorio para realizar una acción pastoral conjunta. Pero vamos por partes. 3. Una práctica correcta párroco y fieles de la corresponsabilidad entre En primer lugar, la eclesiología de comunión ha replanteado la relación entre los fieles y los ministros, cuestión que tiene unas profundas implicaciones en la parroquia. El modo de plantear y de entender esta relación de comunión entre el párroco y los fieles es esencial. Y no siempre se plantea bien. Por esto, es importante reflexionar ahora sobre esta cuestión fundamental. Como decíamos antes, la parroquia como comunidad de fieles que es, supone no sólo la presencia estructurante de los ministros ordenados, del párroco en última instancia, sino además, de una relación, también estructural, entre el ministro ordenado y el conjunto de los fieles. En virtud de esta mutua relación, el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial de los ministros sagrados se ordenan el uno al otro16, de modo que, por una parte, el sacerdocio común necesita del ministerial para que Cristo, cabeza y pastor, esté presente en la comunidad eclesial17 y para que los fieles sean conscientes de su sacerdocio común y lo actualicen18. Cfr. B. Seveso, La parrocchia di questi tempi, en “Teologia” (2003) 407. Cfr. Lumen Gentium, 10. 17 Cfr. Juan Pablo II, Alocución a los participantes en la Plenaria de la Congregación para el Clero (23 de noviembre 2001): AAS 94 (2002), 214-215. 18 Cfr. Congregación para el Clero, El presbítero, Pastor y Guía de la Comunidad Parroquial, Roma 2002, n. 6. 15 16 9 10 Por otra parte, el sacerdocio ministerial necesita del sacerdocio común de los fieles para llevar a cabo la misión propia de la Iglesia en un determinado territorio. En efecto, «dentro de las comunidades de la Iglesia —leemos en el Decreto sobre el Apostolado de los Laicos19— su acción es tan necesaria, que sin ella, el mismo apostolado de los Pastores no podría alcanzar, la mayor parte de las veces, su plena eficacia». Por tanto, los fieles laicos no son simples receptores de la acción de los ministros sagrados, sino que ellos, formando parte de cada comunidad parroquial, participan por derecho propio en la vida de la Iglesia, y en virtud de su sacerdocio común llevan a cabo, en la parte que les corresponde, la misión evangelizadora de toda la Iglesia. Por tanto, el párroco no está llamado a asumir él solo la totalidad de las tareas que se han de llevar a cabo en una parroquia. Existe un ámbito de corresponsabilidad en el que hay que trabajar. La Instrucción de la Congregación para el Clero El presbítero, Pastor y Guía de la Comunidad Parroquial, afirma: «El sacerdote está al servicio de la comunidad, pero a su vez se encuentra sostenido por la comunidad. Éste tiene necesidad de la aportación del laicado, no sólo para la organización y la administración de su comunidad, sino también para la fe y la caridad; existe una especie de ósmosis entre la fe del presbítero y la fe de los otros fieles»20. Con ocasión de un encuentro con los sacerdotes de la Diócesis de Belluno, el Santo Padre Benedicto XVI, respondiendo a una pregunta sobre la acumulación de tareas que los sacerdotes deben asumir hoy día, dijo entre otras cosas lo siguiente: «Creo que uno de los frutos importantes y positivos del Concilio ha sido la corresponsabilidad de toda la parroquia. Ya no es sólo el párroco quien debe vivificar todo, sino que, dado que todos formamos la parroquia, todos debemos colaborar y ayudar, a fin de que el párroco no quede aislado arriba como coordinador. Debe ser realmente un pastor, con la ayuda de colaboradores en los trabajos comunes que se realizan en la vida de la parroquia»21. Ahora bien, en relación con las tareas que los laicos asumen en las parroquias es de vital importancia distinguir bien entre lo que es una cooperación orgánica con los oficios, ministerios y funciones que les son propios y que tienen su fundamento sacramental en el Bautismo, en la Confirmación, o en el matrimonio 22, y una 19 Apostolicam Actuositatem, 10. Congregación para el Clero, El presbítero, Pastor y Guía de la Comunidad Parroquial, Roma 2002, n. 16. 21 Benedicto XVI, Encuentro con sacerdotes de las diócesis italianas de Belluno-Feltre y Treviso en la Iglesia santa Justina mártir de Auronzo di Cadore, 24 de julio del 2007. 22 Cfr. Christifideles Laici, 23 20 10 11 colaboración específica en el ejercicio de la cura pastoral propia del párroco. En primer lugar, hay que recordar la índole secular de la vocación y misión de los fieles laicos, llamados a santificarse y a santificar el mundo. Esto configura esencialmente los modos que les son propios de participación en la vida y en la misión de la parroquia23. Con palabras de Juan Pablo II, en la parroquia, «con la participación viva de los fieles laicos, permanece fiel a su originaria vocación y misión: ser en el mundo el «lugar» de la comunión de los creyentes y, a la vez, «signo e instrumento» de la común vocación a la comunión; en una palabra ser la casa abierta a todos y al servicio de todos, o, como prefería llamarla el Papa Juan XXIII, ser la fuente de la aldea, a la que todos acuden para calmar su sed».24 Sin duda, los fieles laicos bien formados en sus responsabilidades como bautizados son una ayuda inestimable para todo párroco, «quien procurará siempre promover de todas las formas posibles la asunción por parte de cada uno de su propia responsabilidad»25. III. RESPUESTA PASTORAL AL PROBLEMA DE LA ESCASEZ DE SACERDOTES 1. La colaboración de laicos en el ministerio pastoral del párroco En algunos casos, debido a la penuria de sacerdotes, se encarga a algunos laicos y también a los miembros no ordenados de los Institutos de Vida Consagrada y de las Sociedades de Vida Apostólica, determinados oficios eclesiásticos. En algunos casos existe un “equipo pastoral” constituido por un grupo de laicos, religiosas y religiosos no ordenados que colaboran con el párroco en la dirección de una parroquia o de un grupo de parroquias, como sugiere el Derecho (cfr. 519)26. Es importante hacer notar que aquí estamos en un plano de colaboración propiamente ministerial y no en el plano de la corresponsabilidad apostólica de todos los bautizados del que hemos hablado precedentemente. La Instrucción sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de los fieles laicos en el sagrado ministerio 23 Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los Presbíteros, Roma 1994, n. 30; Cfr. Christifideles Laici, 27-29; Ibid, 15. 24 Cristifideles Laici, 27. 25 Congregación para el Clero, El presbítero, Pastor y Guía de la Comunidad Parroquial, Roma 2002, n. 16. 26 A. Borras, Les communautés paroissiales, Paris, Du Cerf 1996, pp. 193-199. Cfr. B. Sesboüe, N’ayez pas peur ! Regards sur l’Eglise et les ministères ajourd’hui, Paris, Desclée 1996. 11 12 de los sacerdotes dice: «Dentro de esta vasta área de concorde trabajo, sea específicamente espiritual o religiosa, sea en la consecratio mundi, existe un campo más especial, aquel que se relaciona con el sagrado ministerio de los clérigos, en el ejercicio del cual pueden ser llamados a colaborar los fieles laicos, hombres y mujeres, y, naturalmente, también los miembros no ordenados de los Institutos de Vida Consagrada y de las Sociedades de Vida Apostólica. A tal ámbito particular se refiere el Concilio Ecuménico Vaticano II, allí donde enseña: ‘La jerarquía encomienda a los seglares ciertas funciones que están más estrechamente unidas a los deberes de los pastores, como, por ejemplo, en la exposición de la doctrina cristiana, en determinados actos litúrgicos y en la cura de almas’». Y más adelante, tras recordar que las diversas funciones del ministerio ordenado forman una unidad indivisible de tal modo que no pueden ser entendidas las unas sin las otras, se afirma que «sólo en algunas de esas, y en cierta medida, pueden colaborar con los pastores otros fieles no ordenados, si son llamados a dicha colaboración por la legítima Autoridad y en los debidos modos»27. Es importante tener en cuenta que estos casos son algo particular o excepcional, y no se debe pensar que estas tareas expresen una mayor participación o promoción del laico, en cuanto tal, en la vida de la Iglesia. De hecho no deben ser promovidas más que en la medida en que sean verdaderamente necesarias. Pensar, como en algunas ocasiones se ha hecho, que la promoción del laicado consiste en asumir, en alguna medida, las tareas propias del pastor, sería desvirtuar la relación entre sacerdocio común y ministerial, con graves consecuencias para la vida y misión evangelizadora de las parroquias. El riesgo más evidente es el de la “clericalización” de los laicos. En la práctica, el laico termina por abandonar su tarea propia de ser testigo del evangelio en la vida secular, para ocuparse principalmente de las tareas propias del clero. Y a su vez este cambio en la concepción de la misión de los laicos en la parroquia también influye en la concepción del mismo clero que fácilmente se desplaza hacia formas más seculares en el ejercicio de su ministerio. Así lo expresaba el Santo Padre Benedicto XVI en uno de sus encuentros con el clero: «El párroco, a pesar de las nuevas situaciones y las nuevas formas de responsabilidad, no debe perder la cercanía con la gente; debe ser realmente el pastor de esa grey que le ha encomendado el Señor (…). El párroco no se debe limitar a ser el coordinador de organismos»28 27 Instrucción sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de los fieles laícos en el sagrado ministerio de los presbíteros, 2. 28 Encuentro con sacerdotes de las Diócesis de Belluno-Feltre y Treviso, Iglesia de Santa Justina mártir de Auronzo di Cadore, 24-7-07. 12 13 También la Congregación del Clero en uno de sus recientes Instrucciones advertía: «el generoso empeño de los laicos en los ámbitos del culto, de la transmisión de la fe y de la pastoral, en un momento además de escasez de presbíteros, ha inducido en ocasiones a algunos ministros sagrados y a algunos laicos a ir más allá de lo que consiente la Iglesia, e incluso de lo que supera su ontológica capacidad sacramental. De aquí se deriva también una minusvaloración teórica y práctica de la específica misión laical, que consiste en santificar desde dentro las estructuras de la sociedad. De otra parte, en esta crisis de identidad, se produce también la «secularización» de algunos ministros sagrados, por un oscurecimiento de su específico papel, absolutamente insustituible, en la comunión eclesial»29. Y aquí tenemos planteada otra de las convicciones fundamentales que podríamos formular diciendo que se ha de fomentar una práctica correcta de la corresponsabilidad a través de la participación de los fieles laicos en la vida y misión de la parroquia, pero siempre respetando sus características propias y no forzando mas que en la medida en que sea verdaderamente necesario y con carácter de excepcionalidad, la asunción de determinadas tareas de suplencia. Porque estas tareas no son las más propias de los laicos.30 Una de las tareas fundamentales de la parroquia es la de construir y formar los mismos fundamentos de la identidad cristiana de los fieles, y sería difícil realizarlo si no existieran en ella modelos nítidos y claros de tal identidad31. Para orientarnos en este tema, tenemos la Instrucción sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de los fieles laicos en el sagrado ministerio de los sacerdotes, y de la Instrucción de la Congregación para el Clero El presbítero, Pastor y Guía de la Comunidad Parroquial. Los criterios esenciales que se recogen en ambas Instrucciones se podrían resumir así: - una clara distinción, como acabamos de recordar, entre las tareas que son propias del sacerdocio ministerial y las del sacerdocio común. No se trata de funciones intercambiables pues tienen un 29 Cfr. Congregación para el Clero, El presbítero, Pastor y Guía de la Comunidad Parroquial, Roma 2002, n. 7. 30 Cfr. Ibid, 4; Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los Presbíteros, Roma 1994, n. 18. 31 De todas maneras, ya se ve que no va por aquí la solución del problema, aunque algunos la presenten como una prenda y garantía de la puesta en marcha de una eclesiología de comunión, que supera la cuestión puntual de la escasez de clero y se abre a un nuevo modo de organización pastoral de la Iglesia en el contesto actual. ¿Acaso podemos plantear una pastoral seria y coherente sobre la base de generalizar lo que en realidad es un caso de excepción? Cfr. A. Borras, Le remodelage paroissial: un impératif canonique et une nécessité pastorale, in G. Routhier – A. Borras (dir), Paroisses et ministère. Métamorphoses du paysage paroissial et avenir de la mission, Ed. Médiaspaul, Montreal-Paris 2001, pp. 43-95. En este estudio se puede también ver la abundante bibliografía en relación con esta cuestión. 13 14 fundamento sacramental. Hay por tanto tareas en las que no solo es posible sino necesaria la colaboración de los laicos, y otras tareas exclusivas del sacerdote. Además, la colaboración en el ministerio pastoral, al no ser lo propio de los fieles laicos, no es un derecho, y requiere para su ejercicio una específica llamada por parte de los legítimos pastores y se ejerce siempre en dependencia de éstos. - la colaboración de los laicos en el ejercicio de la cura pastoral se justifica sólo en el caso de situaciones objetivamente extraordinarias de escasez de sacerdotes y “ad tempus”; es decir, mientras perdure tal situación. Por tanto, se trata de una solución "provisional" o de emergencia, al problema de la escasez de sacerdotes. Y no debe considerarse como la meta o un estado satisfactorio. - se debe poner especial diligencia para proteger las propiedades originarias de diversidad y complementariedad entre los dones y las funciones de los ministros ordenados y de los fieles laicos, que son propias de la estructura orgánica de la Iglesia. Por tanto se ha de vigilar para que no se superen los límites de la especificidad ministerial y laical. Por este motivo los fieles laicos sólo pueden tener una participación subsidiaria en el oficio de las funciones ministeriales no vinculadas al sacramento del Orden. Nunca pueden sustituir o suplir la ausencia del párroco en el ejercicio pleno de la cura de almas. - hay que cuidar atentamente la terminología que se usa para evitar confusiones. Esto se refiere al uso por parte de los fieles laicos de denominaciones como «ministro», «pastor», «capellán», «moderador» o equivalentes. No es lícito que los fieles laicos asuman estos títulos que son exclusivos de los sacerdotes. Los laicos pueden asumir la denominación general de «ministro extraordinario», sólo cuando es llamado por la Autoridad competente a cumplir, únicamente en función de suplencia, las funciones previstas por el Derecho.32 - en los casos en que se confíen a los fieles laicos tareas ministeriales se debe nombrar siempre un sacerdote moderador, con la potestad y los deberes propios del párroco. - las tareas que los fieles no ordenados pueden desempeñar en la parroquia son tareas de tipo administrativo, de formación y animación espiritual, y algunas acciones litúrgicas previstas por el Derecho33. Los criterios que orientan todas estas posibles formas de colaboración están en la Instrucción sobre algunas cuestiones acerca 32 Cfr. CIC can. 230, § 3, además de los cann. 943 y 1112. Cfr. Jean-Pierre Schouppe, Animateurs pastoraux et laïcs engagés. Leurs droits et devoirs respectifs, en A. Borras (dir), Des laïcs en responsabilité pastorale? : accueillir de nouveaux ministéres, Paris, Cerf 1998, pp. 121-146. 33 14 15 de la colaboración de los fieles laicos en el sagrado ministerio de los sacerdotes34 - a la hora de asumir estas funciones los diáconos permanentes tienen siempre la precedencia sobre los fieles no ordenados. - es conveniente que el Obispo diocesano verifique, con prudencia, la existencia de una verdadera necesidad y, en consecuencia, establezca las condiciones de idoneidad de las personas llamadas a esta colaboración, definiendo sus funciones. - la excepcionalidad de esta fórmula exige que en aquellas comunidades parroquiales en las que se aplica, se promueva la conciencia de la necesidad de vocaciones sacerdotales, que se cultiven con esmero los gérmenes de estas vocaciones y que se promueva la oración, comunitaria y personal, por los sacerdotes. Como leíamos antes en la respuesta de Benedicto XVI no son comunidades cristianas "en ausencia" de sacerdote, sino "esperando" y deseando tener un sacerdote para constituirse como comunidades cristianas y parroquias en plenitud. Como conclusión se ofrece el siguiente criterio pastoral: «algunas prácticas tendientes a suplir a las carencias numéricas de ministros ordenados en el seno de la comunidad, en algunos casos, han podido influir sobre una idea de sacerdocio común de los fieles que tergiversa la índole y el significado específico, favoreciendo, entre otras cosas, la disminución de los candidatos al sacerdocio y oscureciendo la especificidad del seminario como lugar típico para la formación del ministro ordenado. Se trata de fenómenos íntimamente relacionados, sobre cuya interdependencia se deberá oportunamente reflexionar para llegar a sabias conclusiones operativas»35. 2. Las “unidades pastorales” El gobierno pastoral de una comunidad parroquial se encomienda normalmente a un párroco (CIC, c. 515, 1). Igualmente un sacerdote debería tener el gobierno pastoral de una sola parroquia (CIC, c. 526, 1). Es el principio de unicidad “una parroquia, un párroco”. En el caso de la parroquia, este principio está teológicamente asentado en la relación esencial entre los fieles y el ministerio a la que nos hemos referido. Sin embargo, el Derecho ha previsto algunas excepciones a este principio, cuando haya escasez de sacerdotes, o determinadas circunstancias lo exijan (cfr. c 517 y c. 526). Conviene notar que se 34 Cfr. Artículos 2 a 13. Instrucción sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de los fieles laicos en el sagrado ministerio de los sacerdotes, 2. 35 15 16 trata de excepciones y no de alternativas al principio de unicidad 36, aunque en no pocos lugares se dan prácticas pastorales que van más en la línea de hacer de estas excepciones un principio general de funcionamiento. La primera excepción al principio es el caso de un sacerdote que es párroco de varias parroquias (c. 526, 1). Se trata por lo general de muchas pequeñas parroquias en zonas rurales que han quedado despobladas y en las que no se puede o no se ve conveniente poner un párroco al frente de cada una. Desde el punto de vista de la parroquia, esta situación podría dar lugar, sobre todo si es de carácter estable y con servicios comunes, a un agrupamiento de estas parroquias constituyendo un tipo de “unidad pastoral”. La segunda excepción, es que varios sacerdotes reciban solidariamente el gobierno pastoral de una o más parroquias (c. 517,1). Esto necesita algún matiz. La responsabilidad solidaria implica la responsabilidad de cada uno por el todo (no la de todos por el todo), y por tanto cada uno es el pastor propio de toda la comunidad. La carga pastoral no la recibe un grupo de sacerdotes colectivamente sino cada uno de ellos, solidariamente con los demás. La acción conjunta de los sacerdotes es dirigida por un “moderador”. También en este caso, cuando se trata de más de una parroquia, tenemos un nuevo tipo de “unidad pastoral”. En muchos casos se tiende, sobre la base de redefinir la relación parroquia-territorio, a constituir una nueva parroquia que resulte de la fusión de las parroquias preexistentes. Sin embargo esto no siempre implica que se fusionen también las diferentes comunidades que pueden subsistir, aunque no como parroquia, en el seno de la nueva parroquia “unidad pastoral”. Es decir, toda parroquia es una comunidad de fieles, pero no toda comunidad de fieles tiene que ser una parroquia. La tercera excepción prevé que se pueda conferir a una o a varias personas no ordenadas una participación en el ejercicio del gobierno pastoral de una o varias parroquias. En este caso, la responsabilidad pastoral de la parroquia que en principio debería asumirla un párroco la asume un sacerdote (moderador) con el que colaboran algunos laicos o religiosos. El sacerdote asume la responsabilidad con la participación de otros fieles que reciben para esto un nombramiento del obispo. Estos laicos suelen recibir el nombre de asistentes parroquiales, animadores, colaboradores, etc. Y el conjunto constituido por el sacerdote y estos laicos se suele llamar equipo pastoral. Aquí también podríamos tener otro modelo de “unidad pastoral”. La tipología de las “unidades pastorales” no se agota con los casos enunciados hasta aquí. Existen otras posibilidades como el 36 A. Borras, Les communautés paroissiales. Droit canonique et perspectivas pastorales, Paris, Du Cerf 1996, p. 164. 16 17 agrupamiento de varias parroquias, teniendo cada una de ellas su propio párroco, para desarrollar conjuntamente algunas o todas las actividades pastorales propias de la parroquia, para mejor responder, con un plan pastoral conjunto, a las necesidades de un territorio homogéneo. Como todavía nos encontramos en fase de experimentación, no sabemos cuál puede ser el futuro de todas estas nuevas fórmulas. Se insiste mucho en que todas estas posibilidades de gobierno pastoral de las parroquias no han de ser vistas sólo como una salida al problema de la escasez de sacerdotes, sino sobre todo como una ocasión para renovar la pastoral y en especial la parroquia. Por esto suelen presentarse como parte de un proceso en evolución que busca un nuevo tipo de parroquia, un nuevo modo de concebir la pastoral parroquial, una nueva forma de presencia de la Iglesia en un determinado territorio. En efecto en su origen no sólo está el hecho de dar una respuesta al problema del clero sino también a otras causas como la necesidad de lograr una mayor elasticidad en la pastoral, pero sin perder el vínculo con el territorio que es uno de los valores esenciales del anuncio del Evangelio; el creciente desarrollo de actividades pastorales que implican a varias parroquias; la presencia de nuevas formas de ministerialidad (ministerios laicales, diaconado permanente); la relación de las parroquias con otras formas de agregación eclesial (movimientos, asociaciones, voluntariado); la necesidad de dar una respuesta conjunta a problemas que exceden las posibilidades de una sola parroquia; la necesidad de trabajar en equipo, conjuntamente, para proponer un anuncio del Evangelio que penetre con eficacia en la vida de las personas. Pros y contras de las unidades pastorales La experiencia de las “unidades pastorales” ha surgido, en muchos casos, como una intervención de urgencia, generalmente, por la escasez de clero. Por eso mismo, ha faltado un claro modo de proceder, unos criterios básicos y una claridad de metas a las que llegar. El salto de calidad ha venido cuando la cuestión de las “unidades pastorales” se ha colocado en el contexto más amplio de la pastoral de conjunto. Cuando no se trata ya de una solución puntual de emergencia, cuando se ha estudiado bien la cuestión y se han puesto unos objetivos concretos y unos modos de actuación bien pensados. Además las unidades pastorales se fundamentan en la colaboración y es preciso formar a todos, fieles y pastores. Y esto no se puede improvisar. No podemos infravalorar los riesgos de estas fórmulas. Aparte del desequilibrio que puede introducirse en la relación estructural entre los fieles y el ministerio, está el problema de la posible ruptura 17 18 de la unidad orgánica de las funciones ministeriales del párroco. En efecto, se puede dar con facilidad el caso de que los laicos que colaboran con el párroco en el gobierno pastoral sean en la práctica el sujeto de las funciones de anuncio y de la guía pastoral, mientras que el párroco sea el sujeto itinerante de las funciones de culto y santificación. Además no hay que infravalorar el riesgo de la burocratización de las tareas, tanto por parte del párroco como por parte de los agentes de pastoral37. Al respecto, ya advertía la Instrucción de la Congregación para el Clero: «Si, por tanto, el ejercicio de parte del ministro ordenado del munus docendi, sanctificandi et regendi constituye la sustancia del ministerio pastoral, las diferentes funciones de los sagrados ministros, formando una indivisible unidad, no se pueden entender separadamente las unas de las otras, al contrario, se deben considerar en su mutua correspondencia y complementariedad. Sólo en algunas de esas, y en cierta medida, pueden colaborar con los pastores otros fieles no ordenados, si son llamados a dicha colaboración por la legítima Autoridad y en los debidos modos»38. Por último hay que señalar también el peligro de que la adopción indiscriminada de formas de ministerio laical en las parroquias junto con la búsqueda y preparación de los laicos que las puedan asumir pueda repercutir en un descuido y debilitamiento de la pastoral vocacional para suscitar vocaciones al sacerdocio. En resumen, esta breve presentación de las Unidades Pastorales nos permite observar que es una cuestión abierta. Nos encontramos ante un problema que no es colateral sino central que hace referencia a la forma práctica que en el futuro asumirá el cristianismo en sus determinaciones eclesiales concretas. Ciertas decisiones pastorales han sido decisivas para el futuro de la Iglesia. Elegir o no en una determinada dirección puede poner en juego la figura histórica de la Iglesia. Y este es el desafío que tenemos delante. 3. La colaboración entre los párrocos 37 Ya lo advertía Benedicto XVI respondiendo a un sacerdote en un encuentro: “El párroco no se debe limitar a ser el coordinador de organismos. Más bien, debe delegar de diferentes maneras. Ciertamente, en los Sínodos —y aquí, en vuestra diócesis, habéis tenido un Sínodo— se encuentra el modo de librar suficientemente al párroco para que, por una parte, conserve la responsabilidad de toda la unidad pastoral que se le ha encomendado, pero, por otra, no se reduzca sustancialmente y sobre todo a ser un burócrata que coordina. Debe tener en su mano los hilos esenciales, contando luego con colaboradores”. (Benedicto XVI, Encuentro con los sacerdotes de las diócesis de Belluno-Feltre y Treviso, Iglesia santa Justina mártir de Auronzo de Cadore 24 de julio 2007) 38 Instrucción sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de los fieles laicos en el sagrado ministerio de los sacerdotes, 2. 18 19 A todo lo dicho anteriormente habría que añadir la siguiente consideración. El sacerdocio, al tener su origen y su configuración última en Cristo, está en relación con su Cuerpo que es inseparablemente Cuerpo Eucarístico y Cuerpo Eclesial. Por esto el sentido de pertenencia a Cristo y a la comunidad cristiana está inscrito en nuestro mismo ser de sacerdotes, así como aquella forma comunitaria por la que el ministerio ordenado, abarcando completamente el ser de la persona puede y debe ser ejercitado sólo como obra colectiva.39 En efecto se es sacerdote en el presbiterio de un obispo. Por eso un sacerdote que recibe una misión canónica en una parroquia (o en cualquier otra institución eclesial), no puede aislarse, ni perder la visión de conjunto de toda la Diócesis, e incluso de toda la Iglesia. Este formar parte en torno al obispo de un único presbiterio es el principio teológico de la fraternidad sacerdotal, la cual se traduce en una mutua colaboración y ayuda, también en el ámbito pastoral, sin que sea siempre necesaria una fórmula canónica que establezca la modalidad de tal colaboración. En la Instrucción El presbítero, maestro de la palabra, ministro de los sacramentos y guía de la comunidad, leemos: «La exigencia de una nueva evangelización hace apremiante la necesidad de encontrar un modo de ejercitar el ministerio sacerdotal que esté realmente en consonancia con la situación actual, que lo impregne de incisividad y lo haga apto para responder adecuadamente a las circunstancias en las que debe desarrollarse. Todo esto, sin embargo, debe ser realizado dirigiéndose siempre a Cristo, nuestro único modelo, sin que las circunstancias del tiempo presente aparten nuestra mirada de la meta final. No son únicamente, en efecto, las circunstancias socioculturales las que nos deben empujar a una renovación espiritual válida sino, sobre todo, el amor a Cristo y a su Iglesia»40. Así los párrocos que trabajan en una misma zona podrían desarrollar las iniciativas conjuntas que vean más convenientes en favor de la pastoral diocesana (vocacional, mariana, misionera, familiar, juvenil, de enfermos…). Una sola parroquia no puede pretender dar respuesta a todos los desafíos que se le plantean hoy día41. Cada vez resulta más urgente y necesario entrelazar de alguna manera, como en red, las diversas parroquias existentes en un 39 Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los Presbíteros, Roma 1994, nn. 25 y 26. Cfr. Pastores dabo vobis, 17. 40 Congregación para el clero, El presbítero, maestro de la palabra, ministro de los sacramentos y guía de la comunidad, Roma 1999, I.2. 41 “Por otra parte, el párroco debe colaborar con el Obispo y con los otros presbíteros de la diócesis para que los fieles, participando en la comunidad parroquial, se sientan también miembros de la diócesis y de la Iglesia universal. La creciente movilidad de la sociedad actual hace necesario que la parroquia no se cierre en sí misma y sepa acoger a los fieles de otras parroquias que la frecuentan, y también evite mirar con desconfianza que algunos parroquianos participen en la vida de otras parroquias, iglesias rectorales, o capellanías”: Congregación para el Clero, El presbítero, Pastor y Guía de la Comunidad Parroquial, Roma 2002, n. 22. 19 20 mismo territorio42. Es importante, sin embargo que cada parroquia conserve su propia identidad y personalidad y que las estructuras pastorales supraparroquiales que puedan crearse aunque no siempre será necesario y a veces ni siquiera conveniente no ahoguen el funcionamiento y la libertad propias de cada parroquia, ni reduzcan la disponibilidad de tiempo de los párrocos para la dedicación a sus propias tareas. Este modo de funcionar puede en muchos casos aligerar la carga de los párrocos, y es un modo concreto de vivir y experimentar la fraternidad sacerdotal: Ayudaos unos a otros a llevar las cargas, y así cumpliréis la ley de Cristo (Gal 6,2). 4. La pastoral vocacional en la parroquia En realidad la verdadera solución a la escasez de clero está en promover una decida pastoral vocacional que tenga precisamente en las parroquias de la diócesis, o al menos en algunas, uno de sus principales centros propulsores43. Esto tampoco es una solución de emergencia, sino una de las orientaciones connaturales de toda comunidad cristiana. Es importante evitar que las urgencias del momento presente nos impidan ver el futuro y prepararlo con decisión. Quizá nos resulte difícil ahora ver en el horizonte un futuro claro. Pero hemos de tener la firme convicción de que este futuro existe, aunque en estos momentos quizá no seamos capaces de verlo con nitidez. Hacia este futuro nos conduce poco a poco el Espíritu Santo que jamás deja de asistir y guiar a su Iglesia. Se trata entonces de invertir ahora con esperanza y con esfuerzo de cara a ese futuro, sin dejarnos arrastrar por las urgencias de este momento concreto que ahora atravesamos. Esta visión de futuro es optimista y nos lleva a prepararlo ya desde ahora, aunque sin convertirnos en unos soñadores que no tienen los pies en la tierra y viven ausentes de la realidad concreta del momento presente. En resumen, que las urgencias del ahora no nos impidan trabajar para el mañana. La inversión más necesaria es sin duda promover una pastoral vocacional que lleve a suscitar muchas vocaciones. En esta pastoral tienen que asumir una mayor responsabilidad los párrocos quienes a su vez han de saber animar a todos los demás fieles a promover y sostener las iniciativas que sean necesarias para propiciar las vocaciones; comenzando por aquella que siguiendo la amonestación 42 Benedicto XVI en un encuentro con los sacerdotes de la Diócesis de Albano el 21 de septiembre del 2006 se refirió a la autotrascendencia de la parroquia, en el sentido de que las parroquias colaboran en la diócesis, porque el obispo es su pastor común y ayuda a coordinar también sus compromisos. 43 «La pastoral vocacional tiene como sujeto activo, como protagonista, a la comunidad eclesial como tal, en sus diversas expresiones: desde la Iglesia universal a la Iglesia particular y, análogamente, desde ésta a la parroquia y a todos los estamentos del Pueblo de Dios» (Pastores dabo vobis, 41) 20 21 del Señor nos lleva a rogar el Señor de la mies que envíe obreros a su mies44. «Los diversos integrantes y miembros de la Iglesia comprometidos en la pastoral vocacional harán tanto más eficaz su trabajo, cuanto más estimulen a la comunidad eclesial como tal — empezando por la parroquia— para que sientan que el problema de las vocaciones sacerdotales no puede ser encomendado en exclusiva a unos “encargados”».45 Las iniciativas concretas pueden ser muy variadas, pero, en el marco de la parroquia, hay dos que merecen un esfuerzo especial: fortalecer la dimensión vocacional de toda la acción pastoral46, y fomentar la existencia y actividades con grupos de monaguillos. No hemos de aparcar a los nuevos carismas que han surgido en la Iglesia. De esta forma decía el Papa Benedicto XVI a un grupo de Obispos: “A nosotros, los pastores, se nos pide acompañar de cerca con solicitud paterna, de modo cordial y sabio, a los movimientos y las nuevas comunidades, para que puedan poner generosamente al servicio de la utilidad común, de manera ordenada y fecunda, los numerosos dones de que son portadores y que hemos aprendido e conocer y apreciar: el impulso misionero, los itinerarios eficaces de formación cristiana, el testimonio de fidelidad y obediencia a la Iglesia, la sensibilidad ante las necesidades de los pobres y la riqueza de vocaciones” ( “Seminario de estudio para Obispos sobre la solicitud pastoral respecto de los nuevos movimientos eclesiales y las nuevas comunidades”, 17 de mayo 2008). La formación de los candidatos al sacerdocio y de los mismos sacerdotes entra también dentro de esta inversión de cara al futuro. No pensemos solo en el número de sacerdotes y de vocaciones sacerdotales que necesitamos. Porque no solo es una cuestión de número sino también de calidad. No deberíamos ahorrar ningún esfuerzo cuando se trate de la formación de las vocaciones sacerdotales: la mayor calidad posible. Unos sacerdotes bien formados desde el punto de vista humano, comunitario, teológico, espiritual y pastoral es la mejor apuesta para el futuro de nuestras parroquias. En efecto, solo a través de una reforma en el modo de ejercicio del ministerio ordenado, cuyas bases han sido ya puestas en Presbyterorum Ordinis, y posteriormente desarrolladas tanto en Pastores dabo vobis, como en el Directorio para el ministerio y la vida de los Presbíteros, podemos esperar una transformación de la parroquia. Pero estas reformas y transformaciones no se fundamentan primariamente en los cambios sociales y culturales que actualmente están transformando nuestra sociedad, sino en la 44 Cfr. Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los Presbíteros, Roma 1994, n. 32. 45 Pastores dabo vobis, 41 46 Pastores Gregis, 54. 21 22 esencia misma de la Iglesia que es misterio de comunión. La pastoral hace una lectura de los signos de los tiempos y de las circunstancias concretas en las que la Iglesia desarrolla su misión. Pero las reformas, grandes o pequeñas, se hacen siempre por motivos teológicos y de acuerdo con criterios teológicos, de fe, y no simplemente por conveniencia o eficiencia. Y estos criterios teológicos fundamentales para renovar la parroquia son dos, como ya hemos visto: comunión y misión. Lo recordaba Juan Pablo II al trazar las directrices para el camino de la Iglesia en el tercer milenio: «Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo»47. Al pedir insistentemente al Señor para que envíe más obreros a su mies, reafirmamos nuestra convicción firme de que el sacerdocio es siempre un don que el mismo Señor hace a su Iglesia. Porque es un don, lo hemos de pedir. Pero también porque es un don que nosotros mismos hemos recibido requiere ser vivido por nosotros los sacerdotes en el contexto de una total donación al Señor y a nuestros hermanos, lo que requiere, por nuestra parte una fuerte exigencia en el camino de la santidad. Podríamos decir que si queremos ser más, debemos ser nosotros mejores. 47 Novo Millennio Ineunte, 43. 22