JOSE MANUEL BONILLA CAMARERO 4ªA

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JOSE MANUEL BONILLA CAMARERO 4ªA
La Bastilla, fortaleza del rey en París usada como cárcel,
era considerada como símbolo del Antiguo Régimen por
sus enemigos, y su toma como el inicio de la Revolución
que llevó al Nuevo Régimen (1789). Sus escombros
fueron objeto de un comercio parecido al que doscientos
años más tarde tuvieron los del muro de Berlín.
Antiguo Régimen (en francés, Ancien régime) fue el
término que los revolucionarios franceses utilizaban para
designar peyorativamente al sistema de gobierno anterior a
la Revolución francesa de 1789 (la monarquía absoluta de
Luis XVI), y que se aplicó también al resto de las
monarquías europeas cuyo régimen era similar a aquél. El
término opuesto a este fue el de Nuevo Régimen (en
España,
RégimenLiberal).
Origen del término
Aunque su utilización es contemporánea a la Revolución,
la mayor responsabilidad de su fijación en el ámbito
literario le pertenece a Alexis de Tocqueville, autor del
ensayo El Antiguo Régimen y la Revolución. En ese texto
indica precisamente que "la Revolución francesa bautizó
lo que abolía" (la Révolution française a baptisé ce qu'elle
a aboli); Tocqueville dotó al concepto de una confusa
capacidad de oposición del Antiguo Régimen frente al
periodo medieval, que se hizo común en la historiografía
durante los siglos XIX y primera mitad del XX e
historiadores posteriores han discutido (especialmente
François Furet)
Desde el punto de vista de los reaccionarios enemigos de
la revolución, el término Antiguo Régimen fue
reivindicado con un punto de nostalgia, siguiendo el
tópico literario del paraíso perdido (o el manriqueño
cualquiera tiempo pasado fue mejor). Talleyrand llegó a
decir que "los que no conocieron el Antiguo Régimen
nunca podrán saber lo que era la dulzura del vivir" (ceux
qui n'ont pas connu l'Ancien Régime ne pourront jamais
savoir ce qu'était la douceur de vivre).
La aplicación del término a las estructuras económicas y
sociales se atribuye a Ernest Labrousse y fue difundido
por la contemporánea Escuela de Annales, con gran
aceptación en España a través de hispanistas como Pierre
Vilar o Bartolomé Bennassar. Su utilización con este
sentido, que no era usual antes, se hizo habitual por los
autores del tercer cuarto del siglo XX, como Antonio
Domínguez Ortiz, Gonzalo Anes o Miguel Artola, que
terminaron por fijar el concepto en la historiografía
española. La aplicación del término a la historia de las
instituciones españolas es muy anterior, pero parece que
también se originó por influencia francesa, como es el
caso de la obra del hispanista de finales del XIX Georges
Desdevises du Dézert, recogida por Antonio Rodríguez
Villa en 1897.
Extensión
Recreación moderna que presenta las efectivas divisiones
políticas después del Tratado de Westfalia (1648), que
cierra la Guerra de los Treinta Años con un nuevo
equilibrio europeo sobre el naciente concepto de
relaciones internacionales en pie de igualdad.
El concepto de Antiguo Régimen puede aplicarse con
propiedad a los reinos de Europa occidental que tienden a
definirse como estados-nación desde finales de la Edad
Media. El primer ejemplo fue, sin duda, Portugal. Para
finales del siglo XV sólo Francia, Inglaterra y la
Monarquía Hispánica se le pueden añadir. Inglaterra
superará el concepto a lo largo de los siglos XVI y XVII.
Los demás, durante la crisis del Antiguo Régimen (17511848). Para el resto de Europa el concepto es de uso
problemático (ver apartado otros países europeos en este
mismo artículo). Para el resto del mundo, únicamente
América, durante el periodo que fue colonizada por las
potencias europeas, podría (forzando mucho el concepto)
considerarse en algo semejante al modelo vigente en sus
metrópolis. La Independencia americana coincide con el
final del Antiguo Régimen; de hecho, contribuye
decisivamente a él. Los otros continentes son colonizados
posteriormente, ya en época industrial o Nuevo Régimen.
El caso de Japón representa una formación económico
social que, de alguna manera, muestra similitudes con las
occidentales, por lo que algunos autores le han aplicado el
concepto de feudalismo o el de monarquía absoluta (no
tanto el Antiguo Régimen), y sería esa similitud (frente a
la diferencia de China, un imperio hidráulico) junto con la
no sumisión colonial lo que explicaría la posibilidad de su
acceso acelerado a la modernidad en la Era Meiji.
La imposibilidad de retrotraer el concepto a entidades
políticas de un periodo anterior, incluso en Europa, viene
del hecho de que las formas políticas medievales eran de
carácter feudal, dependientes en alguna medida del
Imperio o del Papado, o bien eran alguna forma de ciudadestado; por otro lado, el naciente capitalismo era aún algo
completamente marginal, y la sociedad estamental (ya
definida) aún no había producido sus mecanismos e
instituciones finales. En ningún caso responden a los
requisitos propuestos.
La duración temporal del Antiguo Régimen coincidiría lo
que llamamos Edad Moderna: del siglo XV al XVIII. Esto
es válido tanto para Francia (desde el fin de la Guerra de
los Cien Años hasta la Revolución francesa) como para
España (de 1492 a 1808). No obstante, algún autor, como
Arno Mayer, argumenta la persistencia de rasgos propios
del Antiguo Régimen en la Europa de finales del siglo
XIX y hasta la Primera Guerra Mundial.
Instituciones españolas
instituciones españolas del Antiguo Régimen fueron la
superestructura que, con algunas innovaciones, pero sobre
todo mediante la adaptación y transformación de las
instituciones y prácticas políticas, sociales y económicas
preexistentes en los distintos reinos cristianos de la
Península Ibérica en la Baja Edad Media, presidió el
periodo histórico que coincide a grandes rasgos con la
Edad Moderna: desde los Reyes Católicos hasta la
Revolución liberal (del último tercio del siglo XV al
primero del siglo XIX) y que se caracterizó por los rasgos
propios del Antiguo Régimen en Europa occidental: una
monarquía fuerte (autoritaria o absoluta), una sociedad
estamental y una economía en transición del feudalismo al
capitalismo.
Son características del Antiguo Régimen la dispersión, la
multiplicidad e incluso la colisión institucional, lo que
hace muy complejo el estudio de la historia de las
instituciones. La misma existencia de la unidad
institucional de España es un asunto problemático. En este
periodo histórico hubo instituciones unitarias:
destacadamente, y trascendentales en la percepción
exterior de la Monarquía Hispánica, la persona del rey y
su poder militar; hacia el interior, la Inquisición. Otras
fueron comunes, como las propias de la sociedad
estamental: nobleza, clero y corporaciones de muy distinto
tipo se organizaban de una manera no muy diferente en
cada reino. Un monasterio cisterciense catalán (Poblet) era
intercambiable por otro castellano (Santa María de
Huerta); un ganadero mesteño, por otro de la Casa de
Zaragoza; la aristocracia se fusionó en una red de alianzas
familiares. Pero otras fueron marcadamente diferenciadas:
las Cortes o la Hacienda en los reinos de la Corona de
Aragón no tuvieron nada que ver con las de Castilla y
León. Incluso con la imposición del absolutismo
borbónico, que redujo esas diferencias, las provincias
vascas y Navarra mantuvieron sus fueros. El Estado y la
nación se van forjando, en gran medida como
consecuencia de cómo las instituciones respondieron a la
dinámica económica y social, pero no acabarán de
presentarse en su aspecto contemporáneo hasta que
terminó el Antiguo Régimen.
Centralización
Gran parte de la centralización política de la monarquía
feudal de los Capetos, se había perdido durante la Guerra
de los Cien Años, y los intentos de la dinastía Valois por
restablecer el control sobre el dividido país fueron
desbaratados por las Guerras de Religión. La mayor parte
de los reinados de Enrique IV, Luis XIII y los primeros
años del de Luis XIV se concentraron en la centralización
administrativa. A pesar de la noción de monarquía
absoluta (tipificada por el derecho del rey a emitir el
documento conocido como lettre de cachet) y los
esfuerzos de los reyes por crear un Estado centralizado, la
Francia del Antiguo Régimen permanecía como un país
con irregularidades sistemáticas: divisiones y
prerrogativas administrativas, fiscales, legales, judiciales y
eclesiásticas; frecuentemente entrecruzadas. Mientras
tanto, la nobleza francesa luchaba por mantener sus
propios derechos en materia de gobierno y justicia local, y
poderosos conflictos internos (como la Fronda)
protestaban contra la centralización.
La necesidad de centralización en ese periodo estaba
directamente conectada a la cuestión de las finanzas reales
y la capacidad de sustentar las guerras. Los conflictos
internos y las crisis dinásticas de los siglos XVI y XVII
(Guerras de Religión y conflicto con los Habsburgo) y la
expansión territorial de Francia en el siglo XVII,
demandaron enormes sumas que necesitaban ser obtenidas
mediante impuestos como la taille y la gabelle y por
contribución en hombres y servicios de la nobleza.
Una clave para esta centralización fue el reemplazo de los
sistemas personales patrón-cliente organizados en torno al
rey y a otros nobles franceses, por sistemas institucionales
en torno al estado. La creación de los Intendentes –
representantes del poder real en las provincias – socavaron
gran parte del control del territorio por la nobleza regional.
Lo mismo puede decirse de la confianza puesta por los
tribunales reales en la noblesse de robe, que cubría los
cargos de jueces y consejeros reales. La creación de
parlamentos regionales, que inicialmente tenía el fin de
facilitar la introducción del poder real en territorios
recientemente asimilados, en cambio, a medida que estos
parlamentos ganaban confianza en su propio poder,
comenzó a funcionar como una fuente de desunión.
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