EL INTENTO DE "DOMAR" EL SISTEMA MONÁRQUICO 1

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Unidad 2, lectura 2.
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Unidad 2. Lectura 2. El presente material se encuentra protegido por derechos de autor. Se
reproduce para uso exclusivo de los estudiantes de Teología del SFT, de la PUJ.
Fuente: Duchrow, Ulrich, Alternativas al capitalismo global, Abya-Yala, Quito 1998, p.157-167.
Nota: Sobre la lectura, se han realizado modificaciones para su mejor comprensión.
- principios económicos del antiguo Israel (2) -
EL INTENTO DE "DOMAR" EL SISTEMA MONÁRQUICO
A TRAVÉS DE LA PROFECÍA Y LA LEY
Ulrich Duchrow
Una vez confluyeron en las montañas de Canaán, los “desconocidos sociales” se organizaron
para su resistencia a las bandas armadas de los imperios y las ciudades-estado. Lo que se
creó allí, en términos políticos, fue una “sociedad de contraste”, o mejor decir en términos
sociales, una “república de campesinos independientes” de corte igualitario en lo económico.
De manera curiosa, para los modelos de la época, esta república fue un éxito económico, no
en el sentido de generar riqueza, sino de preservar las bases materiales de la existencia para
todos los componentes de sus núcleos familiares, lo que llevó a un fuerte crecimiento de
expectativas de vida (se estima que la población se cuadruplicó en menos de 200 años) y trajo
una expansión de las tribus israelitas desde el país montañoso del este de Palestina hacia las
laderas que rodeaban los valles ribereños y el mar. Con ello se hizo necesaria una mayor
cooperación para facilitar los cultivos (terraplenes, aljibes, etc.), mientras aparecían las
diferencias regionales (aceitunas y vinos al oeste, cereales y ganados en el este).
Durante 200 años, Israel mantuvo este tipo de sociedad de contraste, autónoma e igualitaria.
La monarquía era abierta y conscientemente rechazada, pues estaba claro que al orientarse
hacia la generación de riqueza para sostener las élites improductivas, producía pobreza y
degradación, rechazo que se simbolizaba en la voluntad de Yahvé (“No soy yo quien debe
gobernarlos, ni es mi hijo; Yahvé debe ser su Señor”: Jue 8,22s). Fue sólo hacia el año 1000
a.c. que Israel empezó a orientarse hacia la monarquía. ¿Por qué razones?.
Una razón de tipo externo son los crecientes conflictos con los pueblos filisteos, los hombres
del mar que habían penetrado en la región costera; ante su efectividad militar y la real amenaza
que representaban, se empezó a pensar que Israel aumentaría su posibilidad de defensa al
organizarse más rígidamente con un rey para aumentar su fuerza militar y centralizar el mando.
Pero en esta presión externa juega un papel importante el factor interno de la evolución
socioeconómica israelí, arriba comentada. En efecto, al optimizarse la base material, y al
aparecer las diferencias regionales, la economía de subsistencia de la república campesina
empieza a realizar tempranos intercambios comerciales: a los incipientes grupos acomodados,
que se beneficiaban del comercio trans-regional, les convenía tomar acciones por su interés de
no ser destruidos ni importunados por los filisteos en su expansión. Así, este factor externo fue
simplemente el impulso para un liderazgo político central, pero no su única causa.
Cada paso hacia la centralización política, e incluso después de ésta, tenía que contar con la
oposición de los campesinos libres. Dos textos (Jueces 9 y 1 Samuel 8) reflejan muy
claramente esta resistencia: son respectivamente la fábula de Jotam y la advertencia sobre los
“derechos del rey”, que terminan con la frase de “y seréis sus esclavos”. La crítica de la pérdida
de la solidaridad socioeconómica y política se identifica típicamente con la crítica teológica:
Yahvé ya no debe reinar entre su pueblo. Se supone que se le llamó Yahvé por primera vez en
esta situación conflictiva. Mientras el partido del rey utilizaba ese nombre para legitimarlo, el
partido de la oposición argumentaba al revés que Yahvé era rey, lo que significaba una crítica a
los primeros reyes por usurpar ese título.
El primer paso hacia la monarquía israelita se dio tímidamente. Saúl, un guía carismático, fue
primeramente más un Jefe que un rey; y probablemente no disponía de tributo, sino sólo de
impuestos voluntarios. El cambio vino con David: al principio, el tributo que imponía apenas era
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superior a lo que se pagaba en los impuestos para la defensa. Además, los ancianos de Judá e
Israel se habían comprometido con él en un acuerdo recíproco que debía restringir
supuestamente el poder del rey. Pero David, con ayuda mercenaria, se estaba haciendo con
una base de poder propia y con la conquista de una ciudad, Jerusalén, como su propia sede de
gobierno. Se metía en guerras de expansión y entonces subyugaba a otros pueblos para pagar
el tributo, del que también se beneficiaban los israelitas. Su hijo Salomón desarrolló a partir de
allí una monarquía sagrada según el modelo del antiguo Cercano Oriente. Creó un ejército
modernizado y poderoso. Pero como en tiempos de guerra los impuestos no podían justificarse
solamente por el sostenimiento del ejército, se lo logró espléndidamente con la construcción de
un templo del Estado. Lo cual exigía importaciones masivas de madera (de Tiro) y tuvo el
efecto, como el comercio exterior que en todo caso ya empezaba a extenderse, de hacer que
los campesinos produjeran para exportar; y simultáneamente, el Estado adquirió competencias
para este fin. Esto, como la incipiente propiedad de la tierra, cambió fundamentalmente la
estructura igualitaria de la sociedad antiestatal.
La sociedad, por supuesto, se dividió ideológicamente. Se suelen distinguir tres grupos: (a) los
oficiales, los militares y los sacerdotes que se beneficiaban con esta evolución; representaban
la teología oficial del rey y el Templo; (b) un partido central, que trata de combinar los valores
nuevos con los tradicionales; y, (c) un partido de oposición religiosa y política con una base
campesina, que al regresar a la religión del periodo antiestatal desarrolla una teología de
resistencia a la monarquía (una posición minoritaria bajo la monarquía, pero extendida tras su
colapso, en el judaísmo posterior al exilio).
Cuando Roboam, el hijo de Salomón, quiso endurecer el trabajo forzado y elevar la carga
impositiva aún más, las tribus norteñas rompieron con la casa real de Judá y en el 926 a.C.
formaron su propio reino del norte, Israel; y aunque también se constituyó como una
monarquía, al principio redujeron la carga de impuestos. Sólo con posterioridad al 822 a.C.,
cuando Omrí fundó la dinastía Omrí, también entró efectivamente en plena actividad el sistema
de tributos. Su hijo Ajab se casó con la princesa fenicia Jezabel de Tiro, y así estableció
vínculos comerciales con los fenicios. Ajab casó a su vez a su hija Atalía con Joram, heredero
al trono de Judá, que abrió las rutas comerciales al sur. Cuando los asirios por primera vez se
dirigieron hacia el sur, los sirios, normalmente hostiles, se dispusieron a formar alianzas para
que las rutas comerciales orientales se volvieran a abrir después de haber rechazado a los
asirios. El comercio, el ejército (“mulos y caballos”: 1 Reyes 18,5) y el esplendor de la corte
caracterizaron nuevamente la situación de la clase superior del reino del norte, después de que
se hubieran separado del reino del sur para evitar estos problemas específicamente. Por otro
lado, los campesinos se empobrecieron, y la hambruna estalló; como remate, el rey se apropió
de las tierras de las familias de los campesinos libres, que no podían venderse bajo la antigua
ley de Israel (tal como muestra la historia del viñedo de Nabot).
Las tradiciones bíblicas ven esta evolución emparejada a una pérdida de la fe en Yahvé. Omrí
ya había empezado a permitir diferentes tipos de culto, con el fin de sembrar la armonía entre
las partes israelita y canaanita de la población. La internacionalización del comercio y la política
de matrimonios contribuyó a fortalecer el sincretismo. En este horizonte aparece el culto a Baal
(“Señor y Maestro”), lo que en términos sociales es la validación del Señor/dueño de la
tierra/Maestro/dominador de lo femenino.
En este ambiente nace la profecía (actividad de crítica al poder), que se convirtió en una de las
facetas distintivas de Israel. Antes ya había profecía, tanto en los alrededores de Israel como
en el reino mismo, en la forma de profetas de la corte para estabilizar el reino, y de profetas del
culto para estabilizar el culto al templo del estado. Pero en ese entonces surgió un movimiento
de profetas que provenía evidentemente en gran medida de las clases bajas y en ellas
encontraba apoyo. Se apoyaban a sí mismos en sus delirios con curaciones milagrosas,
exorcismos y palabras de oráculo, y así eran independientes. Algunos se organizaban en
cooperativas de profetas. Sus representantes clásicos eran Elías y Elíseo. Su crítica se dirigía
a dos tipos de blanco: la injusticia socioeconómica y la opresión política dentro del país, y el
imperialismo afuera; y en segundo lugar, la indecisión para creer en Dios: “¿Hasta cuándo vais
a estar cojeando con los dos pies?”, pregunta Elías en el Monte Carmelo al pueblo cuando
llega el momento de decidirse entre Yahvé y Baal, lo cual puede considerarse una versión
primitiva de las palabras de Jesús: “No se puede servir a Dios y al dinero”.
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El movimiento profético de Elías y su discípulo Elíseo reaccionó a lo que hoy llamaríamos la
violencia estructural desde arriba, con contraviolencia desde abajo en nombre de Dios. Elías
mató con sus propias manos a los sacerdotes de Baal (1 Reyes 18, 40); Elíseo también se alió
con Jehú, el líder de un grupo militar, y lo ungió como el nuevo rey (2 Reyes 9). Por orden de
Yahvé, Jehú llevó a su cumplimiento la cruel sentencia sobre la casa de Omrí y la clase alta,
quienes, en connivencia con el anterior rey, se habían apoderado de la tierra de los pequeños
agricultores libres y habían exterminado a los demás sacerdotes de Baal. Los redactores de
este texto bíblico elogian las obras religiosas y sociales de Jehú tanto como lo critican por dejar
indemnes los becerros de oro de Dan y Betel. Jeroboam los había mandado erigir como
santuarios centrales para el reino del norte tras su secesión de Judá, y como tales, eran
símbolos del poder central. Para los que trabajan en este texto, el hecho de que no se los
destruyera quiere decir que “Jehú no guardó el camino de la ley de Yahvé, Dios de Israel, con
todo su corazón” (2 Reyes 10, 29-31). Más tarde, Oseas prosigue la crítica a Jehú, aparte de
los criterios de los cronistas de los libros de los Reyes, por la crueldad de su sangrienta
venganza sobre la casa de Ajab (Os 1:4).
Sin duda, la lucha de los campesinos y los profetas contra la injusticia y la opresión, contra el
reino de Baal y contra los grandes terratenientes y funcionarios tuvo una importancia decisiva
para la continuidad de la historia de Israel como el pueblo de Yahvé. Pero el dudoso juicio
sobre Jehú indica que surgió pronto la duda de si acaso solamente con un cambio violento de
gobernantes podría vencerse un poder opresivo. En realidad, desde el 841, Jehú y sus
sucesores fueron hechos vasallos de los asirios y tuvieron que pagar el tributo.
Israel sólo pudo volver a extender su imperio y su comercio con Jeroboam II (787-746 a.C.). El
resultado fue nuevamente el esplendor para la corte y la clase alta, y la pobreza para la
población del campo. En este contexto, el profeta Amos, otra vez en estrecha cooperación con
los movimientos de campesinos, pronuncia su crítica radical a la injusticia y la idolatría no sólo
de los actos individuales de la gente en el poder, sino de todo el sistema. El profeta Oseas
también hace su primera aparición entonces; para ponerlo claro, ambos censuran sin ambages
el sistema monárquico del estado y la economía con sus funcionarios, jefes militares,
sacerdotes y comerciantes.
Por esta misma época, el reino de Judá al sur se desarrollaba en forma similar bajo la regencia
de los reyes Azarías (767-739 a.C.), Jotam (739-734) yAjaz (734-728). Fue un buen tiempo
para las clases altas porque se beneficiaban del comercio, los tributos y los ingresos del
Templo; y malos días para el pueblo campesino y los pobres de los centros urbanos. La mala
situación se empeoró cuando el reino del norte en el 745, y el reino del sur en el 733 fueron
sometidos a pagar tributo a Asiria. En el reino del sur, tal como en el norte habían hecho Amos
(hacia el 760 a.C.) y Oseas (entre el 750 y el 724), los profetas Isaías (entre el 739 y el 701) y
Miqueas (antes del 701) criticaron las estructuras y procesos sociales, y exigieron a la gente
alejarse de ese sistema de muerte y escoger la vida, lo que era lo mismo que volver al dios
Yahvé.
En vista de esta historia, surge una pregunta central: ¿Cuáles eran específicamente los objetos
de la crítica y el mensaje de cambio proféticos?
La crítica socioeconómica se orientaba al aumento de la propiedad de la tierra en gran
escala (Am 8:4; Is 5:8; Miq 2:9s.). Al respecto, Miqueas hace un llamamiento enfático a la
antigua ley israelita de la tierra: "un varón y su casa, un hombre y su heredad" (Miq. 2:2s.). Por
eso se ataca fuertemente el uso que hacen los ricos de la ley del crédito y la prenda (en
garantía), pues lleva a la gente a la pobreza y, más aún, a la pérdida de sus vidas y a la
esclavitud (por ejemplo, Am. 5:11 y 8:6; Is 3:14; Miq.2:2). Convierten todo en dinero, las sobras
de las espigas de trigo que se daban a los pobres: “Escuchad esto los que pisoteáis al pobre y
queréis suprimir a los humildes de la tierra, diciendo: ¿cuándo pasará el novilunio para poder
vender el grano, y el sábado para dar salida al trigo, achicando la medida y aumentando el
peso, falsificando balanzas de fraude, comprando por dinero a los débiles y al pobre por un par
de sandalias, para vender hasta las ahechachuras del grano?” (Am 8:4-6).
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La clase alta también dominaba y manipulaba la jurisdicción local y torcía las leyes que regían
a los pobres (Am 5:10,12; Is 5:20ss.). Esta violencia estructural les daba recursos para reunir
tesoros en sus palacios y su vida de lujos (cf. Am 3:1 y 6:lss.).
El criterio para la crítica era "la ley y la justicia" (mispat y sedaqah), "el justo equilibrio de los
intereses para el bien de todos; una comunidad fundada en la solidaridad, que garantiza sus
derechos básicos para todos los israelitas" -en otras palabras, los valores fundamentales del
orden del preestado y/o el antiestado. Aquí surgen unas preguntas importantes: ¿Cómo ven la
alternativa los profetas? ¿Deberían volver Israel y Judá a ser unas comunidades sin rey donde
todos son iguales y se apoyan mutuamente? ¿Deberían transformar todo el sistema en uno
constituido en una forma fundamentalmente diferente? ¿O puede "domarse" la monarquía,
puede reformarse de acuerdo con las exigencias de justicia de Yahvé? Isaías parece mirar en
esta última dirección (cf.Isl:26).
Tal sistema político de rey y funcionarios se impuso por la crítica de Oseas. Mientras Isaías
ya había atacado fuertemente la política de alianza militar del rey como una falta de fe en
Yahveh, Oseas vio la pelea por el poder del trono como una razón de describir todo el camino a
la monarquía desde Saúl, como un callejón sin salida que llegaba a su fin (Os 9:15;13:1ss). Los
profetas del reino del norte vieron el fin inminente de la monarquía, sin importar cómo
estimaran su reformabilidad.
El culto también participaba en la corrupción de todo el sistema social. Los sacerdotes
facilitaban sus instrucciones y los profetas sus oráculos sólo por dinero (Miq 3:1-12). Aunque
ante todo, el abundante festín en que se comprometía la clase alta era una fachada para cubrir
la injusticia y la opresión. Amos exigía ley, justicia y solidaridad en su lugar (Am 5:24). Amos y
Miqueas anunciaron la caída de los becerros reales de Betel y Jerusalem (Am 3:14; 9:1-4; Miq
3:12). En esas circunstancias, no sorprende que los sacerdotes y profetas de la corte y también
ciertos grupos de población los rechazaran a ambos. Los sacerdotes se negaron expresamente
a dejar que Amos hablara con Betel, diciendo estas palabras:"... este es el santuario real, el
templo nacional" (Am 7:13). Y Miqueas interpretó así la opinión de la gente sobre lo que un
profeta debe decir: "Si hubiera un hombre de inspiración que inventase esta mentira: 'les
profetizo vino y bebidas alcohólicas', sería el profeta para un pueblo como éste" (2:11). Lo cual
recuerda la religión del "sentirse bien" de una sociedad opulenta.
Los profetas dicen que todo esto -la división económica y social de la sociedad, la opresión
política, la toma de una postura militar imperial, el abuso ideológico de la religión- tiene su base
en el hecho de que la clase alta en particular, pero también la gente que guían por mal camino,
han abandonado a Yahvé (quien los eligió específicamente para que no fueran como otros
pueblos con su opresivo sistema cultual estatal): “Escuchad, hijos de Israel, esta palabra que
dice Yahvé contra vosotros, contra toda la familia que hice yo subir del país de Egipto:
Solamente a vosotros conocí de todas las familias de la tierra; por tanto es por todas vuestras
culpas que yo digo que os castigaré” (Am 3:ls.).
Por eso es que la conversión es el punto de vista decisivo de los profetas, la conversión a la
justicia, la ley y la solidaridad, que es lo mismo que convertirse a Yahvé (cf. Am 4:4ss; Is 2:27,
etc.). "¡Buscadme a mí y viviréis!" (Am 5:4) y "Buscad el bien, no el mal, para que viváis" (5:14)
son dos caras de la misma moneda. Es importante para este tema notar que “vivir” se presenta
una y otra vez como lo contrario general del sistema monárquico, que trae muerte y
destrucción.
Esta conversión puede darse en dos formas posibles: bien cambiando lo que existe por medio
de una reforma (domar), bien destruyéndolo y un comenzando de nuevo desde un
"remanente", un "último vestigio", que sobrevive a la destrucción (cf. por ej. Is 6:13; eso sería
una transformación fundamental). En Judá se intentaron ambas formas.
Cuando en el 722 a.C. el reino del norte fue destruido por Assur, muchos israelitas, incluidos
Oseas y sus seguidores, huyeron hacia Judá, al sur. Ahí comenzó una intensa discusión sobre
cómo podría evitar el mismo destino el reino del sur. La reforma del rey Ezequías (728-699
a.C.) fue una primera reacción. Es claro que incluía varias medidas para salvaguardar el culto
exclusivo a Yahvé; hasta qué punto también contenía reformas sociales, es asunto de debate.
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Por otro lado, hay un documento que data de entre el 722 y el tiempo del rey Josías (641 a.C.)
que expresa en forma clásica la unidad entre la adoración exclusiva a Yahvé y la justicia social:
los Diez Mandamientos, el Decálogo. Recuerda a los terratenientes libres la razón de su
libertad: Yahvé, quien les sacó de Egipto, la casa de la esclavitud. Para "preservar esta
libertad" pueden no servir a ningún otro dios (de las sociedades esclavizantes alrededor de
ellos) y hacer así que ninguna imagen de Dios sea manipulada por el poder humano. Por tanto,
deberían mantener el Sábado estrictamente libre de trabajo, practicar el cuidado de los
ancianos como solidaridad en la familia, y no privar con violencia, abierta u oculta, a sus
conciudadanos libres: de la vida, la ley y el sustento.
Pero el intento decisivo de una reforma se da en el tiempo del rey Josías (641-609 a.C.) y el
profeta Jeremías.
Para entender estos acontecimientos es importante recordar la estructura especial de la
monarquía en el reino del sur. David era un rey de ciudad por su conquista de Jerusalem, pero
al mismo tiempo, en seguimiento a Yahvé, era rey de Judá por un acuerdo legal con los
campesinos libres del país circundante. Este "pacto" entre Dios, el rey y el pueblo por un lado,
así como entre el rey y la gente por el otro, podía reactivarse en cualquier momento. Cuando el
rey Manases murió en el 642/1, su hijo Amón fue asesinado en un golpe de estado al poco
tiempo de asumir el poder. En vista de que el poder de Asur se desmoronaba, los campesinos
libres de Judá (‘am ha' ares) triunfaron en resistencia contra el golpe de estado, y proclamaron
rey a Josías, el hijo de Amón de ocho años de edad. Con eso se aseguraban al principio el
control político directo, sostenido por los funcionarios leales, los profetas y los sacerdotes de
los levitas. Los miembros de la clase alta y de la aristocracia sacerdotal que cooperaron con
Asur, por el interés de su propio poder, fueron expulsados de esta coalición.
Al movimiento de reforma se lo llama Deuteronómico porque los fundamentos de esta política
se formularon en un libro de leyes que se decía que procedía de Moisés, como otras leyes, y
que se había descubierto en el Templo. Parece contener la esencia del libro del Deuteronomio.
El libro enfatiza mucho dos cosas: la centralización del culto de la adoración al Yahvé
verdadero en el Templo de Jerusalem, y las leyes sociales y políticas radicales. El grupo que
está detrás del libro del Deuteronomio es evidentemente el Tribunal Supremo de Jerusalem,
compuesto de legos y sacerdotes, que se menciona aquí por primera vez y adopta una
posición de aparente independencia frente al rey. El Deuteronomio consiste fundamentalmente
en una definición constitucional de la "soberanía" relativa del pueblo libre, que une al ahora
adulto rey Josías (y por supuesto a todos los reyes que lo sucedan) con el pueblo, y a todos
con la acción liberadora y las justas intenciones de la ley de Dios. Esto último se preserva
institucionalmente mediante los sacerdotes y profetas, y se enseña y proclama según las
necesidades del momento.
El Deut. 17, 14-20 describe de modo impresionante el modelo de una monarquía domada y
sujeta al bien común por la ley: (1) Yahvé mismo debe escoger al rey entre el pueblo; (2) no
adquirirá gran poder militar (caballos) y por eso no hará a Israel como el sistema faraónico; (3).
no tomará a un gran número de esposas (y con ellas las religiones de los imperios de los
alrededores y las ciudades reino); (4) no adquirirá demasiado oro y plata; (5) se dejará guiar
por la enseñanza de los mandamientos de Dios, que los sacerdotes levitas preservan e
interpretan (la Tora); (6) no se alzará por sobre sus compañeros campesinos, es decir,
escuchará la voz del pueblo. 1 Samuel 16:13 dice: "Samuel... ungió a David en medio de sus
hermanos". En cambio, dice de Jehú:''... haz que se levante de entre sus compañeros" (2 Re
9:2).
Los sacerdotes (levitas) y los profetas vigilan el ejercicio del poder institucional (Deut 18). Los
profetas enfrentan al pueblo y al rey, como Moisés (18:18), y así rompen institucionalmente el
carácter absoluto de la antigua monarquía del cercano oriente. En Egipto, había producido el
principio de la "solidaridad vertical", del que las familias pobres obtenían cierta protección
incluso dentro de la sociedad de clases de la época. Pero el Deuteronomio trata de la
domesticación constitucional de la monarquía y -en la medida en que esto es posible en ese
marco-aseguraba legalmente la "solidaridad horizontal".
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Por el radicalismo de las leyes sociales del Deuteronomio, se sitúan ellas después del colapso
de la monarquía judía (587 a.C.) y se entiende como una constitución preliminar para el nuevo
comienzo, aunque contenía algunas leyes anteriores del Deuteronomio de Josías. Este
entendimiento significaba que el principal grupo del que trata sería "la gente pobre del campo"
(dal ha'am), el grupo inferior de la sociedad rural ('am ha'ares). Si se examina sistemáticameiite
este desacuerdo histórico sobre las fechas, se ve que no tiene gran importancia. En ambos
casos los grupos cruciales del Deuteronomio son movimientos sociales de la gente rural,
apoyados por los levitas, los profetas y -en el caso del preexilio- los representantes de la
oficialidad mentalizados hacia la reforma. El rey -mientras haya uno- está unido por la ley a la
voluntad de Dios y al pueblo. Como es imposible citar todas las regulaciones individuales, aquí
están unas pocas que son ejemplos particularmente importantes para estas cuestiones que nos
ocupan:
 La abolición del tributo al estado, el diezmo, tuvo una crucial importancia (Deut 14:22ss.).
Era claro que había traído pobreza, endeudamiento y esclavitud, por un lado, y adquisición
en gran escala de tierras y uso de esclavos, por otro lado. Ahora, el diezmo debía gastarse
primero por dos años en una peregrinación anual y una gran fiesta en el altar, y en
alimentar a los levitas sin tierra que vivían en los diversos asentamientos. Y cada tercer
año debía destinarse a los que no tenían tierra propia con la cual producir (las viudas, los
huérfanos, los extranjeros y levitas). Ese fue "el primer impuesto social conocido ". Es la
"ley tal como la dictan los terratenientes libres ", que no utilizan lo que han ahorrado en
impuestos para sí mismos, sino que contribuyen al bien común. Lo cual también conlleva:
 Un año de remisión cada siete años a quienes, a pesar de la estructura social de apoyo,
han contraído deudas (15:1-11); lo mismo sucedía con los reyes, como un acto de
clemencia, pero en este caso se lo saca del área de la decisión arbitraria y se lo convierte
en un derecho de los deudores;
 tras siete años de trabajo, los que estuvieran como esclavos deberían ser liberados al
séptimo año y hasta recibir algún capital de ayuda para empezar a sostenerse (15:12ss.);
 los pobres y débiles también deberían poder unirse a las fiestas del peregrinaje (16:11);
 prestar a "interés" se prohíbe entre los hebreos, los mismo que tomar en prenda a los
débiles (23:20; 24:17); y,
 las sobras de la cosecha deberían quedarse en los campos, para los hambrientos (24:19).
Todas estas leyes se vinculan con el recuerdo de haber sido hechos libres de Egipto (la casa
de la esclavitud) por Yahvé, y con la indicación de que Yahvé los bendecirá si cumplen sus
preceptos. Y así vemos la esencia del Deuteronomio: la singularidad y unidad del dios Yahvé, a
quien Israel debería unirse de todo corazón en el sentido del primer Mandamiento: “Escucha
Israel: Yahvé nuestro Dios es el único Yahvé. Amarás a Yahvé tu Dios con todo tu corazón, con
toda tu alma y con toda tu fuerza” (6:4s.).
El pueblo se obligó a sí mismo con todo esto por una Alianza (26:16ss.). Así entró Dios en el
lugar de los grandes reyes asirios, quienes hasta entonces habían decretado tratados de
vasallaje. Nuevamente, exponen los redactores cómo contrastan el dios Yahvé y su pueblo con
los sistemas de monarquía tributaria del antiguo Cercano Oriente. Cumplir con la Alianza y sus
Mandamientos es un asunto de vida o muerte para el pueblo (30:lss.).
En resumen, podemos decir que el Deuteronomio, con la ayuda de las antiguas tradiciones
sobre un pueblo libre (liberado), actualizadas por los profetas -Oseas y Jeremías en particulartuvo éxito en reformar el sistema monárquico fundamentalmente. La monarquía se vinculó
completamente con el sistema social de solidaridad y participación, y perdió sus instrumentos
de explotación económica y opresión política. Pero tendría que haberse abolido enteramente;
así la sociedad se habría transformado (sin un estado, como era antes del 1000 a.C.). Eso
habría sido el Nuevo Comienzo a partir del "remanente" o "el último vestigio" y se cumplirían las
profecías de los profetas de que el reino del sur también seria destruido.
De hecho, la ruina del reino del sur tuvo lugar poco después del periodo reformista de Josías,
después de que sus sucesores hubieran vuelto a estar en su mayoría al lado de la antigua élite
de poder. Los babilonios, herederos de Asur, destruyeron Jerusalem en el 586, y deportaron a
Babilonia a la clase gobernante; un grupo huyó a Egipto y se llevó a Jeremías. Solamente
dejaron a los "pobres de la tierra": eran el “remanente”.
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