Tarea No Presencial 4

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Tarea Presencial 4ª de CBDA. Tema 1
1. Importancia del ritmo vigilia-sueño en el contexto de los ritmos circadianos o
nictamerales. Perturbaciones del sueño (ver todo el documento)
2. Importancia ritmo vigilia-sueño a nivel comportamental
3. Fases del sueño: propiedades y funciones
4. Variaciones del ritmo vigilia-sueño según la edad. Interés en la organización
escolar
5. Niños matutinos y niños vespertinos.
6. ritmos vigilia-descanso
Ritmo circadiano vigilia-sueño
Uno de los ritmos más importantes en el niño, y que parece marcar el
establecimiento de otros ritmos biológicos, es el de la alternancia sueño-vigilia. Como es
bien conocido su correcta ritmicidad es esencial para el correcto funcionamiento del
individuo, de su estado de alerta o atención, de su rendimiento físico e intelectual, de su
comportamiento y, en general, de su cerebro. Aunque el ritmo vigilia-sueño puede variar
según los sujetos, las condiciones ambientales –temperatura, duración del período luzoscuridad, etc.-, el tipo de actividad que se realiza, etc., todos los individuos precisan
satisfacer esta necesidad, so pena de sufrir evidentes trastornos fisiológicos y conductuales.
El análisis de las variaciones de las ondas cerebrales en el electroencefalograma
muestra que en condiciones habituales el sueño de un adulto transcurre en 4-7 ciclos,
según los individuos, de alrededor de 90-120 minutos. Cada período comienza con una
etapa de adormecimiento o una etapa intermedia (sueño liminal), prosigue con un período
de sueño profundo (o lento) y luego una fase de sueño paradójico (o rápido).
A la fase del sueño profundo (75-80% de la duración de un ciclo) se la relaciona
con los procesos vinculados con la reparación de la fatiga corporal y la restauración de las
reservas energéticas. Durante esta fase la hipófisis aumenta la secreción de somatotropina,
responsable del crecimiento somático y necesaria como reparadora en la fatiga física.
A la fase del sueño paradójico, se la relaciona con actividades metabólicas
recuperadoras de la fatiga de tipo psíquico (esta fase aumenta en individuos sometidos a
tensiones o a intensa actividad intelectual). En esta fase también se dan procesos asociados
a la maduración del sistema nervioso (mayor en el niño que en adulto) y a los que
intervienen en la consolidación de la memoria. Además, durante esta fase son frecuentes
las secreciones de hormonas sexuales y la manifestaciones del comportamiento sexual.
Esta fase, que es importante para la construcción de la sexualidad y la afectividad, tiene
también un efecto positivo en la retención de las informaciones adquiridas durante el día y
permite el refuerzo de los aprendizajes (Cardinali y Jordá, 1994).
Las perturbaciones del sueño, como son la disminución de su duración o el reparto
inadecuado del mismo, pueden producir alteraciones del equilibrio fisiológico y
psicológico y desincronizar la actividad rítmica de los individuos. Estas perturbaciones
suelen ser frecuentes en niños pequeños que antes de ir a la guardería son despertados en
primer lugar en casa por su madre y después nuevamente en la guardería. Algo parecido
ocurre en los niños cuyas madres trabajan durante horarios de tarde-noche y dejan el hijo al
cuidado de otra mujer en una casa diferente. Para evitar estas situaciones, parece necesario
atenuar la influencia de los hábitos y ritmos de trabajo de los padres y programar el horario
escolar teniendo en cuenta las diferencias interindividuales (Testu, 1992).
A nivel ontogenético, el ciclo sueño-vigilia se podría esquematizar de la siguiente
manera:
Durante las primeras semanas de vida el ritmo es ultradiano. A medida que avanza
la edad el período de sueño disminuye y aumenta el de vigilia. La disminución de aquél se
produce de manera progresiva, primero en detrimento del sueño de la mañana y después en
detrimento de la siesta. Parece ser que la desaparición de la siesta entre los 4-6 años
constituye uno de los períodos extremadamente críticos en la reorganización o en la
armonización de los diferentes ritmos biológicos circadianos. Ahora el niño debe
permanecer despierto unas 11-13 horas seguidas. Montagner (1983) insiste en la dificultad
de este paso y señala que si se da a los niños de 6-10 años la posibilidad de dormir la siesta
el 80% lo hace; lo mismo haría el 90% en la clase de 2-5 años y el 40% en la clase de 1114 años. De todas formas, como indica Testu (1992), a pesar de ciertos a priori que se
refieren a las poblaciones de países cálidos, se considera que el comportamiento de dormir
la siesta acaba entre los 4 y los 6 años. Sin embargo, existe una gran variabilidad entre
niños en su deseo o desinterés de dormir la siesta. Koch et al. (1984), en un estudio
realizado con niños de edad comprendida entre los dos años y medio y los cuatro años y
medio, muestran que la disminución progresiva del sueño nocturno se realiza de forma
desigual de un niño a otro. Sugieren la posibilidad de repartir los niños de la clase de
párvulos, de edades entre los 41 y 43 meses (3 años y medio), en cuatro categorías: los
grandes dormilones nocturnos, los pequeños dormilones nocturnos, los grandes dormilones
de siesta y los pequeños dormilones de siesta. Los valores extremos de esta clasificación
ilustran las grandes diferencias individuales que existen en relación con este
comportamiento. Los autores señalan además la existencia de una correlación negativa
significativa entre la duración del sueño nocturno y la duración de la siesta y viceversa
(con relación al sueño siguiente).
También existen grandes diferencias interindividuales en la duración total del
sueño diario: pasa de (valores medios) 619 minutos (10.3 horas) para los niños de 10-11
años, a 494 minutos (8.2 horas) para jóvenes de 17-19 años. Para los niños de 3 a 4 años,
varía de más de 780 minutos a 600 minutos (13 – 10 horas) (Montagner, 1983).
Un factor suplementario de diferenciación lo constituye la hora de levantarse y la
de acostarse. Se pueden distinguir niños matutinos y niños vespertinos. Los primeros están
totalmente despejados por la mañana; los segundos especialmente por la tarde. Estos
últimos pueden mostrar bajos rendimientos escolares durante las primeras horas de la
mañana.
Testu, en una conferencia pronunciada en 1996, dentro del programa
D’Aménagement des Rythmes de Vie de l’Enfant et du Jeune, señala la necesidad de
recordar a los padres la importancia del sueño en los escolares. El sueño es necesario para
un desarrollo adecuado de las capacidades físicas y psicológicas de los individuos. Su
privación o alteración comporta un efecto psicopatológico debido a que provoca estados de
excitación, angustia, confusión, etc. El medio educativo familiar y también el escolar debe
promover el respeto al ritmo endógeno sueño-vigilia de trascendental importancia para un
desarrollo evolutivo armónico y óptimo del sujeto, así como para evitar cuadros
patológicos posteriores (Pérez Alonso-Geta, 1989).
Las variaciones cíclicas que se producen durante el sueño se reflejan también
durante el período de vigilia. Aproximadamente cada 90-120 minutos horas se produce un
descenso del nivel de vigilancia que propicia el desarrollo de comportamientos como el
bostezo orientados a recuperar al sujeto del estado de ensoñación. Esta bajada del estado de
atención sostenida se manifiesta especialmente después del mediodía, por lo que la siesta
no sería más que la expresión de una necesidad que los condicionantes socioculturales entre otros- favorecen o no. Parece ser que la tendencia a dormir la siesta no guarda
relación– dentro de unos ciertos límites- con los efectos derivados de la comida, sino con
la expresión de un ritmo ultradiano filogenéticamente arraigado (Asensio, 1993).
Carskadon y Roth (1991), mostraron que la somnolencia también supone un problema en
las escuelas. Un estudio encontró que el 87% de los estudiantes universitarios tenían serias
dificultades para mantenerse despiertos en las clases en horario de tarde y que el 60%
informaba haberse dormido en ellas.
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