Maiceros Álex Covarrubias Valdenebro* El tema del encarecimiento del maíz, “tortipacto” incluido, ha generado ya los dos ribetes de expresión que comúnmente adoptan los grandes problemas nacionales. De un lado aparece la parte mordiente de la realidad mexicana que hace que cada desgracia por vivir caiga en blandito, donde duele más, donde la herida supura bilis negra sin parar. Es el lado que corresponde a los desgraciados, los que menos tienen, los más pobres de esta tierra, en suma. Del otro lado vienen las mexicanas interpretaciones de lo que acontece, muy de seguido peleadas con la razón. Tintas en bilis amarilla, que es la del cólera que clama venganza arrojando espuma. O pide lavar las afrentas con la sangre que corre, que para el caso es lo mismo. El lado mordiente se hace evidente solito. No necesita de la ayuda de nadie. Un estudio de la Cámara de Diputados documenta: Con el aumento al precio de la tortilla los hogares más pobres tendrán que asignar 10% de su ingreso a su compra–contra 7% que venían asignando. Ello significa que aumentarán su gasto mensual de 65.4 a 92.6 pesos para adquirir las preciadas tortillas. Es una barbaridad de gasto para trabajadores desempleados, subempleados u ocupados en labores que no les reportan más de 1,000 por mes. Estamos hablando de unos 6 millones de hogares o 30 millones de compatriotas que viven codeándose con los flagelos de la pobreza extrema y para quienes la tortilla en la mesa es un alimento imprescindible. Del lado de las interpretaciones las evidencias desaparecen, a pesar de que todos dicen tenerlas. En la práctica toman su lugar los humores. Que en estricto son los de los intérpretes. Una interpretación humorosa y que humorosamente siempre sale a relucir cuando se tratan problemas de esta especie es la que habla de la soberanía nacional. No es de gratis. Está incorporada en la historia nacional desde la época de la Colonia y fue integrada en el léxico priista para hablar de los intereses colectivos cuando en realidad se querían camuflar (hablando cantinflescamente) los intereses particulares de las pandillas en el Gobierno. Así, hoy con la crisis del maíz y la determinación del Gobierno federal de aumentar las cuotas de importación para buscar paliarla, se dice que la soberanía alimentaria está en riesgo. Por supuesto nunca se define que es eso que hemos de entender por la tal soberanía ni por semejante atentado. Pero uno puede suponer que por soberanía se entiende hacer que produzcamos dentro del territorio lo que consumimos y el terrorismo empieza ahí donde compramos en el exterior. No importa que la tal soberanía se haya practicado abundantemente durante las largas décadas de priismo vergonzoso y que sus resultados hayan sido desastrosos. Esto es, descapitalizar el campo, sustentar una agricultura onerosa y rapaz, propiciar la escasez y el aumento de la canasta básica como ahora ocurre, y propiciar el enquistamiento de caciques regionales apoyados en hordas de matones y masas campesinas tan pobres como embrutecidas. Listas a ser movilizadas a cambio de favores clientelares, como subsidios y dineros mal habidos. Las masas y los matones. Por otra parte, si la soberanía se sustenta en la producción nacional como se dice, hace rato que la perdimos. En materia de comestibles y alimentos diversos –de carnes a granos, de semillas a leche-, más de la mitad de lo que consumimos es importado. Lo mismo pasa en vestido de las familias y menaje del hogar. Ni que decir por cuanto a consumo cultural, donde es extensivo el consumo de bienes extranjeros –piénsese en el cine, por ejemplo. En materia de bienes de consumo intermedio –insumos principalmente-, el grueso es importado. Incluyendo buena parte de los energéticos. Y en materia de bienes de capital y equipos para la industria, prácticamente todo es importado. ¿Qué debiéramos hacer en todos estos casos? ¿Oponernos a importar estos artículos a manera de defender-recuperar la tan sobada soberanía? El hecho de que gran parte de lo que consumimos proviene del exterior, más que un asunto de soberanía refleja una realidad simple de mercado. La realidad de que los productores y empresarios domésticos desplazados por los artículos externos son ineficientes, careros y especuladores. Amén de arrastrar consigo un medrar criminal en torno a los recursos del Gobierno. ¿Por qué hemos de defender está economía y este tipo de agentes económicos? ¿Por amor al pasado? ¿Por el bien de un chovinismo de flecos priístas cuya virtud fue y sigue siendo vender ficciones, mientras el País se atrasa en todos los órdenes de su trayectoria vital? Estas semanas hemos seguido como los cineastas mexicanos Alejandro González Iñárritu, Alfonso Cuarón y Guillermo del Toro están triunfado ampliamente en el extranjero con sus creaciones Babel, Hijos de los Hombres y el Laberinto del Fauno. Su creación es tan buena que el primero es un serio candidato al Óscar. El tema es que todos ellos debieron salir del País para desarrollar su talento; huyendo de los espacios cerrados y de las instancias nacionalistas manipuladas de inspiración priísta. Lo hicieron al igual que otros que antes desbrozaron el mismo camino para poder triunfar: Del doctor Mario Molina al escritor Carlos Fuentes; de la actriz Salma Hayeck al basquetbolista Eduardo Nájera, etcétera. Éste es un tópico digno de mejor atención. Pero respecto a la sustancia que nos ocupa a propósito de los patriotismos maiceros ¿qué haremos respecto a estos cineastas y sus productos culturales? ¿Debemos también llamar a vetarlos porque sus películas “extranjeras” lesionan la soberanía nacional? ¿Será mejor quedarnos con los rambos tercermundistas y la cultura maicera que tan bien representan los hermanos Almada en su cine de vaqueros alocados y judiciales narcos?