En primer lugar, casi todo lo que voy a decir ya ha sido dicho de una u otra manera por otrxs comentaristas, incluido el ponente, lo cual me ha hecho dudar sobre si intervenir o no. Pero al final he decidido que las explicaciones que daré aportan otro punto de vista, de quienes desde Catalunya participamos en política sin estar adscritxs a esas instituciones que monopolizan la vida política del país (y entiéndase este último término con la amplitud que se quiera). Así, comenzaré por decir que el derecho a decidir, contrariamente a lo que expone Miquel Iceta, existe. Cosa bien diferente es que sea reconocido como tal o que todo el mundo tenga la misma concepción sobre el mismo. De hecho, en cierta manera, el derecho a decidir sería coincidente con la soberanía popular. Es soberanx quien da las leyes sin recibirlas de otrx, y la Constitución española reconoce que la soberanía nacional reside en el Pueblo español. Otra cosa es, que en la práctica el sistema representativo que rige en España, haga que dicha soberanía sea usurpada por lxs políticx profesionales, como demuestra el hecho de que el PP gobierne con un programa diferente a aquél con que se presentó a las elecciones, o la propia modificación de la Constitución en su artículo 135 sin tener en la más mínima consideración dicha soberanía popular. Por tanto si quien decide las leyes es el soberano, y si la soberanía, aunque sea nominalmente, reside en el conjunto del pueblo español, el derecho a decidir es un derecho de todo el pueblo español. Naturalmente, esta concepción abarca, como ha dicho Martiño Noriega (y han apuntado otrxs) el derecho a decidirlo todo, y no únicamente sobre la cuestión nacional Ahora bien, ¿todas las decisiones deben ser tomadas por el conjunto del pueblo español? Quienes defienden la unidad de España, así lo interpretan, aunque dicha interpretación contradiga el funcionamiento real de la sociedad. Dicha interpretación se fundamenta en la mención constitucional de la “indisoluble unidad de la Patria” que, como bien ha explicado el profesor Navarro en su ponencia, es fruto de la Transición como herencia del franquismo de “una, grande y libre”. Lo que nos lleva a cuestionar dos cosas: la primera la legitimidad de la actual Constitución y la segunda la concepción centralista de soberanía nacional en contraposición a la realidad y al derecho a decidir que muchxs demandamos. En cuanto al primer punto, cabe recordar que la Constitución vigente, contrariamente a lo que suelen esgrimir los dos grandes partidos patrios, no ha sido refrendada por la mayoría del pueblo español. La Constitución FUE refrendada en su día por la mayoría del pueblo español, pero en la actualidad tiene el refrendo de únicamente el 21,46 % de lxs españolxs (datos de julio de 2013), y únicamente un 36,39 % de lxs españoles vivxs con derecho a voto tuvieron la oportunidad de elegir si refrendarla o no. Como vemos, existe una amplia mayoría que, simplemente no ha podido decidir si acepta o no dicha Constitución, le viene impuesta y punto. Este enorme déficit de legitimidad es lo que lleva a plantear un nuevo proceso constituyente, y aquí entramos en la doble vertiente español-catalán que se trata en el segundo aspecto citado. Como hemos dicho la soberanía, o el derecho a decidir, pertenece a todo el colectivo, pero la sociedad, incluso el sistema institucional, no está organizada de manera que todo el mundo decide todo, sería absurdo que el Gobierno desde Madrid tuviera que decidir si se instala un columpio nuevo en el parque de mi barrio. Dicha soberanía, como no puede ser de otro modo, se organiza por niveles de inmediatez o proximidad, es decir que las diversas instituciones del poder se organizan en función de la proximidad o inmediatez al problema sobre el cual se decide: Desde la propia Administración, el poder judicial, etc, hasta federaciones deportivas y otros organismos. Es decir no todo el mundo decide (a través de sus representantes, concepto que ya es más que cuestionable) sobre todo, sino sobre lo que le afecta directamente. Es por ello que cuando se alega que constitucionalmente, ya sin entrar en cuestiones de legitimidad de la Constitución, que en cualquier caso, si se convocase un referéndum sobre autodeterminación, debería ser el conjunto del pueblo español (o incluso sus representantes) quienes decidan sobre tal cuestión, se está atacando el principio básico de organización social, el de la inmediatez y proximidad. En efecto, si al final se traduce todo el problema de la cuestión nacional a una decisión sobre como quieren ejercer su soberanía lxs habitantes de una determinada porción de territorio, la cuestión afecta en términos sociales únicamente a lxs habitantes de dicho territorio. En términos económicos y políticos, si que existe afectación sobre el resto del territorio, pero ello precisamente nace de esa Constitución centralista nacida bajo los auspicios del franquismo. Es decir, de una constitución que no está legitimada por el conjunto de la sociedad, ni siquiera por aquellxs que, según los detractores del proceso soberanista, también tienen derecho a decidir sobre una cuestión que no les afectaría directamente bajo otro marco legal. Es una obviedad decir que las leyes están para servir a la sociedad, y no la sociedad a las leyes, pero algo tan obvio parece que, en un sistema partitocrático “representativo” como el nuestro, se olvida con excesiva frecuencia. Para finalizar, la cuestión de la visión de la independencia desde el punto de vista de la izquierda. El comentarista Juan Antonio Postigo Martín ya ha explicado muy acertadamente desde mi punto de vista como debemos entender el internacionalismo desde la izquierda, y sus palabras vienen avaladas no sólo por las palabras de Marx, sino por los propios hechos historicos: Muchas de las luchas por la emancipación del ser humano, comenzaron como cuestiones identitarias en el proceso descolonizador. Creo que nadie desde la izquierda, dejaría de apoyar la independencia de Chiapas respecto al Estado Mexicano, no tanto en cuanto a la defensa de la identidad de los pueblos indígenas de la zona, también sometidos a genocidio cultural, como en la defensa de un proceso realmente transformador cuya supervivencia es más fácil fuera de las hegemonías institucionales y de mercado. Internacionalismo no significa, para nada, homogeneización cultural, de la misma manera que diversidad cultural no significa nacionalismo. En un sistema capitalista globalizado (“libre” mercado), con instituciones supranacionales fuera del control “democrático”, no tiene sentido hablar de nacionalismo en clave económica, aunque siempre existirá la minoría del “Madrid ens roba”. Pero la lucha por la supervivencia cultural de un pueblo puede llevarse de manera paralela a la lucha por la justicia social, y es tan legítima como ésta última. En Catalunya existen en la actualidad 3 grandes movimientos sociales que abordan ambas cuestiones de manera diferente: El Frente Cívico, el Procès Constituient y la Assemblea Nacional de Catalunya. Mientras que la primera centra su lucha casi en exclusiva en las reivindicaciones sociales y la última centra sus reivindicaciones en clave nacional, el Procès Constituient entiende el proceso independentista también en clave social. Entiende que la independencia de Catalunya tiene como objetivo la instauración de un Estado Social real, y no sólo nominal como tenemos actualmente, y que la implantación de dicho Estado social es más fácil de conseguir, como deja apuntado Dolors Comas, dentro de un proceso netamente rupturista que ya cuestiona de por sí la legitimidad constitucional (e institucional): El derecho a decidirlo todo nuevamente de que ya se ha hablado. No soy independentista, mucho menos nacionalista, y sin embargo apoyo con firmeza el proceso independentista por la oportunidad que significa. Sólo hecho en falta el poder votar NO/SI, la opción que realmente nos representa a muchxs y que desde los partidos institucionales, ni siquiera se han planteado que pueda ser una opción válida. Lo cual nos lleva otra vez al principio: ¿Es soberano el pueblo, cuando ni siquiera se le permite decidir sobre la forma que debe tomar su soberanía?