La predecible vigencia del peronismo K

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Publicado en Reseñas y debates Nº 68, Instituto de Altos Estudios Juan Perón, septiembre de 2011.
LA PREDECIBLE VIGENCIA DEL PERONISMO K
por Hugo Chumbita
Cristina y el kirchnerismo se enfrentan en las elecciones de 2011 con dos o tres
variantes opositoras que provienen del mismo tronco peronista. ¿Cuántos peronismos hay?
¿Cuáles son los verdaderos peronistas? ¿Es posible la unidad del movimiento? ¿Qué vigencia
tiene una doctrina que fundó Perón hace 66 años? Aunque el futuro nunca está cerrado a lo
inesperado y lo impensable, algunas enseñanzas del camino recorrido pueden ayudar a ver con
mayor claridad las alternativas del presente.
El peronismo emergió como un movimiento transformador, revolucionario en sus
alcances, respondiendo a una coyuntura en la que la crisis y la guerra mundial habían agotado
al imperialismo británico y el crecimiento industrial forjaba una nueva clase obrera, a favor de
lo cual Perón emprendió el proyecto de independencia económica, industrialización y
redistribución social. La falta de un partido orgánico fue suplida por la organización sindical, la
inconsistencia de la burguesía nacional fue compensada con el apoyo del ejército, y el
verticalismo impuesto por el líder permitió amalgamar las heterogéneas vertientes políticas
del movimiento.
Siempre hubo líneas internas, derivadas del origen social y partidario de los cuadros, y
de las inevitables diferencias entre los que Perón llamaba “apresurados” y “retardatarios”:
desde las disputas en la CGT y la pugna entre laboristas y políticos, hasta las discordias en la
debacle de 1955, que se prolongaron de manera más evidente en la época de la proscripción y
resistencia, con la “línea dura” opuesta a los negociadores y los neoperonistas, así como en el
plano gremial divergían los sectores combativos y los integracionistas o participacionistas.
Las contradicciones adquirieron mayor dramatismo bajo la recurrente dictadura
militar, en el contexto de la insurgencia tercermundista y la exacerbación de la “guerra fría”,
cuando se produjo el choque violento de los grupos armados de la tendencia revolucionaria
con los dirigentes de la “ortodoxia” sindical. Aquellos hechos traumáticos perturbaron el
promisorio comienzo del tercer gobierno peronista y provocaron una trágica división, en la que
Perón tomó partido para terminar con el desafío de la izquierda montonera que cuestionaba
su liderazgo. Pero ese vuelco implicaba el corrimiento del poder hacia un sector reaccionario
que, al sobrevenir la muerte de Perón, arrastró al gobierno a la claudicación y el fracaso, pese
a los tardíos intentos de rectificación.
El brutal terrorismo del Proceso y la involución económica y social que soportó el país,
con la desindustrialización y el debilitamiento de la clase obrera, no disgregaron al peronismo,
que revivió unido al iniciarse por fin otra etapa de inédita regularidad institucional, donde era
posible luchar por los cambios por medios democráticos. Ante la ardua cuestión de sustituir la
conducción carismática de Perón, y según la línea que él marcó en su última presidencia, era
necesario abandonar los prejuicios contra “la partidocracia”, para defender y afianzar el
sistema político constitucional. La histórica derrota electoral de 1983 arrojaba una lección. La
Renovación logró desplazar a la desprestigiada burocracia sindical e imprimió un giro
democratizador al Partido Justicialista, revalorado ahora como fuente de legitimación de su
dirigencia. Claro que esa experiencia tenía su paradoja: Menem salió de entre los renovadores
para ganar la interna partidaria con el sostén de los desplazados.
Pese al alivio que significaba el reflujo de las dictaduras, los países sudamericanos
atravesaron una fase de estancamiento mientras se caía el mundo comunista, y el embate de
la creciente ola neoliberal los arrolló. El aparato político y gremial del peronismo cedió ante el
establishment, y la costosa aventura menemista, a cambio de una mezquina “modernización”,
llevó al extremo la entrega de los bienes, empresas y resortes que aún quedaban en pie del
Estado justicialista, agravando la destrucción del aparato productivo y la marginalidad social.
Un sector militante minoritario impugnó ese escándalo, apartándose para formar la alianza
opositora con los radicales, que al final derrapó hacia la misma política y la quiebra del
modelo. La contundencia de la reacción popular de diciembre de 2001 fue proporcional a la
tremenda decepción que caló en todos los ámbitos de la sociedad frente a la incapacidad y la
venalidad que mostraba la clase política.
Fue en esa dura prueba que el peronismo iba a recuperar cierta credibilidad, al lograr
una trabajosa recuperación del sistema económico y también del sistema político devastado
por la crisis. Allí surgieron inesperadamente Néstor y Cristina Kirchner, provenientes de la
generación setentista, atreviéndose a contrariar los dictados de la City, del Fondo Monetario,
de las multinacionales, del conglomerado agroexportador y del poder multimediático, para
suprimir la represión de la protesta social, poner en su lugar a los militares, impulsar la causa
de los derechos humanos y el enjuiciamiento de los crímenes de lesa humanidad, rescatar las
funciones reguladoras del Estado y plantear la reindustrialización, tratar de redistribuir el
ingreso a través de las políticas sociales y avanzar en la integración y la solidaridad con los
movimientos populares sudamericanos.
Por supuesto, es difícil revertir los peores efectos de la entrega neoliberal de los años
90: no se ha frenado la extranjerización de la minería y otros recursos y sectores económicos
estratégicos, no se ha recuperado la empresa petrolera estatal, no se ha detenido la sojización
del campo ni se han eliminado la pobreza, la marginalidad y las redes del narcotráfico; son
tareas que quizás requieran un esfuerzo de años.
¿Qué es lo que se debate hoy? La oposición por derecha plantea retrogradar los
avances sobre la esfera del poder económico e insiste en ajustar las finanzas estatales, con un
discurso neoliberal apenas matizado, que no puede engañar a quienes tienen presente las
experiencias anteriores al 2001. La oposición por izquierda juzga insuficientes los logros
alcanzados a partir de 2003, pero por ahora no puede convencer de que sus pequeñas
agrupaciones sean capaces de hacer más.
A diferencia del comportamiento de partidos más orgánicos (como la UCR, e incluso un
Frente como el uruguayo), los intentos transversales o frentistas del kirchnerismo buscaron
construir una nueva base para sus políticas, dada la dudosa fidelidad que podía esperarse del
peronismo posmenemista. Y aunque mantuvo el control del PJ, ello motivó la aparición de
partidos adversarios como el peronismo federal, puntano o bonaerense. Pero éstos, más allá
de la apelación a los símbolos tradicionales del movimiento, no se distinguen en sus críticas del
discurso neoliberal ni formulan una propuesta congruente con el programa histórico del
peronismo. En esta puja la unidad peronista no parece viable, ni que las fracciones puedan
confluir con el oficialismo ni arrebatarle los emblemas del movimiento.
El cuadro de situación, y sobre todo la crispación en la opinión pública que suscita todo
proceso de transformaciones, tienen semejanzas con la época del primer peronismo, aunque
en un contexto diferente. En 1945, cuando el mundo se dividía en capitalismo y comunismo,
Perón concibió la “tercera posición” como un camino intermedio hacia la realización del
proyecto nacional: una economía dirigida que “humanizara el capital” para asegurar el
bienestar popular. Después de una época de revoluciones que empujaron los experimentos
socialistas, las utopías cayeron, y hoy los países se entrelazan en el complejo sistema global de
los mercados capitalistas, donde el progreso social depende de la regulación estatal para
prevenir los efectos perversos del capital y las finanzas especulativas. Los movimientos
populares pueden tomar el poder por la vía electoral y sostener un sistema político que sea
capaz de sobreponerse a los intereses del poder económico concentrado, para orientar la
evolución en el sentido de lo que se llama “desarrollo humano”. Esta es todavía la actualidad
de las proposiciones doctrinarias que encarnó el peronismo hace dos tercios de siglo, y esto es
lo que va a votar la mayoría el próximo octubre.
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