Palabras de apertura Tercer Congreso Iberoamericano de

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Tercer Congreso Iberoamericano de Libreros
Buenos Aires, Argentina, 18 de abril de 2009
Palabras de apertura
Richard Uribe Schroeder
Subdirector de Libro y Desarrollo
Cerlalc - Unesco
Señor Mauricio Macri, jefe de gobierno de la ciudad autónoma de Buenos Aires;
Señora Carolina Biquard, directora de Industrias Culturales, Secretaría de Cultura de
la Nación;
Señor Horacio García, Presidente de la Fundación el libro;
Señores presidentes de las asociaciones de libreros y Cámaras del libro de Iberoamérica
presentes;
Apreciados libreros de Iberoamérica:
Hace cuatro años, reflexionando desde el Cerlalc-Unesco sobre proyectos que
permitieran valorizar la actividad librera en Latinoamérica, nos pusimos el reto de
convocar a los libreros de la región lusitano e hispanoparlante a reunirse y pensar en
conjunto y de manera más asociativa sobre su entorno y su futuro. En abril de 2007, año
en que Bogotá fue capital mundial del libro, 183 libreros de 17 países atendieron a
nuestra invitación al Primer Congreso Iberoamericano de Libreros. En 2008, 100
libreros de 13 países se reunieron de nuevo en Bogotá en la segunda edición del
congreso y ahora, en 2009, la Fundación del Libro recibe como organizador a más de
150 libreros de 15 países. Agradezco a esta entidad su decidido compromiso con los
libreros al asumir este congreso, integrando un cualificado y amplio grupo de
conferencistas y panelistas, y dándoles un lugar preponderante en la programación
profesional de la feria de Buenos Aires de este año.
Desearía el día de hoy, en primera instancia, parafrasear al expresidente de la República
de Colombia, Belisario Betancur, quien cerró con las siguientes palabras la bienvenida
al primer congreso: “Hemos sido, somos, y seremos gentes del libro, en el cual
encontramos la plenitud del ser humano, su perfecta completud”.
En 2007, el primer congreso presenció la creación de la Asociación Colombiana de
Libreros Independientes (Acli) y el fortalecimiento de los comités de libreros en las
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cámaras del libro de varios países, como la Asociación de Libreros Mexicanos (Almac)
de México y el naciente Instituto para el Desarrollo Profesional para Libreros (Indeli).
Se apoyó con vehemencia el proyecto de ley para la lectura y el libro, que introducía el
precio único para México, el cual fue vetado por el presidente Fox después de su
aprobación unánime por el congreso de los Estados Unidos de México, pero que hoy ha
sido convertido en ley desde el 30 de abril del 2008. Su reglamento será próximamente
emitido por la Secretaría Nacional de Educación Pública. En 2007, también
vislumbramos los cambios tecnológicos que se asomaban en el panorama librero y que
hoy ya hacen ya parte de nuestro presente.
No voy a leer las declaratorias de los dos congresos, que están publicadas en las
memorias que se distribuyen en este encuentro, pero sí deseo subrayar cuatro de sus
parágrafos con los resultados obtenidos:
1. “La librería garantiza la vigencia y circulación de culturas diversas,
variadas y plurales” (cierro comillas). Éste fue un argumento básico para la
adopción en México del precio fijo o único en la esfera de la política pública,
que con excepción de Argentina no existía en ningún país de la región. A veces
escucho con sorpresa que la ley de defensa de la actividad librera en Argentina
no ha sido determinante para la sostenibilidad de la red de librerías, la más
extendida y fuerte de Latinoamérica. Vale la pena recordar que sus efectos
benéficos han permitido concentrar la energía de las librerías en otros problemas
fuera de la falta de regulación que otorga a las grandes superficies o
hipersupermercados la posibilidad de fijar menores precios sin que sus
rentabilidades se vean afectadas. Sobra decir que esta situación deteriora la
actividad librera e impulsa a su vez la venta de los llamados bestsellers, en
detrimento de la difusión del resto del catálogo de las editoriales, que sólo es
atendido con interés real por las librerías.
La ley de precio fijo o único de México, aunada a la ley portuguesa y a la
recientemente refrendada ley española, nos ha permitido introducir el debate
respectivo a esta política en los países que aún no la tienen. Nuestra
argumentación a favor de este debate se fortalece al ver cómo países como
Suiza, tras advertir la manera en que la crisis financiera golpea la vida cotidiana
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de sus ciudadanos, contempla ahora la posibilidad de introducir la ley de precio
fijo, tal como lo hicieron Alemania y otros países europeos, después de que
Francia estableciera la Ley Lang.
2. “La librería –espacio de cultura– es también sitio de intercambio, factor de
enriquecimiento de la comunidad y espacio público que ha de ser
promovido y defendido por todos los actores de la vida pública.” ¿Cómo
hacer de las librerías espacios culturales que reciban apoyos y presupuestos
públicos si ellas no ejercen un papel preponderante en la gestión cultural de sus
comunidades? Marta Borcha, tras un recorrido por varias ciudades de España,
documentó aquellas librerías que han perdurado en el tiempo. “Los nuevos
modelos de la actividad y el negocio librero –escribe en su artículo publicado
por la revista Delibros– reflejan la capacidad de adaptación al medio y a la
situación, (…) logran que los ciudadanos se acerquen a ellas con todo tipo de
iniciativas”. Borcha llama a las librerías a la movilidad: describe librerías que
abren hasta medianoche, que invitan a los autores a dar conferencias en eventos
que luego se traducen en mayor cantidad de circulación de sus inventarios, que
exhiben sus libros de manera creativa, que acompañan sus ofertas de libros con
café o vino, que entregan premios a los libros de autores locales más vendidos,
que acogen a la comunidad de emigrantes, que son puntos de partida para viajes
de montañismo, que exhiben las experiencias de los montañistas a su regreso,
que ofrecen cursos de literatura, cocina, ajedrez, etc. Esto favorece la percepción
real de su contribución al fomento de la lectura, responsabilidad y tarea principal
de los Estados, que ven en ello acciones que sabrán valorar.
3. “Se debe persuadir a los establecimientos gubernamentales para el
desarrollo de políticas públicas que garanticen la bibliodiversidad”.
Como lo plantee en el programa técnico 2009 del CERLALC Argentina,
Bolivia, Brasil, Chile, Cuba, Ecuador, España, Guatemala, México, Panamá,
Paraguay, Perú, Portugal y Uruguay ya han depositado sus respectivos
instrumentos de ratificación, aceptación, aprobación o adhesión a la Convención
sobre la protección y la promoción de las expresiones culturales de la Unesco.
Ésta entró en vigor en 2007 para los Estados u organizaciones de integración
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económica regional que depositaran sus respectivos instrumentos, y reafirma el
derecho de los Estados a promover políticas que fomenten la protección e
impulso de las expresiones culturales y creen condiciones “para que las culturas
puedan prosperar y mantener interacciones libremente de forma mutuamente
provechosa”. Así mismo, subraya la importancia de los derechos de propiedad
intelectual y “la libertad de pensamiento, expresión e información, así como la
diversidad de los medios de comunicación social, [que] posibilitan el
crecimiento de las expresiones culturales en las sociedades”.
Los acuerdos para la libre circulación de los bienes culturales, como el de
Florencia, y las leyes del libro, han facilitado la libre importación y los estímulos
a la producción local además de permitir que en varios países aumente la oferta
en los mercados locales, contribuyendo así con el diálogo intercultural de los
países de la región. No obstante, el comercio de libros en Iberoamérica presenta
grandes desequilibrios. Si bien la exoneración de tasas arancelarias y las ferias
profesionales del libro han facilitado el comercio, impulsando así nuevos
negocios y fomentando la difusión de obras y autores, es necesario implementar
otras estrategias para aumentar la circulación. A su vez, tales estrategias deben
garantizar, donde se hablen las lenguas hispano-lusitanas, el acceso de un mayor
número de lectores a la diversidad de la oferta editorial regional.
La Carta Cultural Iberoamericana, firmada en 2006 en Montevideo,
expresa en su principio de apertura y de equidad que es necesario “facilitar la
cooperación para la circulación y los intercambios en materia cultural con
reciprocidad y equidad en el seno del espacio cultural iberoamericano”. La
circulación y la bibliodiversidad están profundamente ligadas, lo cual debe
reflejarse en las políticas públicas que se impulsen e implementen. En palabras
de la Dirección de Industrias Culturales de la Unesco, “a la exigencia de la libre
circulación, que no supone un problema en sí, se añade la exigencia de la
diversidad. La penetrabilidad de las fronteras debe coexistir con una necesidad
de soberanía donde los contornos quedan por definir; es también la
responsabilidad de los países velar para que la diversidad cultural y lingüística
dentro de sus fronteras quede reflejada en los productos que se derivan de su
industria cultural”.
El Cerlalc procurará que la bibliodiversidad sea fomentada en la práctica a
través de medidas efectivas para la circulación dictadas por políticas que
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atiendan integralmente el fomento del libro, la promoción de la lectura y el
fortalecimiento de las bibliotecas. Tales políticas deben entender que la
manifestación de la bibliodiversidad no se da efectivamente en la producción sin
que esté atada a la circulación. Por tal razón, este proyecto propiciará políticas
públicas que respalden modelos operativos de compras públicas para dotación
de bibliotecas y de apoyos a las librerías que se integren al programa de
adquisiciones para la sección de oferta iberoamericana. Así, se espera garantizar
la inclusión de la oferta amplia y plural de las industrias locales a nivel nacional
e internacional, prestando atención tanto a los editores corporativos con
producción local como a los independientes.
En la misma línea y con el ánimo de contribuir al desarrollo y
sostenibilidad del sistema de acceso y producción del libro (en donde realmente
tiene lugar el progreso de la bibliodiversidad), este proyecto subraya la
necesidad de la implementación de la política de precio fijo. Esta política busca
que el precio de venta al público, establecido libremente por el editor para cada
libro publicado o por el importador exclusivo en caso de ser importado, se
mantenga en todos los puntos de venta por un periodo definido. Con el
conocimiento de los buenos resultados que ha tenido esta política en otros
países, en años anteriores el Cerlalc ha trabajado para que esta política se lleve a
debate público en los países miembros con miras a su futura implementación. A
la fecha, cuatro de ellos contemplan el precio fijo en su legislación: Argentina,
España, México y Portugal.
4. Las declaratorias de los congresos anteriores, al referirse al rol de las librerías,
mencionan “el papel de las librerías en los nuevos entornos de la producción
editorial digital y las consecuencias que tendría la ausencia del librero para
la divulgación de los títulos en estos formatos”. A este respecto, aun cuando
ya se han dado respuestas, debo esperar las deliberaciones y conclusiones de este
congreso; el oficio librero de hoy, tema central de este encuentro, está
íntimamente relacionado con el tema tecnológico.
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Antonio Ramírez, latinoamericano y propietario de la Central, una de las más exitosas
librerías de Barcelona, señaló el año pasado: “Digital y global, es una transformación
frente a la cual algunos editores han querido situar su nuevo papel, redefiniéndose como
gestores de contenido, es decir, responsables de crear ‘composiciones textuales’ estables
capaces de circular por distintos canales y sobre distintos soportes. ¿Qué porvenir
podemos entrever para el librero hoy, cuando para llegar al lector no es en absoluto
imprescindible que los libros pasen por sus manos, y cuando, por el contrario, el sistema
de distribución de los libros de papel sigue pareciendo más costoso, obsoleto, ineficaz y
poco rentable? ¿Qué argumentos, podremos proponer a quienes piensan, dentro y fuera
del mundo del libro, que la librería como institución quedará relegada como un mero
vestigio, un refugio para los que por torpeza o por apego nostálgico se resisten al
dominio de la modernidad tecnológica?” Comparto con él su posición y respuesta: “la
librería especial, la librería que viene, deberá ser ante todo un espacio para el placer y
para el juego (…). Sólo podrá ser pensada como espacio de encuentro y convivencia
entre lectores, en otras palabras, como nodo a partir del cual se entrelazan los miembros
de una misma comunidad de lectores”.
La librería sin duda aporta “sentido” más que “bienes” –diría Alejandro Katz, si lo
interpreto bien–. Me parece conveniente para introducir la última idea que quiero
compartir con ustedes citar a Alejandro en su artículo “Falsos dilemas”, al ponernos de
presente una verdad necesaria: “Los estados de pánico o de excitación son poco
propicios para el desarrollo del pensamiento”. Los cambios de paradigmas nos exigen
doble esfuerzo: resolver las falencias aún no resueltas del paradigma anterior, que en el
caso del libro son muchas, y asumir los retos del nuevo tal y como se presentan,
enormes, por entender y por dimensionar. Enfrentamos una gran paradoja. Las
tecnologías nos amenazan y nos ayudan, son el peligro y el futuro sostén del mundo de
la lectura y del libro. Debemos reconocer que, gracias a Internet, a la tinta digital y a los
dispositivos lectores novedosos (ahora que después de dos décadas de ensayos no tan
exitosos tenemos aparatos más eficientes y cálidos, aún para los lectores
tradicionalmente apegados al papel), las nuevas prácticas de lectura se han extendido a
los límites más insospechados: cada vez leemos más. Lo hacemos a través de los
millones de blogs que se han creado desde que apareció Internet y que pueden
enriquecer nuestra visión de mundo o simplemente engrosar nuestro repertorio de
anécdotas. También lo hacemos a través de las publicaciones científicas, los artículos y
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los ensayos que se han puesto a nuestra disposición desde los laboratorios más
avanzados, desde las instituciones más prestigiosas, en bases de datos protegidas o en
sistemas de acceso abierto. A través de la recuperación de un sinnúmero de libros que
hacen parte del dominio público o por medio de las bibliotecas digitalizadas.
Si hablamos de la inacabable biblioteca de Alejandría, descrita en un sueño terrible y
magistral de Jorge Luis Borges, podremos tomar como ejemplo a las bibliotecas
europeas digitalizadas como Europeana o al sonado y debatido proyecto Google Book
Search, los cuales resultan ser una nueva versión de la biblioteca inacabable. Baste
anotar que aún debe ser consensuada y negociada jurídicamente la línea que separa lo
que es digitalizable y está realmente en dominio público de aquello que está protegido
por los derechos de autor.
Con todo, los libros en papel se publican en números crecientes. Hemos alcanzado los
150 000 nuevos títulos en español para el año 2008. Aunque muchos de ellos se venden
menos en número de ejemplares, todo indica que la región lee más, ya sea porque se
consulta más en las bibliotecas públicas, porque se accede a más información así sea en
fragmentos, porque estamos dejando atrás el analfabetismo y estamos alcanzando ya la
cobertura en la educación primaria en casi todo nuestro continente, o bien porque hay
mas estudiantes en la educación secundaría y universitaria.
En el año 2007, el Cerlalc convocó a países de América Latina y el Caribe para pensar
prospectivamente en el futuro del sector editorial para el año 2020, definir estrategias de
políticas públicas y así asegurar la permanencia y buena salud del libro. Uno de los
invitados a presentar sus experiencias fue Michael Healy, director ejecutivo del Book
Industry Study Group (BISG), entidad sin ánimo de lucro con sede en Nueva York que
reúne a las principales editoriales, compañías de edición, compañías de búsqueda en red
y productoras de software de los Estados Unidos e Inglaterra. Algunas de sus
afirmaciones fueron preocupantes y tajantes: los estadounidenses están leyendo menos
libros (especialmente los adolescentes), las familias norteamericanas están gastando
menos dinero en libros y los índices de compresión de lectura tradicional nunca fueron
tan bajos. Naturalmente podemos esperar graves implicaciones cívicas, económicas y
culturales. Podemos convencernos de que los libros de papel no están desapareciendo,
pero es una realidad que algo de ellos sí pierde vigencia en su formato tradicional en las
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actuales sociedades que transitan al mundo de la información. Según las mediciones de
Netcraft tenemos hoy 231 millones de sitios web. Estos representan un inmenso
universo de opciones para hallar contendidos, servicios y herramientas, aunque muchos
de ellos no validan la información, ni dan garantía de su calidad. Los lectores y los
jóvenes lectores acostumbrados cada vez más a acceder a la información a través de
medios integrados (basta pensar que en un computador o en un dispositivo lector se
puede oír música, ver un programa de televisión y leer un artículo), exigen por parte de
los actores del sistema de producción y acceso al libro una actitud más cercana y
comprensiva de sus nuevas prácticas.
Hasta hace muy poco existía una relación directa que fijaba un discurso (una novela, un
ensayo histórico, una antología de cuentos) a la forma material a través de la cual se
expresaba (un rollo, un códice, un ejemplar impreso, un pasquín pegado a una pared) y
existían diferencias inmediatamente perceptibles entre el tipo de contenido que se
ofrecía: una enciclopedia, una carta, una revista o un periódico eran rápidamente
identificables. Actualmente, un solo dispositivo ha venido a reemplazar la diversidad de
formatos que se habían adaptado a las necesidades de los discursos. La relación entre el
significado de las obras literarias y científicas y el formato en el cual se presentan se
está diversificando. ¿Cómo pueden participar los libreros de este nuevo diálogo entre
tendencias que sólo aparentemente resultan contrarias?
En primer lugar debemos estar conscientes de que la nueva era de la información exige
de los actores del libro una constante actualización de sus saberes. Y con esto no me
refiero exclusivamente al estar actualizando su conocimiento de la creciente oferta de
material textual que puede servir para mejorar su desempeño como facilitadores de
nuevas lecturas. Existe una amplia oferta de programas y equipos tecnológicos que
pueden agilizar los procesos de catalogación, indexación, manejo de inventario y
devolución. Con todo, la formación de libreros en nuestros países no deberá limitarse a
hacerlos partícipes de los manejos más eficientes de redes de comunicación y darles
herramientas para repensar modelos de negocio de acuerdo a las exigencias del nuevo
mercado. Las librerías hacen parte de la estructura cultural que los integrantes de una
nación requieren para formarse como personas individuales y para hacerse partícipes de
un grupo social. Es urgente, también, que los libreros sean conscientes de que la
segmentación, esa otra expresión de la movilidad, y que los servicios que ofrecen a sus
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lectores deberán tener en cuenta la multiplicidad de productos que el diálogo entre
edición tradicional y nuevas tecnologías ha desarrollado. Los intereses particulares de
diferentes grupos de lectores son un llamado a desarrollar un mercado de nichos.
Resulta, por ejemplo, de sobrada utilidad tener la posibilidad de conocer la producción
editorial de un sinfín de pequeñas y medianas editoriales de todos los países y así poder
encontrar un título específico en el ingente universo de edición en la región. Los libreros
del futuro deberán encargarse de mantener vivas las comunidades de lectores a través de
eventos y sesiones de discusión, manteniendo viva otra verdad necesaria, plasmada por
el escritor Gabriel Zaid: “La uniformidad nos aburre y empobrece, pero la
diferenciación absoluta nos aísla”
¡A todos gracias y buenas deliberaciones!
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