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XXXII Semana de Estudios Monásticos
“La vida monástica ante la cultura actual”
MESA REDONDA (3 septiembre 2009)
“El papel emergente de la mujer. Su integración en la
vida monástica”
Moderadora: Patricia Noya, ocd
Ponentes: Carlos Gutiérrez, ocso
Mª Dolores Martín, osb
Isabel Gutiérrez, osst
Kandi Saratxaga, O cist.
Cuestionario
1.El papel emergente de la mujer en la cultura actual, ¿cómo está afectando a
nuestros monasterios? ¿En qué medida se ha abierto para las monjas el acceso a la cultura, a
una formación integral? ¿Cómo ayudan u obstaculizan a éste y otros aspectos nuestras actuales
estructuras monásticas?
2.¿Qué debemos cambiar, o crear si no existiera, a nivel de estructuras internas, de
mentalidad, de estilo comunitario?
3.Hablemos de logros, de pasos ya dados. ¿Qué experiencias de autogobierno y
“empoderamiento” van emergiendo en la vida monástica femenina? ¿Qué dificultades
encontramos, y qué nuevas posibilidades se abren?
La estructura de la mesa será la siguiente:
1º INTRODUCCIÓN
El moderador brevemente señalará :
a) el objetivo de la mesa
b) la dinámica a seguir
2º DESARROLLO
a) El moderador leerá la 1ª pregunta
b) Respuesta ordenada de los cuatro participantes
c) Diálogo abierto a todos los asistentes
Se seguirá el mismo esquema con las dos preguntas restantes
El tiempo para responder a cada pregunta es de 5 minutos. Es conveniente llevarlo por escrito
para ajustarse al tiempo indicado.
1.El papel emergente de la mujer en la cultura actual, ¿cómo está afectando a
nuestros monasterios?
Hay una realidad paradójica. Estadísticamente el monacato aquí representado tiene mayoritariamente
rostro femenino. Cada uno de nuestros monasterios, es de entrada, sociológicamente, un colectivo de
mujeres que compartimos techo, vida y sentido, desde una perspectiva muy concreta que es la de una
búsqueda de Dios conjunta e institucionalizada. Por consiguiente, esto es como el proverbio chino:
“si lo ves, las cosas son como son, y si no lo ves, las cosas son como son.” Queramos o no, la
situación, las inquietudes, los cambios de paradigma - es decir de la forma que las mujeres tienen de
ser vistas y de verse a sí mismas y de incidir en la realidad social- todos estos elementos nos tocan
de lleno, por el mero hecho de ser mujeres y además mujeres que formamos colectivos. También
toca de lleno a los varones, por el mero hecho de formar juntos la familia humana; y en nuestro caso,
de formar juntos la familia monástica.
Creo que tiene que quedar claro que todos y todas ganamos y todos y todas perdemos juntos porque
en cuanto más crecimiento, más maduración, más personalización se da en las mujeres, tanto en el
ámbito de la sociedad civil como en el de la iglesia y en el de nuestras propias comunidades, más
beneficiado sale el conjunto. Por lo menos debería ser, de entrada, un motivo de satisfacción y no de
preocupación o de sospecha.
Aquí introduciría brevemente dos pequeños matices o salvedades, pero que creo que tienen su
importancia. He elegido deliberadamente hablar de “emergencia de las mujeres” en plural, cuando la
pregunta hablaba de “emergencia de la mujer”. El planteamiento de la pregunta era válido,- ya nos
entendemos-; pero sí, prefiero el plural porque siempre que se habla de “la mujer” (y si es con
mayúscula, más todavía), se corre el peligro de un cierto esencialismo: eso de la “mujer eterna”.
Históricamente, se ha ensalzado mucho a la Mujer mayúscula a la vez que se rebajaba e
invisibilizaba a las mujeres minúsculas, a las mujeres reales de carne y de hueso.
Por otra parte, este plural lo empleo también porque el estatuto de las mujeres, su situación, su forma
de verse a sí mismas, su incidencia en la sociedad, en este principio del siglo XXI también
manifiesta una gran diversidad: diversidad personal y también diversidad a escala mundial. Es un
dato a tener en cuenta. Por ejemplo: a las hermanas nigerianas que vamos acogiendo desde hace
algunos años en mi comunidad de origen, les llama siempre poderosamente la atención ver cómo,
cuando hay elecciones, las monjas van tranquilamente a votar. Allí, en su país, en teoría son
ciudadanas que tienen derecho a ello, pero en la práctica, resultaría sospechoso, sería peligroso y por
consiguiente se inhiben. No van a votar. También les llama mucho la atención ver a una mujer
conductora de autobús.
Ahora bien, podemos optar por distintas formas de situarnos ante este profundo cambio, ante esta
emergencia de las mujeres que caracteriza la cultura contemporánea. O ser partícipes conscientes y
activas de este cambio, de esta transformación; o ser espectadoras pasivas o incluso experimentar
perplejidad, rechazo y desagrado ante este cambio. Creo que necesitamos mucha honestidad para
poder decirnos –primero a nosotr@s mism@s- y después verbalizar, compartir -e incluso confrontarqué nos despierta, cómo nos situamos, dónde estamos, cada un@ de los aquí presentes. Y también
necesitamos mucha capacidad de discernimiento, puesto que para nosotr@s la piedra de toque que
debería comprobar la legitimidad de nuestras percepciones y de nuestras opciones es la del
seguimiento de Jesucristo. Seguimiento no de una divinidad abstracta sino del Dios encarnado, del
Jesús profundamente humano y humanizador que nos reveló el rostro del Padre en su forma de
acercarse a los hombres y mujeres de su tiempo. Por cierto: hay países en que todavía se lapidan a las
mujeres adúlteras. Nosotras ¿Qué hacemos ante ello? Escuchamos la radio o leemos la noticia en el
púlpito de nuestro refectorio y decimos: “Ay ¡qué pena!”y ya está...A otra cosa, mariposa. O nos
preguntamos, personal y comunitariamente, si hay algún cauce para que con nuestros gestos
podamos cambiar esta situación y somos coherentes con las respuestas que podemos encontrar. ¿Qué
hizo en su vida mortal el Cristo que confesamos cuando las mujeres eran violentadas y censuradas,
incluso por sus propios discípulos?
¿En qué medida se ha abierto para las monjas el acceso a la cultura, a una formación
integral? ¿Cómo ayudan u obstaculizan a éste y otros aspectos nuestras actuales
estructuras monásticas?
Como sabéis, much@s de los que estáis aquí, refiriéndose a la situación de las mujeres en la
sociedad, los sociólogos han acuñado la expresión: “techo de cristal”. ¿Qué quiere decir esto? Que
en la sociedad civil, se constata una realidad paradójica e injusta. En general las niñas, las jóvenes,
en los tests psicopedagógicos y en las estadísticas de los centros de enseñanza, suelen tener un
puntuación más alta que “los”: mayor motivación para el trabajo, mayor capacidad de comprensión,
mejores expedientes académicos, etc. pero cuando llegamos al ámbito de la enseñanza universitaria y
al del mundo laboral, las estadísticas se invierten: hay pocas mujeres catedráticas; en el mundo
empresarial no hay tantos directivos mujeres como varones; los trabajos suelen ser menos
cualificados o los sueldos más bajos para una misma cualificación etc. En teoría parece que no
debería darse, pero en la práctica, sí, que se da; y eso es el techo de cristal: una serie de trabas que no
se ven a primera vista, pero que son reales y obstaculizan.
En nuestros ámbitos monásticos femeninos ¿Qué está pasando? Francamente creo que, en vez del
techo de cristal, nosotras tenemos directamente y claramente la bóveda de cripta de piedra de sillería.
¿Qué quiero decir con ello? ¿Que, entre las hermanas que han ido entrando en estos dos o tres
últimos decenios en nuestros monasterios, no hay ninguna que haya tenido acceso a una formación
cultural o teológica digna? No; creo que se está dando, en más de una ocasión. Pero también creo
que lo que en el mundo monástico masculino se concibe como lo “mínimo básico establecido y
exigible” (…¡y no hablo de exigible por parte del monje a su abad, sino de exigible por parte de la
comunidad a los nuevos miembros que se incorporan!), se vive todavía en el mundo femenino como
excepción y privilegio. Para que se viva la igualdad con normalidad, tienen que cambiar todavía
muchas cosas.
Allí también quiero hacer una puntualización: estamos hablando de cultura en sentido amplio, de
formación teológica y de formación integral. Como sabéis, en toda la historia del monacato, desde
los albores, se ha ido dando un debate, incluso en algunos momentos muy acalorado, sobre el tema
de la formación cultural e intelectual de los monjes. Por ejemplo Evagrio Póntico se cuida mucho de
hacerse perdonar de ser el “intelectual” de las Celdas; Shenute arremete contra las pretensiones
culturales de los monjes aunque él mismo es considerado como el “padre de la literatura copta”; y
está, sobre todo, la famosa polémica entre Rancé y Mabillon. Detrás de todas estas polémicas, hay
una preocupación clara: que lo cerebral no anule lo sapiencial. Que nuestra teología sea una teología
orante, vivida desde la unificación interior, desde el compromiso con lo cotidiano, enraizada en la
vida fraterna, en la lectio, en la vida litúrgica que alimenta y da consistencia a lo que somos y a lo
que expresamos. Esta preocupación es totalmente legítima y actualmente es un terreno común de
consenso. Es, a mi parecer, un criterio fundamental.
Ahora bien, en el mundo femenino, esto está mucho más embrollado, al solaparse sin clarificarse
distintos planos y niveles. Dicho de otro modo, los monjes tienen todos los derechos de estar de
vuelta de un cierto intelectualismo, (favorecido por la progresiva clericalización de la vida monástica
masculina), pero no es sano ni exigible que las monjas estén “de vuelta” de una formación teológica
seria antes de haber estado de ida. Creo que en este punto, en el mundo femenino estamos en una
etapa de transición y también de tensión; teniendo como horizonte una clarificación, un crecimiento
y una maduración. No es un aspecto fácil de articular, pero es ineludible, deseable y necesario.
Y ahora llega otra puntualización. Os recuerdo la pregunta: “En qué medida se ha abierto para las
monjas el acceso etc…” Es significativa la forma verbal, que es un pasivo e impersonal. Y
efectivamente, así es: con el Vaticano II, en parte se nos ha devuelto la llave de la puerta; se han
quitado muchas trabas institucionales, aunque también han permanecido otras. Ahora bien, aquí y
ahora, nos corresponde a las monjas, abrir esas puertas nosotras. Aquí no hay portero automático…
La llave está encima de la puerta, nos ha sido devuelta, nos pertenece; pero después de tanto tiempo
sin tenerla puede ser que no nos acordemos que la tenemos en el bolsillo, o que esté tan oxidada que
ya no abre o que pensemos que para abrir una puerta siempre hay que recurrir al cerrajero o al
sereno.
2 - ¿Qué debemos cambiar, o crear si no existiera, a nivel de estructuras internas, de
mentalidad, de estilo comunitario?
Nos incumbe no ser meras “consumidoras” pasivas de cultura, de teología, de espiritualidad, sino
tender a ser agentes activos, productoras, creadoras; y valorar a las mujeres que ya lo están siendo.
Esto no quiere decir que cada una de las monjas nos vamos a dedicar a reescribir la Suma teológica,
pero sí que cada una está llamada a recuperar la confianza en su propia experiencia de Dios, en su
propia experiencia de la vida y atreverse a poner palabras a esta experiencia y a compartirla.
Situarse así, efectivamente, supone cambios institucionales, pero creo que sobre todo supone un paso
previo que es el del cambio de mentalidad, la toma de conciencia: lo que en el vocabulario clásico
ascético se llama “conversión”. En el fondo supone apertura al Espíritu. Sin esta “conversión”, sin
esta convicción, no hay re-conversion posible de nuestras instituciones, en este punto, ni tampoco
vamos a vivirla como posible, necesaria o deseable, ni nos vamos a dar los medios para ello.
Dicho de otro modo, creo que la mayor oportunidad y el mayor freno para las monjas son las propias
monjas, por la introyección de los esquemas patriarcales que se da entre las propias mujeres, en
muchos casos. Como lo ha destacado Bourdieu, no se puede comprender la violencia simbólica a
menos que se abandone totalmente la oposición entre coerción y consentimiento, imposición externa
e impulso interno.
En nuestras comunidades ¿alguna vez hemos llamado a una mujer para darnos los ejercicios
espirituales? ¿Nos interesan las riquísimas fuentes del monacato femenino medieval? ¿Cómo nos
vamos a situar ante el uso de las nuevas tecnologías de la información? ¿Cuánto tiempo, cuánto
dinero, cuanta dedicación estamos dispuestas a invertir en vistas a una formación integral dentro de
nuestras comunidades? Insisto: el cambio está en nuestras manos, las prioridades las vamos a
establecer nosotras. En este momento histórico la mayor parte del impulso y la mayor parte también
de los frenos no nos viene desde fuera ni desde arriba, sino desde dentro. Nuestra conciencia
personal y nuestras decisiones comunitarias serán las que lo harán posible o no.
Esto supone una actitud orante de escucha del Espíritu, un esfuerzo de reflexión, de discernimiento y
una apuesta valiente puesto que se tiene que concretar y traducir en gestos, en actitudes, en
realidades operativas y evaluables.
También supone un voto de confianza a los elementos a veces más críticos pero también creativos
que se dan dentro de nuestras comunidades: a aquellas monjas que dicen “¿Y por qué no se
podría….?”. Todas las campañas de educación vial nos recuerdan que los coches no deben correr
más de la cuenta pero que también es una infracción ir demasiado lento y que la mejor manera que
un coche eche humo es dejarle el freno de mano puesto continuamente.
Supone un talante de liderazgo orante que sepa conjugar la prudencia y la audacia, que sea capaz de
suscitar la reflexión y el diálogo dentro de la comunidad (En cuyo caso las tomas de decisiones
suelen ser más lentas y complejas, pero también mucho más consensuadas y bien situadas) en vez de
recurrir al argumento de autoridad o de dejarse llevar por el miedo, la comodidad y el inmovilismo.
Supone potenciar plataformas de encuentro y de reflexión común, dentro de nuestras comunidades y
entre ellas, entre nuestras federaciones, órdenes, en colaboración también con el resto de los
miembros de la vida consagrada, (Confer etc…) por lo que supone de contraste, de enriquecimiento
y de estímulo mutuo. Y esto que parece de sentido común, creo que va contra algunas actitudes bien
arraigadas en nuestra mentalidad. La primera, el activismo. Como dice Mafalda: “Nos dedicamos
tanto a lo urgente que dejamos de lado lo esencial”. Y la segunda que nuestras comunidades se vivan
un poquito como “reinos de taifas”, con pocas ganas y capacidad de interactuar con otras y muy
centradas en “sus” cosas y en su supervivencia.
Supone también que no se dé una descalificación o peor todavía una especie de “demonización” de
las pioneras. Para la mayoría de sus contemporáneos, nuestras bisabuelas sufragistas eran unas
excéntricas impresentables a las que había que dar una ducha fría o encarcelar; la primera mujer que
se puso unos pantalones y gafas enormes para conducir un coche o pilotar una avioneta hace más de
cien años fue tildada de loca; y ahora lo vivimos con toda normalidad e incluso, el día en que nos
dicen que no hay ninguna hermana disponible para llevarnos al médico o a la estación, nos ponemos
de mal humor. Y ¿la primera abadesa que plantea que sus monjas tengan correo electrónico personal,
acceso libre a Internet, o un móvil, con tal que gestionen esta posibilidad de forma responsable?
Creo que quienes corren riesgos se merecen, si no es aprecio, por lo menos respeto…porque el precio
que hay que pagar por abrir caminos a veces es un precio muy alto, aunque posteriormente a todos
nos encanta transitar por los caminos desbrozados por otros.
Por eso desearía que perdiéramos el miedo a abrir caminos, incluso que ejerzamos el
derecho a equivocarnos, que brote la creatividad y no quede ahogada. Luego, que la Historia
juzgue... con la certeza de que «lo que viene de Dios permanecerá».
3.Hablemos de logros, de pasos ya dados. ¿Qué experiencias de autogobierno y
“empoderamiento” van emergiendo en la vida monástica femenina? ¿Qué dificultades
encontramos, y qué nuevas posibilidades se abren?
Estos pasos, creo que se van dando primero a un nivel personal. Cada monja que se va dando a luz a
sí misma nos ayuda al resto a hacer lo mismo; cada historia de mujer que se va recomponiendo de manera
nueva recompone también la nuestra y nos empodera para hacerlo. Por eso es muy importante narrar
nuestras historias.
Como lo afirma la teóloga Antonieta Potente: “Narrar nuestras historias es la forma de darnos poder
unas a otras, de comunicarnos la capacidad de poder ser que habita dentro de cada una de nosotras y que
pide plenitud y abundancia. La vida de las otras se convierte en palabra y alimento para la nuestra y, así, en
una espiral ilimitada.” Cuando una monja expresa con honestidad lo que la ayudado y lo que no, en la vida,
lo que ha descubierto del Señor en su contacto con la propia realidad, con las personas, en su lectura de la
Palabra; cuando se atreve a tener voz propia y capacidad de escucha para otros relatos que la pueden
cuestionar, desconcertar o estimular, se está dando un paso en esta dirección.
A un nivel comunitario y más institucional creo que hay una mayor toma de conciencia y una mayor
información sobre la situación de las mujeres en la sociedad contemporánea, sobre la necesidad de
formación etc…pero cuesta bastante hincarle el diente a nuestra propia situación y dar respuestas, puesto
que las mentalidades, las necesidades de cada comunidad y de cada una de los miembros dentro de las
comunidades no son fáciles de articular. Siempre sospeché un poco de las estructuras piramidales, pero
actualmente, como empiezo a ejercer el derecho a la contradicción y a la equivocación, creo que quizás
puedan ser una ventaja a la hora de liderar el cambio. A veces, en una orden, se necesita un impulso fuerte y
“desde arriba” (pero este impulso desde arriba casi siempre es fruto de todo un proceso previo de reflexión
y de actuación desde abajo de los miembros más conscientes de una orden) porque en cada comunidad
concreta lo que podría ser un impulso para el cambio se puede diluir, inhibirse y neutralizarse de tal forma
que se vuelve prácticamente imposible.
También hay iniciativas y realidades que ya se están dando. Y creo que sería bueno que las
viviéramos con conciencia de “sororidad” y con “publicidad”, no de la mala, sino de la que va creando
ilusión y ganas de más. Que nos reflejemos lo bueno, que valoremos las iniciativas ajenas, que no tengamos
que silenciar las propias por miedo a molestar: Cuando una comunidad masculina o femenina invita a una
mujer a dar los ejercicios o el curso federal, cuando una teóloga benedictina publica un libro, cuando una
comunidad invierte su tiempo y su dinero para que una hermana de la propia comunidad sea biblista o para
que hermanas de comunidades de otros países con menos posibilidad adquieran una mejor formación,
cuando nuestras comunidades apoyan de forma solidaria proyectos que realizan otras congregaciones de
cara a la promoción y dignificación de las mujeres, cada vez que se da esto, es una pequeña siembra del
Reino, es un poner en obra ese “no anteponer nada al amor de Cristo”, no anteponer otras cosas y otros
intereses al proyecto del Padre sobre nosotras, sobre la familia monástica, sobre la familia humana, que
siempre es un proyecto de vida, de humanización, de dignificación.
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