La pluralidad de lo monastico

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LA PLURALIDAD DE LO MONÁSTICO:
INCULTURACIÓN EN LOS GÉNEROS
ESQUEMA
- Lo monástico en femenino y masculino.
–Lo monástico se ha pensado fundamentalmente en masculino.
–La progresiva clericalización del monacato desvirtuó el origen laical
del
carisma y la “calidad” monástica en los laicos, y por lo tanto en
la
mujer.
–El siglo XIII y el movimiento de las “beguinas”: Paradigma de un
monacato pensado en femenino.
–La “Modernidad” configura nuestra conciencia: El desafío de
construir
la vida monástica en este paradigma.
–La irrupción irrevocable de la mujer en la vida pública: dato capital
para una nueva antropología.
–El ser humano: hombre/mujer medida de sí mismo, de la relación con
Dios y con la historia.
- Situación actual de la mujer en la Iglesia y en la vida monástica
concepción
–La monja contemplativa es un “anti-signo” para la mujer “Moderna”.
–La vida monástica se percibe situada en las zona más conservadora y
–El cambio postconciliar ha sido más externo y de lenguaje, que interno
–Tensión entre mentalidad
“Moderna”, formación humana y
monástica concreta.
–La falta de autonomía personal y el miedo al mundo “Moderno”,
fundamen
y de cont
origen d
- Consecuencias de la nueva inculturación para monjes y monjas.
–El ser humano tiene que ser visto en unión y en relación con todo lo
–La configuración de la vida cotidiana monástica tiene que partir de lo
–Aceptar el pluralismo y la diferencia en la comunidad: intentar
–La comunidad monástica es primero una comunidad humana y luego
creado en
anterior
homogen
una comu
- Proyectos de futuro
–Reformular el mundo desde una perspectiva inclusiva y no
1
androcén
mentalid
–Releer la historia de la mujer y asumir cordialmente y efectivamente la
–Implicarse efectivamente en la vida de la Iglesia local. Ser lugar de
encuentro
–Ser instancia crítica de la propia Iglesia y sus connivencias con el
poder
establecido y la marginación de la mujer.
iniciativas feminis
–Implicarse desde nuestra vocación particular en la promoción de
–Quitar los obstáculos en las legislaciones de las distintas Órdenes para
que la clericalización desaparezca efectivamente, abriendo los
Capítulos
Generales a todos los monjes y monjas y que no se queden
en reuniones
de superiores, abades y abadesas.
CUESTIÓN PARA LOS GRUPOS:
–¿Cuál es tu posición personal ante la cuestión femenina?
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LO MONÁSTICO EN FEMENINO Y MASCULINO:
El carisma monástico es hijo de su tiempo, fue una respuesta y una protesta
silenciosa a las profundas aspiraciones de reforma que se respiraban en la Iglesia de la
época tardo romana y constantiniana que se estaba identificando con el poder
establecido y perdiendo el ímpetu inicial. Nació de modo anárquico, con formas plurales
(anacoréticas y cenobíticas) y desde muy pronto encontramos monjes y monjas. Quizás
por el papel preponderante que ha tenido el varón a lo largo de la historia, conocemos
muy poco la historia y los escritos que existen de esas mujeres precursoras. Con esto
quiero remarcar que, ya desde el origen, lo monástico se ha pensado fundamentalmente
en masculino.
El modelo benedictino que se impuso en occidente a partir de la Edad Media,
fue también hijo de su tiempo: la respuesta a las necesidades espirituales de una
coyuntura histórica que suponía el fin de una cultura (la romana) y su sustitución por
algo que aún no estaba muy definido (el mundo que iba a surgir del advenimiento de los
pueblos bárbaros). La discreción propia de la Regla benedictina permitió que la vida
monástica pudiera ser adoptada por un amplio espectro social, tanto del mundo romano
como del mundo bárbaro, pues su "conversatio" preveía las diferentes condiciones y
nivel cultural de los posibles candidatos, rechazando explícitamente cualquier privilegio
por causa de cuna, raza o dignidad eclesiástica o civil. A pesar de ello, aún sin
pretenderlo, hay que reconocer que también puso las bases a una "clericalización" del
monacato y a una desvalorización y posterior desaparición del monje laico al permitir la
incorporación de clérigos a la comunidad de hermanos, como se puede ver en la
evolución histórica que siguió este tema. Aunque en su mentalidad, San Benito se
cuidaba mucho de poner las cosas en su sitio, los clérigos terminaron desplazando
totalmente a los laicos hasta hacerlos desaparecer del monacato masculino hasta épocas
muy recientes.
Como consecuencia añadida, esto afectó de una manera muy negativa a la vida
monástica femenina. Al irse identificando paulatinamente el binomio clérigo/monje
como exclusivo y perfecto, la monja pasó a ocupar un puesto de segundo orden, más
incluso que el que se producía por el papel social restringido que se atribuía a la mujer.
Su vida era reglamentada por los monjes/clérigos lo que quiere decir que, en principio,
no había sido pensada para ellas y que tuvieron que seguir la reglamentación masculina
ya establecida, o en el caso de pedir una regla propia (caso de las reclusas), esta fue
proporcionado por hombres (monjes) y además clérigos. Esta situación se ha venido
arrastrando durante muchos siglos, prácticamente hasta la segunda mitad del siglo XX
en donde forzados de alguna manera por la presión social y la nueva conciencia nacida
en la mujer, se ha empezado una tímida evolución lastrada aún al haber sorprendido a
muchas comunidades femeninas sin recursos humanos para definirse en libertad y
liberarse de una alienación de siglos que intenta ocultar los problemas de fondo.
De todas formas pienso que existe en la historia de la vida monástica femenina
un periodo original, en donde el genio de la mujer –incondicionado por las estructuras
eclesiásticas– brilló de una forma particular: me estoy refiriendo al movimiento
beguinal del siglo XIII. Ahí se puede vislumbrar lo que la libertad de acción puede
hacer, por eso puede constituirse en un punto de referencia a la hora de buscar caminos
y formas de actuar propias. Al mismo tiempo que muestra lo comprometido que puede
ser el emprender esos caminos, y el riesgo que hay que asumir para crear vida,
esperando que los tiempos ahora hayan cambiado con respecto a que sea posible asumir
en la paz la libertad de las hijas de Dios.
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El gran desafío de la vida monástica en el inicio del tercer milenio es la
reinvención del carisma en un nuevo paradigma, muy distinto de aquel en que se
originó. El cambio producido por el fenómeno que llamamos la Modernidad es mucho
más radical que el cambio sucedido entre la decadencia del imperio romano, la paz
constantiniana , la aparición del monacato y el advenimiento de los pueblos bárbaros.
Quizás por ello no se ha terminado de asumir, que han dejado de ser válidas e incluso de
tener inteligibilidad, las construcciones teóricas con sus consecuencias prácticas que
definen –aún en este momento– nuestro estilo de vida y que corresponden a una
mentalidad masculina, premoderna, clerical, neoplatonizante y por la tanto dualista.
A poco que intentemos ser sinceros con nosotros mismos podremos reconocer
como muchas veces hemos intentado mantener una serie de principios teóricos o
costumbres, por un sentido de fidelidad a la tradición, que en realidad se suelen
compaginar mal con nuestra propia formación humana y teológica. A veces hay que
hacer malabarismos para intentar que a duras penas se justifiquen. Porque nosotros, los
monjes y monjas de principio del siglo XXI hemos sido formados desde nuestra infancia
(en la mayor parte de los casos), dentro de la mentalidad y el "imaginario" surgido de la
Modernidad. Es posible que no sepamos quien es Freud, que nunca hayamos leído un
libro de Kant, Hegel, Nietzche, Wingestein o Heiddeger, de Bergson, Sartre o Levi
Strauss; que no sepamos quienes son las sufragistas, Rosa de Luxemburgo, Simone de
Beauvoir, Lou Andreas Salomé o Elizabeth Cady Stanton, María Zambrano o Lidia
Falcón; sin embargo sus ideas no nos son desconocidas porque forman parte del
ambiente donde nos hemos criado. Son también para nosotros punto de referencia; parte
de nuestro "imaginario" personal; el esquema mental por el cual percibimos la realidad;
la condición teórica donde han nacido nuestras preguntas fundamentales y los
parámetros que utilizamos para respondernos.
Por ello, es necesario que redefinamos teóricamente y redimensionemos
prácticamente nuestra vocación haciendo caso de las preguntas que nacen dentro de
nosotros y que podemos intentar acallar por lo que tienen de desestabilizantes, que
parecen poner en contradicción nuestra realización o dignidad como personas con los
que podamos sentir como aspectos más absurdos o cuestionables de nuestra vocación:
como puede ser las concepciones de "cierta" obediencia o de la obediencia misma, de la
validez de la renuncia a la propia autonomía, de la dependencia de otra persona, de la
concepción de la fraternidad, de las dificultades para las relaciones interpersonales, de
ciertas concepciones de la clausura, el lugar de la mujer, etc., etc., etc., a la luz –por
ejemplo– de la declaración universal de los derechos humanos, la dignificación de la
persona, el desafío ecologista o la reivindicación femenina. Pues sólo tomando en serio
esas conquistas construiremos una vida monástica en sintonía (y por lo tanto con
significación) con el mundo surgido de la Modernidad y por lo tanto, en condiciones de
desafiar sus contravalores y de promover legítimamente sus valores.
Si el planteamiento anterior afecta a aspectos muy globales de la concepción
monástica, la irrupción de la mujer en la vida pública y social (saliendo del hábitat de lo
privado que históricamente se le asignaba1), en los centros de decisión, de investigación,
de ciencia y pensamiento filosófico y teológico, de trabajo, de la política y la economía;
es probablemente la mayor de las conquistas y el vuelco más fundamental que ha
proporcionado la Modernidad en el campo de la antropología. Desde su aparición el
mundo ya no se puede pensar desde una posición unilateral en cuanto al género. Ante
cualquier construcción o visión de la realidad habrá que tener en cuenta en adelante la
1
Tema este ampliamente estudiado por la teología e historiografía feminista.
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pregunta de qué piensa, cómo plantea los problemas y qué soluciones apunta la otra
mitad de la humanidad, por lo que en la gestación de una nueva concepción del
monacato, el papel de la monja tiene que tener una relevancia nunca vista hasta ahora.
El vuelco que lógicamente tendría que haber producido en la vida de las comunidades
femeninas la nueva concepción de la mujer y su papel en el mundo, su redescubrimiento
como persona humana –íntegra de derechos y obligaciones– y dueña de sí misma, da la
impresión de que está muy lejos de haberse producido. La misma estructura monástica
clásica que sigue ocupando las conciencias de monjas y monjes y sus formas de actuar,
lo están impidiendo. A la monja –mujer emancipada del siglo XXI– la correspondería
ofrecer una alternativa laica, desclericalizada y por lo tanto realmente libre y fraterna, a
un monacato que terminó siendo absorbido por la clericalización general de la Iglesia.
A la superiora monástica –mujer emancipada del siglo XXI– en unión con sus hermanas
(que no hijas) la correspondería definir un modelo de autoridad basado en la sororidad
donde la subsidiariedad y la corresponsabilidad fuesen el ámbito normal de actuación y
de las relaciones fraternas.
Nada sería inteligible para el ser humano de hoy, tanto para el varón como para
la mujer, sin la revolución ideológica profunda que supuso la aparición y
universalización de la Modernidad, que ha supuesto la mayoría de edad de la
humanidad. Resulta ya imposible comprender y justificar al ser humano (y a la historia)
desde fuera de sí mismo —instancias supra o sobrenaturales como explicación de la
realidad, como sucedía hasta la aparición moderna—. Las conquistas que han tenido
lugar en la conciencia de la humanidad gracias a la "Modernidad" son ya un patrimonio
adquirido a la hora de plantear los retos a los que tenemos que hacer frente: la liberación
de la mujer, la sociedad democrática, la cuestión ecologista, la socialización, el desafío
de la pobreza, la autonomía del pensamiento, la "muerte de Dios" y la secularización, la
globalización, etc.… ; y nos obligan a plantearnos las cosas sin dar por supuesto
conceptos que hasta ahora resultaban incuestionables, cómo puede ser la presunción de
que el ser humano está naturalmente dirigido hacia Dios (San Agustín) y que sin Él no
se realiza como ser humano; el concepto de la salvación como exclusivo de la Iglesia; la
vida monástica como máximo grado de perfección a la que pueden aspirar los
cristianos; la misma imagen de Dios, etc.
SITUACIÓN ACTUAL DE LA MUJER EN LA IGLESIA Y EN LA VIDA
MONÁSTICA
Tenemos que partir, desde el reconocimiento de un hecho constatable:
actualmente los monjes y las monjas ocupamos un lugar marginal en la conciencia
colectiva de la Iglesia. Hemos perdido significatividad para amplios sectores creyentes
—sobre todo es evidente ante la mujer moderna—.
La conciencia profética que tuvieron los primeros monjes y monjas tanto intra
como extra eclesialmente ha quedado reducida en el mejor de los casos a sentidos
moralizantes de perfección individualista. No es un motor que movilice las energías y
la creatividad del monacato. A los monjes —y sobre todo a las monjas— se nos ve en la
zona más conservadora o fundamentalista de la iglesia.
Ante el cambio paradigmático que supuso la irrupción de la "Modernidad", la
Iglesia en general y la vida monástica en particular, han tardado mucho en mirarse a la
luz del nuevo paradigma. El punto de partida y motor del cambio de la vida monástica,
como pidió el Concilio Vaticano II, fue una necesaria, justa y seria vuelta a los orígenes.
Sin embargo en ese esfuerzo pienso que no se ha reinventado la aventura monástica en
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el nuevo paradigma, radicalmente distinto del que le dio origen y en el que se
formularon sus principios filoteológicos, antropológicos y eclesiológicos, que
necesariamente conformaban la mentalidad de sus fundadores. Creo que se ha olvidado
en la renovación monástica surgida del Concilio la necesaria confrontación de nuestro
carisma con los parámetros surgidos de la modernidad y que como apunta el teólogo
Andrés Torres Queiruga: son inexcusablemente el espejo donde tiene que comprobar su
plausibilidad y verdad para este mundo y este ser humano, porque esta nueva
conciencia es la que determina el fondo de "creencias" que articulan nuestro substrato
cultural de una forma positiva e irreversible2.
El problema no se ha planteado bien, se ha intentado adaptar un vocabulario
nuevo, sin valorar que desde un paradigma establecido, con sus propias categorías
mentales, no se puede hacer una aplicación parcial de conceptos que están afuera del
sistema utilizado (o sea: en otro paradigma), contentándose con la utilización del nuevo
vocabulario surgido en el nuevo paradigma y que aplicado fuera del contexto en que
nació cambia su significado, sin que los nuevos conceptos produzcan una
transformación real en el fondo de la concepción monástica clásica al quedar
descontextualizados. Este equívoco ha provocado que la vida concreta de los monjes y
monjas, de las comunidades y de las estructuras monásticas hayan tenido un cambio
más exterior y anecdótico, que interno y renovador.
Lo peor de todo es que podemos estar viviendo una especie de "esquizofrenia"
espiritual sin caer en la cuenta de ello: Por una parte con relación a la Iglesia y al
mundo, podemos estar convertidos al nuevo paradigma: aceptar sus planteamientos,
construcciones, vocabulario, sus análisis, sus prioridades; pero en lo que se refiere a la
vida de nuestras comunidades (a la vida monástica) seguir aferrados a concepciones
clásicas no confrontadas con la nueva mentalidad y que inciden negativamente sobre
nuestra forma de vivir y sobre la forma anacrónica en la que reflejamos nuestra visión
del mundo a través del estilo de la liturgia, de la acogida, de la autoridad, de las
relaciones fraternas, de nuestro papel e implicación en la Iglesia y en el mundo en el que
nos ha tocado vivir, testimoniar y dar vida a nuestra vocación particular.
El filósofo danés Kierkegaard define al ser humano como:" ...una relación que se
relaciona consigo misma... Como relación, la persona humana está siempre remitida
hacia lo otro de sí, hacia aquello que la ocupa y la preocupa, pues sólo saliendo de sí
puede ir encontrando su realización. Pero de algún modo eso le es común con toda otra
realidad. Lo que la especifica en cuanto humana, es justamente la constitutiva
autorreferencia de esa relación, la transparencia con la que la vive, de manera que,
como Hegel no se ha cansado de repetir, su referirse al —o a lo— otro es su modo de
poder llegar a estar plenamente en sí misma."3
Creo que en la vida monástica esta referencia hacia "los otros" (Iglesia,
sociedad e historia) está muy condicionada por lo que llamaría un etnocentrismo
ideológico y teológico que tiende a hacer que la mirada que los monjes y monjas
tenemos sobre nosotros mismos, tienda a situarse en una atemporalidad que la haga
incólume a planteamientos de fondo que cuestionen la oportunidad, actualidad o
necesidad de replantearse el papel que debiera tener. Si concebimos un acercamiento a
la realidad social o una apertura al mundo es en un sentido "centrípeto" (que se nos
acerquen, estamos dispuestos a acoger y a compartir, pero menos a cambiar para
2 Ver: Andrés TORRES QUEIRUGA: La razón teológica en dialogo con la cultura, IGLESIA VIVA, 192 (1997). Pág. 96.
3 Soren Kierkegaard: La enfermedad mortal, Madrid (1969). Págs. 47-49
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hacernos realmente proj(x)imos.) Esto en sí mismo es un movimiento contrario a la
aceptación y la toma en consideración del planteamiento autónomo que se produce en la
mentalidad moderna. Y esto es un movimiento que en el caso de la vida monástica
femenina está más acentuado, se percibe un auténtico miedo al mundo de hoy cuando no
un abierto rechazo –muchas veces no explicitado en la conciencia, pero descubierto en
la forma de actuar y en las restricciones auto impuestas por las comunidades o las
monjas particulares–. Esto tiene el peligro añadido de que en realidad supone un
rechazo de la mujer que viene o vive integrada en ese mundo. Llama la atención que es
en monjas de clausura donde se pueden oír las críticas mas duras hacia la vida religiosa
femenina de vida activa. Es probable que no sea generalizada pero existe. Y conviene
sospechar que en este rechazo no explicitado, puede estar el origen de la falta de
atractivo de muchas chicas de hoy hacia la vida monástica femenina institucionalizada.
Existe un consenso prácticamente unánime de que lo que constituye el núcleo
más determinante e irreversible del proceso moderno, es la progresiva autonomización
de los distintos estratos o ámbitos de la realidad. El proceso comenzó con la realidad
física, que fue mostrando con claridad creciente la fuerza de su legitimidad intrínseca:
ni los astros eran movidos por inteligencias superiores, ni las enfermedades eran
causadas por demonios: las realidades mundanas obedecían a las leyes de su propia
naturaleza. Después llegó la autonomía de la realidad social, económica y política, que
ha hecho ver la estructuración de la sociedad, el reparto de la riqueza y el ejercicio de la
autoridad no como fruto de disposiciones divinas directas, sino como resultado de
decisiones humanas muy concretas. Después le llegó el turno al mundo de la psique
humana, cuya vida y alternativas no pueden entenderse de manera inmediatista como
resultado de mociones divinas o tentaciones demoniacas, sino como reacciones
fundamentalmente libres (aunque normalmente condicionadas por muchos factores) a
las mociones del inconsciente y a los influjos sociales y culturales. La misma moral
alcanzó su autonomía en el sentido de que ya no recibe de lo religioso la determinación
de sus contenidos, sino que los busca en el descubrimiento de aquellas pautas de
conducta que más y mejor humanizan la realidad humana, tanto a nivel personal como
social.
La vida monástica femenina ha sido mucho menos permeable a este espíritu que
los monasterios masculinos en donde por razones de estudio, hospederías y cierto
contacto con el exterior, al menos teóricamente se asumido más para relacionarse con el
entorno social. Esto ha provocado que en la vida cotidiana de una monja haya mucho
menos espacio para la creatividad y expresividad de la persona individual. Se presenta
(o se vive de hecho) como valor máximo el disolverse en el grupo, viéndose mal,
antimonástico y anticomunitario, una actitud más autónoma. Quizás una percepción de
este tipo podría pensarse que corresponde a la visión de capellanes y visitadores. Pienso
que quizás nunca se ha expresado en voz alta y menos ante las monjas por parte de
ellos; y que incluso las monjas nunca se han atrevido a afrontarlo comunitariamente aun
cuando vitalmente sintieran que algo no funcionaba en la forma de vida tradicional. Sin
embargo considero fundamental que este debate se abra en los mismos monasterios
femeninos.
A este respecto considero muy significativo y valioso el testimonio de una
monja que desde una posición privilegiada –ha podido convivir una larga temporada en
un monasterio masculino–, hizo una reflexión a petición mía, desde su particular
perspectiva, sobre las diferencias que percibía entre la forma de vivir de los monjes
(hombres) y las monjas (mujeres). Su reflexión fue la siguiente:
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Por ser mujer, la monja es propensa a:
–Tener un sentido exagerado del detalle: en la práctica “cuidará” los
pormenores en su trabajo, en el mantenimiento de “su casa” (como ama de casa) el
monasterio; en su salud, en su aspecto exterior, en la repartición de su tiempo, en la
vida relacional y espiritual. Será también muy sensible a un gesto, una palabra de otra
persona; a la forma de hablar cuando se dirige a alguien. (Los hombres son menos
detallistas y más directos.)
–Practicar su obediencia a través de la fidelidad a la norma hasta lo más
ínfimo; a través de la “perfección” de la actuación y de la disposición interior. (Los
hombres son más libres, se atienen más al espíritu que a la letra.)
–Analizar con lupa los hechos y las cosas; con peligro de perder de vista el
conjunto, la jerarquía de los valores, la relatividad del bien, el sentido de la síntesis.
También perder el sentido del humor, de la fantasía, de la gratuidad, de la mirada
hacia más allá de sí misma. (Los hombres ven las cosas más en conjunto y se permiten
más libertades.)
–Ser sumisa, conformista, complaciente. Con peligro de perder su personalidad,
renunciando a ella por “amor de Dios”, por deseo de seguridad, por no tener
conflictos o tensión con los demás. Cuando una monja se permite “salir del modelo” se
la empieza a considerar “marginal y difícil”. El miedo la puede llevar a actuar “por
debajo”, por no atraerse reproches o desaprobación. (La pluralidad entre los hombres
es algo normal.)
–Guardar mucho tiempo una herida o resentimiento contra alguien o algo (por
falta de diálogo y comunicación profunda). Al mismo tiempo puede ser muy delicada en
el trato fraterno con pequeñas atenciones, y también “padecer” en silencio durante 40
o 50 años las rarezas o manías de las demás. (Los hombres tienen son más directos a la
hora de expresar sus fobias.)
–Deducir sentimientos, posiciones, etc., sin preocuparse de comprobar su
percepción en el diálogo con la otra, dando cancha a la “libre interpretación”. Su
sentido intuitivo, siendo positivo, también puede hacerla esta mala pasada. (El hombre
es menos intuitivo pero no da tantas cosas por supuestas, busca confirmaciones.)
–Exigir tanto a las demás como así misma. En la vida comunitaria, como en el
trabajo, tiende a ser poco tolerante y le cuesta abrirse a las sugerencias de sus
ayudantes y en su vida espiritual a sus hermanas. Puede enredarse en celos o envidias
(cargos, responsabilidades, poder de influencia, etc.). Quiere que se cuente o apoyen en
ella y trata de que no puedan pasar de ella. (El hombre puede trabajar mejor en equipo,
aunque tiende más al individualismo.)
Cuando tiene que ejercer la autoridad (superiora o encargada de...) puede ser
propensa a:
–Estar celosa de defender su primacía, de supervisarlo todo, de controlar hasta
en los más íntimos detalles, de no permitir que nada se le escape hasta caer en la hiperresponsabilidad, y por ello poco propensa a la subsidiariedad.
–Desarrollar el sentido del orden, de la organización, de la limpieza, de la
observancia que puede llevar a multiplicar las normas de lo cotidiano, a mucha rigidez,
incluso a volverse un “pequeño tirano”.
–Ser “la” referencia única, no le gusta nada que otras se metan en lo suyo.
Preocupada de no crear precedentes que podrían llevar a “excepciones” o
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“libertades” en cuanto a las observancias o a lo que se suele hacer en otras casas,
teniendo una actitud más bien sospechosa o crítica frente a opciones o líneas
claramente distintas de otras casas.
–Tener una actitud de reserva ante la apertura al mundo de hoy: ante todo
preocupada de “proteger” y no “comprometer” lo que entiende como “monástico de
siempre”. Muy poca estima de lo de “afuera” sinónimo siempre de “mundano”.
–Considerarse la “única” encargada de salvaguardar e interpretar la
integridad y pureza de “lo monástico” tal como se expone y concibe en su casa a través
de la tradición propia de su monasterio.
–Preservar a toda costa la visión de las jóvenes en periodo de formación de la
comunidad. Esta tiene que presentarse “perfecta”, “observante”, se manejan muchos
secretos para que no escandalicen, o cuestionen.
–Censurar las comunicaciones de sus hermanas sobre lo que se puede
compartir o no en la comunidad cuando se vuelve de un viaje de trabajo, formación o
visita de otras comunidades, así como de problemas o visiones personales.
Esta visión es evidentemente subjetiva y parte de la experiencia personal de su
autora en unas comunidades concretas, pero puede servir de botón de muestra de las
dificultades, desconcierto, rebeliones y esperanzas con las que se enfrenta la vida real de
una persona que decide tomarse en serio su vida monástica y su ser mujer del siglo XXI
CONSECUENCIAS DE LA NUEVA INCULTURACIÓN PARA MONJES Y
MONJAS
A partir del renacimiento se va gestando una concepción del ser humano que va
a marcar el nacimiento de una nueva forma de concebir el mundo: frente al pesimismo
antropológico que había imperado, en general, durante la Edad Media. El ser humano se
libera de la tutela de la religión para regir su vida y concebir el mundo.
Este giro "antropocéntrico" supuso la liberación de un Dios "intervencionista" y
al mismo tiempo "ajeno", que actuaba a su capricho o movido de forma imprevisible por
la acción intercesora del orante, según su capacidad para hacerle actuar a su favor a
través del sacrificio y la ascesis. El ser humano esta interrelacionado con todo lo que le
rodea, inseparablemente unido a todo en el tiempo y en el espacio. La visión de la vida
es por tanto holística. No se puede considerar de forma separada a Dios, al mundo y al
ser humano porque si —como puso de manifiesto Paul Tillich— Dios es el sustrato de
toda la realidad, la condición de posibilidad de lo que existe, el fondo último del ser;
atender y responder a las más profundas aspiraciones y necesidades de la dignidad de la
persona se constituye en la única respuesta posible para la configuración de las
observancias de nuestra vida y para el desarrollo real de la su dimensión mística.
Teniendo lo anterior en cuenta, vamos a concretizar algunos campos que supone
la aceptación crítica del paradigma moderno para repensar el monacato en el siglo XXI:
Una comunidad monástica se basa en el pluralismo de sus miembros.
En una sociedad donde el individuo ha alcanzado su autodeterminación y autonomía
hay que desechar, como alienación, el intento de homologación anónima de todos
los miembros de la comunidad. Incluso el proceso de formación debe de tener en
cuenta el genio (carisma) particular de la persona y potenciarle poniéndole en
sintonía con el proyecto monástico.
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La individualidad creativa de cada miembro se deberá acoger y apoyar como una de
las riquezas más grandes que pueda poseer la comunidad y en el proceso de
formación, saber orientarlas hacia ese fin de una forma realista y discernida con el
propio sujeto. Por lo tanto cada uno debe de reinventar en sí mismo de alguna
manera el carisma monástico.
Las relaciones intra comunitarias deberán favorecer la aparición y el desarrollo
armónico de auténticas amistades, como instrumento precioso de crecimiento
personal y de potenciación de las energías creativas al servicio de la comunidad.
Saber como situar en la comunidad la relación entre los hermanos y con el superior
teniendo en cuenta las conquistas que se han conseguido en la antropología del siglo
XX con la declaración universal de los derechos humanos y por lo tanto desde el
respeto profundo a la persona sin actitudes autoritarias o paternalistas que ahoguen o
anulen las potencialidades intrínsecas en cada uno o fuercen a la persona a actuar en
contra de su propia conciencia o en detrimento de su dignidad o madurez, puesto
que la primera obligación de la persona es precisamente ser tal.
Una comunidad monástica es de tipo monárquico. Por la época y la mentalidad
donde se forjó la teoría sobre el abadiato, tiene incluso connotaciones de monarquía
absoluta a pesar de ser proclamada en elección. Por otra parte es el modelo general
de autoridad en la Iglesia. En el nuevo paradigma surgido de la Modernidad el
modelo abacial no puede concebirse como heredero de ese modelo ni vivirse como
un pseudo-episcopado. Hay que recordar que el origen del monacato nació como una
forma de alternativa o protesta a las formas establecidas en la Iglesia institucional: la
autoridad en él era carismática en la línea maestro/discípulo y para el crecimiento de
este último hasta que lograra ser otro maestro. Hoy en día un superior o superiora
deberá de plantearse su servicio de la autoridad desde lo fraterno más que desde lo
paterno/materno.
Crear espacios que hagan posible la comunicación distendida y profunda entre los
hermanos para favorecer el conocimiento mutuo y suavizar las disensiones
producidas por su falta, y al mismo tiempo favorecer los espacios de silencio donde
la persona pueda encontrarse consigo misma y con Dios.
Hacer efectivo el sentido de subsidiariedad para favorecer la responsabilidad
individual en la marcha de la comunidad y la madurez a la hora de tomar decisiones
que afectan a la vida comunitaria. Además favorecería el que la vida de la
comunidad no dependa exclusivamente, como suele ocurrir, de la sola animación del
superior sino que esta sea un asunto que concierna a toda la comunidad.
PROYECTOS DE FUTURO
Probablemente una de las mayores aportaciones del siglo XX y de la
"Modernidad" haya sido, la aún incompleta liberación de la mujer. Si durante la
mayor parte de la historia la vida de las mujeres se vio relegada al ámbito de lo
privado, y jugando un papel secundario en el gobierno y evolución de la sociedad.
Ahora es imposible ignorar la profunda transformación que ha tenido lugar en la
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conciencia de las mujeres. El mundo ha dejado de ser una propiedad androcéntrica y
se tiene que reformular desde una perspectiva globalizante e inclusiva.
El monacato femenino debería ser una referencia de independencia y
compromiso con la realidad de la mujer, en sintonía con lo que representó el
monacato femenino en la que probablemente sea su Siglo de Oro los siglos XII y
XIII (Bingen, Tart, Helfta, Nazaret, Las Huelgas, el movimiento de las beguinas, la
aparición de clarisas y dominicas, etc.). En este sentido es necesario releer la historia
desde la perspectiva femenina. Asumir el cambio y la nueva mentalidad que la mujer
moderna tiene de sí misma y actuar en consecuencia.
Es importante para el futuro del monacato saber situarse con respecto a la
Iglesia. Es necesario que los monjes y monjas tengan un gran sentido eclesial de
pertenencia a una comunidad mayor y plural en la que compartimos la fe. El
monacato cristiano sólo tiene sentido desde esa vinculación a la Iglesia, pero cuando
hablo de Iglesia no me refiero tanto a la Iglesia institución como a la Iglesia Pueblo
de Dios. Una de las razones de la aparición del monacato fue la denuncia a la propia
Iglesia de su acomodación al mundo: al Status Quo. La asimilación por parte del
imperio de las instituciones y jerarquías de la Iglesia como parte integrante de sus
estructuras y cuadros dirigentes.
El monacato nació como una organización marginal, alternativa a lo que estaba
pasando en la Iglesia. Tenía una función de denuncia de los abusos e infidelidades en
los que estaba cayendo sobre todo la jerarquía eclesial. Por ello los monje resultaban
incómodos y peligrosos. Ser instancia crítica, sobre todo intra eclesial, debería ser
uno de los componentes constitutivos de la vocación monástica, sin embargo,
sabemos que los monjes y sobre todo las monjas hemos perdido esa dimensión
eclesial. La vida monástica aparece eclesialmente como vinculada de alguna manera
a la jerarquía. El monje en la práctica ha dejado de pertenecer al pueblo "llano" para
pasar a participar de alguna manera en los cuadros dirigentes de la Iglesia, aunque
sea a modo de "reserva espiritual de la Iglesia". Pero de esa manera se le quita, o le
quitamos los propios monjes, al monacato uno de los servicios eclesiales más
importantes que debería realizar: el ser en el Pueblo de Dios el testigo incondicional
de la gratuidad y la misericordia que Dios despliega preferentemente con los
excluidos del mundo. Ser voz o refugio en la Iglesia de aquellos que la misma
Iglesia tiende a ocultar o callar.
En el caso de la mujer la situación es más complicada todavía pues no sólo se
percibe a la monja como "sumisa" a la jerarquía en particular y al hombre en
general. Sino que incluso en muchos casos se hace gala de ello como signo de
fidelidad a la vocación contemplativa, promoviendo además con observancias
concretas y costumbres internas, un tipo de mujer antimoderna y antiautónoma: una
mujer/niña en la que difícilmente se puede reconocer a una discípula de Jesús en la
línea de las mujeres que iban en su grupo (María Magdalena, Salomé, etc.).
No conformarse con lo que hay, sino promover la independencia de pensamiento
e iniciativas a través de una formación integral que no se autolimite en comparación
con las posibilidades de los hombres: estudios superiores, universidad, conferencias,
cursos, asociaciones feministas cristianas y no cristianas.
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Acoger cordialmente las iniciativas feministas que puedan aportar las mujeres
que llegan a la vida monástica o simplemente entran en contacto con los monasterios
sin asustarse ni actuar desde una prevención ante lo nuevo. Esto implica el dejarse
cuestionar sobre los "antisignos" antiliberadores que pueden todavía existir en
nuestras observancias con respecto a la condición femenina moderna.
Deberían preguntarse las encargadas de la formación, si no será precisamente esa
cerrazón ante los nuevos planteamientos de la mujer, esa falta de comprensión y de
sintonía con lo que esta pasando en el mundo femenino, lo que impide a muchas
mujeres de hoy muy promocionadas en sus ámbitos laborales, intelectuales,
humanos, afectivos, teológicos, etc., etc., etc., cuando se acercan con cierto interés
vocacional a nuestros monasterios, dar el paso a quedarse, al no reconocerse en el
estilo de mujer que transmite el monasterio: ni en su liturgia, ni en su trato, ni en sus
planteamientos o falta de ellos, ni en su conversación ajena al mundo de hoy, a los
puntos de interés sociales, eclesiales y humanistas y feministas.
Dar su justa importancia al lenguaje, los gestos y símbolos que empleamos en la
liturgia ya que a través de la liturgia transmitimos la imagen que tenemos de Dios y
cómo concebimos a la persona humana y al mismo tiempo nuestra conciencia se va
formando en una determinada espiritualidad. Se debe de hacer un esfuerzo por
emplear un lenguaje inclusivo de los géneros. Algo que parece tan sencillo, y a
muchos y muchas tan innecesario, es una potente arma de concienciación de la
existencia de otra forma de ver las cosas, de "Ser" ser humano. Esto es algo que no
debería de generar polémicas estériles, simplemente invito a probarlo y a preguntarse
por la incomodidad que crea al principio y lo evidente que resulta después.
La liturgia está llamada también a "laicizarse" y a "feminizarse". En este sentido
hace falta hacer una desclericalización en profundidad. En muchas comunidades
masculinas las funciones litúrgicas siguen acaparadas por los presbíteros:
invitadores, hebdomadarios, predicadores, etc. Habría que recordar que en la Iglesia
los carismas son diversos: el carisma de doctores, no es el mismo que el de
presbíteros; y este no es el mismo que el del monacato; y este no es el mismo que el
de diáconos, ni este que el de retóricos, cantores, salmistas, chantres, maestros de
ceremonias, etc. Y habría que recordar que en las comunidades femeninas estas
funciones (no estrictamente clericales) las han ejercido desde siempre mujeres, aún
cuando también en la mayoría de ellos se notó históricamente la presión
clericalizadora en el sentido de que hay funciones que quedan reservadas
exclusivamente a la abadesa cuando no sería estrictamente necesario.
Por otra parte la pertenencia a la Iglesia debería reflejarse en la participación en
los gozos y esperanzas, penas y trabajos de la Iglesia local, y concretamente de la
mujer en proceso de liberación, para ofrecer nuestros monasterios como lugar de
encuentro, descanso, diálogo, iluminación y referencia para la comunidad eclesial y
haciéndonos presentes en aquellos foros en donde los grupos eclesiales más
significativos –religiosos, movimientos cristianos, O.N.Gs.–, quieren compartir sus
búsquedas y problemas, y estudiar la realidad "mediática" en la que deben de realizar
su labor.
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Por los puntos anteriores los monasterios deberían ser lugares sospechosos para
el "Status Quo" y refugio de peregrinos, perseguidos, y marginados sociales. Un
recuerdo para la Iglesia de que es Madre y que a veces actúa como carcelera, reina
ofendida o lugar incontaminado e incontaminable, cerrado a ciertos tipos de sujetos
a los que se juzga moralmente reprochables y por ello son a efectos prácticos como
si fueran excomulgados.
En el nuevo paradigma habría que replantearse la necesidad de que los máximos
órganos legislativos de las Ordenes monásticas, como son los Capítulos Generales,
deberían ampliar sus horizontes, para no ser los Capítulos de abades y abadesas sino
realmente toda su Orden. Esto estaría más de acuerdo con el papel autónomo y
activo que el ser humano tiene como protagonista de su historia. Por ello sería
deseable que contaran como miembros de pleno derecho con un número
significativo de monjes y monjas elegidos por las comunidades, regiones,
federaciones o congregaciones y que pudieran plantear cuestiones desde un punto de
vista diferente al de abades y abadesas y participar de una forma real en la
legislación de sus Ordenes.
EPÍLOGO
Por último, y para concluir esta aportación quiero dejar apuntado que mi único
interés es posibilitar el que afloren desde el corazón de los monjes y sobre todo de
las monjas –Ya que del despertar de la vida monástica femenina en clave de
“Modernidad” depende el que tenga un futuro atractivo y con significado para las
nuevas generaciones–, los deseos e interrogantes que alguna vez pueden pasarnos
por la cabeza sobre el mundo que nos toca vivir y el lugar que debemos ocupar en él
para, sin dejar de ser fieles a nuestra vocación, ser fieles al mundo de los hombres y
mujeres para los que Dios ha dejado de ser una referencia necesaria. Porque también
nosotros los creyentes en general, y los monjes y monjas en particular, hemos
contribuido a hacer de la fe un asunto de ritos y observancias sin relación con la
vida real, cuando deberíamos hacer que Dios –reconociendo que para muchos no es
una referencia necesaria–, sea una referencia deseable y plenificadora para la vida. Si
nos quedamos anclados en una tradición escrita y predeterminada nunca nos
daremos cuenta de que la tradición sólo tiene sentido en la medida en que cada día y
en cada momento histórico, en cada nueva generación, nos atrevemos a reinventar el
carisma monástico para hacer que contribuya a la difusión del Reino de Dios en un
mundo al que, a pesar de los peores augurios, tenemos que hacer ver que Dios vive e
invita a todos a la vida plena.
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