Estado Libre Asociado de Puerto Rico EN EL TRIBUNAL DE APELACIONES REGIÓN JUDICIAL DE GUAYAMA PANEL XII ROQUE CÉSAR NIDO LANAUSSE Apelante EX PARTE KLAN201000562 Apelación procedente del Tribunal de Primera Instancia, Sala de Guayama Sobre: Portación de Armas Caso Número: G PA2010-0002 Panel integrado por su presidente, el Juez Cortés Trigo, el Juez Cordero Vázquez y la Juez Domínguez Irizarry VOTO DISIDENTE DE LA JUEZ DOMÍNGUEZ IRIZARRY En San Juan, Puerto Rico, a 31 de enero de 2011. Es la principal contención de la opinión mayoritaria de este Panel Especial que el juzgador de hechos abusó de su discreción en cuanto a la apreciación del caso en controversia, al denegar la expedición de la licencia de portación de armas peticionada. A su entender, se justifica la intervención de este Foro con tal dictamen, descartando, así, la premisa judicial que impone a los tribunales revisores mostrar un alto grado de deferencia a las determinaciones del Tribunal de Primera Instancia. A su vez, sostiene que el Artículo 2.05 de la Ley de Armas de Puerto Rico, Ley de Armas de 2000, Ley Núm. 404 de 11 de septiembre de 2000, 25 L.P.R.A. sec. 456 (d), resulta contrario a lo dispuesto por la doctrina federal sobre la calificación del derecho a portar armas como uno fundamental. Aduce que las más recientes expresiones del Tribunal Supremo Federal validan su posición en cuanto a que en nuestro ordenamiento toda persona debidamente cualificada tiene derecho a solicitar y a que, en consecuencia, se le conceda la debida autorización para portar y transportar un arma de fuego. Respetuosamente, disentimos de la mayoría en la determinación del presente asunto por entender que el error alegado no fue cometido. I El aquí peticionario, médico y comerciante de profesión, solicitó al Tribunal de Primera Instancia la expedición de una licencia para portar un arma de fuego. En consecuencia, el foro a quo celebró la correspondiente audiencia para evaluar los méritos de su requerimiento. Durante la misma, éste prestó su testimonio y en el ánimo de sostener la validez de sus argumentos, adujo que, por la naturaleza de su empleo, estaba constantemente expuesto a situaciones de peligro que le hacían temer por su seguridad. A su vez, aludió a un incidente reportado en su hogar en el año 2009, el cual no tuvo mayores consecuencias. Por su parte, el Ministerio Público no cuestionó en forma alguna los argumentos del peticionario. Sólo limitó su participación en la vista a no presentar objeción en cuanto a la solicitud en controversia. Tras escuchar el testimonio del peticionario y luego de evaluar en detalle toda la evidencia sometida a su consideración, el Tribunal de Primera Instancia dispuso de la solicitud como sigue: […] el peticionario no declaró sobre hechos específicos en los que fundamenta su temor. Tampoco declaró sobre alguna otra situación que justifique su pedido. Así pues, de acuerdo a sus apreciaciones, denegó la concesión de la licencia en controversia por no haber demostrado una razón suficiente que le provocara temer por su seguridad, tal y como expresamente lo exige la ley. Inconforme con dicha determinación, acudió a la consideración de este Foro mediante el presente recurso. En el mismo sostiene que: Erró el TPI en su apreciación de la prueba al denegar el permiso de portar armas de fuego solicitado por el peticionario por entender que no se ha desfilado prueba suficiente por no declarar sobre hechos específicos en los que el peticionario fundamenta su temor y por no declarar sobre alguna otra situación que justifique su pedido. II Es por todos sabido que, en aras de impulsar el interés apremiante del Estado de velar por la seguridad y sana convivencia de los ciudadanos que lo componen, nuestro sistema de ley provee un esquema regulatorio de carácter riguroso al autorizar la posesión y transportación de un arma de fuego, ya sea para fines recreativos o para la protección personal. De este modo, la entidad estatal requiere el cumplimiento de ciertos parámetros previo a consentir que un civil porte y transporte un arma de fuego. En lo pertinente, el Artículo 2.05 de la Ley de Armas, supra, expresamente dispone que un tribunal competente, previa notificación del Ministerio Público y audiencia, de éste así requerirlo, concederá, de no existir causa justificable para determinar lo contrario, autorización al Superintendente de la Policía de Puerto Rico, para otorgar el correspondiente permiso de portación de un arma de fuego a toda persona poseedora de una licencia de armas, siempre que demostrare temer por su seguridad. 25 L.P.R.A. sec. 456d (a). La ley expresamente consigna este criterio, por lo que resulta forzoso concluir que el mismo es una condición sine qua non para que sea concedida la aludida petición. La expedición de una licencia para portar un arma de fuego está supeditada al cumplimiento cabal y efectivo de cada uno de los criterios incorporados en la Ley de Armas, supra. No obstante, los tribunales, en el correcto ejercicio de las funciones que le son inherentes, están impedidos de añadir condiciones que no fueron consideradas por el legislador al momento de promulgar el referido estatuto. Cancio, Ex parte, 161 D.P.R. 479 (2004). Por tanto, la tarea judicial estriba sólo en determinar si el ciudadano solicitante está debidamente cualificado para tal fin y si existe justificación suficiente que amerite dicha concesión. Ahora bien, para alcanzar tal conclusión, se hace meritorio un mesurado y correcto examen de la evidencia sometida ante el tribunal competente. En armonía a lo anterior y en atención a la relevancia de la función del tribunal primario, nuestro ordenamiento reconoce que, como norma, los tribunales apelativos no han de intervenir con la apreciación y adjudicación de credibilidad que de la prueba realiza el foro sentenciador en ausencia de pasión, prejuicio, error manifiesto o parcialidad. Rodríguez v. Nationwide Insurance, 156 D.P.R. 614 (2002); Argüello v. Argüello, 155 D.P.R. 62 (2001). En principio, el foro apelativo está impedido de descartar o sustituir, por sus propias apreciaciones, las determinaciones de hecho que realiza del Tribunal de Primera Instancia, fundamentando su posición en el examen del expediente sometido a su escrutinio. Rolón v. Charlie Car Rental, Inc., 148 D.P.R. 420 (1999). Asimismo, las determinaciones de credibilidad a las que llega el tribunal sentenciador, son merecedoras de gran deferencia, norma impuesta al ejercicio de los tribunales apelativos. Argüello v. Argüello , supra; Blás v. Hosp. Guadalupe, 146 D.P.R. 267 (1998). En particular, es norma firmemente establecida que, de ordinario, el Tribunal de Primera Instancia está en mejor posición para aquilatar la prueba testifical que se somete a su consideración, puesto que es quien oye y observa declarar a los testigos. Argüello v. Argüello , supra; Pueblo v. Bonilla, 120 D.P.R. 92 (1987). Por ello, el juzgador de hechos goza de preeminencia al poder apreciar sus gestos, manierismos, dudas y vacilaciones, oportunidad que le permite formar en su conciencia la convicción de si dicen, o no, la verdad. López v. Dr. Cañizares, 163 D.P.R. 119 (2004). Ahora bien, lo antes expuesto no constituye una norma de arraigo absoluto. Así pues, una evaluación incorrecta de la prueba que tuvo ante su consideración, no está inmune la función de los tribunales revisores. Méndez v. Morales, 142 D.P.R. 26 (1996). Sin embargo, al momento de intervenir con la misma es imperativo que medie una crasa falta, una patente parcialidad, o una errada interpretación o aplicación de determinada norma procesal o sustantiva, cuya consecuencia sea un perjuicio de carácter sustancial. Lluch v. España Service, 117 D.P.R. 729 (1986). III Es la posición mayoritaria en la determinación de la presente controversia que abusó de su discreción el Tribunal de Primera Instancia al denegar la concesión de la licencia peticionada, toda vez que, a su entender, el juzgador de hechos aquilató erróneamente la evidencia sometida a su consideración. En cambio, es nuestra posición que en ningún momento el juzgador de hechos transgredió los límites que el ordenamiento impone al correcto ejercicio de la reserva de criterio que se le reconoce. Más bien, nos parece que, su determinación fue una correcta y razonable conforme la prueba que tuvo ante sí. Se desprende de los documentos que conforman el expediente de autos que el principal argumento del peticionario en aras de obtener la licencia en controversia, estriba en que, su profesión, tanto como médico y como comerciante, lo expone, con mayor probabilidad, a sufrir las consecuencias de la alta incidencia criminal reportada en nuestro país. Aunque reconocemos que tal hecho es uno patente, la realidad es que la mera aprensión de ser víctima de algún acto ilegal, no es, sino, una posibilidad del entramado de circunstancias que puede enfrentar cualquier persona. A nuestro entender, ni el ejercicio de una profesión, ni la posición social de determinado individuo, ni eximen, ni hacen más inmediata, la intervención criminal de un tercero. De otra parte, el hecho de que el peticionario cumpla con todos los criterios dispuestos en el estatuto en cuestión, no tiene el efecto de que, automáticamente, se le considere como acreedor de la correspondiente licencia para portar armas. Ni siquiera la experiencia que posea en el manejo de un arma de fuego se considera como un hecho que favorezca, sin más, la concesión de la misma. Los criterios requeridos a tal efecto deben ir acompañados de alguna justificación válida y específica. Con ésto, contrario a lo propuesto por la mayoría, no debe entenderse que se está imponiendo una carga adicional a la letra de la Ley de Amas, supra. Por el contrario, dicho estatuto delega expresamente en los tribunales de justicia la determinación, o no, del temor alegado en aras de consentir poner en manos de un civil un arma de fuego. En esta ocasión, el Tribunal de Primera Instancia tuvo el privilegio de observar y escuchar declarar al aquí peticionario. Sin embargo, su aportación, en conjunto con toda la evidencia que fue sometida a su escrutinio, no alcanzó a demostrarle la existencia de un temor real. Según sus apreciaciones, el juzgador de hechos determinó que las motivaciones del peticionario para que se le concediera el permiso de portación de armas, no constituyen fundamento legal suficiente que justifique consentir a su requerimiento. Si bien es cierto que el Ministerio Público no presentó objeción alguna a la solicitud del peticionario, resulta meritorio destacar que, a preguntas del tribunal, reconoció la insuficiencia de datos y prueba fáctica que viabilizaran la expedición de la licencia en controversia. De este modo, con sus afirmaciones, avaló el razonamiento del foro sentenciador. Somos del criterio de que el Tribunal de Primera Instancia no abusó de su discreción al evaluar la evidencia propuesta por el promovente del presente recurso. La prueba ante nos sometida sustenta sus determinaciones de hechos y, por ende, su expresión final. Siendo así, es nuestra posición que el correcto proceder de esta Curia era abstenerse de intervenir con el dictamen recurrido, toda vez que están ausentes los criterios que nuestro ordenamiento jurídico reconoce para avalar el ejercicio de nuestra función revisora. Así pues, con sumo respeto, diferimos de la mayoría en cuanto a dejar sin efecto el dictamen del tribunal primario. Consideramos que, ante un caso claro y correctamente adjudicado conforme a derecho, era la mejor práctica cumplir con la norma de deferencia que nos es impuesta. Finalmente, aunque reconocemos que no es correcto, ni necesario, tal y como expresa la mayoría de este Panel Especial, discutir los planteamientos de índole federal que fueron esbozados en el alegato en oposición del Estado, brevemente nos expresamos en cuanto a la forma en que fueron analizados en la sentencia aquí emitida. En principio, aclaramos que nuestra posición no debe entenderse como que no reconocemos la aplicación de los derechos fundamentales de la Constitución de los Estados Unidos a Puerto Rico. Sin embargo, consideramos que tal materia no merece la atención de este foro por varias razones. En primera instancia, el planteamiento relativo a que el derecho a portar armas es uno de naturaleza fundamental, según lo dispuesto por la Constitución Federal y la jurisprudencia pertinente, nunca fue sometido ni a nuestra consideración, ni a la del Tribunal de Primera Instancia. Por tanto, este foro está impedido de dilucidar la presente controversia fundamentando su dictamen en la determinación de una cuestión de índole constitucional a instancia propia. Recordemos que, aún cuando se someta ante sí tal asunto, los tribunales estamos llamados a soslayar la cuestión constitucional si puede disponerse del caso por otros fundamentos. Por otro lado, conforme la doctrina federal vigente, los Estados pueden, dentro de un marco de razonabilidad, regular, en su jurisdicción, la portación de un arma de fuego. McDonald v. City of Chicago, 130 S. Ct. 3020, 177 L. Ed. 2d 894 (2010); District of Columbia v. Heller 554 U.S. 570 (2008). De este modo, el alcance de la autoridad estatal en esta materia se extiende hasta establecer aquellos parámetros que considere pertinentes en aras de mantener el orden social. Por último, la disposición aquí en controversia es una vigente y válida en nuestro ordenamiento. Hasta tanto la misma continúe en vigor, se hace forzoso que los tribunales de justicia la apliquen tal y como lo dispone el legislador. IV En mérito de los fundamentos que anteceden, disentimos de la opinión mayoritaria. IVELISSE DOMÍNGUEZ IRIZARRY Juez de Apelaciones