Soberania es NO OBEDECER Soberanía es «no obedecer»

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Soberania es NO OBEDECER
Euskal Herriko Komunistak :: 23/09/2003
Artículo públicado en Gara y que se puede encontrar también en nuestra web junto con más
información. Soberanía es «no obedecer» Jokin Elarre, Juanjo Sainz y Pako Belarra (*)
Estamos asistiendo al destape de un nuevo orden mundial, que pretende culminar globalmente la
fase definitiva del proceso de acumulación de capital del siglo anterior; la fase última del
imperialismo, que los del pensamiento único quisieran «el fin de la historia». Nadie podrá negar a
estas alturas que violencia y política, con todas las puntualizaciones formales, son elementos
consustanciales de una dialéctica entre dominantes y dominados, que trasciende la historia de la
humanidad. Cuando en este nuevo orden se impone la formulación de la «falsa contradicción» entre
el eje del bien y el eje del mal y se sataniza como «terrorismo» lo que se enfrenta, o pudiera
enfrentarse, lo que no se alinea o no comulga incondicionalmente con los parámetros de los
«demócratas del eje del bien», el pensamiento único impone su realidad virtual, a través de ese
aspecto del poder llamado mediático, y se consolida legal y jurídicamente, a través de las dife- rentes
secuencias de poder único. Ya lo había dicho Goebbels: «Una mentira repetida mil veces se hace
verdad». Hoy, más que nunca, sigue siendo tristemente real aquel Leviathán de Hobbes, explicado a
partir del pesimismo antropológico del homo homini lupus, el Estado absoluto fuente de todo
derecho, de toda moral y religión, reduciendo a sumisión ídominación en última instanciaí la relación
entre Estado y ciudadano. En este contexto mundial, de progresiva concentración de poder de los
pocos y de marginación de los muchos, de dominación sobre hombres y mujeres, sobre pueblos y
culturas, que antes suponían marcos históricos de convivencia, nos encontramos. Y en la Europa de
los mercaderes y los estados policiales sigue buscando su espacio Euskal Herria, aquel viejo pueblo
crecido desde el amanecer de la historia en la resistencia frente a naciones vecinas y dominantes,
luchando por un espacio de libertad, como aquella patria que Marx quería para los trabajadores en
el Manifiesto de 1848. El viejo contencioso que los vascos tenemos, el que tienen como «problema
de Estado» nuestros vecinos de uno y otro lado, no es la falsa contradicción demócratas-violentos,
sutil reduccionismo que el Estado español, a través de sus aparatos culturales, políticos, económicos
y represivos ha elevado a primer plano, para romper un frente no asimilable que cuestiona al Estado,
como pudo comprobarse en Lizarra-Garazi. Asumir la falsa contradicción o no acertar con el
auténtico centro del contencioso, el que nos enfrenta a los vascos con estados que no permiten
realizar libremente ísin soluciones predeterminadas y excluyentesí la libre voluntad de todos los
vascos sin marginaciones territoriales, sería cuando menos una necedad política, equiparable a la
del borracho que se subió al «árbol que no era» y le cogió el «toro que sí era». Una vez más, un
camino sin salida por «obediencias debidas» o «razones de Estado» puede recrear la tragedia. La
«no ruptura» de la transición ha tenido un alto precio. La Constitución íeje central de la legalidadí,
con su artículo 168, mentando los derechos históricos, que algunos quisieran como apoyo legal,
niega rotundamente en sus artículos vertebrales 1, 2 y 8, con la «indisoluble unidad de la Nación...»,
otra posible al- ternativa. ¿Qué precio tendrá que pagar este pueblo con la «no ruptura» de
Ibarretxe? No vendría mal recordar que ninguna constitución española a lo largo del siglo XIX ílo
demuestran los sucesivos enfrentamientos armados y consultas electoralesí fue aceptada en Euskal
Herria; desde las propuestas de 1806 en Baiona y 1812 en Cádiz, cuando se formula el nacionalismo español. Y más tarde, tras las carlistadas, pudo sentir este pueblo la verdadera cara de un
estado, como anteriormente ocurriría desde 1630 al otro lado del Pirineo. Con la traición de
Bergara, con la Ley de 1839 y los posteriores decretos de 1841, con la «Ley paccionada» que hizo
del Viejo Reino una provincia más, con la Ley abolitoria de 1876 de Cánovas, quedó definitivamente
borrado todo recuerdo de soberanía. Aquel mismo año, la monarquía nos «concedía» la propina de
los Conciertos Económicos. La «libre adhesión» de los vascos a los estados francés y español ha
supuesto demasiada sangre desde Noain hasta hoy, pasando por matxinadas, carlistadas,
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levantamientos en Zuberoa... y con las más recientes persecuciones (fusilamientos, cárceles,
torturas, cierres de periódicos, ilegalizaciones de partidos...), desde el 36 hasta el 77, y hasta hoy. Se
confirma aquella, nada reciente, afirmación de Caro Baroja: «El auténtico protagonista de la historia
vasca es la violencia». No podemos admitir la falsa formulación y consecuente condena
reduccionista de los «métodos violentos» sin antes formular que toda violencia nace de la
dominación y sin expresar que el origen y reproducción de esta violencia es la raíz de la formación
social en que vivimos. Decía Gramsci: «Sólo el grupo social que se plantea como objetivo a conseguir
la desaparición del Estado y de sí mismo puede crear un mundo ético». ¿Es ése el caso de quienes
condenan «éticamente» al movimiento popular de Euskal Herria? Entre dominantes y dominados no
admitiremos otra ética que la de «los de abajo», con todos los métodos que abran paso a la libertad.
No puede ser ético colocarnos en una realidad sin proponernos cambiarla junto con quienes quieran
hacerlo hacia la libertad. No es simplemente la violencia, sino «la causa de toda violencia», la que
tenemos que superar. Y no con decretos o condenas formales, ni con ambiguas sumisiones, y menos
con formulaciones metafísicas; todo ello convertido en valor de cambio por votos. Y vamos a la raíz.
Tenemos que asumir dialécticamente las diferencias, partiendo de un diálogo sin exclusiones para
abrir un primer camino, para que todos los vascos decidamos libremente. Vamos a marcar nuestros
ritmos en todo momento para acumular la necesaria masa crítica. Y a partir, asimismo, de la
diferente realidad institucional, cultural y social de un pueblo y un territorio, en el que un desarrollo
histórico desigual ha cristalizado en tres marcos políticos diferenciados. Se trata de sumar fuerzas
diferentes y a diferentes ritmos para construir entre todos Euskal Herria. En Lizarra-Garazi
visualizamos el camino de la libre decisión de todos los vascos frente a la agresión del Estado. La
concentración de masa crítica superando cuadrículas partidistas abría nuevas perspectivas.
Autodeterminación es hoy el primer paso, condición necesaria de arrancada. Que nadie pueda
decidir por el pueblo de Euskal Herria integrado hoy en siete herrialdes. No habrá negociación sin
autodeterminación. La autodeterminación íaclaremosí supone decidir y avanzar unilateralmente,
desde la independencia subjetiva, abriendo espacio con la insumisión progresiva hasta la
independencia real. Insumisión ciudadana e institucional con ritmos marcados por los protagonistas
del cambio (Udalbiltza, coalición de partidos, sindicatos y movimientos sociales). La violencia de un
pueblo que sólo se obedece a sí mismo es imparable. No habrá autodeterminación sin masa crítica
en movimiento. La propuesta que Ibarretxe nos quiere vender, no como propuesta de paz íque así
seaí, está marcada por las propias limitaciones que se impone: un marco para tres herrialdes y otro
estatuto (?) como punto final; un status de libre adhesión (¿se permite la libre separación?) con el
exclusivo empleo de la legalidad vigente. Legalidad vigente son: 170.000 vascos muertos
políticamente, ideas y opciones políticas fuera de la ley, detenciones, cárceles... violencia y muertes;
todo ello valor de cambio para un estado fascista. Los marcos y métodos legales de doble filo son
necesarios, como lo son otros métodos legítimos de lucha que nos abran camino. La simple sumisión
a la legalidad existente íla «obediencia debida»í deslegitima toda propuesta de cambio, además de
anular la credibilidad de la propuesta. Quienes padecieron el franquismo y sus instituciones saben
algo de «honrados funcionarios» que actuaban por «obediencia debida». La historia de Euskal
Herria, como la de todos los pueblos, ha sido una historia de dominantes y dominados, de jauntxos y
matxinos, de explotadores y explotados .Y de todo un pueblo sometido por estados de propiedad
particular. Al fin y al cabo, la independencia de Euskal Herria será la patria de los de abajo, ese
espacio de libertad que aporte una chispa a la liberación mundial. - (*) También suscriben el artículo
Jon Kerejeta, Juan C. Ramos, Manu Aranburu e Isiane, comunistas en el MLNV. GARA
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