Presentación de la inteligencia

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Materiales didácticos
Temas básicos de Creatividad
INTELIGENCIA CREADORA
Documento base:
Marina, José Antonio (1993). Teoría de la inteligencia creadora.
Barcelona: Anagrama.
Síntesis elaborada por:
Dr. Miguel Angel Rosado Chauvet
Unidad Iztapalapa
División de Ciencias Sociales y Humanidades
Departamento de Economía
Coordinación de Administración
Área de Investigación: Estudios Organziacionales
2006
Inteligencia creadora
INDICE
Pag.
Presentación de la inteligencia
2
La mirada inteligente
2
Identificar y reocnocer
3
El mundo y el lenguaje
5
El movimiento inteligene
7
La actividad atenta
10
La memoria creadora
14
El sexto sentido
18
Tratado del poyectar
20
Las actividades de búsqueda
26
Las actividades de evaluacón
29
Yo ocurrene y Yo ejecutivo
30
1
Inteligencia creadora
Presentación de la inteligencia
Inteligencia es la capacidad de recibir información, elaborarla y producir respuestas
eficaces.
Dos de sus funciones esenciales son crear la información e inventar los fines. Los hombres
somos inteligentes captadores de información. La característica esencial de la inteligencia
humana es la invención y promulgación de fines.
No hay desarrollo de la inteligencia humana sin una afirmación enérgica de la subjetividad
creadora. El creador selecciona su propia información, dirige su mirada sobre la realidad y
se fija sus propias metas. A este modo de obrar que resuelve problemas nuevos y permite
un ajustamiento flexible a la realidad, lo llamamos inteligencia.
La inteligencia nos permite conocer la realidad. Gracias a ella sabemos a qué atenernos y
podemos ajustar nuestro comportamiento al medio. Cumple así la función adaptativa: nos
permite vivir y pervivir. También la inteligencia inventa posibilidades. No sólo conoce lo
que las cosas son, sino que también descubre lo que pueden ser.
Un acto de inteligencia creadora es comprobación y ejercicio de libertad. Estamos
obligados a elegir y nada nos asegura que lo hagamos con acierto. De ahí que sea necesario
discernir las posibilidades. La ética no es más que el salvavidas de la inteligencia, tras las
posibilidades que ella misma engendró.
La inteligencia conoce la realidad e inventa posibilidades, y ambas cosas las hace gestando
y gestionando la irrealidad. Un concepto de libertad es la elemental capacidad de guiar la
atención, iniciar el movimiento, dirigir la mirada, elaborar un plan y mantenerlo en la
conciencia, evocar un recuerdo. La inteligencia humana es una inteligencia computacional
que se autodetermina.
En un momento de su evolución, el hombre aprendió a decir no al estímulo. La
transfiguración ocurrió cuando al ver el rastro detuvo su carrera, en vez de acelerarla, y
miró la huella. Había aparecido el signo, el gran intermediario.
La inteligencia humana es la inteligencia animal transfigurada por la libertad. La
construcción de la inteligencia, de la libertad y de la subjetividad creadora corren en
paralelo. Esta actividad altera también la realidad, de la que comienzan a brotar
posibilidades libres.
La mirada inteligente
Mediante la mirada extraemos datos de la realidad. Eso es lo que significa percibir, nuestro
ojo no es un ojo inocente sino que está dirigido en su mirar por nuestros deseos y
proyectos.
No hay percepción sin estímulo, pero el estímulo no determina por completo la percepción.
Hay una holgura entre ambos. Nunca podemos estar seguros de los que otra persona ve.
Completamos lo visto con lo sabido, interpretamos los datos viendo desde el significado.
La aparición del lenguaje ayudará en esta tarea de controlar sus sistemas perceptivos.
Vemos desde la memoria; pues bien, también percibimos desde el lenguaje. Adivinamos lo
que no vemos, completamos con la memoria lo que falta a nuestros ojos. El estímulo
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Inteligencia creadora
cambia, pero el significado permanece. Percibir es asimilar los estímulos dándoles un
significado.
Somos creadores de significados libres, estén limitados. Lo que hace la mirada es inventar
posibilidades perceptivas en las propiedades reales del estímulo. Entre el acto perceptivo y
el acto creador no hay un abismo. Una de las posibilidades de la mirada es ser creadora.
Según Witkins, se distinguen dos estilos perceptivos, según los sujetos sean dependientes o
independientes del campo perceptivo. Lo que caracteriza a la mirada inteligente es que
aprovecha los conocimientos que posee. Pero dirige su actividad mediante proyectos.
La mirada se hace inteligente –y por lo tanto creadora– cuando se convierte en una
búsqueda dirigida por un proyecto. Ver, oír, escuchar, oler, no son operaciones pasivas,
sino exploraciones activas para extraer la información que nos interesa.
Sus métodos para explorar el objeto visual diferirán de acuerdo con la tarea que el sujeto se
imponga. Sherlock Holmes decía que “Sólo se puede ver lo invisible si se lo está
buscando”. Toda percepción o conocimiento es una respuesta a una pregunta expresa o
tácita, y de la sagacidad de nuestras preguntas dependerá el interés de sus respuestas.
Heisenberg escribió: “No deberíamos olvidar que lo que observamos no es la naturaleza
misma, sino la naturaleza determinada por la índole de nuestra preguntas”. Sentimos la
imperiosa necesidad de conocer las cosas, y también las posibilidades de las cosas y
nuestras posibilidades. La sola percepción no nos sosiega. Necesitamos comprender.
Hemos de conseguir que lo ajeno se convierta en propio. En esto consiste el conocimiento:
conocer es comprender, aprehender lo nuevo con lo ya conocido.
En su esfuerzo por poseer la realidad, los hombres han explicado los fenómenos
incomprensibles del mundo perceptivo sirviéndose de los fenómenos comprensibles del
mundo perceptivo. Lo que resulta más interesante es que una misma pregunta no significa
lo mismo en los diversos momentos de su vida.
No es el juicio la actividad fundamental del entendimiento, sino la interrogación. Ésta es la
forma a priori de la humana inteligencia, que nos permite ordenar el caos de las
sensaciones, porque la Naturaleza responde no sólo a nuestros experimentos, sino a todas
nuestras preguntas, en las que tienen su origen las categorías.
La percepción nos proporciona información sobre las cosas. Gracias a ella aislamos un
contenido, le dotamos de señas de identidad destacándolo de las otras cosas. Todas nuestras
afirmaciones sobre la existencia de algo, tienen que fundarse directa o indirectamente en la
percepción. Las posibilidades que inventamos pueden mantener o no el enlace con la
realidad. En un caso serán posibilidades reales, y en el otro posibilidades fantásticas.
Identificar y reconocer
Percibir es dar significado a un estímulo. En efecto, con la percepción ingresamos en el
mundo del significado, del que no va a salir nuestra vida mental. Toda información que se
hace consciente tiene un contenido, unas señas de identidad. Vivimos entre significados
que damos a la realidad. Lo percibido es transformado por el organismo captador.
Se convierten en información, cuando encuentran un receptor adecuado. No hay
información sin receptor y sin emisor. Pero reconocer es una operación de segundo nivel,
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Inteligencia creadora
que remite a un conocer previo. Tuvo que haber una percepción que no fuera
reconocimiento, sino emergencia primera de los significados.
Es posible que el primer acto de organización consista en distinguir una figura sobre un
fondo. No podemos evitar esta primera selección. La percepción es el arte de reunir la
información presente con la información pasada, en lo que técnicamente se llama síntesis
perceptiva. En esta experiencia primordial está convirtiéndose en un significado. Llega un
momento en que aparece ante mí la identidad de todas las perspectivas, y las identifico,
incluyéndolas todas en una unidad que es “lo que veo”. Este acto de seleccionar, unificar e
identificar, es el origen de los significados.
Otro acto de dar significado es el uso. El hombre “toma” algo ajeno a él y le da un
significado (es útil), que se funda en las características de lo tomado (su configuración
física, su dureza y tamaño), pero que no se reduce a ellas. El acto se convierte en un
esquema de asimilación, que es donador de sentido y productor de generalidades. Gracias a
ellos reconocemos las cosas.
Dos operaciones básicas de la inteligencia son: identificar y reconocer. Reconocemos
parecidos lejanos, completamos la información, asimilamos un dato a otro. Percibimos las
invariantes perceptivas con gran soltura. La facilidad con que estabilizamos información
nos dificulta la comprensión del problema.
Donde encontramos un fenómeno de reconocimiento admitimos la un patrón o esquema
que lo haga posible, que llamaré concepto perceptivo individual. Gracias a ellos podemos
organizar la información en un nivel más complejo, reconocer parecidos y formar
agrupaciones. A partir de la percepción nos estamos acercando cada vez más al llamado
mundo conceptual. Concepto significa tan sólo un conjunto de rasgos que nos permiten
reconocer lo idéntico en lo múltiple.
Cuando lo que reconozco no es una identidad, sino la semejanza, he de postular la
existencia de otro tipo de esquemas: los conceptos perceptivos universales. Son ellos los
que me vuelven familiar al mundo, ordenando su multiplicidad en conjuntos, grupos o
categorías. Estos conceptos son funcionales cuya experiencia ha dejado un bloque de
información integrada que se manifiesta al ejecutar funciones de reconocimiento.
La noción de esquema es una matriz asimiladora y productora de información. Posibilita el
reconocimiento y puede generalizar un significado. Un niño aprende a controlar sus propias
actividades. Construye esquemas que puede manejar consciente y voluntariamente. Puede
suscitar la información contenida en ellos, con independencia de su función de
reconocimiento.
La inteligencia permite suscitar, controlar y dirigir la formación de significados
perceptivos. Los significados parecen escapar de nuestro control sin la ayuda del lenguaje.
Percibir es dar significado, percibir es reconocer, percibir es conceptuar. La teoría de la
inteligencia debe mostrar que al hacerse inteligente la percepción se aleja cada vez más del
automatismo y la rutina. Percibir es inventar posibilidades perceptivas.
Una forma de ampliar la mirada consiste en mejorar nuestra capacidad de discriminación.
Aprender a discriminar significa aprender a reconocer partes del estímulo. Lo que sabemos
dirige nuestra percepción por un proyecto, que define lo que quiere conseguir. Son
configuraciones evanescentes, que se van reafirmando. Nombrarlas ayuda a su
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Inteligencia creadora
consolidación. La inteligencia dirige los procesos de selección e identificación y aprende a
leer el estímulo. Lo interesante es que todas estas habilidades están dirigidas por el sujeto.
Otra ampliación es la percepción de la falta, “veo que no está” lo que esperaba. Desde lo
que sé, preveo lo que voy a ver, y si la percepción no corrobora mis expectativas siento una
disonancia que interpreto como “experiencia de falta”, la mirada se convierte en juzgadora.
La información elaborada por la inteligencia puede convertirse en referente con el que la
realidad percibida se compara.
La inteligencia también puede construir esquemas perceptivos que hagan aparecer nuevos
significados sensibles. Al hacerse inteligente la mirada se convierte en creadora porque
extrae más información, identifica nuevos aspectos, inventa significados y reconoce
parecidos lejanos.
No hay compartimientos estancos en la subjetividad humana. Vemos desde lo que sabemos,
percibimos desde el lenguaje, pensamos a partir de la percepción, sacamos inferencias de
modelos construidos sobre casos concretos. El mundo del significado es un intercambiador
general de información. No vemos sólo cosas, sino conjuntos de cosas, también vemos
sucesos, y percibimos conductas. No vivimos en un mundo de objetos desvinculados, sin
sucesos y acciones. Vemos esquemas narrativos que organizan una secuencia de
información perceptiva que va constituyendo los significados.
El hombre posee un mecanismo innato para reconocer la causalidad y las intenciones de
otros. La percepción inteligente produce significados que funcionan como conceptos
perceptivos. La inteligencia puede dirigir y controlar la formación de estos conceptos, y
crear con ellos nuevas construcciones. Cuando la información perceptiva puede manejarse
consistentemente en ausencia del estímulo, se interna en el campo conceptual. Hemos
entrado en el campo del significado.
El mundo y el lenguaje
El recién nacido que vive en un mundo de escenas móviles, donde las cosas no tienen aún
consistencia, ha de construirse a sí mismo y al mundo. Antes hablar, el niño ya forma
significados. Los conceptos perceptivos son el origen del lenguaje. Vive ya entre cosas, en
un mundo personal que va a ser aumentado por la aparición del lenguaje.
El niño al año y medio usa unas veinte palabras, casi todas correspondientes a cosas
pequeñas que puede manejar fácilmente. Empero, esas palabras no significan para el niño
lo mismo que para el adulto. A los tres años el léxico se acerca a las 900 palabras, pero el
significado resulta todavía enigmático.
Mediante el lenguaje, la madre enseña al niño los planos semánticos del mundo que tiene
que construir. La realidad en bruto no es habitable. El niño no necesita del lenguaje para
proferir significados, ni siquiera para pensar. Sin embargo, el lenguaje supondrá un avance,
porque gracias a él no dependerá sólo de su experiencia, sino que podrá aprovechar la
experiencia de los demás.
En el lenguaje no se transmite sólo el modo de interpretar el mundo de una cultura, sino,
sobre todo, la experiencia ancestral que el hombre ha adquirido sobre sí mismo. Para recibir
esos planos, el niño tiene que producir significados por su cuenta que se asemeje a lo que
cree que el sonido que escucha significa.
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Inteligencia creadora
El léxico es el mapa del Mundo que el niño va a heredar. Los bebés de dos meses siguen la
mirada de sus madres para ver lo que ellas ven. El niño intenta ajustar sus sentimientos a
los sentimientos que observa en su madre, como si ella fuera la definitiva intérprete de la
realidad.
Cada cultura ha segmentado la realidad de manera diferente. Mirar es una actividad
troqueladora, contundente, y no un sumiso reflejo de especular de la realidad. Las distintas
lenguas ven lo que ocurre de distinta manera. Por debajo del lenguaje está el mundo de la
experiencia, y lo que nos cuesta reconstruir es el mundo de las experiencias personales o
culturales.
Tenemos que cambiar la dirección de la mirada, para comprobar que el lenguaje, además, le
permite tomar posesión de sí mismo. Ahora es la subjetividad misma la que veremos
emerger del lenguaje. El lenguaje reestructura todas las funciones mentales. La madre no
sólo introduce orden en el mundo objetivo, sino también en la subjetividad. Le ayuda a
transformar su modo de manejar esa información y liberará al niño del estímulo,
reorganizando su atención y enseñándole a dominar sus ocurrencias, en un proceso
educativo en que el niño aprende a ser inteligente, o lo que es igual, a ser libre. Sólo la
presencia del otro permite al niño adueñarse de sus actos y actualizar su posibilidad
fundamental, que es ser inteligente y libre.
El lenguaje, que comienza siendo un medio de comunicación con los demás, se convierte
en un medio para que el niño se comunique consigo mismo, sirviéndole para regular sus
acciones. El lenguaje despierta el reflejo de orientación que aprende a subordinar su acción
al estímulo verbal procedente del adulto. Cuando la madre enseña la referencia de una
palabra a un objeto, el reflejo de orientación adquiere un carácter específico. Aparece
entonces uno de los comportamientos más paradójicos del ser humano. El niño aprende su
libertad obedeciendo la voz de la madre. La heteronomía es paso obligado para llegar a la
autonomía.
A los dos años o dos años y medio la eficacia de la palabra es aún débil y el niño necesita
que una indicación verbal esté apoyada perceptivamente. A los tres años puede someterse a
una instrucción verbal pura, aunque surgen todavía problemas si la instrucción verbal entra
en conflicto con la percepción visual. El niño aprende así a unificar su conducta, a dirigir y
controlar sus comportamientos de acuerdo con las órdenes transmitidas por el lenguaje. Se
convierte en un Yo ejecutor. Le falta dar el último salto, que le convertirá en autor de su
propio papel, y en este tránsito también le ayudará el lenguaje. El niño aprende a hablar y a
darse órdenes a sí mismo.
El proceso de interiorización pasa por un periodo en que el niño es actor de sus actos, pero
la iniciativa procede de la madre. Su gran proeza educativa consiste en convertir al niño en
autor y hacerle tomar iniciativas. Al aumentar su destreza lingüística, el niño comienza a
hablarse a sí mismo y aparece ese fenómeno enigmático que es el habla interior. Los
comentarios que el niño se hace le sirven para dirigir la acción, fijar la atención, expresar
sus dificultades, darse ánimo o hacerse advertencias. Comienza a emerger un Yo ejecutivo
que introduce orden en sus propias ocurrencias.
Aunque el niño culmina la interiorización del lenguaje hablándose en silencio, vuelve a
hablarse en voz alta cada vez que la tarea le plantea problemas especialmente difíciles,
comportamiento que conservamos todavía los adultos.
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El niño comienza a reconocerse como origen de sus actos y adquiere con ello una habilidad
nueva para manejar la información que sobre sí mismo ya poseía o que a partir de ahora
adquirirá. El “yo” está en el centro del campo lingüístico. De esta manera, el lenguaje sirve
como analizador, para que el niño se descubra como origen de sus acciones y pueda
mantener este punto cero de sus actos como objeto consciente.
Todo comportamiento intencional se basa en una irrealidad que es el proyecto. Gracias al
lenguaje, el sujeto toma posesión consciente de su autonomía. Ya era inteligente, capaz de
suscitar, controlar y dirigir sus actividades mentales, por eso puede aprender a hablar, pero
la palabra le permite adquirir los saberes sobre la subjetividad acumulados por la
humanidad durante siglos. Al proferir la información la convierte en suya, ligándola por su
formato lingüístico, y consigue hacerla pasar al consciente.
La relación entre conciencia y lenguaje ha recibido confirmación como fenómenos
neurológicamente relacionados. Sperry, separando los dos hemisferios cerebrales mediante
el corte del cuerpo calloso encontró que el sujeto sólo tenía conciencia de los
comportamientos regulados por el hemisferio izquierdo, que es el hemisferio lingüístico. En
cambio, aunque la inteligencia computacional de su hemisferio derecho dirigía
correctamente los comportamientos, el sujeto no era consciente de ello. Todo sucedía como
si al no poder nombrarlos, no pudiera tampoco hacerlos conscientes.
Una de las realidades que el sujeto puede manejar con facilidad gracias al lenguaje es su
propia subjetividad. La mirada reflexiva necesita ser dirigida por el lenguaje.
El movimiento inteligente
El movimiento inteligente tiene dos características distintas: es voluntario y posee
habilidades inaccesibles para el animal, que han sido creadas intencionalmente por el
hombre. La actividad mental es la actividad física que se ha interiorizado. La acción sería la
primera manifestación de la inteligencia. No actuamos para conocer, sino que conocemos
para actuar.
La inteligencia separa cada vez más la respuesta del estímulo, convirtiendo la información
en estado consciente en un intermediario poderoso. El movimiento dirigido por intenciones
se basa en la irrealidad pensada o imaginada. Los significados proferidos por la
inteligencia, sean perceptivos, imaginarios o abstractos, funcionan como irrealidades.
Cuando elaboro un plan, anticipo un futuro y esta capacidad de manejar irrealidades cambia
por completo el régimen de mi vida mental.
El organismo es un sistema en continuo movimiento. Vamos a hablar de los intencionales,
aquellos que suscito y controlo. Es cierto que nos movemos por motivaciones complejas y
que son nuestros deseos o necesidades los que nos impulsan a la acción. El Yo ejecutivo se
reconoce como origen y responsable de estos movimientos. De él parte la orden que saca el
cuerpo de su inercia. El sujeto inteligente no se ve impelido a la acción forzosamente, sino
que mantiene un último control sobre el comienzo de los movimientos que no son
automáticos ni reflejos. En los movimientos intencionales la orden de marcha pone en
ejecución el proyecto.
Lo que define una acción o un movimiento voluntario es la tarea motora, la intención, el
proyecto, el plan que los guía. No es el premio lo que desencadena mi acción –el estímulo
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Inteligencia creadora
reforzador–, sino lo que yo creo que va a ser el premio, es decir, una representación mental
que decido realizar. Me propongo un fin y lo realizo, como si ya supiera por anticipado
cómo he de realizarlo.
Utilizamos un esquema de acción, que funciona tan certeramente como los esquemas de
reconocimiento. Pero los centros de regulación muscular han aprendido a realizar esquemas
de movimiento, que son el elemento invariante en una multiplicidad. Una misma acción
puede realizarse de maneras diferentes. Cuando un sujeto aprende a escribir no adquiere un
mero adiestramiento muscular, sino un saber hacer analógico, abstracto, esquemático, que
puede ejecutarse con una gran variedad de modalidades.
Cuando ponemos en marcha un automatismo muscular, se produce un movimiento que
continuamente va siendo comparado con un patrón. Si el movimiento es correcto continúa,
si es incorrecto el sistema se encarga de corregirlo. Para analizar esta función, el cerebro
necesita recibir información sobre cómo está realizándose la acción. Es lo que se llama
“feedback” cuyos mecanismos son imprescindibles para el movimiento.
Los hábitos motores, las destrezas aprendidas, se organizan jerárquicamente. El aprendizaje
es la constitución de hábitos jerarquizados. Los más complejos se fundan en los más
elementales.
El sistema nervioso compara los movimientos musculares realizados con el proyecto
muscular en curso. Pero, además, la inteligencia realiza otro de mayor nivel, por el que
evalúa si el plan se está realizando de manera adecuada, si es eficaz o si conviene introducir
variaciones. Los patrones que usa la inteligencia para realizar esta función pueden ser
complejos y, a veces, sorprendentemente vagos. Todo plan debe incluir un criterio para
decidir cuándo la acción se ha consumado, y una orden de parada.
Ya tenemos la estructura de toda acción voluntaria: hay un proyecto, una orden de marcha,
una serie de operaciones automatizadas o conscientemente dirigidas, una continua
comparación con el plan previo, que lleva a una evaluación tras la cual la acción continúa o
se corrige. Superada la última evaluación, se extiende la orden de parada. Planear, ordenar,
ejecutar, comparar, evaluar, parar. En cada tarea, los esquemas, planes, movimientos,
problemas, evaluaciones, serán distintos. Lo único que permanece estable es la estructura.
El automatismo inteligente se distingue del puramente fisiológico porque es creado. El
hombre, que ha inventado herramientas e instrumentos para ampliar el campo de su acción,
ha incorporado su propio cuerpo a esta lógica de la mediación. Tras haberse propuesto una
finalidad física, busca los medios para conseguirlo. El movimiento inteligente crea al
entrenamiento que está determinado fines libremente inventados y aceptados.
La capacidad de aprendizaje motor que tienen los animales es transfigurada por la
inteligencia, que elige los automatismos que quiere aprender. “Yo entreno mi cuerpo”.
Puedo hacer que aprenda habilidades nuevas y, al hacerlo, me avengo a sus exigencias,
como si de un cuerpo ajeno se tratara, pero él debe plegarse a las mías. Tengo que tener en
cuenta las propiedades reales de mi cuerpo e inventar sus posibilidades.
Construir el cuerpo es someterse a la lógica creativa, que evita la casualidad e impone la
selección. El hombre es capaz de autodeterminarse, sus actividades mentales pueden
dirigirse a sí mismas y dirigir ciertas actividades fisiológicas. Sin salir de mí, me voy
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Inteligencia creadora
alejando de mí mismo, porque el poder constructivo de la inteligencia no se ejerce sólo
hacia fuera, sino hacia adentro, hacia la misma fuente de mis actos.
El ámbito de la inteligencia es el ámbito de la ética. Como toda creación de posibilidades,
la de los recursos fisiológicos ha de ser cuidadosamente juzgada, la creación de
posibilidades exige de la inteligencia que invente un arte de elegir bien, que es lo que
llamamos ética.
Entre el repertorio de planes que la cultura ofrece, el sujeto elige uno, que acomodará a su
propia personalidad. Prolongará la tradición creadora en que se integra, cambiándola. A
partir de lo dado, va a inventar un proyecto nuevo. Lo hará ayudándose de un doble sistema
de referencias: la situación y su estilo propio. Posee un patrón, un sistema de preferencias,
con el que va a evaluar continuamente sus realizaciones. Este proceso de ocurrencias y
selecciones vertiginosas constituye el estilo creador, una curiosa mezcla de automatismos y
libertades.
El entrenamiento permanece en la memoria. Las acciones se organizan en hábitos que son
sistemas de organización de ocurrencias. Cada una de ellas se desarrolla en un proceso,
pero no son saberes secuenciales. Funcionan como tales, desplegando un acto tras otro,
pero en su origen son un bloque de información integrado, un conocimiento tácito, que se
percibe, antes de pasar a la acción, como un conjunto de posibilidades.
La habilidad para manejar certeramente grandes bloques de información integrada tiene un
destacado protagonismo en las actividades creadoras. Permite captar las posibilidades del
autor y también las posibilidades de la situación. Y no tiene tiempo de hacerlo
explícitamente. Los esquemas perceptivos han de funcionar con un cierto automatismo
sabio.
Encontramos los elementos estructurales de toda actividad creadora, pero el momento de la
ejecución no está suficientemente analizado. El sujeto ha construido su Yo ocurrente, pero
estas facultades no actúan maquinalmente. Los automatismos no son autónomos, sino que
necesitan una orden de marcha y, también, una orden de mantenimiento. El ordenador no se
cansa; el hombre, sí. Esta limitación terrible, que forma parte de nuestro destino, hace
imposible reducir nuestra inteligencia a un hábil sistema computacional. Al hombre no le
basta con saber hacer, ha de tener ánimos para hacer. Se encuentra sometido a altibajos, que
debe aprender a controlar. La inteligencia ha de gestionar la energía. Ésta es otra exclusiva
humana.
El movimiento muscular plantea tan crudamente los temas del comportamiento voluntario y
de la resistencia al esfuerzo, que nos exige remontarnos a las fuentes de la acción. La
psicología admite que tenemos que usar algún concepto “motivacional” que haga referencia
a algún tipo de proceso no directamente observable, que proporciona la fuerza o energía
activa y mantiene el comportamiento. Ha aceptado el borroso concepto de nivel de
activación.
La inteligencia está en la misma fuente de la acción. Moruzzi y Magoun descubrieron el
sistema reticular, cuya función es activar todo el sistema nervioso. Lo sorprendente es que
el sistema puede activarse en dos direcciones. Los núcleos basales del cerebro pueden
activar la corteza y la corteza puede activar los núcleos basales. Hasta cierto punto la
inteligencia puede determinar el nivel de activación.
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Inteligencia creadora
La inteligencia puede gestionar parcialmente la energía del sujeto. Los atletas dedican cada
vez más tiempo a la preparación psicológica. Desde hace muchos años se sabe que la
imaginación y el lenguaje influyen en el sistema muscular. Las técnicas de relajamiento son
un ejemplo patente. Poseer una retórica personal eficaz, que acierte a tranquilizar o a
animar los mecanismos del ser humano, es uno de los métodos que el Yo ejecutivo tiene a
su disposición para incrementar su influencia.
Los valores influyen en la conciencia de dos maneras distintas: pueden ser sentidos y
pueden ser pensados. Cuando los sentimos, experimentamos su atracción o repulsión, las
vivimos. Por el contrario, cuando pensamos en un valor lo hacemos instalados en una cierta
indiferencia, porque vemos lo valioso sin sentirlo. Lo innovador es que el hombre pueda
regir su comportamiento por valores pensados, y no sólo por valores sentidos. Si sólo
pudiéramos acomodar nuestra conducta a éstos últimos, no podríamos hablar de libertad,
porque no podemos dirigir libremente los sentimientos. Sentimos los valores que sentimos,
y ninguno más. Vivo el valor del agua cuando siento sed, pero, puedo pensar en su valor,
aun después de estar saciado.
La actividad atenta
La atención es un tema “cardinal” para la teoría de la inteligencia. El gozne de la atención
sustenta el gran giro de la subjetividad. El campo de la conciencia se estructura en figura y
fondo, primer y segundo plano, tema y margen, etc. No procesamos toda la información
que recibimos, y por ello necesitamos un filtro de selección.
Lo que la Gestalt ha descrito es la organización de los estímulos, regida por unas leyes
físicas y fisiológicas. La atención no existe: vemos lo más relevante, nada más. Atender no
es más que percibir. Seleccionar significa elegir y elegir es cosa de voluntad. Al parecer, la
atención se identifica con la voluntad. La atención es la capacidad de dirigir la corriente de
mi conciencia. Pero a eso lo he llamado inteligencia, de modo que estoy convirtiendo la
atención en su seudónimo.
De acuerdo con la fenomenología, toda conciencia es conciencia de algo, y en cada acto de
conciencia atiendo al objeto que constituyo. La atención es la intencionalidad. La atención
no hace nada. Son las otras actividades mentales las que se hacen atenta o desatentamente.
Es fácil ver que la lengua relaciona la atención con la afectividad. Cuando algo atrae mi
atención aparece dotado de un valor, pues son sus méritos y pendas los que despiertan mi
interés. La palabra “interés”, estrechamente relacionada con la atención, y sometida
también al vaivén de dos grupos de verbos de dirección contraria, enuncia en forma léxica
un problema filosófico: el de la objetividad de los valores.
La realidad no es por sí misma interesante, sino que alcanza el valor al concederle yo mi
interés. No se trata de un mero subjetivismo, sino de algo más complicado. El lenguaje
parece indicar que el sujeto constituye la objetividad, la que después recibe. Un
subjetivismo de la objetividad paralelo a éste aparece en el léxico de la atención. Al
atender, pongo mi interés en una cosa, que por ello se vuelve interesante, o, al contrario,
algo interesante atrae mi atención y me hace poner mi interés en ella.
En el hombre todo cambia. La inteligencia descompone la armonía preestablecida entre serconsciente y ser-interesante. El hombre puede unirse conscientemente a cualquier objeto.
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Los estímulos han perdido su capacidad de control y el primer plano ya no está
predestinado al mensaje más urgente. Ha dejado de existir la jerarquía objetiva de las
importancias y aparece la subjetiva: el hombre establece el orden de sus intereses.
El comportamiento animal está esculpido por el estímulo, en el hombre las cosas suceden
de otra manera. La inteligencia es el poder de suscitar ocurrencias, y esto concede al sujeto
cierto control sobre su conciencia. Aparece el atender libre, y puede mantener el reflejo de
alerta aunque el estímulo haya perdido su novedad. Este mínimo acto de independencia va
a ser el cimiento de la libertad. Podrá fijarse en lo que quiera, porque será capaz de atender
sin ganas. El sujeto va a construir su sistema de preferencias.
El niño tiene que aprender el modo libre de atender y avanza en este aprendizaje al mismo
tiempo que progresa su dominio de las facultades mentales. Más tarde aprenderá a seguir
los gestos que le señalan algo. Un poco más tarde hará lo mismo con la palabra: aprenderá a
distinguir entre lo que siente como interesante y lo que le dicen que es interesante, y
ampliará su interior para acoger esa división entre intereses propios y ajenos. Descubre así
la diferencia entre valores vividos y pensados, y el proceso de integrar a ambos va a durar
toda su vida. El lenguaje colaborará en esta toma de posesión del atender. La educación es,
entre otras cosas, el aprendizaje de métodos para dirigir la propia subjetividad.
La atención es una función afectiva, que la inteligencia ha desgajado de la afectividad para
hacerla libre. Ni la inteligencia ni la libertad ni la atención se adquieren de una vez. El niño
tiene que aprender a tratar con sus deseos y sentimientos y ocurrencias para poder negociar
con ellos su libertad. Muchos niños que no pueden aprender, sufren las consecuencias de no
haber sido convenientemente adiestrados en sus hogares para prestar atención. El núcleo
del aprendizaje consiste en obrar como si fueran interesantes cosas que no se lo parecen.
Tiene que guiarse por los valores pensados y no por los valores vividos.
Con la libertad la vida se hace más complicada, porque muchas solicitudes reclaman
nuestra atención. Nos parece que el animal vive un único argumento, mientras que el
hombre alberga en sí una proliferación de historias y disputas. La conciencia es polifónica y
el Yo ejecutivo hace lo que puede para guiar la atención.
Los dos tipos de atención se corresponden con lo que se ha llamado atención voluntaria e
involuntaria. William James pensaba que la atención voluntaria sólo podía mantenerse por
unos instantes, ya que exige un gran esfuerzo, y después o bien el objeto tenía la suficiente
energía para arrastrarnos o teníamos que repetir una y otra vez nuestro acto de atención. La
voluntad era, sobre todo, un acto de tenacidad.
Lo que llamamos distracción suele ser la atención a una cosa distinta de la que nos
proponíamos atender. Siempre atendemos a alguna cosa, si no estamos inconscientes. Sin
embargo, en determinados enfermos se produce un descenso general de la actividad
nerviosa, que se acompaña de apatía, inactividad o pérdida del reflejo de orientación, y todo
esto puede considerarse un estado patológico de la atención involuntaria. Nada resulta
interesante para un organismo tan deprimido. Otras veces, en cambio, el síntoma principal
es una elevada excitabilidad que mantiene a los pacientes continuamente perturbados,
porque cualquier estímulo adquiere excesiva resonancia.
La atención voluntaria también puede verse afectada por las alteraciones del
comportamiento. Hay enfermos que no pueden dirigir sus actividades mentales, y vagan de
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Inteligencia creadora
un estímulo a otro, en un vaivén aleatorio, en el que todos los impulsos captan la atención,
pero ninguno la mantiene. Es la “evagatio mentis”.
Freud aconsejaba mantener una atención tranquila, flotante o errática. En ese estado
relajado y distendido, la inteligencia conserva su flexibilidad y se libra de las rutinas.
Muchos creadores piensan que es preciso abandonar el pensamiento controlado para no
estorbar la labor de los poderes subconscientes. La fuerza productiva –escribió Goethe–
tiene que resucitar espontáneamente, sin intención ni voluntad, aquellas imágenes
conservadas en los órganos, en la memoria, en la imaginación.
No todos los creadores están de acuerdo con esta idea de la espera distraída. Una idea vieja
definía la genialidad como una desmesurada capacidad de atender. El genio, escribió
Helvecio, no es otra cosa que una atención continuada y Chesterfield observó también que
“la facultad de aplicar la atención fijamente a un solo objeto, sin dispersarla, es la marca
infalible de un genio superior”.
Nos encontramos, con dos escuelas de pensamiento enfrentadas. Es evidente que al
concentrado se le escapan muchas cosas que el errático puede cazar. Si no esperas lo
inesperado, decía el clásico, no lo reconocerás cuando llegue. Algo así debe ser la atención
flotante, un dichoso estado de perfecta receptividad. Ocurre, sin embargo, la idea de que la
atención flotante no existe como función creadora. Al parecer, de acuerdo con Freud, lo que
no conseguí trabajando atentamente, lo he conseguido cuando mi atención flotaba. No
buscaba nada, no esperaba nada, disfrutaba de una pasividad perspicaz y fértil. Pero esperar
no es una función pasiva. Nuestra expectación está dirigida por los proyectos y esquemas
activados. Una pasividad absoluta no sería perspicaz, sino ciega.
William James relacionó genialidad y atención, pero al revés. “Es su genio lo que les hace
ser atentos, no su atención lo que les hace ser genios”. Si pueden atender a un objeto
durante mucho tiempo es porque ante sus fértiles mentes cualquier asunto resulta sugerente.
Los temas se ramifican sin parar, y no hay nada aburrido ni monótono. Sometido a esta
iluminación cambiante, aparece dotado de una riqueza inagotable. Lo mismo decía
Helmholtz: “Podemos mantener nuestra atención continuamente fija en un objeto durante
muy poco tiempo, pues cesa en cuanto se ha desvanecido nuestro interés por él. Pero como
podemos formularnos nuevas preguntas sobre el objeto, surgirá un nuevo interés, y la
atención se mantendrá fija”.
Lo que se llama atención flotante es una espera con múltiples proyectos. Esto nos descubre
un nuevo modo de poseer información. Sólo una parte de la información que tenemos y
manejamos se encuentra en “estado consciente”. De la que se encuentra en esta situación,
parte ocupa el primer plano y parte se mantiene en el margen de la conciencia. Hay una
modalidad distinta, en que la información no está ni consciente ni inconscientemente
poseída. Está vigente. Un proyecto y toda la información implicada en él puede mantener su
vigencia, aunque no nos demos cuenta de ello en un momento dado. La psicología actual
habla de la activación de los esquemas, para describir un antecedente de lo que aparece en
nuestra conciencia.
La amplitud del campo de vigencias, la cantidad de proyectos y esquemas que podemos
mantener activados simultáneamente, es una de las características decisivas de la
inteligencia creadora. En psicología se conoce con el nombre de “efecto Zeigarnik” la
especial memoria que tenemos para las tareas incompletas. Mientras no hemos cancelado
12
Inteligencia creadora
un plan, se mantiene vigente y activo. Los enfermos con lesiones en el lóbulo frontal,
estudiados por Luria, no podían mantener un proyecto, por lo que su conducta era errática.
Por el contrario, una inteligencia eficaz no sólo mantiene vigente un proyecto, sino muchos.
Puede prolongar el reflejo de orientación, que era una activación inespecífica del sistema
nervioso, con la activación dirigida de esquemas y proyectos, que alumbrarán aspectos
nuevos de un objeto idéntico. Se trata de una habilidad que podemos relacionar con la
atención, puesto que con ella se suele relacionar el reflejo de orientación.
Para negociar la atención, la conciencia está orientada a la acción. Unos proyectos se
encastran en otros proyectos y, como la atención acompaña al sujeto allí donde él se sitúa, y
el sujeto pasa de una actividad a otra, lo mismo hace la atención. Pero sería más exacto
decir que estoy atendiendo a su significado. Realizo atentamente actividades recursivas
porque tengo comprometido en ellas mi interés, vigilo puntualmente su desarrollo y les
asigno toda mi capacidad de manejar información. Así actuamos todos. Ocurre, sin
embargo, que el Yo ejecutivo, que gestiona los recursos, intercala en una acción tramos
atentos y tramos automáticos. Mantiene los proyectos con vigencia o los trae al estado
consciente. Por eso debemos llamarle, además de ejecutivo, Yo negociador. La libertad es
la capacidad de negociar con nuestras limitaciones e invertir bien nuestros recursos.
Entre los obstáculos normales de la atención la primera dificultad procede de la falta de
motivación. Entiendo por motivo la anticipación de un premio (que puede consistir también
en librarse de un castigo o penalidad). El aburrimiento es la experiencia de la falta de
motivación. Nada de cuanto le rodea puede despertar la energía o el interés del aburrido.
Sabiendo ya que los valores son una compleja mixtura de subjetividad y objetividad, resulta
decir si el calificativo de “aburrido” hay que aplicarlo a las cosas o a la persona. En muchas
ocasiones, desde luego, no estamos aburridos porque las cosas sean aburridas, sino que las
cosas son aburridas porque estamos aburridos. Somos incapaces de integrar nuestra
situación dentro de un proyecto que le confiera un significado distinto más estimulante.
Hay situaciones y trabajos inevitablemente repetitivos y rutinarios. En estos casos resulta
muy difícil prestar atención, porque la respuesta natural del organismo ante una situación
repetitiva es desconectarse o automatizar la respuesta. La persona que se enfrenta a una
tarea rutinaria se ve arrastrada a ejecutarla mecánicamente, lo que le permite dedicar el
primer plano de su conciencia a otra cosa. Sólo se puede realizar atentamente una rutina
mediante un entrenamiento sistemático. Sin embargo, nadie se somete a un entrenamiento
si no tiene motivos para ello, por lo que el problema de la atención vuelve a referirse a la
motivación y a la gestión de nuestra energía.
Sólo hay dos modos de negociar con la atención, introducirla dentro del círculo de la
actividad motivada, o introducirla dentro del círculo de las actividades complicadas, que no
se pueden hacer automáticamente. Privada de esa energía necesaria, la inteligencia
permanece inerte, sin poder alterar la situación. Fuera de estos casos dramáticos, la
inteligencia conserva alguno de sus poderes, entre ellos su capacidad retórica.
Llamamos “retórica” a la capacidad de movilizar sentimientos mediante la palabra. Todos
respondemos a la retórica ajena y, con menos docilidad, a la retórica propia. Sin embargo,
el Yo ejecutivo puede a veces manejar con habilidad suficiente su elocuencia. Una palabra
puede convertirse en “estimulante”, que se hace estimulante cuando actúa como estímulo y
pone en movimiento nuestra capacidad de respuesta.
13
Inteligencia creadora
La habilidad de la inteligencia para persuadirse, seducirse o animarse a sí misma está
relacionada con otras dos habilidades suyas. La inteligencia tantea proyectos, inventados o
copiados, procurando descubrir uno que haga sonar alguno en su interior. Así enlazamos
con la última y principal capacidad negociadora de la inteligencia: puede pensar en valores
y no sólo sentirlos. Sobre este frágil punto de apoyo se construye la libertad. Mediante el
discurso práctico, la inteligencia pretende poner en relación las situaciones indiferentes con
valores pensados y conectar éstos con alguna de las fuentes eficaces de la motivación.
La retórica íntima, la invención de proyectos, los juegos de anticipación y tanteos, la
capacidad de pensar los valores y relacionarlos con los sentimientos no son métodos
infalibles, sino procedimientos de negociación. La inteligencia está en continua transacción
con la realidad exterior e interior y tanto fuera como dentro encuentra resistencias. Nadie es
absolutamente dócil a su inteligencia o a su voluntad, porque la libertad humana es libertad
encarnada en una facticidad y la relación entre ambas instancias tiene un argumento
dramático. Se es inteligente y libre gracias a un minucioso proceso de autoconstrucción, de
autopoieses, y no por un destino inexorable.
La inteligencia es mucho más que hacer razonamientos o resolver problemas formales.
Dirigir la motivación, construir la propia libertad, levar hábilmente la negociación con
nuestras limitaciones, todo esto es inteligencia humana.
La memoria creadora
La memoria inteligente es un sistema dinámico. No es un almacén destino, sino una
riquísima fuente de operaciones y ocurrencias. El Yo ejecutivo puede elegir su memoria, y
de ahí que no sea una imposición o un destino, sino un proyecto. Nadie conoce todo lo que
su memoria sabe y sería una tarea imposible pretender recordar todos nuestros recuerdos.
No conocemos el límite de nuestro poder de conservar información.
Esta memoria, que pertenece a la inteligencia computacional, posibilita las restantes
actividades mentales. Un organismo sin memoria no podría ni siquiera percibir. Vemos,
interpretamos y comprendemos desde la memoria. Si no retuviésemos la información, no
podríamos enlazar lo ya visto con lo que vemos, y la síntesis perceptiva sería imposible.
Tan importante es la permanencia, que nuestro sistema visual posee una memoria interna al
ojo, a la que llaman los expertos “memoria icónica”, en virtud de la cual el estímulo
desaparecido perdura en la retina un breve tiempo. Durante ese lapso, el sujeto puede
capturar la información presente todavía en ese eco luminoso.
La capacidad de autodeterminación puede utilizar la información que posee para reconocer
las cosas y evocarla voluntariamente. Suscito los recuerdos, con lo cual la memoria entra
en el juego de las facultades, porque el sujeto puede utilizarla de acuerdo con sus proyectos.
La transfiguración de la memoria es análoga a la experimentada por la mirada, el
movimiento o la atención. El aprendizaje ya no es siempre incidental y casual, sino que el
sujeto elige su memoria que va a ser su paisaje interior, y que es también lo que va a decidir
el paisaje exterior que va a contemplar. La inteligencia atesora la información que le
interesa, y con esa negociará con la realidad. Sabrá conservar información y aprovecharla,
lo cual es una característica esencial de la inteligencia. No se trata de saber, sino de saber
utilizar lo que se sabe. De ahí la gran importancia de lo que se ha dado en llamar ciencias
14
Inteligencia creadora
metacognitivas, que tratan de enseñar a utilizar las propias facultades, entre ellas la
memoria.
La memoria inteligente aparece como un largo proceso de reestructuraciones y cambios
esenciales. No se trata de una historia aislada, pues la biografía de la memoria se trenza con
las biografías del resto de las facultades, en una animada trama de influencia, acciones,
reacciones, enlaces y desenlaces. Las palabras significan distintas cosas a lo largo del
argumento. Cuando decimos que un niño piensa, posiblemente sólo esté recordando, y
cuando decimos que un adulto recuerda, posiblemente esté sólo pensando. En un caso,
pensar es apelar a la memoria. En otro caso, recordar es construir el recuerdo.
Piaget estudió la evolución de la memoria infantil y llegó a la conclusión de que era
paralela a la evolución de la inteligencia. La conservación del recuerdo y su recuperación
depende de los esquemas que posea el niño y de las operaciones que sepa realizar. A Piaget
le llamó mucho la atención que los niños recordaran mejor los experimentos varios días
después de haberlos hecho.
Lo que realmente ocurre es que los niños los comprenden mejor, es decir, organizan mejor
las informaciones que poseen. Necesitamos saber extraer información de la memoria, como
de un libro o de la realidad. Esta habilidad para y hallar le hizo hablar de una “memoria
inventiva”, a la que se llegó a identificar con la inteligencia. La memoria en sentido amplio
se confunde con la inteligencia como totalidad, en cuanto está orientada, no ya en la
dirección de la realidad actual con sus transformaciones posibles, sino hacia la comprensión
de un pasado completado y anteriormente vivido.
Cuando comprendemos que para descubrir una organización es necesario construirla, o al
menos reconstruirla, las cosas se presentan de manera distinta. Pero hacer esto es función
de la inteligencia. No hay inteligencia por un lado y memoria por otro. Lo que existe es una
memoria inteligente, en la que habitamos, y desde la que contemplamos la realidad. La
inteligencia penetra la memoria, que a su vez penetra el movimiento, que a su vez penetra
la mirada en una colaboración circular que no se acaba nunca.
Desde un punto de vista teórico y práctico conviene estudiar la memoria dentro de un
marco más amplio: nuestro acceso a la información. El hombre busca la información que
necesita. La actividad de buscar información es una actividad inteligente, regida por un
proyecto. Recabamos información de muchas fuentes. Llamaré a la primera de ellas banco
de datos de acceso inmediato. Está constituido por los conocimientos que poseemos y es lo
que tradicionalmente llamamos “la memoria”. Nuestro acceso a ella es inmediato, en el
sentido de que nosotros mismos guardamos la información, somos nuestra memoria, y para
usarla no necesitamos ningún apoyo exterior, al menos de modo inevitable. Desde la
memoria percibimos, nos movemos e interpretamos la realidad.
El otro banco de datos es de acceso mediato y a él pertenecen todos los soportes materiales
de información. Se trata, pues, de una memoria materializada en libros, archivos, videos,
memorias de ordenador, agendas y muchas cosas más, a la que sólo puedo entrar en ella y
utilizarla gracias a la memoria personal, que sabe descifrar y comprender esa información
codificada.
Aún nos queda otro banco de datos, también de acceso mediato, que es, nada más y nada
menos, que la realidad entera. Nosotros podemos extraer directamente una información
inagotable de las cosas que nos rodean, que se convierten así en fuente de conocimientos,
15
Inteligencia creadora
yacimientos de datos, caudales de noticias. Cuando queremos buscar información
recurrimos a uno de estos tres bancos.
La memoria es la gran intermediaria, la puerta de acceso de toda otra información. Sólo
mediante la información que poseemos, incorporada a nuestro organismo, sean los
esquemas innatos o los esquemas adquiridos, podemos acceder a otra información, y esto
sitúa a la memoria en primera línea de nuestra actividad inteligente. Lo que sabemos nos
permite adentrarnos en lo desconocido para aprender cosas nuevas. La índole de nuestra
memoria personal va a definir nuestras posibilidades.
Sólo vemos lo que somos capaces de ver, sólo entendemos los que somos capaces de
entender. Concebida así, la memoria no es tanto almacén del pasado como entrada al
porvenir. Desde el punto de vista pedagógico, que debe estar presente en toda teoría de la
inteligencia, el cambio conceptual también es relevante. Los conocimientos importantes
son, precisamente, los saberes de acceso. Comprenderlo así será cada día más necesario,
porque vamos a disponer de poderosísimos bancos de datos codificados y hemos de
aprender a convivir con ellos.
Aún queda una última ventaja: concebir la realidad como un banco de datos nos convierte a
todos en investigadores de una realidad ofrecida y reservada al tiempo. Su presencia es una
permanente invitación a conversar. El hombre se apropia de la realidad dando significados
a su experiencia, y así constituye su Mundo personal, cuya información se sedimenta en la
memoria. Ese Mundo personal es nuestro acceso a la realidad. Lo que sabemos, lo que
sentimos, lo que proyectamos nos lanza más allá de nuestro Mundo. En todas estas
actividades creadoras buscamos, descubrimos, inventamos, construimos desde la memoria.
Se entiende por aprendizaje todo cambio permanente producido en un organismo por la
experiencia; y por memoria, la capacidad de almacenar y recuperar información. Son dos
aspectos de una misma facultad. Sin embargo, la frase en cuestión parece distinguir entre el
aprendizaje de habilidades y el almacenamiento de una información. Lo que de mala
manera se llama aprender de memoria, debería llamarse aprender a repetir, sin entender
informaciones que no se integran en otros conocimientos.
Allen Newell señala que: “Inteligencia es la habilidad de aplicar todo el conocimiento que
se posee al servicio de una meta. Conocimiento e inteligencia no son en absoluto la misma
cosa.” Es posible que en los ordenadores suceda así, pero en el hombre no hay esta
separación. Entre nuestros saberes se encuentra el saber hacer. No estamos dirigidos por
programas inteligentes que recibamos empaquetados desde fuera, sino que hemos de
aprenderlos y, por lo tanto, son también conocimientos. A su vez, los conocimientos no son
datos cazados un una memoria que se puede traspasar de un aparato a otro, sino una
construcción del sujeto. La actividad inteligente transfigura nuestra vida mental,
arrebatando terreno a la pasividad.
La memoria inteligente es una memoria dinámica. Decimos que hemos aprendido después
del entrenamiento necesario. La destreza adquirida es el resultado de repeticiones que he
olvidado, pero que conservan la oculta permanencia y están implícitos. En cada fase del
proceso la operación es controlada por la percepción y la memoria.
El sistema muscular es un órgano de respuestas, cuyas posibilidades de acción están
siempre presentes, actuando de manera más o menos explícita. La agilidad, que manifiesta
los recursos de un sistema muscular, no es un movimiento, sino la posibilidad de realizar
16
Inteligencia creadora
muchos movimientos. No ejecuta todas sus habilidades, pero en cada momento actúa desde
la totalidad de su sistema en el que están presentes todas sus habilidades. Salvar un
obstáculo con soltura es realizar una de las posibilidades ofrecidas por el hábito, de igual
manera que decir una frase oportuna es actualizar una de las posibilidades proporcionadas
por el lenguaje, que también es un hábito.
La metáfora del almacén ha sido nefasta, porque convertía la memoria en una dependencia
cerrada, pasiva, propiedad del sujeto, restos de lo vivido, en vez de considerarla un estado
del sujeto. El sujeto piensa, percibe, actúa, desde su memoria, que es un conjunto de
posibilidades de acción. Recordar es realizar un acto que pone en estado consciente una
información poseída. Percibir es realizar el acto de interpretar un estímulo mediante un
esquema. Razonar es el acto de relacionar conceptos definidos de acuerdo con normas
lógicas. Hemos de acostumbrarnos a pensar los sedicentes “contenidos” de la memoria
como esquemas de acción. Los conceptos, las imágenes, los planes, las destrezas, son
esquemas activos, que pueden repetirse y que están anticipando de forma más o menos
clara lo que va a suceder.
El hombre es un ser-en-el-mundo. Lo que quiere decir que vive siempre en una realidad
hecha consciente, un territorio donde resulta difícil marcar las fronteras entre el sujeto y el
objeto. En cada instante el mundo es el conjunto de lo percibido y lo recordado. El breve
fragmento de realidad que me ofrece la percepción actual se completa con la memoria, en la
que guardamos una personal colección de mapas cognitivos.
Ortega decía que para tener mucha imaginación hay que tener mucha memoria, y estaba en
lo cierto. Gran parte de las operaciones que llamamos creadoras se fundan en una hábil
explotación de la memoria. Es un gran sistema de matices, de las que va a depender nuestra
capacidad de extraer información de las cosas. La memoria es el a priori universal de la
experiencia. “Lo que llamamos la realidad es cierta relación entre las sensaciones y los
recuerdos que nos circundan simultáneamente”, escribió Marcel Proust. Bergson había
dicho algo parecido: “Percibir es, sobre todo, recordar.” Y, puesto que describir es narrar lo
que se percibe, resulta que la descripción está también penetrada de recuerdo, aunque a
veces no lo reconozcamos.
Martín Heiddeger decía que, a su juicio, La verdad era un descubrimiento, y la descripción
la narración de lo visto. Menciona, ante un cuadro de Van Gogh que representa un par de
botas viejas, que podemos meditar sobre la utencilidad de un útil, no mediante la
descripción y la explicación de un zapato realmente presente, sino que habla poniéndonos
sencillamente ante el cuadro.
“En la oscura oquedad del gastado interior de la bota queda plasmada la fatiga de los
pasos laboriosos. En la muda pesadez d la bota queda retenida la tenacidad de la lenta
marcha por los monótonos y dilatados surcos del campo por el que corre un viento
áspero. En el cuero está depositada la humedad y saturación del suelo. Bajo las suelas
se desliza la soledad del sendero al caer la tarde. En la bota vibra la llamada silenciosa
de la tierra, su callado ofrendar el grano que madura y su misteriosa inactividad en el
árido yermo del campo invernal. Este útil está transido de la inquietud latente por la
seguridad del pan, la callada alegría por la superación renovada de la penuria, la
angustiada espera del parto y el temblor ante la amenaza de la muerte. Este útil
pertenece a la tierra y está resguardado en el mundo de la campesina. Esta resguardada
pertenencia le confiere al útil la identidad y sustantividad.”
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Inteligencia creadora
¿Es verdad que vio todo esto? Sí, con tal que definamos el percibir como la iluminación del
horizonte mnésico de las cosas. Es otra forma de decir que percibimos desde la memoria.
Los grandes creadores han tenido descomunales memorias para lo referente a su arte. Sin
embargo, la memoria, para ser creadora, debe ser una memoria creadora. Esta tautología es
un pretexto para destacar dos ideas. Una: La memoria tiene que tener una índole dinámica.
Otra: La memoria debe ser manejada desde adentro de un proyecto creador.
La creación necesita conocimientos y hábitos. Para resolver con maestría problemas en
determinado terreno, en primer lugar hay que aprender gran cantidad de conocimiento
específico del campo, y además adquirir procedimientos generales para la resolución de
problemas de modo creativo, que puedan aplicarse al conocimiento básico.
El sexto sentido
Wescott ha sostenido que el proceso creador se caracteriza por detectar pautas con
información muy escasa. El creador necesita menos información que resto de los mortales
para llegar a una buena conclusión.
Con frecuencia tenemos la impresión de que poseemos informaciones que no sabemos
justificar, convicciones que resuenan afectivamente. El lenguaje llama “corazonadas” a esas
confusas premoniciones y considera que el “pálpito”, la aceleración del palpitar es un modo
certero de conocimiento. William James consideró que este sentido de la orientación era
universal a toda actividad creadora. Einstein dijo: “Durante todos esos años, tenía un
sentimiento de dirección, de ir en línea recta hacia algo concreto. Es muy difícil describir
ese sentimiento, pero yo lo experimentaba como una especie de sobrevuelo, en cierto
sentido visual.”
Srinivasa Ramanuyan asombraba por su originalidad y falta de rigor. Muy a menudo
comunicaba un resultado que, según afirmaba, le había llegado de una vaga fuente intuitiva
alejada del dominio de la indagación consciente. Hardy no creía en facultades misteriosas,
y atribuía la genialidad de Ramanuyan a un peculiar sentimiento de la forma matemática,
entre otras cosas. Ha aparecido una noción interesante: el sentido de la forma. Es una
experiencia frecuente en matemáticas. Dirac consideraba que la belleza matemática era una
garantía de verdad. En una ocasión comentó que Schroedinger había descubierto “su
bellísima ecuación ed onda sin fundamento experimental. Trabajar para ganar belleza en
una ecuación, si se tiene la vista sana, es un gran progreso”. Terminaré citando de nueva a
Einstein: “Busco la fuente auténtica de la verdad en la simplicidad matemática.”
Los psicólogos que han estudiado el ajedrez mencionan con frecuencia “el sentido del
peligro” entre las cualidades que debe tener un gran maestro, y que le permite atender a las
posibilidades más importante, sin perder tiempo en analizar trivialidades.
Polanyi estudia las “pasiones intelectuales” que, en su opinión, aunque son acontecimientos
biográficos, no intervienen sólo en la exterioridad del quehacer científico, impulsando o
manteniendo la actividad investigadora, “sino que tienen una función lógica indispensable
para la ciencia”. Las pasiones permiten distinguir lo prometedor de lo inútil. Impiden que el
científico se pierda en trivialidades. Aceptar una teoría es rendirse ante el encanto de lo
importante. Elegir una línea de investigación es oír la llamada de lo sugerente. Feynmann
comentaba que: “Uno se orenda de una teoría como de una mujer. Cuando se conocen sus
defectos ya se está demasiado enamorado para alejarse de ella”.
18
Inteligencia creadora
El poseedor del sexto sentido sabe reconocer las posibilidades antes de explicarlas. Prevé
las consecuencias sin precisarlas. Percibe el árbol en la semilla. Es un descifrador de
mensajes todavía no emitidos. La eustoquia de Aristóteles, que consistía en saber
conjeturar bien, se trataba de una habilidad para construir hipótesis acertadas, la misma
destreza que mencionó Pierce. Aristóteles mencionó varias más. La sagacidad –solercia–,
que era definida como una pronta averiguación del medio para conseguir algo. Al astuto se
le ocurren muchas maneras de resolver una situación, lo que quiere decir que inventa
posibilidades eficaces. Otro sexto sentido era la prudencia, que permitía aplicar las normas
generales a casos particulares, para lo que debía evaluar con justeza la situación. En
relación con la prudencia ponía Aristóteles la eubulia, que es la capacidad de dar consejo.
La syntesis o buen sentido para juzgar lo que sucede ordinariamente, y la gnome o
perspicacia para juzgar lo que a veces se aparta de los casos comunes. Es fácil percibir que
todas estas habilidades conceden especiales poderes para percibir las cosas. Unos hombres
las poseen y otros no.
También la providencia o previsión se incluía en la prudencia. San Isidro decía que
“prudente significa el que ve de lejos”. Es cierto que el previsor anticipa el futuro, capta las
consecuencias de los actos, o el porvenir de una situación, con sabiduría. Lo que nos
interesa es saber cómo lo hace. Santo Tomás da una solución: la prudencia se ocupa de los
futuros contingentes –que son las posibilidades libres–, y el conocimiento del futuro es
deductivo. También afirma que se puede juzgar sobre una virtud de dos maneras. Una,
conociendo la ciencia moral, que nos proporciona información sobre esta virtud y nos
permite responder con exactitud cuando nos preguntamos sobre ella. De otra forma juzga el
que posee dicha virtud. Cuando la virtud está encarnada en un sujeto no la conoce por
ciencia sino por instinto, por connaturalidad, gracias a una íntima participación.
El afecto se convierte en medio de conocimiento. En los casos mencionados alcanzamos el
saber gracias a un sentimiento. En términos escolásticos, el afecto es objectum quo, medio
objetivo, un signo por mediación del cual algo se manifiesta.
Los sentimientos son el modo como aparecen em la conciencia grandes bloques de
información, que incluyen valoraciones. La inteligencia se las ingenia para manejar mucha
información a la vez. Los esquemas para apropiarnos de la realidad se hacen cada vez más
amplios. El hombre tiene una asombrosa capacidad de utilizar información tácita, es decir,
no explícita. Las palabras remiten a los conceptos vividos, que son una acumulación de
informaciones de variada procedencia, que soy capaz de desplegar del todo. Lo que vemos
nos revela lo que somos, porque sólo captamos lo que sabemos captar, y, por lo tanto, el
mundo que experimentamos es un retrato nuestro en negativo.
Pues bien, los sentimientos son el modo como un bloque de información se manifiesta, al
interpretar un dato recibido por la experiencia. Somos conscientes del resumen de ese
conjunto de informaciones, y nos cuesta mucho esfuerzo desenvolver todo lo contenido en
un sentimiento. Es un procedimiento eficaz y peligroso al tiempo.
La ciencia cognitiva ha descubierto la importancia del conocimiento tácito. La información
en estado consciente procede de un repertorio no consciente, implícito, difícil de simular en
ordenadores, porque desconocemos su organización interna.
Nuestros conocimientos son operativos. Ni que decir tiene que estoy de acuerdo con dar
importancia al conocimiento tácito, pero hay que ir un poco más adelante. Mi tesis es que el
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Inteligencia creadora
conocimiento tácito, en el caos del hombre, se encuentra formando bloques integrados. No
son secuencias de información que pudieran enunciarse en listados, sino sistemas
asimilativos, que compilan información.
Analizaré la sorpresa. Es el sentimiento producido por una novedad. Los neurólogos han
estudiado el fenómenos de sorpresa más elemental, que es la “reacción de arousal”, el
estado de alerta. El animal responde a un estímulo nuevo, pero, sostiene Sokolov, percibir
la novedad supone un proceso de comparación. El animal ha de tener un modelo del mundo
conocido con el que comparar el estímulo sedicentemente novedoso. Los psicólogos
admiten que la sorpresa sólo puede darse si esperamos algo. El conocimiento tácito
funciona quemo un gigantesco sistema anticipador. La sorpresa es el sentimiento producido
por la inadecuación de lo percibido con lo esperado.
Poco a poco el niño pasa de responder a la estimulación por ella misma a responder al
estímulo por su significado. Para percibir las incongruencias que le divierten tiene que
haber constituido ya los esquemas de lo “familiar”. Aprende a distinguir lo serio y lo
lúdico. Forma un “concepto perceptivo afectivo”. Para Piaget la sonrisa es marca de
asimilación recognitiva. El niño sonríe al “reconocer”. La sonrisa sería un indicador del
placer que le produce su maestría.
Si un sentimiento es un gran bloque de información integrada, es dudoso que haya dos
sentimientos iguales. Ocurre lo mismo que en los conceptos vividos: originariamente
distintos, se van igualando porque hay elementos de homogeneización muy fuertes: por una
parte, los elementos reales, tanto orgánicos como estimulares, proporcionan un nivel básico
común. Después, la educación, el lenguaje y la necesidad de comunicarnos vuelven a limar
las diferencias. Por último, lo sentimientos complejos también se aprenden y, por lo tanto,
pueden considerarse como fenómenos culturales. Eso explica la variación geográfica e
histórica de los sentimientos, y también que se pueden educar y formar sentimientos
nuevos.
¿Qué tienen que ver los sentimientos con la inteligencia? Tradicionalmente el mundo de los
sentimientos se ha excluido de las tareas de la inteligencia, en parte porque se los
consideraba fuerzas indómitas y a su aire, y en parte también porque se confundía a la
inteligencia con la razón. Pero la inteligencia penetra el ámbito entero de nuestra vida
consciente, con mayor o menor energía. Las fuentes más originarias del sentimiento son
orgánicas o pertenecen al campo de las necesidades básicas, y a ese nivel son autónomas.
Ocurre que el hombre no suele vivir en ese nivel, y las emociones primarias se ven
enriquecidas, transfiguradas por la inteligencia, que introduce nuevas informaciones en el
sistema afectivo y crea, con ello, nuevos sentimientos, valores y necesidades.
La inteligencia es mucho más que un cómputo de información. Es la constitución de un Yo
inteligente, que es un sistema extractor de información y creador de información. Dirige su
propio comportamiento, conoce la realidad, inventa posibilidades nuevas. La inteligencia
no es una operación única sino un modo de realizar muchas actividades mentales,
transfigurarlas y construir otras nuevas. Es un modo de crear significados libres.
Tratado del proyectar
La inteligencia humana es la transfiguración de la inteligencia animal por la libertad. Ésta
es la primera tesis del libro: la capacidad de suscitar, controlar y dirigir las ocurrencias
20
Inteligencia creadora
transforma todas las facultades. Apoyándose sobre un mínimo poder de autodeterminación,
el hombre ha conseguido construir su inteligencia creadora y su libertad, todo el tiempo, en
un proceso de causalidades múltiples y recíprocas.
Hay que añadir que la autodeterminación actúa por medio e proyectos. Gracias a ellos la
facticidad del hombre es horadada por la presencia, el poder y la acción de la irrealidad, que
no es un añadido fantástico, sino suma de trayectos posibles dibujados en la realidad. La
inteligencia no es un ingenioso sistema de respuestas, sino un incansable sistema de
preguntas. No vive a la espera del estímulo, sino anticipándolos y creándolos sin parar.
Todas las operaciones mentales se reorganizan al integrarse en proyectos. La realidad
entera se amplía, dando de sí nuevas posibilidades, y en esta expansión universal también
resulta transformada nuestra inteligencia computacional, cuyas capacidades estaban
pendientes de una última determinación.
Entiendo por proyecto una irrealidad pensada a la que entrego el control de mi conducta.
Hay un ineludible momento en que el sujeto determina a qué fuerza entregará el control del
comportamiento. La inteligencia le permite inventar distintas posibilidades entre las cuales
elegir, distintos anteproyectos. Pues bien, el proyecto es la posibilidad elegida. La que está
ordenada a la “realización”, magnífica palabra que debería reservarse para la libre acción
humana.
Una vez entregado el control al proyecto, éste reorganiza toda la conducta. El régimen de
mi vida mental se ha alterado por completo. Ahora percibo significados que habían estado
ocultos. Así suceden las cosas: mis proyectos transfiguran mis operaciones mentales, las
cuales transforman, enriquecen y amplían la realidad, convertida en campo de juego, en
escenario de mi acción. Por tanto, hago depender de mis proyectos la textura de mi
inteligencia y la contextura de mi mundo.
Ésta es la segunda tesis del libro, que puede enunciarse así: el sujeto inteligente dirige su
conducta mediante proyectos, y esto le permite acceder a una libertad creadora. Crear es
someter las operaciones mentales a un proyecto creador. El arte no depende de operaciones
nuevas, sino de un fin nuevo que guía un uso distinto de las operaciones mentales comunes.
Tres conceptos van indisolublemente unificados: inteligencia humana, libertad y creación.
Sólo de manera metafórica podemos considerar que una acción natural, efecto de leyes
deterministas, es creadora. El primer rasgo para definir el proyecto creador es la libertad.
Todas sus claudicaciones o emperazamientos –como la rutina, el automatismo o la copia–
son al mismo tiempo graves mermas de la creatividad.
Otro criterio adicional –al que vagamente se alude con palabras “originalidad” o
“novedad”– sirva también para juzgar la creatividad de un proyecto. Desde el punto de
vista psicológico, prefiero hablar de proyectos que alejan al sujeto de su “zona de desarrollo
previsible”. El proyecto, que es una invención del sujeto, está simultáneamente dentro y
fuera de él –podríamos considerarlo como ampliación o elongación suya–, pero éste “fuera”
puede ser más o menos cercano, más o menos previsible.
Somos capaces de seducirnos a nosotros mismos desde lejos. De lo distante que situemos
en proyecto, distante de los automatismos, del abandono o de la rutina, dependerá la
amplitud de nuestro vuelo creador. Al formular un proyecto inventivo situamos la meta en
un problemático y remoto lugar hacia el que nos atraemos. La búsqueda de lo original,
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Inteligencia creadora
ingenioso, cómico o sublime se basa en nuestra habilidad para sugestionarnos con
irrealidades.
El proyecto creador no es más que un proyecto común lanzado fuera de la zona de
desarrollo próximo. Bajo su influjo, la inteligencia se distiende más allá de lo previsible.
Hay una deriva desde lo rutinario hasta lo excepcional, pero lo inaudito no está en las
operaciones mentales que son las de siempre, sino en las incitaciones desplegadas por el
fin. Los más audaces van más lejos que los aprensivos y cautelosos. Lo mismo sucede en la
escondida frondosidad de las ideas, cualquier cosa puede relacionarse con cualquier otra,
pues el espíritu humano puede llegar tan lejos como su perspicacia y valor le permitan.
Hay una continuidad esencial en todos los quehaceres de la inteligencia. Incluso un
concepto como el de “entrenamientos” tan ligado a la actividad física, puede aplicarse con
gran utilidad a las artísticas. Entrenarse es dejarse modelar por un proyecto. Un ideal
pensado arrastra al sujeto fuera de su desarrollo próximo. El creador, de modo más o menos
consciente, se convierte en entrenador de sí mismo.
Los autores suelen comenzar teniendo una ideas muy vaga de lo que pretenden conseguir.
Tratamos con lo que los expertos en Inteligencia Artificial llaman problemas mal definidos.
Desde hace mucho tiempo se sabe que la creación artísitca puede considerarse como la
solución de un problema. Lo que oscurece el asunto es que ni siquiera el autor podría
precisar el problema que quiere resolver con su obra, ya que, de hecho, cuando la comienza
sólo posee un esbozo vacía, casi un presentimiento.
Es difícil contar la propia vida y hacer al mismo tiempo su interpretación teórica. A estos
testimonios hay que reconocerles valor documental y pobreza hermenéutica. Es cierto que
el proyecto comienza siendo un indigente tema de búsqueda, tal vez suscitado por el azar,
pero hace falta explicar por qué enigmáticas influencias este pobre comienzo llega a dirigir,
alentar y controlar la acción creadora.
Las cosas no presentan el mismo perfil a los ojos de un espectador inerte que a los ojos en
estado receptivo. El proyecto cambia el significado de las cosas, que se convierten en
significativas, sugerentes, interesantes, prometedoras, bienesperanzadas. Una realidad se
muestra sugerente cuando en ella se barruntan muchas posibilidades. Pero hay que entender
que esas posibilidades no son propiedades de la realidad, sino operaciones incoadas.
Todos los proyectos amartillan esquemas de asimilación y de producción, que se disparan
al aparecer los estímulos adecuados. Cuando un sujeto experimenta algo como sugerencia,
no percibe una propiedad del objeto, sino la impaciente tensión de sus operaciones
virtuales, prontas a actuar. La actividad creadora transmuta lo trivial en sugerente. Una
frase, un suceso trivial, una imagen puede desencadenar la completa actividad creadora,
pero nos equivocaríamos al pensar que son muy poca cosa. Los grandes creadores manejan
siempre más información que los demás. Una realidad aparece llena de posibilidades sólo
ante los ojos de quien va a ser capaz de integrarla en un gran número de operaciones. Tener
muchos posibles quiere decir ser muy rico en operaciones.
El proyecto es una realidad a la que entrego el control de mi comportamiento. Esta
irrealidad es una información a menudo fragmentaria, confusa o minúscula, capaz sin
embargo de activar y dirigir la acción, proponiéndole una meta. El primer componente del
proyecto es la meta, el objetivo anticipado por el sujeto, como fin a realizar. Salvo en casos
muy sencillos, en que el objetivo está diseñado con precisión, los proyectos contienen sólo
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Inteligencia creadora
un patrón vacío de búsqueda. Cada vez que hable de estos “patrones vacíos”, le será útil al
lector pensar en lo que le sucede cuando tiene una palabra en la punta de la lengua. No
puede decirla, pero podrá reconocerla cuando aparezca. Pues bien, gracias a los patrones de
búsqueda creamos la información necesaria para llenarlos, y buscamos los planes, métodos
y operaciones necesarios.
No hay proyectos desligados de la acción. Hay, por supuesto, muchas anticipaciones de
sucesos futuros, como las ensoñaciones, los deseos o los planes abstractos, que son sólo, en
el mejor de los casos, anteproyectos que se convertirán en proyectos cuando hayan sodi
aceptados y promulgados como programas vigentes. El proyecto es una acción a punto de
ser emprendida. Una posibilidad columbrada no es proyecto hasta que se le une una orden
de marcha, aunque sea diferida. Este enlace con la acción, que convierte al proyecto en un
fin, lo introduce en los complejos mecanismos de la conducta y sus motivaciones. El
proyecto va a activar, motivar y dirigir la acción, y ha de tener para ello el atractivo
suficiente. En el origen de todas las ocurrencias hay un deseo de actuar. Este esquema
sentimental le permite al sujeto inventar motivos de acción. Por ello, la anulación del deseo
va seguida de una incapacidad de proyectar. Así sucede en las grandes depresiones como
una inhibición vital, una detención del impulso en la que se padece una pérdida de ánimo,
de esa incitación a desplegar las posibilidades vitales y experimenta una reducción de su
espacio vital.
El creador inventa motivos para actuar, porque siente deseos de actuar. El proyecto es una
meta inventada y elegida. El proyecto es un tema mendicante habitado por una afectividad
que incita a la acción. El sentimiento percibe lo interesante del asunto. La subjetividad
entera del autor, por mediación de esos órganos integradores de información que son los
esquemas sentimentales, percibe que el tema es transferible, gracias, entre otras cosas, a la
conciencia implícita de las operaciones alertadas por ese esbozo vacío.
No se trata todavía de un proyecto, porque el proyecto exige una promulgación de su
vigencia y una orden de marcha. Lo único que se ha considerado en ese mínimo asidero de
la atención que es la meta entrevista, pero aún no aceptada. La breve experiencia es
asimilada por alguno de los esquemas activados en la subjetividad del autor. El tema
aparece caracterizado por un esbozo y unas restricciones. Es el embrión.
El creador acomete una empresa, como cierto símbolo o figura enigmática hecha con
particular fin, enderezada a conseguir lo que se va a pretender. Lo que desencadena la
actividad emprendedora del autor es ese símbolo o figura enigmática que él sólo sabe
descifrar.
Tal vez lo conservado en la memoria no fuera el tema, sino los esquemas de asimilación
capaces de aprehender ese tema como interesante, y que podían producir ocurrencias
análogas a partir de desencadenantes distintos. Un tema se convierte en meta, porque su
carencia de contenido expreso queda suplido por su poder de movilizar un sentimiento, que
es un sistema integrado de esquemas productores de ocurrencias.
Mediante la acción realizamos el proyecto. Esta vocación de realidad lo distingue de la
ensoñación, con la que guarda, no obstante, estrechos vínculos. Ambos son anticipaciones
del futuro, pero en el caso de la ensoñación no hay tránsito posible entre el presente y ese
porvenir de fábula. El ensueño puede burlar todas las restricciones porque no pretende
realizarse. En cambio, el proyecto está siempre condicionado por la realidad.
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Inteligencia creadora
En la entrada del proyecto se incluyen también las condiciones o restricciones que el sujeto
sufre o se impone. Hay que decir ambas cosas, porque no todas las restricciones son
impuestas al creador, sino que muchas son libremente elegidas por él. Gran parte de la tarea
creadora va a consistir en una hábil gestión de las restricciones.
El proyecto se va llenando de figuras tema, patrón de búsqueda, motivos, sentimientos y
restricciones. Un proyecto impulsa a la acción y la dirige, pero para discernir los
movimientos adecuados y para saber si hemos alcanzado el objetivo necesitamos algún
criterio. Cada vez que un inventor, un científico o un artista se esfuerza por realizar un
proyecto ha de comparar cada uno de sus pasos con el objetivo propuesto. Pero sucede que
precisamente el objetivo es lo que se intenta encontrar, lo que se desconoce, con lo cual la
búsqueda resulta dirigida por lo buscado, que al mismo tiempo es lo desconocido. Esta
situación tan paradójica se resuelve apelando a algún criterio que no sea el mismo objetivo
buscado, pero que permita reconocerlo. Gracias a ese criterio, a ese patrón de comparación
y reconocimiento, el artista podrá si llega el caso dar la orden de parada.
¿No es un exceso racionalista afirmar la inevitable presencia de criterios en el proyecto?
Bien está que el matemático se someta a los criterios formales y el científico a sus criterios
de evidencia, pero la creación es un vuelo anárquico, un estallido espontáneo, un surtidor
de novedades imprevisibles. Me temo que no, el Yo creador, incluso el del más inspirado y
anárquico vate, es un edificio lenta y cuidadosamente construido en el que influyen la
casualidad y la inconsciencia, pero sin ahogar la acción de un Yo que elige, selecciona y
planea. Por lo demás, sólo un malentendido puede relacionar el criterio con la razón. Para
evitar el equívoco tal vez debería sustituir el término “criterio” por la expresión “patrón de
reconocimiento y evaluación”. Los criterios de la ciencia son racionales, universalmente
válidos y verificables, pero en el arte suceden las cosas de manera distinta. Es el propio
autor quien forja sus criterios y los utiliza, sin formularlos explícitamente, bajo la forma de
un “juicio de gusto”.
El criterio artístico fundamental es el “gusto” del artista, que no está en el proyecto, sino en
el sujeto. También al analizar lo que hace interesante a un tema nos vimos obligados a
replegarnos hacia el sujeto. El proyecto es una proyección de la propia subjetividad. Es el
sujeto quien desde el proyecto se seduce a sí mismo. Los proyectos son la expansión del
ámbito de la subjetividad.
Cuando un artista promulga un proyecto, al tema esbozado le acompaña el sistema de
preferencias que actuará de patrón de evaluación. En esta punto tenemos que retomar la
noción de sentimiento y, como tal, un gigantesco bloque de información integrada. Voltaire
escribió: “El gusto, ese sentido, ese don de discernir nuestros alimentos, ha producido en
todas las lenguas conocidas la metáfora que expresa, mediante la palabra “gusto”, el
sentimiento de las bellezas y las faltas en todas las artes. Es un discernimiento rápido, como
el de la lengua y el paladar, y que como éste antecede a la reflexión; es como éste, sensible
y voluptuoso respecto de lo nuevo; rechaza como éste, lo malo ocn rebeldía. Está
frecuentemente, como éste, indeciso y confundido”.
Un esquema sentimental, que es un bloque integrado de información, valoraciones
estéticas, peculiaridades psicológicas, reflexiones teóricas, deseos, manías, razonamientos,
ensoñaciones, y muchas cosas más, interpreta los datos perceptivos y los hace aparecer en
la conciencia sentimentalizados, o lo que es igual, englobados en un sentimiento que
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Inteligencia creadora
inventa/descubre en ellos el valor correspondiente. A partir de esta experiencia podemos
investigar los componentes del esquema sentimental que la hizo posible, mediante un
riguroso análisis genealógico.
En muchas ocasiones, los sentimientos producen ocurrencias, además de evaluar las ya
producidas. De ahí que el sistema de preferencias del artista, sus patrones de
reconocimientos y evaluación son la gran greación que va a distinguirle de los demás. No
hay forma de copiar la realidad si no es a través de la irrealidad del proyecto. Cuando las
expectativas son tan novedosas que abren un intervalo entre lo que se proyecta y lo que se
puede hacer, el creador tiene que inventar una técnica nueva o un nuevo modo de crear,
para poder salvarlo.
La anatomía del proyecto termina aquí. Al proyectar entregamos el control de nuestra
actividad a un tema indigente, dotado de atractivos que sólo el autor conoce, y que va a ser
capaz de activar su conducta y dirigirla. Ciertas condiciones y restricciones contenidas
implícita o explícitamente en el proyecto balizan el campo de actuación y excluyen grandes
masas de posibilidades. Por último, un criterio nos permitirá reconocer si la actividad va
por buen camino y cuándo hemos alcanzado la meta. Objetivo, condiciones y criterios son
los elementos que configuran un proyecto. En el caso del artista el supremo criterio es su
gusto personal, es decir, el sistema de preferencias creado por él que va a dirigir sus
ocurrencias, sus evaluaciones y, en una palabra, su obra entera.
La primera tarea de un creador es inventar proyector creadores. Antes, por supuesto, ha
tenido que construir su propia subjetividad, el complicado organismo del que van a
proceder sus ocurrencias y sus evaluaciones. Nos falta saber cómo se inventan los
proyectos.
Las operaciones creadoras dependen de un proyecto, lo que nos fuerza a admitir que la
operación de crear un proyecto o no es creadora, o procede de un proyecto previo. Parece
que ha de haber un proyectar sin precedentes, no feudatario de un proyecto anterior, y así
sucede. Nuestro temperamento, nuestras necesidades y nuestra educación son productores
espontáneos de fines.
Empecemos por el temperamento. Aristóteles parece negar que se puedan inventar fines,
porque cada uno elige como fin lo que juzga bueno, interesante o atractivo, y esa
evaluación depende del carácter. Según el carácter del hombre, así serán los fines que elija.
Los deseos, sentimientos, necesidades, tan estrechamente relacionados con el carácter,
también nos proporcionan fines. Bergson sostuvo que una emoción nueva está en el origen
de las grandes creaciones. “Creación significa, ante todo, emoción.” Ocurre que siendo el
carácter y la afectividad zonas autónomas y rebeldes, concederles la exclusiva de producir
fines equivale a sacar la actividad de proyectar del circuito de la acción voluntaria.
Aristóteles se dio cuenta de que si sólo podemos elegir los medios y no los fines de nuestra
acción, nadie sería responsable de sus actos, por lo que añade: “Somos en cierto modo
concausa de nuestros hábitos y por ser como somos nos proponemos un fin determinado.”
“Si cada uno es en cierto modo causante de su propio carácter, también será en cierto modo
causante de su parecer”.
Estamos en el reino de la negociación, de las causalidades recíprocas, de la deriva tenaz, la
construcción minuciosa, el ensanchamiento paulatino. Podemos pensar valores no sentidos,
acaso recibidos de fuera, y de esa manera dirigir nuestro sentimiento real mediante
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Inteligencia creadora
instrumentos irreales. Es pasmoso que podamos dirigir nuestra acción con proyectos
meramente hablados, construidos mediante operaciones verbales, que reciben su savia y
energía de sentimientos muy lejanos. Esta facultad de entregar el control de nuestra acción
a una instrucción hablada, influye también en el proyectar. Nos concede una enorme
flexibilidad para aceptar “encargos”, es decir, proyectos ajenos. La aceptación de un
proyecto ajenos exige tratarlo como un maniquí al que habremos de vestir con el proyecto
propio. Las peripecias de la facultad de proyectar se confunden con las peripecias de la
creación de la libertad, que, a su vez, se confunden con la creación de la inteligencia. No
podía ser menos y no podía ser más.
Un sentimiento se convierte en suscitador de ocurrencias que, de modo fantasioso y vicario,
satisfacen en cierto modo el deseo. Bergson decía que los sentimientos son “generadores de
ideas”. Y también hablaba de una “facultad fabuladora”, que permite al hombre la
invención de realidades. Es esta capacidad, a la que muchas veces se llama imaginación
equivocadamente.
Recordemos la noción de esquema mental y, en especial, uno de sus tipos: los modelos, que
integran información y procesos. Un modelo es un programa de acción, un conjunto de
inferencias plegadas, el esquema de un comportamiento. Cada vez que poseemos un
esquemas que unifique datos y relaciones dinámicas entre estos datos, tendremos un
modelo. Son programas narrativos condensados. Cada sentimiento es un modelo, que
desencadena diversos recorridos sentimentales.
La mayor parte de los modelos que nos sirven para inventar cosas, entre ellas proyectos,
son aprendidos. Una cultura es, entre otras cosas, un repertorio de proyectos elaborados por
sus miembros a lo largo de la historia. Cuando este repertorio disminuye la vida social se
hace anémica. Deja de haber emprendedores. El proyecto ha de enlazar con la motivación
y, por lo tanto, incitar a la realización de valores. La riqueza de los valores propuestos y de
proyectos vigentes indican la salud de una cultura. Una desidia del proyectar, es un tipo
más de impotencia inducida.
Resulta verosímil que proyectar consista en utilizar modelos mentales enlazados con el
deseo de actuar, o con cualquiera de los sentimientos que impelen a construir o crear.
Cualquier suceso, incluso trivial, activa los esquemas sentimentales que integran el suceso
dentro de uno de los modelos narrativos anejos al sentimiento. Usamos los proyectos ajenos
para construir los propios, tomándolos como modelos y mezclándolos, interpolándolos,
destruyéndolos y reconstruyéndolos con enorme habilidad.
Las actividades de búsqueda
La actividad creadora comienza con la elaboración del proyecto, que es un complejo
organismo de cuya energía y calidad va a depender la obra entera. Una vez que el fin está
propuesto, toma el relevo la segunda gran actividad de la inteligencia: buscar.
Un proceso inteligente comienza en un “estado inicial”, a partir del cual se intenta llegar a
un “estado final” o “meta”. El examen de las posibles soluciones para atravezar ese vacío se
designa como “búsqueda”, y el conjunto de los posibles caminos a explorar es el “espacio
de búsqueda”.
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Inteligencia creadora
La inteligencia humana busca con una flexibilidad pasmosa, que por ahora es una exclusiva
nuestra. Esta soltura se debe a nuestra capacidad de inventar proyectos. Los expertos han
clasificado nuestras actividades de búsqueda en dos grandes grupos. Unas son sistemáticas,
lentas, exploran todas las posibilidades y tienen una eficacia limitada. Son las llamadas
“búsquedas algorítmicas”. Es evidente la imposibilidad el procedimiento. Por ello, el
hombre abandona esos caminos tan seguros e inútiles y utiliza “búsquedas heurísticas”, en
las que despliega todos sus trucos y estratagemas, dejándose llevar por suposiciones, y por
todos sus saberes plegados, sentimentales o no. Paradójicamente son métodos menos
seguros, pero más eficaces. La estructura de la actividad de búsqueda es siempre la misma.
El proyecto anticipa la meta. Buscar es una acción con dos etapas bien diferenciadas. En la
primera, se suscita información. En la segunda, se compara con el patrón de búsqueda. Las
operaciones para conseguir información pueden ser muy variadas. La más sencilla es la
exploración perceptiva. Cuando busco paso la mirada manteniendo en mi conciencia el
patrón que guía mi mirada, el concepto perceptivo. La intensidad de la búsqueda depende
de la prontitud con que suscitemos la información.
Hay búsquedas más complicadas que las perceptivas, en las que tengo que crear la
información, no sólo percibirla. La orientación proviene del proyecto, pero ha de
transferirse el espacio de búsqueda. Tengo que saber dónde buscar. Numerosas operaciones
se integran en la búsqueda: la memoria, las operaciones perceptivas, imaginativas,
inferenciales. Todas van orientadas a crear nuevos caminos. A inventar posibilidades.
Comparamos la información que hemos producido o conseguido con el patrón que nos
guía, que ha permanecido vigente, pero en un segundo plano de atención. Esta habilidad de
desdoblar nuestra conciencia en dos planos, uno que guía y otro que es guiado; uno que
recibe la nueva información, y otro donde se mantiene vigente el patrón de búsqueda, es
una joya de la inteligencia. Repasamos nuestro repertorio de problemas resueltos para
comprobar si alguno se asemeja al que ahora nos ocupa.
Las actividades se componen de operaciones. Las operaciones son los elementos con que se
construyen las actividades. En la actividad de búsqueda utilizamos todos nuestros recursos:
recordamos, mezclamos, inferimos, relacionamos, disparatamos, copiamos. Todo nos sirve
para llenar los vacíos que nos separan de nuestra meta. Éste es el asunto: nos separamos de
nosotros mismos mediante el proyecto, y después nuestra inteligencia tiene que llenar ese
hueco: así es la marcha del progreso. La búsqueda es perspectiva y tenacidad.
La tarea consiste en llenar intuitivamente el espacio vacío. Esta tensión entre vacío y
plenitud se da en todas nuestras acciones. Un proyecto es una mención vacía que se
plenifica al realizarla. Los deseos permanecen vacíos hasta que no son intuitivamente
rellenados por la imaginación. Una de las ideas de Husserl fue su distinción entre “objetos
mencionados” y “objetos presentes en persona”. La inteligencia maneja con soltura estos
dos tipos de informaciones. La información vacía es el indicio de algo ausente, que se sabrá
reconocer si aparece. Este hueco nos permite dos tipos de operaciones: rechazar los ensayos
equivocados y reconocer cuando aparece. Esta misma dualidad de planos, en el que se
conoce y se ignora. Es una característica de la actividad artística. Como estudió Bergson, la
tarea creadora es el paso del esquema vacío a la intuición. El esfuerzo para saltar de nivel:
de lo abstracto a lo concreto.
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Inteligencia creadora
El autor ha de encontrar datos, como es lógico, en cualquiera de sus bancos de datos: la
memoria, la información ya codificada o la realidad. No se trata de absorber información
para guardarla inerte, pues la memoria inteligente es un sistema dinámico y productivo.
El esquema de búsqueda, en su camino hacia lo concreto, atraviesa distintos niveles que no
necesitan darse en todas las obras. Planificar es una estación intermedia en la que algunos
autores se detienen y otros no. Una de las actividades que el esquema dirige es la de buscar
un plan. Es decir, representaciones que guíen la acción. El plan es un método para hacer
mientras que el proyecto es un propósito de hacer.
Los especialistas en inteligencia artificial han estudiado los modos como creamos planes, y
señalan dos grandes estrategias. Una, ascendente, que coordina planea inferiores bien
estructurados. La estrategia descendente consiste en descomponer un problema general en
problemas parciales. La marcha normal es descendente, porque el autor busca las
ocurrencias a partir de un proyecto muy vago. Pero para realizar la búsqueda ejecuta
múltiples operaciones de tanteo, utilizando las estructuras disponibles, los esquemas que
posee, sus habilidades lingüísticas. Hay una colaboración entre ambas estrategias que
confiere al proceso creador un carácter retroprogresivo. Un vaivén continuo entre lo
proyectado y lo ensayado. La planificación es una gestión de condiciones que reducen el
grado de libertad.
En la iluminación lo más fácil es pensarla como un reconocimiento súbito. Para ello, hay
que admitir que había un esquema de búsqueda activado, y que era capaz de reconocer. De
la misma manera que los esquemas perceptuales reconocen dando un significado, así
también sucede con los sistemas de búsqueda. El material está al alcance de todos pero sólo
puede reconocerlo quien posea los sistemas de extracción necesarios.
La opinión de los artistas acera e la inspiración es una toma de postura, implícita o
explícita, sobre las relaciones entre el Yo ocurrente y el Yo ejecutivo. Para Rodin lo único
importante era el trabajo, no había que esperar la inspiración como una insegura dádiva
divina, sino que había que construirla tesoneramente. El Rilke converso dejó de esperar las
voces del más allá y se empeñó en sustituirlas por una voz más controlable: la observación.
La creación es una libertad que se limita a sí misma. Valéry se impone su propio canon:
“Quizá lo más extraordinario del trabajo artístico es ser un trabajo esencialmente
indeterminado. Se es de tal forma libre, que la parte más laboriosa de la tarea es crear el
problema mucho más que resolverlo”. La creación es una combinatoria interminable, un
juego entre lo voluntario y lo involuntario, en el que el poeta intenta “imitar, hacer
habituales y funcionales los hallazgos que en principio eran azarosos”. Valéry no encuentra
ninguna diferencia entre las actividades mentales realizadas para componer un poema y
para cualquier otra tarea intelectual.
Este complicado juego de propósitos, vaguedades, certezas, preferencias, cálculo y
sentimiento es el proceso creador. El creador siempre busca de manera consciente o
inconscientemente, dirigido pro un proyecto formulado, o por un proyecto vital, que no es
más que el atractivo resonar en el sistema de las preferencias. Romper el lazo entre las
actividades pequeñas, cotidianas y minúsculas de la inteligencia, como son el ver, atender,
recordar o sentir cariño, y las actividades importantes, como el arte o la ciencia, me parece
falso y, además, devaluador de la inteligencia humana. Encuentro verdadera y además
estimulante la idea de que la personalidad creadora sea la que es capaz de inventar, elegir y
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Inteligencia creadora
mantener un proyecto creador, abriendo dentro de sí una zona de desarrollo remoto, en la
que su libertad puede ampliarse. El proyecto no es sólo el final entrevisto, sino la
constancia mantenida. La creación no es una operación formal, sino biológica, expuesta a
azares y prolongada por el afán de una subjetividad que quiere ampliar su libertad.
Las actividades de evaluación
Todo acto libre está agitado por ese mismo trajín de ir de lo que soy a lo que quiero ser, sin
saber muy bien de qué se trata.
Toda acción dirigida a un fin tiene que ir acompañada de un criterio que le permita
reconocer la meta. El criterio nos sirve para discernir si hemos alcanzado la meta y,
mientras no la hayamos alcanzado, si vamos por buen camino.
El matemático posee un criterio formal, absolutamente seguro, que le permitirá saber si una
solución es correcta, pero mientras está en camino tiene que apelar a otros conocimientos
más imprecisos.
La situación es todavía más complicada cuando se trata de problemas mal definidos, para
los que se carece de criterio objetivo seguro. Perkins dice que “”Crear es el proceso de
seleccionar gradualmente entre una infinidad de posibilidades”. Y según Valéry, “las tres
cuartas partes de un trabajo bien hecho consiste en rechazar”. Las filosofías medievales
decían que el acto principal del artista es juzgar. Yo diría que es crear la norma para juzgar,
un criterio privado, y juzgar la obra de acuerdo con él. Un criterio sin valor o una
aplicación sin perspicacia malogran una obra.
Es intrigante que los criterios tengan especial eficacia para negar. Rechazan con innegable
certeza. Según Bergson, “La intuición prohibe”, “Antes de ver una cosa clara, lo que se ve
claro es que hay algunas maneras de las que no puede ser en absoluto.” Detecta la
imposibilidad antes que la posibilidad.
Cuando se lee un libro dentro de un proyecto, se busca en él cualquier cosa aprovechable:
una imagen, un escenario, una situación que a la luz del proyecto aparezca significativa.
La realización de una obra de arte va acompañada de una evaluación continuada. Los
teóricos de la Inteligencia Artificial han recalcado la eficacia de trasladar los resultados de
una operación de búsqueda a la meta que dirige esa operación. El proyecto enriquecido va a
confirmar la validez de la información que le ha enriquecido, mostrando al autor nuevas
posibilidades.
El estilo que tiene el Yo ejecutivo para dar la orden de parada es un componente de la
inteligencia. La evaluación última y la orden de parada son una fase fundamental en el
ejercicio de la inteligencia, en la que conocimiento y afectividad, información y
sentimientos vuelven a trenzarse. La inteligencia hace muchas cosas, además de computar
información: inventa proyectos, piensa valores, negocia la aplicación de la energía,
construye criterios, evalúa y mantiene las tareas hasta el límite más adecuado, lo que es más
fácil de decir que de hacer.
Valéry planteó un problema real, que no afecta sólo al arte, sino a toda la conducta
inteligente. ¿Cuál es el nivel óptimo de perfección de una obra? En algún momento hemos
de detener esa búsqueda de la supuesta perfección. Nos enfrentamos aquí con el más
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Inteligencia creadora
peliagudo problema que se presenta a la inteligencia. ¿Cómo saber si el criterio que utiliza
para evaluar es el mejor posible? La calidad de una obra depende de la calidad del criterio,
pero ¿quién nos advierte sobre la calidad del propio criterio? Una obra de arte es la
encarnación de un sistema de preferencias, el resultado de una copiosísima teoría de
elecciones.
Necesitamos elegir, y elegir con acierto. La ausencia de un canon objetivo nos arroja en
brazos de una subjetividad, de la que esperamos que invente su propio criterio, y que no lo
haga arbitrariamente. Cuando queremos seleccionar nuestras obras o acciones tenemos la
paradójica pretensión de dejarnos guiar por nuestras preferencias y de que esas preferencias
alumbren valores objetivos. A partir de evidencias subjetivas aspiramos a descubrir
verdades universales.
La inteligencia humana es una inteligencia animal transfigurada por la libertad. La
inteligencia creadora obra haciendo proyectos. El más arriesgado proyecto de la
inteligencia es crean un modelo de inteligencia, de sujeto humano, de humanidad. La
subjetividad humana, libre y creadora, contemplada como ideal, y proyectada como
máximo despliegue de la inteligencia, tal vez pueda servirnos como criterio último de
nuestro comportamiento, incluido el de nuestra inteligencia.
Yo ocurrente y Yo ejecutivo
La creación artística nos remitió una y otra vez al Yo creador. No se pueden explicar sus
alardes sin apelar a la capacidad evaluadora del artista. Inventar es fácil, lo difícil es acertar.
Repetir es fácil, lo difícil es innovar. En el acierto y en la innovación intervenía el sistema
de valores que, en términos imprecisos e ingenuos se llama “gusto”.
La primordial tarea de la inteligencia es construir un sujeto inteligente. La inteligencia no
es algo que se tiene o no se tiene, ni solamente es algo que se tiene más o menos, sino que
es, sobre todo, algo que se va haciendo o deshaciendo. El hombre descubre posibilidades en
la realidad, lo que quiere decir que también en su propia realidad descubre posibilidades.
Una de ellas es actuar libremente. No es en estricto sentido una propiedad suya, sino una
posibilidad que ha de descubrir y realizar, como todas las demás, mediante un proyecto.
Desde lo que soy anticipo lo que quiero ser y esta irrealidad producida en mí mismo, y
resonando en mí mismo, me atrae hacia ella.
La inteligencia humana es la transfiguración de una inteligencia computacional por la
libertad. El proyecto creador definitivo de la inteligencia es la creación de su propia
subjetividad inteligente. La creación de la propia libertad ha de acomodarse a la estructura
de todo proceso creador. Al reflexionar sobre los proyectos creadores de la propia libertad,
el hombre ha de considerar los criterios de evaluación con que va a regirse.
Estamos sometidos a los accidentes biográficos, nos determinan tanto que parece un
sarcasmo hablar de crear la libertad, o incluso de libertad a secas. Conviene que veamos
cómo se desarrollan las negociaciones para la libertad.
Al principio describí la inteligencia como la capacidad de suscitar, controlar y dirigir
nuestras “ocurrencias”, definidas como “especie u ofrecimiento que ocurre a la
imaginación”. Podemos aplicar el nombre a todo tipo de acontecimiento mental que se hace
consciente. Todo ofrecimiento a la conciencia es una ocurrencia. Las ocurrencias apaecen
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Inteligencia creadora
con una cierta impersonalidad. Nada delata su origen. No somos dueños de nuestras
ocurrencias.
Sin embargo, la teoría de la impersonalidad de las ocurrencias no acabó de cuajar en los
hablantes. Lo que había descubierto el lenguaje es que las ocurrencias no son impersonales,
sino nuestras, porque mantienen cierta independencia.
Reconozco sin dificultad dos tipos de ocurrencias. Unas se me imponen o se me resisten, y
ante ellas me siento impotente. Cuando vuelve una preocupación que quiero alejar, siento
su poder frente a mí. La misma independencia descubro en la acción opuesta: no consigo
traer a la conciencia el dato preciso, ni consigo la ocurrencia brillante y oportuna. Otras
ocurrencias se me ocurren a mí, suscito su aparecer, aunque por procedimientos que en
general ignoro. Puedo recordar voluntariamente una imagen o inventar una frase ingeniosa
o poética. En estas ocasiones me siento dueño de mi conciencia, aunque lo hago de la
misma forma como manejo un ordenador cuyo mecanismo desconozco.
Ha aparecido en varias ocasiones esta índole dialéctica, dialógica, disputada, pugnaz, de
nuestra subjetividad. La humanidad ha experimentado siempre que fuerzas desconocidas
dominaban gran parte de los accesos a la conciencia. El hombre mantiene una perpetua
lucha por ser dueño de su conciencia, dirigir a voluntad sus manifestaciones, elegir los
estados de ánimo, lograr la claridad de las visiones, o hablar el lenguaje deseado. El
objetivo final era liberarse de las ocurrencias no controladas. El carácter del hombre es su
destino y el carácter no es más que un estilo poderoso e insumiso de presentarse las
ocurrencias en nuestra conciencia.
El hombre reconoce origen de algunas de sus ocurrencias, actúa como suscitador o director.
Se comporta, pues, ejecutivamente: imagina, grita, recuerda, dirige la mirada, puede
elaborar planes y ejecutarlos. En otras ocasiones, por el contrario, las ocurrencias vienen a
su conciencia. Desde él mismo, sin duda, pero lo hacen espontáneamente, carecen de
autorización, son involuntarias.
A este último aspecto del Yo lo llamé Yo ocurrente, y es el que produce las ocurrencias sin
mi autorización; el Yo computacional, podríamos decir. Al Yo, en cuanto dirige o suscita la
producción de ocurrencias, lo he llamado Yo ejecutivo. Y como entre sus operaciones está
la de promulgar proyectos creadores, también lo he llamado Yo creador. Y como no tiene
una autoridad omnipotente, sino que tiene que contar con los caprichos del Yo ocurrente y
negociar con ellos, también lo he llamado Yo negociador.
La más originaria fuente de nuestras ocurrencias es el cuerpo. Nos proporciona ocurrencias
perceptivas internas y externas. Él nos introduce en el ámbito de las necesidades, los
deseos, las tendencias, los valores. El cuerpo es un sistema productor de significados.
Vivimos acontecimientos fisicoquímicos como ocurrencias, es decir, como significados que
podemos objetivar. Un básico estrato de nuestras conductas y preferencias está determinado
por el estado físico.
Otra fuente de ocurrencias es la enfermedad mental. En una personalidad puede formarse
un nicho impenetrable –las manías, obsesiones, fobias, alucinaciones, escrúpulos, delirios–
que a veces coexiste con conductas normales. La enfermedad en un sistema de producción
de significados que se hace impenetrable a la inteligencia: el sujeto no puede alterar su
funcionamiento y se siente sometido a esos significados que le abruman. Para el enfermo la
percepción ha perdido su fuerza de evidencia. Esta devaluación de la experiencia se da
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Inteligencia creadora
también en los prejuicios insalvables. La inteligencia puede describirlos, pero no penetrar
en ellos.
El Yo ocurrente incluye muchos sistemas autónomos de producción de significados: la
memoria, la alegría, la timidez, el miedo, la cólera, la envidia, el estilo, el estado de ánimo,
las actitudes. El carácter es un sistema estable de producir ocurrencias y muchas veces se
opone a nuestra voluntad. Todos ellos funcionan fuera del campo consciente y los
conocemos sólo por sus resultados. El Yo ocurrente es, pues, el conjunto de sistemas de
producción de significados que funcionan con una cierta autonomía fuera del control del
Yo ejecutivo.
Los sueños son conexiones de significados que no dirigimos conscientemente. Cuando
hable de significado no me refiero forzosamente al lenguaje. Hay significados
prelingüísticos.
El Yo ejecutivo es una ocurrencia del Yo ocurrente. Somos movidos por nuestras
tendencias, que no son el obstáculo, sino el sustento de nuestra libertad. Entre el deseo y el
acto, entre el proyecto y la realización, no hay estricta causalidad. Hay motivación. La
autodeterminación es una propiedad real, pero la inteligencia y la libertad son posibilidades
que pueden realizarse o abortarse.
La inteligencia computacional del ser humano está formada por un conjunto de sistemas de
producción de ocurrencias sometidos a una parcial autodeterminación. El sujeto, desde el
Yo ocurrente, puede formular proyectos diferentes, todos los cuales pueden ser de un
proyecto primario. La libertad creadora es el juego de las facultades. La inteligencia y la
libertad son hábitos adquiridos.
Las teorías de la inteligencia aceptan que hay “inteligencias modulares”, independientes
unas de otras, aunque guarden una correlación. La inteligencia debe ser evaluada
atendiendo a los fines que se propone. La inteligencia se caracteriza por resolver
problemas, pero, antes de eso, se distingue por plantearlos. El descubrimiento de lo
problemático es un paso esencial en la creación de teorías nuevas. El hombre construye su
inteligencia con arreglo a un proyecto, que descubre sus posibilidades reales. La
inteligencia libre decide cómo va a ampliar sus posibilidades computacionales. Sólo un
proyecto creador suscita una inteligencia creadora.
No es la agilidad, ni la potencia, ni la rapidez de nuestras facultades mentales lo que nos
define, sino el modo como configuremos con ellas nuestra libertad. La creación de la propia
subjetividad y del mundo que la acompaña es la gran tarea de la inteligencia. Una de las
grandes creaciones de la inteligencia humana ha sido concebirse y proyectarse como
subjetividad libre. La inteligencia humana se edifica a partir de la inteligencia
computacional capaz de autodeterminarse.
La razón es un proyecto de la inteligencia, que aparece cuando la inteligencia decide
dejarse controlar por evidencias universales. La evidencia del error muestra la inseguridad
de las evidencias privadas. La necesidad de ponerse a salvo del error obliga al hombre a
buscar evidencias más fuertes. El enajenado o el fanático no puede abandonar la cárcel de
sus evidencias. Al percatarse de cuán fácilmente nos engañan nuestras evidencias privadas,
el sujeto se da cuenta de que su inteligencia no es autosuficiente. No es de fiar una
sedicente verdad que no pueda ser captada como verdad por una inteligencia en pleno de
sus facultades.
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Inteligencia creadora
Piaget y Kohlberg señalan que la capacidad para ponerse en lugar del otro funda el
comportamiento moral. Además, reconocer la inteligencia de cada persona y la posibilidad
de que cualquiera pueda estar een lo cierto, obliga a explicar y escuchar, a justificar y
criticar: todo esto contituye la racionalidad.
Todas las operaciones mentales se hacen racionales cuando intervienen en ese nuevo
proyecto de buscar evidencias intersubjetivas. La razón no es una facultad especial: es un
proyecto de la inteligencia, decidida a saber si hay evidencias más fuertes que las privadas,
a evaluarlas y a aceptarlas si llegara el caso.
La inteligencia racional ha encontrado un modelo de humanidad que puede servir de
criterio para evaluar elecciones. Ese valor es la dignidad humana. La justicia consiste en
dar a cada uno lo suyo, esto es, lo que le pertenece. El hombre es una inteligencia
computacional que se autodetermina.
Podría encerrarme en la exaltación de mi propia autonomía si la razón no me forzara a
admitir las evidencias ajenas. De un “hecho” no se deriva un “derecho”, convivir en el
ámbito de derechos compartidos, aparece como un bien universal. Los derechos naturales
son un proyecto creador que la inteligencia racional persigue. Sólo la inteligencia racional
puede afirmar la dignidad. Quien se refugia en su evidencia privada lo hace por
autosuficiencia, desprecio o miedo. El irracionalismo lleva al crimen y a una cruel
discriminación de los seres humanos. La manera más inteligente de ser inteligente es crear
la dignidad humana, la libertad y la verdad como proyecto supremo.
Muchos asuntos quedan pendientes, pero Kant tenía razón cuando menciona que no hay
nada más idealista que la razón, Husserl tenía razón al decir que la razón es el telos de la
humanidad.
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