EL CURA MARIANO PUGA Y SU NUEVA CRUZADA

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EL CURA MARIANO PUGA Y SU NUEVA CRUZADA
Por Pepa
Tres kilómetros de sendero separan la iglesia de Colo, un pueblo de 299 habitantes al centro de Chiloé, del camino
principal. Ancianas salen de sus casas y emprenden la pesada cuesta de tierra y lodo al son de campanas que llaman a
la misa de domingo. Se nos unen campesinos con las botas embarradas. Caminando todos con la espalda encorvada,
yo además, con el corazón hecho trizas, como subiendo nuestro Gólgota chilote.
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Todo es bucólico, el prado es verde y los animales pastan: ¿qué trajo al sacerdote Mariano Puga a estos parajes?
Bellos, pero solitarios, poco agitados para alguien como él. Pienso, en cambio, en el cura obrero, combativo, que
encabezó marchas y protestas, que fue junto a los curas José Aldunate y Pierre Dubois, entre otros, casi un mártir de
los cristianos de izquierda que se opusieron a la dictadura militar. No alcanzo a aclararme.
El propio Mariano Puga abre las puertas de la capilla de madera, hoy Patrimonio de la Humanidad. Sonriendo siempre.
Saluda a todos con sus manos largas y pálidas. Y lo primero que brota, además del aire helado del interior del templo,
es el sonido de una radiocasete en una esquina: suena la canción Yo te nombro, de un poema de Paul Éluard. Cuando
oscurece, cuando nadie me ve…eeeeeescribo tu nombre, en las paredes de mi ciudad. No la escuchaba hace mucho.
De esos años… Por pura casualidad la historia me hace un guiño. Es domingo 11 de septiembre, lo habÃ-a olvidado. No
hay duda, estoy ante el Mariano Puga de siempre. Mientras en Santiago habrá marchas y romerÃ-as, Puga está en un
pastizal en medio de Chiloé, listo para empezar la misa a su particular modo.
La imagen del cura se me vuelve a hacer presente. En las revistas de oposición, en documentales, en mÃ-tines. Su foto
con la sotana ensangrentada en la histórica trifulca de la misa del Papa en el parque O’Higgins, que dio la vuelta al
mundo. En democracia, como el sacerdote emblemático que defendÃ-a a los cristianos de la temida población La
Legua. Aunque no lo quiera, Puga ya es carne de estatuas. Pienso en los catres sin frazadas en que durmió, en las
mediaguas de fonolas y cartón en que vivÃ-a junto a las parroquias de Villa Francia, Pudahuel y La Legua. Concluyo
que ya tuvo suficiente mortificación y que Chiloé debe ser un merecido descanso o un destierro eclesial.
Pero no. Como esos antiguos santos que consiguen exprimirse siempre un poco más de dolor, vuelve a sorprenderme.
Una vez más dejó todo: su parroquia, las poblaciones, las comunidades, y pidió irse a Chiloé como anónimo
misionero. Todas las semanas parte de Colo rumbo a islas lejanas donde casi nunca llegan sacerdotes.
Las ancianas ordenan las ropas de la virgen, ponen velas, preparan la misa del domingo. Él tararea la canción y se ve
dichoso. Aunque ya se mueve con cierta dificultad. Con su metro ochenta y nueve y su pelo prematuramente blanco
desde los 29 años, Mariano Puga es un Ã-cono. A los 74 años, y después de 30 de cargar ladrillos o galones de pintura
y trepar andamios como cura obrero, sus cartÃ-lagos se han deshecho como los de un albañil jubilado. Le duelen las
rodillas: “A cada paso que doy choca hueso con hueso―.
Se pone la sotana de tela cruda y se cuelga una estola bordada a mano. Abre su biblia y cae una foto del arzobispo
salvadoreño Óscar Arnulfo Romero, asesinado en 1980. Se cuelga el acordeón del cuello y canta a la Virgen MarÃ-a.
No hay duda: es el mismo de siempre.
La misión
Unas semanas después lo acompaño a las islas Butachauques: 2 horas en bus, 5 horas en lancha y 6 kilómetros a pie,
tortura para sus rodillas. En cinco dÃ-as recorrerá cuatro capillas. Salta al muelle cargado de biblias, como si llevara
fresco alimento.
Para hacerse una idea, en los últimos seis meses ha recorrido 43 capillas por un enjambre de islas, haciendo dedo a
vehÃ-culos y embarcaciones. En los últimos tres meses ha dormido sólo diez dÃ-as en su cama. Cae como una roca
donde lo pilla la noche, en casas de católicos que le dan abrigo. Saca sueños atrasados sobre bancas. En lanchas. En
asientos junto a cocinas a leña.
Tiene en mente la Misión Circular. Un viaje de un año entero que tres curas jesuitas emprendieron por Chiloé hace 400
años en piraguas, para bautizar, casar y evangelizar a los indios huilliches. Dibujaron los primeros mapas y fundaron
más de 200 pueblos en los lugares más recónditos. Construyeron la religiosidad que hoy da fama al archipiélago.
–¡Imagina la fe que tenÃ-an! Hoy, con todos los medios que existen, los sacerdotes no van a esas capillas. Se han vuelto
cómodos. Cada vez que pregunto cuándo vino el cura, la gente se mira las caras y cuenta los meses, los años a veces.
En 2002 organizó un encuentro internacional de misioneros en Tenaún. Y supo que tenÃ-a que reconstruir esa antigua
misión. Pero los fieles chilotes resultaron ser un hueso duro de roer, muy distintos a los creyentes opinantes y
participativos a los que Puga se acostumbró en las poblaciones de Santiago.
Se siente tan incomprendido como cuando empezó en los 60, después del Concilio Vaticano II y la iglesia abandonó
las misas en latÃ-n y pasó a ser una fusión de polÃ-tica y religión, base de los movimientos de cambio social de los 70.
–Las viejas de entonces se iban, porque decÃ-an que las misas parecÃ-an reuniones de sindicato.
Ahora le pasa lo mismo. Lo observo mientras divide un pan amasado, como hizo Cristo en la cena, en un sencillo altar.
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–Su cuerpo está ahora vivo en nosotros, ¿sienten lo que es eso? ¡Es como estar embarazados de Cristo! Miren qué
hermoso. ¿Qué opinas tú Pedro, qué opinas tú de eso Alicia? Los aludidos –chilotes creyentes, pero conservadores y
tÃ-midos– se miran inseguros.  Responden monosÃ-labos inaudibles.
 Los jóvenes asienten sin pensar.
 En otra prédica:
 –¡Abajo los poderosos!, decÃ-a la Virgen MarÃ-a. ¡Arriba los pobres!
 Y el descalabro es peor. Las ancianas definitivamente no comulgan con tan revolucionaria devoción.
Muchos lo creen un misionero extranjero. No están acostumbrados a ver un cura sin sotana, que aloja con los más
pobres, que hace las hostias de pan amasado y que sube a las personas al altar. Poco a poco, empieza a ser conocido
como el Padrecito del Acordeón.
Una niña que lo ve dormir en su cocina se rÃ-e de su informalidad. Luego se lleva el dedo a la sien y lo gira como
sacando un tornillo.
Vueltas en el camino
 Cada vez que se alude a la desigualdad, a las diferencias sociales, él dice sin aspavientos:
 –Yo lo sé, porque vengo de la cuiquerÃ-a más cuica que te puedas imaginar.
 Su padre, Mariano Puga Vega, ex embajador y senador, fundador del Partido Liberal, tenÃ-a en Los Õngeles un palacete
de estilo francés, con viñas, prados, laguna y una colección de carruajes ingleses. Su madre, Elena Concha
Subercaseaux, era heredera de las viñas Concha y Toro y creció en la casona estilo chantilly frente al Teatro
Municipal, que hoy pertenece al Banco Edwards.
 –Yo fui inconsciente de toda esa raigambre hasta adolescente. Una vez, almorzando, en la sopera de plata vi dos
iniciales, R.S., y le pregunté por ellas a mi madre. Ella me contestó “¡Chis!, pero cómo no sabÃ-s. Tu abuelo era
Riquelme, pariente de Isabel, la madre de O’Higgins―. La S era de no sé qué laya que llevaba directamente a Toro y
Zambrano.
 Le dieron una educación anglófila en el colegio The Grange. Antes que fútbol aprendió a jugar rugby y cricket. Para
el cumpleaños de su padre, se reunÃ-an todos los hermanos y le daban un concierto de chelo, piano y flauta traversa.
 Pero su contradicción religiosa no lo dejaba en paz.
 –Cuando chico emprendÃ-a largas caminatas en las afueras de Los Õngeles, de puro porfiado. Mi padre decÃ-a ‘Usa el
auto’, pero yo no podÃ-a. TenÃ-a que ir a misa como iban los que pasaban frente a la casa. A pie. ¡Y eran como 15
kilómetros!
 El quiebre se produjo cuando estudiaba Arquitectura en la Universidad Católica. Al hacer un trabajo para la escuela
sobre vivienda social, recorrió con otros compañeros la ribera del Zanjón de la Aguada en busca de campamentos. El
más pobre era el de San Manuel, en San JoaquÃ-n.
 –Era la peor miseria que habÃ-a visto. La gente construÃ-a sus casas con latas y cartón y vivÃ-a hacinada en el barro. Vi
a niños comer de la basura. Mucho peor que los campamentos de ahora. En medio de las heces del Zanjón, que
corrÃ-a llevando la mierda de todo Santiago. Nos hincábamos y los chinches se nos subÃ-an por las piernas. ¡TenÃ-a 19
años! ¿Qué trabajo de vivienda podÃ-a hacer ahÃ-? Fue tanto el impacto que empezamos a ir todos los fines de
semana a ayudar.
 Mientras la pastoral de la Universidad rezaba para que no hubiera pecado en las fiestas mechonas, Mariano Puga
reclutaba voluntarios para ir al basural.
 –Lo que se generó en el campamento San Manuel llegó a ser un verdadero movimiento de 500 jóvenes universitarios.
Era la época del  Padre Hurtado. Mucha gente me decÃ-a que tenÃ-a que conocerlo. Y una noche lo visité. Le conté que
estudiaba Arquitectura, que tenÃ-a una vocación religiosa, bla, bla, bla… Pero el Padre Hurtado me interrumpió –como
solÃ-a fulminar a sus interlocutores.
 –SÃ-, sÃ-, todo eso está muy bien ¿pero qué hace usted por los demás?
 Le contó lo de San Manuel. El Padre Hurtado escuchó complacido: “Siga asÃ-, patroncito. ¿Qué más puedo decirle?
 –Tuve la impresión de un hombre cansado. FÃ-sicamente. Me impactó mucho. Y no me equivoqué, porque al año
siguiente murió.
 A punto de egresar construyó su primera y única casa:
 –Muy a la pinta del dueño. Me daba vergüenza. De todo lo que habÃ-a sido. De mÃ-. Yo iba a continuar mi camino, en
cambio los niños de San Manuel…
 Dejó Arquitectura y entró al seminario diocesano, donde fue ordenado sacerdote en 1959.
 –Nuestro padre siempre nos inculcó valores muy profundos. Mi madre bajaba en un auto con chofer a las poblaciones
para ayudar a los rehabilitados alcohólicos. Mis hermanos son Ã-ntegros.
 –¿Si fue difÃ-cil dejar la riqueza? No. Para mÃ- fue normal. Además, ¡con los modelos que tuve! Mis padres primero, y
luego el sacerdote Fernando AriztÃ-a y monseñor Enrique Alvear, imposible equivocarse. Los valores son los mismos, lo
difÃ-cil es dejar lo cómodo que era. Al entrar al seminario lo habÃ-an remodelado. Pero AriztÃ-a nos dijo: ‘¡Por respeto a
los pobres, olvÃ-dense del agua caliente!’ ¡Por respeto, te fijas! En cambio, los curas jóvenes de ahora sólo quieren
ascender. ¿Te fijaste en el seminarista?
 Se trata de un joven que llegó a la isla justo en esos dÃ-as, con cara de obligado. Se alojó en la cómoda casa del
profesor y desechó la invitación del Choño, el alcohólico del pueblo, donde habÃ-amos pasado la tarde. Lo despachó
con una sonrisa piadosa.
 –Sólo es eso, dejar la comodidad. ¿Pero quién lo hace? Los cristianos hoy dÃ-a son cómodos. Dan limosnas y se
olvidan. Son tan lights…
 El cura obrero
 En una recién fundada Villa Francia, a donde llegó después de ejercer 11 años como cura de sotana, la gente no
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creÃ-a que Mariano Puga era su nuevo sacerdote. No habÃ-a parroquia y llegó como pioneta de la fábrica de casas
Corvi para cargar rumas de ladrillos que sujetaba con la pera. Con la camisa rota, sudando, durmiendo en una rancha
de la calle Yelcho.
Pronto se corrió la voz del cura obrero que predicaba en las casas. Las mujeres lo invitaban porque lo encontraban
parecido a Kirk Douglas.
VivÃ-a como un pobre. Sus hermanos le llevaban ropa y él la regalaba. Una vez se infectó un pie por andar con chalas
rotas y cojeó un largo tiempo. Eso era un problema, porque emprendÃ-a caminatas a grandes trancos al Obispado de
Almirante Barroso, a 30 cuadras de distancia, para sacar material de la biblioteca y discutirlo en la comunidad cristiana
de base que formó. Varias veces le regalaron una bicicleta y varias veces la dio.
El 11 de septiembre lo sorprendió justamente caminando desde el hospital de la Universidad Católica hacia la Villa
Francia. Una mañana, al comienzo sólo extraña, poco a poco fue haciéndose trágica. Se cruzó con tanques.
Soldados. Pasó al Obispado y en la puerta se despidió del padre Joan Alsina (que aparecerÃ-a muerto en el puente
Bulnes). Recién habÃ-a salido del centro acordonado cuando vio pasar los Haw ker Hunter. Caminando por Vergara vio
a una señora destapando una botella de champaña y supo que Allende habÃ-a muerto. Al mediodÃ-a llegó a la villa y
se encerró a rezar.
Después del Golpe vino la cesantÃ-a. Corvi cerró y fue despedido. Sobrevivió tomando agua de cedrón a falta de té.
Pasando hambre, organizó una bolsa de trabajo en la Villa Francia. Partieron 11 trabajadores, pero llegaron a ser 60.
Se convirtieron en pintores, porque un dÃ-a él sugirió a su madre –que vivÃ-a en un departamento en Merced, con
mayordomo de smoking, y que mantenÃ-a la iglesia de la Veracruz en Lastarria– que por un módico precio podrÃ-an darle
una mano de pintura a la capilla.
Con sus ex compañeros de Arquitectura consiguió otros trabajos. Se reÃ-an al saber que él era un pintor más. Lo que
ganaban lo repartÃ-an equitativamente y su parte se la daba a las mujeres con hijos cuyos maridos habÃ-an sido
detenidos.
Pintaron ferreterÃ-as, colegios y casi todas las capillas de Santiago.
–Cuando chico la altura me daba vértigo. ¡Era tan cobarde! Y resulta que después me ataba una cuerda y me subÃ-a a
pintar las cruces de las iglesias. Claro, yo no tenÃ-a hijos o familia. No tenÃ-a nada que perder.
Cuando no tenÃ-an trabajo repartÃ-an presupuestos por las calles.
–En esa época si alguien querÃ-a ubicarme les daba la dirección asÃ-: Mc Iver número tal, piso tal, por fuera, en los
andamios.
Un dÃ-a estaba durmiendo siesta debajo de un andamio y sus compañeros de pega le pusieron un tarrito a los pies y un
cartel que decÃ-a: Una limosna para este pobre ciego.
–Cuando desperté habÃ-a juntado como dos mil pesos. AsÃ- que al terminar la jornada con esa plata nos fuimos a tomar
una cerveza. Claro que ellos siguieron tomando. La bolsa de trabajo a veces parecÃ-a la bolsa de curados.
Después del trabajo hacÃ-a sus misas, donde cada uno se presentaba y opinaba sobre La Palabra. Eran verdaderos
cursos de formación polÃ-tica y se hablaba de lo que estaba pasando realmente en Chile. Los campos de prisioneros,
los exiliados, la represión. Él, junto a varias monjas, ayudó a muchos a trepar muros de embajadas. Los llamaban los
empuja potos. El agente de la Dina Osvaldo Romo, el Guatón Romo, le siguió los pasos hasta que una noche se lo
llevaron al centro de detención clandestino Villa Grimaldi.
Moretón en la cara
En Metahue, el principal pueblo –50 casas– de las islas Butachauques, la electricidad de un motor funciona de seis de la
tarde a once de la noche. El noticiario de televisión es un evento social. Cuando cae la oscuridad la imagen de un
delincuente que yace muerto tras una balacera en Santiago parece resistir la embestida de la noche y se desata la
predecible conversación sobre la delincuencia. Y bla bla bla.
En la casa de la profesora, donde esa noche alojamos, ignoran que Mariano Puga fue párroco de La Legua durante
ocho años. Él cierra los ojos. Duerme inquieto. “Si algo tiene ser cura, es ver tanta muerte y tristeza―, suspira.
En la isla Tranqui se detiene en la casa de El Chacal de Queilén. Un joven asesino que ahora está en la cárcel. Le
estrecha las manos a su anciana madre, aislada por la comunidad: “Yo también estuve en la cárcel, ocho veces, sé lo
que sufren los padres―. No lo dice por piedad, sino con la certeza de que en la vida del pobre chileno la cárcel no
siempre se puede evitar. Acecha igual que el hambre o la muerte.
En Pudahuel, donde vivió de 1982 a 1994, también vio horrores. Se hizo conocido porque cada año hacÃ-a una famosa
marcha por los muertos arrojados al rÃ-o Mapocho. Para la venida del Papa diseñó el altar de mediaguas en el
encuentro con los pobladores de La Bandera e ideó el obsequio que sorprendió a todos: un pan y una taza de té.
Recuerdo el documental En nombre de Dios, de Patricio Guzmán, donde Puga casa a una pareja en la humilde capilla
de Pudahuel. Mariano luce un notorio moretón en la cara, resultado de la histórica trifulca en la misa del Parque
O’Higgins en la que se metió a separar a los peleadores entre perdigones y piedras.
–Mi padre nos inculcó que nunca permitiéramos que dos personas pelearan. Aun a riesgo de salir heridos. Y asÃ- he
actuado siempre. En las poblaciones varias veces me metÃ- a peleas violentas aun a riesgo de llevarme cuchillazos. En
los agitados años del Movimiento contra la Tortura Sebastián Acevedo que fundó su amigo jesuita José Aldunate
aplicó al máximo eso de la resistencia pacÃ-fica. Las imágenes del grupo, abrazados, resistiendo los golpes de luma sin
reaccionar, ponÃ-an los pelos de punta.
La democracia no fue mucho mejor para él.
–En La Legua, donde fui párroco de la parroquia de San Cayetano entre 1994 y 2002, vi morir a 104 personas.
Detenciones, asesinatos, drogas, muchos suicidios.
Y en medio de toda esa violencia, encontró a los mejores cristianos que ha conocido nunca. Ni en el seminario habÃ-a
visto ese nivel de compromiso y solidaridad. Aun hoy, en las misas de La Legua la gente canta, participa, comenta. Se
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toman de la mano, rodean el altar y piden al cielo lo que en esta tierra nunca van a tener.
Su hito fue hacer una histórica peregrinación a Tierra Santa con 50 pobladores. Entraron cantando a Jerusalén, él con
su viejo acordeón al cuello. La gente salÃ-a a saludarlos. De vuelta, como les sobró plata de la que juntaron durante
cinco años, pasaron por el Vaticano.
 Morir como pobre
 Sigue igual de pobre. El gorro de lana se lo regalaron en Dalcahue. Los pantalones se los dio su hermano de La
Serena. Su hermano Gonzalo le regaló unos zapatos nuevos que usa casi con culpa. La chaqueta se la prestó Urbano,
el carpintero de nombre papal que cuida la iglesia de Colo. La mujer de Urbano, Martita, le tejió un chaleco chilote.
Su herencia familiar la donó a las poblaciones donde vivió y trabajó. En un bolsillo tiene 500 dólares para un viaje a
Francia que hará este mes –en 2002 fue elegido coordinador mundial del movimiento espiritual Los Hermanitos de Carlos
Foucauld que es seguido por 500.000 laicos y 5.000 curas de todo el mundo–. En el otro, el resto de su jubilación de
cura: $134.000.
En su pieza hay pocos recuerdos. Su casco de obrero; un camioncito hecho por un mirista que estuvo dos años
escondido en un subterráneo hasta que Puga lo ayudó a exiliarse. En su tolva, hay piedras de los hornos de Lonquén.
En una mesa de tronco, su biblia, con una página marcada con un algodón con la sangre de Óscar Arnulfo Romero. En
la pared, una foto de sus padres y de sus dos hermanos muertos.
En la casa parroquial de Colo el viento entra por las rendijas. A veces Puga se desvela sin tener con quien conversar.
Sus compañeros de lucha han callado. El jesuita José Aldunate está muy enfermo. Roberto Bolton, el padre que lo
sucedió en Villa Francia, vive en una mediagua, totalmente ciego y sordo. Pierre Dubois, de la población La Victoria,
tiene temblores y la memoria fragmentada.
–Pienso en todos mis amigos, se retiraron paulatinamente de la vida activa o tomaron cargos de obispos, vicarios,
monseñores. Y no creas, a veces me pregunto qué hago aquÃ- todavÃ-a en estos caminos.
Muchos también se lo preguntan.
–Cuando ya no pueda caminar voy a dejar esto –misionar–. Me gustarÃ-a terminar mis dÃ-as en Õfrica. Hay tanta miseria
Burkina Faso hizo misa descalzo: “La gente tiene tan poco―. Con los hermanitos ha recorrido una docena de paÃ-ses
pobres, no haciendo turismo precisamente.
–A un hogar de ancianos no me voy ni loco. Quizá me atrape un cáncer fulminante, como a gran parte de mi familia. O
podrÃ-a pedirle al obispo una capilla en una población y morir junto a los pobres, como mueren los pobres…
Comprendo lo difÃ-cil que debe ser para un personaje asÃ- salirse de la historia. Misionar por las islas de Chiloé parece
un buen pretexto para hacer como los elefantes, pienso, esos gigantes que, al presentir el fin, se alejan de la manada y
vagan solos, como meditando, para dejar a otros el liderazgo, buscando el lugar y el modo apropiado para morir.
La lancha que nos trajo de regreso se balancea en el muelle. Al dÃ-a siguiente estará haciendo la misa dominical, como
buen cura de pueblo. “Gracias por la compañÃ-a―, me dice, y toma el pedregoso sendero de regreso a Colo. Tararea un
salmo o su canción preferida de Edith Piaf, no sé, no alcanzo a oÃ-rlo. Una ligera lluvia vuelve los techos más negros y
los prados más verdes.Â
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Generado: 7 September, 2016, 20:55
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