Qué ganamos y qué perdemos con protestar.

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Qué ganamos y qué perdemos con protestar.
Después de horas de televisión, radio, lectura de diarios y discusiones, un tanto "patentadas"
con algunos colegas de trabajo; de ver a estudiantes, trabajadores y parte importante de la
sociedad (o pequeña, según el cristal con que se mire) marchando y movilizándose en contra del
lucro, del negocio en la educación; llego a mi pieza (ojo que aún no me alcanza para "LA CASA")
haciéndome una tonta y repetitiva pregunta, ¿Qué podemos ganar o perder nosotros, los
profesionales, los profesores, los trabajadores sociales, en su amplío sentido, todos quienes
trabajamos por la sociedad, con protestar?
El ganar y el perder enfocado en el actual sistema económico, capitalista y competitivo,
puede sonar casi exclusivamente al aprovechamiento eterno de lo ajeno en función de nuestro
beneficio personal, pero para nosotros no debe ser así, sino más bien lo presentamos como una
palabra “concreta” que nos permite, rápidamente, entender como algo (tanto en su plano material
como simbólico) que nos ayudará a mejorar como personas, a superar nuestras falencias y a llevar
nuestra reflexión desde lo personal a lo colectivo, en cuanto a tener conciencia de que lo que yo
hago por el otro, le servirá a él y a mí.
Al salir de la Universidad, a muchos profesionales se le reafirma el desencanto por la sociedad
y, como de costumbre, muchos se unen a las filas de los decepcionados del sistema y, de su
sociedad, buscando apagar pequeños fuegos, pero manteniendo la llama del sistema ardiendo,
alimentando así al sistema con su decepción. A nuestro modo de ver, esa forma de pensar y de
actuar es lo que muchas veces el empresario, el patrón, el jefe quiere; el que no confíes en los otros
(Tal como aquella convención que reza: “en la confianza está el peligro”), mientras más sólo, más
útil, lo contrario para el control, constituye demasiado peligro.
Ahora bien, estamos en la constante dicotomía de salir a protestar o no, y la respuesta cae del
árbol por sí sola. Somos parte de la sociedad y debemos impregnarnos de ella, tomarnos las calles,
perderle el miedo a los espacios públicos, que desde niños los mayores nos ocultaron y nos
prohibieron, esos espacios cercenados que nos mantienen callados y silentes en una inamovible
condición. Esos lugares que por años han sido tomados por un señor de verde (que persigue a “su
delincuente”), una gigantografía, sus comerciales y artefactos callejeros, los cuales poseen más
dominio del espacio público que cualquier persona.
Ese miedo a lo público, a hacer público, valga la redundancia, lo que uno piensa, siente y es,
forma parte de nuestros modos de vivir. Todo esto sumado a las lluvias y fríos sureños, que nos
obligan a permanecer resguardados en nuestras casas, gatillando que estos espacios de convivencia
y encuentro sólo se conviertan en un sitio de paso, dejándolo libre y dispuesto a que otros, “los
ellos” lo tomen y no podamos ser parte del proceso de hacer nuestro lo que nos pertenece.
Muchos de nosotros trabajamos con niños que son dueños de las calles, esas calles en las que
están libres y están solos, donde son ellos quienes imponen las leyes de lo que quieren y sienten, y
donde nosotros no sabemos cómo responderles cuando las cosas están difíciles, porque no
estamos afuera. Todo esto sumado a que sólo ven la calle como un espacio para hacer de las suyas,
más que como un lugar a aprovechar desde otras perspectivas, lo que junto a la identidad
consumista, los lleva y sigue llevando a conocer una sola cara de la moneda.
Bajo esta mirada este "ganar" pasa por ahí, protestar nos está ayudando a dejar de comprar
las ideas al de arriba, al político, al empresario, al dirigente, y comenzar a crear nuestra propia
concepción del mundo, reconocernos con identidad, pero en lo colectivo, con el de al lado, dejando
de temer al otro por sentirse menos; dejar de creernos profesionales de segunda o tercera
categoría, ya sea por la misma profesión o por la casa de estudios a la que pertenecimos, uno de
nuestros vicios a superar.
Es bueno comenzar a re-pensar el cómo nuestra actitud crítica puede y debe dejar de ser sólo
un simple asistencialismo político y educativo donde, como caras visibles de esta sociedad, no es
nuestro deber actuar cómo y desde el ejemplo al otro.
Nuestro trabajo no debe pasar simplemente por recibir a estudiantes en situaciones difíciles y
trabajar con ellos desde un ámbito privado, desde una sala de clases o desde una “profesional”
intervención psicológica, sino más bien, a partir de una mirada mayor y más inclusiva del mundo
que relatamos, desde eso que también nos ayudará a ser libres en toda su magnitud.
Debemos volver a hacer nuestros los espacios que por años nos fueron violentados, debemos
hacer nuestras las calles, esa será nuestra ganancia.
Como profesionales no podemos hablar del mundo sin conocerlo o dándole la espalda,
impartiendo cátedra encerrados en cuatro paredes antes de sacarlos a la calle a conocer la otra
ciudad. Debemos enseñar la responsabilidad desde los hechos del mundo, desde las virtudes que
puede llegar a tener lo público no sólo como espacio silencioso para el delito y los disturbios.
Tendremos una calle nuestra la cual será el lugar donde me encontraré, educaré, aprenderé, me
asustaré, me divertiré e incluso gritaré con ese otro.
La protesta nos quita esos miedos, nos obliga a medirnos desde una experiencia práctica de
analizar el mundo en el que vivo, donde aunque muchas veces no sepa el por qué estoy ahí, sé que
el de al lado sí lo sabe y me podrá enseñar algo que podré aprender ahí, con un canto, con esa
canción pegajosa. Nuestro trabajo es responsabilizarnos de eso, no ser tan sumisos, y por sobre
todo egoístas mirando en menos lo que el otro haga, esta calle sumada a esta protesta, a un rallado
en la pared, a un canto, nos va a ayudar a entender y dejar de temerle al otro, dejar de creer que el
otro es nuestro enemigo, sólo así entenderemos que lo mejor de la protesta es que ocupa un lugar
prohibido, la calle.
Un par de Profesionales aún cuestionándose (AAUB y BFCS)
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