Reincidencia. Principios constitucionales lesionados Por Mariángeles Arnáez El instituto de la reincidencia debe ser uno, sino el más discutido de los temas dentro del derecho penal. Sin embargo, no se pretende aquí hacer un análisis integral acerca de aquel, sino más bien indagar acerca de las garantías constitucionales que se encuentran en colisión con dicho instituto, intentando determinar cuál de ellas es la que marca claramente dónde se encuentra el quiebre entre la aplicación de la agravante por reincidencia y nuestra Carta Magna, y conduce a inclinar la balanza hacia la inconstitucionalidad de aquella. Delimitando el tema en estudio: La Reincidencia Describe Ferrajoli la evolución de la recepción de la condición del reincidente, señalando así, que tal condición ha sido culpabilizada desde la antigüedad, verificándose antecedentes de ello ya en el Levítico. Dicha culpabilización fue criticada ásperamente por muchos escritores ilustrados, produciéndose sin embargo, un regresión en al segunda mitad del siglo XIX, como consecuencia de la influencia del positivismo[1]. Intentando delimitar la cuestión de la reincidencia, comenzaré por las definiciones. Así, desde una visión compleja del tema, Zaffaroni nos señala que “la reincidencia se ocupa de los problemas de las disposiciones legales que habilitan mayor poder punitivo en razón de que la persona, con anterioridad, haya sido condenada o sufrido pena por otro delito”[2]. Más concretamente, define Donna al reincidente como “el reiterante que comete un delito nuevo después de una sentencia definitiva”[3]. En lo relativo a la regulación de la reincidencia, en el ámbito de la Ciudad de Buenos Aires, aquella es receptada en materia de contravenciones, a través del artículos 20 del Código Contravencional, y en materia de los delitos cuya competencia fue transferida a esta jurisdicción, en virtud de la ley de Transferencia Progresiva de Competencias Penales. Así, el artículo 20 del Código Contravencional dispone la aplicación supletoria del Código Penal de la Nación siempre que no estuviera excluida por aquel. No obstante, cabe señalar que dicho cuerpo normativo establece claramente, en el art. 26, relativo a la graduación de las sanciones, que en ningún caso deben exceder la medida del reproche por el hecho. Por otra parte, el art. 17 dispone la agravación en un tercio de la sanción en los casos de declaración de reincidencia. En cuanto a la regulación en materia de reincidencia en el Código de fondo nacional, ella se circunscribe a los arts. 50, 52 y 53. Sin embargo, por otro lado los efectos de dicho instituto también se verifican a través del art. 14, que prohíbe conceder la libertad condicional a los “reincidentes” -véase que la terminología adoptada, no casualmente, resulta más coherente con un derecho penal de autor, y más bien incompatible con el derecho penal de acto garantizado por nuestra Constitución, pero sobre el punto volveré más adelante. Y finalmente, el artículo 41 enumera dentro de las circunstancias a las que debe atenderse a los fines de agravar o atenuar las penas, a las reincidencias en que hubiera incurrido. Claro es, que el conflicto en este caso, se presenta cuando la reincidencia actúa agravando la imposición de la pena y no en su atenuación. La colisión entre los efectos de la reincidencia y la Constitución Nacional Argumentos diversos han sido formulados con el objeto de fundar la potestad del Estado para aplicar un plus punitivo en el caso de aquellos que han cometido un nuevo delito habiendo sido condenados con anterioridad. Resumidamente, tales fundamentos han oscilado desde nociones peligrosistas hasta consideraciones que observan en la conducta del reincidente la producción de un daño mayor como consecuencia de generar mayor alarma social o la lesión a la “preservación del orden jurídico”, y otras referidas a la mayor culpabilidad por el acto que se deduce de la mera verificación de la comisión de un nuevo delito por parte de quien ha sido condenado antes, en virtud de un alegado desprecio por dicha condena; entre otras posturas. No obstante, sea cual fuere la filosofía o fundamento doctrinario del que se parta, tanto la agravación de las penas como consecuencia de haber reincidido en la comisión de un delito, como los efectos que produce la declaración de reincidencia, es decir el impedimento para obtener la libertad condicional y la imposición de la accesoria de reclusión por tiempo indeterminado del artículo 52 del Código Penal de la Nación para el caso de reincidencias múltiples, conllevan una evidente contradicción con las disposiciones de nuestra Carta Magna. Ello ha sido señalado así por buena parte de la doctrina, aunque no ha ocurrido lo propio, respecto de la jurisprudencia emanada de nuestros tribunales. Y sin embargo, quienes sostienen la inconstitucionalidad de disposiciones tales que autorizan ese plus de poder punitivo, no han coincidido en cuál es la lesión específica a las normas constitucionales en dichos casos. En este sentido, podría suponerse que la acumulación de diversas posturas acerca de qué principios consagrados en nuestra norma fundamental son lesionados, llevarían a sostener de manera más sólida la inconstitucionalidad de determinada normativa. Entiendo, por el contrario que ello no es así, y que ello sólo nos conduce a perder de vista el conflicto que la reincidencia nos plantea y el menoscabo que la aplicación de normas, como las señaladas anteriormente, producen. Non bis in idem 2 Se ha señalado por un lado, que el principio “non bis in idem” es el punto en donde se verifica la lesión constitucional. Dicha garantía, -a la cual me referiré sintéticamente, sólo a los efectos de efectuar un análisis en relación con el tema desarrollado-, que ha sido denominada también como inadmisibilidad o prohibición de la persecución penal múltiple, ha sido receptada en nuestra norma fundamental a través del art. 33, como derecho o garantía implícita, y luego de la reforma de 1994, a través del art. 75 inc. 22, por vía de la incorporación de los arts. 14 inc. 7 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, y del art. 8 inc. 4 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos. El principio ne bis in idem, propio de un Derecho penal liberal y de un Estado de derecho, tiene por objeto, en los términos de Maier, “...impedir la múltiple persecución penal, simultánea o sucesiva, por un mismo hecho”; donde “la idea fundamental (...) es que no se debe permitir que el Estado, con todos sus recursos y poder, haga repetidos intentos para condenar a un individuo por un supuesto delito, sometiéndolo así a molestias, gastos y sufrimientos y obligándolo a vivir en un continuo estado de ansiedad e inseguridad”[4]. Relacionando esta garantía con la cuestión en estudio, Donna ha sostenido que “...se viola el principio non bis in idem, porque la condena anterior se toma a los efectos de agravar la condena que se dicta (...), y en otros casos a fin de aplicar una pena supletoria, a la cual se da el nombre de medida de seguridad, de modo que existe una condena doble”[5]. En igual sentido, Zaffaroni, al referirse a las explicaciones doctrinarias elaboradas con el objeto de afirmar la admisibilidad de la habilitación de un plus de poder punitivo, destacó que “...ninguna logró salvar la objeción de que el plus de poder punitivo se habilitaría en razón de un delito que ya fue juzgado o penado, por lo importaría una violación al non bis in idem o, si se prefiere a la prohibición de doble punición[6]”. Existen no obstante, posiciones que sostienen que no se verifica violación tal a dicha garantía. Así se ha señalado que la agravación de la pena por reincidencia no juzga dos veces un mismo hecho, sino que su fundamento radica en una mayor culpabilidad por el hecho posterior en razón del mayor desprecio que supone cometer un nuevo delito luego de haber sufrido las consecuencias de la imposición de una pena[7]. Si bien una afirmación semejante no conduce a salvar la inconstitucionalidad de la agravación de las penas por reincidencia, sí, en cambio, es suficiente para comprender que el principio “non bis in idem” debe ser sobredimensionado, o dicho mejor, debe acudir al amparo de otras garantías constitucionales para poner de manifiesto la colisión con nuestra norma fundamental[8]. No obstante, ello no significa que el principio de la prohibición de la persecución penal múltiple no se vea lesionado; pero lleva sin embargo, a concluir que por esta vía se pierde de vista el conflicto en el ámbito específico donde analizarse, dado que en mi opinión, es claramente una sola garantía constitucional la que pone en crisis la cuestión de la reincidencia y dimensiona el problema. 3 Principio de culpabilidad Descartada la garantía precedente como medio para concluir en la inconstitucionalidad de la agravación de las penas por reincidencia, la cuestión nos lleva a analizar el principio de culpabilidad. Sostiene Maier que “el lugar preciso para la crítica de la reincidencia es el principio de culpabilidad, comprendido como responsabilidad por lo hecho, propio del derecho penal material, entendido como derecho penal de acto (...) no se reprime más gravemente porque se ha perpetrado una infracción más grave o por un conocimiento superior sobre la antijuricidad del hecho sino, únicamente, porque se responde a un autor específico, a alguien que de antemano se “etiqueta””[9]. Para analizar el principio de culpabilidad y su relación con la reincidencia, debo en primer término, elucidar el contenido de aquel. Si bien no encuentra regulación expresa en nuestra norma fundamental, la consagración del principio de culpabilidad, como garantía implícita en virtud del art. 33, puede derivarse de la exigencia establecida en el principio de legalidad contenido en el artículo 18 de la Constitución Nacional. Ello, en tanto sólo puede reprocharse un hecho en la medida en que éste haya sido previsto por una norma con los requisitos que este principio reconoce, es decir ley previa, pública, escrita y cierta, permitiendo al sujeto la posibilidad de motivarse en ella, y en consecuencia, efectuarse el consiguiente reproche. En esta dirección se ha pronunciado Roxin, quien entiende que la idea de culpabilidad debe incluirse entre los fundamentos del principio de legalidad. Así, señala el mencionado autor “Si la pena presupone culpabilidad, sólo se podrá hablar de culpabilidad si antes del hecho el autor sabía, o al menos hubiera tenido la oportunidad de averiguar, que su conducta estaba prohibida; pero ello presupone a su vez que la punibilidad estuviera determinada legalmente antes del hecho.[10]” En consecuencia, esta garantía puede ser sintetizada como el límite al poder punitivo del Estado, donde para imponer una pena, se requiere su reprochabilidad penal, lo cual exige como presupuesto de ello la existencia de prohibición legal previa, que permita al sujeto la posibilidad de motivarse en ella. Así, delimitando el contenido del principio de culpabilidad, Bacigalupo entiende que “...la pena criminal sólo puede fundamentarse en la comprobación de que el hecho puede serle reprochable al autor.”[11] También Zaffaroni ha interpretado que el principio de culpabilidad consiste en que “...no puede ser penado aquel que no puede ser reprochado por su conducta.”[12]. Sin embargo, estas precisiones acerca del principio de culpabilidad, es decir, que aquello que se reprocha debe consistir únicamente en una acción, no surgen propiamente de éste, sino de otra garantía constitucional, a la cual me 4 referiré en el próximo punto. En consecuencia, tampoco del principio de culpabilidad puede extraerse la inconstitucionalidad de la agravación de las penas por reincidencia, dado que como se ha señalado, existiendo una prohibición legal previa, tal como ocurre con las normas que agravan las penas o sus efectos, el reproche puede fundarse en que el sujeto tuvo la posibilidad de motivarse en ellas, no cometiendo un nuevo delito, y no obstante lo hizo. En resumen, teniendo en consideración el alcance expuesto del principio de culpabilidad, éste en sí mismo no es suficiente para fundar la inconstitucionalidad de la reincidencia. Entiendo entonces, que es el límite al contenido de la reprochabilidad, es decir la prohibición legal previa en la cual el sujeto debió motivarse, lo que expone la contradicción con la norma fundamental, y dicho límite se halla en el principio de acto, o de materialidad de la acción. Principio de acto El principio de acto o de materialidad de la acción es, tal como lo afirma Ferrajoli, la garantía más revolucionaria del liberalismo moderno, y contribuye en erigirse como el punto que divide al derecho penal en derecho penal de acto y derecho penal de autor. Fruto del pensamiento ilustrado, y como corolario del utilitarismo jurídico y de la separación axiológica entre derecho y moral, el principio de materialidad de la acción actúa como límite al poder punitivo del Estado, determinando que “...los delitos, como presupuesto de la pena, no pueden consistir en actitudes o estados de ánimo interiores, y ni siguiera genéricamente hechos, sino que deben concretarse en acciones humanas –materiales, físicas o externas, es decir, empíricamente observables- describibles exactamente, en cuanto tales, por la ley penal.”[13] En nuestro ordenamiento legal, esta garantía se encuentra contenida en la primera parte del artículo 19 de la Carta Magna. Así, el principio de acto es entendido como el reconocimiento del status de ciudadano, del cual deriva el derecho de toda persona a contar con una esfera exenta de control estatal, o como respeto a la dignidad humana; y constituye una garantía a favor de todos los habitantes de la Nación, estableciendo un límite concreto a la intervención penal del Estado, determinando que los tipos penales únicamente pueden contener como materia de prohibición –o mandato- conductas con determinadas características.[14] Señala Ferrajoli, que el principio de materialidad de la acción puede traducirse como la “reivindicación de la absoluta licitud de los actos internos y, aún más, de un derecho natural a la inmoralidad.”[15] Dentro de este marco garantista, es que entiendo que el principio de acto constituye el obstáculo constitucional de la agravación de las penas o de de las condiciones de su imposición por reincidencia. Es decir, el artículo 19 en su primera parte, dota de un determinado contenido al principio de culpabilidad, que consiste en que el objeto del reproche se trate únicamente de un hecho o 5 de un acto. En este sentido aclara Magariños, que “es pues en virtud de la garantía constitucional del derecho penal de acto establecida en el artículo 19 de la Constitución Nacional, que resulta posible entender al principio de culpabilidad como culpabilidad por el hecho o acto ilícito. A partir de allí puede sostenerse que ya desde la normativa constitucional “...el concepto de culpabilidad... tiene la función de asegurar al particular que el Estado no extienda su potestad penal en interés de la prevención general o especial más allá de lo que corresponde a la responsabilidad de un hombre concebido como libre y capaz de culpabilidad...””[16] En síntesis, la imposición de una pena, y de una determinada pena con sus consiguientes efectos, exigen que el sujeto sea pasible de un juicio de reproche. Dicho reproche requiere como presupuesto necesario la vigencia de una norma prohibitiva, en la cual el sujeto no se hubiera motivado. A su vez la mencionada norma, tal como se ha señalado, en virtud del principio de materialidad de la acción, sólo puede seleccionar válidamente acciones. Ergo, constituye el principio de acto la garantía específica donde se verifica la lesión a nuestra norma fundamental, en los supuestos de agravación de las penas por reincidencia y/o de sus efectos. Ello ha sido señalado así, aunque no de modo directo, tanto por quienes ven en el non bis in idem como en el principio de culpabilidad la contradicción de la reincidencia con la normativa constitucional. Así, lo señala Donna cuando refiere que “...se pasa de un derecho penal de culpabilidad, a un derecho penal que juzga la conducta de la persona en su vida. El reproche aquí, aunque oficialmente no se lo admita, se le hace a la forma de vida; por eso la reincidencia es un estado. Eso y decir que la reincidencia es el sello que se le pone a un sujeto porque en su vida actuó en contra de las normas sociales y jurídicas, es lo mismo (...) Si se adopta el principio de culpabilidad, ninguna de estas instituciones puede subsistir, a no ser que se adopte el principio antagónico que es el de peligrosidad.”[17] En la misma dirección, como se señaló anteriormente, Maier sostiene que el plus punitivo se funda, no en una infracción más grave o como consecuencia de una mayor intensidad delictiva, sino que ello responde únicamente a que se atiende a la calidad del sujeto, de reincidente, “…estableciendo para él, si se quiere, un C.P. especial, con penas más graves que las normales según la valoración del hecho.”[18] Es consecuencia, es la garantía establecida en el art. 19 de la Carta Magna lo que lleva a concluir que la agravación de la pena por haber reincidido en la comisión de un delito, al igual que la agravación de su efectos es inconstitucional. Ello, porque la cuestión de la reincidencia nos plantea la disyuntiva de optar por un derecho penal de acto o un derecho penal de autor. La intromisión en la interioridad de la persona, es decir su alma o su personalidad psico-física, en los términos de Ferrajoli, y el etiquetamiento de quien ha cometido un delito con anterioridad y ha sido condenado como consecuencia de ello y que habilitaría al Estado a punir con mayor severidad 6 cuando delinque nuevamente, no es coherente con un derecho penal liberal. A luz del principio de acto es que se erigen las críticas más contundentes a la reincidencia. Así, tanto las nociones peligrosistas que estigmatizan al sujeto que ha reincidido, y que en definitiva se ocupan de la personalidad del autor o de su conducción de vida; tanto como las doctrinas que se fundan en una mayor culpabilidad, en función de un mayor desprecio o insensibilidad por la condena sufrida, al no guardar relación alguna con la gravedad de la acción descripta en la norma prohibitiva, vulneran el principio de materialidad de la acción. Lo propio ocurre, respecto de los argumentos de tipo preventivo, dado que aquellos al asentarse sobre elementos ajenos a la acción tipificada y por ende, insusceptibles de reprochabilidad, al menos en la medida en que excedan la culpabilidad por el acto[19], resultan ilegítimos y colisionan con la garantía erigida en el art. 19 de la Constitución Nacional. [1] Ferrajoli, Luigi, “Derecho y razón. Teoría del garantismo penal”, traducción Prefecto Andrés Ibáñez y otros, Ed. Trotta, Madrid, 2004, p. 507. [2] Zaffaroni, Eugenio R., “Derecho Pernal: Parte General”, Ed. Ediar, Buenos Aires, 2002, p. 1057. [3] Donna, Edgardo A., “Reincidencia y Culpabilidad. Comentario a la ley 23.057 de reforma al Código penal”, Ed. Astrea, Buenos Aires, 1984, p. 35. [4] Maier, Julio B. J., “Derecho Procesal Penal. I Fundamentos”, Ed. del Puerto, Buenos Aires, 1999, p. 602. [5] Donna, Edgardo A., op. cit., p. 31. [6] Zaffaroni, Eugenio R., op. cit., p. 1057. [7] Carrara, Francesco, “Opúsculos del Derecho Criminal”, Ed. Temis, Bogotá, 1976, Vol. II. p. 99 y ss. [8] Así, lo han señalado quienes sostienen que el principio constitucional lesionado es la garantía de la prohibición de la persecución penal múltiple. Zaffaroni, Eugenio R., op. cit., p. 70, en lo relativo a la agravación de la pena por reincidencia, que “es inconstitucional por su manifiesta irracionalidad, debido a que excede la medida del injusto y de la culpabilidad del acto, a que viola el non bis in idem y a que responde a un tipo de autor...”. De igual modo, Donna, Edgardo A., op. cit., p. 32, refiere que lo que se está juzgando es el modo de conducirse en su vida de la persona, y que lo que se produce es una etiquetamiento de quien ha reincidido en la comisión de un delito, lo que lo lleva a afirmar que se viola “el principio de culpabilidad y además el principio non bis in idem, ambos de raigambre constitucional”. [9] Maier, Julio B. J., “Inadmisibilidad de la persecución penal múltiple”, Doctrina Penal, año 9, nro. 35, jul-set., Depalma, Bs. As., 1986, p. 458. [10] Roxin, Claus, “Derecho Penal. Parte general. Tomo I”, traducción Diego Manuel Luzón Peña y otros, Ed. Civitas, Madrid, 1997, p. 146. [11] Bacigalupo, Enrique, “Principios constitucionales de derecho penal”, Ed. Hamurabi, Buenos Aires, 1999, p. 137. [12] Zaffaroni, Eugenio R., “Tratado de derecho penal. Parte general”, Ed. Ediar, Buenos Aires, 1983, tomo IV, p. 10. [13] Ferrajoli, Luigi, op. cit., p. 480. 7 [14] Magariños H. Mario, “Reincidencia y Constitución Nacional”, publicado en Cuadernos de Doctrina y Jurisprudencia Penal, Ed. Ad Hoc, Buenos Aires, 1997, año III, nro. 7, p. 92 y ss. [15] Ferrajoli, Luigi, op. cit., p. 481. [16] Magariños H. Mario, op. cit., p. 98. [17] Donna, Edgardo A., op. cit., p. 32. [18] Maier, Julio B. J., “Inadmisibilidad de la persecución penal múltiple”, cit. p. 458. [19] Sostiene Roxin, Claus, op. cit., p. 99 y ss, que “...un elemento decisivo de la teoría de la retribución debe pasar a formar parte también de la teoría preventiva mixta: el principio de culpabilidad como medio de limitación de la pena. El defecto que le es propio a todas las teorías preventivas, cual es que su enfoque no entraña en sí las barreras del poder sancionador, necesarias en el Estado de Derecho, se remedia óptimamente mediante una prohibición de rebasamiento de la culpabilidad. Según esto, la pena tampoco puede sobrepasar en su duración la medida de culpabilidad aunque intereses de tratamiento, o de seguridad o de intimidación revelen como deseable una detención más prolongada.”. 8