Nacido a mediados del siglo XVIII, Francisco de Goya es una de las figuras cumbres de la pintura española y universal de todos los tiempos. Su obra, muy difícil de enmarcar en un estilo artístico determinado, tiende un puente entre la tradición clásica y la modernidad. En este fragmento se analiza su situación histórica y las razones por las que su pintura marca un punto de inflexión en la historia del arte. La perfección nunca es válida por sí sola en el artista. A lo más que puede conducirle es a ser el primero de su generación o, simplemente, a servir de puntual eslabón en la cadena de la Historia del Arte, como mucho. Tampoco nos sirve el que su contribución sea acorde con el gusto de su tiempo. Decía Cocteau que lo que más pasa de moda es la moda; y eso es lo que ocurre con esos artífices tan arraigados a su momento, cuando esa identificación se basa tan sólo en una determinada corriente ideológica y estética que como todas, tiene principio y final, lo que les lleva, indefectiblemente, al disfrute, como solemne castigo, del tufo testimonial de lo meramente museístico. Así, y refiriéndose a Goya dice Ortega y Gasset que se trata de un genio deforme y que apoyándose en sus propias torpezas acierta a dar los más ágiles brincos hacia lo sumo del arte, algo en lo que estaba completamente de acuerdo Picasso cuando precisaba que el verdadero genio se descubre en sus mismas equivocaciones. Por todo ello, la dificultad que entraña resumir la significación de la figura con la que nos enfrentamos se hace múltiplemente compleja, ya que no podemos circunscribirnos a su actuación en el momento que le tocó vivir, limitándonos como ocurriría con cualquier artista a tratar de analizar su presencia dentro de un período cronológico de la historia con sus especiales condicionamientos, sino porque, y esto es lo más importante, a Goya hay que contemplarlo desde su dimensión intemporal, desde la proyección colosal e incluso bíblica de profeta de la modernidad en la acepción más amplia del termino. No basta el establecimiento de su relación con los artistas que le rodearon, el estudio de los antecedentes que le ayudaron a configurar su personalidad, las obras maestras pero acordes con su tiempo o su impronta en la generación inmediata, sino que su contribución a la historia de la pintura en particular, y del pensamiento artístico en general, tendremos que entenderlo desde un alcance último que todavía hoy, no es posible evaluar en su más intrínseca significación y trascendencia. Una cuestión que no puede olvidarse aunque su validez no sea del todo absoluta la constituye la influencia póstuma de la obra del genio como elemento legitimador de su personalidad. Así tendríamos los casos de Rembrandt o Gaudí como autores de una creatividad que concluye con su propia trayectoria vital. Por el contrario Goya o Picasso vendrían a representar los ejemplos opuestos, al generar su proyección una cadena de hallazgos cuyo alcance y trascendencia en las generaciones siguientes fue imprevisible y profunda. Desde esa óptica, pocos artistas habrán sido más rotundos en su herencia de futuro, en la transmisión de un instinto para despertar nuevos caminos, para inundar el espíritu de los jóvenes de las más sorpresivas sugerencias, que el genio de Goya. Otra característica de nuestro pintor a tener en cuenta es el largo proceso evolutivo que recorre hasta alcanzar unos cauces de expresión definitorios de su arte, lo que no puede precisarse antes de 1780, es decir, cuando el aragonés cuenta ya con treinta y cinco años, casi los mismos que tiene Caravaggio a su muerte. Afortunadamente, la dilatada cronología de Goya, la facilidad de ejecución y fecundidad creadora a partir de haber fijado perfectamente las premisas de su pensamiento plástico le permitirá llevar a cabo una producción clave en la Historia del Arte. A Goya le toca vivir un momento de continua crisis en el arte y esto sería providencial para el desarrollo de su genio. Estamos convencidos de que de haberle correspondido un período estable en el devenir histórico de los estilos artísticos, en el que la duración de unas premisas artísticas se demorara para sus conclusiones finales por ejemplo el siglo XVII nunca hubiese podido desplegar hasta las últimas consecuencias, la validez y actualidad perenne de su talento. Como tampoco le hubiese sido posible a Picasso. Se trata por tanto de 1 artistas que necesitaban momentos de continuos cambios no sólo de estética sino también socio−políticos en definitiva, la primera es consecuencia de los segundos para poder fructificar con horizontes ilimitados de futuro. El aragonés recoge los últimos coletazos del Barroco y las suntuosas voluptuosidades del Rococó, y atraviesa el Academicismo, el confuso Neoclasicismo pictórico para concluir cuando las luces del Romanticismo alumbran ya con fulgores seguros. No obstante, su obra, aun siendo reflejo en diferentes casos de todos esos movimientos y corrientes, recrea, reinventa, repentiza continuamente y se adelanta en todo momento a su época, planteando una problemática plástica de la que aún hoy encontramos no sólo su absoluta validez, sino que en muchos aspectos aún puede desarrollar muchas sugerencias y claves. Y así, nacido en los postulados del antiguo régimen, vivirá el pensamiento ilustrado y sus consecuencias revolucionarias hasta llegar el cambio radical que ofrecerá el control a una nueva clase, la burguesía, y el vislumbre de lo que supondrá un proletariado consciente de sus derechos humanos. También su heredero legitimo y último en este sentido de generador máximo, el también español Pablo Picasso, vivirá, y de acuerdo con una dilatada cronología, momentos cruciales en la historia de la Humanidad. Y tras nacer en la vorágines de la revolución industrial, contemplará el nacimiento y pujanza de las nuevas ideologías y el triunfo definitivo de una sociedad capitalista atemperada por las tensiones equilibradoras de extremismo de todo signo, surgidas de ese espíritu de su centuria encaminado a servir de panacea a un mundo donde los índices demográficos se disparaban apoyados por el avance de la civilización, hasta cotas inimaginadas cien años antes. Y nuevamente, esta vez, con un mayor frenesí, como correspondía al siglo de la velocidad, las fórmulas artísticas se desarrollaban vertiginosamente ante el genio del artista con la eclosión de las denominadas vanguardias históricas, de las que el propio Picasso en la mayoría de ocasiones, fue creador, intérprete y solemne e irónico sepulturero. Retrato de Goya El pintor español Vicente López y Portaña realizó numerosos retratos de las personalidades más destacadas de su época. Entre todos ellos sobresale el de Francisco de Goya (1826) que se conserva en el Museo del Prado, Madrid. En él se puede contemplar al pintor aragonés cuando contaba 80 años. El sueño de la razón produce monstruos El sueño de la razón produce monstruos (1797−1799) pertenece a Los caprichos, serie de grabados en la que Francisco de Goya hace una sátira de la sociedad y de la Iglesia y da rienda suelta a su fantasía. Se cree que la figura dormida es un autorretrato de Goya. El 3 de mayo de 1808 en Madrid En el célebre lienzo de El 3 de mayo de 1808 en Madrid: los fusilamientos en la montaña del Príncipe Pío (1814, Museo del Prado, Madrid) Francisco de Goya representa, con dramático realismo y extraordinaria fuerza expresiva, a los españoles fusilados por los soldados de Napoleón durante la guerra de la Independencia. 10 2