[Las Crónicas de Bane 07] La caída del Hotel Dumort

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Sinopsis
D
urante 1970 en la ciudad de Nueva York, Magnus Bane
observa el, una vez glamoroso, Hotel Dumont convertirse en
algo completamente distinto.
Cincuenta años después de la época de auge del jazz en el hotel
Dumont, el inmortal brujo Magnus Bane sabe que el icono de Manhattan está
en declive. El otrora hermoso hotel Dumont se ha vuelto algo deteriorado, una
ruina, algo tan muerto cómo puede un lugar estar. Pero a los vampiros no les
importa…
Julio de 1977
Q
ué es lo que haces? ―preguntó la mujer.
―Esto y aquello ―dijo Magnus.
―¿Trabajas en el mundo de la moda? Te ves como si
lo hicieras.
―No ―dijo él―. Yo soy la moda.
Fue una observación cursi, pero pareció deleitar a su compañera
de asiento en el avión. En realidad, el comentario había sido una
especie de prueba. Todo parecía deleitar a su compañera; la parte de
atrás del asiento en frente de ella, sus uñas, su copa, su propio cabello,
el cabello de los demás, la bolsa para vomitar...
El avión había estado en el aire sólo una hora, pero la compañera
de Magnus se había levantado cuatro veces para usar el baño. Cada vez
había salido momentos después frotando su nariz ferozmente y
visiblemente crispada. Ahora estaba inclinada sobre él, su cabello rubio
alado mojándose con la copa de champaña de Magnus, su cuello
apestando a Eau de Guerlain. El rastro débil de polvo blanco todavía
colgando de su nariz.
Él podría haber hecho este viaje en segundos con tan sólo pasar
por un Portal, pero había algo placentero en las aeronaves. Eran
encantadoras, íntimas, y lentas. Puedes conocer a personas. Magnus
disfrutaba conocer personas.
―¿Pero tu atuendo? ―dijo ella―. ¿Qué es?
Magnus miró su traje de vinilo de gran tamaño a cuadros rojos y
negros con una camiseta hecha trizas por debajo. Era parte corriente
del escenario punk londonés, pero eso todavía no había llegado a Nueva
York.
―Hago
relaciones
públicas
―dijo
la
mujer,
aparentemente
olvidando su pregunta―. Para discotecas y clubes. Los mejores clubes.
Aquí. Aquí.
Escarbó en su bolso gigante, y se detuvo un momento cuando
encontró sus cigarrillos. Se puso uno entre los labios, lo encendió, y
continuó buscando hasta que sacó una pequeña caja de tarjetas con
forma de caparazón de tortuga. La abrió y eligió una tarjeta que decía:
ELECTRICA.
―Ven ―dijo, dándole golpes a la carta con una uña larga y roja―.
Ven. Está inaugurando. Va a estar bár-baro. Muuuucho mejor que
Studio 54. Oh. Discúlpame un segundo. ¿Quieres?
Le mostró un pequeño frasco en la palma de su mano.
―No, gracias.
Y luego estaba nuevamente saliendo a tropezones del asiento, su
bolso chocando con el rostro de Magnus mientras volvía al baño.
Otra vez los mundanos se habían vuelto muy interesados por las
drogas. Pasaban por estas etapas. Ahora era la cocaína. Él no había
visto tanta cantidad de esta cosa desde el cambio de siglo, cuando la
habían metido en todo; tónicos y pociones e incluso en la Coca-Cola.
Pensó por un momento que habían dejado atrás lo de esta droga, pero
había vuelto, y con toda la fuerza.
Las drogas nunca le habían interesado a Magnus. Un buen vino,
absolutamente, pero se mantuvo alejado de pociones y polvos y
píldoras. No tomabas drogas y hacías magia. Además las personas que
se drogaban eran aburridas. Irremediable e inexorablemente aburridas.
Las drogas las volvían o muy lentas o muy rápidas, y hablaban
mayormente sobre drogas. Y luego o las dejaban (un proceso bastante
horrible) o morían. No había un paso intermedio.
Como todas las etapas mundanas, esto también desaparecería.
Con suerte pronto. Cerró sus ojos y decidió dormir el camino a través
del Atlántico. Londres había quedado atrás. Ahora era hora de volver a
casa.
Saliendo de JFK, Magnus tuvo el primer recuerdo de por qué se
había ido sumariamente de Nueva York dos veranos atrás. Nueva York
era malditamente caliente en verano. Estaba apenas rozando los cien
grados1, y el olor a gasolina de avión y los gases de escape mezclados
con los gases pantanosos que impregnaban esta parte alejada de la
ciudad. Él sabía que el olor sólo empeoraría.
Se unió una cola para esperar un taxi con un suspiro.
Este era tan cómodo como cualquier caja de metal dejada al sol, y
su chofer sudoroso sumaba al perfume general del aire.
―¿Hacia
dónde, amigo? ―preguntó, notando el atuendo de
Magnus.
―La esquina de Christopher y la Sexta Avenida.
El taxista gruñó y encendió el taxímetro, y luego salieron hacia el
tráfico. El humo del cigarrillo del taxista iba directamente hacia la cara
de Magnus. Levantó un dedo y lo hizo salir por la ventana.
El camino desde JFK hacia Manhattan era extraño, pasando por
barrios familiares y franjas desoladas, y por extensos cementerios. Era
una tradición antigua. Mantén a los muertos fuera de la ciudad, pero
no tan lejos. Londres, donde había estado recientemente, estaba
rodeada de viejos cementerios. Y Pompeya, que había visitado hacia
unos meses, tenía una avenida entera para los muertos, tumbas
conduciendo directamente hasta las paredes de la ciudad. Pasando
todos los barrios de Nueva York y los cementerios, al final de la
multitudinaria autopista, brillado en la distancia, estaba Manhattan.
Sus chapiteles y picos prendiéndose para la noche. De la muerte a la
vida.
No había planeado mantenerse alejado de la ciudad por tanto
tiempo. Iba a hacer un corto viaje hacia Monte Carlo... pero luego, estas
1
Cien grados Fahrenheit equivalen a 37,78 grados Celsius.
cosas pueden pasar. Una semana en Montecarlo se transforma en dos
en la Riviera, lo que se transforma en un mes en París, y dos meses en
Toscana, y luego terminas en un bote que se dirige a Grecia, y después
vuelves a París para la temporada, y vas a Roma un rato, y a Londres...
Y a veces te vas accidentalmente por dos años. Pasa.
―¿De dónde eres? ―preguntó el taxista, mirando a Magnus por el
espejo retrovisor.
―Oh, de por ahí. De aquí mayormente.
―¿Eres de aquí? ¿Te habías ido? Te ves como si te hubieras ido.
―Por un tiempo.
―¿Has oído acerca de los asesinatos?
―No he leído un periódico en bastante tiempo. ―Dijo Magnus.
―Un lunático. Se hace llamar el Hijo de Sam. También lo han
llamado el asesino del calibre cuarenta y cuatro. Va por ahí
disparándole a parejas en los caminos de amantes2, ¿sabes? Bastardo
enfermo. Muy enfermo. La policía no lo ha atrapado. No hacen nada.
Maldito bastardo. La ciudad está llena de ellos. No tendrías que haber
vuelto.
Los taxistas de Nueva York, siempre como rayitos de sol.
Magnus se bajó en la esquina rodeada de árboles de la Sexta
Avenida y la calle Christopher, en el corazón de la Villa Oeste. Aún en la
caída de la noche el calor era abrasador. Aunque parecía alentar la
atmósfera para una fiesta en el barrio. La Villa había sido un lugar
interesante antes de que se haya ido. Parecía que en su ausencia las
cosas habían subido de nivel en cuanto a festejos. Hombres disfrazados
2
En inglés, lovers’ lane; son los lugares donde parejas van usualmente en un vehículo a besarse o tener
relaciones. Por ejemplo, estacionamientos.
caminaban por la calle. Las veredas de los cafés estaban repletas. Había
una atmósfera de carnaval que Magnus encontró instantáneamente
invitadora.
El departamento de Magnus no tenía ascensor, estaba en el tercer
piso de una de las casas de ladrillos que surcaban la calle. Se dejó
entrar y corrió suavemente por los escalones, lleno de buen humor. El
humor se le esfumó cuando llegó al departamento. Lo primero que notó,
al otro lado de su puerta, fue un olor fuerte y feo, algo podrido mezclado
con algo como zorrino, mezclado con otras cosas que no tenía deseos de
saber. Magnus no vivía en un departamento apestoso. Su departamento
olía a pisos limpios, flores e incienso. Puso la llave en la cerradura, y
cuando trato de empujar la puerta para abrirla, se trabó. Tuvo que
empujarla
con
fuerza
para
que
se
abriera.
La
razón
quedó
inmediatamente clara; había cajas de botellas de vino vacías del otro
lado. Y para su sorpresa el televisor estaba prendido. Cuatro vampiros
estaban tirados sobre su sofá, mirando caricaturas con la mirada vacía.
Supo de inmediato que eran vampiros. La falta de color bajo la piel,
la pose lánguida. Incluso estos vampiros ni se habían molestado en
limpiar la sangre de las comisuras de sus bocas. Todos tenían rastros
secos de esa cosa por todos sus rostros. Había un disco dando vueltas
en el reproductor. Había alcanzado el final y estaba trabado en la franja
vacía del final, silbando gentilmente en tono de desaprobación.
Sólo una de los vampiros se dio vuelta para mirarlo.
―¿Quién eres? ―le preguntó ella.
―Magnus Bane. Vivo aquí.
―Oh.
Volvió a mirar las caricaturas.
Cuando
Magnus
se
fue
dos
años
atrás,
había
dejado
el
departamento a cargo de un ama de llaves, la señora Milligan. Había
mandado dinero cada mes para pagar las boletas y la limpieza.
Claramente ella había pagado las boletas. La electricidad funcionaba.
Pero no había limpiado, y probablemente la señora Milligan no había
invitado a estos cuatro vampiros a quedarse y hacer del lugar un
basurero. En cada lugar que Magnus miraba había signos de
destrucción y decaimiento. Una de las sillas de la cocina había sido rota
y estaba tirada en partes por el suelo. Las otras estaban llenas de
periódicos
y
revistas.
Había
ceniceros
repletos,
y
ceniceros
improvisados, y luego sólo rastros de cenizas y platos llenos de colillas
de cigarrillos. Las cortinas de la sala de estar estaban torcidas y
despedazadas. Todo estaba torcido, y otras cosas simplemente faltaban.
Magnus tenía muchas piezas de arte preciosas que había coleccionado a
lo largo de los años. Buscó una de sus piezas favoritas de porcelana de
Sevres que había mantenido en una mesa del vestíbulo. Eso, por
supuesto, había desaparecido. Y la mesa también.
―No quiero ser descortés ―dijo Magnus, mirando infelizmente una
pila de basura apestosa en una de las esquinas de su mejor alfombra
persa―, pero ¿puedo preguntarles por qué están en mi casa?
Esto le ganó una mirada nublada.
―Vivimos aquí ―dijo la niña que estaba al final, la osada que podía
dar vuelta su cabeza.
―No ―dijo Magnus―. Creo que recién expliqué que vivo aquí.
―No estabas aquí. Así que vivimos aquí.
―Bueno, he vuelto. Así que tienen que hacer otros arreglos.
No hubo respuesta.
―Déjame ser más claro ―dijo parándose en frente de la televisión.
Luz azul crepitaba de entre sus dedos―. Si están aquí, deben saber
quién soy. Deben saber de qué soy capaz. ¿Tal vez quieran que
convoque a alguien para que los ayude a salir? ¿O tal vez pueda abrir
un Portal y mandarlos al otro lado del Bronx? ¿Ohio? ¿Mongolia? ¿A
dónde les gustaría que los deje?
Los vampiros del sofá no dijeron nada por un minuto o dos. Luego
lograron mirarse mutuamente. Hubo un gruñido, un segundo gruñido,
y luego se levantaron del sofá con tremenda dificultad.
―No se preocupen por sus cosas ―dijo Magnus―. Se las enviaré
después. ¿Al Dumont?
Hacía mucho tiempo que los vampiros habían reclamado el viejo y
maldito Hotel Dumont. Era la dirección general de todos los vampiros
de Nueva York.
Magnus los miró más de cerca. Nunca había visto vampiros como
estos. Parecían estar... ¿enfermos? Los vampiros no se enfermaban
realmente. Tenían hambre, pero no se enfermaban. Y estos vampiros se
habían alimentado. La evidencia estaba por todos sus rostros. Además
estaban sacudiéndose un poco.
Considerando el estado de su lugar, no sentía ganas de
preocuparse por su salud.
―Vamos ―dijo uno de ellos. Salieron al descanso y bajaron las
escaleras arrastrando los pies. Magnus cerró la puerta con firmeza y,
con un movimiento de su mano, movió un lavabo cubierto con mármol
para bloquearla desde dentro. Al menos eso había sido muy pesado o
robusto para romper o quitar, pero estaba llena de ropa vieja y sucia
que parecía estar cubriendo algo que instintivamente supo no quería
ver.
El olor era terrible. Eso tendría que irse primero. Una chispa de
azul golpeó el aire, y el olor fue reemplazado por el suave aroma de
jazmín de noche. Sacó el disco del reproductor. Los vampiros habían
dejado una pila de álbumes. Dio una ojeada y eligió el nuevo disco de
Fleetwood Mac que todo el mundo estaba escuchando. Le gustaba.
Había un sonido levemente mágico en la música. Magnus barrió su
mano por el aire nuevamente, y lentamente el departamento comenzó a
arreglarse. Como muestra de agradecimiento, mandó la basura y las
variadas pilas desagradables al Dumont. Después de todo había
prometido mandarles las cosas.
A pesar de la magia que había usado en su aire acondicionado de
ventana, a pesar de la limpieza, a pesar de todo lo que había hecho, el
departamento seguía sintiéndose pegajoso y sucio y desagradable.
Magnus durmió poco. Se rindió alrededor de las seis de la mañana y
salió en busca de café y desayuno. De todas formas seguía con el
horario de Londres.
Afuera en las calles, algunas personas claramente estaban
volviendo a casa por la noche. Había una mujer cojeando con un zapato
de taco y un pie descalzo. Había tres personas cubiertas en brillantina y
sudor saliendo de un taxi en su esquina, todas estaban usando boas de
plumas. Magnus se acomodó en una cabina en la esquina de un
comedor del otro lado de la calle. Era lo único que estaba abierto.
Sorprendentemente estaba lleno. Otra vez, la mayoría de las personas
parecían estar en el final de sus días, no el comienzo, y estaban
engullendo panqueques para absorber el alcohol de sus estómagos.
Magnus había comprado un periódico junto a la caja registradora.
El taxista no había estado mintiendo, las noticias de Nueva York eran
malas. Había dejado una ciudad en problemas y había vuelto a una
ciudad rota. La ciudad estaba en ruinas. La mitad de los edificios del
Bronx se habían quemado. La basura se apilaba en las calles porque no
había dinero para la recolección. Asaltos, asesinatos, robos... y sí,
alguien llamándose a sí mismo el Hijo de Sam y diciendo ser el agente
de Satán estaba corriendo por ahí con una pistola y disparándole a
gente al azar.
―Pensé que eras tú ―dijo una voz―. Magnus, ¿dónde has estado,
hombre?
Un hombre joven se deslizó del otro lado de la cabina. Vestía
vaqueros, un chaleco de cuero sin camisa, y una cruz de oro en una
cadena alrededor de su cuello.
Magnus sonrió y dobló su diario.
―¡Greg!
Gregory Jensen era un hombre lobo joven y extremadamente
guapo con cabellos rubios hasta los hombros. El rubio no era el color de
pelo favorito de Magnus, pero a Gregory le sentaba definitivamente bien.
Magnus había tenido una especie de enamoramiento por un tiempo, un
enamoramiento que eventualmente dejó ir cuando conoció a la esposa
de Greg, Consuela. El amor de los hombres lobos era intenso. No te
acercabas.
―Te lo dije ―Greg sacó el cenicero de debajo de la rocola de la
mesa y se encendió un cigarrillo―. Las cosas han estado alocadas
recientemente. Lo digo enserio, alocadas.
―¿En qué sentido?
―Los vampiros, amigo ―Greg dio una larga pitada―. Hay algo malo
en ellos.
―Encontré algunos en mi departamento cuando volví anoche ―dijo
Magnus―. No parecían bien. Eran desagradables, para empezar. Y
parecían enfermos.
―Están enfermos. Se están alimentando como locos. Se está
poniendo feo, hombre. Se está poniendo feo. Te lo estoy diciendo...
Se inclinó sobre la mesa y bajó la voz.
―Los cazadores de sombras se nos van a venir encima si los
vampiros no se controlan. En este momento no estoy seguro si los
cazadores saben lo que está pasando. La tasa de asesinatos en la
ciudad es tan alta que tal vez no lo saben. Pero no pasará mucho
tiempo hasta que lo descubran.
Magnus volvió a sentarse en su asiento.
―Usualmente Camille mantiene las cosas bajo control.
Greg se encogió de hombros pesadamente.
―Sólo puedo decirte que los vampiros comenzaron a aparecer en
todos los clubes y las discotecas. Aman esas cosas. Pero luego
comenzaron a atacar a la gente todo el tiempo. En los clubes, en las
calles. La policía de Nueva York cree que los ataques son asaltos raros,
así que por el momento se mantuvo en silencio. Pero cuando los
cazadores de sombras se enteren, nos van a caer encima. Se están
volviendo gatillo fácil. Cualquier excusa.
―Los Acuerdos prohíben...
―Los Acuerdos mi trasero. Te lo estoy diciendo, no va a pasar
mucho tiempo hasta que empiecen a ignorar los Acuerdos. Y los
vampiros los violaron tanto que cualquier cosa puede pasar. Te lo digo,
todo está loco.
Un plato de panqueques fue dejado en frente de Magnus, y él y
Greg dejaron de hablar por un momento. Greg apagó su cigarrillo
apenas fumado.
―Debo irme ―dijo―. Estaba patrullando para ver si alguien había
sido atacado, y te vi por la ventana. Quería decirte hola. Es bueno
volver a verte.
Magnus dejó cinco dólares en la mesa y alejó los panqueques.
―Iré contigo. Quiero verlo con mis propios ojos.
La temperatura se había disparado en la hora que había estado en
el comedor. Esto amplificaba la peste de la basura desbordante;
derramándose de los botes de basura (que sólo la cocinaban e
intensificaban el perfume), bolsas apiladas en las cunetas. Basura
tirada simplemente a la calle. Magnus se paró sobre los envoltorios de
hamburguesas, latas y periódicos.
―Dos áreas básicas para patrullar ―dijo Greg prendiéndose otro
cigarrillo―. Esta y el oeste del medio de la ciudad. Vamos calle por calle.
De aquí voy hacia el oeste. Hay muchos clubes de este lado junto al río,
en el distrito empaquetador de carne.
―Está bastante cálido.
―Este calor, hombre. Creo que podría ser el calor volviéndolos
locos. Les pasa a todos.
Greg se quitó su chaleco. Hay ciertamente peores cosas que
caminar con un hombre hermoso sin camisa en una mañana de verano.
Ahora que ya es una hora más civilizada, hay personas afueras. Parejas
gay caminando de la mano, al aire libre, durante el día. Eso era
bastante nuevo. Incluso cuando la ciudad parecía estar cayéndose a
pedazos, algo nuevo estaba pasando.
―¿Ha hablado Lincoln a Camille? ―preguntó Magnus.
Max Lincoln era la cabeza de los hombres lobo.
Todos solo le llamaban por su apellido, que quedaba con su
cadavérica alta estructura y rostro barbudo, y, como el más famoso de
los Lincoln, él era un famoso líder calmado y resuelto.
―Ellos no hablan ―dijo Greg―. Ya no. Camille viene por aquí por
los clubs, y eso es todo. Tú sabes cómo es ella.
Magnus lo sabía muy bien. Camille siempre había sido un poco
distanciada, al menos a los extraños y a los conocidos. Ella tenía un
aire de realeza. La privada Camille era una bestia enteramente
diferente.
―¿Qué hay con Raphael Santiago? ―pregunto Magnus.
―Se ha ido.
―¿Ido?
―Los rumores dicen que lo han mandado fuera. Yo oí eso de una
persona del mundo mágico. Ellos claman que lo han oído de algunos
vampiros que habían caminado por Central Park. Él debió de haber
sabido que era lo que estaba pasando y tuvo un par de palabras con
Camille. Ahora se ha ido. Esto no encajaba bien. Ellos caminaron a
través de la Villa, por las tiendas, los cafés hacia el Distrito de
Empaquetamiento de Carne, con sus calles adoquinadas y desusadas
bodegas. Muchas de esas eran ahora clubs. Había un sentimiento de
desolación ahí en la mañana, solo los restos de las fiestas abandonadas
y el río corriendo lentamente a lo largo más abajo. Incluso el río parecía
resentir el calor. Checaron en todos los lugares, en los callejones, a lado
de la basura. Buscaron debajo de las vans y camiones.
―Nada. ―dijo Greg mientras miraba de cerca y picaba la última
pila de basura en el último callejón.
―Supongo que fue una noche tranquila. Es tiempo de registrarse,
es tarde.
Esto requirió una caminata rápida en un incluso más alto calor.
Greg no podía pagar un taxi, y se rehusó a que Magnus lo hiciera, así
que Magnus infelizmente se unió a la caminata todo el camino hacia la
calle Canal. La guarida de los hombres lobo estaba oculta detrás de la
fachada de un restaurante solo para llevar, en Chinatown. Un hombre
lobo estaba parado detrás del mostrador, debajo del menú y una
muestra de fotos de varios platillos chinos. Ella miro hacia Magnus.
Cuando Greg asintió, ella los dejo pasar y había una puerta que
daba a una instalación mucho más grande, la vieja Segunda Estación
de Policía (Las celdas eran de mucha utilidad en luna llena).
Magnus siguió a Greg por el pasillo débilmente iluminado al cuarto
principal de la estación, que estaba ya lleno. La manada se había
juntado, y Lincoln estaba parado en lo alto de la habitación, oyendo un
reporte y asintiendo gravemente.
Cuando él vio a Magnus, él levanto la mano por saludo.
―De acuerdo ―dijo Lincoln―. Parece que todos estamos aquí. Y
tenemos un invitado. Muchos de usted conocen a Magnus Bane. Él es
un hechicero, como pueden ver, y un amigo de esta manada.
Esto fue aceptado rápidamente, y hubo asentimiento y saludos de
todas partes. Magnus se inclinó contra una cabina de archivos cerca del
final de la habitación para observar los procedimientos.
―Greg ―dijo Lincoln―. Tú fuiste el último en venir. ¿Algo?
―No. Mi parte está limpia.
―Bien, pero desafortunadamente hubo un incidente. ¿Elliot?,
¿Quieres explicarnos?
Otro hombre lobo dio un paso al frente.
―Encontramos un cuerpo ―dijo―. En el centro, cerca de “Le
Jardin”, definitivamente un ataque vampiro. Una clara marca en el
cuello. Nosotros le rebanamos la garganta para que las de perforación
se escondieran.
Hubo un gruñido general alrededor del cuarto.
―Eso mantendrá las palabras “asesino vampiro” fuera de los
periódicos por un tiempo ―dijo Lincoln―. Claramente las cosas se han
puesto peores y ahora alguien está muerto.
Magnus oyó varios comentarios en susurros acerca de vampiros, y
algunos en voz alta. Todos los comentarios contenían blasfemia.
―Ok ―Lincoln pone sus manos arriba y calla los sonidos generales
de consternación―. Magnus, ¿Qué es lo que piensas de esto?
―No lo sé ―dijo Magnus―. Yo solo acabo de llegar.
―¿Habías visto algo como esto?, ¿Ataques masivos y al azar?
Todas las cabezas se voltearon en su dirección. Él se calmó a si
mismo contra la cabina de archivos. Él no estaba todavía listo para dar
una presentación de las maneras de los vampiros a esa hora de la
mañana.
―He visto conductas malas ―dijo Magnus―. Realmente depende.
He estado en lugares donde no hay fuerza de los policías, y no hay
Cazadores de Sombras cerca, así que algunas veces se les puede salir
de las manos. Pero nunca había visto nunca nada como esto que está
pasando aquí, o en ninguna área desarrollada. Especialmente no tan
cerca de un Instituto.
―Necesitamos hacernos cargo de esto. ―dijo una voz en alto.
Varias voces de asentimiento se repitieron alrededor de la
habitación.
―Hablemos afuera. ―dijo Lincoln a Magnus.
Él asintió hacia la puerta y los hombres lobo se apartaron para que
Magnus pudiera pasar.
Lincoln y Magnus obtuvieron un poco de café quemado en un la
tienda de la esquina y se sentaron en la escalera de entrada enfrente de
una tienda de acupuntura.
―Algo está mal con ellos ―dijo Lincoln―. Sea lo que sea, les pega
rápido, y les pega fuerte. Si tuviéramos esta clase de vampiros enfermos
causando este tipo de derramamiento de sangre… eventualmente
tendríamos que actuar, Magnus. No podemos seguir permitiéndolo. No
podemos dejar que los asesinatos pasen y no podemos correr el riesgo
de traer a los Cazadores de Sombras por aquí. No podemos tener
problemas como estos comenzando de nuevo. Terminará mal para todos
nosotros.
Magnus examino una rajadura en el escalón de abajo.
―¿Has contactado al Praetor Lupus? ―preguntó.
―Por supuesto. Pero no podemos identificar quien está haciendo
esto. Esto no parece el trabajo de un polluelo solitario. Estos son
múltiples ataques en múltiples lugares. La única suerte para nosotros
es que todas las víctimas han estado bajo varias substancias así que no
pueden articular bien lo que les ha pasado. Si uno de ellos dice
vampiro, la policía pensará que paso porque estaban drogados. Pero
eventualmente la historia comenzará a tomar forma. La prensa se
enterará de ello, y los Cazadores de Sombras se enteraran de ello, y
toda la cosa escalara rápidamente.
Lincoln estaba en lo cierto. Si esto seguía, los hombres lobo
estarían en su derecho para actuar. Y entonces habrá sangre.
―Tú conoces a Camille ―dijo Lincoln―.Tú podrías hablar con ella.
―Yo conocía a Camille. Tú probablemente la conoces mejor que yo
en este punto.
―Yo no sé cómo hablarle a Camille. Ella es una persona difícil para
comunicarse. Yo ya hubiera hablado con ella si supiera cómo. Y nuestra
relación no es exactamente la misma como la que tú tienes.
―Nosotros realmente no nos llevamos ―dijo Magnus―. No hemos
hablado por varias décadas.
―Pero todo mundo sabe que ustedes dos fueron…
―Eso fue un largo tiempo atrás. Cientos de años atrás, Lincoln.
―Para ustedes dos, ¿Ese tipo de tiempo siquiera importa?
―¿Qué quisieras que le diga? Es un poco duro caminar después de
tanto tiempo y solo decir: Deja de atacar personas. Además, ¿Cómo has
estado tú desde el cambio de siglo?
―Si hay algo mal, tal vez tú podrías ayudarlos. Si ellos solo se
sobrealimentan, ellos necesitan saber que estamos preparados para
actuar. Y si tú te preocupas por ella, que yo pienso que lo haces, ella
merece esta advertencia. Sería bueno para todos nosotros ―él puso su
mano en el hombro de Magnus―. Por favor ―dijo―. Todavía es posible
que nosotros podamos resolver esto. Pero si esto sigue, todos
sufriremos.
Magnus tenía muchos ex. Estaban dispersos a través de la
historia. Muchos de ellos eran memorias, hace tiempo muertas. Algunos
de ellos eran ahora muy viejos. Etta, uno de sus amores pasados,
estaba ahora en una casa de retiro y ya no lo reconocía. Se había vuelto
muy doloroso visitarla.
Camille Belcourt era diferente. Ella había venido a la vida de
Magnus debajo de una luz de lámpara de gas, luciendo majestuosa. Eso
había sido en Londres, y eso había sido un mundo diferente. Su
romance había pasado en la niebla. Había pasado en carruajes saltando
a lo largo de las calles adoquinadas, en asientos cubiertos en terciopelo
color ciruela damascano. Ellos se habían amado en el tiempo de las
criaturas de reloj, antes de las guerras mundanas. Parecía que había
más tiempo entonces, tiempo para llenar, tiempo para gastar. Y ellos lo
llenaron. Y lo gastaron. Se habían separado mal. Cuando amas a
alguien tan intensamente y esa persona no te aman de la misma
manera, es imposible separarse bien.
Camille había llegado a Nueva York en los finales de 1920, justo
cuando la crisis había estado pasando y todo se estaba cayendo en
pedazos. Había tenido un gran sentido del drama, y una gran nariz para
los lugares que estaban en crisis y en necesidad de una mano que los
guiara. En poco tiempo se había convertido en la cabeza de los
vampiros. Tenía un lugar dentro del famoso edificio “El Dorado” en lo
alto del lado Oeste. Magnus sabía dónde estaba, y ella sabía dónde
estaba Magnus. Pero ninguno de los dos tenía se había contactado con
el otro. Ellos se habían topado por puro accidente, en varios clubs y
eventos a través de los años. Ellos habían intercambiado un simple
asentimiento. Esa relación estaba terminada. Era un cable vivo que no
debía ser tocado. Magnus sabía que era la única tentación en su vida
que tenía que dejar sola.
Y aun así, ahí estaba él, justo 24 horas después de regreso a Nueva
York, entrando a “El Dorado”. Este era uno de los mejores edificios de
apartamentos de arte Deco. Estaba justo en la parte Oeste de Central
Park, ignorando la presa. “El Dorado” era el hogar del dinero viejo y las
celebridades. El uniformado portero estaba entrenado a no mirar el
atuendo o aspecto mientras se viera que las personas habían venido al
edificio con una razón legitima.
Para la ocasión, Magnus había decidido saltarse su nueva
apariencia. No había nada punk ahí, o vinyl, o de red. Esa noche era un
traje Halston, negro con grandes solapas suaves. Esto paso el examen,
y él obtuvo un asentimiento y una ligera sonrisa. Camille vivía en el piso
veintiocho en la torre norte, un silencioso de paneles de roble y un
elevador de cobre que te llevaba arriba en uno de los más caros bienes
raíces en Manhattan.
Las torres estaban hechas para pequeños y muy
íntimos pisos.
Algunos tenían uno o dos residentes. Había dos en este caso.
Camille vivía en el 28C. Magnus podía oír la música filtrándose
desde debajo de la puerta. Había un olor fuerte de humo y un rastro de
perfume de quien sea que había pasado ese camino. A pesar del hecho
que había actividad dentro, tomó tres minutos de tocar a la puerta
antes de que alguien contestara.
Él se sorprendió al reconocer esa persona de inmediato. Era el
rostro de hace tiempo. En ese tiempo la mujer había tenido un bob cut
3negro
y había usado un vestido flapper4. Ella había sido joven
entonces, y mientras había retenido la juventud básica (los vampiros
realmente no envejecían), ella se veía vestida del mundo. Ahora su
cabello estaba decolorado al rubio y alineados en largos y pesados rizos.
Ella usaba un vestido dorado ajustado que daba un vistazo a sus
rodillas y un cigarro colgaba de un lado de su boca.
―Bien, bien, bien ¡Es el hechicero favorito de todos! No te había
visto desde que estabas manejando ese bar clandestino. Ha sido un
largo tiempo.
―Lo ha sido ―dijo Magnus―. ¿Daisy?
―Dolly ―ella abrió la puerta un poco más―. Miren todos quien es.
La habitación estaba llena de vampiros, todos estaban vestidos
extremadamente bien. Magnus tenía que darles crédito por eso. Los
hombres vestían los trajes blancos que estaban de moda en esa
temporada. Las mujeres todas tenían fantásticos vestidos de disco, en
general blancos o dorados. La mezcla de spray de cabello, humo de
cigarro, incienso, colonias y perfumes le quito el aliento un momento.
Aparte de los fuertes olores, había una tensión en el aire que no
tenía bases reales. Magnus no era ningún extraño para los vampiros, y
aun así este grupo estaba tieso, mirándose los unos a los otros.
Mirando de un lado a otro. Esperando algo. No había tampoco una
invitación.
―¿Está Camille dentro? ―pregunto finalmente Magnus.
Dolly ladeo su cadera contra la puerta.
3
4
Bob cut es un peinado corto popular entre las mujeres durante la década de los 20.
Es un estilo de vida de las mujeres en las que ya no usaban corsé y usaban faldas cortas.
―¿Qué te traer por aquí esta noche, Magnus?
―He regresado de unas extensas vacaciones. Me pareció correcto
venir a visitarla.
―¿De verdad?
En la parte de atrás alguien bajó el tocadiscos hasta que la música
fue apenas audible.
―Alguien llame a Camille. ―dijo Dolly sin voltearse.
Ella permaneció donde estaba, bloqueando la entrada con su
diminuto cuerpo. Cerró un poco la puerta para reducir el espacio que
tenía que llenar, aunque continúo sonriéndole a Magnus de una
manera que era un poco inquietante.
―Solo un minuto. ―dijo ella.
En la parte de atrás alguien se movió hacia el pasillo.
―¿Qué es esto? ―dijo Dolly sacando algo del bolsillo de Magnus―
¿Eléctrica? No había oído hablar de este club.
―Es nuevo. Declaran ser mejores que Estudio 54. No he ido a
ninguno, así que no sé. Alguien me dio los pases.
Magnus había guardado los pases dentro de su bolsillo mientras
había salido de la puerta. Después de todo, él había hecho el esfuerzo
de vestirse bien. Si este recado terminaba tan mal como él pensaba que
lo haría, sería agradable tener que ir a algún lugar después.
Dolly agitó los pases como un abanico suavemente enfrente de su
rostro.
―Tómalos. ―dijo Magnus.
Era evidente que Dolly ya los había tomado y no pretendía
devolvérselo, así que le pareció educado hacerlo oficial.
El vampiro emergió del pasillo y consulto con algunos otros en el
sofá y alrededor de la habitación. Luego un vampiro diferente vino a la
puerta. Dolly se paró detrás de la puerta por un momento, cerrándola
más. Magnus oyó unos murmullos. Después la puerta se abrió de
nuevo, lo suficientemente amplia para admitirlo dentro.
―Es tu noche de suerte ―dijo ella―. Por aquí.
La alfombra blanca de pared a pared era tan peluda y gruesa que
Dolly se bamboleaba en sus tacones altos para atravesarla. La alfombra
tenía manchas por todo el lugar, bebidas derramadas, polvo, y charcos
de cosas que él suponía que era sangre. Los sofás blancos y sillas
estaban en una situación similar. Había muchas plantas altas,
palmeras en macetas y helechos estaban todos secos y caídos. Varias
pinturas en las paredes estaban torcidas. Había botellas y vasos vacíos
con vino seco en el fondo por todos lados. Era el mismo tipo de
desorden que Magnus había encontrado en su apartamento.
Más perturbador era el silencio de todos los vampiros en la
habitación que lo miraban mientras estaba siendo dirigido a lo largo del
pasillo por Dolly. Y entonces ahí estaban en el sofá, un montón de
humanos
inamovibles,
subyugados,
sin
lugar
a
duda,
todos
deslumbrados y caídos, sus bocas colgando abiertas, con moretones y
heridas en sus cuellos, brazos y manos que lucían bastante horribles.
La mesa de cristal enfrente de ellos tenía una buena cantidad de polvo
blanco y algunas hojas de afeitar. El único sonido era la tenue música y
un bajo retumbo de un trueno afuera.
―Por aquí. ―dijo Dolly, llevándose a Magnus por su manga.
El pasillo estaba oscuro, y había ropa y zapatos por todo el piso.
Sonidos amortiguados venían de las tres puertas a lo largo del pasillo.
Dolly caminó justo al final, a una puerta doble. Ella golpeo la puerta
una vez y empujo para abrirla.
―Adelante. ―dijo ella, aun sonriéndole con su extraña pequeña
sonrisa.
En un duro contraste de lo visto de todo en la sala de estar, ese
cuarto era el lado oscuro del apartamento. La alfombra era negro
índigo, como el mar de una pesadilla. Las paredes estaban cubiertas
con un profundo papel tapiz plateado. Las sombras de las lámparas
estaban todas cubiertas por chales y mantas oro y plateadas. Las mesas
eran todas de espejo, reflejando la vista de ida y vuelta de nuevo. Y en el
medio de todo esto estaba una masiva cama negra con sabanas negras
y una pesada cubierta de oro. Sobre ella estaba Camille, en un kimono
de seda color durazno.
Y cien años parecieron desvanecerse. Magnus se sintió incapaz de
hablar por un momento. Parecía que incluso podrían haber estado en
Londres de nuevo, todo el siglo veinte envuelto en una bola y arrojado
lejos.
Pero entonces el presente llego chocando de nuevo cuando Camille
empezó a gatear torpemente en su dirección, deslizándose en las
sabanas de seda.
―¡Magnus!, ¡Magnus!, ¡Magnus!, ¡Ven aquí!, ¡Ven!, ¡Siéntate!
Su cabello rubio-plateado estaba largo y abajo luciendo salvaje.
Ella palmeo el final de la cama. Esa no había sido la bienvenida que él
había esperado. Esa no era la Camille que él recordaba, o incluso la que
él había visto de paso.
Mientras hacia su camino hacia la cama, vio un bulto de ropa,
luego se dio cuenta que era un humano en el piso, boca abajo. Magnus
se acercó gentilmente y tocó la masa de cabello largo y negro para así
voltear el rostro de la persona y poder apreciarlo. Era una mujer, y aun
había algo de calidez en ella, y un débil pulso golpeando en su cuello.
―Esa es Sarah. ―dijo Camille, cayendo hacia la cama y colgando
su cabeza al final de la cama para mirar.
―Te has estado alimentando de ella. ―dijo Magnus―. ¿Es una
donante dispuesta?
―Oh, ella lo ama. Ahora, Magnus… Tú te ves maravilloso por
cierto, ¿Ese es un Halston?... Nosotras estamos a punto de irnos. Y tú
vienes con nosotras.
Ella se deslizo de su cama y tropezó su camino hacia su masivo
closet. Magnus oyó ganchos moviéndose a lo largo de la vía. Sarah tenía
perforaciones por todo su cuello, y ahora estaba sonriéndole débilmente
a Magnus y empujando su cabello hacia atrás, ofreciéndole una
mordida.
―No soy un vampiro. ―dijo él, descansando su cabeza gentilmente
en el suelo―. Y tú deberías de irte de aquí, ¿Quieres mi ayuda?
La chica hizo un sonido que era solo entre una risa y un gemido.
―¿Cuál de estos? ―dijo Camille mientras venía tropezando fuera
del closet, sosteniendo dos casi idénticos vestidos negros de noche.
―Esta chica está débil ―dijo él―. Camille, le has quitado mucha
sangre.Necesita un hospital.
―Ella está bien. Déjala sola. Ayúdame a escoger un vestido.
Todo de esta conversación estaba mal. Esto no era como la reunión
debía haber sido. Debería haber sido incomoda; debería de haber tenido
muchas pausas extrañas y momentos de doble significado. En vez de
eso, Camille actuaba como si solo hubiera visto a Magnus ayer. Como si
fueran simplemente amigos.
―Estoy aquí porque
hay un problema, Camille. Tus vampiros
están matando personas y dejando sus cuerpos en la calle. Se están
sobre alimentando.
―Oh, Magnus ―Camille sacudió su cabeza―. Yo tal vez puedo estar
a cargo, pero yo no los controlo. Uno tiene que permitirles una cierta
cantidad de libertad.
―¿Esto incluye matar mundanos y dejar sus cuerpos en la acera?
Camille ya no estaba escuchando. Ella había dejado los vestidos en
su cama y estaba escogiendo entre una pila de zarcillos. Mientras tanto
Sarah estaba intentando arrastrarse a la dirección de Camille. Sin
siquiera mirarla, Camille puso un cristal lleno de polvo blanco en el
piso. Sarah fue a por él y empezó a inhalarlo.
Y entonces Magnus entendió.
Mientras
que
las
drogas
humanas
no
funcionaban
en
Subterráneos, no había forma de saber qué pasaría cuando esa droga
corriera a través de un sistema circulatorio humano y luego fuera
ingerida mediante esa sangre.
Todo tenía sentido. El desorden. El comportamiento confuso. La
alimentación frenética en los clubs. El hecho de que todos ellos se veían
tan enfermos, que sus personalidades parecían haber cambiado. Había
visto esto miles de veces en mundanos.
Camille lo miraba ahora, su mirada estaba fija.
―Sal con nosotros esta noche, Magnus ―susurró Camille―. Eres
un hombre que conoce lo que es pasarla bien. Yo soy una mujer que
hace pasarla bien. Sal con nosotros.
―Camille, tienes que parar. Tienes que saber lo peligroso que es
esto.
―No va a matarme, Magnus. Eso es imposible. Y tú no entiendes
cómo se siente.
―La droga no puede matarte, pero otras cosas pueden. Si
continúas así, sabes que hay personas allá afuera que no puede dejar
que asesines mundanos. Alguien actuará.
―Deja que lo intenten ―dijo ella―. Puedo encargarme de diez
Cazadores de Sombras una vez que tenga algo de esto.
―Puede que no sea…
Camille se tiró al suelo antes de que pudiera terminar y enterró su
cara en el cuello de Sarah. Sarah se sacudió una vez y gimió, luego se
quedó en silencio e inmóvil. Escuchó el enfermizo sonido de la bebida,
la succión. Camille levantó su cabeza, con sangre alrededor de su boca,
corriendo por su barbilla.
―¿Vienes o no? ―dijo―. Simplemente me encantaría llevarte al
Estudio 54. Nunca has tenido una noche afuera como una de las
nuestras.
Magnus tuvo que forzarse a sí mismo para seguir mirándola de
esta manera.
―Déjame ayudarte. Unas pocas horas, unos pocos días… podría
sacar esto de tu sistema.
Camille arrastró el dorso de su mano a través de su boca,
manchando su mejilla de sangre.
―Si no vas a venir, entonces permanece fuera de nuestro camino.
Considera esto una advertencia amable. ¡Dolly!
Dolly ya estaba en la puerta.
―Creo que ya terminaste aquí ―dijo.
Magnus observó a Camille hundir sus dientes en Sarah de nuevo.
―Sí ―dijo―. Creo que lo he hecho.
Afuera, un aguacero estaba cayendo. El portero sostuvo un
paraguas encima de la cabeza de Magnus y pidió un taxi para él. La
incongruencia entre la cortesía de la planta baja y lo que había visto
arriba era…
No era algo para ser pensado. Magnus entró en el taxi, anunció su
destino, y cerró sus ojos. La lluvia tamborileaba sobre la cabina. Se
sentía como si la lluvia estuviera golpeando directamente en su cerebro.
Magnus no estuvo sorprendido de encontrar a Lincoln sentándose
en las escaleras frente a su puerta. Con cansancio lo llevó adentro.
―¿Y bueno? ―dijo Lincoln.
―No está bien ―respondió Magnus, quitándose su chaqueta
empapada―. Son las drogas. Están alimentándose de la sangre de las
personas que toman drogas. Debe estar intensificando su necesidad y
disminuyendo su control de impulso.
―Tienes razón ―dijo Lincoln―. Eso no está bien. Pensaba que tenía
algo que ver con las drogas, pero pensé que eran inmunes a cosas como
la adicción.
Magnus sirvió una copa de vino para cada uno, y se sentaron y
escucharon la lluvia por un momento.
―¿Puedes ayudarla? ―preguntó Lincoln.
―Si ella me lo permite. Pero no puedes curar a un adicto que no
quiere ser curado.
―No ―dijo Lincoln―. He visto eso yo mismo con los nuestros. Pero
lo entiendes… no podemos dejar que este comportamiento continúe.
―Sé que no pueden.
Lincoln terminó su copa y la bajó gentilmente.
―Lo siento, Magnus. De verdad lo siento. Pero si vuelve a pasar,
necesitas dejárnoslo a nosotros.
Magnus asintió. Lincoln le dio un apretón en el hombro, y luego
salió.
Magnus se guardó los siguientes días para sí mismo. El clima era
brutal, cambiando de calor a tormenta. Intentó olvidar la escena en el
apartamento de Camille, y la mejor forma de olvidar era mantenerse
ocupado. No se había ocupado de su trabajo realmente en dos años.
Había clientes que llamar. Había hechizos que estudiar y traducciones
que
hacer.
Libros
que
leer.
El
apartamento
necesitaba
una
redecoración. Había restaurantes nuevos y bares nuevos y gente
nueva…
Cada vez que paraba, la imagen de Camille en cuclillas sobre la
alfombra, la chica frágil en sus brazos, el espejo lleno de droga, la cara
de Camille cubierta de sangre. El desastre. El hedor. El horror. Las
miradas vacías.
Cuando pierdes a alguien por su adicción, y había perdido a
muchos, pierdes algo muy valioso. Los viste caer. Esperaste a que
tocaran el fondo. Era una espera terrible. Lo que pasaba ahora no era
su problema. No tenía duda de que Lincoln y los licántropos se
pondrían a cargo, y mientras menos supiera, mejor.
Lo mantenía despierto en las noches. Eso, y los truenos.
Dormir sólo era un infierno, por lo que decidió no dormir solo.
Aún se despertaba.
Era la noche del trece de julio, trece de la fortuna. La tormenta
eléctrica
era
increíblemente
fuerte,
más
fuerte
que
el
aire
acondicionado, más fuerte que la radio. Magnus estaba terminado una
traducción y estaba a punto de salir para cenar, cuando las luces
parpadearon. La radio se atenuó y se apagó. Luego todo se volvió
brillante mientras la electricidad aumentaba en los cables. Y después…
Apagado. Aire acondicionado, luces, radio, todo. Magnus movió su
mano distraídamente y encendió una vela en su escritorio. Los
apagones no eran inusuales. Pasó un momento antes de que se diera
cuenta de que todo estaba muy callado y bastante oscuro, y había voces
gritando afuera. Fue hacia la ventana y la abrió.
Todo estaba oscuro. Las luces de las calles. Cada edificio. Todo
excepto los faros de los autos. Tomó la vela y cuidadosamente bajó los
dos tramos de escaleras hacia la calle y se unió a la masa de gente. La
lluvia había parado, sólo había truenos gruñendo en el cielo.
Nueva York... estaba apagada. Todo estaba apagado. No había
horizonte. No había brillo del edificio Empire State. Era una oscuridad
completa. Y una palabra era gritada de ventana a ventana, de calle a
auto a umbrales…
APAGÓN.
Las fiestas empezaron casi a la vez. Era la tienda de helados en la
esquina la que superaba, vendiendo todo lo que tenían a diez centavos
el cono, y luego sólo le daban el helado a cualquiera que llegara con un
tazón o una taza. Luego los bares comenzaron a repartir cócteles en
vasos de papel a los transeúntes. Todos salieron a las calles. La gente
puso radios de batería en las ventanas, así que había una mezcla de
música y noticias. El apagón había sido causado por el impacto de un
rayo. Toda Nueva York estaba apagada. Pasarían horas, ¿días? antes
que el servicio fuera restaurado.
Magnus volvió a su apartamento, sacó una botella de champaña de
su refrigerador, y regresó a su pórtico para beberla, compartiéndola con
algunas personas que pasaban.
Hacía demasiado calor para permanecer adentro, y lo que había
afuera era muy interesante como para perdérselo. La gente comenzó a
bailar en la acera, y él se les unió por un rato. Le aceptó un Martini a
un agradable joven con una sonrisa hermosa.
Entonces hubo un siseo. La gente se reunió alrededor de uno de
los radios, uno que transmitía las noticias.
Magnus y su nuevo amigo, que se llamaba David, se les unieron.
―...endios en los cinco distritos. Más de cien incendios han sido
reportados en la última hora. Y tenemos múltiples reportes de saqueos.
Disparos están siendo intercambiados. Por favor, si está afuera esta
noche, tenga extremo cuidado. A pesar de que todos los policías han
sido llamados al deber, no hay suficientes para…
Otra radio, a unas cuantas yardas de distancia, en una estación
diferente, daba un reporte similar.
―...ientos de tiendas han sido asaltadas. Hay reportes de total
crisis en algunas áreas. Se le recomienda altamente que se quede en su
hogar. Si no puede llegar a su hogar, busque refugio en…
En el corto silencio, Magnus pudo oír sirenas en la distancia. La
Villa era una comunidad cerrada, así que celebraba. Pero ese no era el
caso en toda la ciudad.
―¡Magnus!
Magnus se volteó para encontrar a Greg abriendo su paso entre el
grupo. Sacó a Magnus de la multitud, hacia un espacio callado entre
dos autos estacionados.
―Pensé que eras tú. Todo está pasando. Han perdido la cabeza. El
apagón… los vampiros se están volviendo locos en este club. Ni siquiera
puedo explicarlo. Está en la Décima Avenida y por una manzana. No
hay taxis con este apagón. Tienes que correr.
Ahora que Magnus intentaba llegar a un sitio, se dio cuenta de la
locura de las calles oscuras. Ya que no había semáforos, gente común
estaba intentando guiar el tráfico. Los autos estaban congelados en un
sitio o iban demasiado rápido. Algunos estaban estacionados hacia
adentro,
sus
luces
fronteras
usadas
para
iluminar
tiendas
y
restaurantes. Todos estaban afuera, todo Village había salido de todos
los edificios, y no había habitaciones en ningún lado. Magnus y Greg
tenían que zigzaguear a través de la gente, a través de los autos,
tropezando en la oscuridad.
Las multitudes disminuían un tanto mientras se acercaban al río.
El club estaba en uno de los almacenes de empacado de carne antiguos.
La fachada de ladrillo industrial había sido pintada de plateado, y la
palabra ‘‘ELECTRICA’’ junto con un rayo, estaba por encima de la vieja
puerta de servicio. Dos licántropos estaban en frente de ésta,
sosteniendo linternas, y Lincoln esperaba a un lado. Estaba sumergido
en una conversación con Consuela, quien estaba a cargo después de él.
Cuando vieron a Magnus, Consuela se hizo a un lado hacia una
furgoneta que esperaba, y Lincoln se acercó.
―Es lo que temíamos ―dijo Lincoln―. Esperamos demasiado.
Los licántropos vigilando la entrada se separaron, y Lincoln
empujó las puertas. Dentro del club había una oscuridad profunda, a
excepción del brillo de las linternas de los licántropos. Había un fuerte
olor a licor mezclado y derramado y algo desagradablemente ácido y
acre. Magnus alzó sus manos. Las luces neón al rededor del lugar
zumbaban y brillaban. Las luces de trabajo se encendieron, de un
fluorescente poco favorecedor, bombardearon. Y la bola de disco se coló
a la vida, girando lentamente, enviando miles de puntos de luz reflejada
colorida alrededor del lugar. La pista de baile, hecha de largos
cuadrados de plástico colorido, también eras iluminada desde arriba.
Lo que hizo que la escena fuera aún más terrible.
Había cuatro cuerpos, tres mujeres y un hombre. Todos se veían
como si hubieran corrido por varios puntos de salida. Su piel era del
color de la ceniza, marcada por todos lados con moretones de un
púrpura verdoso y montones de marcas, y estaban llamativamente
iluminados por las luces rojas, amarillas y azules por encima de ellos.
Había muy poca sangre. Sólo unos cuantos pequeños charcos aquí y
allá. No era cercana a la cantidad de sangre que debía haber.
Una de las mujeres muertas, notó Magnus, tenía un largo cabello
rubio familiar. La había visto por última vez en el avión, dándole los
pases…
Magnus tenía que voltear rápidamente.
―Todos fueron drenados ―dijo Lincoln―. El club no ha abierto para
la noche aún. Estaban teniendo problemas con el sistema de sonido
incluso antes del apagón, entonces las únicas personas aquí eran los
empleados. Dos allá…
Apuntó a la plataforma elevada del DJ con el montón de tocadiscos
y altavoces. Algunos licántropos estaban ahí arriba examinando la
escena.
―Dos detrás de la barra ―continuó―. Otro corrió y se escondió en
el baño, pero la puerta fue derribada. Y estos cuatro. Nueve en total.
Magnus se sentó en una de las sillas cercanas y puso su cabeza en
sus manos por un momento para reorganizarse. Sin importar lo mucho
que vivas, nunca te acostumbras a ver cosas terribles. Lincoln le dio un
momento para que se pusiera en orden.
―Esto es mi culpa. Cuando fui a ver a Camille, uno de ellos tomó
los pases a este lugar de mi bolsillo.
Lincoln tomó una silla y se sentó al lado de Magnus.
―Eso no hace que sea tu culpa. Te pedí que hablaras con Camille.
Si Camille vino aquí por ti...no hace que la culpa sea de ninguno de
nosotros, Magnus. Pero ahora puedes ver que esto no puede continuar.
―¿Qué planeas hacer? ―dijo Magnus.
―Hay incendios esta noche. Por toda la ciudad. Tomamos esta
oportunidad. Quemamos este lugar. Creo que sería mejor para las
familias de las víctimas pensar que sus seres queridos murieron en un
incendio, en vez de…
Indicó la terrible escena detrás de ellos.
―Tienes razón ―dijo Magnus―. No le vendría ningún bien a nadie
ver a un ser querido de esta manera.
―No. Y ningún bien vendría de la policía si ven esto. Haría que la
ciudad entrara en un completo pánico, y los Cazadores de Sombras se
verían forzados a venir aquí. Mantenemos esto en silencio. Lidiamos con
esto.
―¿Y los vampiros?
―Vamos a ir y retenerlos, y encerrarlos aquí mientras se quema el
lugar. Tenemos permiso del Praetor Lupus. El clan entero se ha de
tratar como infectado, pero trataremos de estar juiciosos. La primera
que atraparemos, sin embargo, será Camille.
Magnus exhaló lentamente.
―Magnus ―dijo Lincoln―, ¿qué otra cosa podemos hacer? Es la
líder del clan. Necesitamos que esto termine ahora.
―Dame una hora ―dijo Magnus―. Una hora. Si puedo sacarlos de
las calles en una hora…
―Ya hay un grupo dirigiéndose al apartamento de Camille. Otro irá
al Hotel Dumont.
― ¿Hace cuánto se marcharon?
―Hace media hora.
―Entonces me voy ahora ―Magnus sostuvo―. Debo intentar hacer
algo.
―Magnus ―dijo Lincoln―, si te pones en el medio, la manada te
removerá de la situación. ¿Comprendes eso?
Magnus asintió.
―Iré cuando terminemos aquí ―dijo Lincoln―. Iré al Dumont. Ahí
es donde terminarán de todas maneras.
Un Portal era requerido. Debido a la situación en las calles, había
todo tipo de posibilidades de que los hombres lobo no hubieran llegado
al apartamento de Camille todavía, si ahí era donde ella estaba. Sólo
necesitaría alcanzarla. Pero antes de que siquiera pudiera comenzar a
dibujar las runas, escuchó una voz en la oscuridad.
―Estás aquí.
Magnus giró sobre sus talones y tiró una mano para iluminar el
callejón.
Camille se movía hacia él, tambaleante. Estaba usando un largo
vestido negro, más bien, era un vestido que ahora se había vuelto negro
por la cantidad de sangre en él. Aún estaba empapado y pesado, y se
pegaba a sus piernas mientras avanzaba.
―Magnus… ―su voz era gruesa. Manchas de sangre cubrían el
rostro de Camille, sus brazos, su cabello rubio plateado. Puso una
mano en un muro para apoyarse mientras se movía hacia él en una
serie de pasos pesados y parecidos a los de un bebé.
Magnus se acercó a ella lentamente. Tan pronto como estuvo lo
suficientemente cerca, se rindió en hacer el esfuerzo de estar de pie y se
cayó. Él la atrapó a mitad de camino hacia el suelo.
―Sabía que vendrías ―dijo ella.
―¿Qué has hecho, Camille?
―Estaba buscándote...Dolly dijo que estabas...que estabas aquí.
Magnus gentilmente la bajó al suelo.
―Camille… ¿sabes qué ha pasado? ¿Sabes qué has hecho?
El olor que venía de ella era nauseabundo. Magnus respiraba con
dureza a través de su nariz para mantenerse firme. Los ojos de Camille
rodaban hacia atrás de su cabeza. La sacudió.
―Tienes que escucharme ―dijo él―. Intenta mantenerte despierta.
Necesitas convocarlos a todos.
―No sé dónde están...están en todos lados. Está tan oscuro. Es
nuestra noche, Magnus. Para mis pequeños. Para nosotros.
―Debes de tener tierra de tumba ―dijo Magnus.
Esto obtuvo un asentimiento flojo.
―Bien.
Obtendremos
la
tierra
de
tumba.
La
usarás
para
convocarlos. ¿Dónde está la tierra de tumba?
―En la cripta.
―¿Y dónde está la cripta?
― El cementerio...Green-Wood...Brooklyn…
Magnus se puso de pie y comenzó a dibujar las runas. Cuando
terminó y el Portal empezó a abrirse, levantó a Camille del suelo y la
agarró apretadamente.
―Piensa en ella ahora ―dijo él―. Tenla clara en tu mente. La cripta.
Considerando el estado de Camille, esta era una petición
arriesgada. Cargándola más cerca, sintiendo la sangre en su ropa
filtrarse a su camisa...Magnus entró.
Ella inclino su cabeza hacia arriba. Estaba llorando. Camille no
lloraba. Incluso bajo estas circunstancias, Magnus se sintió conmovido.
Todavía quería consolarla, quería tomarse el tiempo de decirle que todo
iba a estar bien. Pero todo lo que pudo decir fue:
―¿Tienes la llave?
Ella sacudió su cabeza. No había mucha posibilidad de eso.
Magnus puso su mano en la cerradura asegurando las amplias puertas
de metal, cerró sus ojos, y se concentró hasta que sintió la luz
chasquear bajo sus dedos.
La cripta era de aproximadamente ocho pies cuadrados y estaba
hecha de concreto. Las paredes estaban lindadas con estantes de
madera, del piso al techo. Y esos estantes estaban llenos con pequeños
viales de vidrio con tierra. Los viales variaban un poco ― algunos eran
de un grueso verde, o de un marchito amarillo con burbujas visibles.
Había botellas más delgadas, algunas extremadamente pequeñas, y
algunas diminutas botellas marrones. Las más antiguas estaban
tapadas con tapones. Algunas tenían tapones de vidrio. Las más nuevas
tenían tapas atornilladas. Los años también se veían en la capa de
polvo, mugre y la cantidad de telarañas entre ellas. En el fondo, no
serías capaz de sacar algunas de las botellas de los estantes por lo
abundante que era la acumulación de residuos. Había una historia
sobre el vampirismo de Nueva York que probablemente habría
interesado a muchos, probablemente era algo que valía la pena
estudiar…
Magnus sacó sus manos, y con un sólo estallido de luz azul, todos
los viales explotaron a la vez. Hubo una fabulosa tos de suciedad y
vidrio.
―¿A dónde van a ir a parar? ―le preguntó a Camille.
―Al Dumont.
―Por supuesto ―Dijo Magnus―. Ellos y todos los demás. Nosotros
vamos allí, y tú vas a hacer lo que yo diga. Necesitamos hacer esto bien,
Camille. Tienes que intentarlo. ¿Lo entiendes?
Ella asintió una vez.
Ésta vez Magnus tenía el control del Portal. Ellos emergieron en la
Calle 116, en medio de lo que parecía ser un disturbio a alta escala.
Había fuego, los ecos de los gritos y los vidrios rompiéndose iban de un
lado de la calle al otro. Nadie se dio cuenta del hecho de que Magnus y
Camille estaban, de repente, en el medio. Estaba muy oscuro, y todo
estaba demasiado enloquecido. La temperatura era mucho peor en ésta
área, y Magnus sintió su cuerpo entero empapado con sudor.
Había dos camionetas aparcadas directamente frente al Dumont, y
una inconfundible multitud de hombres lobos ya estaba reunida allí.
Tenían bates de baseball y cadenas. Eso era todo lo que se veía. Había
indudablemente algunos contenedores con agua bendita. Ya había
mucho fuego alrededor.
Magnus haló a Camille detrás de la cubierta de un Cadillac
aparcado que ya tenía todas las ventanas rotas. Alcanzó una puerta y la
abrió.
―Métete ―le dijo a Camille―. Y no te levantes. Están detrás de ti.
Déjame ir y hablar con ellos.
Incluso mientras Magnus hacía su camino alrededor del auto,
Camille encontró la fuerza para gatear a través del vidrio desparramado
del asiento frontal y estaba cayendo a través a ventanilla del conductor.
Cuando Magnus trató de meterla de vuelta adentro, ella lo empujó.
―Aléjate, Magnus. Es a mí a quien quieren.
―Pero ellos van a matarte, Camille.
Pero ya la habían visto. Los hombres lobos cruzaron la calle con los
bates listos. Camille sostuvo su mano. Muchos vampiros habían llegado
al frente del hotel. Muchos otros ya habían luchado, y muchos otros
estaban tumbados, todavía, en la acera. Algunos otros estaban siendo
sostenidos.
―Vayan dentro del hotel ―Ella ordenó.
―Camille, nos van a quemar a todos ―dijo alguien―. Míralos. Mira
lo que está pasando.
Camille miró a Magnus, y él entendió. Ella le estaba dejando esto a
él.
―Vayan dentro ―dijo ella de nuevo― No es una pregunta.
Uno por uno durante el curso de las siguientes horas, todos los
vampiros de Nueva York, sin importar en qué condición estaban,
aparecieron en los escalones del Dumont. Camille, inclinándose hacia
las puertas en busca de apoyo, les indicó ir adentro. Pasaron a través
del grupo de hombres lobos con sus bates y cadenas, luciendo
cautelosos.
Era
casi
el
amanecer
cuando
los
últimos
grupos
aparecieron.
Lincoln llegó al mismo tiempo.
―Faltan algunos ― dijo Camille cuando él bajó de su auto.
―Algunos están muertos ―Lincoln respondió―. Tienes a Magnus
para agradecerle de que no hay más muertos.
Camille asintió una vez, luego fue adentro del hotel y cerró las
puertas.
―¿Y ahora? ―Lincoln dijo.
―No puedes curarlos sin su consentimiento, pero puedes secarlos.
Van a quedarse encerrados allí hasta que estén limpios ―Magnus dijo.
―¿Y si no funciona?
Magnus miró a la averiada fachada del Dumont. Alguien, se dio
cuentan, había cambiado la n por una r. Dumort. Hotel de la muerte.
―Veamos lo que pasa ―Magnus dijo.
Por tres días, Magnus mantuvo las defensas en el Dumont. Fue
varias veces por día. Los hombres lobos patrullaban el perímetro a toda
hora, asegurándose de que nadie saliera. En el tercer día, justo después
del atardecer, Magnus liberó la guarda de la puerta central y entró, y
luego la selló detrás de él.
Claramente había habido un procedimiento de organización de
trabajo en el interior del hotel. Los vampiros que no se habían visto
afectados por la droga; estaban sentados en el lobby, y en los balcones y
escalones. La mayoría estaban durmiendo. Los hombres lobos ahora les
permitían levantarse.
Con Lincoln y sus asistentes a su lado, pasó por los escalones que
habían conducido casi cincuenta años atrás, al salón de baile del
Dumont. Una vez más las puertas estaban selladas, esta vez con una
cadena.
―Trae las pinzas de la camioneta ―Lincoln dijo.
Había un realmente terrible olor saliendo de debajo de la puerta.
Por favor, Magnus pensó. Que esté vacío.
Por supuesto el salón no estaría vacío. Era un tonto deseo que
todos los eventos de los últimos tres días simplemente no hubieran
pasado. Porque al final nada es peor que ver la caída de alguien a quién
amas. Era de alguna manera, peor que perder un amor. Hacía que todo
pareciera cuestionable. Hacía que el pasado fuera amargo y confuso.
El hombre lobo regresó con las pinzas y rompió la cadena, que
cayó al suelo con un hueco ruido metálico. Un par de los vampiros no
afectados se habían relegado al fondo a mirar, y ellos estaban
congregados a espaldas de los hombres lobo.
Magnus abrió la puerta de un empujón.
El piso de mármol blanco del salón de baile estaba hecho trizas.
¿Había sido realmente hace cincuenta años, aquí mismo, donde Aldous
había abierto el Portal al Vacío?
Los vampiros estaban dispersados por toda la habitación, tal vez
treinta en total. Estos eran los enfermos, y todos ellos estaban en un
profundo estado de sufrimiento. El olor sólo era suficiente para hacer
sentir náuseas a cualquiera. Y los hombres lobos llevaron sus manos a
sus caras para bloquearlo.
Los vampiros no se movieron y no saludaron. Sólo algunos
levantaron sus rostros para ver qué estaba pasando. Magnus caminó
entre ellos, mirando a cada uno. Encontró a Dolly cerca del centro de la
habitación, inmóvil. Encontró a Camille tumbada detrás de una de las
largas cortinas que colgaban al final del salón. Como los demás, ella
estaba rodeada por un número de nauseabundos charcos de sangre
vomitada.
Sus ojos estaban abiertos.
―Quiero caminar ―dijo―. Ayúdame, Magnus. Ayúdame a caminar
un poco. Necesito verme fuerte.
Había firmeza en su voz, dejando de lado el hecho de que ella
estaba demasiado débil como para siquiera levantarse por sí sola.
Magnus se agachó y la levantó, luego la apoyó mientras ella caminaba,
con tanta dignidad como podía, entre los cuerpos desplomados de su
clan. Él cerró las puertas de nuevo cuando se fueron.
―Arriba ―ella dijo―. Alrededor. Necesito caminar. Escaleras arriba.
Él podía sentir el esfuerzo de ella mientras subía cada escalón. A
veces él estaba prácticamente cargándola.
―¿Recuerdas ―dijo ella―, al Viejo Aldous abriendo el Portal aquí…?
¿Recuerdas? Tuve que advertirte sobre lo que él estaba haciendo.
―Lo recuerdo.
―Incluso los mundanos sabían mantenerse alejados del lugar y
dejarlo pudrirse. Odio que algunos de mis pequeños vivan en lugares
deteriorados, pero es oscuro. Es seguro.
Era muy difícil hablar y caminar al mismo tiempo, así que ella se
silenció y se reclinó contra el pecho de Magnus. Cuando alcanzaron el
piso más alto, se apoyaron contra el pasamanos y miraron hacia abajo
a los restos del lobby del hotel.
―¿Realmente nunca se nos fue, no? ―Dijo ella―. Realmente nunca
ha habido otro… no como tú. ¿Es lo mismo para ti?
―Camille…
―Sé que no podemos volver el tiempo atrás. Lo sé. Sólo dime que
nunca ha habido nadie como yo.
La verdad es que había habido muchos otros. Y mientras Camille
estaba ciertamente sola, había habido mucho amor, por lo menos por el
lado de Magnus. Aún así había cientos de años de dolor en esa
pregunta, y Magnus se preguntó si tal vez él no había estado tan sólo en
su sentimiento.
―No ―Magnus dijo―. Nunca ha habido nadie como tú.
Ella pareció ganar algo de fuerza con esa respuesta.
―Nunca estuvo predestinado a pasar ―ella dijo―. Había un club en
el centro donde algunos mundanos disfrutaban siendo mordidos. Ellos
tenían las drogas en sus sistemas. Son un bastante poderosas, estas
sustancias. Sólo tomo un poco. Me dieron como regalo algo de la sangre
infectada. No sabía lo que estaba bebiendo, sólo sabía qué efecto tenía.
No sabía que éramos capaces de ser adictos. No lo sabíamos.
Magnus miró al techo chamuscado. Viejas heridas. Realmente
nunca se iba.
―Voy a… Voy a hacer dar la orden, ―ella dijo―. Lo que pasó aquí
nunca va a pasar otra vez. Tienes mi palabra.
―No es a mí a quién le tienes que decir eso.
―Dile al Praetor ―ella respondió―. Diles a los Cazadores de
Sombras si debes. No va a pasar de nuevo. Renunciaría a mi vida antes
de permitirlo.
―Probablemente sería mejor si hablaras con Lincoln.
―Luego hablaré con él.
El manto de dignidad había regresado a sus hombros. A pesar de
todo lo que había pasado, ella todavía era Camille Belcourt.
―Deberías irte ahora ―ella dijo―. Esto ya no es para ti.
Magnus titubeó un momento. Algo, alguna parte de él quería
quedarse. Pero encontró que ya estaba descendiendo la escalera.
―Magnus ―Camille lo llamó.
Él volteó.
―Gracias por mentirme. Siempre fuiste muy amable. Yo nunca lo
fui. Eso es por lo que nunca pudimos ser, ¿no es así?
Sin contestar, Magnus se volteó y continuó bajando las escaleras.
Raphael Santiago lo pasó en su camino hacia arriba.
―Lo siento ―Raphael dijo.
―¿Dónde has estado?
―Cuando vi lo que estaba pasando, traté de frenarlos. Camille
intentó hacerme beber algo de la sangre. Ella quería a todos en su
círculo interno participando. Estaba enferma. Había visto cosas así
antes y sabía cómo iba a terminar. Así que me fui. Volví cuando un vial
de mi tumba se rompió.
―Nunca te vi entrar al hotel ― Magnus dijo.
―Entré a través de una ventana rota del sótano. Creí que era lo
mejor permanecer oculto por un tiempo. He estado cuidando de los
enfermos. Ha sido bastante desagradable, pero…
Él miro hacia arriba, sobre el hombro de Magnus, en la dirección
de Camille.
―Debo irme ahora. Tenemos mucho que hacer. Vete, Magnus. No
hay nada para ti aquí.
Raphael siempre había sido capaz de leer a Magnus demasiado
bien.
Magnus tomó su decisión cuando estaba yendo a casa en el taxi.
Una vez que estuvo dentro de su apartamento, se preparó sin vacilar,
reuniendo todo lo que necesitaría. Iba a necesitar ser muy específico. Lo
escribiría todo.
Luego llamó a Catarina. Bebió algo de vino mientras esperaba a
que llegara.
Catarina era la amiga más verdadera y cercana de Magnus, aparte
de Ragnor (y esa relación estaba casi siempre en un estado de constante
cambio). Catarina era la única que había recibido cartas o llamadas
mientras él se había ido en su viaje de dos años. Él no le había, sin
embargo, contado que estaba en casa.
―¿En serio? ―Ella dijo cuando él abrió la puerta―. ¿Dos años, y
luego vuelves y ni siquiera me llamas por dos semanas? ¿Y luego es
“Ven a verme, te necesito”? Ni siquiera me dijiste que estabas en casa,
Magnus.
―Estoy en casa ―Él dijo, dándole lo que él consideraba como su
sonrisa más ganadora. La sonrisa tomó un poco de esfuerzo, pero con
suerte pareció genuina.
―Ni siquiera trates esa sonrisa conmigo. Yo no soy una de tus
conquistas, Magnus. Soy tu amiga. Se supone que comamos pizza, no
enrollarnos.
―¿Enrollarnos? Pero yo…
―No. ―Ella levantó un dedo en advertencia―. Quise decirlo. Casi no
vengo. Pero sonabas tan patético por teléfono que tuve que venir.
Magnus examinó su camiseta de arcoíris y su overol rojo. Ambos
resaltaban fuertemente sobre su piel azul. El contraste hería los ojos de
Magnus. Él decidió no comentar su atuendo. Los overoles rojos estaban
de moda. Sólo que no la mayoría de la gente era azul. La mayoría de la
gente no vivía en un arcoíris.
―¿Por qué me miras así? En serio, Magnus…
―Déjame explicarme ―él dijo―. Luego grítame todo lo que desees.
Y él le explicó. Y ella escuchó. Catarina era una enfermera, y una
buena oyente.
―La memoria habla ―ella dijo, sacudiendo su cabeza―. No es
realmente fuerte. Soy una curandera. Tú eres el que maneja todo este
tipo de cosas. Si lo hago mal…
―No lo harás.
―Podría.
―Confío en ti. Toma.
Él le alcanzó a Catarina el arrugado papel. En éste estaba la lista
de todas las veces que había visto a Camille en Nueva York. Cada vez en
todo el siglo veinte. Esas eran las cosas que tenían que quedar atrás.
―Sabes, hay una razón por la que podemos recordar ―dijo ella
suavemente.
―Eso es mucho más fácil cuando tu vida tiene una fecha de
expiración.
―Eso debe ser más importante para nosotros.
―La amaba ―él dijo―. No puedo quedarme con lo que vi.
―Magnus…
―O tú haces esto o intento hacerlo por mí mismo.
Catarina suspiró y asintió. Ella examinó el papel por un largo
momento, luego tomo las sienes de Magnus muy gentilmente.
―¿Recuerdas que eres muy afortunado de tenerme, cierto? ― ella
dijo.
―Siempre.
Cinco minutos después Magnus estaba desconcertado al encontrar
a Catarina sentada a su lado en el sillón.
―¿Catarina? ¿Qué…?
―Estabas durmiendo ―ella dijo―. Dejaste la puerta abierta y entré.
Tienes que asegurar tu puerta. Ésta ciudad está loca. Puede que seas
un brujo, pero eso no significa que no puedan robarte tu estéreo.
―Generalmente la aseguro ―Magnus dijo, frotando sus ojos―. Ni
siquiera me di cuenta que me dormí. Cómo sabías que estaba…
―Me llamaste y dijiste que estabas en casa y que querías ir por una
pizza.
―¿Lo hice? ¿Qué hora es?
―Hora de una pizza ―ella contestó.
―¿Yo te llamé?
―Ajá ―Ella se levantó y le tendió su mano para ayudarlo a
levantarse―. Y has estado de vuelta hace dos semanas y recién me
llamaste esta noche, así que estas en problemas. Sonabas apenado por
teléfono pero no lo suficiente. Más humillación va a ser necesaria.
―Lo sé. Lo siento. Estaba…
Magnus buscó las palabras. ¿Qué había estado haciendo en las
últimas
semanas?
Trabajando.
Llamando
clientes.
Bailando
con
algunos bellos extraños. Algo más también, pero él no podía recordarlo.
No importaba.
―Pizza ―ella dijo de vuelta, impulsándolo en sus pies.
―Pizza. Por supuesto. Suena bien.
―Oye, ―ella dijo mientras él cerraba la puerta―. ¿Has oído algo de
Camille recientemente?
―¿Camille? No la he visto en por lo menos… ¿Ochenta años? ¿Algo
así? ¿Por qué me estas preguntando sobre Camille?
―Por nada ―ella dijo―. Su nombre sólo vino a mi mente. De todas
formas, tú pagas.
Fin
Traducción
Alu
Viclun
Bornt0fight
Mara
Corrección
HaniaCM98
Ale MCM
Mafe Herondale
Diseño
Tessa_
Moderadora
Dany D’Herondale
Nota Importante
Esta traducción no tiene fines de lucro; es el producto de un
trabajo realizado por un grupo de aficionadas que buscan ayudar
por este medio a personas que por una u otra razón no pueden
disfrutar de maravillosas obras como esta.
Ninguno de los miembros que participaron de esta traducción
recibió, ni recibirá ganancias monetarias por su trabajo.
El material antes expuesto es propiedad intelectual del autor y
su respectiva editorial.
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