Metáforas de la fluidez Aurelia Dobles Fernando Goldoni evoluciona en su pintura desde lo figurativo, a menudo con deliciosos matices naïf en sus obras pasadas (nos hacía saber que su arte surge desde la mirada límpida de un niño libre), y se lanza ahora a un salto cualitativo: hay en su obra presente una transición de lo figurativo hacia una abstracción nueva, gracias a la experimentación del enfoque de su mirada y a la madurez de sus facultades artísticas. En la exposición “De dónde venimos”, en la Galería Nacional del Museo de los Niños, Goldoni nos muestra su dominio de la composición, del color manejado con magistral limpieza y densidad lumínica, el desarrollo de un mundo singular, único, y una capacidad asombrosa para dotar de movimiento a sus imágenes, como metáfora plástica de la fluidez de un universo en marcha. Algo se sale del marco, de la etiqueta de cuadros pintados en dos dimensiones usuales … Alguien viene y con una yema conspiradora toca el filamento del origen de todas las cosas y te sumerge en un universo sin bordes, sin esquinas, que es el mismísimo Universo visto a través de Fernando Goldoni. La exposición de este artista costarricense, en la Galería Nacional del Museo de los Niños, requiere un ojo atento que muy pronto es recompensado por su inmersión pues comienza a fluir y se deja llevar por las pinturas desde un profundo centro al que ellas apelan. Esas imágenes de Goldoni las has atisbado en sueños, te las han revelado mediante experiencias inauditas de meditación, de yoga, de penetrar en dimensiones misteriosas de saber superior o al menos, intuitivo. De un viaje así ha podido traerse Fernando Goldoni al mundo concreto de todos los días una visión poderosa de un más allá que sin embargo está aquí. Hagamos el recorrido de la exposición Subiendo las escaleras hacia el segundo piso te topás con un cuadro en blanco y negro con insinuaciones de rosa, lo cual es un primer eslabón acertado que no te advierte -el blanco y negro no volverá-, pero te prepara para lo que vendrá en la exposición. En esta obra de excelente composición ciertos embriones, semillas, te interrogan casi como ojos flotando dentro de un magma que atesora vida. En la sala propiamente de la expo, el primer cuadro, “Sin miedo”, expresa sin tapujos el gran paso que da Goldoni en esta muestra. Hay una explosión de destreza en el color y una atractiva grafía interior de sus experiencias, viajes y aprendizajes. En formato rectangular, dirán, sí, pero la imagen remite a un globo terráqueo, simbolizando la esfera de liberación del artista: ya no es el conocimiento del arte en gestación sino en eclosión y su capacidad de asumir la historia para autoafirmarse en su legítimo derecho de expresión, dueño de un mundo propio y de un estilo en franca depuración. Este cuadro nos presenta su rico manejo del color y de la composición y una profusión de múltiples elementos en un refrescante caos sin saturar en exceso. La circularidad de los cuadros de esta exposición (en formato tradicional, sin embargo) se confirma en la siguiente obra hacia la izquierda: “Constelación orgánica”. Fernando nos sumerge en un mundo que como dije antes podría ser intuición, suprarrealidad onírica, premonición, conocimiento íntimo de una dimensión que le ha sido revelada, en la que él ha penetrado y con gran belleza ahora nos la brinda en la superficie de los lienzos. Quizás la percepción del elemento indescriptible y primigenio en el cual flotamos, el Uno, y los embriones, yemas, semillas, son cápsulas de vida. Luego viene “El gran molusco I” y su expresión en preciosos azules, violetas, rosas, cobaltos, celestes, rojos, rosas. Además de la esfericidad fascinante y milagrosa de los cuadros, hay en ellos un macro del micro: es decir, una visión con lente imaginario “macro” del microcosmos. “El gran molusco I” parece querer decirnos sobre una vida englobadora más allá y en el acá: un útero universal. Aparece “Constelación”, que presenta la unión del macrocosmos, el microcosmos y la visión libre del artista de su cercanía, como si sus ojos nadaran muy junto a los embriones. El movimiento es otro elemento muy logrado en todos sus cuadros y dota al entorno que los rodea, incluso al aire (no me pregunten cómo pero pasa), de su fluidez y vida: ya no hay separación entre la pared, el cuadro y vos. Sucede que las imágenes de Fernando Goldoni nos hacen sentir a los espectadores parte de un Todo: experiencia estética y al mismo tiempo gozo espiritual integrador. Intuís que las formas que pinta están dentro de tus propias aguas. Y de repente, sorpresivamente, esa vivencia se confirma en el cuadro “Órgano”, donde la imagen de un interior fisiológico de rasgos humanos es como si Goldoni viajara por dentro, acercándose y alejándose entre las formas: su pincel, un lente macro dentro del micro… De inmediato le sigue la exultante “Aracne”: la cósmica tejedora que todo lo enlaza, la gran Madre. Fernando se da el lujo de hacerle un close-close up revelando su hermosura y su poder. De pequeño él observaba fascinado durante horas a las arañas y ese niño, que es el artista, nos revela a su hada, la que le dio el hilo de una tela para seguirse la pista a sí mismo y explosionar en belleza de formas y colores. Pasamos al corredor exterior y nos recibe “El gran molusco” que contiene flores, y observamos el acceso del artista a formas intergalácticas que revelan la unión del Mínimo y el Máximo: como es arriba es abajo. “El gran molusco” podría ser asimismo una galaxia, una especie de cósmico linfático, las yemas de vida unen lo animal y lo vegetal. Además, sentimos la presencia del pintor analizándose a sí mismo en esa forma microscópica, atisbando el germen de su acción en movimiento: diríase una especie de autorretrato. Y es que hay mucho de Fernando Goldoni en esa alegría y limpidez de los colores. Del corredor volvemos a entrar en otro espacio de la sala y de lo animal pasamos a lo vegetal en “Forma 3”, donde las figuras siguen en movimiento fluyendo en un continuum. Evocamos al Uno enlazado por esas yemas-embriones. El marco rectangular del cuadro otra vez se nos olvida, se esfuma, y nos sumergimos en el magma, en la intimidad de lo vegetal generador de vida. Para finalizar el recorrido vienen “Forma y descomposición”, dos obras que resultan más decorativas, una exploración formal del pintor que se sale del restante corpus de la muestra. En cuanto a técnica, al combinar acrílico y aceite Fernando les imprime a las formas una sutil morbidez, un relieve que las hace casi táctiles, corpóreas, en consonancia con la vida de los mundos expresados. También es un acierto el recurso de una especie de escritura enigmática, en delgados trazos negros, un dibujo delicado muy notable en “Gran Molusco” y “Gran Molusco I”, en los pringues de “Aracne” y desde luego en el cuadro “Sin miedo”. Asimismo, el trazo en negro es utilizado con la sabiduría del diseñador, para perfilar formas dentro del cuadro, como los embriones. Vuelvo una y otra vez a sumergirme en las imágenes de esta exposición: no ceso en querer descubrir el sortilegio mediante el cual el artista logra que no haya límites entre los cuadros y nosotros y se trate de una experiencia de fluidez y movimiento continuo entre un aquí y un allá, donde la separación desaparece y solo queda el gozo y la belleza dentro de la pintura misma.