25 años de transposición didáctica Marianna Bosch (Universitat Ramon Llull) Josep Gascón (Universitat Autònoma de Barcelona) En novela, lo más importante es resolver el punto de vista, quién contempla la realidad y quién ofrece esta contemplación a los demás. Manuel Vázquez Montalbán (04/04/2003, Entrevista en La Voz de Galicia) Résumé. Il y a 25 ans, la mise en évidence des phénomènes de transposition didactique venait renforcer l’une des ruptures majeures du nouveau paradigme en didactique des mathématiques qu’inaugurait la Théorie des Situations Didactiques : le besoin, pour la recherche en didactique, de questionner et ne pas accepter comme allant de soi les modèles épistémologiques spontanés du savoir mathématique que l’école se doit d’enseigner et les élèves d’apprendre. Ce questionnement, et l’élargissement de l’objet d’étude qui en découle (con la consiguiente ampliación del objeto de estudio), a provoqué le développement d’une nouvelle approche en didactique – la Théorie Anthropologique du Didactique – dont nous parcourrons ici les principaux apports. Abstract. 25 years ago, the pointing out of the phenomena of didactic transposition reinforced one of the major ruptures of the new paradigm in mathematics education founded by the Theory of Didactic Situations: the need for the research in didactics to question and not take for granted, the spontaneous epistemological models of school mathematical knowledge. This questioning, and the resulting enlargement of the object of study, gave rise to the development of a new approach in didactics, the Anthropological Theory of the Didactics, the main contributions of which are reported here. 1. La difusión de la noción de transposición didáctica El tiempo de las ideas no coincide con el tiempo de las personas. Hace ahora un poco más de 25 años, en la Première Ecole d’Eté de didactique des mathématiques de Francia (7-19 de julio de 1980), Yves Chevallard impartió un primer curso sobre la transposición didáctica. Eran los inicios del proyecto de ciencia que Guy Brousseau había bautizado, unos años antes, como “didáctica de las matemáticas” (Brousseau 1997a). La noción de transposición didáctica se integró rápidamente en el conjunto de nociones que daban a la naciente ciencia didáctica un principio de existencia: sistema didáctico, situaciones didácticas y a-didácticas, contrato didáctico, juego contra un medio, dialéctica útil-objeto, ingeniería didáctica, etc. Con la noción de transposición surgieron también nuevos términos que irían nombrando, y trayendo a la existencia, nuevos recortes de la realidad social que la didáctica se proponía estudiar: los “saberes”, en plural, la “noosfera” (o esfera de los que “piensan” sobre la enseñanza), los conocimientos proto- y para-matemáticos y, al nivel metodológico, la “ilusión de la transparencia” que los investigadores debían aprender a superar mediante una permanente “vigilancia epistemológica”. Con el tiempo, la noción de transposición didáctica se difundió de forma muy variada según los países, las comunidades lingüísticas y las afinidades científicas o 1 culturales de los grupos de investigadores. La primera edición de La transposition didactique. Du savoir savant au savoir enseigné (Chevallard 1985a) tuvo su efecto en la comunidad francófona. Un número importante de investigadores en didáctica de las matemáticas y ciencias experimentales se abrió a un nuevo campo de estudio. Gilbert Arsarc describe con precisión esta evolución de la investigación francesa desde sus inicios hasta la década de los noventa (Arsac 1992). En la comunidad de habla hispana, circuló muy pronto una primera traducción “gris” del libro realizada por Dilma Fregona. Unos años más tarde, la editorial argentina Aique publicó una segunda traducción (Chevallard 1997) que acabó de dar una inmensa difusión a esta noción fuera incluso del ámbito de la enseñanza de las matemáticas. Existen estudios sobre la transposición didáctica en lengua, ciencias experimentales, educación física, tecnología y nuevas tecnologías, ciencias sociales, música, biología, física, ¡e incluso ajedrez escolar! La difusión en la comunidad internacional de habla inglesa ha sido mucho más lenta, a pesar de que investigadores de la talla de Jeremy Kilpatrick pronto se aventuraron a poner en práctica este nuevo enfoque, como muestra la tesis doctoral de Wan Kang (Kang 1990, Kang y Kilpatrick 1992). Pocos siguieron sus pasos. Una búsqueda rápida en Google revela que la expresión francesa “transposition didactique” tiene más de 27.000 entradas, la española “transposición didáctica” unas 11.000, mientras que, en inglés, aparecen menos de 500 entradas, incluyendo tanto la expresión “didactic transposition” como “didactical transposition”. En realidad, fuera de la comunidad de habla francesa y española, no existen prácticamente investigaciones que estudien problemas relativos a los fenómenos de transposición didáctica. Todavía en el año 2000, un trabajo que mencione el fenómeno se ve impelido a proponer una definición muy detallada a sus lectores, como en la siguiente nota al pie de página (Sfard 2000): Cf. the notion of didactic transposition introduced by Yves Chevallard (1985, 1990; see also Sierpinska & Lerman, 1997) to denote the change that inevitably occurs in discourses in the course of their transition from the academia to school. In its original version, the term referred to the fact that the professional knowledge must change in accord with the needs of the institution in which this knowledge is being practiced; in the language of discourse we may say that we are concerned here with the transformation of discourse in accord with the needs and requirements of different communities. Para entender esta evolución desigual, hay que detenerse un momento en la propia noción de transposición didáctica y en los cambios que supone su consideración en la propia investigación didáctica. Recordemos que esta teoría formula la necesidad de considerar que lo que se enseña en la escuela (los “contenidos” o “conocimientos”) es, en cierto modo, una producción exógena, algo que se genera fuera de la escuela y que se lleva o “transpone” a la escuela por necesidades sociales de educación y difusión. Se requieren una serie de transformaciones adaptativas para que los conocimientos que se quieren enseñar puedan “vivir” en el nuevo ambiente que la escuela ofrece. Para que cierto conocimiento sea enseñado en la escuela es necesario un trabajo transpositivo que haga posible que algo que no fue creado para la escuela sufra los cambios necesarios para poder ser reconstruido dentro de la escuela. El proceso de transposición didáctica comienza lejos de la escuela, en la elección de los cuerpos de conocimiento que se desea transmitir. Una vez realizada la elección, se genera un tipo de trabajo claramente creativo –no una mera 2 “transferencia”, adaptación o simplificación–, que se puede describir como un proceso de deconstrucción y reconstrucción de los diferentes elementos de esos conocimientos, con el objetivo de hacerlos “enseñables”, preservando su potencia y funcionalidad. El trabajo transpositivo lo llevan a cabo una pluralidad de agentes –la “noosfera” – incluyendo los responsables de diseñar e implementar los planes de estudio, los matemáticos o científicos productores del conocimiento matemático, los miembros del sistema de enseñanza (profesores en particular), y todo esto bajo unas condiciones históricas e institucionales que no son siempre fáciles de discernir. Es un trabajo necesario para que la enseñanza sea posible, pero es también la fuente de muchas restricciones sobre el tipo de enseñanza que se puede impartir, sobre las actividades matemáticas que es posible o imposible llevar a cabo en la escuela. La limitación más fuerte ocurre cuando el proceso de transposición no es capaz de mantener o recrear una posible “razón de ser” de los conocimientos que la escuela se propone transmitir. ¿Por qué son tan importantes los triángulos? ¿Para qué sirven los límites de funciones? ¿Por qué necesitamos los polinomios? Una enseñanza que no toma en consideración estos interrogantes se convierte rápidamente en lo que Chevallard (2004) denomina una educación “monumentalista”, donde se invita a los estudiantes a contemplar unos instrumentos que la humanidad construyó con esfuerzo, que sirvieron para grandes propósitos y que hay que conocer y admirar aunque ya no se sepa cuál es su utilidad. En estos casos se requiere un trabajo permanente de revisión o “retoma” de los procesos transpositivos que debe traspasar el ámbito genérico en el que se desarrollan habitualmente las decisiones curriculares para adentrarse hasta el nivel más concreto de las actividades matemáticas que realizan los alumnos en el aula. En un periodo en el que la investigación en educación matemática estaba muy centrada en los aspectos psicológicos del aprendizaje, tomar en consideración los procesos transpositivos produjo una ampliación drástica del campo de estudio de la didáctica, más allá de las actividades llevadas a cabo por los alumnos y más allá del trabajo de los profesores en el aula. Porque analizar los procesos de transposición didáctica también implica cuestionar el modo concreto en que se lleva a cabo este proceso, el tipo de restricciones que lo limitan y los mecanismos que explican por qué se produce cierto tipo de transposición y no otro. Veremos más adelante que la teoría de la transposición didáctica contribuye a ampliar el objeto de estudio de la investigación en educación matemática al dar existencia a una dimensión de la realidad educativa que se había mantenido sin denominar y, por lo tanto, no había sido considerada hasta el momento. Sin embargo, es más que eso. Porque esta ampliación de la realidad empírica a considerar nació dentro de un proyecto muy concreto de investigación didáctica iniciado por Guy Brousseau que ya traía consigo una forma distinta de formular y enfocar los problemas en educación matemática. El nuevo paradigma de la didáctica de las matemáticas, que muchos designaban como la “teoría de la tansposición didáctica”, se ha acabado integrando, 25 años más tarde, en un ámbito de investigación propio, conocido como la “Teoría Antropológica de lo Didáctico” (Chevallard 1992, 1999, Chevallard, Bosch y Gascón 1997). No sorprende por tanto que la noción de transposición didáctica, vista ahora como el germen de la Teoría Antropológica de lo Didáctico, se haya extendido a diferentes ritmos y de formas diferentes en la comunidad de investigadores en educación matemática, siguiendo fenómenos transpositivos que esta vez afectan a la propia didáctica de las matemáticas como disciplina. 3 2. La transposición didáctica dentro del nuevo paradigma de la didáctica de las matemáticas Para entender el significado y la relevancia de la teoría de la transposición didáctica hay que situarse en el proyecto original que le da sentido: el nuevo programa de investigación en educación matemática que inauguró Guy Brousseau en los años 70 con la Teoría de la Situaciones Didácticas (TSD). No nos parece exagerado afirmar, desde la perspectiva de estos más de 25 años, que la TSD causó una auténtica revolución copernicana en nuestra forma de estudiar los problemas relacionados con la enseñanza y el aprendizaje de las matemáticas. Se produjo un cambio, no sólo en las nociones utilizadas para estudiar los procesos didácticos, sino también en la forma concreta de cuestionar la realidad educativa. La TSD ha cambiado los problemas, los modelos utilizados y los sistemas empíricos que se estudian a través de una metodología que empieza por un cuestionamiento radical del conocimiento matemático tal como se asume implícitamente en las instituciones educativas. El primer paso en la investigación didáctica consiste siempre en preguntarse qué es esa matemática cuya enseñanza y aprendizaje queremos mejorar: qué es la geometría, qué es la estadística, qué son los números decimales, qué es contar, qué es el álgebra, etc. El segundo paso, de mayor complejidad, consiste entonces en elaborar una respuesta a estas preguntas en forma de modelos epistemológicos específicos del conocimiento matemático en cuestión, formulada en términos de situaciones o “juegos contra un medio” que – y en ello radica parte del carácter “revolucionario” de la TSD – sirven tanto para designar las nociones matemáticas como las formas de reconstruirlas en el aula. En términos del propio Brousseau: Une situation est l’ensemble des circonstances dans lesquelles une personne se trouve, et des relations qui l’unissent à son milieu. Prendre comme objet d’études les circonstances qui président à la diffusion et à l’acquisition des connaissances conduit donc à s’intéresser aux situations. (Brousseau 1997b) Les situations sont des modèles minimaux qui "expliquent" comment telle connaissance intervient dans les rapports particuliers qu'un sujet établit avec un milieu pour y exercer une influence déterminée. En principe ces modèles sont des automates, par exemple des automates stochastiques finis, mais l'usage de cette référence est souvent plutôt métaphorique en ce sens que le modèle n'est pas entièrement spécifié. (Brousseau 2000). En didactique, je ne connais pas le connaissances mathématiques tant que je ne les ai pas définies par une situation. (Brousseau 2005). Brousseau fue el primero en formular la existencia de fenómenos didácticos como regularidades no intencionales en el proceso de generación y difusión de las matemáticas en las instituciones sociales, que no se pueden reducir a fenómenos de otra naturaleza (cognitivos, sociológicos o lingüísticos). Esto también supone que “enseñar” y “aprender” matemáticas ya no son objetos primarios de investigación sino que pasan a ser secundarios (lo cual no significa que sean menos importantes) en el sentido de que se pueden definir en términos primitivos dentro del modelo epistemológico considerado. La necesidad de cuestionar modelos epistemológicos espontáneos, comúnmente aceptados, para elaborar nuestros propios modelos de investigación en vistas al desarrollo y mejora de la enseñanza y el aprendizaje, requiere el surgimiento de un nuevo paradigma de investigación en didáctica de las 4 matemáticas que nosotros hemos denominado el ‘programa epistemológico’ (Gascón 2003).1 Al destacar la necesidad de llevar a cabo una “investigación epistemológica” para indagar los mecanismos que permiten, y a veces impiden, que el conocimiento matemático llegue a ser enseñado en el aula, la teoría de la transposición didáctica clarificaba el proyecto inaugural de la TSD, contribuyendo a despejar la ilusión de que el conocimiento matemático sería algo siempre bien definido (por y para la comunidad matemática, obviamente) para el cual los didactas debe esforzarse en encontrar el mejor método de enseñanza. La perspectiva cambia si se considera que, fuera de la escuela, se construyen “saberes matemáticos” como respuesta a necesidades muy particulares, que éstos se reformulan de acuerdo con algunas condiciones muy específicas y que deben seguir un proceso de construcción social, con múltiples actores y diferentes momentos temporales, a través del cual se seleccionan algunos de estos saberes, se delimitan, reorganizan y, por lo tanto, redefinen hasta llegar a la escuela. El estudio de la transposición es una etapa imprescindible en el cuestionamiento de las matemáticas que se enseñan en el aula, incluso si el acto de enseñanza en sí mismo tiene que negar la existencia de este proceso (esto es, la realidad de todas esas redefiniciones) y mantener la ilusión de la existencia de un único saber matemático y que es ése el que se enseña en la escuela. Tal cómo indicaba Chevallard en la primera edición de La transposición didáctica: Para el didacta, es una herramienta que permite recapacitar, tomar distancia, interrogar las evidencias, poner en cuestión las ideas simples, desprenderse de la familiaridad engañosa de su objeto de estudio. En una palabra, lo que permite ejercer su vigilancia epistemológica. Es uno de los instrumentos de la ruptura que la didáctica debe ejercer para constituirse en su propio dominio; es aquel por el cual la entrada del saber en la problemática de la didáctica pasa de la potencia al acto: en la medida en que el “saber” deviene para ella problemático puede figurar, en adelante, como un término en el enunciado de problemas (nuevos o simplemente reformulados) y en su solución. (Chevallard 1997 p. 16.) La audacia del proyecto de una ciencia de la didáctica propuesta por la TSD queda de este modo reforzada, al mismo tiempo que, como veremos, su unidad empírica de análisis empieza a extenderse considerablemente. Dado que las matemáticas son un conocimiento que se usa, enseña, aprende, practica y difunde en instituciones sociales, para entender las matemáticas escolares es necesario entender las razones que motivan y justifican su enseñanza, y también el modo cómo esas matemáticas están siendo interpretadas en las diferentes instituciones de producción, desarrollo, uso y difusión. 3. Primera contribución: la ampliación de la unidad empírica de análisis La ampliación del objeto de estudio que produce la consideración de los fenómenos transpositivos requiere nuevas herramientas de análisis y, en particular, nuevos términos para nombrar y, sobre todo, distinguir aquellos aspectos de la Esta expresión proviene del hecho que Brousseau diseñó inicialmente como “epistemología experimental” lo que más tarde bautizaría como “didáctica de las matemáticas”. Insiste en la importancia de cuestionar el conocimiento y evita otras designaciones más exclusivas basadas en la geografía o el lenguaje (ni es francesa toda la investigación que se realiza en el marco del programa epistemológico, ni toda la investigación francesa participa de él). 1 5 realidad social que las instituciones docentes tienden a confundir porque en ello se basa su proyecto de enseñanza. Si consideramos distintas instituciones, distintas actividades matemáticas y distintos discursos sobre las matemáticas en estas instituciones, entonces deberemos utilizar distintos términos para referirnos a ellas. Para ello Chevallard propuso el uso del plural “saberes” para distinguir lo que sería el saber matemático “original” o “sabio”, tal como lo producen los matemáticos y otros investigadores; el saber matemático “a enseñar” tal como se designa oficialmente en los programas y documentos curriculares; el saber matemático tal como es realmente enseñado por los profesores en sus aulas; y el saber matemático “aprendido” por los estudiantes en el sentido que pueden disponer de él tanto al final del proceso de aprendizaje como para iniciar nuevos procesos (ver Figura 1). Saber sabio Instituciones productoras del saber Saber a enseñar Sistema educativo, « noosfera » Saber enseñado Aula Saber aprendido, disponible Comunidad de estudio Fig. 1. El proceso de transposición didáctica Al tiempo que distingue entre los distintos “saberes” o prácticas, el proceso de transposición didáctica también subraya la relatividad institucional del saber y sitúa los problemas didácticos más allá de las características individuales de los sujetos de las instituciones consideradas. Para entender las dificultades de los alumnos en el aprendizaje de una noción, no basta con estudiar los aspectos cognitivos del aprendizaje. Hay que preguntarse el papel que desempeña esta noción en las distintas actividades (matemáticas y no-matemáticas) que deben aprender los alumnos y la manera cómo se les ha hecho “entrar” en estas actividades guiados por los profesores (o por la “institución enseñante”). Pero hay que ir más allá e indagar por qué esta noción forma parte del saber a enseñar en la escuela, en qué contextos y problemáticas se la inscribe inicialmente, y el porqué de esta inscripción. Este análisis del “saber a enseñar” no puede entonces obviar el origen o la “razón de ser” de esta noción, por qué se construyó inicialmente, en qué ámbito, contexto o problemática, y cómo participa en el desarrollo del saber matemático, hasta llegar a las posibles funciones de la noción en las actividades (matemáticas o no-matemáticas) que tienen lugar en la sociedad y que, en cierto sentido, son las que justifican y legitiman su elección como “saber a enseñar”. El estudio de las condiciones y restricciones que impone el proceso de transposición didáctica en el tipo de actividades que realizan los alumnos en el aula amplía considerablemente la base empírica del análisis didáctico mucho más allá de las observaciones de los alumnos en el aula, de tal modo que la unidad mínima de análisis de cualquier proceso didáctico pasa a contener todos las etapas de la transposición didáctica (Bosch y Gascón 2005). La primera etapa corresponde al estudio de la formación del ‘texto de enseñanza’ que indica el ‘conocimiento que debe ser enseñado’ a través de las producciones de la noosfera (programas oficiales, libros de texto, recomendaciones para profesores, materiales didácticos, etc.) y resalta las condiciones y constricciones bajo las cuales el conocimiento se constituye y evoluciona (o se mantiene fijo) en el 6 tiempo. Así, el análisis de la transposición didáctica de un dominio de enseñanza (lo cual incluye la delimitación y designación del dominio en sí mismo) no puede ser reducido a la revisión de los libros de texto de matemáticas, incluso aunque se trate de un material empírico privilegiado para los investigadores. Lo que importa es el tipo de cuestiones que se plantean (¿por qué enseñar esto?, ¿por qué esta organización?, ¿de dónde viene?) y el tipo de fenómeno que los libros de texto muestran (u ocultan). El término ‘sabio’ fue utilizado –con cierto matiz de ironía– para caracterizar el conocimiento que garantiza y legitima el proceso de enseñanza. Citando a Kang y Kipatrick (op. cit., p. 2): A scholarly body of knowledge is nothing other than knowledge used both to produce new knowledge and to organize the knowledge newly produced into a coherent theoretical assemblage. La difícil acogida de la expresión “saber sabio” testifica la dificultad de considerar este saber en el mismo nivel que el saber a enseñar (el propuesto por los currículos y programas oficiales) o el saber tal como es enseñado en la escuela. ¿Qué saberes se eligen? ¿Cómo se organizan? ¿Cómo se los denomina? ¿Por qué esos y por qué con ese tipo de organizaciones? ¿Qué razones motivan esas elecciones? Etc. Pero no basta con este cuestionamiento para estudiar el “saber a enseñar” ni el “saber enseñado”. También es necesario analizar –examinar minuciosamente y descomponer– los modelos espontáneos del “saber sabio” que imperan en las instituciones educativas. Por esta razón, el “saber sabio” no puede aparecer en ningún caso como el “saber de referencia” (como lo denominaron Astolfi y Develay 1989); aunque funcione ciertamente como el punto de referencia de las instituciones educativas, no debe serlo de ningún modo para los investigadores que consideran esas instituciones como parte de su objeto de estudio. No describiremos aquí las otras etapas del proceso de transposición didáctica que también contribuyen a delimitar el grado de libertad que se deja a los procesos didácticos que llevan a cabo profesores y alumnos en el aula. Lo que queremos destacar es lo siguiente: considerar el proceso de transposición didáctica como un nuevo objeto de estudio permite a los investigadores en didáctica liberarse de los modelos epistemológicos espontáneos que imponen implícitamente las instituciones educativas a las cuales éstos pertenecen. Es por lo tanto necesario que los didactas elaboremos nuestro propio referente del correspondiente saber matemático, para poder examinar este nuevo objeto empírico que incluye todas las etapas transpositivas, desde las matemáticas sabias hasta las matemáticas enseñadas y aprendidas. Aquí es donde debemos completar la Figura 1 con lo que denominamos el “modelo epistemológico de referencia” (Bosch y Gascón 2005) que constituye el modelo teórico básico para el investigador y que se elabora generalmente a partir de los datos empíricos de las tres instituciones consideradas: la comunidad matemática, el sistema educativo y la escuela o el aula (Figura 2). Saber sabio Instituciones productoras del saber Saber a enseñar Sistema educativo, « noosfera » Saber enseñado Escuela, aula Modelos epistemológicos de referencia Investigación 7en Didáctica de las Matemáticas Fig. 2. La posición ‘externa’ de los investigadores Saber aprendido, disponible Comunidad de estudio La investigación en didáctica necesita elaborar sus propios modelos de referencia para ser capaz de evitar la excesiva sujeción a las diferentes instituciones observadas, especialmente a aquellas que, por su prestigio o legitimidad social, aparecen como instituciones dominantes y que conforman la institución del “saber sabio”. La teoría de la transposición didáctica nos enseña que no hay ningún sistema de referencia privilegiado para el análisis de las diferentes etapas del proceso de transposición didáctica. Pero la ausencia de un sistema de referencia absoluto no hace menos imprescindible la utilización de sistemas de referencia relativos adecuados a cada problema y situación, modelos cuyo carácter hipotético les atribuye una provisionalidad permanente –o, mejor dicho, una evolución permanente– siempre sometidos a la prueba del contraste empírico y reformulados en función de los nuevos problemas por abordar. Éste es el sentido que debe atribuirse al “análisis epistemológico” en didáctica que ya estaba presente en los orígenes de la didáctica como “epistemología experimental”. Precisamente, según Chevallard, la noción de transposición contribuye a profundizar, y también a clarificar, la compleja relación de la didáctica con la epistemología: Cuando se le asigna al saber sabio su justo lugar en el proceso de transposición y, sin que el análisis de transposición didáctica sustituya indebidamente al análisis epistemológico stricto sensu, se hace evidente que es precisamente el concepto de transposición didáctica lo que permite la articulación del análisis epistemológico con el análisis didáctico, y se convierte entonces en guía del buen uso de la epistemología para la didáctica. (Chevallard 1997, p. 24) En efecto, sea cual sea el problema didáctico considerado, su estudio requiere adoptar un punto de vista particular sobre el saber matemático y las prácticas matemáticas involucrados. Por ejemplo, ¿qué se enseña bajo el epígrafe de los límites de funciones?, ¿con qué tipo de problemas se asocia este conocimiento?, ¿con qué justificaciones?, ¿de dónde proviene?, ¿qué hay de ello en las “matemáticas sabias”?, ¿desde cuándo se enseñan?, ¿qué cambios han ocurrido desde entonces?, ¿qué tipo de restricciones pesan sobre las prácticas de los profesores?, ¿y sobre las de los alumnos?, etc. Vista desde esta perspectiva, la Teoría de las Situaciones Didácticas puede considerarse como una “máquina” productora de modelos epistemológicos de referencia, que en este caso se formulan en términos de situaciones o “juegos contra un medio”. Aunque la versión más popular de esta teoría considere las situaciones didácticas principalmente como herramientas para implementar el conocimiento matemático en el aula (ingeniería didáctica) y para analizar fenómenos relacionados con su aprendizaje y enseñanza, no hay que olvidar su pertinencia para describir el saber sabio y la evolución del saber a enseñar. Parte de la complejidad en el uso de la noción de situación se debe a esta necesidad de alejarse del “discurso sabio” sobre las matemáticas para producir descripciones y análisis propios de los conocimientos matemáticos que se enseñan en la escuela. Un caso ejemplar de este análisis epistemológico se halla en el estudio preliminar de Guy Brousseau sobre la enseñanza de los números decimales (Brousseau 1980). En estos últimos 25 años, son muchos los investigadores que han analizado los procesos de transposición didáctica de algunas de las principales áreas de las 8 “matemáticas a enseñar”. Por ejemplo, y si nos restringimos a la enseñanza secundaria, podemos mencionar, entre otros temas: el álgebra elemental (Chevallard 1985b, Kang 1990, Coulange 2001), la proporcionalidad y la medida de magnitudes (Bolea et al. 2001, Comin 2002, Hersant 2005), la geometría (Tavignon 1991, Chevallard y Jullien 1991, Matheron 1993, Bolea 1995), los números irracionales e “idecimales” (Assude 1992, Bronner 1997), las funciones y el cálculo (Artigue 1993, 1998, 2000, Chauvat 1999, Amra 2004, Barbé et al. 2005), el álgebra lineal (Ahmed and Arsac 1998, Dorier 2000, Gueudet 2000), la aritmética (Ravel 2002), la demostración (Arsac 1989, Cabassut 2004), la modelización matemática (García 2005), la estadística (Wozniak 2005), las matemáticas en economía (Artaud 1993, 1995), las matemáticas y las ciencias experimentales (Arsac et al. 1994). En todas estas investigaciones se pone de manifiesto que la mayoría de fenómenos relacionados con la enseñanza de las matemáticas tienen un componente transpositivo esencial. Es en este sentido que podemos afirmar que los fenómenos de transposición didáctica están en el corazón de cualquier problema didáctico. Al mismo tiempo, estos fenómenos no se pueden separar de aquellos relacionados con la producción, uso y difusión de las matemáticas. El estudio de la matemática escolar se integra de modo inseparable en el gran problema del estudio de las actividades matemáticas institucionales, lo que supone adoptar una definición más general de la didáctica de las matemáticas. Guy Brousseau ya retomó este punto de vista en el ICMI Study de Washington cuando definía la didáctica como la “science des conditions de diffusion (imposée) spécifiques des savoir mathématiques utiles aux gens et aux institutions humaines” (Brousseau 1994). Como vemos, esta definición amplía el campo de la didáctica más allá de las instituciones educativas para incluir todas las instituciones en las que tiene lugar cualquier tipo de actividad matemática. Guy Brousseau siempre ha insistido en la importancia de que la educación matemática se mantenga cercana a la comunidad matemática debido al rol central del análisis epistemológico en didáctica. Sin embargo, para progresar en su ampliado campo de investigación, los investigadores tienen que librarse de sus posiciones de “profesores” y de “matemáticos guardianes de la ortodoxia”. Es necesaria una nueva posición. El recurso a la Antropología Didáctica, tal como propone Chevallard en la segunda edición de la Transposition Didactique (1991) y en una de las primeras presentaciones de lo que serían los pilares de la Teoría Antropológica de lo Didáctico (Chevallard 1992), ponía de relieve la necesidad de trabajar en la construcción de esta nueva posición. 4. La segunda contribución: la modelización de las actividades matemáticas y didácticas Entre 1980 y 1995, el estudio de fenómenos de transposición didáctica fue formulado en términos de objetos de conocimiento y “relaciones a los objetos” en el marco más amplio de la ecología institucional de los objetos matemáticos (Chevallard 1992, Artaud 1993, 1995). La búsqueda de una herramienta que permitiera modelizar con mayor detalle las prácticas matemáticas, incluyendo su dimensión material, y los saberes matemáticos como componentes inseparables de las prácticas, dio lugar a la noción de praxeología matemática dentro del marco de la “Teoría Antropológica de lo Didáctico” (Chevallard 1999, 2002a, 2002b). Esta 9 teoría está basada en la asunción de que la actividad matemática debe ser interpretada como una actividad humana más y, en consecuencia, propone un modelo general de las actividades humanas que formula en términos de praxeologías. Esta noción, formada a partir de la unión de los términos griegos praxis y logos, permite considerar en un mismo tiempo, atribuyéndoles la misma importancia, la dimensión teórica del saber con su dimensión práctica (cercana al “saber hacer”). De acuerdo con Chevallard (2006, la traducción es nuestra): Una praxeología es, de algún modo, la unidad básica en que uno puede analizar la acción humana en general. [...] ¿Qué es exactamente una praxeología? Podemos confiar en la etimología para guiarnos aquí –uno puede analizar cualquier acto humano en dos componentes principales interrelacionados: praxis, i.e. la parte práctica, por un lado, y el logos, por el otro. “Logos” es una palabra griega que, desde los tiempos pre-Socráticos, ha sido utilizada constantemente para hacer referencia al pensamiento y razonamiento humano –particularmente sobre el cosmos. [...] [De acuerdo con] un principio fundamental de la TAD –la teoría antropológica de lo didáctico-, no pueden existir acciones humanas sin ser, al menos parcialmente, “explicadas”, hechas “inteligibles”, “justificadas”, “contabilizadas”, en cualquier estilo de “razonamiento” que pueda abrazar dicha explicación o justificación. La praxis, por tanto, implica el logos que, a su vez, implica volver a la praxis. En efecto, toda praxis requiere un apoyo en el logos porque, a la larga, ningún quehacer humano permanece sin cuestionar. Por supuesto, una praxeología podría ser deficiente, por ejemplo porque su “praxis” se compone de una técnica ineficaz –“técnica” es aquí la palabra oficial para designar una “forma de hacer”– y su componente “logos” consta casi completamente de puro sinsentido –¡al menos desde el punto de vista del praxeólogo! Con el objetivo de disponer de herramientas más precisas para analizar los procesos didácticos institucionales, Chevallard (1999, p. 226) clasifica las praxeologías matemáticas en una secuencia de complejidad creciente que comienza por las puntuales, praxeologías constituidas por técnicas construidas en torno a un único tipo de problemas. Las praxeologías puntuales se pueden articular entre sí de acuerdo con su marco teórico para dar lugar a las praxeologías locales, regionales o globales que cubren respectivamente un tema matemático completo, todo un sector o toda un área. Con la modelización del saber matemático en términos de praxeologías, el análisis de los procesos de transposición didáctica adquiere una nueva funcionalidad. Desde el saber sabio “oficial” que se encuentra en los tratados matemáticos o aquel más informal “activado” por los investigadores en su trabajo diario, hasta los contenidos explícitamente enseñados en el aula o el saber, menos explícito, aprendido por, y por tanto disponible para, un grupo de estudiantes, todas las etapas del proceso transpositivo se pueden describir en términos de praxeologías. Esta herramienta llega a ser especialmente útil para clarificar los modelos epistemológicos de referencia que guían el análisis de los investigadores, permitiéndoles señalar las restricciones estrictas que las “praxeologías a enseñar” provocan sobre las prácticas de profesores y estudiantes. Bolea, por ejemplo, presenta un modelo específico de álgebra elemental que permite mostrar en qué sentido los procesos históricos de transposición didáctica han ido “desalgebrizando” la matemática escolar, al tiempo que describe las restricciones didácticas que pesan sobre la enseñanza actual del álgebra como herramienta de modelización (Bolea et al. 2004). García (2005) amplía este modelo para estudiar la relación entre la modelización algebraica y funcional, mostrando el carácter aislado de la proporcionalidad en el currículo español (García y Ruiz 2006). Un modelo muy simple en términos de una praxeología 10 “bicéfala” puede mostrar lo extremadamente estrecho que es el espacio en el que puede moverse un profesor de enseñanza secundaria cuando enseña límites de funciones en España (Barbé et al. 2005). Otros análisis de los procesos de transposición didáctica en términos de praxeologías pueden ser encontrados en tesis doctorales recientes, tales como: Cabassut (2004), que analiza lo que ha denominado una “doble transposición” sobre la enseñanza de la demostración como conocimiento matemático y social; Hersant (2005) que describe la evolución de la enseñanza de la proporcionalidad en Francia y cuestiona el pobre lugar destinado al estudio de magnitudes; Ravel (2002) que estudia la difícil reintroducción de la aritmética en la enseñanza secundaria francesa, Amra (2004) sobre la enseñanza de las funciones; Rodríguez (2005) en relación con la enseñanza de la resolución de problemas y las habilidades metacognitivas; y Wozniak (2005) que plantea la necesidad de reabrir el trabajo transpositivo en la enseñanza de la estadística en Francia. Hemos dicho que el conocimiento matemático puede ser descrito en términos de praxeologías. ¿Qué ocurre con la enseñanza y el aprendizaje de las matemáticas, esto es, con el propio proceso didáctico? De hecho, del mismo modo que el conocimiento nunca es una construcción definitiva, las praxeologías matemáticas no emergen de repente y están en permanente desarrollo. Es el resultado de actividades variadas y continuas, con dinámicas complejas, que a su vez tienen que ser modelizadas. En este sentido la actividad matemática presenta dos aspectos íntimamente relacionados: el proceso de construcción de nuevos conocimientos –el proceso de estudio o proceso didáctico– y el producto o resultado de esa construcción –las praxeologías matemáticas–. El proceso de estudio, como actividad humana que es, también puede ser modelizado en términos de praxeologías que serán ahora praxeologías didácticas (Chevallard 1999). No desarrollaremos más este punto aquí. Sólo notaremos que, en este marco, la noción de estudio proporciona un campo unitario para describir las praxeologías didácticas, objeto de las cuales es la reconstrucción de las praxeologías matemáticas en las diferentes instituciones sociales, ya sean instituciones de producción, de difusión, de utilización o de enseñanza. El objeto de estudio de la didáctica de las matemáticas se puede identificar entonces con todo aquello que esté relacionado con el estudio y la ayuda al estudio de las matemáticas: El concepto de praxeología nos permite formular completamente el objeto de la didáctica: la didáctica se preocupa por el estudio de las condiciones y restricciones bajo las cuales las praxeologías comienzan su vida, migran, cambian, funcionan, mueren, desaparecen, reviven, etc., dentro de los grupos humanos. Por supuesto esto conlleva una considerable ampliación del campo de investigación de la didáctica: la didáctica estudia lo didáctico, en cualquier forma que pueda aparecer. Dándose el objeto de estudio adecuado, la didáctica aumenta progresivamente sus esperanzas de evitar quedar dominada por campos disciplinares establecidos en la escuela. (Chevallard 2005, la traducción es nuestra) 11 Si sustituimos ‘condiciones y restricciones’ por ‘ecología’, podemos decir, del modo más resumido, que la didáctica se preocupa por el estudio de la ecología institucional de las praxeologías matemáticas y didácticas. Como fue mostrado hace algunos años por Artaud (1993, 1995), la transposición didáctica debe en realidad considerarse como una forma particular de transposición institucional, esto es, de difusión social del conocimiento. De ahí su presencia como componente esencial en todos los fenómenos didácticos, es decir los fenómenos ligados a la producción y difusión social del conocimiento. 5. Tercera contribución: restricciones en diferentes niveles de determinación El estudio de la ecología de las praxeologías matemáticas y didácticas manifiesta que, cuando el profesor y los estudiantes se enfrentan a un saber que debe ser enseñado, lo que puede ocurrir está determinado principalmente por un conjunto de condiciones y restricciones que no pueden reducirse a aquellas identificables inmediatamente en el aula: el conocimiento previo de profesores y alumnos, el material didáctico disponible, el software, la organización temporal del estudio, etc. Aunque esas condiciones y restricciones juegan un papel importante, Chevallard propuso recientemente considerar una escala de ‘niveles de determinación’ (ver Figura 3) que podría ayudar a los investigadores a identificar aquellas condiciones que van más allá del estrecho espacio de la clase y del tema que se tiene que estudiar (Chevallard 2002b, 2004). ¿Por qué una nueva ampliación del objeto de estudio con la correspondiente complejidad del marco teórico? La respuesta es siempre la misma: para liberarse de las concepciones espontáneas del conocimiento matemático que, al analizar su objeto de estudio, los investigadores podrían asumir sin cuestionarlas previamente. Las praxeologías “puntuales”, “locales”, “regionales” y “globales” se corresponden con los niveles inferiores: los de la cuestión, el tema, el sector y el ámbito. Quizá debido a su familiaridad con el “problema del profesor” (“dado un contenido matemático para ser enseñado, ¿cuál es la mejor forma de hacerlo?”), a menudo los didactas asumen como incuestionable la delimitación de contenidos que ofrecen las instancias educativas o académicas. Hay que situarse en un nivel de generalidad superior para preguntarse, por ejemplo, y dada una organización Civilización curricular concreta, por qué están divididos los contenidos en estos bloques temáticos y no en otros, o cuáles son los criterios Sociedad para determinar esta división y qué tipo de restricciones causa sobre la actividad concreta que pueden realizar profesores y Escuela estudiantes. Pedagogía Disciplina Área Sector Tema Por ejemplo, en matemáticas, el alto valor asignado a la geometría en detrimento del álgebra como lugar privilegiado para la enseñanza del razonamiento y la demostración, así como la dificultad que existe en algunos países europeos para incluir la estadística como un bloque de contenido con el mismo rango que los demás, son en realidad fenómenos que se originan en los niveles más altos de determinación: la sociedad y la civilización. Por no mencionar el encierro de las matemáticas en sí mismas y las dificultades para establecer relaciones entre las matemáticas y otras disciplinas. Éstas son claramente restricciones que pesan mucho sobre la enseñanza y el aprendizaje de la modelización Cuestión Figura 3. Escala de los Niveles de determinación 12 matemática y de otras prácticas que requieren la construcción de praxeologías matemáticas “mixtas”, es decir mezcladas con objetos no-matemáticos (Wozniak 2005). El principal problema es conocer qué tipo de restricciones, procedentes de qué nivel, llegan a ser cruciales para la ecología de las praxeologías matemáticas y didácticas. Al principio de este artículo hemos mencionado el proceso de “monumentalización” del conocimiento matemático. No creemos exagerado afirmar que se está convirtiendo, hoy día, en un fenómeno transpositivo esencial que va incluso más allá de la enseñanza de las matemáticas y afecta a casi todos los tipos de praxeologías enseñadas en la escuela. Ante esta situación, los trabajos más recientes de Chevallard (2004, 2005, 2006) abogan por la construcción de una nueva epistemología escolar que sitúe la razón de ser de los saberes y su funcionalidad en el corazón mismo del aprendizaje: [Necesitamos] una actualización de las matemáticas para transformarlas, en cierto sentido, en matemáticas responsables. Unas matemáticas que muestren claramente a las nuevas generaciones que la escuela no les abandona sino que, por el contrario, se preocupa por dotarles de las herramientas necesarias para pensar el mundo que les rodea e intenta armarles de conocimiento y de razón. (Chevallard 2004, la traducción es nuestra). La escala de niveles de determinación clarifica una nueva apertura del campo de estudio de los fenómenos didácticos que era incipiente en las primeras formulaciones de la teoría de la transposición didáctica. Hace 25 años el trabajo de Chevallard nos impulsó a tener en cuenta constricciones procedentes del proceso de transposición didáctica y del modo concreto cómo este proceso organiza los contenidos matemáticos en la escuela: desde la división en disciplinas y bloques de contenido, hasta los niveles más específicos, el de las cuestiones o tipos de problemas que deben aprender a resolver los alumnos. Parece necesario ahora dar un paso más, alzando la vista hacia las limitaciones que, procedentes de la Sociedad y a través de la Escuela, posibilitan, condicionan y restringen el estudio de las distintas disciplinas. Porque todo ello afecta, de modo más general, al lugar y a las funciones que nuestras sociedades asignan a las disciplinas y a las “actividades de estudio” como herramientas para la formación y el desarrollo de las nuevas generaciones de ciudadanos. Esperamos que este último avance nos permita reexaminar nuestras visiones comunes sobre la educación y el aprendizaje escolar de las matemáticas y contribuya a construir aquella “epistemología alternativa” que Kang y Kilpatrick (1992, p. 2) supieron vislumbrar en las primeras formulaciones de la teoría de la transposición didáctica: We may need an alternative epistemology if we admit that most of the knowledge in school mathematics is a compound of knowledge that fits observations together with our values, instructional purposes, mathematical skills, and so on. […] Can we construct and epistemology that allows us to treat knowledge at least “as if” it existed independently outside of the knower without violating much of the constructivist position? One epistemological model that gives a positive answer can be found in the didactic transposition theory of Chevallard. 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