El Comprador de Sueños. Antonio había estado visitando El Madrigal desde hacía unos veinte años, pueblo que había nacido de un viejo caserío que inició su transformación gracias a la construcción del ferrocarril que unió la capital del país con su más importante puerto internacional. Miguel, un gran amigo de Antonio, fue el arquitecto de la creación del pueblo en el mismo sitio del caserío dada su cercanía a la ciudad portuaria, primer destino del tren. Su jefe, en la empresa contratista y constructora de la línea férrea – ante quien había presentado la idea - le había dicho: “Miguel te compro la idea”, y así fue como entre sus ocupaciones le dedicó tiempo al diseño de lo que sería ese pueblo. Una vez completada la línea férrea y las demás obras del proyecto, Miguel decidió quedarse para trabajar por la realización de su sueño. Que el progreso del ferrocarril también significara progreso para la comunidad. Se dedicó durante cinco años a llevar a cabo las obras que le darían forma al modelo urbanístico que había pensado. De vital importancia era la incorporación de los residentes del caserío, en todas las actividades que se realizarían incluyendo la construcción de sus propias viviendas gracias a un programa de créditos personales que aprobó el Cabildo local. Eran frecuentes las visitas de amigos de Miguel con quienes compartía sus ideas. Entre ellos, fue Antonio el que tras un par de visitas dedicó largas temporadas para compartir experiencias con Miguel, quien ya tenía planes de volver a la capital. A Antonio, un contador y administrador comercial especializado en la Gerencia del Desarrollo, le cautivó la idea de Miguel de promover el desarrollo del pueblo dentro del esquema de autogestión dando lugar a un envidiable pueblo interiorano. Entonces, Antonio le confesó su sueño para el pueblo. “Dotarlo de la más eficiente organización de la actividad artesanal y comercial para dar paso, en un futuro, a la necesidad de crecimiento de las fuentes de ingresos de sus pobladores quienes sin duda irían aumentando en el tiempo”. Dos años fueron suficientes para elevar la efectividad de la actividad económica, tiempo que Antonio se mantuvo como residente en el pueblo motivado no solo, por ver realizado su sueño sino por la partida de Miguel, hacía ya unos tres meses. El hecho se tradujo en una gran gratificación de los habitantes que vieron abiertas las posibilidades de alcanzar la satisfacción de otras, viejas y nuevas, necesidades teniendo en Antonio su propulsor. Darse cuenta de esto le causó preocupación. Se apartaban de la aspiración de Miguel y de él mismo. Los pobladores de El Madrigal tenían que ser los gestores de su propio destino. Entonces decidió emprender una visita a los más apreciados habitantes de la comunidad. El primero de ellos fue Felipe, no solo por su edad sino por ser uno de los habitantes pioneros del caserío, y le preguntó si él tenía algún sueño que quisiera ver realizado. “Yo tengo uno que ha estado dando vueltas en mi cabeza desde muchos años y más desde que tenemos esto”, haciendo ademán con los brazos señalando el espacio físico del pueblo. Y, ¿Cuál es ese sueño? “Ay, mijito. Es muy difícil y cuando lo he conversado, nadie cree que se puede lograr”. “Vamos a hacer una cosa, le compro su sueño, Felipe”. “Y ¿Cómo es eso que usted me lo compra?”. “Pues, muy fácil. Usted me dice cuál es ese sueño, yo me ocupo de ayudarlo a hacer las cosas necesarias para alcanzarlo y cuando esté realizado, usted recibirá como paga lo que ha soñado. Así que, dígamelo”. “Mire, he podido educarme un poco oyendo la radio y un reproductor pero quiero conocer otras historias que están en libros que no he podido tener. Me ha llamado la atención lo que he oído de Andrés Bello y él forma parte de mi sueño. Tengo muchos amigos que no saben leer ni escribir, y mucho menos una mejor educación. Por eso sueño que mi pueblo tenga en la plaza, una estatua de Andrés Bello y una biblioteca”. “Felipe, se lo compro!”. El resto del día y esa noche, Antonio estuvo pensando en el sueño que había comprado y la forma cómo podría hacerlo realidad. Su primer paso fue lograr que la Alcaldía iniciara un programa de alfabetización en la escuela del pueblo. Serían clases nocturnas para los adultos. Encomendó a Felipe promover la inscripción de los pobladores en el programa. Del primer curso, al cabo de seis meses, egresaron 60 vecinos. Para alcanzar la segunda parte del sueño, le pidió a Felipe que lo acompañara en las gestiones para lograr un busto de Andrés Bello y la construcción de la biblioteca. Ya había entrenado a Felipe en lo que debía hacer cuando llegaran a la audiencia que habían solicitado al Alcalde. Después de escuchar la exposición de las cosas que ellos aspiraban de él y el consabido intercambio de opiniones, éste les dijo: “que haría las gestiones para obtener el busto y que les proveería de materiales pero que los habitantes del pueblo se debían organizar y comprometerse a realizar, ellos mismos, la construcción del pedestal y del local para la biblioteca que estarían ubicados en un espacio de terreno adyacente a la escuela. Todo esto de acuerdo con los planos que Antonio había obtenido en una solicitud que le había hecho a Miguel. Dos años tomó la realización de la obra y con la presencia del Alcalde, de Miguel y de los pobladores, se llevó a cabo el acto de inauguración. Felipe le dijo Antonio: “He allí cumplido tu sueño”. A esta obra siguieron otras y en cada una Antonio había comprado los sueños de algunos pobladores y éstos habían respondido con la ejecución de las tareas requeridas para logarlo. Antonio se limitaba a orientarlos y motivarlos en lo que tenían que hacer. El padre de José que había observado a Antonio en lo que hacía y satisfecho por los logros personales de José en sus estudios en una escuela técnica industrial en la capital, decidió compartir con él una vieja aspiración. “José, yo tengo mi sueño y quiero que Antonio y tú me ayuden a hacerlo realidad”. “¿De qué se trata, papá?” “Quisiera construir en el pueblo una Escuela de Artesanía para garantizar el futuro de nuestros jóvenes y mejorar la calidad de la actividad de la que hemos vivido”. Antonio se levantó, abrazó a José y le dijo al padre: “Le compro su sueño…” La voz se había corrido por el pueblo. Regresábamos a casa. En la plaza, bañada por un radiante sol, escuchamos a los pobladores exclamar a nuestro paso "ese es nuestro comprador de sueños". Al llegar a casa yo me quedé en el estudio plasmando en el papel para la posteridad el sueño hecho realidad de Antonio, mi papá. Ernesto H. Marin S. Caracas Diciembre de 2010