1. Poblaci n y recursos

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 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO-­‐EUROPA ANTES DE 1800: Población y Recursos La gran divergencia. La no-­‐
Europa antes de 1800. POBLACIÓN Y RECURSOS Rafael Barquín Gil Departamento de Economía Aplicada e Historia Económica Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) Contenido 1.1 LA TARDÍA APARICIÓN DE MALTHUS ................................................................ 2 1.2 LAS VARIACIONES EN LA DENSIDAD DE POBLACIÓN ................................. 10 1.3 EL HAMBRE Y LOS OTROS JINETES ................................................................... 17 CONCLUSIÓN ................................................................................................................. 26 RECURSOS BIBLIOGRÁFICOS .................................................................................... 27 1 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO-­‐EUROPA ANTES DE 1800: Población y Recursos 1.1 LA TARDÍA APARICIÓN DE MALTHUS Durante toda su vida el reverendo Thomas Robert Malthus disfrutó de una posición acomodada; aunque no tanto como la de su gran amigo David Ricardo. Los dos fundaron su patrimonio en las herencias recibidas de sus mayores. Pero Ricardo heredó mucho más dinero y, sobre todo, lo gestionó mucho mejor. Fue lo que hoy llamaríamos un broker; un brillante y talentoso broker. Pronto acumuló una gran fortuna, lo que le permitió comprar varias propiedades y llevar una plácida existencia de caballero acaudalado. En cambio, Malthus hizo una gestión mucho más prudente de su patrimonio. No se enriqueció, pero tampoco corrió riesgos. Da idea de su carácter precavido el que buscara su sustento en dos instituciones que estaban a mitad de camino entre lo público y lo privado: la Iglesia Anglicana y la Universidad de la Compañía de las Indias Orientales en Haileybury. Ricardo y Malthus fueron los “padres intelectuales” de otro gran economista al que no conocieron Karl Marx, que no era rico, pero que trató de vivir como si lo fuera. La contribución de estos tres sabios a la Ciencia Económica ha sido enorme, pero desde facetas distintas. Ricardo sintetizó y desarrolló el pensamiento de Adam Smith, con quien echó a andar la Escuela Clásica. Marx creó el marxismo, que se podría definir como la rama “heterodoxa” de esa escuela. Malthus, que era muy conservador, pero también un tanto heterodoxo, se hizo famoso por sus escritos sobre población; sus propios alumnos le llamaban “Pop” (de population) Malthus. Y en cierto modo fue el que tuvo más éxito. Malthus quedó al margen de las discusiones entre marxistas y clásicos, y se convirtió en un referente para los dos grupos. Hoy en día el adjetivo “maltusiano” ha sido aceptado por la Real Academia de la Lengua Española. Lo mismo ha sucedido con “marxista”, pero no con “ricardiano” o “smithiano”. De forma resumida, Malthus pensaba que, a largo plazo, necesariamente tendría que producirse un desequilibrio entre la población y los recursos necesarios para mantenerla. La clave del problema era la existencia de un factor de producción fijo, la tierra, que causaría la aparición de rendimientos decrecientes en la producción agrícola. Esta idea es la llamada “Ley de los rendimientos decrecientes” 2 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO-­‐EUROPA ANTES DE 1800: Población y Recursos (cuidado con las palabras: los economistas le ponen la palabra “ley” a casi cualquier cosa). Es algo bastante sensato. Y es aplicable no sólo a la agricultura sino a cualquier actividad económica pues siempre hay un factor fijo. De no ser cierta todo el trigo del planeta podría obtenerse en una maceta; bastaría con ir incorporando suficientes factores productivos. Evidentemente, por mucho trabajo, luz, agua o abono que añadamos a la maceta llegará un momento en el que no podremos producir ni un solo grano adicional de trigo. Malthus argumentaba que la población estaba condenada a padecer hambrunas debido a la existencia de ese mismo factor fijo; es decir, de unos recursos limitados por el mero tamaño de La Tierra. O mejor dicho, de Gran Bretaña, pues el ámbito de su análisis era su país. A medida que la población aumentara, la incorporación de más campesinos a las labores agrícolas generaría rendimientos progresivamente menores, por lo que sería inevitable la aparición de una carestía. En concreto (aunque tampoco concretó mucho) Malthus pensaba que el crecimiento de la producción de alimentos seguía una progresión aritmética, mientras que el de la población era geométrico. Siguiendo el ejemplo que él propuso, cada 25 años los recursos alimenticios de Gran Bretaña se incrementarían en una cuantía fija; por ejemplo, 6, 8, 10, 12, 14... En cambio, la población de un determinado año sería igual a la de 25 años atrás, multiplicada por cierto factor; por ejemplo, seguiría una evolución 2, 4, 8, 16, 32... Nótese que los rendimientos agrícolas son decrecientes, pues a pesar de que incorporamos una cantidad creciente de “factor trabajo” –en cada período, 2, 4, 8, 16… millones de personas– la producción sólo crece en 2. Por tanto, los rendimientos, la productividad por trabajador o habitante, decrecerán: 6/2, 8/4, 10/8, 12/16, 14/32… Obviamente, tarde o temprano se produciría una enorme escasez. Malthus también creía que pocas veces se llegaría a una situación como ésta debido a que antes entrarían en funcionamiento ciertos frenos al crecimiento demográfico. Estos eran clasificados en dos grupos: positivos (o represivos) y preventivos. Los primeros serían la enfermedad, la guerra, el hambre y, en general, todas los procesos o acontecimientos que provocasen una gran mortandad; y, por tanto, una reducción del tamaño de la población. Los segundos serían los que redujesen la 3 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO-­‐EUROPA ANTES DE 1800: Población y Recursos natalidad; por ejemplo la elevación de la edad a la que las mujeres llegaban al matrimonio, el porcentaje de la población célibe, o la abstinencia sexual. En realidad, Malthus no tenía demasiada confianza en la capacidad de la especie humana para contener su crecimiento mediante esos métodos preventivos, por lo que creía inevitable la aparición recurrente de crisis de mortalidad. Lo único a lo que aspiraba era a que se redujera su frecuencia. No resulta sorprendente que a raíz del éxito de sus ideas (pero también de las de Ricardo) el historiador y escritor Thomas Carlyle motejara a la Teoría Económica como la “ciencia lúgubre”, epíteto que aún la acompaña. Las teorías de Malthus, o las inspiradas por su obra, presentan muchas deficiencias. Por supuesto, en un sentido muy genérico no se pueden discutir: el crecimiento de cualquier especie está limitado por los recursos disponibles. Pero esto es una obviedad que no debiera admirar a nadie, ni preocupar demasiado: ese futuro parece muy lejano. Las cuestiones relevantes (y preocupantes) están en el detalle, el espacio, el tiempo y la forma en la que se produce el crecimiento. Por ejemplo, ¿La Tierra tiene recursos suficientes para mantener a 10.000 millones de personas dentro de 50 años? ¿La India los tendrá para albergar a 2.000 millones? ¿Bangladesh podrá mantener a 200? Lo que desde la demografía histórica se puede decir al respecto es que, bajo distintas circunstancias la población de cada país o región ha crecido más o menos rápido. Pero en contadas ocasiones lo ha hecho de un modo que pueda calificarse como “progresión geométrica”. Por supuesto, un crecimiento geométrico de la población es teóricamente posible: si en una comunidad la media de hijos por pareja es cuatro (o dos niñas por cada mujer), al cabo de n generaciones la población ascenderá a 2n. En dos siglos con cuatro generaciones en cada siglo, semejante procreación daría lugar a que cada pareja tuviera 256 descendientes, lo que es una barbaridad. Claro que lo mismo, o más, podría decirse de muchos recursos agrícolas. Una espiga de trigo proporciona 20 granos que se convierten en 20 espigas, cada una de las cuales genera otras 20 granos que son 20 espigas, etc. Es decir, al cabo de n generaciones tendríamos 20n espigas. Y con la importante diferencia de que las generaciones de trigo son anuales. Dicho de otro modo, al cabo de 25 años esa pareja de “colonos” recién 4 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO-­‐EUROPA ANTES DE 1800: Población y Recursos llegados a un territorio virgen tendrían cuatro hijos; pero provistos de una sola espiga de trigo teóricamente estarían cosechado 1022 toneladas métricas de trigo, lo que es una cantidad de cereal varios órdenes de magnitud mayor que toda la actual producción mundial. Por supuesto, todo esto es un disparate. Las comunidades de seres vivos, ya sean hombres, vacas o plantas de trigo, no crecen de forma geométrica durante mucho tiempo. Cuando esto sucede los seres vivos con ciclos reproductivos más largos, que también son los situados en los estadios superiores de la cadena trófica, tienen cierta ventaja sobre los demás. Por eso, cuando hay abundancia de tierras (y granos), el número de hombres puede crecer geométricamente durante algún tiempo. Pero más pronto que tarde esto acaba porque siempre hay un factor constante y limitativo: la tierra para el trigo, y el trigo (por tanto, también la tierra) para los hombres. De hecho, la misma idea del crecimiento aritmético es una tontería. Por lento que fuera, tarde o temprano las poblaciones de seres vivos se enfrentarían a rendimientos decrecientes derivados de la existencia del mismo factor constante, la tierra. De ahí que salvo en breves períodos, el crecimiento de los alimentos ha seguido una evolución similar a la de los seres humanos. O mejor dicho, el crecimiento del número seres humanos ha seguido una evolución similar a la de los alimentos. Evidentemente, si existen factores constantes, si no hay más tierra de la que hay, Malthus debería haber acertado en su previsión de que tarde o temprano su país (o el mundo entero) llegaría a una situación crítica derivada de la insuficiencia de alimentos. Afortunadamente erró; y por mucho. Por ejemplo, él preveía que, de no suceder una catástrofe, a finales del siglo XIX Inglaterra alcanzaría 112 millones de habitantes, pero sólo produciría alimentos para unos 35 millones. Hoy en día viven más de 50 millones de personas, 60 en todo el Reino Unido, un país que es un exportador neto de alimentos. La falibilidad de Malthus no es excepcional; más bien, es la norma dentro del maltusianismo. Hasta ahora, las previsiones inspiradas por pensadores maltusianos una y otra vez se han visto refutadas por el paso del tiempo. Lo que no ha frenado su expansión. La abundante producción milenarista –“los límites del crecimiento” del Club de Roma, “la bomba poblacional” de Paul Ehrlich, “el pico del petróleo” de King Hubbert, la “teoría de Olduvai” de Richard Duncan, etc. – 5 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO-­‐EUROPA ANTES DE 1800: Población y Recursos parece seguir una tendencia geométrica de crecimiento, en la que tampoco se advierte la proximidad de un colapso. La pésima capacidad predictiva de Malthus (y de algunos maltusianos) se explica por dos motivos. En primer lugar, por la caída de la tasa de natalidad. Al final, la gente resultó ser más inteligente de lo que parecía y supo poner en marcha mecanismos preventivos. El segundo motivo que llevó a Malthus al error fue el no haber otorgado suficiente importancia al progreso tecnológico. Ello era coherente con su propia experiencia como terrateniente, hombre de la Iglesia y profesor universitario; profesiones que tienen en común una gran predisposición al conservadurismo intelectual (¡especialmente, la última !). Salvo Marx, los economistas clásicos incurrieron en el mismo error de perspectiva. No es que ignorasen el progreso técnico; simplemente no fueron capaces de imaginar las consecuencias que tendría a largo plazo. Y esto es lógico, pues su atención no estaba puesta en la tecnología sino en la división del trabajo y la libertad de comercio. Estos asuntos son muy importantes porque permiten explicar fuertes incrementos en la productividad; es lo que se conoce como “crecimiento smithiano” (de Adam Smith). Pero no es, ni mucho menos, la única fuente de crecimiento. Hay otra más importante y permanente derivada del cambio técnico. Sólo si la ignoramos y suponemos que la función de producción es constante o cambia muy lentamente, es lógico suponer la existencia de factores fijos que implican la temprana aparición de rendimientos decrecientes. A efectos prácticos, o históricos, se pueden decir dos cosas. Primero, que hasta ahora los recursos han sido relativamente abundantes. Durante siglos o milenios el aumento de la población se ha sostenido en incrementos de la producción derivados de la ocupación de nuevas tierras y, en general, de la explotación de nuevos recursos. El principal factor que ha limitado el crecimiento no ha sido físico, sino institucional; las restricciones a la explotación derivadas de la forma de propiedad, así como de los mecanismos de extracción del excedente. Segundo, en los últimos dos siglos el desplazamiento de la función de producción como consecuencia de la incorporación de nuevas tecnologías ha hecho que se incremente extraordinariamente la productividad por unidad de factor (hombres, tierra, etc.). Hoy por hoy, y al margen de esos “fallos 6 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO-­‐EUROPA ANTES DE 1800: Población y Recursos institucionales”, los problemas de malnutrición que existen en una parte del mundo se explican por la deficiente introducción de nuevas tecnologías. No hay motivos para esperar que, en el corto o medio plazo, la Humanidad no pueda resolver unos y otros, de modo que evite la aparición de una catástrofe demográfica. De hecho, en ningún momento anterior el planeta ha alimentado a tanta gente como hoy en día. En resumen, queda poco del maltusianismo “clásico”. Con todo, quizás no sea del todo inútil volver sobre su último bastión: la ley de rendimientos decrecientes. La población no puede crecer de forma ilimitada porque los recursos son limitados. Hagamos lo que hagamos, tarde o temprano aparecerán los temidos rendimientos decrecientes para advertirnos de lo que se avecina. Esto no es un problema tecnológico; o no deberíamos plantearlo como tal. Por mucho que progrese la tecnología siempre será necesario hacer uso de un recurso, que será limitado. De hecho, el mismo progreso tecnológico presenta rendimientos decrecientes: hoy en día ya hay un buen puñado de tecnologías de las que no se esperan grandes mejoras en su eficiencia. Por ejemplo, los motores de combustión de los automóviles. Cuando estalló la crisis del petróleo los fabricantes rápidamente sacaron al mercado vehículos que reducían drásticamente el consumo de gasolina. Sin embargo, en los últimos tiempos las mejoras son mucho más modestas o implican la incorporación de una tecnología completamente diferente y, por ahora, cara, los “híbridos”. Desde esta perspectiva la tecnología podría ser considerada un factor fijo pues no se puede añadir más “cantidad” de innovaciones a partir de un determinado punto. La ley de los rendimientos decrecientes es inevitable. Y también es poco menos que una obviedad. Pero es una obviedad sobre la que no se ha reparado hasta tiempos relativamente recientes. Y ese es el motivo por el que el trabajo de Malthus, tan repleto de afirmaciones dudosas y predicciones erradas, fue un hito. Durante siglos, podríamos decir que desde siempre, el pensamiento político y económico ha sido “poblacionista”. Las naciones más ricas eran las más pobladas, por lo que los gobernantes no debían poner frenos al crecimiento demográfico. Ésta era la lectura dominante en Europa, pero también en otras civilizaciones. Incluso a finales del siglo XX varios regímenes comunistas, como la China 7 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO-­‐EUROPA ANTES DE 1800: Población y Recursos de Mao Zedong (no, precisamente, la posterior) o la Rumania de Nicolae Ceaucescu promovían activas políticas natalistas con el argumento de que la fortaleza de una nación venía dada por el número de sus hombres (es decir, de sus soldados). Pero si esto era tan obvio, ¿por que con anterioridad a Malthus nadie parece haberse preocupado por la limitación que los recursos naturales imponen al crecimiento demográfico? Podemos imaginar algunas explicaciones de corte sociológico sobre la base de hechos que iremos viendo. En primer lugar, la coincidencia de las etapas de prosperidad material con las de expansión demográfica, y de crisis con las de descenso demográfico. Sería inevitable concluir que lo “bueno” era que creciera la población, y que sólo habría que preocuparse cuando esto no sucediera. Una segunda explicación se encuentra en la ideología político-­‐económica de Europa antes de la industrialización, el mercantilismo, que no difiere demasiado de otros esquemas en Asia. El mercantilismo llamaba a la fortaleza del Estado y el Ejército como base para la prosperidad de la nación. Hasta la Edad Moderna el número de soldados fue, si no el único, sí el principal factor a la hora decidir el resultado de una batalla; y, por tanto, también la grandeza del Estado y la prosperidad de la nación. El que ésta tuviera muchos hombres implicaba que tendría muchos soldados. Pero quizás la clave de la tardía aparición del maltusianismo se encuentre en algo mucho más obvio: había poca gente. Hoy en día la densidad de población en Europa es de 70 habitantes por kilómetro cuadrado (hab/km2); pero en tiempos de Ricardo rondaría los 20 hab/km2; y durante la Edad Media podría estar en torno a 5 hab/km2 (todo ello dependiendo de lo que se entienda por “Europa”; es decir, de qué pedazo de las estepas rusas se considere como tal). Para muchos La Tierra era un gran e inexplorado planeta puesto a disposición de los seres humanos para ser conquistado y cultivado. Ya lo decía el Antiguo Testamento (Gen. 1, 28): “creced y multiplicaos”. Por lo demás, el crecimiento de la población era lento, espasmódico y poco menos que imperceptible. De hecho, en algunos lugares durante mucho tiempo, como en China durante gran parte de su historia, no fue perceptible porque, simplemente, no existió. Era poco menos que una tontería especular sobre 8 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO-­‐EUROPA ANTES DE 1800: Población y Recursos los frenos preventivos o positivos cuando la gente moría tan pronto y tan fácilmente. Mathus no “apareció” tarde en la Historia; simplemente, no podía haber aparecido antes. Surgió en una nación que empezaba a estar realmente poblada, y en la que los recursos naturales empezaban a escasear. De hecho, la extracción masiva de carbón mineral, que comenzó poco más o menos en su generación, fue una consecuencia de la deforestación de Gran Bretaña; es decir, de la escasez de carbón vegetal. Ciertamente, con anterioridad situaciones de carestía se habían sufrido en otros lugares; pero normalmente se habían resuelto con la búsqueda y explotación de nuevos recursos, a veces combinada con una reducción drástica de la población por guerras o epidemias. Sólo en la Inglaterra de finales del XVIII se dieron las circunstancias demográficas y culturales que posibilitaron la aparición de un escritor como Malthus; que, por cierto, cosechó un notable éxito de ventas. 9 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO-­‐EUROPA ANTES DE 1800: Población y Recursos 1.2 LAS VARIACIONES EN LA DENSIDAD DE POBLACIÓN Ahora bien: si la población era tan pequeña y había tantas tierras vírgenes, ¿por qué era tan lento el crecimiento demográfico? ¿Acaso no había recursos suficientes para alimentar a la gente? De hecho, en ocasiones el crecimiento demográfico sí era explosivo. Un caso bien conocido es el de los colonos franceses del Quebec. La mayoría de la población francoparlante de esa provincia canadiense, unos siete millones de personas, son descendientes de 3.380 franceses, poco más de un cuarto de los 12.000 inmigrantes llegados antes de 1680, y que no volvieron a Francia o murieron sin descendencia. Hacia 1780 en Quebec vivían 132.000 francocanadienses; y sólo una parte muy pequeña eran nuevos inmigrantes (aparte de los anteriores hasta 1800 sólo llegaron al Quebec poco más de 10.000 franceses, y la mayor parte en el período final). Por tanto, en un siglo la población inicial se había multiplicado por once; y si contamos únicamente a los que realmente tuvieron hijos, por 39. Esto significa que en esas cuatro generaciones, y como promedio, cada mujer quebequoise tuvo 3,1 hijas que llegaron a la edad fértil. Es decir, al menos 6,2 hijos (varones y hembras). Aunque en realidad serían 7, 8, 9 o más hijos, pues era poco menos que inevitable que varios niños murieran antes de alcanzar la madurez. Esto sí es crecimiento geométrico, e incluso supera el experimento mental de Malthus. Pero aún hay más. La vida en el Quebec del siglo XVIII no era fácil. En Montreal la temperatura media anual es de 6,1 grados centígrados (y probablemente era menos en esa época). Sólo existía algún comercio con la lejana Francia, de modo que muchas comodidades eran inaccesibles porque su precio era prohibitivo. Cosas que hoy encontramos normales para protegernos del frío, como ventanas con cristales, eran pequeños lujos en la misma Europa; no digamos en Canadá. Además, el territorio ni estaba deshabitado ni libre de disputas. Hasta 1759 los colonos tuvieron que hacer frente tanto a los indios iroqueses como al Imperio Británico. Ese año la Union Jack se izó en esta ‘Nueva Francia’, lo que generó aún más problemas a la población quebecoise. De hecho, otras colonias francesas del Canadá fueron destruidas. Aún pasó bastante tiempo hasta que 10 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO-­‐EUROPA ANTES DE 1800: Población y Recursos aquellos colonos fueron considerados como súbditos (que no ciudadanos) normales. Pese a todas las dificultades, los quebecoises salieron adelante, y hoy son la cuarta parte de todos los canadienses. La cuestión es por qué su historia no es la norma sino la excepción. Es decir, por qué históricamente las poblaciones humanas han crecido de forma sosegada, cuando lo han hecho. Una pista sobre lo sucedido nos la proporciona la comparación con la población nativa. Los colonos franceses no llegaron a un territorio vacío. Había tribus indias desde hacía varios miles de años. Podría suponerse que el crecimiento de la población europea se logró mediante la depredación de los recursos naturales de la región, lo que implicaba el exterminio de los nativos. Pero no fue así, o no lo fue durante un largo período inicial. Aún sin disponer de cifras realmente aceptables, lo que se puede afirmar con seguridad sobre los indios de aquella parte de América es que apenas consumían recursos porque eran muy pocos. Una de las últimas estimaciones (que revisa al alza las anteriores) sitúa la población total de indios de Estados Unidos y Canadá en poco más de cuatro millones de personas; y eso antes de la llegada de los europeos y la introducción de numerosas enfermedades que diezmaron la población. Lógicamente, la mayor parte vivían en las zonas cálidas próximas al Golfo de México, donde el clima es benigno y la biosfera es rica. En el Norte, en el frío Quebec, antes de la llegada de los europeos podrían vivir unos 50.000 indios; y bastantes menos en el siglo XVIII como consecuencia de la propagación de la viruela y otras enfermedades. Es decir, 20 o 30 años después de la fundación de la colonia de Montreal probablemente ya había más quebecoises que iroqueses. Y aún más importante: los primeros ocupaban un territorio mucho más pequeño que los segundos. Casi todos los franceses vivían alrededor de Montreal, mientras que los indios se repartían en pequeñas comunidades por todo el territorio. Por tanto, apenas competían unos con otros en la utilización de los recursos del país. Precisamente por eso los primeros asentamientos de los europeos (y no sólo de los franceses) en Norteamérica no fueron conflictivos. Esas relaciones cordiales, a menudo basadas en el comercio de pieles, son el origen (o uno de los orígenes) del muy popular Día de Acción de Gracias de los Estados Unidos. 11 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO-­‐EUROPA ANTES DE 1800: Población y Recursos Pero esto nos lleva a otra cuestión. Si los indios fueron los primeros en llegar a América, y si disponían de tantos recursos, ¿por qué al cabo de varios miles de años seguían siendo tan pocos? Sencillamente porque la forma en la que obtenían alimentos exigía mucho espacio. Desde una perspectiva alimenticia, los iroqueses como muchos otros indios de Norteamérica, eran “oportunistas”. Es decir, no tenían una actividad económica principal, sino varias que practicaban con más o menos dedicación según la época del año o el lugar en el que se asentaban (a menudo, temporalmente). Conocían cierta horticultura, recogían frutos del bosque, cazaban, pescaban e incluso obtenían alimentos del intercambio. Hicieran lo que hiciesen, no eran grandes agricultores. No cultivaban extensos campos de trigo como los europeos, o maizales como los aztecas. Por eso mismo, el daño que causaban al medio ambiente era muy reducido; pero también por eso eran muy pocos. Desde una perspectiva ecológica no cabe duda de que los “buenos” eran los indios. Pero esto no es un curso de Ecología ni una película (moderna) del Oeste. Esto es un curso sobre la gran divergencia, en el que el “éxito” (si se puede hablar de éxito) viene determinado por el tamaño de la población y sus condiciones de vida. En este sentido, los indios iroqueses son un rotundo “fracaso”. Nótese que, desde una perspectiva maltusiana o neomaltusiana no estaban menos condicionados que los quebecoises. Al final, todos se enfrentaban a unos recursos limitados y unos rendimientos decrecientes. La diferencia estaba en que, por mor de progreso tecnológico –la agricultura– los indios tenían un techo demográfico mucho más bajo que los franceses. La desigual distribución de la población en el Canadá francés hacia 1700 no era una situación extraña en el resto del continente. En gran parte, esto era debido a las diferencias en los modos en los que la gente obtenía su alimento. Donde la población vivía de la caza, la pesca, la recolección de alimentos, la ganadería o algún modo sencillo de agricultura, como la roza, la productividad por unidad de superficie era muy pequeña, y en consecuencia lo era también la densidad demográfica. Lo contrario sucedía en los lugares en los que se practicaba una agricultura más o menos intensiva. Pero las diferencias dentro de cada grupo eran, a su vez, muy considerables, hasta el punto de que la densidad 12 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO-­‐EUROPA ANTES DE 1800: Población y Recursos de población en comunidades “primitivas” pero favorecidas por el clima podía ser mayor que entre comunidades “modernas” pero ubicadas en un entorno hostil. De todas las condiciones adversas para el ser humano la falta de agua y el frío son las más perjudiciales. Por supuesto, la excesiva humedad y el calor intenso no generan un ambiente óptimo, pero no son un impedimento para la existencia de comunidades densas. De hecho, al día de hoy los países más cálidos, algunos de ellos muy húmedos, son los más poblados, como Vietnam. Las regiones muy frías o muy secas son muy extensas. Una tercera parte de la superficie terrestre (excluida la Antártida) está formada por territorios extremadamente fríos o extremadamente secos, en los que la vida humana es muy difícil. Las comunidades humanas que viven en esos territorios son pequeñas; pero no necesariamente indefensas. De hecho, las mayores campañas de conquista en los últimos siglos han sido dirigidas precisamente por pueblos originarios de esos lugares: mongoles, turcos, manchúes, árabes… Pese a la insignificancia de su número, esas comunidades pudieron resistir la presión de los pueblos civilizados por dos motivos: contaban con una retaguardia segura en sus estepas y desiertos, y contaban con caballos, lo que les permitía movilizar enormes hordas de jinetes y desplazarlas a cualquier sitio. Por supuesto, también era necesario adiestrar a esos jinetes con una disposición de carácter que casa muy mal con el mito roussoniano del “buen salvaje”: el saqueo de 1258 de Bagdad por los mongoles costó la vida a un número de bagdadíes que casi con toda seguridad superaría el de los propios mongoles en toda Asia. En aquellas regiones en las que no hacía un frío extremo y había agua en abundancia la densidad demográfica no era tan baja, aunque no existiera una agricultura moderna. Hoy en día hay pocas regiones en el mundo en las que concurren estas circunstancias, pues la población indígena o bien ha sido diezmada, o ha adoptado modos de cultivos modernos. Así pues, quedan pocos testimonios vivos de ese modo de vida, por lo que es difícil hacerse una idea de cuantas personas podrían estar viviendo en esos lugares hace 500 o 1.000 años. No obstante, las estimaciones realizadas sugieren cifras más elevadas de lo que anteriormente se creía (o, quizás, la práctica agrícola estaba más 13 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO-­‐EUROPA ANTES DE 1800: Población y Recursos desarrollada de lo que se pensaba). Por ejemplo, en Centroamérica (sin México) y el Caribe es posible que poco antes de la llegada de los españoles vivieran unos 12 millones de indios en unos dos millones de km2. Esto supone una densidad de población bastante más elevada de lo que se creía, unos 6 hab/km2 (de todos modos, los cálculos son muy groseros, por lo que estas cifras podrían ser revisadas a la baja). Esto vendría a ser unas 30 veces más que la densidad de población del conjunto de Canadá y Estados Unidos, donde sólo vivían cuatro millones de indios en un territorio mucho mayor. Sin embargo, la población en las zonas de agricultura avanzada era bastante más elevada que en estas regiones. Por ejemplo, el Imperio azteca, que en su apogeo sólo cubría una parte de la región centro-­‐
meridional de México, no más de 250.000 km2. En él vivían unos 15 millones de personas (y otros cinco en el resto de México) de modo que la densidad de población rondaría los 60 hab/km2. Esto vendría a ser unas diez veces la densidad de población del Caribe y, por tanto, unas 300 veces la densidad de población de Canadá y Estados Unidos. Aún podrían reconocerse zonas incluso más pobladas, como los valles de los ríos Nilo, Ganges o Perla en distintos períodos. A largo plazo, el crecimiento de la población ha venido determinado por la ocupación de nuevas tierras y la extensión de modos más eficientes para obtener alimentos. Obviamente, lo uno está relacionado con lo otro. La necesidad de tierras libres para un indio del Canadá era incomparablemente mayor que para un azteca. Sustituir unas técnicas por otras, por ejemplo, dar el salto de la caza a la agricultura, comporta un crecimiento de la comunidad, pues más gente puede vivir en el mismo espacio. Sin embargo, muy a menudo no es posible introducir esas nuevas técnicas. Hay muchos lugares donde la agricultura no es posible por las condiciones de clima o suelo, de modo que sólo cabe vivir del pastoreo o de sistemas de cultivo muy extensivos. Por otro lado, las técnicas de cultivo más intensivas, y que permiten una mayor densidad de población, sólo se pueden aplicar en una parte relativamente pequeña del planeta. Es lo que sucede con los sistemas de regadío por gravedad, pero también con muchas técnicas de cultivo inventadas en épocas más cercanas. Por ejemplo, el sistema de alternancia de cultivos e implementación de la 14 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO-­‐EUROPA ANTES DE 1800: Población y Recursos ganadería que, de forma genérica, llamamos Norfolk system sólo podía emplearse en unos pocos países de clima templado y pluviosidad uniformemente repartida a lo largo del año. En definitiva, la existencia de variaciones tan grandes en la densidad de población responde, en parte, a la imposibilidad de aplicar mejores técnicas de cultivo o ganaderas. Por otro lado, incluso cuando es factible la introducción de esas nuevas técnicas, la población nativa puede mostrarse indiferente u hostil. Por eso, muy a menudo la extensión de la agricultura ha tenido su origen en la migración de pueblos agricultores sobre terrenos anteriormente ocupados por pueblos nómadas, cuya densidad de población era muy inferior. A menudo, este proceso vino acompañado del desplazamiento o exterminio de esa población nativa. Por ejemplo, los pigmeos, bosquimanos, hotentotes y otras tribus fueron relegadas a las regiones marginales de África, como selvas y desiertos, ante la avalancha de agricultores bantúes. Los recién llegados no sólo eran más numerosos; además, tenían una estructura social y económica más compleja, lo que les permitía contar con soldados profesionales y herreros que fabricaban armas de metal. No obstante, y con toda su superioridad técnica, los bantúes nunca se asentaron en aquellas regiones a las que expulsaron a los otros pueblos precisamente porque allí sus técnicas agrícolas y ganaderas no les servían de nada. El único empleo que para ellos tenían la selva del Congo o el desierto de Namibia era la provisión de animales exóticos y esclavos. La ocupación de tierras no despobladas por pueblos que cuentan con una tecnología avanzada explica una parte considerable del crecimiento de la Humanidad en los últimos 2.000 años. Al igual que los bantúes en África, los europeos en América o los malayos en Indonesia fueron ocupando territorios en los que residían otros pueblos. En ocasiones estos adaptaron las nuevas tecnologías; otras veces fueron absorbidos o exterminados; y otras veces fueron expulsados a entornos en los que esas tecnologías agrícolas no eran aplicables. La población humana creció, pero lo hizo en mucha mayor medida en aquellos espacios que eran susceptibles de transformación agrícola. 15 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO-­‐EUROPA ANTES DE 1800: Población y Recursos Estos procesos se han prolongado durante mucho tiempo. Y dado que, hasta ahora, la invención de nuevas técnicas agrícolas no se ha detenido, tampoco podemos darlo por concluido. No obstante, considerando únicamente la transformación básica de un espacio natural, explotado mediante técnicas poco agresivas como la caza o la agricultura de roza, en otro dedicado permanentemente a la agricultura agrícola, el proceso parece haber concluido. Pero con diferencias muy notables en cuanto a la fecha de introducción de las nuevas técnicas y el grado de intensidad en su empleo. Algunas regiones, como los valles del Nilo y el Éufrates, poseen una agricultura muy productiva y con escaso potencial de crecimiento intensivo (hasta tiempos recientes) desde hace varios milenios. De otras regiones se puede decir lo mismo pero sólo desde hace un par de siglos; por ejemplo Japón. Sin embargo, incluso en tiempos recientes la existencia de territorios con un tipo de explotación agrícola incompleto o débil era muy frecuente. Más aún: en el siglo XIX los territorios vírgenes y potencialmente roturables eran, y aún hoy en día son, muy numerosos. No sólo en ecosistemas cuyo aprovechamiento agrícola de forma permanente es muy difícil por la pobreza de los suelos, como los desiertos y (aunque parezca contradictorio) las selvas tropicales. También los espacios naturales fácilmente susceptibles de transformación agrícolas eran (y son) muy abundantes. De hecho, la idea muy americana de la “tierra de provisión” era común a muchas culturas. Así como la de “desagrado” ante la naturaleza; incluso “temor” hacia el bosque, mil veces relatado en los cuentos populares a uno y otro lado del planeta. El campo es donde vive la gente; el bosque es para las alimañas. Esta visión puede resultar incomprensible para nuestra muy idealizada visión de la naturaleza, frecuentemente construida en la comodidad de nuestros sofás ante la pantalla inerte de televisores de plasma. Pero todas las civilizaciones comparten esa misma idea de que el bosque es el mundo tenebroso que debe ser arrasado por la fuerza del hacha y del arado. Y que eso es lo mejor que podemos hacer para nuestro bienestar y el de nuestros descendientes. Esas visiones tan poco ecológicas no eran más que un vivo reflejo de la realidad cotidiana. En la India de finales del siglo XIX cada año morían unas 1.000 personas por ataques de tigres; incluso hoy en día estas desgracias suceden en algunas regiones muy remotas. Una situación como ésta sólo puede 16 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO-­‐EUROPA ANTES DE 1800: Población y Recursos explicarse por la existencia de grandes espacios naturales próximos a los lugares donde vivían los seres humanos. De hecho, según algunos historiadores esos espacios salvajes habrían sido cruciales para impedir la existencia de un poder único en la India con anterioridad a la conquista británica. Como veremos, quizás lo llamativo de todo esto es que, con todas sus alimañas, hacia 1650 o 1700 la India era el país con mayor número de habitantes del planeta. 1.3 EL HAMBRE Y LOS OTROS JINETES Al margen de las migraciones, el que una población crezca en un momento determinado sólo depende de que nazca más gente de la que muere. Otra forma más pedante de decir lo mismo es ésta: la tasa de natalidad debe ser mayor que la tasa de mortalidad; es decir, el número de nacidos vivos por cada mil habitantes debe ser mayor que el número de fallecidos por cada mil habitantes (su signo es ‰, no %). A medio o largo plazo esas tasas pueden variar de acuerdo a muchos factores. Por ejemplo, con el tiempo una comunidad que envejece verá cómo se reduce su tasa de natalidad y aumenta la de mortalidad. Pero envejecida o rejuvenecida, la comunidad crecerá si nacen más niños que viejos mueren. La parte del crecimiento demográfico que sólo se explica por la natalidad y la mortalidad –es decir, la que no incluye los movimientos migratorios– se denomina crecimiento vegetativo, y se mide por su propia tasa que es la diferencia de las dos anteriores. Se conoce como tasa de fertilidad el número de hijos vivos nacidos por cada mujer (también podría decirse por cada hombre o pareja). Obviamente, a largo plazo para que una población sea viable es necesario que esa tasa sea igual o mayor que 2. Pero en la práctica tiene que ser todavía más elevada. Para comprenderlo podemos acudir a otro concepto relacionado con el anterior, la “tasa de fertilidad de reemplazo”, que es el número de niños (y niñas) que nacen de cada mujer y que llegan a la edad fértil, la adolescencia. La idea es que no basta con tener niños; para que una sociedad continúe es necesario que, además, se hagan mayores y 17 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO-­‐EUROPA ANTES DE 1800: Población y Recursos tengan sus propios hijos. Obviamente, esta tasa depende de la tasa de mortalidad infantil, y por eso no es la misma en cada época y país. Hoy en día, en España es muy poco superior a 2, pues casi todos los niños que nacen sobreviven al cabo de 14 o 16 años. En cambio, en la Europa medieval esa misma tasa se situaría por encima de 4. Es decir, era necesario “producir” cuatro bebés para que dos llegasen a la adolescencia. Grosso modo, uno de cada cuatro hijos moría en el primer año de vida, y otro más antes de cumplir los 14. De ahí que a pesar de que las tasas de fertilidad y natalidad eran elevadas, el crecimiento vegetativo era muy pequeño. Dicho de otro modo, la tasa de mortalidad infantil era muy elevada. Esa elevada mortalidad infantil también explica la baja esperanza de vida. Esta se define como el número de años que, como promedio, una persona puede esperar vivir en un determinado momento. Cuando no se hace ninguna aclaración la esperanza de vida se refiere al momento inicial, es decir, al nacimiento. Como es lógico, con una elevada mortalidad infantil la esperanza de vida tiene que ser muy baja. Si un cuarto de los recién nacidos tienen una esperanza de vida de 0,5 años (1/2) y otro cuarto de 7 años (14/2), la esperanza de vida de la mitad de los recién nacidos será 3,75 años (7,5/2). Por mucho años que vivan los demás, la media total de la población no podría estar por encima de los 35 o 40 años. Por ejemplo, si esa mitad de la población viviera 70 años (que son muchos para las condiciones de vida de hace 200 años) la esperanza de vida estaría en 38,8 años (77,5/2). De lo anterior se colige algo sobre lo que quizás no se incide lo suficiente: quien lograba superar la adolescencia tenía una posibilidad razonable de alcanzar los 50 años o más, pues de otro modo no es siquiera concebible que la esperanza total alcance, digamos, 35 años. De hecho, los sexagenarios, septuagenarios y octogenarios no eran una rareza. La frase manida de que “en la Edad Media, quien llegaba a los 30 años ya era un viejo” es rotundamente falsa. Entonces, como ahora, a los 30 años uno estaba en la plenitud de la vida. La elevada tasa de mortalidad también explica la elevada tasa de natalidad. Planteado el problema de forma muy racional, podría decirse que si el deseo de una pareja es asegurar la supervivencia de al menos dos hijos, y si la probabilidad de muerte antes de la adolescencia es del 50%, lo 18 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO-­‐EUROPA ANTES DE 1800: Población y Recursos lógico es tener no menos de cuatro hijos, y contar con la contingencia de que mueran dos de ellos. Por supuesto, no parece probable que una pareja haga un análisis tan “frío” de sus expectativas vitales. O quizás sí. En cualquier caso, esto no es importante. Lo decisivo es que la sociedad en su conjunto imponía ese patrón de conducta. Así, el reconocimiento social de las mujeres, pero también de los hombres, venía dado por el número de hijos vivos que podían traer al mundo. En ocasiones, incluso hubo una sanción legal. En la España del Siglo de Oro se creó la figura del “hidalgo de bragueta” o “bragueteros”, con la que se reconocía una cierta condición noble a aquellos pecheros (los que “pechan”, pagan impuestos) que hubiesen tenido siete hijos varones consecutivos (o doce no consecutivos). Estos reconocimientos públicos dicen mucho sobre las preocupaciones de la sociedad; se premia a los padres que tienen muchos hijos porque en la España de entonces faltaban soldados. Más allá del caso particular de un imperio que se derrumba, las sociedades tradicionales reconocían la decisión de tener muchos hijos precisamente porque su probabilidad de supervivencia era muy baja. De este modo, una elevada tasa de natalidad es la respuesta de la sociedad ante la frecuencia de la muerte. Es la consecuencia, no la causa; la variable dependiente de una función que tiene como variable independiente a la tasa de mortalidad. Este modelo en el que las tasas de natalidad y mortalidad son muy elevadas y, por tanto, el crecimiento vegetativo es muy bajo, se conoce como “régimen demográfico antiguo”. Se denomina así por oposición al “régimen demográfico moderno” en el que sucede algo muy distinto pero con el mismo resultado: tasas de natalidad y mortalidad muy bajas con un crecimiento vegetativo igualmente bajo. El paso de un régimen demográfico antiguo a otro moderno es un proceso bien conocido y denominado “transición demográfica”. No es objeto de estudio en este curso abierto porque antes de 1800, de la Revolución industrial, no se produjo ninguna de esas transiciones. No obstante, conviene saber lo siguiente: la transición demográfica se caracteriza por un descenso no simultáneo de las dos tasas de natalidad y mortalidad. Es decir, primero desciende la tasa de mortalidad y a continuación, y como consecuencia de ello, desciende la de natalidad. 19 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO-­‐EUROPA ANTES DE 1800: Población y Recursos O dicho de otro modo: la clave está en la mortalidad; sobre todo la infantil. Es ella la que explica el lento crecimiento demográfico y la baja esperanza de vida. Pero también la elevada natalidad y su descenso. Así pues, todo pasa por la muerte (y nunca mejor dicho). Habrá que preguntarse de qué se moría la gente en las edades Media y Moderna. La respuesta ya la sabemos porque nos la contaron los jinetes de Apocalipsis. La gente moría de pestes, de guerras y de hambre. Pero es importante discriminar, pues unas monturas son más letales que otras. O para ser más explícito: la muerte por hambre, por inanición, ha sido poco frecuente en la Historia europea y mundial. En el Viejo continente los episodios de grandes y generalizadas hambrunas son infrecuentes. Probablemente la peor, tanto por su gravedad como por su extensión, fue la que se produjo entre 1315 y 1317. La catástrofe se suele relacionar con el fin del “óptimo climático medieval” que, entre otras cosas, condujo al abandono de Groenlandia por sus habitantes nórdicos. En realidad, desconocemos muchos aspectos de ese lejano episodio. Pero lo que es seguro es que, a pesar de todo, su impacto sobre la población fue incomparablemente menor que el de la Peste Negra que asoló el continente tres décadas más tarde, entre 1347 y 1350, y que se llevó la vida de una tercera parte de los europeos. Del mismo modo, cualquiera de las hambrunas que sucedieron en Europa en los siglos venideros, menos graves que la de 1315-­‐17, también fueron muchísimo menos graves que las epidemias que regularmente asolaron el continente, por ejemplo, en el siglo XVII. No hablamos de porcentajes, sino de órdenes de magnitud. Una clásica hambruna de la Baja Edad Media o de la Edad Moderna podría tener un efecto demoledor sobre una ciudad mediana o una comarca; pero mucho más limitado si se contempla la totalidad del territorio. Por ejemplo, entre 1587 y 1595 varias crisis de subsistencias redujeron la población de Bolonia y su comarca en un 18% (21% en la ciudad y 13% en el campo). Pero este fue un caso muy puntual, y el peor de la región en mucho tiempo. En muchas otras ciudades de la cuenca del Po, incluso aledañas, los incrementos en la tasa de mortalidad fueron casi imperceptibles, y en el conjunto de la región el descenso demográfico fue leve. En cambio, la peste que asoló Castilla entre 1598 y 1602 se llevó por delante al 10% de la población. Y tres décadas más tarde la que arrasó Cataluña y Valencia acabó con el 20% de sus habitantes. 20 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO-­‐EUROPA ANTES DE 1800: Población y Recursos Las causas de las hambrunas son muy reveladoras. La mayor parte estuvieron relacionadas con la guerra, como la de Finlandia a comienzos del siglo XVIII o España a comienzos del XIX. Con excepción de las nórdicas, en particular las de Finlandia (como las de 1695-­‐97 y 1866-­‐68), y probablemente también la gran hambruna de 1315-­‐17, hay otro factor común: no se produjeron por falta de alimentos sino por problemas en su distribución o “fallos de mercado”. Por supuesto, el detonante casi siempre era una mala cosecha. Pero en sí misma ésta no suele traer el hambre. Lo que realmente determina que un grupo más o menos numeroso de personas muera por inanición no es la cantidad total de alimentos, que siempre es suficiente, sino los mecanismos que permiten su adquisición por la gente. El caso más sangrante pudo ser la “crisis de la patata” de Irlanda en la década de 1840. Mientras muchos aldeanos morían de hambre en las workhouses o emigraban (si podían) hacia Estados Unidos, el país seguía exportando trigo a Gran Bretaña. La razón era simple y terrible: los ingleses podían pagar por ese grano lo que los irlandeses no podían pagar. Algo parecido, pero no del todo igual, se puede decir del hambre en el resto del mundo. La principal diferencia es que las hambrunas fuera de Europa han sido más frecuentes y han causado un número muy elevado de víctimas, sobre todo en tiempos recientes. De hecho, las grandes catástrofes alimentarias han ocurrido en la segunda mitad del siglo XX: China (1959-­‐61), Biafra (1967-­‐70), Cuerno de África (recurrentes episodios desde la década de 1970), Sahel (1968-­‐72), Bengala (1974), Corea del Norte (1996) y otras. Ciertamente, hoy en día las hambrunas son pocas y muy localizadas; casi todas en la franja de tierra africana que se extiende entre Mali y Somalia. Pero aún hay en el planeta un número considerable de personas que padecen una severa malnutrición. Con anterioridad a la segunda mitad del siglo XX hubo varias hambrunas graves. En Ucrania y Rusia (1917-­‐23 y 1932-­‐33), en el Norte de China (1898 y durante la rebelión taiping), en el Norte de Brasil (1877-­‐
1878) y, sobre todo, en la India: Bengala en 1769-­‐70, 1776-­‐77 y 1943, Delhi y alrededores en 1783-­‐84, Orissa en 1866-­‐68, el Sur en 1876-­‐78, India Occidental en 1869 y 1896-­‐98, etc. Sin embargo, antes del siglo XIX 21 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO-­‐EUROPA ANTES DE 1800: Población y Recursos hubo pocas grandes catástrofes alimentarias, y casi siempre directamente relacionadas con la guerra. Por ejemplo, las que sucedieron a las grandes invasiones de pueblos nómadas. Las hambrunas recurrentes parecen localizarse en los mismos lugares del planeta que hoy en día, como Etiopia y la India. Pero los habitantes de China o América Latina, como los de Europa, rara vez morían de hambre. Y cuando esto sucedía, aquí, como en el resto del mundo, el factor realmente decisivo no era la falta de alimentos, sino los problemas en la distribución y acceso; fallos de mercado, no de producción. Al fin, las guerras y las epidemias tenían un impacto mucho mayor sobre la población. Y es que las destrucciones de la guerra y las mortandades causadas por las epidemias también eran considerablemente mayores en Asia y América que en Europa. Veremos esto con detalle en los próximos capítulos. La conclusión de todo esto es muy obvia: en Europa como en la no-­‐
Europa las explicaciones de corte maltusiano sobre el crecimiento demográfico no son útiles porque lo que realmente frenaba éste no era la escasez de recursos, el hambre al fin, sino la enfermedad y la guerra. Además, de haber sido tan decisivas las restricciones en los recursos, las hambrunas habrían sido causadas por la incapacidad del sistema agrícola para mantener a la gente, y no por fallos de mercado. Las crisis que podrían justificar a Malthus, las recurrentes e intrínsecas al sistema, son extrañas en la Historia de la humanidad. Se perciben, quizás, en la India (no hay muchos datos para África). Y quizás mejor que en cualquier otro sitio en un país del que no se ha hecho mención porque en él nunca se produjo una hambruna verdaderamente catastrófica, Japón, en el que los mercados eran eficientes, pero en el que los recursos estaban sobreexplotados. También volveremos sobre esto. Como fuere, con tan pocas excepciones a la norma no se puede mantener un modelo. Una vez más (y van muchas) Malthus yerra. La forma en la que tradicionalmente se han venido esquivado estos hechos, con el presunto propósito de mantener la vigencia de los modelos maltusianos, ha consistido en confundir términos y relacionar causas. En fin, atribuir la gravedad de las epidemias, e incluso el estallido de las guerras, a situaciones de malnutrición más que de hambre. Sobre la inexistencia de una relación entre la guerra y el hambre, al menos desde 22 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO-­‐EUROPA ANTES DE 1800: Población y Recursos hace 500 o mil años, se pueden dar muchos contra-­‐argumentos. Pero con uno basta: quienes declaran la guerra, incluso quienes hacen la guerra, no pasan hambre. No tengo conocimiento de que Napoleón, Aurangzeb, Timur o Trajano se hayan lanzado al combate para satisfacer su gula. Sus motivos eran diferentes y, a veces, complejos. Pero el poderoso ni ve, ni le importa, ni le afecta el sufrimiento que ahí fuera del palacio. Otra cosa es que la guerra propagase el hambre y la enfermedad. Esto ocurrió muchas veces, aunque muchas otras no. En todo caso, esa relación es la contraria de la que nos interesa. La relación entre enfermedad y malnutrición es más interesante. Es cierto que algunas enfermedades epidémicas se relacionan con las condiciones del paciente, y que una mala alimentación facilita la morbilidad y mortalidad. El problema de esta hipótesis es que la mayor parte de las grandes epidemias anteriores al siglo XIX, y las más graves, fueron causadas por bacilos que nada tienen que ver con la alimentación. Una reciente clasificación de las enfermedades atendiendo a esta influencia definía como “mínima” (podría decirse “nula”) la de la peste bubónica, la viruela, la malaria y las fiebres tifoideas, entre otras. Precisamente esas cuatro enfermedades, junto al sarampión, fueron las causantes de la mayor parte de las grandes epidemias históricas. En la misma clasificación se define como “equívoca o variable” la influencia de la alimentación en otras enfermedades epidémicas que normalmente han sido menos letales, como el tifus, la gripe y la difteria. Las únicas enfermedades epidémicas importantes en las que la nutrición parece tener una influencia “clara” son el cólera, la tuberculosis, el sarampión, la lepra y la tos ferina. Las dos primeras son características de los dos últimos siglos (aunque quizás esto sea una impresión derivada de la desaparición de otras epidemias más graves). Como era de prever, el cólera aparece vinculado a las grandes hambrunas indias. En cualquier caso, sólo el sarampión, y en épocas más bien lejanas, parece haber sido una enfermedad epidémica comparable a la peste, la viruela o la malaria. No obstante, la mala alimentación sí tiene una influencia considerable sobre la morbilidad y mortalidad de enfermedades que no tienen un carácter epidémico, como las diarreas, las neumonías, los parásitos intestinales, los herpes, etc. Ahora bien; esa mortalidad infecciosa 23 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO-­‐EUROPA ANTES DE 1800: Población y Recursos relacionada con la alimentación no explica las tendencias demográficas. Sea cual fuere la causa del fallecimiento, hasta tiempos recientes en todas las sociedades del planeta la tasa de natalidad a largo plazo se situaba un poco por encima de la tasa de mortalidad (obviamente, se excluyen los períodos de grandes catástrofes provocados por la guerra, la enfermedad y, a veces, el hambre). Y es que las enfermedades no epidémicas, más o menos condicionadas por la buena o mala alimentación, tenían una incidencia constante en el conjunto de la población. Podía ser mayor en unos ecosistemas que en otros, lo que explica porque la tasa de mortalidad difería entre países y, paralelamente, también lo hacía la de natalidad. Pero precisamente por ser un mal inevitable y previsible no explica nada a largo plazo (quizás sí en el muy largo plazo). En definitiva, los movimientos de la población a largo plazo se explican por la ocurrencia de epidemias y guerras que, desafortunadamente, no son modelizables. No hay un modelo general que explique unas y otras. En el caso de la guerra jamás lo encontraremos porque ésta es, sobre todo, el campo de la irracionalidad. Incluso las guerras de invasión de los nómadas, que podríamos suponer derivadas de algún tipo escasez económica, y de la envidia, escapan a un análisis solvente. No hay ningún argumento económico especialmente convincente para explicar el inicio de las conquistas de los árabes (de Arabia) en el siglo VII o de los mongoles en el XII, salvo la extraordinaria capacidad de liderato de Mahoma y Gengis Kan. O dicho de otro modo, no existe ningún argumento convincente sobre los motivos que llevaron a esos pueblos a lanzarse a la conquista de otros países en esos siglos, y no en otros. Y que luego otros guerreros, próximos en los modos de vida pero alejados en sus zonas de origen, ocuparan su lugar en los siglos XII (almohades) o XVII (manchúes); salvo, una vez más, la aparición de un gran liderato. Lo cierto es que sabemos muy poco sobre los pueblos nómadas antes de que entraran en la Historia. Pero nada de lo que hicieron parece ni remotamente relacionado con los ciclos económicos de las civilizaciones que saquearon, ni con los suyos (si los hubiere). En cuanto a las epidemias su desencadenamiento parece poco menos que casual. De todos modos, como casi todas las enfermedades que las desataron han desaparecido como tales epidemias, y como la información 24 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO-­‐EUROPA ANTES DE 1800: Población y Recursos histórica que tenemos también es muy deficiente (en Europa se habla de “pestes” de modo genérico, no con referencia a la bubónica, precisamente porque a menudo se desconoce qué enfermedades eran), lo más probable es que muchas dudas queden sin resolver. Pero nada hace pensar que haya razones económicas de ningún tipo detrás de su aparición. Y, como hemos visto, incluso sus consecuencias son, en la mayor parte de los casos, independientes de las condiciones económicas. Así pues, ¿qué queda del maltusianismo? Desde la perspectiva de la Historia, es un modelo potencialmente utilizable en la Europa de la Baja Edad media y de la Edad moderna, un territorio intensamente humanizado; así como otros de características semejantes, como Japón. Aquí los hombres eran (relativamente) muchos y llevaban muchos siglos practicando la agricultura, de modo que se habían reducido las posibilidades de ocupación de nuevos territorios (dicho sea de paso, esto no es realmente cierto en Europa hasta tiempos muy recientes, pero dejémoslo estar). Además, en la Edad Media ese espacio reunía otra característica esencial: las tecnologías agrícolas se empleaban de forma óptima, y se desconocían o no existían técnicas nuevas que permitan un aumento de la productividad agrícola (dicho sea de paso, esto tampoco es cierto, al menos a partir de un determinado momento en una parte de Europa; pero dejémoslo estar). Debido a la confluencia de estas circunstancias, las teorías maltusianas tienen cierta utilidad y sirven para explicar imperfectamente los ciclos de precios y producciones agrícolas, lo que no deja de tener algún interés. Además, es pedagógicamente muy interesante para los estudios de Economía. Pero si de lo que se trata es de la gente, de explicar las grandes tendencias de la población, de escribir la Historia económica tal y como se define la Historia económica; o simplemente, de escribir la Historia, es decir, en el largo plazo, el maltusianismo es inútil. 25 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO-­‐EUROPA ANTES DE 1800: Población y Recursos CONCLUSIÓN Con cierta sorna, un historiador económico decía que los trabajos sobre demografía histórica comienzan con Malthus, continúan con Malthus, y terminan con Malthus. Siendo una broma, hay mucho de cierto. Y dice muy poco sobre nuestra profesión. Mutatis mutandis, la situación recuerda, por oposición, al éter de la teoría de la luz de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Ciertamente, se escribió mucho sobre esa misteriosa sustancia. Pero desde el momento en el que Michelson y Morley construyeron el interferómetro, y Einstein publicó su Teoría especial de la relatividad, nadie volvió a acordarse del éter, y quedó relegado a los libros de la Historia de la Ciencia, que es donde debe estar. Me gustaría que sucediera lo mismo con Malthus, y que de una vez por todas le “echásemos siete llaves a ese sepulcro”. Con ello no trato de decir que las cuestiones demográficas no sean importantes. Todo lo contrario: son las más importantes porque la Historia Económica no trata de dinero, intereses o constructos mentales, sino de gente. Y las personas nacen, se reproducen y mueren. El problema del esquema propuesto por Malthus es que no responde a la realidad histórica, o es inútil, o las dos cosas a la vez. Su visión de una Humanidad constreñida por la falta de alimentos y la incapacidad de controlar sus impulsos sexuales, y condenada una y otra vez a la miseria y el hambre, no se corresponde con lo que ha venido sucediendo en los últimos siglos. Pero entonces, ¿por qué no “enterramos” de una vez este “cadáver”? A mi juicio, porque no tenemos nada mejor que ofrecer. Somos como los borrachos que buscan las llaves de su casa debajo de una farola sabiendo que no las han perdido ahí, pero consolados por el hecho de que ahí hay luz para buscarlas. Claro que quizás se puedan contar historias interesantes con un mínimo rigor y sin necesidad de recurrir a modelos ilusorios. Es lo que trataré de hacer en los próximos capítulos. 26 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 LA GRAN DIVERGENCIA. LA NO-­‐EUROPA ANTES DE 1800: Población y Recursos RECURSOS BIBLIOGRÁFICOS • Jones, Eric Lionel, 1994: El milagro europeo, Alianza • Livi-­‐Bacci, Massimo, 1990: Historia mínima de la población mundial, Crítica. • Malthus, Robert, 1803: An Essay on the Principle of Population • O’Grada, Cormac, 2009: Famine, a short history. Princeton University Press. • Rotberg, Robert I. y Rabb, Theodore K., (comp), 1990: El hambre en la Historia, Siglo XXI • Sen, Amartya, 1982: Poverty and famines. Oxford University Press. • Thornton, Russell, 1987: American Indian Holocaust and Survival: A Population History Since 1492. University of Oklahoma Press. 27 RAFAEL BARQUÍN GIL (Economía Aplicada e Historia Económica. UNED) | UNED 2014 
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