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Nº 11 - febrero 2011
Educar al esfuerzo
Cómo incrementar el esfuerzo y la autosuperación
Hubo una vez cuatro semillas amigas que llevadas por el viento fueron a parar a un pequeño claro de la
selva. Allí quedaron ocultas en el suelo, esperando la mejor ocasión para desarrollarse y convertirse en un
precioso árbol.
Pero cuando la primera de aquellas semillas comenzó a germinar, descubrieron que no sería tarea fácil.
Precisamente en aquel pequeño claro vivía un grupo de monos, y los más pequeños se divertían arrojando
plátanos a cualquier planta que vieran crecer. De esa forma se divertían, aprendían a lanzar plátanos, y
mantenían el claro libre de vegetación.
Aquella primera semilla se llevó un platanazo de tal calibre, que quedó casi partida por la mitad. Y cuando
contó a las demás amigas su desgracia, todas estuvieron de acuerdo en que lo mejor sería esperar sin crecer
a que aquel grupo de monos cambiara su residencia.
Todas, menos una, que pensaba que al menos debía intentarlo. Y cuando lo intentó, recibió su platanazo,
que la dejó doblada por la mitad. Las demás semillas su unieron para pedirle que dejara de intentarlo, pero
aquella semillita estaba completamente decidida a convertirse en un árbol, y una y otra vez volvía a
intentar crecer. Con cada nueva ocasión, los pequeños monos pudieron ajustar un poco más su puntería
gracias a nuestra pequeña plantita, que volvía a quedar doblada.
Pero la semillita no se rindió. Con cada nuevo platanazo lo intentaba con más fuerza, a pesar de que sus
compañeras le suplicaban que dejase de hacerlo y esperase a que no hubiera peligro. Y así, durante días,
semanas y meses, la plantita sufrió el ataque de los monos que trataban de parar su crecimiento,
doblándola siempre por la mitad. Sólo algunos días conseguía evitar todos los plátanos, pero al día
siguiente, algún otro mono acertaba, y todo volvía a empezar.
Hasta que un día no se dobló. Recibió un platanazo, y luego otro, y luego otro más, y con ninguno de ellos
llegó a doblarse la joven planta. Y es que había recibido tantos golpes, y se había doblado tantas veces, que
estaba llena de duros nudos y cicatrices que la hacían crecer y desarrollarse más fuertemente que el resto
de semillas. Así, su fino tronco se fue haciendo más grueso y resistente, hasta superar el impacto de un
plátano. Y para entonces, era ya tan fuerte, que los pequeños monos no pudieron tampoco arrancar la
plantita con las manos. Y allí continuó, creciendo, creciendo y creciendo.
Y, gracias a la extraordinaria fuerza de su tronco, pudo seguir superando todas las dificultades, hasta
convertirse en el más majestuoso árbol de la selva. Mientras, sus compañeras seguían ocultas en el suelo. Y
seguían como siempre, esperando que aquellos terroríficos monos abandonaran el lugar, sin saber que
precisamente esos monos eran los únicos capaces de fortalecer sus troncos a base de platanazos, para
prepararlos para todos los problemas que encontrarían durante su crecimiento. Pedro Pablo Sacristán
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Hoy día oímos hablar mucho del esfuerzo, de la
necesidad de esforzarse para conseguir algo en la
vida. Sin embargo, la sociedad del bienestar y el
consumo nos está vendiendo la idea contraria a la
necesidad de esfuerzo. Parece que la comodidad y
el confort se pueden alcanzar sin trabajo e incluso
que estén reñidos con él. Esta idea supone un coste
que afecta de forma especial a los niños y jóvenes.
Desde esta premisa ¿Cómo podemos inculcar el
esfuerzo en los niños? Como dice el filósofo J. A.
Marina: “Los castigos suelen ser eficaces para
evitar conductas, no para fomentarlas, por eso no
es probable que castigar encerrando a un niño en
su cuarto le anime a estudiar si no le gusta
hacerlo.”
Premios singulares: los premios hacen que las
conductas premiadas tiendan a repetirse siempre
que tengan que ver con los deseos, necesidades o
aspiraciones del niño. Por eso son muy personales y
lo que puede ser un premio para un niño puede no
serlo para otro. Pero, en general, podemos
dividirlos todos en tres grupos: poder hacer cosas
que quieren (comprar golosinas, ver televisión,
tener un juguete), ser elogiado por las personas que
le importen y disfrutar con la conciencia de su
propia capacidad.
Observamos que los niños presentan una muy baja
capacidad para soportar esfuerzos. Incapacidad que
supone consecuencias muy negativas para la
persona como sentimientos de impotencia y
conformismo; la no valoración de las cosas y,
consecuentemente, la incapacidad de disfrutar de
ellas o la falta de entusiasmo.
Lo que pretendemos en este artículo es analizar
someramente qué entendemos por esfuerzo, cuáles
son las variables humanas que están íntimamente
unidas y qué podemos hacer como padres y
educadores para inculcar el valor del esfuerzo y la
autosuperación en los hijos.
En la educación para el esfuerzo deben intervenir
estos tres tipos de premios, pero en su debido
orden. Fomentar en el niño el
sentimiento de su propia
capacidad es tal vez lo más
importante y útil, porque todos
queremos sentirnos eficaces, ser
conscientes de nuestra pericia.
Para comprenderlo, basta ver el
tiempo y la energía que
derrochan jugando con las
consolas. Es una competición
con ellos mismos. No quieren
vencer a nadie, sino solo ganar,
hacerlo bien, ser brillantes.
Padres y maestros debemos
esforzarnos en presentar las
tareas en forma de metas cuya
realización el propio niño puede controlar.
“Premios, cambio de creencias
y, en menor medida, los
castigos son, a juicio del
profesor Marina, las tres
grandes herramientas para
educar a los niños en el
esfuerzo: una tarea en la que
padres y educadores debemos
asumir el papel de entrenadores
para enseñarles que, muchas
veces, hay que hacer cosas
desagradables para alcanzar la
meta deseada.”
“Mi hijo se cansa enseguida de todo”. “¿Qué hago
con mi hija que es muy inteligente, pero que no se
esfuerza nada?”. “No sé cómo conseguir que Carlos
estudie, o que Paula recoja la ropa sucia”. “Parece
que han nacido cansados”. Los educadores oímos
con frecuencia estas quejas de los padres, a las que
sigue siempre una pregunta: “¿Qué puedo hacer?”.
Es complicado dar una respuesta general, porque
cada niño y cada familia tiene características y
expectativas diferentes acerca de lo que desean que
sus hijos hagan por si solos. Un niño puede ser
incapaz de esforzarse en aquello que no le gusta
pero ser obstinado en hacer lo que le apetece. Casi
todos vamos sabiendo que los métodos educativos
no producen unos efectos mecánicamente
determinados. No podemos decir “si usted se
comporta…, su hijo reaccionará haciendo….”. Lo
que sí que podemos hacer es incrementar la
probabilidad de que nuestro hijo se comporte de la
manera que queremos. Este es el fin de la
pedagogía y de las técnicas educativas.
Adquisición de hábitos y sentido del deber:
cuando este procedimiento no funcione, porque las
tareas sean inevitablemente monótonas o
aburridas, los padres pueden utilizar un segundo
tipo de premios –el elogio, la valoración o la
amenaza de un ligero rechazo– para conseguir que
el niño adquiera hábitos adecuados.
Uno de esos hábitos, que también ha desaparecido
del mundo educativo, es el hábito de cumplir con el
compromiso, con el deber adquirido. Parece
ridículo que haya que recordar a los padres y
educadores que después de explicar a los niños las
razones de por qué tienen que hacer una cosa, al
final pueden añadir, sin suponer que están
atentando contra algún derecho humano o que
están siendo dictadores: “Y además tienes que
hacerlo porque es, tu compromiso, como el mío es
cuidarte o llegar puntual al trabajo”.
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El sentido del deber debe ser un hábito inculcado
desde la infancia. Una parte importante de la
educación consiste en saber que hay que hacer
cosas aunque no se tenga ganas de hacerlas. El niño
tiene que saber además que su deber es pensar las
cosas por sí mismo, juzgarlas y evaluarlas, no
dejarse llevar por lo que dicen sus amigos, tratar
de ser justo, defender sus opiniones y estar
dispuesto a cambiarlas si comprende que están
equivocadas. Sólo de este modo conseguiremos
adultos responsables y con capacidad de
autodirección.
Regalos y propinas: existe un tercer tipo de
premios; el más inmediato y material, el que
permite al niño tener o hacer algo que quiere: los
regalos, las propinas, etc. Estos premios, también
necesarios, deben ser dosificados. No sirve para
nada intentar “comprar” cada uno de los esfuerzos
de los niños. Deben servir únicamente para
completar o fortalecer los otros procedimientos.
problemas que son capaces de resolver, sabiendo
que cuentan con el apoyo emocional de sus padres
pero que, en realidad, son ellos los protagonistas.
Aplazar la recompensa: dentro de estas
creencias básicas que hay que cambiar hay una que
tiene gran influencia educativa. Hemos de enseñar
a “aplazar la recompensa”. Los niños necesitan
saber que muchas veces hay que hacer cosas
desagradables para conseguir una meta agradable,
y que mantener el esfuerzo durante el trayecto
puede ser duro. Fomentar hábitos como el ahorro,
el entrenamiento deportivo o cualquier aprendizaje
encaminado a conseguir metas a largo plazo, es una
buena forma de hacerlo.
Cuando los niños son pequeños, las motivaciones
vendrán dadas por las recompensas externas, la
valoración social y la atracción de la actividad
asociada al juego (motivación extrínseca). Poco a
poco se les irá enseñando a desarrollar
motivaciones relacionadas con la experiencia del
orgullo que sigue al éxito conseguido y al placer que
conlleva la realización de la tarea en sí misma
(motivación intrínseca). La motivación intrínseca
es aquella que permite hacer algo porque se está
interesado directamente en hacerlo y no por otra
razón. Contamos con algunos recursos para
desarrollar la motivación intrínseca: desde el
campo intelectual, curiosidad y desafío, y desde el
emocional, el placer y autoconocimiento.
Comentábamos al principio que la tercera
herramienta para educar –es decir, para aumentar
la
probabilidad
de
que
se
produzcan
comportamientos correctos– es cambiar las
creencias. ¿A qué nos referimos en el caso concreto
del esfuerzo? Consideramos “esfuerzo” la
realización de una acción que resulta molesta por la
energía que exige, porque resulta desagradable,
porque rompe la inercia o porque impide hacer otra
cosa más agradable. La psicología ha descubierto
que cada cultura, incluso cada familia, tiene unas
creencias precisas acerca del nivel de molestias
soportables, y que estas creencias determinan, de
hecho, lo que se soporta o no se soporta.
La combinación de voluntad y motivación necesita
ser “regada” por una abundante dosis de alegría,
ilusión, cariño y ejemplo.
Un buen medio para fortalecer la voluntad consiste
en seguir una DISCIPLINA y una exigencia. Por
ejemplo, ateniéndose a unas normas de convivencia
en casa, en el colegio...
Está claro que los niños nacidos en un ambiente
rural, que tenían que trabajar ayudando a sus
padres desde edades muy tempranas, desarrollaban
una capacidad de esfuerzo y de sacrificio mucho
mayor que los niños de las clases urbanas
acomodadas.
Es muy difícil que convenzamos al niño de que
tiene que esforzarse si al
mismo
tiempo
le
acostumbramos a no
soportar ninguna
molestia. Ahora
sabemos
que
desde
edades
tempranas, una
de las tareas
más
importantes de
padres
y
educadores es la
de ayudar al niño
a soportar niveles
cada vez mayores de
tensión.
Deben
aprender a resolver los
Por eso ayudan los juegos y deportes: en ellos
deberán observar unas reglas elementales que les
creen hábitos de disciplina: horarios de
entrenamiento, obedecer al entrenador, cuidar de
su material, etc.
ALGUNAS PALABRAS MÁGICAS…
RESPONSABILIDAD: es muy importante que
los niños sean conscientes de que cada miembro de
la familia debe tener sus responsabilidades tanto
personales como familiares, y para ello los padres
deben ser el ejemplo a seguir.
No le podemos exigir a un hijo que tenga ordenada
su ropa cuando los padres no lo hacen con la suya,
o no podemos pretender que viva la puntualidad
cuando el niño ve como su padre sale todos los días
tarde para ir al trabajo.
Educar en la responsabilidad consiste en ayudar y
enseñar a los niños a asumir sus errores, a rectificar
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si es necesario, y sobre todo a cumplir con las
obligaciones y compromisos.
Es muy importante que los padres no confundan la
responsabilidad con la obediencia, ya que si los
niños actúan solamente por obediencia acabarán
convirtiéndose en niños sumisos.
Conviene que pregunten, que pidan aclaraciones,
que se quejen, y de esta forma los padres tendrán la
oportunidad de enseñarles el valor de hacer
determinadas cosas.
PARTICIPACIÓN: desde que los niños son muy
pequeños se les debe implicar en las tareas de casa.
Se le deben dar responsabilidades muy pequeñas,
como por ejemplo poner las servilletas en la mesa,
recoger los juguetes, respetar los horarios, cumplir
los compromisos (sí el niño ha decidido practicar
un deporte debe ser consecuente con la decisión y
respetar los días de entrenamiento, los horarios y
las dificultades que eso conlleva).
Las tareas deben tener una dificultad moderada y
progresiva, y sobre todo adecuarlas a la edad y
capacidad del niño.
SER MODELOS: lo primero que debemos hacer
los padres es enseñar a los hijos lo que esperamos
de ellos, ser muy claros a la hora de exponer lo que
deseamos obtener y lo que no.
No debemos esperar de un niño que haga algo que
aún no ha aprendido (a veces los niños no
distinguen la forma correcta de hacer las cosas de la
incorrecta). Para ello es muy importante mostrarle
los pasos que se deben seguir para que el niño haga
lo que pretendemos. Por ejemplo si queremos que
el niño se vista solo habrá que enseñarle como
hacerlo.
ELOGIO: felicitarles y elogiarles por sus pequeños
logros, hacerles ver lo importante de llevar a cabo
sus responsabilidades y, en caso de que se
equivoque se les debe animar y enseñar la forma
correcta de hacerlo. Los padres deben explicar el
porqué de esos errores y enseñarles la forma
adecuada de hacer las cosas.
Y RECUERDE: Los padres nunca deben
responsabilizarse de las tareas que los hijos deben
cumplir, se les puede ayudar, orientar, asesorar,
pero nunca deben asumir esas responsabilidades de
forma que el niño se desentienda. ¡SUERTE EN LA
TAREA!
ESFUERZO EN POSITIVO: la mejor herencia
que los padres pueden dejar a los hijos es dotarles
de la capacidad de valerse por si mismos, de
enfrentarse a las dificultades, de conocer el valor de
las cosas, etc.
Por consiguiente, los padres deben presentar el
esfuerzo como algo positivo y no como una carga o
una desgracia. Los niños deben ver el esfuerzo
como algo natural, como un medio para conseguir
una meta.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA:
MARINA, J.A. “El misterio de la voluntad perdida”
SAVATER, F. “El Valor de Educar”
Artículos: "¿Para aprender hay que esforzarse?" T. López y
Rosa Mª en " Comunicación y colaboración con las familias
para promover el esfuerzo escolar de sus hijos" en Aula de
Innovación Educativa, nº 120. Dª. Trinidad Aparicio Pérez
sobre el esfuerzo.
ESTILO EDUCATIVO DE D. BOSCO
Don Bosco educa con la alegría, con el juego y el deporte, con
la música y el canto, con el teatro y la declamación, con los
paseos y las excursiones, con el esfuerzo del estudio y con
la preparación al trabajo, con la verdad y la solidaridad. Evita
la represión y los castigos, procura orientar la libertad de los
jóvenes hacia los valores humanos y cristianos.
Don Bosco cree: en la razón, pide controlar los ímpetus de la
ira, confía en el dialogo con los educadores, defiende un uso de
la autoridad que lleve a la persuasión, reconoce los limites de
la razón junto al amor y la fe. Finalmente, Don Bosco educa
confiando en la fe de Jesús y en su Evangelio. Celebra los sacramentos, cultiva la catequesis,
favorece los grupos de servicio apostólico entre los jóvenes. Cree en la santidad como meta para la
vida de los cristianos y de los jóvenes.
Don Bosco procuraba formar a los jóvenes para que llegasen a ser buenos cristianos y
honrados ciudadanos.
Ambiente de Escuelas - Equipo de Orientadores/as de la Inspectoría Santa Teresa – Hijas de Mª Auxiliadora – Salesianas Madrid
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