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El Combate de Jobal
Al anochecer del 29 de julio, al
día siguiente del término de las
acciones contra el Batallón 11 de
Sánchez Mosquera, llegué con
250 hombres a las posiciones
de Camilo en la loma de La Llorosa. Nunca antes en toda
la guerra se habían reunido tantos combatientes rebeldes. Desde Providencia bajaron conmigo las fuerzas de
Guillermo García y Lalo Sardiñas —ascendidos por orden
mía desde el 23 de julio, junto con Ramón Paz, al grado
de comandante—, así como los hombres de Daniel, a
quien se había subordinado la tropa que comandaba Paz,
y las escuadras al mando de los capitanes Pinares, Calixto
García, Huber Matos y Eddy Suñol, y de los tenientes Hugo
del Río, William Gálvez, Félix Duque, El Vaquerito y otros.
Mi intención inicial era atacar el refuerzo que trataría
de apoyar la salida de la tropa sitiada en las Vegas. Pero
al conocer el desenlace de las acciones de ese día, decidí
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entonces tomar las disposiciones necesarias para proseguir de inmediato a la captura y destrucción de la tropa
enemiga situada en Arroyón.
En este sentido, mi preocupación inmediata era
conocer si el Che había llegado por fin a algún tipo de
entendimiento con el jefe de esa tropa, el comandante
Armando González Finalé. Al recibir la noticia de que no
se había llegado a ningún acuerdo, nuestras manos quedaban libres para preparar la operación destinada a liquidar aquella fuerza enemiga, que actuaba en el exterior del
cerco de las Vegas de Jibacoa.
Esa misma noche distribuí los hombres que traía y los
envié a sus respectivas posiciones. Guillermo y Lalo, con 130
hombres y una bazuca, debían ubicarse en la zona de Cuatro
Caminos, a media distancia entre Cerro Pelado y Arroyón.
Allí su misión sería contener y rechazar cualquier refuerzo
procedente del Cerro o de Estrada Palma que intentara acudir en apoyo del Batallón 23, una vez que este fuese atacado.
Teníamos noticias de que una numerosa fuerza enemiga
había llegado a Estrada Palma, obviamente, con la intención de socorrer a las tropas de Arroyón y Las Mercedes.
Guillermo ubicó a su gente en la falda de la loma de Los Popa,
mientras Lalo distribuyó sus hombres en la loma de Estrella
Bello. Desde allí dominaban el camino que sale del Cerro
hacia Arroyón, por donde debía pasar el refuerzo.
Por su parte, Daniel recibió la encomienda de preparar
una fuerte emboscada en algún punto escogido por él entre
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Arroyón y Cuatro Caminos. Su misión sería detener la salida del Batallón 23 de Arroyón. Yo estaba convencido de
que el intento de escapatoria de esta tropa sería el próximo
paso del Ejército en su ya derrotada ofensiva. En todo caso,
de no producirse este movimiento, Daniel avanzaría al día
siguiente sobre la posición enemiga, mientras Camilo atacaría desde El Mango y La Llorosa por la retaguardia. En
cualquiera de las dos variantes, la victoria estaba asegurada.
Para esta parte de la operación, Daniel contaba con
unos 120 hombres, pues se le habían sumado, entre otras,
las fuerzas de Pinares y las escuadras de Hugo del Río,
William Gálvez y Calixto García. Poco después del amanecer, Daniel decidió finalmente disponer su emboscada
en Jobal (mapa p.828), en un punto donde el camino de
Arroyón baja a una pequeña cañada y cruza el arroyo del
mismo nombre. Colocó una mina en el cruce del arroyo y
distribuyó a sus hombres a lo largo del firmecito que se extiende del otro lado de la cañada. Los combatientes apenas
tuvieron tiempo de preparar unas cuantas trincheras poco
profundas. El terreno en que se encontraban era casi llano,
con predominio de potreros y solo algunos cayitos aislados
de monte.
A pocos metros del camino, sobre la línea misma de la
emboscada rebelde, estaba la casa del campesino Porfirio
Enríquez, quien junto a su esposa recibió con amabilidad
a los combatientes y les brindó café —hoy el rústico banco de madera sobre el que se sentó Daniel a tomar café
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se conserva en el pequeño museo de Las Mercedes—.
Cuando el matrimonio campesino supo que en breve habría un combate, tranquilamente escondieron sus pocas
pertenencias en el monte, se despidieron de los rebeldes
y marcharon en busca de un refugio seguro.
Estando en la casa de Porfirio Enríquez, Daniel recibió un mensaje con el aviso de que Lalo y Guillermo se
habían retirado de sus posiciones en vista de la rendición
del enemigo en las Vegas, y se movían rumbo al alto de
El Espejo. De inmediato, Daniel decidió enviar a Pinares
con 40 hombres a cubrir el camino que viene de Estrada
Palma para proteger su retaguardia. Pero poco después de
la salida de Pinares llegó otro mensaje en el que le informaba de mi orden a Lalo y a Guillermo para que ocuparan
nuevamente sus posiciones, y Daniel mandó a buscar de
regreso a Pinares.
“Esto es el final de Batista”, apunté en un mensaje
que envié a Lalo y a Guillermo en la madrugada del día 30,
cuando ya ellos estaban en camino. En el mismo mensaje
les ratificaba las instrucciones que llevaban, e informaba
que el resto de los hombres que habían llegado conmigo
estaban siendo situados en la loma de La Herradura, como
parte del cerco que, al mismo tiempo, estaba organizando
contra la tropa estacionada en Las Mercedes.
En la mañana del 30 de julio le envié a Celia, quien había permanecido en La Plata, un extenso mensaje en el que
le comunicaba de las disposiciones tomadas y le agregué:
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Aunque tenía muchas ganas de ir esta madrugada
a las Vegas para disfrutar el placer de verla otra vez
en nuestras manos, bajé con los hombres que traía
para distribuirlos más abajo de Arroyones y en el
firme de la Herradura, frente a las Mercedes para
tratar de que no escapen las tropas que quedan.
Los hombres nuestros han realizado un esfuerzo
extraordinario; han estado de batalla en batalla
por espacio de cinco semanas consecutivas. Es
increíble lo que han resistido.
Me imagino tú tendrás deseos también de bajar
a las Vegas, si yo puedo llegaré hasta allí por la noche o la madrugada.
Tengo la sensación de que todo concluirá
pronto y en medio de la alegría por las victorias
que son la culminación de tantos sacrificios y esfuerzos, me siento triste.
Tal y como yo había previsto, la fuerza enemiga en
Arroyón inició esa misma mañana el movimiento en dirección
al Cerro y Estrada Palma. A esta tropa se le había sumado
un refuerzo procedente de Las Mercedes. Al frente venía el
comandante Roberto Barragán. En la vanguardia, marchaba
la Compañía 84 del Batallón 21, al mando del capitán Bonilla
León. A continuación, las Compañías 91 y 93 del Batallón 19,
con una tanqueta T-17; al parecer, estas fuerzas habían
reforzado días antes al Batallón 17 en Las Mercedes. Cubría
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la retaguardia de la larga columna el Batallón 23 del comandante Armando González Finalé. La tropa marchaba acompañada por una tanqueta T-17, una batería de cuatro obuses
de 75 milímetros y una batería de morteros.
Cerca de las 11:30 de la mañana, la punta de vanguardia
de la columna alcanzó el cruce del arroyo de Jobal (mapa
p. 828). La mina colocada en el lugar no explotó. Daniel
ordenó tirar y se inició el combate. La vanguardia enemiga fue sorprendida por los disparos de los fusiles rebeldes
y de la ametralladora 30 —manejada por Orlando Avilés—
que desde el inicio causaron las primeras bajas enemigas.
Transcurrida una media hora, los rebeldes advirtieron que
el volumen de fuego enemigo disminuía, lo que aprovecharon para exhortar a los guardias a la rendición.
Daniel ordenó un alto al fuego y con un grupo de combatientes salvó la distancia que lo separaba del camino.
Desde allí pudieron observar que de los 32 hombres que
componían la punta de vanguardia, solo uno estaba en pie,
aunque con las piernas heridas; los demás se encontraban
muertos o heridos graves, entre ellos un teniente. Daniel
dispuso que algunos combatientes trasladaran a los heridos
hasta la casita junto al camino, y con el resto de los hombres
comenzó a avanzar temerariamente hacia el grueso de la
tropa enemiga, que no cesaba de disparar. Lograron avanzar
unos 100 metros hasta el rancho donde vivía el campesino
Manuel Rodríguez. Daniel decidió emplazar junto al rancho
la ametralladora 30 y un fusil automático Browning.
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La aparente disminución del fuego enemigo fue
debido a que el comandante Finalé había ordenado
desplegar su batería de obuses a unos 500 metros apenas de las posiciones rebeldes. La artillería comenzó
entonces un fuego directo sobre nuestras líneas. En el
aire, la aviación ametralló y bombardeó con insistencia. Esa tarde participaron en la mortífera descarga de
bombas, cohetes y balas calibre 50 sobre las posiciones
rebeldes, dos bombarderos B-26, dos cazas F-47 y dos
cazas a reacción T-33.
Mientras tanto, el Batallón 20, al mando del capitán
Caridad Fernández —el asesino de Manzanillo, culpable,
entre muchos otros crímenes, del asesinato de Juan Manuel
Márquez a raíz del desembarco del Granma—, había salido
del Cerro en auxilio de la tropa de Arroyón, pero poco después caía en la emboscada dispuesta en Cuatro Caminos
por las fuerzas de Guillermo y Lalo. Tras un intenso combate,
fue contenido el avance de este refuerzo, que poco después
se retiró.
En Jobal (mapa p.828), los rebeldes siguieron combatiendo con energía y lograron detener la retirada de la
tropa del Ejército, a pesar de la lluvia de proyectiles de
obuses calibre 75 que caía sobre sus posiciones.
Desde el mismo borde delantero de la línea rebelde,
protegido malamente por la pared de yaguas del rancho
de Manuel Rodríguez, Daniel disparó y animó sin cesar a
los hombres a su alrededor. Una parte de sus compañeros
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estaba compuesta por santiagueros procedentes de las
filas clandestinas de esa ciudad, de quienes Daniel había
sido también el comandante en la lucha del llano, y quienes le profesaban una especial admiración por la forma
brillante en que asumió la dirección del Movimiento 26
de Julio y la lucha en Santiago después del asesinato de
Frank País, justo un año atrás, el 30 de julio de 1957.
Un obús enemigo impactó directamente sobre el
rancho donde estaba ubicado Daniel. La explosión no lo
mató al instante, pero fueron tan graves las heridas y tan
fuerte la hemorragia interna que el heroico jefe guerrillero quedó exánime. El obús hirió también de gravedad a
Orlando Avilés. Los dos combatientes fueron retirados por
sus compañeros hacia una cañada. Entretanto, se corrió
la voz, con timbres de angustia, entre las filas rebeldes:
“Han matado al comandante. Han matado al comandante”.
La aparente muerte de Daniel, su querido jefe, provocó el desconcierto entre los rebeldes. El fuego contra
el enemigo mermó. Algunos comenzaron, incluso, a
retirarse; otros, entre ellos Pinares, Fernando Vecino y
Rigoberto Fernández, conocido como Rigo Montañés, repuestos rápidamente, trataron de reorganizar la resistencia rebelde. Pinares vociferó a pleno pulmón para inyectar
nuevos ánimos a los abatidos combatientes.
Los gritos sobre la muerte del líder rebelde fueron escuchados en las líneas enemigas, lo cual indujo al jefe de
la tropa a redoblar el esfuerzo por escapar. Esto, más el
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debilitamiento general de la resistencia, provocó, al cabo,
que los guardias lograran flanquear las posiciones rebeldes
y consiguieran proseguir su retirada en dirección a Cerro
Pelado. Ante la superioridad del enemigo, lo descubierto
de su posición y la situación de desaliento creada entre
las filas rebeldes, Pinares ordenó la retirada.
Después del combate contra el refuerzo, Lalo y Gui­
llermo replegaron sus posiciones hacia la loma de Estrella
Bello, y el enemigo pudo completar su ya desorganizada
retirada, no sin antes sufrir nuevas bajas.
El cuerpo casi sin vida de Daniel fue llevado a la casa
de Antonio Estrada, en El Hormiguero, desde donde de
inmediato se mandó a buscar un médico rebelde a las
Vegas de Jibacoa. El Che, seguido por Sergio del Valle, bajó
a la carrera desde las Vegas al conocer la noticia. Pero ya
no había nada que hacer, y Daniel expiró finalmente a
las 6:00 de esa misma tarde.
Como consecuencia directa de su muerte, no se logró el objetivo de copar y destruir la tropa enemiga de
Arroyón. No obstante, se alcanzó el propósito estratégico
de la operación, que era desalojar a esa tropa de su posición y liberar ese vasto sector de la premontaña. El enemigo sufrió no menos de 20 muertos y 17 heridos. Otra de
sus unidades quedaba diezmada y desmoralizada.
La batería de obuses estuvo a punto de caer en nuestras manos, en el parte de guerra redactado por mí y leído
por Radio Rebelde, el 1ro. de agosto, se comunicaba lo
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siguiente con relación al Combate de Jobal y la muerte
de Daniel:
A las 4 de la tarde nuestras fuerzas volvieron a hacer
contacto con la tropa enemiga en plena retirada,
ocasionándole nuevas bajas, en la acción de ese
día, murió cuando avanzaba al frente de sus hombres el Comandante Rebelde René Ramos, Daniel,
como se le conocía clandestinamente, Secretario
de acción además, del Ejecutivo del Movimiento
26 de Julio, que perdió así en combate un valioso
compañero más, cuya muerte, al año exacto de
haber caído su antecesor en el cargo, Frank País,
constituye una pérdida sensible para nuestra organización y nuestro Ejército; pero al revés de
Frank País, Daniel no cayó asesinado inerme, murió
con el arma al brazo en el campo de batalla, y ello
es un consuelo en medio del dolor.
En un mensaje que le envié al Che el 31 de julio, le decía:
Ayer por la noche no me moví porque físicamente
no podía más y el resto de la gente estaban por el
estilo. Creo además, que la gente está rindiendo
mucho menos que días anteriores [como] consecuencia del agotamiento general y de la muerte
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de distintos oficiales. La de Daniel ayer frustró los
mejores frutos de la emboscada.
Al día siguiente del Combate de Jobal me trasladé a
un alto contiguo al aserrío de los hermanos González, en
Jobal Arriba. Uno de ellos, Luis González, había establecido contacto días antes con nosotros, y manifestado su
disposición a colaborar. En ese lugar decidí instalar mi
puesto de mando mientras durase la última operación
que nos quedaba por realizar: el cerco al Batallón 17 en
Las Mercedes.
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