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FUNDACIÓN
TOMÁS
MORO
CARTAS SOBRE “HUMANISMO Y POLÍTICA”
18ª Carta: Humanismo y raíces cristianas de Europa.
Querido amigo:
Una de las comunidades internacionales a las que España pertenece y en la que se
encuentra plenamente integrada es la Comunidad Europea, ahora denominada Unión
Europea.
La idea de una Europa unida ha sido especialmente querida y valorada en la historia
del pensamiento humanista, y a ella aludieron en sus libros o escritos muchos
humanistas con mayor o menor concreción.
Pero es en 1958 cuando se dan los primeros pasos que han conducido a lo largo de
estos años a la realidad europea que vivimos, con sus importantes logros y sus
carencias, con sus crisis y sus desarrollos, con sus avances y con sus estancamientos.
Fue en los primeros años del siglo XXI cuando surgió la idea de elaborar una
Constitución para Europa al igual que la tienen los Estados miembros y que sustituyera
a todos los Tratados que desde aquel año de 1958 se había ido aprobando. Y en este
proyecto fallido se pretendió introducir en su preámbulo una mención a “las raíces
cristianas de Europa”. Esta pretensión desató una gran polémica que determino la no
inclusión de la mención.
Esta polémica, con independencia de su resultado, tiene el valor de mostrar hasta
qué punto el laicismo militante tiene capacidad de negar las evidencias históricas, y
merece, por ello, que le dediquemos atención en esta carta.
Que Europa tiene raíces cristianas, y no musulmanas o judías, y que el cristianismo
contribuyó a la formación de Europa como el continente más desarrollado política,
social y económicamente, es algo indiscutible. Los valores de respeto a la persona y a
sus derechos fundamentales, y la concepción de la libertad del ciudadano como base del
sistema político, forman parte del acervo que el cristianismo aportó desde los primeros
siglos de la era cristiana. La “romanidad” fue sustituida por la “Universitas
Christiana”, como “comunidad”, o se hablaba de la “República Christiana”, como
forma de Gobierno.
Si por raíces de Europa entendemos todo aquello que se hunde en los diez o doce
primeros siglos de nuestra era (el tronco llegaría hasta el siglo XX, y las ramas serían
las conquistas actuales), es incontestable que lo que ha quedado como pensamiento que
ha configurado Europa, y además de plena actualidad, es el pensamiento cristiano.
Así San Benito enseñó que “la libertad nace del cumplimiento del deber en la
verdad”; que “el trabajo es siempre honorable si se encamina al bien común”; y que
era posible un esquema de vida basado en el ritmo de los tres tiempos:“ora, labora et
studia”. Ideas no solo aplicables a los monjes benedictinos sino a cualquier persona de
nuestro tiempo. San Gregorio habló por primera vez de la plena dignidad que reviste la
naturaleza humana. Más cercano a nosotros, San Isidoro de Sevilla, autor de unas
“Etimologías” (especie de primera enciclopedia del saber de entonces), valoraba los
conocimientos no en su aspecto meramente funcional o utilitario, su utilidad material,
sino como medio de crecimiento del hombre, de ser más personalmente. A la antigua
politeia griega sucedió una “ciudadanía de Dios” formulada por San Agustín. En
Europa surgió por obra del cristianismo, la idea de indivudualidad, esto es, de persona.
La aportación cristiana en las raíces europeas de la historia del pensamiento es
abrumadora. Bastaría asomarse, simplemente, a la obra escrita Clemente Romano,
Irineo de Lyón, San Basílio, Hilario de Poitiers, Eusebio de Vercelli, San Ambrosio,
Máximo de Turín, Paulino de Nola, San Agustín, León Magno, Boecio y Casiodoro,
Benito de Nursia, Dionísio Aeropagita, Gregorio Magno, San Columbano o el ya citado
San Isidoro, por solo mencionar a algunos.
¿Quieres algunos ejemplos concretos de lo que Europa debe al cristianismo, entre
otros muchos? La opción por la libertad frente al determinismo; la distinción entre el
respeto debido al matrimonio y el debido al celibato; la diferencia entre un prestamo
legal y otro usurario; el reconomiento de la propiedad como derecho individual sujeto a
limitaciones; los que creen en la normalidad del matrimonio y en la anormalidad de la
poligamia o las uniones de hecho o entre homosexuales; la condena del ataque frente a
la justificación de la legitima defensa; la distinción entre adorar estatuas y venerar lo
que representan. El escritor inglés Chesterton los recordaba hace ochenta años.
Y un último testimonio, querido amigo. En la reciente Constitución de Polonia de
1997, no se ha tenido reparo en reconocer en su preámbulo que: “… Nosotros, la
Nación polaca, todos los ciudadanos de la República, los que creen en Dios como
fuente de verdad, justicia, y belleza, y los que no comparten esa fe, pero respetan esos
valores universales, que surgen de otras fuentes; iguales en derechos y obligaciones en
relación con el bién común de Polonia, reconociendo a nuestros antepasados su trabajo
y esfuerzo para conseguir la independencia con gran sacrificio, y para nuestra cultura
enraizada en la herencia cristiana de nuestra Nación y en los valores humanos
universales…”
Recibe un cordial abrazo de
Fernando Díez Moreno
Vicepresidente de la Fundación Tomás Moro
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