Las ideas políticas de la Ilustración nacieron a fines del siglo XVII en

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HISTORIA, GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES/ 8º Básico
LECTURA: PENSAMIENTO POLÍTICO DE LA ILUSTRACIÓN
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Las ideas políticas de la Ilustración nacieron a fines del siglo XVII en Inglaterra y posteriormente
fueron profundizadas por autores franceses. En general, estos pensadores criticaron el sistema
político existente y desarrollaron nuevas concepciones políticas y sociales.
Sus afirmaciones más importantes se refieren a la limitación del poder de los reyes, la división de
los poderes públicos y a la igualdad de derechos y libertad de los ciudadanos.
John Locke. (1652 – 1704)
Filósofo y pensador político inglés. Es autor de obras como
Ensayos sobre la ley de la naturaleza, Ensayo sobre el
entendimiento humano, Dos tratados sobre el gobierno civil.
Locke afirmaba que todo conocimiento se basa en la
experiencia. Asimismo afirmaba que el alma humana es una
hoja en blanco (“tabula rasa”) y que los sentidos proporcionan
las experiencias que permiten conocer la realidad.
En materia política, defendió la Gloriosa revolución inglesa de
1688, ya que defendía la idea de que todos los hombres
poseen por naturaleza los mismos derechos. También
planteaba que el poder político no debía ser ejercido por una
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sola persona, sino que debía estar dividido. Defendía la
elección libre de los representantes del pueblo, quienes debían acordar las leyes. Además
afirmaba que era legítimo que el pueblo se levantara en una revolución contra el gobernante que
no cumplía las leyes
1
Dos tratados sobre el gobierno civil: 1690.
“En su consecuencia, siempre que cierto número de hombres se unen en sociedad renunciando
cada uno de ellos al poder de ejecutar la ley natural, cediéndolo a la comunidad, entonces y sólo
entonces se constituye una sociedad política o civil. Este hecho se produce siempre que cierto
número de hombres que vivían en el estado de naturaleza se asocian para formar un pueblo, un
cuerpo político, sometido a un gobierno supremo, o cuando alguien se adhiere y se incorpora a
cualquier gobierno ya constituido. Por ese hecho autoriza a la sociedad o, lo que es lo mismo, a su
poder legislativo, para hacer las leyes en su nombre según convenga al bien público o de la
sociedad, y para ejecutarlas siempre que se requiera su propia asistencia (como si se tratase de
decisiones propias suyas). Eso es lo que saca al hombre de un estado de naturaleza y lo coloca
dentro de una sociedad civil, es decir, el hecho de establecer en este mundo un juez con autoridad
para decidir todas las disputas, y reparar todos los daños que pueda sufrir un miembro cualquiera
de la misma. Ese juez es el poder legislativo, o lo son los magistrados que él señale. Siempre que
encontremos a cierto número de hombres, asociados entre pero sin disponer de ese poder decisivo
a quien apelar, podemos decir que siguen en estado de naturaleza.
Resulta, pues, evidente que la monarquía absoluta, a la que ciertas personas consideran como el
único gobierno del mundo, es en realidad incompatible con la sociedad civil, y por ello no puede ni
siquiera constituirse como una forma de poder civil. La finalidad de la sociedad civil es evitar y
remediar los inconvenientes del estado de naturaleza, que se producen forzosamente cuando cada
hombre es juez de su propio caso (...). Allí donde existen personas que no disponen de esa
autoridad a quien recurrir para que decida en el acto las diferencias que surgen entre ellas, esas
personas siguen viviendo en un estado de naturaleza. Y esa situación se encuentran, frente a
frente, el rey absoluto y todos aquellos que están sometidos a su régimen.
Al partirse del supuesto de que ese príncipe absoluto reúne en sí mismo el poder legislativo y el
poder ejecutivo sin participación de nadie, no existe juez ni manera de apelar a nadie capaz de
decidir con justicia e imparcialidad, y con autoridad para sentenciar, o que pueda remediar o
compensar cualquier atropello o daño que ese príncipe haya causado, por sí mismo, o por orden
suya. Ese hombre, lleve el título que lleve, zar, gran señor o el que sea, se encuentra en estado de
naturaleza con sus súbditos como con el resto del género humano. Allí donde existen dos hombres
que carecen de una ley fija y de un juez común al que apelar en este mundo, para que decida en
las disputas sobre el derecho que surjan entre ellos, los tales hombres siguen viviendo en estado
de naturaleza y bajo todos los inconvenientes del mismo.”
2
Montesquieu (1689 – 1755)
Pensador francés, considerado el fundador de la sociología
francesa.
Cercano a la mentalidad de los enciclopedistas, sin embargo, no
cree en el progreso.
Muy joven publicó las Cartas persas, en las que criticó las
instituciones y costumbres de su patria.
Su obra más importante es El espíritu de las leyes. Plantea que
las leyes son «las relaciones necesarias que derivan de la
naturaleza de las cosas» y agrega que las leyes son relaciones
cuyo espíritu hay que determinar.
Desarrolló en esta obra la teoría de la división de los poderes: los
poderes ejecutivo, legislativo y judicial debían ser independientes
para evitar todo tipo de abuso de poder. Cabe señalar que esta
doctrina de la separación de poderes se ha convertido en un
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dogma político.
Para él la igualdad absoluta no pasa de ser un sueño y por eso la libertad política consiste
esencialmente en la seguridad contra la arbitrariedad y seguridad en el conocimiento e
interpretación de las leyes.
El espíritu de las leyes. 1748.
“En cada Estado hay tres clases de poderes: el legislativo, el ejecutivo de las cosas pertenecientes
al derecho de gentes, y el ejecutivo de las que pertenecen al civil.
Por el primero, el príncipe o el magistrado hace las leyes para cierto tiempo o para siempre, y
corrige o deroga las que están hechas. Por el segundo, hace la paz o la guerra, envía o recibe
embajadores, establece la seguridad y previene las invasiones; y por el tercero, castiga los
crímenes o decide las contiendas de los particulares. Este último se llamará poder judicial; y el otro,
simplemente, poder ejecutivo del Estado (...).
Cuando los poderes legislativo y ejecutivo se hallan reunidos en una misma persona o corporación,
entonces no hay libertad, porque es de temer que el monarca o el senado hagan leyes tiránicas
para ejecutarlas del mismo modo.
Así sucede también cuando el poder judicial no está separado del poder legislativo y del ejecutivo.
Estando unido al primero, el imperio sobre la vida y la libertad de los ciudadanos sería arbitrario,
por ser uno mismo el juez y el legislador y, estando unido al segundo, sería tiránico, por cuanto
gozaría el juez de la fuerza misma que un agresor.
En el Estado en que un hombre solo, o una sola corporación de próceres, o de nobles, o del pueblo
administrase los tres poderes, y tuviese la facultad de hacer las leyes, de ejecutar las resoluciones
públicas y de juzgar los crímenes y contiendas de los particulares, todo se perdería enteramente.”
3
Voltaire (1694 – 1778)
Escritor francés. Su principal obra es Cartas filosóficas, en la
cual expone la teoría de Locke y el régimen liberal inglés,
atacando al mismo tiempo la autoridad absoluta del rey de
Francia. Por esto se le considera como uno de los críticos más
duros del Antiguo Régimen.
Planteaba además, la necesidad de suprimir los privilegios de
la censura, de la arbitrariedad y el despotismo. Era partidario
de la monarquía, pero limitada por los derechos de los
ciudadanos, asistida por las luces de la razón y marcada por
una amplia tolerancia religiosa.
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En el campo de la historia, reaccionó contra la mera historia
política y militar y se empeñó en crear un nuevo tipo de
historia, una historia cultural que él llamó “filosofía de la historia”.
Participa plenamente de la Ilustración deísta: admite la existencia de Dios y un vago sentido de la
providencia, pero no una religiosidad en sentido verdadero y propio.
Cartas filosóficas. 1734.
“La nación inglesa es la única sobre la tierra que ha conseguido regular el poder de los reyes
enfrentándose a ellos y que, con constantes esfuerzos, ha podido finalmente establecer un sabio
gobierno en el que el príncipe, todopoderoso para hacer el bien, está limitado para hacer el mal; en
el que los señores son grandes sin insolencia y sin vasallos; y en el que el pueblo comparte el
gobierno sin desorden. La Cámara de los Pares (de los Lores) y la de los Comunes son los árbitros
de la nación, y el rey es el árbitro supremo. No ha sido fácil establecer la libertad en Inglaterra; el
ídolo del poder despótico ha sido ahogado en sangre, pero los ingleses creen no haber pagado
demasiado por sus leyes. Las demás naciones no han derramado menos sangre que ellos, pero
esta sangre que han vertido por la causa de su libertad no ha hecho más que cimentar su
servidumbre.” (…)
“En Francia, un noble es muy superior a un negociante. Yo no sé sin embargo quién es más útil a
un Estado; el señor bien engalanado que sabe con precisión a qué hora se levanta el rey, y que se
da aires de grandeza, o un negociante que enriquece a su país, da órdenes en El Cairo, y
contribuye a la felicidad del mundo.”
4
Jean-Jacques Rousseau (1712 – 1778)
Filósofo, literato, pedagogo y pensador político suizo.
Entre sus obras más importantes se cuentan, la novela La nueva
Eloísa, el tratado sobre pedagogía, Emilio y el ensayo político El
Contrato Social.
Estaba convencido de que hombre es bueno por naturaleza y
que lo la sociedad injusta y la civilización corrupta lo han
pervertido.
La principal característica de su obra es el contraste entre los que
llama hombre natural y hombre artificial: «Todo es bueno cuando
sale de las manos del Autor de las cosas; todo degenera entre
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las manos del hombre». Su obra es por ello, una crítica de la
civilización y, sobre todo, del estilo de civilización europea impuesto por el racionalismo abstracto.
Además critica a la sociedad en general, y concretamente a la sociedad francesa de su época.
En materia política planteaba que el progreso consiste en un retorno a los orígenes, a la
Naturaleza.
En El Contrato Social describe un modelo de comunidad en el cual cada individuo obedece, no a
una voluntad particular extraña, sino a una voluntad general, que reconoce como propia, y, por
tanto, a sí mismo. Enseña que el poder político debía ser ejercido por el pueblo que era el único y
verdadero soberano. Los gobernantes eran sólo mandatarios que debían cumplir los mandatos del
pueblo soberano. Planteaba que el único sistema político en que todos eran libres e iguales era la
democracia.
El Contrato Social. 1762.
“Por tanto, si se aparta del pacto social lo que no pertenece a su esencia, encontraremos que se
reduce a los términos siguientes: cada uno de nosotros pone en común su persona y todo su poder
bajo la suprema dirección de la voluntad general; y nosotros recibimos corporativamente a cada
miembro como parte indivisible del todo (...).
No siendo la soberanía más que el ejercicio de la voluntad general, jamás puede enajenarse, y el
Soberano, que no es más que un ser colectivo, no puede ser representado más que por sí mismo
(...).
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¿Qué es, pues, el gobierno? Un cuerpo intermediario establecido entre los súbditos y el Soberano
para su mutua correspondencia (...) De suerte que en el instante en que el gobierno usurpa la
soberanía, el pacto social queda roto, y todos los simples ciudadanos, vueltos de derecho a su
libertad natural, son forzados, pero no obligados, a obedecer. (...)
La soberanía no puede estar representada, por la misma razón por la que no puede ser enajenada;
consiste esencialmente en la voluntad general, y la voluntad no se representa; es la misma o es
otra; no hay término medio. Los diputados del pueblo no son, pues, ni pueden ser sus
representantes, no son más que sus mandatarios; no pueden concluir nada definitivamente. Toda
ley no ratificada por el pueblo en persona es nula; no es una ley. (…)
Si se busca en qué consiste el bien más preciado de todos, que ha de ser objeto de toda
legislación, se encontrará que todo se reduce a dos cuestiones principales: la libertad y la igualdad,
sin la cual la libertad no puede existir.
Renunciar a la libertad es renunciar a ser hombre, a los derechos y a los deberes de la humanidad.
La verdadera igualdad no reside en el hecho de que la riqueza sea absolutamente la misma para
todos, sino que ningún ciudadano sea tan rico como para poder comprar a otro y que no sea tan
pobre como para verse forzado a venderse. Esta igualdad, se dice, no puede existir en la práctica.
Pero si el abuso es inevitable, ¿quiere eso decir que hemos de renunciar forzosamente a
regularlo? Como, precisamente, la fuerza de las cosas tiende siempre a destruir la igualdad, hay
que hacer que la fuerza de la legislación tienda siempre a mantenerla.”
Elaborado por: Ester Vial.
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