UNA ELECCIÓN BIPOLAR Martín Paredes «Qué maravilloso es ser don nadie» Alan García en RPP. El pánico se apoderó de millones de personas el pasado 8 de abril a las cuatro de la tarde, cuando los canales de televisión lanzaron sus «flash»: Alejandro Toledo: 36%; Alan García: 25%. El caballo hizo jaque y una compungida Lourdes Flores fue la primera en sacar la cara. Tenía un punto menos que García y se le notaba cansada. Quizá pensó: «Gracias, papá». En el piso 19 del Hotel Sheraton, búnker de Perú Posible, se vivía una tormenta perfecta de nervios y desesperanza. Alan madrugó a todos. ¿A qué Apu habría ahora que conjurar? Al día siguiente subió el dólar y la Bolsa de Valores cayó -respetando la ley de la gravedad económica-, los bonos Brady se depreciaron, el riesgo-país subió y eso se llamó el «efecto Alan». Los correos electrónicos fueron bombardeados de mensajes tipo «¿Recuerdas cuánto costaba un Sublime en 1990?», o «Mi mamá se fue al mercado con una carretilla de intis». Como una película de terror capítulo dos, la pesadilla regresaba por voluntad popular. Alan sonreía con cachita; estaba feliz. Y si es cierto que en política se muere muchas veces, éste fue para él su domingo de resurrección. ...PERO SIGO SIENDO EL REY Y cuando muchos pensaron que Alan García cumpliría el vallejiano me moriré en París con aguacero -y no me corro-, regresó a Lima el 27 de enero, directo a la Plaza San Martín, su primer mitin después de 9 años de exilio, para recitar a Calderón: «¿qué es la vida?, una ilusión», a Chocano y, ya más terrenal, puso temas calientes en debate: el alto costo de las tarifas públicas, las altas tasas de interés bancario, el banco agrario, los derechos laborales. Le robó el show al cholo. Otra vez el verbo torrencial. Música celestial para multitudes pauperizadas. Luego vinieron las poses de divo para los fotógrafos, su ángulo más bacán, ese mechón coquetón sobre la frente, su monocromático terno: nuestro Julio Iglesias de la política. Las encuestas le daban entonces un 11% nacional de intención de voto; algunos apristas sacaban su carné de las catacumbas, regresaban a la Casa del Pueblo. Pero Alan, apellidado Perú, ya no era aquel mozallón mesiánico de 36 años sin pasado negro -«leyenda negra», según él-, intempestivo, imprudente, soberbio, nocturno motociclista de la carretera perdida. Ahora es un hombre de «edad madura», un galán otoñal, algo obeso, aún sin canas y reencauchado políticamente. Y ya tenía 15% nacional. Mítines a todo trapo: el sólido norte, el tembleque sur, el centro, la selva. Alan Perú estaba por todos lados en busca del voto perdido. Ofrecía de todo según el público -su idioma es el populismo sin reservas-, pedía una segunda oportunidad, hacía un sospechoso mea culpa por el «descontrol monetario» (eufemismo para emisión inorgánica, hiperinflación, dólar MUC, subsidios, etc.) de su gobierno. Alan Perú pasó prácticamente por todos los medios de comunicación haciendo tibias autocríticas a su gobierno, explicando que aquéllos fueron errores de juventud, equivocaciones, en fin, de un muchacho rozagante e inexperto embriagado por la megalomanía del poder. Aquí no pasó nada, señores. Volvió para pedir justicia social («he regresado al país para hacer justicia y hacer retroceder a los abusivos»), realizar un gobierno socialdemócrata, políticamente correcto, casi virginal, más prudente, un presidente para todos los peruanos, un futuro diferente, como en 1985. La gran pregunta que se hicieron todos los optimistas fue: ¿habrá cambiado Alan? «Yo no quiero eximirme de mi responsabilidad», le dijo a César Lévano en Caretas. Pero, ¿cuánta responsabilidad está dispuesto a aceptar? Hay que reconocer que Alan Perú ha hecho una brillante campaña. Vino con la única intención de limpiar su imagen y ahora está en segunda vuelta. El aprismo -querámoslo o no- volvió a ser un fenómeno de masas y el APRA, un partido organizado y disciplinado. Alan es un típico producto aprista, clase media barranquina, criollazo; un aprista clásico, a decir de Julio Cotler. Es decir, un político profesional curtido en debates, que maneja situaciones, organizador de masas, pero también un manipulador clientelista, voluntarista, 2 mesiánico. Los mismos rasgos políticos de Fujimori: aquél que cree haber nacido para salvar al Perú. Sin embargo, nadie le puede menospreciar ese poder de seducción, de hechizo verbal, esa ilusión de taumaturgo. En gran parte su discurso estuvo orientado a la juventud. Y allí encontró terreno fértil, si tenemos en cuenta que el 21% de los electores (3'161,873) tienen entre 18 y 26 años. Sin duda, García ensayó con buenos resultados un discurso conciliador, prudente, mientras los otros candidatos se sacaban la piel. Digamos que la tuvo fácil. Se hizo a un lado y ganó puntos. Realizó una campaña corta, intensa y con poco desgaste. Nadie lo confrontó. Mario Vargas Llosa ha escrito en El País que la principal explicación al 25% de García se debe a la falta de memoria histórica de los peruanos, atacados por una peste de amnesia y masoquismo. El Washington Post editorializó también en ese sentido. Habría que pensar también en la precariedad de las instituciones políticas destrozadas por diez años de fujimorismo. Alan Perú parió a Fujimori, y ahora el posfujimorismo es el caldo de cultivo para el repunte de García. Con la ayuda de Expreso, sin duda. Ahora se hace llamar presidente de la concertación, palabra cuyo copyright lo tiene Alfonso Grados Bertorini y está acompañado nuevamente por su pandilla del 85-90, los muchachos malos de la economía heterodoxa. Sus spots han demostrado que se puede pasar a segunda vuelta, además de disparar promesas, cantando a dúo con el zambo Cavero. Otro cantar fue el petardo lanzado por Jaime Bayly al hacer público el diagnóstico de «esquizofrenia maniacodepresiva» hecho a Alan García en 1979. Éste reaccionó rápidamente afirmando que sólo se trató de un severo estado depresivo que superó con dos pastillas de Valium y que nunca tomó litio. Hay quienes afirman que su depresión fue comparable con la ocurrida en Wall Street en 1929. Lo cierto es que algo raro debe suceder en el cerebro de cualquiera que quiera ser presidente de la República, por primera o por segunda vez. EXPERIMENTOS CON LA VERDAD Si a Alan Perú le fascina cantar rancheras y el vals «Y se llama Perú», Toledo más bien debería aprenderse aquél que dice «pero no me pregunten, la 3 historia de mi vida», porque su vida es tan complicada que ni él mismo la puede explicar. Alejandro Toledo lleva 19 meses en campaña. En las elecciones del 2000 fue blanco de toda la maquinaria pesada del fujimorismo y soportó toda la guerra sucia en su contra, aunque caló hondo la imagen de un Toledo violento, mentiroso e inestable. Nadie le restará méritos a su intensa participación en la caída del anterior régimen; «soy un cholo terco, carajo», gritaba con su vincha comanche. Fue la encarnación de la oposición. Pero caído el régimen, se hicieron notorias sus limitaciones, sus errores, sus contradicciones. Empezó a hablar del destino: «el destino quiso que fuera el guerrero que luchara en primera línea para reconquistar la democracia y la libertad». Admirador de Pachacutec, hincha –como Alan- de Alianza Lima, le gusta jugar fútbol, pero no ha demostrado ser muy hábil para driblear sus problemas. Ha cometido, con su equipo, una serie de errores de estrategia desde la denuncia de paternidad del caso Zaraí y el informe de Caretas sobre el supuesto juergón de Toledo con cinco féminas, el supuesto secuestro y haber usado cocaína. La reacción de Toledo fue convocar a una conferencia de prensa sin contestar una pregunta. Otros miembros de Perú Posible, usualmente ponderados, ahora respondían de modo agresivo, amenazante, y se quejaban de una guerra sucia, de un complot para _4evitar que el cholo llegue al poder». Aquél que cuestionaba las impresiciones, los vacíos, las contradicciones de Toledo era calificado de montesinista. Sin embargo, ninguna de esas denuncias logró que bajara significativamente en las encuestas. Se habló del efecto teflón. Claro está que nunca dio una explicación satisfactoria ni una respuesta coherente a las dos denuncias. Poco a poco se iban descubriendo algunas verdades ocultas de la campaña de Perú Posible. Una de ellas fue la cuenta de campaña que manejaba Jorge Toledo, sobrino del candidato presidencial, por $799,000. Otra vez, Toledo salió en conferencia de prensa a tratar de aclarar la denuncia hecha por Bayly en su programa. Su respuesta fue prometer una declaración jurada pública, de su esposa Eliane y de él, de sus bienes y rentas personales. Pidió también que se levante el secreto bancario de sus cuentas. Pero nuevamente Toledo había caído en contradicciones sobre fechas y cuentas, y muchas preguntas 4 quedaron sin respuesta. Luego se supo que Baruch Ivcher y Genaro Delgado Parker habían entregado sumas por más de $300,000 después de la primera vuelta del 2000, honrando un compromiso antelado. Para entonces Álvaro Vargas Llosa había renunciado, denuncias mediante, al comando de campaña. Como si no fuera poco, también su publicista Alfonso Salcedo lo abandonó y regresó al redil aprista. En Perú Posible llovió sobre mojado y lo que ha demostrado Alejandro Toledo es ser un candidato con tendencia al error. Su credibilidad ha sufrido el atropello de sus respuestas torpes, mal asesoradas, a denuncias legítimas. Ha demostrado el agotamiento de un discurso combativo y la endeblez de uno propositivo. Toledo descuidó el tema social y se lo entregó en bandeja a Alan Perú. Los dos candidatos afrontan un gran problema de credibilidad y desconfianza. El porcentaje de votos blancos y viciados promedia el 32% nacional. Ya en la primera vuelta el 10.3% del electorado -1,253,442- votó por ninguno de los nueve candidatos. Y si alguien cree que el debate terminará por convencer a ese porcentaje de indecisos o escépticos, es todo un azar. En el debate de 1990 Mario Vargas Llosa le ganó a Fujimori, pero no en las ánforas. Esta segunda vuelta se definirá, otra vez, por arrestos emocionales y no por debates alturados sobre ideas y programas. La sensatez no siempre acompaña al sentimiento. desco / Revista Quehacer Nro. 129 / Mar. – Abr. 2001 5