HISTORIAS DEL BURRO “PERNALES”

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HISTORIAS DEL BURRO “PERNALES”
Enviado por David de Prado Tarilonte
Las historias que voy a
relatarles son rigurosamente ciertas ,
como todo lo que les cuento. No sé
por qué al burro le pusieron el
apodo de Pernales, que fue un
famoso bandolero de la época.
Desde luego, el borrico no se
merecía tal mote. Pernales tenía más
sentido
común
que
muchas
personas. Es cierto que el borrico
cometió algún error imperdonable,
pero, ¿quién no tiene un desliz en su
vida?
I
En la comarca, gran parte de
las fiestas de los santos patronos y
patronas se celebra en verano, salvo
excepciones.
Como entonces no había apenas
coches, a las fiestas se iba en burro ,
que era el todo terreno moderno. Ir
a la fiesta del pueblo comarcano
suponía un mínimo de cuatro días:
uno de ida, dos de estancia y otro de
vuelta. No eran malos días para el
asno porque, aunque se alojaba en
cuadra ajena, participaba de la fiesta
con un pesebre bien surtido de paja
y cebada. Posiblemente oyera la
orquesta desde su aposento pero no
creo que echara de menos el tango y
el pasodoble.
A primeros de Agosto tres
invitados iniciaban, al amanecer, el
viaje a la fiesta grande del pequeño
pueblo
comarcano:
el
burro
Pernales, un hombre maduro y un
rapaz de once años.
Habían madrugado para
evitar el calor y los tábanos que, a
ciertas horas, se hacían insufribles.
El camino serpenteaba campos de
mies segada y sorteaba saltamontes,
grillos y cantos de codornices.
El hombre adulto caminaba
delante de Pernales, que llevaba a
lomos al rapaz y salmodiaba cantos
gregorianos que había aprendido
durante largos años en el convento.
El
rapaz
escuchaba
aquellos
latinajos con la boca abierta y
absorto en la sabiduría del
compañero de viaje.
Un viaje en burro con aparejo
incluido resulta un verdadero placer
para un chico de once años. Por eso,
el rapaz no quiso apearse del burro
ni siquiera para aliviar el líquido
acumulado en la vejiga. Intentó
hacer aguas desde el asno pero lo
que consiguió fue mojar el cuello del
borrico.
El hombre maduro, que se
había
cansado
de
entonar
gregoriano, se acercó al burro para
acariciarle el cuello y le notó
mojado.
-¡Coño! ¡Cómo suda
burro!- exclamó sorprendido.
este
El rapaz calló y mantuvo la
respiración.
II
La solemnidad del martes se
celebraba con la liturgia de la visita
al mercado de Saldaña. Para vender
un saco de alubias o para comprar
una azada. Para vender una jaula de
pollos de corral o para comprar
unos calzoncillos de lienzo.
Aquella mañana del martes,
Pernales se engalanó con cabezada y
alforjas. Cargó el amo un saco de
fréjoles en el lomo del burro y
pusieron rumbo a la villa. Cuando
llegaron a la Plaza Vieja aparcaron
amo y bestia en los soportales y el
saco de fréjoles quedó con la boca
mostrando el producto. Pernales se
despojó de las alforjas y quedó
sujeto a una herradura que hendía
las columnas de roble de los
soportales. Se sumió en un
duermevela interrumpido por el
mosconeo
de
vendedores
y
compradores que atiborraban la
plaza. Hombres y mujeres, burros y
caballos,
boñigos
y
boñigas,
garbanzos y alubias, pollos y
conejos, sacos y costales, boinas y
pañolones daban a la plaza aspecto
de mercado persa.
Pernales había despertado del
sopor del sueño y una tentación
lasciva irrefrenable le llevó a
cometer un pecado imperdonable.
Pernales hincó los dientes en el seno
turgente de una señora de la Vega
arriba. El dolor de la teta hizo gritar
a la mujer, acostumbrada a mejores
caricias. El asno soltó la presa
cuando ya habían quedado señales
evidentes de sus dientes.
¿Sabes, Pernales, que tus
dueños tuvieron problemas con la
justicia
por
culpa
incontinencia lujuriosa?
de
tu
III
Durante el otoño y el invierno
el burro se daba buena vida. Salvo el
viaje del martes a Saldaña y algún
que otro al molino, sesteaba
descansado en la cuadra al calor de
las vacas.
El amo tenía un guaje de
unos quince años hecho de la piel
del diablo. Este galopín tenía pocas
ocupaciones y
muchas ideas
diabólicas en la cabeza.
Una
tarde lluviosa
de
invierno tuvo una ocurrencia cainita
y funesta para el pollino: someterle
a una descarga eléctrica.
El
maquiavélico
plan
consistió en conectar dos cables
eléctricos a las orejas del burro
Pernales y juntar ambos cables por
el otro extremo a la red general. La
descarga eléctrica hizo temblar de
espasmos al pobre borrico que cayó
muerto al suelo entre convulsiones.
Creo que tiene que haber un
cielo especialmente dedicado a los
burros y estoy seguro de que en ese
cielo está Pernales. Al fin y al cabo,
todos somos pecadores.
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