Formación de las unidades italianas y alemanas

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TEMA 15. LA FORMACIÃ N DE LAS UNIDADES ITALIANA Y ALEMANA.
LA UNIFICACIÃ N ITALIANA: EL `RISORGIMENTO'
• OrÃ−genes de la conciencia unificadora
De los paÃ−ses europeos, Italia fue, junto con Alemania, el último que llevó a cabo su unificación
polÃ−tica, entre 1859 y 1870. El movimiento de afirmación nacional ha sido denominado “Risorgimento” (=
Resurgimiento), por analogÃ−a con el Renacimiento artÃ−stico y cultural del s. XVI.
A partir de la Alta Edad Media, Italia padeció una serie de dominaciones extranjeras: estuvo bajo la
hegemonÃ−a del Imperio germánico, de Francia, de la corona de Aragón, de la monarquÃ−a española y
de Austria.
El Risorgimento nació por una convergencia de causas. La más antigua fue la lenta afirmación de una
identidad cultural, aglutinada en torno a la lengua toscana, que se cargó de contenido sociopolÃ−tico durante
el perÃ−odo de la Ilustración del s. XVIII. Para tratar de paliar la falta de adecuación de las estructuras del
Antiguo Régimen al desarrollo demográfico y a las reivindicaciones sociales, los soberanos del
despotismo ilustrado realizaron una serie de reformas que pusieron de manifiesto la necesidad de
transformaciones polÃ−ticas: los inconvenientes de la fragmentación polÃ−tica (Italia estaba dividida en
pequeños estados), los arcaÃ−smos económicos y el peso social de grupos retrógrados, estimula a los
intelectuales a la exaltación de las ventajas de la unidad.
La Revolución francesa y, más tarde, la incorporación de la penÃ−nsula italiana a la Francia jacobina y
napoleónica (1799-1815) prepararon el terreno para la unificación. La situación dio a Italia un nuevo
orden social y jurÃ−dico, derivado de los principios de 1789, que favoreció el control de los asuntos
públicos y de la actividad económica por parte de la burguesÃ−a liberal, imbuida de la mentalidad de la
Ilustración. Las masas campesinas siguieron careciendo de conciencia polÃ−tica durante mucho tiempo,
pero los habitantes de las ciudades y los viejos militares que habÃ−an vivido la epopeya imperial empezaron a
aspirar a una comunidad nacional basada en el modelo galo.
El derrumbamiento de la Europa napoleónica pareció poner fin a esa primera experiencia y, en 1815, los
antiguos soberanos volvieron a ocupar sus tronos. Triunfaba la reacción y, como afirmaba Metternich, la
palabra Italia sólo era una simple “expresión geográfica”, desprovista de cualquier connotación nacional.
AsÃ−, el ideal unitario se expresa desde 1815 a 1848 en tres planos: literario (los escritores románticos
cantan la grandeza perdida de la patria italiana), polÃ−tico (sociedades secretas, sobre todo los carbonarios,
que solicitan la creación de un estado nacional y democrático) y económico (los comerciantes y
fabricantes de los estados del norte son conscientes de la necesidad de la unidad para acometer la
industrialización).
Frente a este triple impulso pueden distinguirse tres obstáculos: la división territorial consagrada por el
Congreso de Viena, la presencia austriaca en el norte y centro de la penÃ−nsula y la cuestión romana (un
Estado que se resistirá a ser absorbido en el proceso de unificación).
• La unidad italiana
Los problemas más serios que debÃ−a afrontar Italia para concretar la unidad se vinculaba a la estructura
territorial existente: la penÃ−nsula italiana se mantenÃ−a dividida en siete Estados, restaurados tras el
hundimiento napoleónico, oponiéndose a su unificación la ocupación austriaca y el problema de los
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Estados Pontificios (â recordemos que el papa PÃ−o IX, que habÃ−a sido elegido sumo pontÃ−fice en
1846, gozó de fama de progresista, pero tras la revolución en Roma de 1848 se mostró claramente
reaccionario y acabó oponiéndose a la polÃ−tica unificadora).
El Reino de Piamonte-Cerdeña, con capital en TurÃ−n, será el que impulse su unidad. Carlos Alberto y
VÃ−ctor Manuel II de Saboya serán quienes tengan más posibilidades de éxito porque cuentan con el
ministro Cavour, cuya actividad puede resumirse en tres ámbitos: polÃ−tico, económico y diplomático.
En el ámbito polÃ−tico hace del Piamonte un Estado moderno y liberal: nuevo código, cuerpo de
funcionarios, marina de guerra anclada en La Spezia, laicización del Estado con disolución de las órdenes
religiosas contemplativas y nacionalización de sus bienes. En el orden económico, ante la falta de capitales
en Piamonte, Cavour no duda en recurrir a la Banca extranjera para crear una infraestructura ferroviaria y una
red de canales. En el dominio diplomático, Cavour piensa que debe situarse la cuestión italiana en un
contexto europeo (intervención del Piamonte en la Guerra de Crimea junto con Francia e Inglaterra contra
los rusos, con el objeto de conseguir el apoyo de las grandes potencias en una hipotética guerra contra
Austria).
La eficacia y el dinamismo del Piamonte-Cerdeña concitaron en torno suyo a todos los exiliados
polÃ−ticos, que eran generosamente acogidos y recibÃ−an la nacionalidad sarda. TurÃ−n fue, desde
entonces, el foco más activo de la vida cultural y polÃ−tica de Italia y la cuna del despertar nacional.
El Reino Lombardo-Veneto, con capitales en Milán y Venecia, respectivamente, estaban bajo dominio
austriaco.
Los Ducados de Toscana, Módena y Parma, aunque independientes, estaban bajo influencia austriaca.
Los Estados Pontificios tenÃ−an su capital en Roma, y el Reino de las Dos Sicilias, con capital en Nápoles,
estaba bajo la soberanÃ−a de los Borbones.
Estos siete Estados sufrirán movimientos revolucionarios que se extienden desde la Restauración (1815)
hasta su unidad en 1870, con raÃ−ces tanto en las Revoluciones atlánticas (â idea de independencia)
como en la Revolución francesa (â idea de ruptura con el Antiguo Régimen).
• Proceso de unificación
El fracaso del movimiento revolucionario de 1848 en la penÃ−nsula italiana traerá consigo dos ideas
fundamentales que se extenderán por todo el territorio: la idea de unidad y la idea de expulsión de Austria.
Será Cavour quien represente esas ideas recurriendo tanto a medios polÃ−ticos internos italianos como a una
calculada polÃ−tica exterior europea.
En cuanto a polÃ−tica interior, Cavour consigue que todos los movimientos revolucionarios italianos acepten
la propuesta de unidad en torno al Reino de Piamonte-Cerdeña. Consigue el apoyo de Mazzini (fundador de
la “Joven Italia” en 1831 que propugnaba la formación de una república con capital en Roma), Garibaldi
(antiguo miembro de los carbonarios) y de los patriotas refugiados en el Piamonte huyendo de la represión
desencadenada en 1848-49.
Para fortalecer más la unión de las diversas corrientes crea, en 1857, la “Sociedad Nacional Italiana”.
En cuanto a polÃ−tica exterior, Cavour convierte la cuestión de la unificación italiana en un problema
internacional: el Reino del Piamonte participa en la Guerra de Crimea (1854) como aliado de Francia e
Inglaterra contra Rusia y, aprovechando el atentado de Orsini (1858) contra Napoleón III, se reúne con él
en Plombières donde acuerda con el emperador ceder Saboya y Niza a Francia a cambio de ayuda francesa
ante un ataque de Austria al Reino de Piamonte-Cerdeña.
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La declaración de guerra por parte de Austria no se hace esperar (â habÃ−a exigido el desarme del
Piamonte) y en abril comienzan las movilizaciones. Las campañas en la LombardÃ−a estuvieron jalonadas
por las victorias franco-italianas. En Magenta y Solferino son vencidas las tropas austriacas, que pierden
LombardÃ−a. Pero antes de ser ocupado el Véneto, Napoleón III firma, ante la sorpresa general, un
armisticio con Austria (Paz de Villafranca). ¿Por qué? Varias teorÃ−as: por sentimientos humanitarios
ante el alto número de vÃ−ctimas en las batallas, por las crecientes reticencias de la opinión pública
francesa y por un avance de las tropas prusianas hacia el Rin. AsÃ−, Piamonte obtuvo LombardÃ−a (Milán)
pero Venecia quedó en manos de los austriacos (â ello provocó el odio de los italianos hacia un aliado
que les habÃ−a abandonado en un momento crÃ−tico).
Sin embargo, el proceso de unificación continuó a cargo de los italianos y abarca de agosto de 1859 a
febrero de 1861. Al no haberse alcanzado los objetivos de Plombières, Francia renunció a reclamar Saboya
y Niza. Pero, también según lo convenido en Plombières, con Toscana y los ducados de la Italia central
se tenÃ−a que formar un reino para un primo de Napoleón III. Ante esta situación, los toscanos pedÃ−an la
anexión al Piamonte por lo que Cavour reanudó las negociaciones con Napoleón III para anexionar al
Piamonte los ducados de Toscana, Parma y Módena (Italia central) a cambio de Saboya y Niza. A
continuación, varios plebiscitos confirman la unión con Piamonte de Parma, Módena y Toscana, asÃ−
como el traspaso de nacionalidad de Saboya y Niza.
La cesión de Niza y Saboya se habÃ−a tratado en marzo de 1860, y en mayo de este mismo año, el antiguo
carbonario Giuseppe Garibaldi, a la cabeza de un cuerpo de voluntarios (los `Mil' o los `camisas rojas')
reclutado entre los exiliados refugiados en TurÃ−n (intelectuales, médicos, periodistas, abogados...),
desembarcó en Sicilia y se apoderó de Palermo, Messina y Nápoles (1860). Simultáneamente, fuerzas
piamontesas procedentes del norte atravesaron los Estados Pontificios (con permiso de Napoleón III) y
completan la derrota del rey de Nápoles. El encuentro entre Garibaldi y VÃ−ctor Manuel tuvo lugar en
Teano, provincia de Nápoles. Durante esta entrevista, el lÃ−der republicano rindió acatamiento a VÃ−ctor
Manuel como rey de Italia y le cedió la soberanÃ−a de los territorios que habÃ−a conquistado.
Finalmente, en febrero de 1861 se reunió en TurÃ−n una asamblea integrada por diputados de todas las
nuevas regiones incorporadas; a dicha asamblea se la denominó Parlamento Italiano, proclamó la existencia
de Italia y reconoció como su rey a VÃ−ctor Manuel II.
AsÃ−, a comienzos de 1861 toda Italia estaba unida al Piamonte, excepto Venecia y los Estados Pontificios.
A partir de este año, el proceso de unificación italiana se vio frenado durante una década. Cavour
habÃ−a muerto en 1861 y sus sucesores tuvieron que enfrentarse con los enormes problemas causados por lo
laborioso de la fusión administrativa de los antiguos estados, por el marasmo económico y financiero y por
el bandidaje que asolaba el sur de la penÃ−nsula. Francia, que mantenÃ−a su cuerpo de ocupación para
proteger a PÃ−o IX, bloqueaba el sueño italiano de “Roma capital”.
Italia obtuvo a Venecia como consecuencia lejana del convenio de Plombières. En 1866, Italia se alió con
Prusia en la Guerra Austro-Prusiana, sufriendo varios reveses (Custozza y Lissa); pero Austria, vencida en
Sadowa, pidió a Napoleón III que intercediera cerca de Bismarck para obtener mejores condiciones de paz,
y ofreció Venecia como premio. A su vez, Napoleón III cedió Venecia a VÃ−ctor Manuel II.
Para Roma se tuvo que esperar a que Francia pasara por la crisis del año 1870. Desde 1849 Napoleón III
estableció una división de su ejército en los Estados Pontificios para defensa del Papa. Los italianos
deseaban que Roma fuera la capital del nuevo Estado establecido. Los católicos franceses presionaban a su
emperador para que las tropas francesas permanecieran en Roma e incluso la propia emperatriz manifestaban
“antes los prusianos en ParÃ−s que los italianos en Roma”, por lo que la situación era extremadamente
difÃ−cil. Mediante negociaciones diplomáticas entre VÃ−ctor Manuel II y Napoleón III se llegó a la
transacción de la retirada de las tropas francesas de Roma ante la promesa formal que VÃ−ctor Manuel II
respetarÃ−a el Estado Pontifical. Evacuado el territorio romano, Garibaldi intentó ocuparlo violando el
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compromiso italiano ante los franceses, siendo derrotado por una nueva intervención francesa en 1867.
La situación internacional solucionará el conflicto: la guerra franco-prusiana obligó a Napoleón III a
retirar las tropas. Las tropas italianas invadieron Roma en 1870 y se convirtió en capital de Italia pese a las
protestas de PÃ−o IX. La situación del Papa después de la toma de Roma por los italianos debÃ−a quedar
reglamentada con la llamada `Ley de GarantÃ−as', que el Papa no quiso aceptar. Según la Ley de
GarantÃ−as, se asignaba al Papa un importante subsidio en concepto de indemnización y se le aseguraba
libre comunicación con el mundo católico; el Papa conservaba en Roma cinco edificios (el Vaticano, el
Letrán, la CancillerÃ−a, el Santo Oficio y la Propaganda). Dentro de ellos el Papa tenÃ−a los honores de
soberano. Según la Ley de GarantÃ−as, su categorÃ−a de monarca reinante no habÃ−a disminuido, sólo
que su dominio quedaba reducido a aquellos cinco palacios. Estaban éstos en distintos barrios de Roma, y
como quiera que para ir de uno a otro tenÃ−a que pisar territorio italiano, y sus idas y venidas hubieran
ocasionado dificultades, prefirió quedar prisionero voluntario dentro del Vaticano. La incómoda situación,
aunque se suavizara poco a poco a partir de 1905, no se resolvió hasta el Tratado de Letrán de 1929, que
dio origen al Estado de la Ciudad del Vaticano.
La unidad italiana quedaba organizada sobre la base de una monarquÃ−a constitucional similar a la inglesa
enfrentándose con el problema de lograr la unidad económica y moral entre la Italia del norte (industrial) y
la Italia del sur (atrasada).
LA UNIFICACIÃ N ALEMANA
• Bases de la unidad alemana
Los tratados de Viena de 1815 establecen para Alemania una Confederación Germánica de 39 Estados de
los cuales sobresalen dos, Austria y Prusia como los más poderosos. Este sistema de Confederación
favorece el predominio de Austria sobre la misma, lo que excluye, en un principio, todo intento de
unificación debido a la polÃ−tica ejercida por el canciller Metternich que, no sólo mantiene la
hegemonÃ−a polÃ−tica de Austria en la Confederación, sino también en el resto de la Europa restaurada.
Esta situación cambiará a mediados de siglo porque la polÃ−tica de Metternich se irá deteriorando
progresivamente por ser el máximo responsable del absolutismo -lo que le acarreará problemas con las
nacionalidades de las provincias italianas y HungrÃ−a que conforman el Imperio austriaco- y por su
desarrollo económico tardÃ−o, teniendo que esperar a la década de 1860-70 para encontrar una
industrialización en marcha. (â Austria creÃ−a que para continuar siendo árbitro de las naciones
germánicas le bastaba su heredado prestigio histórico. Es más, Austria era un paÃ−s rico que para
conservar su tesoro se empobrecÃ−a; para preservar sus posesiones en Italia o mantener a HungrÃ−a bajo su
dependencia, se debilitaba y enervaba). En cambio, Prusia tomó la iniciativa a mediados de siglo al actuar su
burguesÃ−a protestante e intelectual a favor no sólo del proceso de unidad, sino también del proceso de
desarrollo económico de la región; para ello, crea una zona libre de comercio entre los Estados alemanes
denominada Zollverein, que, desde 1834, suprimirá las barreras aduaneras alemanas y protegerá sus
productos frente a los extranjeros consiguiendo, en 1852, bajo su dirección, la integración de todos los
Estados alemanes, excepto Austria, en una unidad económica, preparando de esta forma la unidad polÃ−tica
deseada y alentada, desde las universidades, por los filósofos alemanes sobre todo a raÃ−z de la
publicación de los “Discursos a la Nación alemana” de Fichte.
El Parlamento de Frankfurt, formado por representantes de los 39 Estados, intenta la organización de la
unidad alemana aprovechando la oleada revolucionaria de 1848 en Europa. La posible unificación fracasó
debido a las disensiones dentro de la propia burguesÃ−a, entre los partidarios de la “Pequeña Alemania”,
sin Austria y bajo el predominio de Prusia, y los defensores de la “Gran Alemania”, que incluyera también
a Austria. Al vencer la primera opción, se ofreció la corona al rey de Prusia, Federico Guillermo IV. à ste,
sin embargo, la rechazó por provenir de unos parlamentarios liberales elegidos por sufragio universal, lo que
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era del todo incompatible con su dignidad imperial. Con este gesto, la consecución de la unidad alemana por
la vÃ−a democrática y parlamentaria quedó cerrada.
• La unificación alemana
Con la contrarrevolución triunfante en Austria y en Prusia y con el acceso al trono de Guillermo I en Prusia y
el nombramiento de Otto von Bismarck como canciller se inicia una nueva fase en la historia alemana que
lleva directamente a la realización de la unidad. Será Bismarck al frente del gobierno prusiano quien,
mediante un ministerio fuerte, contando con un ejército poderoso a cuyo mando figuraba Moltke y
realizando una acción diplomática en el exterior, consiga la tan anhelada unificación.
Para ello provocará tres guerras sucesivas en siete años (1864-1870): la de 1864 contra Dinamarca, la de
1866 contra Austria y la de 1870 contra Francia. En tres jugadas elevó a Prusia a la categorÃ−a imperial.
La guerra contra Dinamarca (la Guerra de los Ducados, 1864) tuvo por excusa una cuestión de nacionalismo.
Los ducados del sur de Dinamarca (Schleswing, Holstein y Lavenbourg) eran casi en su totalidad de
población alemana, pero estaban gobernados por Dinamarca (según el Congreso de Viena de 1815). A la
muerte del rey danés, que no tenÃ−a descendencia, se produjo un conflicto sucesorio que, hábilmente
manejado por Bismarck, implicó a Austria y a Prusia a luchar contra Dinamarca. Después de una corta
lucha lograron derrotar a Dinamarca y se resolvió que Prusia y Austria se repartieran la administración de
los ducados. Pero las cláusulas por las que se integraba a los ducados en la Zollverein permitÃ−a a Prusia la
marginación de Austria (fuera de la Zollverein) que provocarÃ−a la ruptura de las dos potencias.
En primer lugar, Bismarck garantizará la neutralidad de Francia y de Rusia con respecto al reino de Prusia
con el fin de dejar aislada a Austria. Deseoso de una guerra con Austria, una vez obtenida la aquiescencia de
los franceses, Bismarck concertó una alianza con Piamonte, elevado a la categorÃ−a de reino de Italia (â
Bismarck contaba con que cuando llegara la guerra y los prusianos atacaran a Austria de frente, los italianos
podrÃ−an atacarla por la espalda, invadiendo las provincias que todavÃ−a conservaba en Italia).
En segundo lugar, Bismarck inicia una campaña de descrédito hacia Austria (â provocaba
controversias patrióticas para excitar la opinión pública en el sentido que convenÃ−a a su polÃ−tica).
A todo ello siguió la guerra. La guerra austro-prusiana (1866) fue muy corta y demostró a las claras el
predominio militar de Prusia, que venció a los austriacos en Sadowa. Italia, según lo convenido, habÃ−a
abierto otro frente contra los austriacos (siendo esta argucia permitida tanto por Rusia como por Inglaterra,
que consideraban que sólo el poder alemán neutralizarÃ−a la agresividad de Napoleón III). Austria, tras la
derrota, pidió a Napoleón III que interviniera, y las negociaciones de paz se establecieron en el Tratado de
Praga: Prusia excluye a Austria del proceso de reorganización alemán y establece con los Estados del norte
la Confederación de Alemania del Norte, integrada por 22 Estados, teniendo como presidente al rey de
Prusia y a Bismarck como canciller, creándose dos organismos legislativos (Bundesrat y Reichstag), ambos
controlados por Prusia (el rey de Prusia asumÃ−a todos los poderes militares y diplomáticos, con el derecho
de declarar la guerra, conferir la paz y concertar tratados). Los Estados del sur eran reacios al dominio
prusiano. Por eso, para llenar el abismo abierto entre el norte y el sur de Alemania, Bismarck planea una
tercera guerra para culminar la unificación alemana.
La guerra franco-prusiana (1870) marcará dos cambios importantes en la organización polÃ−tica europea:
el fin de la preponderancia francesa impulsada por Napoleón III y el principio del predominio alemán en el
continente. La candidatura Hohenzollern al trono español es el pretexto para la guerra. Un golpe de estado
en España habÃ−a destronado a Isabel II. Bismarck manejó las cosas de tal modo que la candidatura con
más probabilidades de éxito fue la del prÃ−ncipe Leopoldo de Hohenzollern, lejano pariente del rey de
Prusia. La instalación de un prÃ−ncipe prusiano en el trono de España no podÃ−a agradar a los franceses
ya que volverÃ−an a encontrarse, como en tiempos de Carlos V, con un enemigo alemán por el Este y otro
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por el Sur. Los demás estados europeos tomaron cartas en el asunto: en realidad, nadie querÃ−a la guerra
más que Bismarck. Viendo la tormenta que se preparaba, el prÃ−ncipe de Hohenzollern retiró su
candidatura; el rey de Prusia preferÃ−a también no arriesgarse a perder los que habÃ−a ganado en las
guerras contra Dinamarca y Austria. Es más, la exigencia del ministro de Negocios Extranjeros francés al
rey de Prusia de que no presentara a ningún otro candidato alemán, enojó a Guillermo I, pero no hasta el
punto de hacerle pensar en la guerra. El telegrama que Guillermo I envió a Bismarck contándole la notifica
fue “manipulado” por el propio Bismarck y publicado en los periódicos en Alemania, y hacÃ−a parecer que
Francia era objeto de un desaire por parte de Guillermo I. El efecto fue inmediato: Francia declara la guerra a
Prusia el 19 de julio de 1870.
El estallido de la guerra franco-prusiana enfrentó dos concepciones de la guerra bien distintas: la francesa,
basada en la improvisación y el coraje, y la prusiana, cimentada en el estudio, la planificación y, sobre todo,
en un ejército disciplinado y bien equipado. En pocos dÃ−as los prusianos avanzaron sobre Alsacia y
Lorena. Los ejércitos franceses, en retirada, los agrupó MacMahon en Châlons, y Napoleón III tomó
personalmente el mando para lanzar la contraofensiva sobre Metz y liberar el ejército allÃ− atrapado. Sin
embargo, el ejército francés, tras una serie de graves errores, quedó acorralado en Sedán y fue
derrotado por Moltke. Napoleón III fue hecho prisionero junto a 100.000 franceses más. La derrota
francesa provocó la caÃ−da de Napoleón III, la proclamación de la III República en ParÃ−s y la
coronación de Guillermo I como emperador de Alemania (II Reich alemán).
El sueño de Bismarck se habÃ−a realizado: no sólo Francia estaba derrotada sino que toda Alemania
habÃ−a aceptado la guerra impuesta por Prusia, consiguiendo convertir la constelación de estados en una
unidad polÃ−tica, un Estado federal de múltiples soberanos bajo la autoridad imperial.
La paz firmada en Frankfurt en 1871 fue muy dura para Francia, pues pierde Alsacia y Lorena y tiene que
pagar una indemnización de cinco mil millones de francos (= Alsacia y Lorena volverán a ser francesas
después de la derrota alemana en 1918).
Los resultados de tres guerras victoriosas son evidentes: el rey de Prusia pasa a ser emperador de Alemania; el
ejército prusiano constituye una formidable máquina de matar, por su armamento y por la categorÃ−a de
los estrategas de su Estado Mayor; una red de transportes densa y una industria estimulada por el crecimiento
del mercado exterior anuncian la aparición de otra gran potencia.
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