VIRTUDES Para Aristóteles no es suficiente la idea de bien, sino que es preciso que el hombre practique la idea de bien. La ética no es una simple teoría, sino que es una ciencia práctica. El hombre bueno es el hombre virtuoso, o sea, aquel que habitualmente actúa con rectitud ética. Estudiamos ya las tres virtudes teologales (fe, esperanza y caridad) al considerar el primer mandamiento. De las cuatro virtudes cardinales, ya vimos la justicia al estudiar el séptimo mandamiento. Nos queda por estudiar la prudencia, la fortaleza y la templanza. Las virtudes son perfecciones de la persona. Les pertenece esencialmente el concepto de “hábito”, es decir, son una disposición constante y firme para hacer el bien. La virtud es un “hábito operativo bueno”. Las virtudes posibilitan obrar el bien con más facilidad. Lo contrario de la virtud es el vicio: “hábito operativo malo”. División de las virtudes estudiada en Moral Fundamental: naturales, cardinales y teologales. La denominación de “cardinales” nace del término latino “cardo” (quicio 1), porque son como el gozne o el quicio sobre el cual gira la vida moral. Además, en torno a ellas se aúnan otras virtudes. Prudencia es el hábito que posibilita a la razón juzgar rectamente y determinar aquello que se debe hacer. No es una virtud negativa o pasiva, sino activa: no es prudente el que no actúa, el que no hace nada, sino el que hace lo que debe hacer. Es la “regla recta de la acción” (“recta ratio agibilium”: S. Th. II-II, q. 47, a. 2). Orienta y dirige las demás virtudes (“auriga virtutum”): les indica qué, cuándo y cómo se debe o no actuar. La persona prudente, antes de actuar, pondera los pros y los contras, que conlleva aquella acción, elección u omisión. Pero tal “ponderación” intelectual no es suficiente, sino que la prudencia aporta también a la voluntad la fuerza y el coraje para llevar a término lo que se debe hacer. Pertenece a la esencia de la prudencia: 1) formar un juicio adecuado sobre lo que es mejor entre las diversas opciones; 2) una vez formado el juicio recto, entra en acción el ejercicio de la libertad. Dado que se trata de tomar decisiones sobre lo que es prudente hacer u omitir, la conciencia cristiana debe recurrir a la práctica de la oración y acudir a la acción del Espíritu Santo (don de consejo). Para formar el juicio correcto y para decidir llevarlo a término, frecuentemente será preciso pedir consejo. Para el hábito de la prudencia se requieren tres cosas: juzgar rectamente, decidir y pedir consejo. La prudencia ha de estar de acuerdo con los juicios morales que formula la conciencia. Con la luz que le aporta la conciencia, la prudencia perfecciona el entendimiento porque le ofrece no sólo los criterios de verdad y de error, sino de bien y de mal ético. Perfecciona también la voluntad comunicándole qué es lo que se ha de elegir. A su vez la prudencia ayuda a la conciencia a formar rectos juicios y aplicarlos. CCE 1806: “Es la prudencia quien guía 1 Las puertas antiguas giraban sobre un quicio, o gozne. directamente el juicio de conciencia. El hombre prudente decide y ordena su conducta según este juicio. Gracias a esta virtud aplicamos sin error los principios morales a los casos particulares y superamos las dudas sobre el bien que debemos hacer y el mal que debemos evitar”. La prudencia no es: El simple no hacer: se trata de una virtud activa. Quien no ejerce sus derechos, por ejemplo, es “imprudente”. Actuar precipitadamente: no basta la “buena voluntad”. Se requiere conocer las circunstancias que concurren y las consecuencias que se seguirán, y considerar los medios necesarios para llevar la acción a la práctica. Esperar para no correr riesgos: hay momentos y materias en los que es preciso actuar de inmediato, “aquí y ahora”. Optar por lo más fácil o menos arriesgado. No actuar por miedo a equivocarse. El recurso al “exagerado realismo”: el que tiene a la vista sólo las dificultades sin considerar otros factores como, por ejemplo, los imperativos de la caridad o de la justicia o el cumplimiento costoso de la voluntad de Dios. La falsa “prudencia de la carne”: la que no tiene en consideración datos sobrenaturales que son necesarios para el creyente si quiere emitir un juicio verdadero y tomar la decisión adecuada, como son apoyarse en la ayuda divina y confiar en la Providencia. Confundirla con la astucia o la picardía o la timidez. La prudencia exige valentía: la falsa prudencia es el recurso de los que quisieran llegar tarde siempre a los momentos de peligro. En el comportamiento individual y en la convivencia social no es raro identificar prudencia con pereza o cobardía, y no prudencia con veracidad y valentía. Si no hay prudencia, no hay posibilidad de que haya virtud moral: ni justicia, ni fortaleza, ni templanza. Las injusticias sociales tienen su origen en la falta de prudencia de los gobernantes para diagnosticar lo justo y llevarlo a la práctica. 1.- ¿Qué es una virtud? Es una disposición constante y firme para hacer el bien 2.- ¿Qué es la virtud de la prudencia? Es el hábito que posibilita a la razón juzgar rectamente y determinar aquello que se debe hacer. 3.- ¿Qué se considera como una ayuda importante, para vivir la virtud de la prudencia? La conciencia cristiana debe recurrir a la práctica de la oración y acudir a la acción del Espíritu Santo (don de consejo) 4.- ¿mencione al menos tres acciones que no son prudentes? El simple no hacer: se trata de una virtud activa. Quien no ejerce sus derechos, por ejemplo, es “imprudente”. Actuar precipitadamente: no basta la “buena voluntad”. Se requiere conocer las circunstancias que concurren y las consecuencias que se seguirán, y considerar los medios necesarios para llevar la acción a la práctica. 5.- ¿alguien que es cobarde, puede ser prudente? No, la prudencia exige valentía: la falsa prudencia es el recurso de los que quisieran llegar tarde siempre a los momentos de peligro.