López Riopedre, José [email protected] REDESCUBRIENDO LA DIMENSIÓN ERÓTICO-AFECTIVA DEL TRABAJO SEXUAL REDISCOVERING THE EROTIC-AFFECTIVE DIMENSION OF SEX WORK RESUMEN El discurso hegemónico de la prostitución que diluye el trabajo sexual o prostitución voluntaria en el marco de la trata, la explotación sexual y la violencia de género (posición abolicionista) caricaturiza hoy esta actividad hasta el extremo de mostrarla como un crimen contra la humanidad. Esta visión reduccionista de la realidad se sustenta en una esencialización de la violencia y en fuertes prejuicios sobre la sexualidad, donde el actor masculino carga invariablemente con los rótulos de prostituidor, violador o proxeneta. Para ello, el abolicionismo radical utiliza la estrategia de una hiper-sexualización de la prostitución, fuertemente simbólica, con el fin de mostrar la imagen de una supuesta relación asimétrica en la cual las mujeres sufren la sexualidad depredadora de los hombres. Sin llegar a negar la existencia de abusos en contextos de la industria del sexo, derivados la mayoría de las veces de las situaciones de clandestinidad y de las propias contradicciones del ordenamiento jurídico en esta cuestión, mi pretensión con este trabajo es proceder a una desexualización del trabajo sexual a la vez que resaltar otras dimensiones de esta actividad no tan visibles, pero no por ello menos reales. Se trata de un análisis crítico de la visión unidimensional de la prostitución, y de una reivindicación del código deontológico de la trabajadora sexual, pero al mismo tiempo de su condición humana siempre contradictoria. Las habilidades sociales, la empatía, la intuición psicológica, el saber escuchar, etc., son todas características inherentes al ejercicio de la prostitución. Obviarlas no significa otra cosa más que reducir a la prostituta a una mera gimnasta sexual. Y negar su existencia contradice frontalmente los resultados empíricos de numerosos estudios sociológicos y antropológicos. 1 Mi propuesta es que, si el sexo es social, que lo es, el trabajo sexual es mucho más que prácticas sexuales concretas y negar aquellas otras facetas que le resultan inherentes es no querer ver la realidad tal como es, compleja, rica en matices, versátil y muchas veces contradictoria. Aceptar la diversidad en el mercado del sexo hoy va más allá de un ejercicio de tolerancia, es un acto de protesta ante quienes pretenden conducir nuestra propia sexualidad. PALABRAS CLAVE Trabajo sexual, servicio amoroso-afectivo, victimización, capital erótico, asistente sexual. INTRODUCCIÓN El discurso hegemónico de la prostitución que circunscribe el sexo comercial en el marco de la violencia de género y la trata y la explotación sexuales, termina por consolidar una imagen fija y reduccionista de la realidad que distorsiona a los actores, caricaturizándolos, y que criminaliza la interacción, victimizando a las trabajadoras sexuales. Una consecuencia directa de esta visión, que toma cada vez mayor contenido en forma de campañas, políticas públicas, ordenanzas municipales, tipificaciones penales y articulaciones de la industria del rescate1, es la hiper-sexualización del trabajo sexual, poniendo así el énfasis en el aspecto más biológico y “natural” de la sexualidad. De esta forma se construye un arquetipo de sexualidad depredadora masculina frente a la representación simbólica de la mujer prostituida víctima de la explotación sexual patriarcal, asumiendo siempre desde una perspectiva moral las tradicionales dicotomías de género y esencializando la violencia. En clara oposición a esta visión unidimensional acerca de la prostitución y, por extensión, de la propia sexualidad, con este trabajo lo que propongo es un análisis 1 Utilizaré esta expresión popularizada por la antropóloga Laura Agustín (2007) en referencia al entramado de burócratas, ONG´s e instituciones públicas que comparten el discurso hegemónico de la prostitución y que desde la victimización de las mujeres migrantes y trabajadoras sexuales esgrimen un combativo intervencionismo asistencialista que deviene en un floreciente negocio. 2 crítico del proceso de victimización de las trabajadoras sexuales derivado de los postulados abolicionistas a la vez que una reivindicación de la diversidad que conlleva la propia dinámica del mercado del sexo y, en especial, de la complejidad del papel que desempeñan las trabajadoras sexuales en su quehacer cotidiano, donde las habilidades sociales y amorosas se revelan fundamentales al efecto de construir un espacio deontológico en tan controvertido sector profesional. Sólo así podremos visibilizar aquellas otras dimensiones sociales del trabajo sexual como el erotismo, la seducción, el cuidado y la afectividad que quedan relegadas bajo el paradigma de la trata y la explotación sexual. MARCO TEÓRICO Y METODOLOGÍA Las principales contribuciones teóricas de este trabajo provienen tanto del postestructuralismo foucaultiano como del interaccionismo simbólico. Ambas líneas de pensamiento comparten el anti-esencialismo más tarde desarrollado en el campo de la sexualidad por autores contemporáneos como Gayle Rubin, Carole Vance, Jeffrey Weeks o José A. Nieto. Las críticas de este último autor sobre la sexualidad conducente me han servido de especial orientación. También la teoría queer de autores tan “políticamente incorrectos” como Virginie Despentes, quien además ejerció la prostitución, al igual que otras brillantes pensadoras como fueron Grisélidis Réal o Gabriela Leite, cuyas autobiografías, entre otras, han modelado mi propia construcción teórica. El método biográfico ensamblado en el contexto de la experiencia etnográfica como principal recurso metodológico guarda una estrecha relación con las líneas teóricas apuntadas. Los datos que muestro aquí para argumentar el estudio han sido obtenidos a través de mis investigaciones en la industria del sexo durante los últimos trece años, entre ellos los de mi tesis doctoral acerca de trabajadoras sexuales brasileñas y colombianas en Lugo (UNED, 2010) y la investigación en curso acerca de la victimización y el trabajo sexual transnacional. Asimismo, me he servido de otros estudios recientes sobre la dinámica del mercado del sexo internacional, sobre todo los llevados a cabo desde el Núcleo de Estudos de Gênero-Pagu/UNICAMP en Brasil, país donde he realizado parte de mi trabajo de campo. 3 EL PARADIGMA DE LA VICTIMIZACIÓN La victimización de las trabajadoras sexuales como construcción política y cultural (Despentes, 2007) se ha convertido en la “cara amable” del creciente proceso de criminalización de la prostitución. De esta manera se puede justificar mejor la tipificación penal de ciertas conductas en el ámbito de la prostitución, que de otra forma, sin víctimas, sería menos oportuna. La multiplicación de los procedimientos administrativos sancionadores en base a la normativa de Extranjería y a las ordenanzas municipales que regulan el espacio público se mueve en la misma dirección. En un contexto de reciente revalorización política de la víctima, el proceso de criminalización se retroalimenta en aras al discurso de la trata, la explotación sexual y la violencia de género (Riopedre, 2011), todo ello en un clima de verdadero paroxismo emocional donde la pedagogía del miedo (Lowenkron, 2012) produce estereotipos negativos acerca de la prostitución y construye una visión perversa de la sexualidad. Es desde este prisma de donde procede la imagen de la prestación de servicios en el mercado del sexo como una relación oscura, socialmente asimétrica, a través de la cual el hombre somete por la fuerza, violenta, domina, abusa y explota sexualmente a la mujer. Esta imagen, empapada ideológicamente del abolicionismo, comparte asimismo prejuicios morales y la suposición culturalmente avalada de que los hombres practican, necesitan y desean más sexo que las mujeres (Bullough y Bullough, 1996), lo que deriva también en una hiper-sexualización del propio mercado del sexo. A través del discurso paternalista de la victimización se tergiversa la realidad cotidiana de la prostitución, realidad compleja y heterogénea que, en cambio, se nos muestra constantemente estereotipada, haciendo sólo hincapié en condiciones de explotación y violencia, y obviando factores tan importantes como el trabajo, la ganancia económica, los recursos empáticos, la movilidad social ascendente o los subjetivos deseos de las personas. “El cliente lo que viene buscando es un buen rollo. Quiere una buena compañía, a veces sólo para hablar con una chica de sus problemas, o para bromear y tomar unas 4 copas juntos. Los clientes no van sólo para follar, como la gente piensa. Son personas y también buscan compañía, sentirse a gusto”. (Bárbara) Esta supuesta asimetría durante la interacción es la que viene a justificar la intervención del Estado con el fin de salvaguardar la vulnerabilidad de la parte más débil y es así como se gestan las actuales políticas públicas en materia de extranjería que afirman defender la ausencia de autodeterminación de miles de ciudadanas extranjeras que “se vieron obligadas” a entrar en el comercio sexual. Curiosamente esta argumentación pasa por alto el hecho contrastado de que el locus donde sí se aprecia una mayor desigualdad en la negociación inter partes sea precisamente durante los encuentros que las trabajadoras sexuales migrantes mantienen con la Administración, y muy particularmente con jueces y policía. Es lo que algunos autores definen como violencia institucional (Juliano, 2005) y que tiene su particular materialización en las órdenes de expulsión, detenciones, traslados forzosos, ingresos en centros de internamiento para inmigrantes, deportaciones, recortes de derechos, etc. En este sentido, hay que destacar la problemática asociada a la “colaboración-delación” a través de la cual las instituciones y los empresarios morales (Becker, 2009) fomentan la victimización de las mujeres, condicionando la obtención de beneficios derivados del estatuto de víctima a cambio de la denuncia de terceros. Mientras tanto, resulta paradójico el hecho de que las trabajadoras sexuales migrantes identifiquen como su principal enemigo al Estado, y en particular, a la policía. Y es que la acción policial potencia tanto la movilidad geográfica como el aislamiento de las trabajadoras sexuales migrantes, sobre todo, de las que se hallan en situación irregular, quienes temen salir a la calle a causa de la policía y prefieren la mayor parte del tiempo recluirse en sus lugares de trabajo, incentivándose entonces toda una cadena de negocios relacionados con la industria del sexo como venta de ropa, joyas, cosméticos, preservativos, etc. (Oso, 2004; Riopedre, 2010) que luego se reinterpretará desde las instituciones como una prueba de trata y explotación sexual, cuando es más bien una consecuencia de la propia persecución de la prostitución. La obstinada persecución de la prostitución y la victimización de las trabajadoras sexuales están provocando además una grave desintegración de las bases del funcionamiento normalizado en la industria del sexo. Desde la vulneración del clásico 5 secreto profesional a la movilidad forzosa de las trabajadoras sexuales a consecuencia de las redadas policiales y el cierre de negocios de alterne, afectando negativamente a las condiciones de trabajo e incrementando los niveles de conflictividad y vulnerabilidad. Asimismo, el paradigma de la victimización está siendo asumido por las propias trabajadoras sexuales, algunas de las cuales han sabido incorporar en el rito del flirteo con los clientes una retórica de la víctima donde hacen uso manifiesto de deseos estereotipados con el objeto de aumentar sus beneficios. En el mismo sentido, la “colaboración-delación” en el contexto de operaciones judiciales contra la prostitución puede llevar a una inmigrante irregular a ser gratificada por las autoridades con un permiso de residencia temporal y con ayudas económicas (Riopedre, 2012). Y por otro lado, la victimización se potencia a través de las actividades de asociaciones y grupos de la industria del rescate, quienes deciden denunciar unilateralmente a los negocios de la industria del sexo, como es el caso de colectivos feministas abolicionistas radicales y de algunos grupos evangélicos2. “Muchas chicas les dicen a los clientes que llegaron engañadas. Los hombres preguntan mucho sobre estas cosas y entonces las chicas cuentan esas películas, que llegaron aquí para trabajar en un hotel o en un restaurante y que después tuvieron que trabajar de putas. Las mujeres se hacen las sufridas y las engañadas, pero sólo es para ganar más dinero.” (Simone) La retórica de la víctima se hace también muy evidente en el caso de la temporalidad. Las trabajadoras sexuales suelen percibir y manifestar públicamente su ocupación como un “trabajo temporal”, raras veces como una auténtica profesión, y este discurso se gesta no sólo bajo la influencia del proceso de victimización y del mensaje abolicionista, sino de una manera más profunda en el estigma social y la subjetiva interiorización de los prejuicios que derivan de la práctica del trabajo sexual. Hay estudios recientes que muestran esta justificación discursiva frecuentemente utilizada por las trabajadoras sexuales en referencia al ejercicio cotidiano de su actividad (Riopedre, 2010; Teixeira, 2011) abundando los sujetos en explicaciones del tipo “voy a 2 Sobre la actuación de los grupos evangélicos en este sentido, véase Piscitelli, 2012. 6 dejarlo”, “estoy ahorrando dinero para”, etc. Estas “historias tristes”3 son muchas veces una respuesta predeterminada a las verdaderas expectativas de los interlocutores y conducen a la “reificación de la víctima” (Silveira, 2010). A mayor abundamiento, la retórica de la víctima no es, en esencia, un recurso muy diferente a aquellos otros que tradicionalmente ya vienen utilizando las trabajadoras sexuales durante la interacción con el cliente, como es el caso de la oferta de determinados servicios, el encubrimiento de su verdadera procedencia étnica4, edad y estado civil, o determinados procesos de purificación endogrupal5. El rito del flirteo es, al fin, un sucedáneo del juego de seducción/ligue entre las personas intervinientes llevado a cabo en un contexto particular. Al negar la posibilidad de la prostitución voluntaria6 o, lo que es lo mismo, el trabajo sexual, el abolicionismo ha construido un paradigma sustentado en radicales posiciones ideológicas. De ahí que se pretenda obstinadamente reducir todo el trabajo sexual a engaño y explotación, deduciendo entonces que todas las trabajadoras sexuales son víctimas. Con el deseo de avalar esta idea no se ha escatimado en inventiva, y así desde las instituciones y organizaciones victimizantes se vienen manejando algunas cifras claramente abultadas que nos hablan de la existencia de 300.000 a 400.000 mujeres prostituidas en España, o porcentajes del 95 % de mujeres víctimas de la trata y la explotación sexual. Estadísticas todas ellas jamás demostradas y/o avaladas empíricamente (Solana y Riopedre, 2012), pero que a base de repetirse con insistencia terminan por aceptarse (Riopedre, 2012). Estadísticas que, por otro lado, obedecen más bien a dogmas de fe (Weitzer, 2006; Pisani, 2012) y a intereses de determinados 3 Soraya Silveira en su etnografía de Vila Mimosa afirma que es durante las interacciones cotidianas que percibimos el contraste entre las “historias tristes” (el pasado) y la “vida alegre” (individualización) que se muestra en diferentes escenarios de prostitución (Silveira, 2010, p. 143). 4 Es común que las trabajadoras sexuales simulen una identidad étnica diferente a la suya como estrategia con el fin de lograr un mayor éxito en el mercado sexual. Esto sucede a consecuencia del estigma cuando el rechazo social hacia determinados colectivos en clave étnica se ha consolidado. En España, por ejemplo, las colombianas se hacen pasar por argentinas, venezolanas o canarias; las rumanas por rusas o nórdicas; mientras las chinas se presentan como japonesas o thailandesas. 5 El proceso de purificación endogrupal ha sido acuñado y definido por E. Goffman (1963) al referirse a aquellas situaciones en las cuales el sujeto estigmatizado se convierte asimismo en sujeto estigmatizante, reproduciendo el rechazo social en otros dentro de su propio grupo social. Esta proyección del estigma como estrategia puede observarse en las trabajadoras sexuales cuando prejuzgan y discriminan a sus compañeras por circunstancias tales como trabajar en la calle, no usar el preservativo, padecer alguna enfermedad, hacer muchos pases, no tener papeles, etc. 6 Sobre esta cuestión véase la tesis doctoral de Tapia, 2010. 7 colectivos, pero que nunca son el resultado de procedimientos científicos 7. Surge así esa imagen arquetípica constituida por cuerpos esclavizados y usurpados por el incontenible deseo masculino, que a su vez ha servido para vaciar cualquier posibilidad de cristalización de la trabajadora sexual como sujeto social detentador de derechos y deberes de ciudadanía (Teixeira, 2002; Piscitelli, 2012). Efectivamente, el análisis del consentimiento de las mujeres a la hora de ejercer el trabajo sexual se ha convertido en una de las cuestiones más controvertidas. Sin embargo, todas estas controversias teóricas pasan por alto el hecho significativo de que las trabajadoras sexuales poseen también su propio discurso, tradicionalmente ignorado. En el caso de las migrantes habría que comenzar por distinguir entre la decisión de viajar a Europa y la de trabajar en la industria del sexo. En mi estudio llevado a cabo en Lugo (Riopedre, 2010) una tercera parte de la muestra ya se dedicaba a la prostitución con anterioridad a viajar a España. Mientras, otras viajaron con la idea de prostituirse en destino, y algunas cambiaron posteriormente de planes tanto en el sentido de optar por el trabajo sexual como de abandonarlo por otra ocupación. Resultados similares aparecen en otros estudios sobre prostitución y migraciones transnacionales (Agustín, 2004; Piscitelli, 2007 y 2013; Teixeira, 2008; Hurtado, 2011). Frente al paradigma de la victimización, la mayoría de los estudios realizados desde las ciencias sociales enfatizan la capacidad de agencia de los actores, señalando que las razones económicas son, como en la mayoría de los casos, prioritarias a la hora de tomar la decisión de viajar y/u optar por el trabajo sexual, aunque no las únicas.8 Es obvio que la prostitución ofrece la oportunidad de obtener mayores beneficios en menos tiempo en comparación con la mayoría de las ocupaciones. Esta opción se halla precedida de una relativa ponderación de los riesgos, y las trabajadoras sexuales perciben su actividad como un trabajo duro (no tanto por la atención al cliente, sino más bien por el hecho de trabajar en un contexto clandestino y altamente criminalizado), aunque muchas también perciben el trabajo sexual como menos duro y más deseable que otras actividades no cualificadas y peor remuneradas (empleada de hogar, cuidado de ancianos, limpieza, etc.) que ellas perciben de forma más negativa por las relaciones de subordinación y de dominación de clase que les son implícitas (Oso, 2005). Por otra parte, el hecho de que algunas 7 Para un análisis en mayor detalle de la fabricación de estadísticas sobre tráfico de mujeres y explotación sexual por parte de ONUSIDA véase Pisani, 2012, pp. 222-223. 8 Para la complejidad de las motivaciones a la hora de migrar y trabajar en la industria del sexo, ver Agustín, 2004. 8 trabajadoras sexuales refieran determinadas prácticas abusivas como largas jornadas de trabajo o la imposición de sanciones económicas en caso de ausentarse injustificadamente del lugar de trabajo puede ser entendido, en general, en el marco de las estructuras del consentimiento9, al existir una coincidencia entre trabajadoras y empleadores en lo relativo a sus respectivos intereses y no una situación de explotación sexual como se construye desde el discurso de la victimización. La victimización se halla asimismo muy influenciada por las corrientes neoconservadoras americana y europea, materializadas en sucesivas “cruzadas morales” (Weitzer, 2006 y 2007) y que han venido en aliarse con el feminismo abolicionista radical. La aprobación en 1999 de la Ley Sueca que prohíbe la compra de servicios sexuales10, la segregación espacial practicada cada vez en mayor número por ayuntamientos españoles, las reformas más recientes en nuestro Código Penal o algunas macro-operaciones judiciales contra la prostitución y la explotación sexual ampliamente mediatizadas son algunos de los síntomas de esta corriente neo-conservadora. En suma, el proceso de victimización es una visión extremadamente reduccionista de los actores sociales, aniquiladora de su capacidad de agencia y de su auto-determinación socio-sexual, que se halla articulada en base a clasificaciones dicotómicas que distinguen entre buenos y malos, criminales (proxenetas, clientes) y víctimas (mujeres y niñas prostituidas); discursos omnicomprensivos (patriarcado, capitalismo globalizado, violencia de género, trata y explotación sexual); políticas migratorias restrictivas y de carácter xenófobo; e intereses de clase defendidos por etnocentristas sexuales modernos11 y burócratas de la industria del rescate. La victimización ofrece además un panorama muy caricaturizado del trabajo sexual en el que se ocultan las múltiples dimensiones que tiene esta actividad con el único fin de desacreditar ética, social y jurídicamente la interacción en el mercado del sexo. 9 La idea de estructuras de consentimiento se debe a Burawoy (1989) y explica aquellas situaciones en las que el trabajador puede adaptarse a condiciones de trabajo precarias durante un período de tiempo determinado con el fin de conseguir sus objetivos. 10 Para una crítica de la legislación sueca sobre prostitución ver Kulick, 2003. 11 Expresión acuñada por C. Vance (1989) y que utiliza la autora en su crítica de los análisis feministas al reprocharles la gestación de un discurso surgido en el seno de movimientos occidentales como es el feminismo radical al imponer su perspectiva étnica y de clase. 9 PROSTITUCIÓN Y EROTISMO Derivada del paradigma abolicionista, la sexualidad esencializada, naturalizada y estereotipada en el trabajo sexual se halla desprovista de cualquier capacidad erótica y/o de seducción, podríamos incluso afirmar que se presenta deshumanizada. Por el contrario, de los testimonios de las trabajadoras sexuales se infiere claramente que el capital erótico no es, en absoluto, ajeno al acerbo cultural de las prostitutas, sino más bien un elemento implícito al buen desempeño profesional. En este sentido, y siguiendo a la socióloga Catherine Hakim, el capital erótico se define como un conglomerado “de belleza, atractivo sexual, cuidado de la imagen y aptitudes sociales” (Hakim, 2012) que puede constituir un recurso muy interesante de movilidad social ascendente sobre todo para las mujeres. Es una idea que viene a completar la ya clásica distinción realizada por Bourdieu (1983) entre los capitales económico, social y cultural, y que encaja muy bien en el marco y la dinámica de la industria del sexo. Como afirma esta autora: “muy pocos hombres compran desahogo sexual puro y duro”, sino que lo habitual es “que los contactos sexuales formen parte de un todo que incluye un cuerpo con sex appeal, belleza, destreza social, vitalidad juvenil, ropa atractiva y clase, además de la propia competencia sexual”,12es decir que las situaciones en las que se ven involucradas trabajadoras sexuales y clientes no difieren tanto con las más convencionales. Un buen ejemplo puede ser el rito del flirteo en los clubes de alterne, donde existen códigos no escritos y un complejo juego de seducción recíproco a través de los cuales los actores interaccionan en ese contexto singular y observan, abordan, pactan y rechazan a partes iguales. “De cada diez hombres, sólo a unos tres les pregunto si quieren subir a la habitación. Yo hago una selección según ellos me miren o no, si les veo que tienen un interés, que me miran fijamente… También, si hay algún hombre que es guapo o atractivo, eso también influye mucho. Yo me acerco y hablo con ellos.” (Camila) El erotismo y la seducción no son tampoco patrimonio de los locales más lujosos, sino que, en mayor o menor grado, podemos encontrarlos en lugares tan variados como pisos de contactos, saunas o en la calle. En muchos pisos de contacto, por ejemplo, existe una 12 Hakim, 2012, p. 181. 10 ceremonia preliminar donde las diferentes trabajadoras sexuales se presentan, exhibiéndose ante el cliente, con el fin de que éste proceda a la selección, y esta representación colectiva posee una indudable carga erótica. Al margen del atractivo físico, los ademanes y el lenguaje no verbal, la conversación, por breve que esta sea, resulta determinante. Una voz sensual, amable, erótica y convincente, aún por teléfono, es muchas veces la clave para la efectiva concertación de un servicio con el cliente. De ahí que algunas trabajadoras sexuales cuiden especialmente sus técnicas de seducción. Del mismo modo que hay una selección por parte del cliente, la trabajadora sexual también dispone de su propio “filtro”, por utilizar una expresión de Montse Neira, en el sentido de que ellas también proceden a escoger a “sus” clientes, admitiendo y rechazando según los casos13. Esta reciprocidad o acuerdo es más evidente en el caso de las scorts o acompañantes de lujo14y menos visible conforme las condiciones de ejercicio de la prostitución son más precarias. Una vez acordado el servicio, la búsqueda del máximo confort al cliente puede materializarse también en la oferta de otros servicios complementarios como son el disponer de un lugar cómodo para ducharse, tomarse una copa, ver videos, habitáculos para masaje y/o spa, etc. La buena ejecución de todos estos servicios forma parte también del capital erótico de cada trabajadora sexual, al igual que aquellos servicios más específicos como son las salidas, los bailes en fiestas y despedidas de soltero y otros eventos similares. En cuanto a las prácticas sexuales las solicitadas pueden ser también muy diversas y muchas trabajadoras sexuales denominan “fantasías” a aquellas prácticas más transgresoras o que requieren un nivel de interpretación teatral mayor. La fantasía está siempre relacionada con el deseo y “se construye a través de pensamientos e imágenes que organizan el sistema erótico” (Medeiros, 2000), siendo común su desempeño para la mayoría de las trabajadoras sexuales. Desde la práctica del travestismo, los tríos, el lésbico, la representación puramente teatral a otras como el sadomasoquismo o el fetichismo, hay un denominador común que es la percepción subjetiva de los actores en un marco altamente erotizado y en el que la transgresión es un componente más del placer. 13 La capacidad de autodeterminación sexual la conserva siempre la trabajadora sexual. En caso contrario, no estaríamos hablando de prostitución sino de un delito contra la libertad y de condiciones de esclavitud. 14 Blogs de trabajadoras sexuales como Montse Neira o Paula Vip muestran incluso un decálogo del cliente con el fin de evitar malos entendidos y de “seleccionar” a sus propios clientes. 11 “Aquí al piso ya llegó un cliente con fantasías muy curiosas. Quería que cogiese la radio y colocase una bachata para luego bailar desnudos. Otra vez llegó uno que me pidió que le desnudase. Tenía tantas ganas que ya se corrió mientras lo desnudaba. Ya no tuve tiempo ni de quitarme la ropa.” (Leticia) “Tuve un tío también una vez…, fue muy divertido…, que en la habitación se desnudó y después se vistió con mi ropa. Lo maquillé y todo. Yo me moría de risa. ¡Meu Deus do Ceo! Subí con él unas cuatro veces y nunca llegué a follar con él (…) Quería sentirse como una mujer, se ponía hasta mis tacones y me pedía que le llamase de Mari Carmen. Nos pasábamos una hora y media en la habitación…” (Simone) Si, en general, disociar sexo y erotismo no resulta sencillo, lo mismo ocurre en el ámbito del mercado del sexo. Obviamente, las trabajadoras sexuales de mayor estatus, que trabajan en las mejores condiciones, que cuentan con buen capital erótico y experiencia en la profesión son las que consiguen más fácilmente el éxito. Por el contrario, la ausencia de recursos y habilidades sociales irá también asociada a un debilitamiento en la capacidad de negociación y empoderamiento de las trabajadoras sexuales. Por otra parte, la oferta y la demanda se adaptan en función del lugar de ejercicio, modalidades de servicios y variedad de clientela. Son muchos los negocios de prostitución que tratan de promocionar el erotismo, bien sea con espectáculos de baile, streaptease y sexo en vivo o bien con el reclamo de la publicidad. En el caso de los anuncios en las secciones de contactos en la prensa diaria y en internet, son con frecuencia las trabajadoras sexuales quienes confeccionan sus propios anuncios y colocan “sus” fotos, que pueden corresponderse o no con la realidad. En los anuncios se suelen incluir referencias explícitas al tipo de servicios ofertados y a otras categorías como edad, nacionalidad, estado civil y características físicas de las trabajadoras sexuales. El contenido de los anuncios está dirigido a mover el morbo del cliente y así poder atraer a los hombres. Durante las últimas décadas se han ido sucediendo diversos prototipos de mujer altamente erotizados y que funcionan en la industria del sexo como verdaderos arquetipos. Uno de los más exitosos en el mercado del sexo español ha sido el de la mujer brasileña, cuya imagen de mujer ardiente, sexualmente activa, cariñosa y de 12 temperamento alegre y sensual15 ha focalizado la atención de clientes y empresarios del sector. También se observa últimamente una revalorización de la imagen de la mujer española, educada y profesional, en un intento de desmarcarse quizás de un mercado en crisis que ha estado dominado durante años por inmigrantes en un marco muy criminalizado de la prostitución. En este sentido, la aparición pública de algunas trabajadoras sexuales españolas como Montse Neira o Paula Vip reivindicando derechos para las mujeres que se dedican a esta actividad y movilizándose activamente por cambiar la imagen tan estigmatizada de la prostitución, ha tenido también su repercusión16 y ha originado un relativo reconocimiento social de las virtudes profesionales en la prostitución. A nivel mundial, uno de los arquetipos de profesional del sexo que perduran todavía y que conservan cierta respetabilidad a nivel social, en contra del rechazo generalizado que hoy despierta cualquier actividad relacionada con la prostitución, es el de las geishas en Japón. Existen algunos buenos estudios acerca del mundo social de las geishas, como por ejemplo, la etnografía de la antropóloga norteamericana Liza Dalby (2001) que nos muestra una realidad controvertida pero donde las habilidades artísticas, una cuidada educación y una socialización profesional profunda han terminado por desvincular relativamente a las geishas de la industria del sexo nacional y de toda la problemática asociada. El caso de las geishas no es extrapolable fuera de Japón, pero sí lo es el hecho de que el aprendizaje de cualquier profesión y su ejercicio en clave de calidad, vocación y éxito revierten tanto en la autoestima de las profesionales como en una mejor aceptación social, incluso para aquellos casos de ocupaciones perseguidas y estigmatizadas como es la prostitución. Por ello en España el ejercicio del trabajo sexual por parte de scorts independientes y mujeres de alto standing no despierta tanto rechazo al suponérseles una libertad y autodeterminación que se les niega sistemática, presumible e injustamente al resto. 15 Ver Piscitelli, 2007. Así por ejemplo, Montse Neira desde que aparece en entrevistas en televisión ha visto incrementado el interés de los clientes, quienes buscan esa imagen de mujer apacible, intelectual y con vocación profesional (comunicación personal). 16 13 PROSTITUCIÓN Y AFECTIVIDAD La demanda más estereotipada del cliente es la de un servicio de carácter estrictamente sexual y coitocéntrico. Esta visión unidimensional del cliente deriva de esa universalización esencialista de la prostitución como fenómeno social y de una perspectiva reduccionista y prejuiciada acerca de la sexualidad masculina (Nencel, 2001)17. Bien al contrario, como señala Pisani, la mayoría de los clientes en la industria del sexo buscan mucho más que ejercitar prácticas sexuales concretas. En palabras de esta autora, los clientes “quieren compañía, consejo sobre cómo lidiar con algún lío de faldas, cariño para hacerles olvidar la muerte de una amante o un negocio ido a pique. Quieren que les suban la autoestima o que les cicatricen las heridas, procuran aprender nuevos trucos en la cama o solamente un masaje y unas caricias” (Pisani, 2012). Las diferentes autobiografías de prostitutas así lo corroboran (Jaget, 1975; Silva Leite, 1992; Corso, 2000; Tasso, 2003; Minoliti, 2004; Belle de Jour, 2006; Despentes, 2007; Grisélidis Réal, 2008; Paula Vip, 2009; Neira, 2012), al igual que la mayoría de los estudios sociológicos y antropológicos que abordan la prostitución. Por eso los recursos empáticos, las habilidades sociales, las técnicas de seducción, la capacidad de escuchar e incluso la vocación son elementos que condicionarán la profesionalización y la consecución del éxito. “Tuve noches de hacer hasta 16 pases. Pero, no son todos de follar directo. Hay clientes que quieren subir contigo a la habitación sólo para conversar. Son personas que te piden un poco de atención y de cariño. Eso es más frecuente de lo que se cree. Hasta hoy me sucede que vienen clientes y me pagan una hora para estar conmigo y charlar, contándome sus problemas.” (Silvia) Cualquier trabajadora sexual profesional sabe que no es una mera gimnasta sexual y que deberá de contar con recursos empáticos y dialógicos suficientes como para poder afrontar servicios donde la demanda es más de tipo psicológico que sexual, donde el cliente busca compañía o el ser escuchado durante un rato y no tanto la mera ejecución del coito18. Es en este sentido, y aunque resulte un tanto paradójico, en el que podemos hablar de una justa des-sexualización del trabajo sexual. “Male sexuality is depicted as insatiable, instinctual and uncontrollable, reducing it to an essentialist universal notion” (Nencel, 2001, p. 13). 18 Ver Teixeira, 2002, p. 19. 17 14 “En la prostitución el hombre busca lo que en su casa no tiene. Unos vienen a buscar sólo sexo, a experimentar cosas nuevas. Otros vienen más a buscar cariño.” (Marcela) En general, las trabajadoras sexuales tienen una concepción más abierta sobre la sexualidad que la mayoría de las personas (aunque también comparten prejuicios). Muchas son desinhibidas y perciben también su rol de trabajadoras sexuales dentro de un proceso más amplio de resocialización y aprendizaje sobre la propia condición humana. Por otro lado, el hecho de que muchas sepan disociar perfectamente entre las relaciones que mantienen en el trabajo y aquellas que pertenecen a su esfera privada, no significa que los servicios que ofrecen como trabajadoras sexuales sean estrictamente mecánicos y se hallen exentos de afecto y cuidado. Por el contrario, el trabajo sexual conlleva una importante dimensión afectiva que frecuentemente es pasada por alto. Por esta razón las trabajadoras sexuales afirman desempeñar bien su labor gracias a valores como la paciencia, el saber escuchar o la intuición y a ciertos conocimientos de psicología. Las combinaciones de sexo y afecto son absolutamente corrientes y como afirma Montse Neira: “globalmente, se dedica más tiempo a hablar que a practicar sexo. No es extraño que digan que nadie escucha mejor que las prostitutas” (Neira, 2012). Y no hay que olvidar que las trabajadoras sexuales mantienen una densa interacción social y que los actores sociales intervinientes durante esa transacción son ante todo seres humanos y como tales están condicionados y sujetos a la confluencia de innumerables circunstancias endógenas y exógenas que los convierten en actores especialmente volubles. Es decir, el trabajo sexual encierra distintas dimensiones, entre las cuales tenemos la afectiva, y esta será mejor o peor autopercibida y ejercitada dependiendo de cada trabajadora sexual. En general, son las trabajadoras sexuales con mayor experiencia y profesionalidad las que tienden a enfatizar más esta dimensión afectiva. Pero, en cualquier caso, el trabajo sexual es también amoroso, aunque nuestra sociedad lo categorice como amor heterodoxo, ilegal y subversivo (Herrera, 2010) al desviarse de los patrones normativos. 15 Desde nuestro particular marco socio-cultural, unas de las más sencillas manifestaciones del afecto y el cariño son los besos y las caricias. Aquí conviene efectuar ciertos matices y proceder a la des-mitificación en cuanto a la afirmación generalizada de que las trabajadoras sexuales no besan a los clientes. Este es un mito más, al igual que el de la supuesta frigidez, espoleado por el abolicionismo con el fin de justificar su cruzada moral ante esa imagen de mujeres prostituidas asqueadas ante sus clientes prostituidores. Pero, no se sostiene con los datos empíricos ni con la realidad de los hechos. Así, hay trabajadoras sexuales que besan frecuentemente en la boca, y otras que lo hacen sólo con determinados clientes (y esto al margen del grado de confianza entre las partes) dependiendo del momento, de la situación y del grado de atracción mutuo que pueda establecerse durante el intercambio. Las trabajadoras sexuales pueden mostrarse más cariñosas y distendidas y otras veces resultar frías y distantes. Esto último no suele agradar a la mayoría de los clientes, aunque la actitud de éstos también suele condicionar mucho la capacidad empática y afectiva de las trabajadoras sexuales. Por otra parte, tenemos la clientela fiel, los clientecitos o clientes fijos y/o de la casa. Con estos es más probable que la trabajadora sexual desempeñe mejor su dimensión afectiva al interactuar en un marco de mayor confianza y conocimiento mutuo. Algunas trabajadoras sexuales se especializan en este tipo de clientes y llegan a establecerse relaciones amorosas tan duraderas como las más convencionales (Neira, 2012) y mutuamente satisfactorias. En estos casos de clientes fijos son también frecuentes los pagos en especie, los regalos e incluso se establecen colaboraciones de reciprocidad y ayuda mutua que son más características de las relaciones de amistad. Esta situación puede terminar desdibujando un tanto la genuina transacción comercial del sexo y remodelar la interacción inicial, produciéndose un ambiguo proceso de confusión de roles a través del cual la trabajadora sexual se convierte en “amante” mientras el cliente se identifica como “amigo”. El dinero sigue, no obstante, jugando el papel del elemento esencial y simbólico del intercambio. Pero, por otro lado ¿esto no ocurre en la mayoría de las relaciones? Resulta, al fin, complicado redefinir la interacción en todo caso sin caer en interpretaciones subjetivistas y/o moralizadoras. Lo cierto es que cuando un cliente ocasional se transforma en habitual y sobre todo cuando con el transcurso del tiempo comienzan a mezclarse aspectos emocionales de forma que lo que empieza como una mera transacción comercial termina convirtiéndose 16 en una relación de tipo afectivo, nos encontramos ante una posible confusión de roles, evidenciándose el hecho de que “no siempre existe una línea clara entre el trabajo y el cliente, por un lado, y el amor y el amante, por el otro” (Agustín, 2004). Las fronteras que separan a clientes de clientes “fijos”, “amigos” o “novios” no son nítidas y las posibilidades que pueden darse en este sentido son infinitas (Hart, 1998; Riopedre, 2010). Algunos clientes utilizan también estrategias que encajan en la categoría de “retórica de la amistad” (Hart, 1998) con el fin de remodelar la relación en términos de beneficio personal y no tanto de reciprocidad. Serán en estos casos la experiencia y la profesionalidad de la trabajadora sexual las que le proporcionarán mecanismos adecuados para defenderse de este tipo de clientes que muchas veces sólo buscan sexo más barato y sin medidas de prevención. Hay clientes que se apaixonan. Cuando yo estaba en Coruña trabajando en el pub, había un hombre que venía a buscarme. Una vez me preguntó si quería dejar la prostitución, que él podía sacarme de esta vida. No le hice caso. Hay hombres que lo que quieren es sólo tener una amante y colocarla en un piso para tenerla a su capricho, y para mostrarla con los amigos. Eso es una trampa, y además es muy peligroso porque pierdes tu independencia.” (Estefany) Diferentes son los casos en los cuales el cliente y la trabajadora sexual llegan a comprometerse emocionalmente y a institucionalizar la relación de pareja. A lo largo de mi trabajo de campo he conocido muchos casos, desde novios que colaboran activamente con la regularización de la trabajadora sexual migrante y se inscriben en un registro público de parejas de hecho a quienes conviven como pareja y llegan a contraer matrimonio. Que el mercado del sexo de pago llega a cruzarse con el mercado matrimonial es un hecho evidente. Hay sujetos enamorados del amor y obstinados buscadores de pareja en ambos bandos, pues el ideal de amor romántico es una construcción socio-cultural compartida (Herrera, 2010). 17 DISCAPACIDAD Y ASISTENCIA SEXUAL Las personas discapacitadas o con algún tipo de minusvalía física y/o psíquica son un colectivo de la población que tradicionalmente genera un número significativo de usuarios de la prostitución. Esta realidad siempre ha resultado muy molesta para el movimiento abolicionista, pues ante la evidencia de una posible función social del trabajo sexual, las abolicionistas y los “cruzados morales” se han visto obligados a criminalizar a un colectivo casi tan estigmatizado como el de las prostitutas, esto es, los discapacitados, confundiendo víctimas con verdugos y recurriendo a argumentaciones considerablemente falaces como es la creencia en una supuesta y utópica democracia sexual. Bien al contrario, sabemos que el mercado sexual y afectivo está muy influenciado por el contexto socio-cultural y sometido a contingencias de clase, estatus, ideología, edad, origen étnico, etc, a las que hay que añadir el potencial del capital erótico. Así pues, no es de extrañar que las personas discapacitadas sufran, con frecuencia, un déficit estructural en este sentido que las aboca a situaciones de soledad y frustración. A pesar de que en las últimas décadas se han producido mejoras importantes en la calidad de vida de estas personas, promoviendo campañas políticas y aprobando normativa específica a favor de los derechos de las personas discapacitadas 19, el derecho a la autodeterminación sexual continúa siendo una asignatura pendiente, y el estigma y los prejuicios morales han consolidado socialmente la imagen del discapacitado como ser asexuado, lo cual es extensible también a los mayores o “discapacitados por edad”. Imagen de castidad que no supera la más mínima prueba empírica, pues, obviamente, no se corresponde con la realidad. En el ámbito de la prostitución se ha podido constatar fácilmente la presencia de clientes con discapacidad y de edad muy avanzada (Riopedre, 2010), así como la existencia de negocios especializados en este tipo de demanda. Cuestión diferente es la posesión de una adecuada formación de las trabajadoras sexuales, muchas de las cuales no tienen la disposición y/o los conocimientos específicos para atender a este colectivo. Esto en ocasiones puede provocar situaciones incómodas que luego los actores deberán resolver. 19 En España, la Ley 39/2006 de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a personas en situación de dependencia. 18 “Otra vez me pasó en una salida que me encontré a un señor que me recibió en una silla de ruedas. A mí se me notó en la cara. Y el señor me preguntó que si tenía algún problema. Yo cómo podía decirle que sí…, así que le dije que no. Pero, me sentí muy mal. A mí me daba como impresión. No le miraba de la cintura para abajo. Tenía mucho miedo a lastimarlo. No sabía ni qué hacer. Pero, desde que se quitó la ropa ya vi que funcionaba… Él se aproximó a la cama con la silla de ruedas y se colocó en la cama. Pero, claro, fui yo la que tuvo que ponerse encima…” (Lorena) Por otra parte, son muchos los negocios de prostitución donde las trabajadoras sexuales no disponen de los recursos necesarios para poder atender a personas discapacitadas. Tan sólo los grandes clubes cuentan con rampas de acceso y cuartos habilitados para ello. De ahí que, como le ocurrió a Lorena, la mayoría de estos usuarios soliciten los servicios de una trabajadora sexual en su propio domicilio, lo que en la jerga del ambiente se conoce como una salida. No obstante, han sido las propias trabajadoras sexuales quienes han venido a reconocer ese déficit sexual y afectivo de las personas discapacitadas, y algunas de ellas han optado por una especialización en esta materia. En España, ha sido pionera Montse Neira, scort gallega afincada en Barcelona, que atiende desde hace una década a hombres con discapacidad física o psíquica, y que reivindica esta función en la profesión. “Es una desgracia la idea que tenemos en esta sociedad de que sólo los genitales importan en una relación. Hay muchas más formas de hacer sentir… Las caricias, los abrazos, descubrir otras zonas erógenas; el orgasmo no viene sólo por la erección… Hay que ser una mujer seductora, provocar y jugar con el morbo; no se puede actuar desde la lástima” (Montse Neira, 2009) Montse en su autobiografía relata cómo fueron los inicios en la atención a personas con discapacidad, y sin dejar de mencionar los obstáculos, hace hincapié en la satisfacción personal y profesional que luego le aportó la atención a este colectivo. 19 “Mientras fui de piso en piso y de local en local me fui encontrando con diferentes clientes con discapacidad. No fueron la mayoría, pero sí los suficientes para que yo tuviera inquietud por aprender a tratar y adaptarme a cualquier situación, ya que no es nada fácil. Estos hombres lo tienen todo en contra y hay que mostrar mucho tacto para saber lo que se dice, cuándo hay que reírse y cuándo no. Sobre todo, con personas que sufren discapacidades psíquicas, ya que no controlan las emociones y pueden o bien desarrollar un apego muy fuerte o bien volverse incluso agresivos, y es muy complicado predecir determinadas respuestas emocionales” (Neira 2012, pp. 95-96) Más recientemente, han sido algunas asociaciones y profesionales relacionados con la psicología, la educación y la sexología quienes han mostrado especial interés en brindar al colectivo de personas con discapacidad una solución similar a la que ofrece el mercado del sexo, aunque más profesionalizada, y surge de esta manera la figura de la asistente sexual. Con antecedentes en otros países europeos como la Fundación para las Relaciones Alternativas (SAR) en Holanda (Allué, 2003), las asociaciones Flor de la calle y Sexualité et Handicaps Pluriels (SEHP) en Suiza, así como diferentes entidades en Alemania o Noruega, las asistentes sexuales aparecen por primera vez en España en 2011 de la mano del colectivo argentino SEX ASISTENT desde donde las labores de divulgación de su fundadora, Silvina Peirano, orientadora sexual especialista en discapacidad, han sido determinantes para la creación de SEX ASISTENT CATALUNYA en el marco de lo que pretende ser una red internacional. A través de su página web (http://sexesasitent.bolgspot.com) podemos observar como este colectivo se define como “un espacio de ejercicio para la sexualidad diversa” y se constituye en un foro en el cual se de cabida a la reivindicación de los derechos sexuales de las personas y al “empoderamiento del deseo y la subjetividad”. A partir de aquí se promueven diferentes actividades, campañas, seminarios y cursos de formación, todos ellos dirigidos a concienciar a la población acerca de las necesidades sexuales y afectivas de las personas, principalmente de las personas con discapacidad o “diversidad funcional”, y a la constitución de la asistencia o acompañamiento sexual no tanto como un derecho, sino más bien como una libre opción de los interesados. Para la red SEX ASISTENT el principal objetivo consiste en “apoyar la salud sexual y emocional de las personas con diversidad funcional, propiciando la independencia en la búsqueda y elección de la pareja afectiva de cada individuo, pretendiendo ser un recurso ocasional o una alternativa viable, para aquellas personas o parejas que por diversos motivos no se 20 encuentran satisfechos con su vida sexual y afectiva, principalmente por no poder ejercerla”. Para cumplir esta función, las posibilidades de la asistencia sexual pueden variar desde el acompañamiento a la pareja que precisa de una tercera persona para poder mantener relaciones sexuales, al desempeño directo de un servicio afectivo y/o sexual por parte de la asistente sexual. Es en este último caso, cuando la asistente sexual es quien ofrece personalmente un servicio sexual y/o afectivo a la persona discapacitada, que las similitudes con la prostitución se hacen más evidentes y ello ha provocado una intensa controversia social, no sólo en España sino también en el resto de países donde el sistema trata de instaurarse. Así, la propia red de SEX ASISTENT parece, con cierta ambigüedad, querer marcar distancias con la industria del sexo, probablemente en un intento de esquivar el fuerte estigma que acompaña a la prostitución. No obstante, y a pesar de tratarse de una propuesta específica dirigida a un determinado colectivo (las personas con discapacidad o diversidad funcional), la legitimación de la asistencia sexual compagina mal con un contexto social que criminaliza la prostitución. Y ello, al margen del hecho de que son, quizás, las trabajadoras sexuales quienes, con la formación y los conocimientos adecuados, mejor podrían desempeñar la labor de asistentes sexuales. A MODO DE CONCLUSIÓN Frente al paradigma de la victimización y al discurso hegemónico de la prostitución, el trabajo sexual puede ser redefinido como ars erotica (Silveira, 2010; Hurtado, 2011) en un intento de mostrar la complejidad y versatilidad de la sexualidad humana y de su particular encaje en el contexto de la prostitución. Características como la seducción, el erotismo y el afecto no pueden desmembrase de una actividad por razones puramente ideológicas o morales, sino que, al contrario, deben de reivindicarse como una parte genuina e importante del proceso de profesionalización en el trabajo sexual. Admitir la diversidad en el mercado del sexo hoy va más allá de un ejercicio de tolerancia, es también un acto de protesta ante quienes pretenden “conducir” nuestra sexualidad. Ante el dilema de la victimización, los investigadores sociales podemos también contribuir a la dignificación de las condiciones laborales en un sector altamente 21 perseguido y criminalizado, al empoderamiento de las trabajadoras sexuales y a una relativa des-problematización de la sexualidad contemporánea. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Agustín, Laura (2004), Trabajar en la industria del sexo y otros tópicos migratorios, San Sebastián, Gakoa. 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